7.- LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES.
1.- Presentación y cuentito.
2.- Introducción.
No hace mucho, en el domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco nos invitaba a seguir
escribiendo el Evangelio de la misericordia, y así nos decía: “El Evangelio de
la misericordia continúa siendo un libro abierto, donde se siguen escribiendo
los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el
mejor testimonio de la misericordia”. Y añadía: “Todos estamos llamados a ser
escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y
mujer de hoy”. Y para “escribirlo en la vida, busca personas con el corazón
paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio
ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres
que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio”. “Lo podemos hacer
realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el
estilo de vida del cristiano”.
3.- Estas palabras
del Papa Francisco son la mejor introducción al tema de la enseñanza de hoy:
“Las obras de misericordia corporales”. Enseñanza que viene a ser, junto con la
próxima enseñanza, como el colofón de todo este curso sobre la Divina
Misericordia. Durante todo este curso hemos pretendido profundizar, de una
manera sencilla y práctica, en la razón de la Misericordia, sin lo cual no
entenderíamos toda la grandeza de las obras de caridad y mucho menos podríamos
ejercer dicha caridad en el verdadero sentido del evangelio. Porque sabemos,
que con el nombre de caridad, de compasión, se pueden disfrazar diversas formas
de actuar del hombre hacia el prójimo: Ideología, interés, solidaridad humana, sentimentalismo,
etc.
Conocemos que la
verdadera compasión viene proclamada en el segundo mayor mandamiento de la Ley
de Dios: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Y sabemos que amarnos a nosotros
mismos no es otra cosa que una oblación, una entrega amorosa a Aquel que lo ha creado a su imagen. No
podemos tener una verdadera compasión hacia el prójimo, si no lo amamos en
Cristo Jesús.
También sabemos que
la verdadera compasión cristiana significa la disposición de transitar el mismo
camino de Jesús que se humillo así mismo haciéndose obediente hasta la muerte
por salvarnos. La compasión cristiana nos enseña a vivir para otros, dejando a
un lado nuestras comodidades y nuestras pertenencias.
Las obras de
misericordia si no las miramos y sobre todo, si no las vivimos desde esa perspectiva de la compasión
cristiana, nos resultarán siempre extrañas y muy superficiales. Nosotros, ahora
las vamos a estudiar teniendo la mirada fija en las palabras de Jesús: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno
de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40).
Además para poderlos vivir no hay cosa mejor que, tomando los evangelios,
aprender del maestro, y comprender que toda su vida fue pura compasión hacia
todos.
4.- Las obras de misericordia corporales.
¿Recordamos las obras
de misericordia corporales? Ciertamente las aprendimos de niños en el catecismo
y el tiempo se ha encargado de que las olvidemos o las tengamos en una nube de
inconsciencia. Vamos a recordarlas y a memorizarlas.
1. Dar de comer al
hambriento
2. Dar de beber al
sediento
3. Dar posada al
necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los
presos
7. Enterrar a los
muertos
En
este año de la Misericordia mucho se ha hablado de ellas y de su importancia en
la vida cristiana; pero no hay mejor camino para ver la razón de las obras de
misericordia corporales que tomar la Palabra de Dios. Mateo 25, 31 – 46.
(Leerlo).
Si
nos fijamos, todas estas obras de misericordia, menos la última, “enterrar a
los muertos” son la vara, le medida con las que seremos juzgados en el juicio
final. De la práctica de ellas va a depender nuestra felicidad o nuestra
condenación eterna. No es cuestión de bromas.
Vamos
a profundizar en cada una de las obras de misericordia. Pero antes no me
resisto de entrar en el pensamiento del Papa Benedicto XVI, que nos lo
manifiesta en su encíclica “Cáritas in veritate” (Caridad en la verdad).
En
su párrafo 6 nos habla de la caridad y la justicia. “Justicia es dar al otro lo
que es suyo. Caridad es dar, es ofrecer de lo “mío” al otro, La justicia es la
primera vía de la caridad. Por un lado, la caridad exige la justicia, el
reconocimiento de los derechos de los otros. Por otro, la caridad supera la
justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con
relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de
gratuidad, de misericordia y de comunión. Es decir, de la caridad que surge del
amor de Dios.”
Hasta
aquí palabras del Papa Benedicto XVI. Reflexionando sobre estas sabias palabras
y justas verdades, a mí me vino la siguiente pregunta: Practicando las obras de
misericordia, ¿se quedan solo como obras de caridad o son además obras de
justicia? Jesús nos dice que somos meros administradores de los bienes que
hemos recibido. (Mateo 25, 14-30). Y en esta condición, lo que el Señor me ha
dado no debe ser únicamente para mí; con lo que he recibido, como buen
administrador, debo ayudar a los que no tienen, que no es otra cosa que poner a
trabajar los talentos, los dones recibidos para que den sus frutos y así
presentarlos cuando nos pidan cuentas.
A
mi entender, la caridad simple, como acto volitivo, queda pobre. Solo la
justicia, es fría. La caridad cristiana, bien entendida, no es solo un acto de
justicia, sino que “la supera y la completa, siguiendo la lógica de la entrega
y el perdón”, en frase del Papa Benedicto XVI. .
Teniendo
esto claro, veo claramente que las obras de misericordia no son simples actos
de caridad que las realizo según mi voluntad, sino que se convierten en obras
de justicia, es decir, son obligatorias para el cristiano. Si experimentamos y
vivimos con un corazón compasivo (lo que vimos en la enseñanza anterior), la
obligatoriedad de las obras de
misericordia nos resultará de lo más natural.
5.- Las obras de
misericordia corporales.
a) Dar de comer al hambriento
b) Dar de beber al sediento.
Estas
dos obras de misericordia las podemos tomar juntas, pues son complementarias. La
comida y el agua son dos elementos indispensables para la vida y atender a las
personas en esas necesidades es defender la vida, lo vital de la persona
humana. El derecho a la vida, que es don de Dios, está por encima de cualquier
otro derecho. Clama al cielo tanta comida que tiramos a la basura, o que
banqueteamos con comidas excesivas y caras, sin tener en cuenta la hambruna de
muchos que no tienen para la vida. Ante las necesidades de la vida, el corazón
del cristiano tiene que actuar.
A
pesar de nuestra tecnología, y del bienestar de nuestros países, seguimos
teniendo pobres que pasan hambre;
nuestra ayuda es indispensable tanto en alimentos como en dinero. “La limosna
es un aspecto esencial de la misericordia, nos dice el Papa Francisco, y tiene
muchos modos de manifestarse. La limosna es un gesto sincero de amor y de
atención ante quien nos encontramos”. Y
añade las palabras que el anciano Tobías, en el Antiguo Testamento, nos dio: «No apartes tu rostro de ningún pobre,
porque así no apartará de ti su rostro el Señor» (Tb 4,8). (Audiencia
jubilar del día 9 de abril de 2016).
Teniendo
esto presente, digamos que la caridad tanto se puede realizar personalmente
como a través de instituciones de confianza.
¿Hasta
dónde debe llegar nuestra caridad? Dios nos exigirá de acuerdo a lo que nos ha
dado: “A quien mucho se le da, mucho se
le exigirá” (Lc. 12, 48).
Podemos
dar de lo que nos sobra y esto está bien; pero está mucho mejor, dar de lo que
necesitamos nosotros, como lo recordamos en la pobre viuda del evangelio y que
mereció la alabanza de Jesús: Todos dan a
Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir”
(Lc. 21, 1-4).
Recordemos
también la historia que se nos relata en el Antiguo Testamento: la viuda de
Sarepta, en tiempos del Profeta Elías. Ella alimentó al Profeta Elías con lo
último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un tiempo de una hambruna
terrible. Y ¿qué sucedió? Que no se le agotó ni la harina y ni el aceite con
que preparó el pan para el Profeta. (Ver 1 Reyes 17, 7-16).
Finalmente,
es bueno tener en cuenta que muchas veces no sabemos a quién alimentamos. “El Señor se le apareció a Abraham” quien
lo vio a través de tres hombres, los cuales le anunciaron el nacimiento de su
hijo Isaac en menos de un año, después de atenderlos con toda solicitud (Gn.
19, 1-21)
Los escritoristas ven en los tres hombres ¡nada menos! que a la Santísima
Trinidad y otros piensan que eran tres ángeles.
Sobre
dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana
a quien el Señor le pide de beber. (Ver Jn. 4, 1-45)
Para
terminar este punto, tengamos siempre presentes en nuestra vida las palabras
del Señor: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35).
6.- Dar posada al
necesitado
Al
tratar esta obra de misericordia, el primer pensamiento que viene a la mente es
el relato de Lucas (2, 6 y 7): “Mientras
estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había
sitio para ellos en la posada”.
En
la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por
lo complicado y arriesgado de las travesías y por falta de hoteles. No es el
caso hoy en día. Pero, aún así, hoy se nos presentan los emigrantes, los
refugiados; ellos se merecen nuestra acogida porque están lejos de sus casas,
de sus familias, de sus conocidos y se ven abandonados. Es un drama espantoso. Ante
lo difícil y complejo que resulta el problema tan diverso de los refugiados en
Europa, por encima de la mirada de los gobiernos, el cristiano tiene el deber
de apoyar moralmente toda acción positiva en su favor. Como lo ha hecho el Papa
Francisco el 16 de abril visitando los campos de refugiados de Grecia.
“Dar posada al peregrino” también significa y
es una llamada concreta a la “buena acogida”, a propiciar día a día actitudes
de comprensión, reconocimiento, ayuda fraterna humana y cristiana. “Acoger al
otro, nos dice además el Papa en su mensaje,
es acoger a Dios en persona”. Pidámosle a Él que, ante tantas realidades
que necesitan “posada”, nos abra los ojos y el corazón.
En
muchas circunstancias, principalmente con inmigrantes, no estaría de más,
proveerlos de una vivienda si hay disponibilidad. No se trata de recibir en
nuestra casa por pura hospitalidad de amistad o familia, sino por alguna verdadera
necesidad. El Señor, en nuestra familia, nos abrió el corazón hacia hermanos
desconocidos pero necesitados y así les abrimos nuestra casa, acogiéndolos como
verdaderos hijos; la experiencia fue maravillosa y no se puede explicar, no
tanto por la respuesta que recibimos (hubo de todo) sino porque sentimos que lo
hacíamos por el Señor.
Cuando
abramos nuestra casa, nosotros no sabemos a quién ayudamos. San Pablo nos
recuerda: “No dejen de practicar la
hospitalidad, pues algunos dieron alojamiento a Ángeles sin saberlo” (Hb.
13, 2).
7.- Vestir al
desnudo.
En nuestra sociedad
occidental no es fácil ver a personas desnudas y faltas de ropa y parecería
fuera de lugar esta misericordia. Pero la realidad, hoy día, en muchos países
no es la misma. Ante la pobreza en que viven, el vestirse queda en segundo
plano y andan con cuatro harapos; y su necesidad es perentoria. Con la desnudez
va unida, muchas veces, la pérdida de la dignidad como persona.
Sin llegar a ese extremo, también en nuestras
ciudades encontramos necesidades, principalmente entre inmigrantes. Vestir al
desnudo es algo más que dar nuestra ropa sobrante a Cáritas; vestir al desnudo
se convierte en la obra de ayudar a
recuperar la dignidad a muchas personas. Vestir al desnudo exige un profundo
respeto hacia la persona necesitada. Copiando el slogan de una Cáritas podemos
decir: No solo hay que vestir al desnudo, sino que hay que revestir a la
persona con el valor humano que tiene como criatura de Dios.
Esta obra de
misericordia se nos facilita con las recolecciones de ropa que se hacen en
Parroquias y otros centros de recolección. Recordar que, aunque demos ropa
usada, no es dar lo que está ya como para convertir en trapos de limpieza. En
esto también podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también
podemos dar de lo que aún es útil y también
lo que más nos guste.
8.- Visitar al enfermo.
“En la antigüedad era
común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los
pueblos. Durante la Edad Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y
epidemias fue convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para
gente herida o gravemente enferma. Hoy existen innumerables hospitales y
clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece algún mal”.
A pesar de todos los
adelantos técnicos, siguen habiendo enfermos y hay mucho sufrimiento. Pero
existe un sufrimiento superior a la misma enfermedad, es el sufrimiento de la
soledad y de la indiferencia. Y todavía peor, la soledad de aquellas personas,
cada vez más abundantes, que son abandonadas por sus familias en hospitales, en
casas de la tercera edad, en hospicios, en residencias… ¡Cuánto dolor hay en
los ancianos que para muchos de sus familiares son un estorbo y son
abandonados! ¡No digamos en los países en donde se establece la eutanasia!
La obra de misericordia,
visitar a los enfermos, cada vez se hace más acuciante. No se trata de visitas
sociales. Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto
en cuidados físicos como en compañía. Jesucristo tuvo una predilección hacia
todos los que sufrían, El cristiano, a imitación suya, no puede abandonar a
todas esas personas, principalmente las más abandonadas, ofreciéndose
visitarlas y acompañarlas, dándoles el aliento que tanto necesitan. “A veces
basta una llamada, una simple palabra para hacer más ligero el peso de quien
sufre”.
En el mundo egoísta
de hoy es necesario levantar una gran voz para decirle que no somos
indiferentes, que nos importan los demás, los más débiles y a los que la
sociedad los tiene como seres de descarte. Además, “el dolor ajeno nos hace más
humanos, más sensibles y nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de
la vida que Dios cada día nos regala”.
El
acto de visitar a los enfermos tiene un efecto extraordinario en nosotros; nos
ayuda a salir de nosotros mismos por unos momentos para entregarnos a servir a
los demás, y ahí, en esos rostros pálidos y quizás desesperados, ver el rostro
de Jesús.
9.- Socorrer a los presos.
La prisión como
castigo es tan antigua como la historia del hombre. Todas las naciones las
tienen con peores o mejores condiciones
de vida para la dignidad humana. Si bien la cárcel estaría diseñada para
la reinserción de los presos en la sociedad, en la práctica y en muchos de los
casos, los problemas que crea son mayores que los que intenta resolver.
Una cárcel no es, por
definición, la clase de lugar al que una persona va voluntaria y gustosamente,
porque tiene un entorno que parece muy agresivo para una persona normal. En las
cárceles hay gente de todo; pero sobre todo hay pobreza material e indigencia
afectiva, espiritual y psicológica.
Socorrer a los presos
no es otra cosa que “llevar la misericordia de Dios, su amor que es más fuerte
que todos nuestros delitos, y la dignidad que nos da ser hijos de Dios a personas
que no
han sabido lo que es ser amados, que se dan por perdidos o que pensaban que
nadie podría perdonarles”. Los
voluntarios de las cárceles son testigos
de lo que la Misericordia de Dios es
capaz de realizar en un corazón que se entrega: restaura su vida, devuelve
esperanza, sana heridas y adicciones, hace madurar y ver que todo acto tiene
consecuencias, y levanta la mirada del que siente vergüenza.
No siempre es posible
socorrer personalmente a los presos, dada la legislación de muchos países, pero
siempre el Señor nos puede poner en el camino a expresos que puedan necesitar
de nuestra ayuda. Además siempre cabe la posibilidad de colaborar en la entrega
de libros y regalos que promueven los voluntarios de las cárceles. Y no olvidar
nunca que con nuestra oración efectiva y compasiva podemos penetrar en las
cárceles para que el Espíritu de Dios se derrame en todos los presos, sean de
la condición que sean. De la misma manera que Cristo resucitado entraba en la
casa de los discípulos para llevarles su paz, estando las puertas cerradas, así
puede entrar en las cárceles de todo el mundo a través de nuestra oración.
10.- Enterrar a los muertos.
En Israel ser privado
de sepultura era visto como un mal horrible (cf. Sal 79,2 y 3) que formaba
parte del castigo con el que se amenazaba a los impíos. El Antiguo Testamento
nos presenta a Tobit, un fiel israelita
deportado a Nínive; por piedad se dedicó a enterrar a los israelitas muertos,
haciéndolo de noche. Por ello tuvo que esconderse y huir porque lo querían
matar. Incluso en una ocasión dejó su comida preparada, para esconder y
enterrar de noche a un israelita. La Palabra dice de él: “En tiempos de Salmanasar hice muchas buenas obras a mis hermanos de
raza: procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno
de mi raza fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba.” (Tob 1,16s.).
El evangelista Juan
nos relata que, una vez muerto Jesús, José de Arimatea se presentó a Pilato y
le pidió el cuerpo de Jesús para enterrarlo, ciertamente para que no quedase el
cuerpo en la cruz; además, facilitó un sepulcro de su propiedad en el cual
nadie había sido enterrado. Y también participó Nicodemo, quien ayudó a
sepultarlo (Juan 19, 38,42).
¿De qué sirve la
misericordia con el cuerpo, cuando uno ya está muerto? ¿Por qué la Iglesia dice
que enterrar a los difuntos es una obra de misericordia? ¿Por qué es importante
dar digna sepultura al cuerpo humano?
Por que el cuerpo
humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. S. Pablo lo dice claramente: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo que habéis recibido de Dios?” (1 Cor 6, 19).
“Enterrar a los
muertos es una obra de misericordia corporal que posee una fuerte dimensión
espiritual porque implica, necesariamente, el acto de rezar por los difuntos.
Desde esta perspectiva, nos sentimos interpelados a reflexionar, además, sobre
la muerte y sobre el sentido de la vida (cf. Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 6). La
obra de enterrar a los muertos nos hace pensar con firmeza, a los cristianos,
que poseemos un futuro. Nuestra vida, en su conjunto, no se acaba en el vacío y
en la nada”.
“La Iglesia nos
ofrece la oportunidad de enterrar a los muertos en un Cementerio o Campo Santo.
De esta forma, el cementerio es tierra bendecida y consagrada a Dios, es un
lugar apto para orar por aquellas personas que nos han precedido en el
encuentro definitivo con el Señor”.
Hoy día, esto de
enterrar a los muertos parece un mandato superfluo porque, de hecho, todos son
enterrados. En algunos momentos, como en las guerras, podría ser un mandato muy
exigente. Pero sin ir tan lejos, nos podemos encontrar todos los días en la
práctica que se está realizando, cada vez con más frecuencia, de la cremación
de los cuerpos.
¿Qué dice la Iglesia sobre cremación y cenizas?
"La Iglesia
permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la
resurrección del cuerpo" (Catecismo de la Iglesia Católica # 2301). Pero
para los cristianos hay que tener presente:
a) En los ritos funerarios es preferible que esté presente el cuerpo del difunto, pero pueden celebrarse con los restos incinerados del difunto.
b) A los restos incinerados del difunto deben darse el mismo tratamiento y respeto que se darían al cuerpo humano del cual proceden. Ello implica el uso de un recipiente digno para contener las cenizas y que deben ser sepultados en una fosa o en un mausoleo o en un columbario (nicho).
c) “La práctica de esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el hogar de la familia del difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere para sus miembros. (Orden de Funerales Cristianos, Apéndice No. 2, Incineración, No. 417)”
d) “Esparcir las cenizas responde a un rito pagano, que supuestamente simboliza la unión del muerto con la "gran alma de la madre tierra", y que se opone a la obligación cristiana, establecida por el mismo Señor Jesús, de dar sepultura a los difuntos”.
b) A los restos incinerados del difunto deben darse el mismo tratamiento y respeto que se darían al cuerpo humano del cual proceden. Ello implica el uso de un recipiente digno para contener las cenizas y que deben ser sepultados en una fosa o en un mausoleo o en un columbario (nicho).
c) “La práctica de esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el hogar de la familia del difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere para sus miembros. (Orden de Funerales Cristianos, Apéndice No. 2, Incineración, No. 417)”
d) “Esparcir las cenizas responde a un rito pagano, que supuestamente simboliza la unión del muerto con la "gran alma de la madre tierra", y que se opone a la obligación cristiana, establecida por el mismo Señor Jesús, de dar sepultura a los difuntos”.
11.- Resumen.
Hemos hecho un
recorrido sobres las obras de misericordia corporales y nos hemos dado cuenta
que el campo de nuestra caridad es amplio y variado. Pero buena será ahora
hacer un pequeño resumen de todo lo que hemos tratado a base de unas preguntas.
· ¿Cuáles
son las obras de misericordia corporales?
· ¿Qué
texto de la Palabra de Dios nos indica de cómo seremos juzgados?
· ¿Qué
es justicia? ¿Qué es caridad? ¿Qué relación tienen?
·
¿Las
obras de misericordia son únicamente obras de caridad? Se me dice que soy
administrador de todo lo que he recibido; por ello debo administrar. ¿El deber
responde a un acto de justicia? ¿Sí o no?
·
¿A
qué me obliga dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento?. ¿Por qué?
¿Hasta dónde?
·
Dar
posada al necesitado. ¿Quiénes son los necesitados, hoy día? ¿A quién acogemos
cuando abrimos las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa?
·
Vestir
al desnudo. ¿A qué va unida, muchas veces, la desnudez de la persona? ¿Cómo
podemos recuperar la dignidad de las personas?
·
Visitar
a los enfermos. ¿Cuál es el mayor sufrimiento de los enfermos? ¿Qué se nos pide
a nosotros a pesar de los adelantos de la ciencia? ¿Qué otro
colectivo de personas entra dentro del campo de enfermos?
·
Socorrer
a los presos. ¿Qué indica socorrer a los presos y como debemos hacerlo? ¿Es
solo una obra de misericordia para unos pocos? ¿Por qué? ¿Y qué puedo hacer?
·
Enterrar
a los muertos. ¿Cuál es la razón de ser una obra de misericordia el enterrar a
los muertos? ¿A qué nos lleva el enterrar a los muertos? ¿Cómo debemos actuar
cuando se incineran los cuerpos de los difuntos? ¿Por qué?
12.- Retos para nosotros.
¿A qué nos lleva la
doctrina de esta enseñanza? ¿Nos sentimos interpelados y dispuestos a actuar?
No olvidemos que la clave la tenemos en la compasión de nuestro corazón, que no
tiene otro significado que la
disposición de transitar el mismo camino de Jesús que se humillo así mismo haciéndose
obediente hasta la muerte para salvarnos. Solamente así podremos ver a Jesús en
el hermano necesitado y sufriente. Y nos
sonarán las palabras de Jesús: Os aseguro
que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo
hicisteis” (Mateo 25, 40).
13.- Oración.
Señor Jesús, Juez de
vivos y muertos, ten misericordia de nosotros cuando nos presentemos ante tu
presencia. Para ello, que sepamos verte ahora con misericordia a través del
sufrimiento humano y ayúdanos a tener un corazón compasivo para poder atender a
todos tus hijos con desprendimiento de corazón y entrega total, por encima de nuestras comodidades; y todo para gloria de Dios Padre. Amén.
LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU.
Nos hemos dado cuenta
de la importancia y necesidad de practicar las obras de misericordia corporales.
En la práctica, nos siempre el Señor nos pone en nuestro camino a personas
necesitadas, como le sucedió al buen samaritano. No podemos decir lo mismo con
la ayuda que podemos y debemos realizar
a través de nuestra intercesión; ella debe ser el pan nuestro de cada día, si
tenemos un corazón compasivo. Para eso necesitamos no solo una simple
intercesión, sino una intercesión con gran poder para que ella de abundantes
frutos. Veámosla.
Intercesión con gran poder.
¿Recuerdas
cuando probaste un caldo frío? ¿Hay diferencia con un caldo caliente? Los
ingredientes son los mismos. ¿En dónde está la diferencia? Lo mismo pasa con la intercesión; no es lo
mismo interceder con poder que con gran poder.
¿Qué
es intercesión?
Interceder es,
sencillamente, pedir en favor de otro. En la intercesión el que ora busca “no
su propio interés, sino el de los demás” (Fl 2, 4) hasta rogar por los que nos
hacen mal. (Catecismo de la
Iglesia Católica , #2635). Intercesión viene del latín
INTERCEDERE: “INTER” que significa "entre", "participar",
"intervenir" y CEDERE que significa "entregarse" "
ceder" "inclinarse a”, o ”pagar
el precio de". Interceder es
tanto, como asumir el sufrimiento ajeno haciéndolo nuestro; en otras palabras,
es ponerse en la piel del otro, y desde ahí, clamar, gritar.
¿Quién
intercede?
Cristo, único mediador entre
Dios y los hombres, es el gran Intercesor.
Cristo nos ha dado otro
Intercesor (Paráclito, Consolador, Abogado): el Espíritu Santo. En Cristo, todos podemos interceder, especialmente
los santos y, entre éstos, la figura primordial de la Madre de Dios: María.
Recordar el pasaje de las bodas de Caná.
¿Quiénes
estamos llamados a la intercesión? Todo cristiano, sin
excepción, al estar incorporados al Cuerpo de Cristo, participamos de su
misión; es decir, somos intercesores en
Cristo. Nuestra intercesión es tanto un derecho como un deber. La intercesión
es lo que más nos identifica con Cristo.
Todos los cristianos somos,
por derecho, intercesores, pero no todos tenemos una llamada especial a la intercesión. Hay
que distinguir, pues, entre lo que es la función y lo que es el carisma de la
intercesión. La función la tenemos
todos, el carisma lo tienen algunos. No todos los cristianos tienen el carisma
de sanación, pero todos tienen la función de imponer las manos y orar por los
enfermos.
Por último digamos: La nueva
evangelización es imposible sin la intercesión. La intercesión, sobre todo, la que es
con gran poder, es la roca sobre la que
se asienta la evangelización.
CONDICIONES
NECESARIAS DE UN INTERCESOR.
Principalmente son tres, las
actitudes en la vida de un intercesor, para lanzarse a interceder con gran
poder.
a) Adorar. La función del
intercesor no es interceder sino ADORAR. Adorar es amar. Amar a Dios sobre todas las cosas.
Adorar es "estar con Él". Adorar es elegir "la mejor
parte". “María escogió la mejor
parte” (cf. Lc 10, 38-42).
b) Buscar el reino de Dios.
Jesús nos dice:“Busquen primero el Reino de Dios y su
justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33). Buscar su Reino y lo que a Él le agrada: Es
la actitud de un verdadero intercesor.
c) Interceder es ceder.
Inter-Ceder quiere decir estar entre una parte y otra
para que una de las partes ceda. El intercesor está llamado a ceder “en lugar
del pueblo” para que el Señor ceda. ¿Qué podemos ceder para que el Señor ceda?
Nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra comida con el ayudo, nuestro bienestar…
Desafío: ¿Nos sentimos con todas las condiciones necesarias
para interceder con gran poder? ¿Adoras como prioridad? ¿Buscas la voluntad de
Dios? ¿Eres capaz de ceder para que Dios ceda?
PRINCIPIOS CLAVES PARA UNA
INTERCESIÓN CON GRAN PODER.
En el caldo frío y en el caldo caliente hay los mismos
ingredientes, ¿Dónde está diferencia? Lo
mismo pasa con la intercesión; no es lo mismo interceder con poder que con gran
poder. Necesitamos aprender seis principios claves para hacer una oración de
intercesión con gran poder. Porque sabemos que no basta interceder, es
necesario interceder con gran poder.
a) Promesa. Toda intercesión debe estar fundamentada, apoyada en
la Palabra de Dios, en donde encontramos las promesas que Dios nos ha hecho. Él
promete y cumple.
Señor, tu dijiste que crea yo y se convertirá toda mi
familia; pues esa promesa tuya la estoy esperando. Señor, dijiste que cuando
impusiese manos sobre un enfermo se sanaría, pues aquí estamos esperando esa
promesa. Tu dijiste: “Pedid y
recibiréis”.
b) Puntual. Hay un refrán que dice: “El que mucho abarca poco
aprieta”. ¿Lo conocemos? Así, nuestra intercesión debe ser por puntos. Nuestra
intercesión debe ser como la lupa que concentra los rayos del Sol para quemar
una hoja. Seamos específicos en lo que pidamos y no genéricos.
c) Positiva. Nuestra oración de intercesión debe ser
POSITIVO-CREATIVA. . Si intercedemos por un enfermo, visualicémoslo sano; si
oramos por un muerto, visualicémoslo vivo. DEBEMOS PINTAR UN NUEVO CUADRO. La
oración de intercesión POSITIVO-CREATIVA tiene fuerza porque así estamos
confiando en que el Señor es capaz de cambiar en algo bueno, agradable,
positivo, no importa qué situación negativa sea.
d) Perseverante. Nuestra oración de intercesión debe ser perseverante.
Mucha oración de intercesión no tiene fuerza porque no es perseverante. Jesús
habló de la necesidad de orar siempre y no desmayar. ¿Recordáis la parábola de la viuda que pide justicia y no para
hasta que el juez la atiende? Hay que
saber que la oración con gran poder es
eficaz; otra cosa es que nosotros veamos los resultados; no ver los resultados
aumenta nuestra fe y evita la ocasión de que nos vanagloriemos.
e) Pureza.
Es imprescindible que nuestra
oración de intercesión sea oración hecha con un corazón puro. Hay veces en que
nuestra oración de intercesión no tiene pureza de intención. “Y si piden, no lo reciben porque lo piden mal. Pues lo quieren para
gastarlo en sus placeres” (Stgo 4, 3). A veces nuestros motivos no son
correctos. Nos gusta ver resultados, generalmente para que nos reconozcan.
f) Poder. Muchas oraciones de intercesión son infructuosas por
la carencia de poder. No debemos temerle a la palabra “poder”, pues el mismo
Jesús antes de ir al cielo nos dijo: “Recibirán
PODER, cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo” (He 1, 8).
La fuerza de nuestra oración es
el Espíritu Santo, que es quien nos capacita para orar con poder porque Él nos
da la certeza de que somos hijos de Dios. El Espíritu Santo nos capacita a orar
con poder porque por Él reconocemos que “Jesús es el Señor " y que todo lo
que pedimos en su Nombre será hecho.
. CONCLUSIÓN.
¿Queremos interceder con gran
poder? Sepamos emplear estos seis principios claves. Pero en realidad,
¿sentimos la necesidad de emplear estos principios? Con todo, los
necesitamos para orar con poder y
eficacia.