SED MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE ES
MISERICORDIOSO.
Asamblea diocesana
Segorbe – Castellón
06-03-2016
Lema:
“MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE POR LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO”.(Lc. 6, 36)
(Todo el párrafo Lc 6, 27 – 36)
1.- Saludos.
2.- Estamos en el año
de la Misericordia
y con razón nuestra Coordinadora
Diocesana ha colocado como lema de esta Asamblea MISERICORDOSOS COMO EL PADRE
POR LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO. Y de esto vamos a hablar.
En
este año mucho se predicará, y por todas partes, de la Divina Misericordia. No
me gustaría y sería contraproducente que de tanto oír misericordia,
misericordia, misericordia, al final se nos hiciese algo tan común que no le diésemos
importancia; algo parecido como sucede con el tema de la “cuaresma”.
Voy
a pretender, no sé si lo voy a conseguir, profundizar en el lema que se nos ha
marcado, pero de una manera sencilla y práctica para que de aquí salgamos con
algo positivo y concreto para nuestra vida. El tema se presta y se lo merece.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos ayude a tomar decisiones.
Pidamos igualmente a María, bajo el título de Virgen de Gracia (estamos en su
ermita) que nos acompañe ya que ella es nuestro gran modelo.
3.- Quiero centrar
esta enseñanza
en el texto de Marcos 12, 28-31. El texto del lema de esta Asamblea será la
confirmación y conclusión de todo lo que
vamos a decir.
Leamos: En
aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el
primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha,
Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.
(Marcos 12, 28-31).
No existen otros
mandamientos mayores que estos dos; lo dice Jesús. Fijémonos en el segundo:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Cómo te amas? ¿Cómo me amo? O dicho de
otra manera: ¿Cómo amas a tu prójimo? De la manera con que amas a tu prójimo
puedes deducir cómo te amas a ti mismo.
Es bueno detenernos en
conocer qué es el “amor a uno mismo” pues de él depende el segundo mayor
mandamiento de la ley. Además, el mejor fruto de abrir el corazón a la
Misericordia de Dios es justamente el tener el mayor amor a uno mismo. Y
amándonos a nosotros mismos podremos ser misericordiosos como el Padre. ¿Lo
vemos claro?
4.-
Quiero dar un vistazo especial a la parábola del
Hijo pródigo; la parábola nos aclarará mucho. El hijo pródigo esta bajo la
autoridad del padre pero ahí no le falta nada, lo tiene todo. Un día, se cree
autosuficiente y quiere vivir su propia vida y que sea él mismo quien decida
todas sus acciones. Pide su parte de herencia y con los bienes de su padre se
va lejos de su casa. Sabemos lo que le pasó; su libertad desenfrenada lo lleva
a la ruina y no tiene nada para comer. En su desesperación recuerda que los
jornaleros de su padre comen y beben y no les falta nada. Si bien sabe que
regresar con su padre como jornalero, tendrá que estar otra vez bajo su
autoridad y obediencia, la necesidad le obliga volver. Y al volver se encuentra
que su padre lo acoge con gran alegría, lo abraza como hijo y celebra una gran
fiesta. A partir de ahí, el hijo se entregará a servir bajo las ordenes de su
padre.
¿Vemos en donde está la
clave de toda la historia? Querer ser libre, bajo su propio antojo o estar bajo
la autoridad del padre. Con estos conceptos, veamos lo siguiente.
5.-
Debemos distinguir dos conceptos
que generalmente, en la práctica, nos resulta difícil distinguirlos. Una cosa
es “amarse a sí mismo” y otra muy diferente es “el amor propio”.
EL “amor propio” es
buscarse a sí mismo, es idolatrar a su propio yo, es hacer de su vida el fin
último. En otras palabras, es el rechazo consciente o inconsciente de Dios,
poniéndolo en segundo término. Todas las relaciones con los demás giran
sobre sí mismo; incluso la caridad que
realiza tiene como miras ensalzarse a sí mismo. El hijo pródigo que se va.
“Amarse a sí mismo” se
fundamenta en la conciencia de ser un don de Dios y por lo tanto desea vivir en
sintonía de ese Dios que posee. “Amarse así mismo” es el resultado de una
oblación, de una entrega amorosa a Aquel que lo ha creado a su imagen. El hijo
pródigo que está baja la autoridad de su padre. La frase de S. Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gálatas
2, 20) es la razón de amarme a mí mismo. Por eso S. Francisco de Sales dirá:
“Amarse es una obligación para el hombre”.
¿Cómo podre amar a mis
hermanos, cómo me podre entregar a ellos
en oblación si no lo realizo en Dios y en nosotros mismos? Renunciar a mi
propio yo, renunciar a ser el centro de mi vida para que otro tome las riendas
de mi vida, no es fácil; a nivel humano, imposible. Ahí entra la Divina
Misericordia y nuestra colaboración. Vamos a estudiarlo; es importante
.
6.- S.
Juan (1 Jn 4, 8 y 16) nos dice: “Dios es
amor”. El Señor no cesa de amar, porque para cesar de amar tendría que dejar de
ser Él mismo. Toda la creación es fruto del amor de Dios; el universo entero es
fruto de su amor. Dios no creo el mundo para Él; lo hizo porque quiso compartir
la gloria de su amor y las bendiciones del cielo con criaturas semejantes a Él.
Lo hizo porque Él es amor. En particular, el ser humano, como corona de la
creación, es fruto del amor de Dios, al crearlo a su imagen y semejanza. No
tenía por qué hacerlo, pero lo hizo así. Lo hizo capaz de amar y sentir ser
amado; poder tener un contacto con su Creador, poderse comunicar con Él y
saborear su presencia en su vida
.
Tanto amor de Dios hacia el
hombre se vio frustrado por el pecado de Adán y Eva, El amor tropezó con el misterio del pecado.
La libertad con la que Dios les había
creado, les llevó a revelarse contra su Dios, a creerse “dioses”. Algo trágico,
incomprensible.
Pero como a Dios nadie le
gana en generosidad, el amor de Dios se
transforma en misericordia. Y desde el mismo momento de la traición, el Señor
se compadece del hombre y le promete un redentor: la Misericordia
personificada. Jesús, Hijo de Dios es, pues, el icono de la misericordia de
Dios; toda su vida rezuma misericordia hacia el hombre, al pobre, al que sufre,
al que lo necesita. Y lo completa, al dar su vida por todos nosotros y abrir su
Corazón Divino, lleno de misericordia, a toda la humanidad.
Distinción
entre el amor de Dios y su misericordia.
El amor de Dios es un acto
propio del creador que desea hacer participante de su grandeza, de todo lo que
tiene, a la criatura. El amor es entrega, es hacer feliz al otro. Este amor no
responde por los méritos de la criatura.
Es pura gracia.
La misericordia mira con compasión
a la criatura: su pequeñez, su pecado, su desgracia. A mayor necesidad, más
compasión, más misericordia. Son los brazos tendidos de un Padre, siempre
dispuesto a perdonar, a salvar, a liberar, a devolverle la felicidad, la paz.
A diferencia del amor que es
un acto propio y exclusivo de Dios, sin que intervenga la criatura, salvo para
recibir, la misericordia de Dios exige
una respuesta del corazón humano a su llamada. Uno debe humildemente aceptar la
misericordia; no puede ser ganada. Si no hay respuesta, no cabe misericordia;
Dios respeta nuestra libertad. El hijo pródigo, solo al regresar, recibe la
misericordia de su padre.
7.- En estos momentos se nos presenta una gran
pregunta: ¿cómo abrirse a la misericordia de Dios? ¿Qué hacer para que la misericordia
de Dios nos envuelva? Porque entendemos, que si nuestro corazón no está abierto
a la misericordia de Dios, imposible acercarnos a nuestros hermanos con
misericordia.
El hijo pródigo, al
regresar, tuvo que renunciar a su desenfrenada libertad y aceptar el orden de
la casa de su padre. Lo mismo se nos exige a nosotros; el Señor espera de
nosotros dos cosas principales para visitarnos con su misericordia: PEDIR
PERDÓN Y CONFIARNOS A DIOS TAL Y COMO SOMOS.
8.- A) Pedir perdón.
Mucho hemos oído hablar del
perdón y de perdonar y en el Padre nuestro continuamente repetimos:”Perdónanos
nuestras culpas como nosotros perdonamos”
Pero en estos momento solo quisiera recordar unos principios básicos
sobre el perdón.
Perdonar no es “borrar” un
mal que nos hayan hecho; tampoco se trata de olvidar como si nada hubiese
pasado. Perdonar es restablecer una relación de entrega respeto a otro, aunque
merecería, por lo que hizo, ser repelido y castigado. Perdonar es seguir
amando, seguir dándose al agresor aunque abunden razones de peso para
rechazarlo y para ello es necesario que haya un verdadero amor puro, que solo
puede venir de Dios. Perdonar no es un acto sentimental; perdonar es un acto de
la voluntad; yo decido cuando deseo personar, cuando yo estoy preparado para
perdonar. Perdonar no siempre es fácil y necesitamos la gracia del Señor para
poder dar ese paso.
Perdonar es un acto divino,
que a pesar del rio de pecado que hay en el hombre, Dios baja con su
Misericordia, se Encarna, sufre una terrible pasión y muere en una cruz para
que el hombre tenga vida. Por eso, para el hombre, el perdón es un acto por el
que se asemeja a Dios y así el perdón es completamente
oblativo; es decir, hay que morir a sí mismo.
Jesús en los evangelios
insiste en la necesidad del perdonar; y no se trata de número (siete) sino
siempre. La falta de perdón cierra toda puerta a la Misericordia. El ejemplo lo
tenemos en el siervo “indultado” que no
sabe perdonar a un compañero; la parábola termina con una sentencia que nos
obliga a perdonar: “Esto mismo hará con
vosotros mi Padre Celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros”
(Mateo 18, 35). De alguna forma, aunque
parezca chocante, el perdón divino queda en suspenso si no lo corrobora el
nuestro. Sin el perdón no hay auténtica vida cristiana, no hay santidad, porque
no hay un desarrollo en la ofrenda personal; es decir, no hay amor. Sin el
perdón, la Misericordia de Dios no se derrama.
¿Dios nos perdona cuando nos
confesamos debidamente? Si. ¿Dios nos perdona cuando nos confesamos pero no
hemos perdonado a nuestro prójimo? No; nos lo dice Jesús: “Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete
primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” Mateo 5, 25 y 26)
9.-
¿A quién hay que perdonar y pedir perdón?
a) A los miembros de mi
familia, a mis hermanos, a todos aquellos que me hayan ofendido o yo les haya
ofendido.
b) A Dios por lo que yo he
creído que no se portó bien conmigo y también pedirle perdón por las muchas
veces que le he ofendido.
b) Si yo siento que no estoy
conforme conmigo mismo por la circunstancia que sea; porque yo me culpo de algo
malo que haya hecho, y por ello debo perdonarme a mí mismo para experimentar la
Misericordia de Dios.
Con el perdón restablecemos
nuestra relación con los demás, con Dios y con nosotros mismos y la
Misericordia de Dios llega a nuestro corazón con la paz.
10.-
B) Confiarnos a Dios tal y como somos.
¿Cómo somos? ¿Cómo nos
encontramos? Pecadores, e incluso con algún pecado que nos callamos por
vergüenza; con un vicio o adición que no podemos vencer; con enfermedades
propias o de algún familiar; con problemas económicos; con una vida cristiana
rutinaria que no me deja vivir. ¿Cómo nos encontramos? ¿Cómo te encuentras?
Estés como estés, tal y como
te encuentres, acude a Dios con plena confianza. Es el segundo medio mediante el cual podemos
colaborar con la Misericordia de Dios. El nos ha creado, Él es nuestro Padre,
Él nos ama por encima de nuestros pecados. No le tengamos miedo de que nos
juzgue, de que nos rechace. Muchas veces nos olvidamos que la Misericordia de
Dios está ahí esperándonos, tal y como somos. Que desea entrar en nuestro
corazón porque ese corazón nuestro le pertenece. Es el Señor que nos pide
“Preséntate ante mí con ese corazón cerrado y yo le daré vida”.
No debemos olvidar que
nuestra actitud debe ser como la del hijo pródigo. Estar dispuesto a cambiar, a
renunciar a nuestro yo, a nuestro criterio para hacer la voluntad de nuestro
Padre. Si tenemos plena confianza en Dios, sabremos que Él sabe dirigir nuestra
vida mejor que nosotros.
El mundo de hoy, lleno de
mentiras, nos influye a crear criterios y opiniones, pensando que tenemos razón
en ideas que no cuadran con la doctrina de Jesús y que cierran el corazón a la
verdad. Con mayor razón, también hoy día, debemos estar dispuestos a cambiar, a
renunciar a nuestro yo, aunque nos cueste; con ello demostramos nuestra
confianza en nuestro Dios, al mismo tiempo que abrimos nuestro corazón a su
misericordia.
En la práctica tendremos que
aprender a renunciar a nuestro yo. En la vida familiar, en la vida de
comunidad, en el ambiente en que estemos, aceptando el criterio de los demás,
rechazando cualquier discusión por motivo de criterios; naturalmente en situaciones
de poca importancia. En la medida en que confiemos en Dios y vayamos
renunciando a nuestro yo, la misericordia divina irá entrando en nosotros, irá
tomando posesión de nuestro corazón.
Quisiera presentar una
figura que, de alguna manera, puede ser esclarecedora. Si contemplamos un barco
vemos que está rodeado de agua pero el agua no penetra en él; y así anda ufano
y majestuosos sobre esa agua. Si por algún motivo se le abre un boquete en el
casco, el agua entrará en él hasta hundirlo al fondo del mar y entonces el agua
invadirá todo él. Ya no surcará los mares pero el mar lo envolverá
completamente en su seno.
¿Vemos la comparación? La
Misericordia de Dios nos rodea pero mientras en nuestro corazón no le dejamos
una entrada, no podrá obrar ni envolvernos. Con un corazón cerrado, con un
corazón egoísta, podremos caminar ufanos y orgullosos pero sin la Misericordia
de Dios, será un vivir superficial y triste, abiertos a tormentas y
tempestades. Por el contrario, si nos abrimos a la Misericordia, ella nos envolverá
e invadirá todo nuestro ser, pudiendo reposar en ese Corazón Divino que nos
trae la verdadera paz.
11.-
Recordemos lo que leímos al principio.
¿Cuál es el segundo mandamiento más importante?: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Si tengo que amar a mi prójimo, debo estar
convencido de que solo lo podré amar, amando a Cristo Jesús que vive en mí. Y
Cristo Jesús solo podrá vivir en mí, en la medida en que vaya muriendo a mi yo,
en la medida en que haga de mi vida una oblación amorosa hacia Aquel que me ha
creado a su imagen. Así, esa Misericordia viviente en mi vida será la
misericordia que yo podré derramar hacia mi hermano. Yo iré a mi hermano para
ayudarle, viendo en él a ese Dios que vive en mí. “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 15, 40) nos dirá el justo juez
¿Cuál es el lema de esta Asamblea?
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. ¿Cómo es
misericordioso nuestro Padre? Llenando nuestra vida de su Presencia santa; Presencia
que irá creciendo en la medida en que vayamos
deshaciéndonos de nuestro yo. El texto de Lucas, anterior a “Sed
misericordiosos” nos lo aclara perfectamente. Vamos a leerlo. (Lucas 6, 27-36).
Creo que se ve muy claro que
hay que ir al hermano, que hay que ser misericordioso sin esperar nada, sin
buscar recompensa alguna. Es cierto que todo ello es imposible a nivel humano;
para ello debemos contar con la fuerza del Espíritu Santo a quien debemos
acudir continuamente para que venga en nuestra ayuda.
12.-
Mientras estoy dando esta enseñanza, me veo reflejado en mi
propia vida por la gracia de Dios. Por ello quisiera daros mi propio testimonio
aunque sea brevemente.
La alabanza que aprendí en
la Renovación me llevó a la contemplación de Aquel a quien yo alababa. La
contemplación no era solo un mirar; lo que contemplaba, iba entrando en mi
corazón. Y esa contemplación me dio a entender la necesidad de vaciarme de mi
mismo; el Señor solo podía entrar en mi corazón en la medida que yo le dejase
lugar. La experiencia ha sido maravillosa; lo que el Señor se me ha manifestado
yo nunca lo hubiera soñado.
Por otro lugar, casi desde
el principio de estar en la Renovación se me pidió el servicio a los hermanos
en la Regional y después en la Nacional. En aquel entonces yo no conocía ni
valoraba lo que era el servicio a los hermanos tal como hoy lo conozco. Pero
debo confesar que lo hice de corazón y con la mejor voluntad posible. Y fue
justamente en el servicio en donde aprendí todo lo que hoy se, pero sobre todo
fue en el servicio en donde el Señor me dio la oportunidad de morir a mi yo;
cuantas veces tuve que morderme la lengua y cuantas veces lloré al ser
pisoteado en mi dignidad. Hoy día doy gracias a Dios por la oportunidad de
poder servir a los hermanos y por la gran oportunidad que me dio de aprender a
desprenderme de mis criterios para aceptar la voluntad de Dios, manifestada en
la opinión de mis hermanos. De no ser por ello, hoy no sería lo que soy. He
visto y siento la Misericordia de Dios que ha obrado y está presente en mi
vida. Gloria a Dios. Debo reconocer que toda esa gracia se desarrolla dentro de
un proceso; es un caminar de cada día; no se puede detener hasta la hora de la
muerte.
13.-
Vamos a terminar. Resumamos esta enseñanza.
- Vimos el segundo
mandamiento más importante de la ley: “Amar al prójimo como a nosotros mismos”.
¿Cómo nos amamos? ¿Cómo amamos al prójimo?
- Nos dimos cuenta de la
clave de la parábola del hijo pródigo: Hacer la voluntad del Padre o seguir la
propia voluntad. ¿Cuándo actuó la misericordia del Padre?
- Comprendimos la distinción
entre “el amor propio” y el “amarse a sí mismo”.
- Estudiamos la distinción
entre el amor de Dios y la divina
misericordia. Mientras el amor de Dios no necesita la participación del hombre,
por el contrario, la divina misericordia no puede actuar sin que el hombre abra
su corazón. El hijo pródigo, solo cuando regresa, experimenta la misericordia.
- El Señor espera de
nosotros dos cosas principales para visitarnos con su misericordia: PEDIR
PERDÓN Y CONFIARNOS A DIOS TAL Y COMO SOMOS.
- Pedir perdón y perdonar:
la clave para ser perdonados y recibir misericordia.
- Confiarnos a Dios tal y
como somos. Confianza es aceptar lo que el Señor dispone, renunciando a
nuestros criterios y egoísmos. Confianza que nos abre las puertas de la
misericordia.
- Solo con la misericordia
recibida podremos ir al hermano en forma desinteresada, porque en él veremos a
Jesús. De esta manera el servicio a los hermanos será una verdadera bendición.
14.-
¿Deseamos y necesitamos la misericordia del Padre?
- ¿Estamos dispuestos a
volver a la casa del Padre sabiendo que habrá que renunciar a nuestros
criterios y egoísmos, poniéndonos a sus órdenes, cumpliendo sus mandatos?
- ¿Somos misericordiosos
como el Padre? ¿Dejamos al Padre ser
misericordioso con nosotros para que nosotros podamos ser misericordiosos como
el Padre?
- ¿Estamos dispuestos a
servir a los hermanos por encima de nuestros gustos y comodidades, sin buscar
ningún interés? ¿O nos quedamos con nuestra rutina que nos cierra el corazón?
No olvidemos que la misericordia de Dios va unida a nuestra misericordia hacia
el prójimo.
En estos momentos lo
importante es que tomemos una decisión: volveré a la casa de mi Padre y le
serviré en los hermanos. Seré misericordioso como el Padre. ¿Estamos dispuestos
a tomar esa decisión?
15.-
Oración.
Padre bueno, te contemplamos
lleno de misericordia y a nosotros necesitados de ella. Te pedimos, Señor, por
los méritos de tu Hijo Jesús, que derrames tu Espíritu Santo sobre cada uno de
nosotros y nos hagas comprender la necesidad de un cambio radical de vida para
poder experimentar en nuestro corazón la presencia de tu gran misericordia y
que con ella nos empuje a socorrer al prójimo sin egoísmos y a servir a los
hermanos con tu misma misericordia. Amén.
Adoración a Jesús Sacramentado.
A continuación de la
enseñanza hubo Adoración a Jesús Sacramentado. Era ante Él y con Él, que
debíamos tomar las decisiones pertinentes. Para ayudar a los hermanos, se
acompañó la Adoración con tres reflexiones, intercalando los debidos silencios.
1 1.- Contemplar la misericordia de Jesús. Texto: Juan 1, 1-5; 9-11 y 14.
2.- ¿Qué necesito para que la divina misericordia
entre en mi corazón? ¿De qué me desprendo? Texto: Lucas 18, 18-25.
3.- ¿Estoy dispuesto a transmitir la misericordia
recibida? ¿Cómo? ¿Estoy dispuesto a servir, viendo a Jesús en el hermano?
Texto: Lucas 6, 27-36.