LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES


7.- LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES.

1.- Presentación y cuentito.

2.- Introducción.
No hace mucho, en el domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco nos invitaba   a seguir escribiendo el Evangelio de la misericordia, y así nos decía: “El Evangelio de la misericordia continúa siendo un libro abierto, donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia”. Y añadía: “Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy”. Y para “escribirlo en la vida, busca personas con el corazón paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio”. “Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano”.

3.- Estas palabras del Papa Francisco son la mejor introducción al tema de la enseñanza de hoy: “Las obras de misericordia corporales”. Enseñanza que viene a ser, junto con la próxima enseñanza, como el colofón de todo este curso sobre la Divina Misericordia. Durante todo este curso hemos pretendido profundizar, de una manera sencilla y práctica, en la razón de la Misericordia, sin lo cual no entenderíamos toda la grandeza de las obras de caridad y mucho menos podríamos ejercer dicha caridad en el verdadero sentido del evangelio. Porque sabemos, que con el nombre de caridad, de compasión, se pueden disfrazar diversas formas de actuar del hombre hacia el prójimo: Ideología, interés, solidaridad humana, sentimentalismo, etc.

Conocemos que la verdadera compasión viene proclamada en el segundo mayor mandamiento de la Ley de Dios: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Y sabemos que amarnos a nosotros mismos no es otra cosa que una oblación, una entrega amorosa a  Aquel que lo ha creado a su imagen. No podemos tener una verdadera compasión hacia el prójimo, si no lo amamos en Cristo Jesús.

También sabemos que la verdadera compasión cristiana significa la disposición de transitar el mismo camino de Jesús que se humillo así mismo haciéndose obediente hasta la muerte por salvarnos. La compasión cristiana nos enseña a vivir para otros, dejando a un lado nuestras comodidades y nuestras pertenencias.

Las obras de misericordia si no las miramos y sobre todo, si no las vivimos  desde esa perspectiva de la compasión cristiana, nos resultarán siempre extrañas y muy superficiales. Nosotros, ahora las vamos a estudiar teniendo la mirada fija en las palabras de Jesús: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40). Además para poderlos vivir no hay cosa mejor que, tomando los evangelios, aprender del maestro, y comprender que toda su vida fue pura compasión hacia todos.

4.- Las obras de misericordia corporales.

¿Recordamos las obras de misericordia corporales? Ciertamente las aprendimos de niños en el catecismo y el tiempo se ha encargado de que las olvidemos o las tengamos en una nube de inconsciencia. Vamos a recordarlas y a memorizarlas.
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos

En este año de la Misericordia mucho se ha hablado de ellas y de su importancia en la vida cristiana; pero no hay mejor camino para ver la razón de las obras de misericordia corporales que tomar la Palabra de Dios. Mateo 25, 31 – 46. (Leerlo).

Si nos fijamos, todas estas obras de misericordia, menos la última, “enterrar a los muertos” son la vara, le medida con las que seremos juzgados en el juicio final. De la práctica de ellas va a depender nuestra felicidad o nuestra condenación eterna. No es cuestión de bromas.

Vamos a profundizar en cada una de las obras de misericordia. Pero antes no me resisto de entrar en el pensamiento del Papa Benedicto XVI, que nos lo manifiesta en su encíclica “Cáritas in veritate” (Caridad en la verdad).

En su párrafo 6 nos habla de la caridad y la justicia. “Justicia es dar al otro lo que es suyo. Caridad es dar, es ofrecer de lo “mío” al otro, La justicia es la primera vía de la caridad. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento de los derechos de los otros. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón.  La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. Es decir, de la caridad que surge del amor de Dios.”

Hasta aquí palabras del Papa Benedicto XVI. Reflexionando sobre estas sabias palabras y justas verdades, a mí me vino la siguiente pregunta: Practicando las obras de misericordia, ¿se quedan solo como obras de caridad o son además obras de justicia? Jesús nos dice que somos meros administradores de los bienes que hemos recibido. (Mateo 25, 14-30). Y en esta condición, lo que el Señor me ha dado no debe ser únicamente para mí; con lo que he recibido, como buen administrador, debo ayudar a los que no tienen, que no es otra cosa que poner a trabajar los talentos, los dones recibidos para que den sus frutos y así presentarlos cuando nos pidan cuentas.

A mi entender, la caridad simple, como acto volitivo, queda pobre. Solo la justicia, es fría. La caridad cristiana, bien entendida, no es solo un acto de justicia, sino que “la supera y la completa, siguiendo la lógica de la entrega y el perdón”, en frase del Papa Benedicto XVI. .

Teniendo esto claro, veo claramente que las obras de misericordia no son simples actos de caridad que las realizo según mi voluntad, sino que se convierten en obras de justicia, es decir, son obligatorias para el cristiano. Si experimentamos y vivimos con un corazón compasivo (lo que vimos en la enseñanza anterior), la obligatoriedad de las  obras de misericordia nos resultará de lo más natural.

5.- Las obras de misericordia corporales.

    a) Dar de comer al hambriento
          b) Dar de beber al sediento.

Estas dos obras de misericordia las podemos tomar juntas, pues son complementarias. La comida y el agua son dos elementos indispensables para la vida y atender a las personas en esas necesidades es defender la vida, lo vital de la persona humana. El derecho a la vida, que es don de Dios, está por encima de cualquier otro derecho. Clama al cielo tanta comida que tiramos a la basura, o que banqueteamos con comidas excesivas y caras, sin tener en cuenta la hambruna de muchos que no tienen para la vida. Ante las necesidades de la vida, el corazón del cristiano tiene que actuar.

A pesar de nuestra tecnología, y del bienestar de nuestros países, seguimos teniendo pobres  que pasan hambre; nuestra ayuda es indispensable tanto en alimentos como en dinero. “La limosna es un aspecto esencial de la misericordia, nos dice el Papa Francisco, y tiene muchos modos de manifestarse. La limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos”.  Y añade las palabras que el anciano Tobías, en el Antiguo Testamento, nos dio: «No apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de ti su rostro el Señor» (Tb 4,8). (Audiencia jubilar del día 9 de abril de 2016). 

Teniendo esto presente, digamos que la caridad tanto se puede realizar personalmente como a través de instituciones de confianza.

¿Hasta dónde debe llegar nuestra caridad? Dios nos exigirá de acuerdo a lo que nos ha dado: “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12, 48).

Podemos dar de lo que nos sobra y esto está bien; pero está mucho mejor, dar de lo que necesitamos nosotros, como lo recordamos en la pobre viuda del evangelio y que mereció la alabanza de Jesús: Todos dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 1-4).

Recordemos también la historia que se nos relata en el Antiguo Testamento: la viuda de Sarepta, en tiempos del Profeta Elías. Ella alimentó al Profeta Elías con lo último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un tiempo de una hambruna terrible. Y ¿qué sucedió? Que no se le agotó ni la harina y ni el aceite con que preparó el pan para el Profeta. (Ver 1 Reyes 17, 7-16).

Finalmente, es bueno tener en cuenta que muchas veces no sabemos a quién alimentamos. “El Señor se le apareció a Abraham” quien lo vio a través de tres hombres, los cuales le anunciaron el nacimiento de su hijo Isaac en menos de un año, después de atenderlos con toda solicitud (Gn. 19, 1-21) Los escritoristas ven en los tres hombres ¡nada menos! que a la Santísima Trinidad y otros piensan que eran tres ángeles.

Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a quien el Señor le pide de beber. (Ver Jn. 4, 1-45)

Para terminar este punto, tengamos siempre presentes en nuestra vida las palabras del Señor: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35).

6.- Dar posada al necesitado

Al tratar esta obra de misericordia, el primer pensamiento que viene a la mente es el relato de Lucas (2, 6 y 7): “Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había  sitio para ellos en la posada”.

En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo complicado y arriesgado de las travesías y por falta de hoteles. No es el caso hoy en día. Pero, aún así, hoy se nos presentan los emigrantes, los refugiados; ellos se merecen nuestra acogida porque están lejos de sus casas, de sus familias, de sus conocidos y se ven abandonados. Es un drama espantoso. Ante lo difícil y complejo que resulta el problema tan diverso de los refugiados en Europa, por encima de la mirada de los gobiernos, el cristiano tiene el deber de apoyar moralmente toda acción positiva en su favor. Como lo ha hecho el Papa Francisco el 16 de abril visitando los campos de refugiados de Grecia.

 “Dar posada al peregrino” también significa y es una llamada concreta a la “buena acogida”, a propiciar día a día actitudes de comprensión, reconocimiento, ayuda fraterna humana y cristiana. “Acoger al otro, nos dice además el Papa en su mensaje,  es acoger a Dios en persona”. Pidámosle a Él que, ante tantas realidades que necesitan “posada”,  nos  abra los ojos y el corazón.

En muchas circunstancias, principalmente con inmigrantes, no estaría de más, proveerlos de una vivienda si hay disponibilidad. No se trata de recibir en nuestra casa por pura hospitalidad de amistad o familia, sino por alguna verdadera necesidad. El Señor, en nuestra familia,  nos abrió el corazón hacia hermanos desconocidos pero necesitados y así les abrimos nuestra casa, acogiéndolos como verdaderos hijos; la experiencia fue maravillosa y no se puede explicar, no tanto por la respuesta que recibimos (hubo de todo) sino porque sentimos que lo hacíamos por el Señor.

Cuando abramos nuestra casa, nosotros no sabemos a quién ayudamos. San Pablo nos recuerda: “No dejen de practicar la hospitalidad, pues algunos dieron alojamiento a Ángeles sin saberlo” (Hb. 13, 2).

7.- Vestir al desnudo.

En nuestra sociedad occidental no es fácil ver a personas desnudas y faltas de ropa y parecería fuera de lugar esta misericordia. Pero la realidad, hoy día, en muchos países no es la misma. Ante la pobreza en que viven, el vestirse queda en segundo plano y andan con cuatro harapos; y su necesidad es perentoria. Con la desnudez va unida, muchas veces, la pérdida de la dignidad como persona.

 Sin llegar a ese extremo, también en nuestras ciudades encontramos necesidades, principalmente entre inmigrantes. Vestir al desnudo es algo más que dar nuestra ropa sobrante a Cáritas; vestir al desnudo se convierte en la obra de ayudar  a recuperar la dignidad a muchas personas. Vestir al desnudo exige un profundo respeto hacia la persona necesitada. Copiando el slogan de una Cáritas podemos decir: No solo hay que vestir al desnudo, sino que hay que revestir a la persona con el valor humano que tiene como criatura de Dios.

Esta obra de misericordia se nos facilita con las recolecciones de ropa que se hacen en Parroquias y otros centros de recolección. Recordar que, aunque demos ropa usada, no es dar lo que está ya como para convertir en trapos de limpieza. En esto también podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar de lo que aún es útil y también  lo que más nos guste.

8.- Visitar al enfermo.
“En la antigüedad era común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los pueblos. Durante la Edad Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente herida o gravemente enferma. Hoy existen innumerables hospitales y clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece algún mal”.

A pesar de todos los adelantos técnicos, siguen habiendo enfermos y hay mucho sufrimiento. Pero existe un sufrimiento superior a la misma enfermedad, es el sufrimiento de la soledad y de la indiferencia. Y todavía peor, la soledad de aquellas personas, cada vez más abundantes, que son abandonadas por sus familias en hospitales, en casas de la tercera edad, en hospicios, en residencias… ¡Cuánto dolor hay en los ancianos que para muchos de sus familiares son un estorbo y son abandonados! ¡No digamos en los países en donde se establece la eutanasia!

La obra de misericordia, visitar a los enfermos, cada vez se hace más acuciante. No se trata de visitas sociales. Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto en cuidados físicos como en compañía. Jesucristo tuvo una predilección hacia todos los que sufrían, El cristiano, a imitación suya, no puede abandonar a todas esas personas, principalmente las más abandonadas, ofreciéndose visitarlas y acompañarlas, dándoles el aliento que tanto necesitan. “A veces basta una llamada, una simple palabra para hacer más ligero el peso de quien sufre”.

En el mundo egoísta de hoy es necesario levantar una gran voz para decirle que no somos indiferentes, que nos importan los demás, los más débiles y a los que la sociedad los tiene como seres de descarte. Además, “el dolor ajeno nos hace más humanos, más sensibles y nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de la vida que Dios cada día nos regala”.
El acto de visitar a los enfermos tiene un efecto extraordinario en nosotros; nos ayuda a salir de nosotros mismos por unos momentos para entregarnos a servir a los demás, y ahí, en esos rostros pálidos y quizás desesperados, ver el rostro de Jesús.

9.- Socorrer a los presos.

La prisión como castigo es tan antigua como la historia del hombre. Todas las naciones las tienen con peores o mejores condiciones  de vida para la dignidad humana. Si bien la cárcel estaría diseñada para la reinserción de los presos en la sociedad, en la práctica y en muchos de los casos, los problemas que crea son mayores que los que intenta resolver.

Una cárcel no es, por definición, la clase de lugar al que una persona va voluntaria y gustosamente, porque tiene un entorno que parece muy agresivo para una persona normal. En las cárceles hay gente de todo; pero sobre todo hay pobreza material e indigencia afectiva, espiritual y psicológica.

Socorrer a los presos no es otra cosa que “llevar la misericordia de Dios, su amor que es más fuerte que todos nuestros delitos, y la dignidad que nos da ser hijos de Dios a personas que no han sabido lo que es ser amados, que se dan por perdidos o que pensaban que nadie podría perdonarles”.  Los voluntarios de las cárceles  son testigos de lo que la Misericordia de Dios  es capaz de realizar en un corazón que se entrega: restaura su vida, devuelve esperanza, sana heridas y adicciones, hace madurar y ver que todo acto tiene consecuencias, y levanta la mirada del que siente vergüenza.

No siempre es posible socorrer personalmente a los presos, dada la legislación de muchos países, pero siempre el Señor nos puede poner en el camino a expresos que puedan necesitar de nuestra ayuda. Además siempre cabe la posibilidad de colaborar en la entrega de libros y regalos que promueven los voluntarios de las cárceles. Y no olvidar nunca que con nuestra oración efectiva y compasiva podemos penetrar en las cárceles para que el Espíritu de Dios se derrame en todos los presos, sean de la condición que sean. De la misma manera que Cristo resucitado entraba en la casa de los discípulos para llevarles su paz, estando las puertas cerradas, así puede entrar en las cárceles de todo el mundo a través de nuestra oración.

10.- Enterrar a los muertos.

En Israel ser privado de sepultura era visto como un mal horrible (cf. Sal 79,2 y 3) que formaba parte del castigo con el que se amenazaba a los impíos. El Antiguo Testamento nos presenta a Tobit, un fiel  israelita deportado a Nínive; por piedad se dedicó a enterrar a los israelitas muertos, haciéndolo de noche. Por ello tuvo que esconderse y huir porque lo querían matar. Incluso en una ocasión dejó su comida preparada, para esconder y enterrar de noche a un israelita. La Palabra dice de él: “En tiempos de Salmanasar hice muchas buenas obras a mis hermanos de raza: procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba.” (Tob 1,16s.).

El evangelista Juan nos relata que, una vez muerto Jesús, José de Arimatea se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús para enterrarlo, ciertamente para que no quedase el cuerpo en la cruz; además, facilitó un sepulcro de su propiedad en el cual nadie había sido enterrado. Y también participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo (Juan 19, 38,42).

¿De qué sirve la misericordia con el cuerpo, cuando uno ya está muerto? ¿Por qué la Iglesia dice que enterrar a los difuntos es una obra de misericordia? ¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano?

Por que el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. S. Pablo lo dice claramente: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios?” (1 Cor 6, 19).

“Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que posee una fuerte dimensión espiritual porque implica, necesariamente, el acto de rezar por los difuntos. Desde esta perspectiva, nos sentimos interpelados a reflexionar, además, sobre la muerte y sobre el sentido de la vida (cf. Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 6). La obra de enterrar a los muertos nos hace pensar con firmeza, a los cristianos, que poseemos un futuro. Nuestra vida, en su conjunto, no se acaba en el vacío y en la nada”.

“La Iglesia nos ofrece la oportunidad de enterrar a los muertos en un Cementerio o Campo Santo. De esta forma, el cementerio es tierra bendecida y consagrada a Dios, es un lugar apto para orar por aquellas personas que nos han precedido en el encuentro definitivo con el Señor”.

Hoy día, esto de enterrar a los muertos parece un mandato superfluo porque, de hecho, todos son enterrados. En algunos momentos, como en las guerras, podría ser un mandato muy exigente. Pero sin ir tan lejos, nos podemos encontrar todos los días en la práctica que se está realizando, cada vez con más frecuencia, de la cremación de los cuerpos.

¿Qué dice la Iglesia sobre cremación y cenizas?

"La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo" (Catecismo de la Iglesia Católica # 2301). Pero para los cristianos hay que tener presente:

     a) En los ritos funerarios es preferible que esté presente el cuerpo del difunto, pero pueden celebrarse con los restos incinerados del difunto.

b) A los restos incinerados del difunto deben darse el mismo tratamiento y respeto que se darían al cuerpo humano del cual proceden. Ello implica el uso de un recipiente digno para contener las cenizas y que deben ser sepultados en una fosa o en un mausoleo o en un columbario (nicho).

c) “La práctica de esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el hogar de la familia del difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere para sus miembros. (Orden de Funerales Cristianos, Apéndice No. 2, Incineración, No. 417)”

d) “Esparcir las cenizas responde a un rito pagano, que supuestamente simboliza la unión del muerto con la "gran alma de la madre tierra", y que se opone a la obligación cristiana, establecida por el mismo Señor Jesús, de dar sepultura a los difuntos”.

11.- Resumen.

Hemos hecho un recorrido sobres las obras de misericordia corporales y nos hemos dado cuenta que el campo de nuestra caridad es amplio y variado. Pero buena será ahora hacer un pequeño resumen de todo lo que hemos tratado a base de unas preguntas.

·             ¿Cuáles son las obras de misericordia corporales?
·            ¿Qué texto de la Palabra de Dios nos indica de cómo seremos juzgados?
·           ¿Qué es justicia? ¿Qué es caridad? ¿Qué relación tienen?
·         ¿Las obras de misericordia son únicamente obras de caridad? Se me dice que soy administrador de todo lo que he recibido; por ello debo administrar. ¿El deber responde a un acto de justicia? ¿Sí o no?
·         ¿A qué me obliga dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento?. ¿Por qué? ¿Hasta dónde?
·         Dar posada al necesitado. ¿Quiénes son los necesitados, hoy día? ¿A quién acogemos cuando abrimos las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa?
·         Vestir al desnudo. ¿A qué va unida, muchas veces, la desnudez de la persona? ¿Cómo podemos recuperar la dignidad de las personas?
·         Visitar a los enfermos. ¿Cuál es el mayor sufrimiento de los enfermos? ¿Qué se nos pide a  nosotros a pesar de  los adelantos de la ciencia? ¿Qué otro colectivo de personas entra dentro del campo de enfermos?
·         Socorrer a los presos. ¿Qué indica socorrer a los presos y como debemos hacerlo? ¿Es solo una obra de misericordia para unos pocos? ¿Por qué? ¿Y qué puedo hacer?
·         Enterrar a los muertos. ¿Cuál es la razón de ser una obra de misericordia el enterrar a los muertos? ¿A qué nos lleva el enterrar a los muertos? ¿Cómo debemos actuar cuando se incineran los cuerpos de los difuntos? ¿Por qué?

12.- Retos para nosotros.

¿A qué nos lleva la doctrina de esta enseñanza? ¿Nos sentimos interpelados y dispuestos a actuar? No olvidemos que la clave la tenemos en la compasión de nuestro corazón, que no tiene otro significado que  la disposición de transitar el mismo camino de Jesús que se humillo así mismo haciéndose obediente hasta la muerte para salvarnos. Solamente así podremos ver a Jesús en el hermano necesitado y sufriente.  Y nos sonarán las palabras de Jesús: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40).

13.- Oración.

Señor Jesús, Juez de vivos y muertos, ten misericordia de nosotros cuando nos presentemos ante tu presencia. Para ello, que sepamos verte ahora con misericordia a través del sufrimiento humano y ayúdanos a tener un corazón compasivo para poder atender a todos tus hijos con desprendimiento de corazón y entrega total, por encima de nuestras comodidades; y todo para gloria de Dios Padre. Amén. 


LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU.

Nos hemos dado cuenta de la importancia y necesidad de practicar las obras de misericordia corporales. En la práctica, nos siempre el Señor nos pone en nuestro camino a personas necesitadas, como le sucedió al buen samaritano. No podemos decir lo mismo con la ayuda que podemos y debemos  realizar a través de nuestra intercesión; ella debe ser el pan nuestro de cada día, si tenemos un corazón compasivo. Para eso necesitamos no solo una simple intercesión, sino una intercesión con gran poder para que ella de abundantes frutos. Veámosla.

Intercesión con gran poder.

¿Recuerdas cuando probaste un caldo frío? ¿Hay diferencia con un caldo caliente? Los ingredientes son los mismos. ¿En dónde está la diferencia?  Lo mismo pasa con la intercesión; no es lo mismo interceder con poder que con gran poder.

¿Qué es intercesión?

Interceder es, sencillamente, pedir en favor de otro. En la intercesión el que ora busca “no su propio interés, sino el de los demás” (Fl 2, 4) hasta rogar por los que nos hacen mal. (Catecismo de la Iglesia Católica, #2635). Intercesión viene del latín INTERCEDERE: “INTER” que significa "entre", "participar", "intervenir" y CEDERE que significa "entregarse" " ceder" "inclinarse a”, o ”pagar  el precio de".  Interceder es tanto, como asumir el sufrimiento ajeno haciéndolo nuestro; en otras palabras, es ponerse en la piel del otro, y desde ahí, clamar, gritar.

¿Quién intercede?

Cristo, único mediador entre Dios y los hombres, es el gran Intercesor.
Cristo nos ha dado otro Intercesor (Paráclito, Consolador, Abogado): el Espíritu Santo. En Cristo, todos podemos interceder, especialmente los santos y, entre éstos, la figura primordial de la Madre de Dios: María. Recordar el pasaje de las bodas de Caná.

¿Quiénes estamos llamados a la intercesión? Todo cristiano, sin excepción, al estar incorporados al Cuerpo de Cristo, participamos de su misión;  es decir, somos intercesores en Cristo. Nuestra intercesión es tanto un derecho como un deber. La intercesión es lo que más nos identifica con Cristo.

Todos los cristianos somos, por derecho, intercesores, pero no todos tenemos una llamada especial a la intercesión. Hay que distinguir, pues, entre lo que es la función y lo que es el carisma de la intercesión.  La función la tenemos todos, el carisma lo tienen algunos. No todos los cristianos tienen el carisma de sanación, pero todos tienen la función de imponer las manos y orar por los enfermos.

Por último digamos: La nueva evangelización es imposible sin la intercesión. La intercesión, sobre todo, la que es con gran poder,  es la roca sobre la que se asienta la evangelización.

CONDICIONES NECESARIAS DE UN INTERCESOR.

Principalmente son tres, las actitudes en la vida de un intercesor, para lanzarse a interceder con gran poder.

a)  Adorar. La función del intercesor no es interceder sino ADORAR. Adorar es amar. Amar a Dios sobre todas las cosas. Adorar es "estar con Él". Adorar es elegir "la mejor parte". “María escogió la mejor parte” (cf. Lc 10, 38-42).

b) Buscar el reino de Dios.
Jesús nos dice:“Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).  Buscar su Reino y lo que a Él le agrada: Es la actitud de un verdadero intercesor.

c) Interceder es ceder.
Inter-Ceder quiere decir estar entre una parte y otra para que una de las partes ceda. El intercesor está llamado a ceder “en lugar del pueblo” para que el Señor ceda. ¿Qué podemos ceder para que el Señor ceda? Nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra comida con el ayudo, nuestro bienestar…

Desafío: ¿Nos sentimos con todas las condiciones necesarias para interceder con gran poder? ¿Adoras como prioridad? ¿Buscas la voluntad de Dios? ¿Eres capaz de ceder para que Dios ceda?

PRINCIPIOS CLAVES PARA UNA INTERCESIÓN CON GRAN PODER.

En el caldo frío y en el caldo caliente hay los mismos ingredientes, ¿Dónde está diferencia?  Lo mismo pasa con la intercesión; no es lo mismo interceder con poder que con gran poder. Necesitamos aprender seis principios claves para hacer una oración de intercesión con gran poder. Porque sabemos que no basta interceder, es necesario interceder con gran poder.

a) Promesa. Toda intercesión debe estar fundamentada, apoyada en la Palabra de Dios, en donde encontramos las promesas que Dios nos ha hecho. Él promete y cumple.

Señor, tu dijiste que crea yo y se convertirá toda mi familia; pues esa promesa tuya la estoy esperando. Señor, dijiste que cuando impusiese manos sobre un enfermo se sanaría, pues aquí estamos esperando esa promesa.  Tu dijiste: “Pedid y recibiréis”.

b) Puntual. Hay un refrán que dice: “El que mucho abarca poco aprieta”. ¿Lo conocemos? Así, nuestra intercesión debe ser por puntos. Nuestra intercesión debe ser como la lupa que concentra los rayos del Sol para quemar una hoja. Seamos específicos en lo que pidamos y no genéricos.

c) Positiva. Nuestra oración de intercesión debe ser POSITIVO-CREATIVA. . Si intercedemos por un enfermo, visualicémoslo sano; si oramos por un muerto, visualicémoslo vivo. DEBEMOS PINTAR UN NUEVO CUADRO. La oración de intercesión POSITIVO-CREATIVA tiene fuerza porque así estamos confiando en que el Señor es capaz de cambiar en algo bueno, agradable, positivo, no importa qué situación negativa sea.

d) Perseverante. Nuestra oración de intercesión debe ser perseverante. Mucha oración de intercesión no tiene fuerza porque no es perseverante. Jesús habló de la necesidad de orar siempre y no desmayar. ¿Recordáis la parábola de la viuda que pide justicia y no para hasta que el juez la atiende?  Hay que saber  que la oración con gran poder es eficaz; otra cosa es que nosotros veamos los resultados; no ver los resultados aumenta nuestra fe y evita la ocasión de que nos vanagloriemos.

e) Pureza.
Es imprescindible que nuestra oración de intercesión sea oración hecha con un corazón puro. Hay veces en que nuestra oración de intercesión no tiene pureza de intención. “Y si piden, no lo reciben porque lo piden mal. Pues lo quieren para gastarlo en sus placeres” (Stgo 4, 3). A veces nuestros motivos no son correctos. Nos gusta ver resultados, generalmente para que nos reconozcan.

f) Poder. Muchas oraciones de intercesión son infructuosas por la carencia de poder. No debemos temerle a la palabra “poder”, pues el mismo Jesús antes de ir al cielo nos dijo: “Recibirán PODER, cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo” (He 1, 8).
La fuerza de nuestra oración es el Espíritu Santo, que es quien nos capacita para orar con poder porque Él nos da la certeza de que somos hijos de Dios. El Espíritu Santo nos capacita a orar con poder porque por Él reconocemos que “Jesús es el Señor " y que todo lo que pedimos en su Nombre será hecho.

. CONCLUSIÓN.

¿Queremos interceder con gran poder? Sepamos emplear estos seis principios claves. Pero en realidad, ¿sentimos la necesidad de emplear estos principios? Con todo, los necesitamos  para orar con poder y eficacia.