- 13 - Esa permanente molestia de la dispersión
Algunas personas religiosas tienen como ideal el alcanzar un estado de paz donde nada les moleste, porque creen que esta vida en la tierra es una copia imperfecta del cielo, donde no hay perturbación alguna; y por lo tanto habría que buscar por todos los medios que esta vida se parezca cada vez más a esa calma celestial. Pero la cosa no es así.
Esta vida no se entiende comparándola con el cielo, porque tiene sus características propias que Dios ha querido. De manera que no todo consiste en imitar la perfección celestial (que será plena actividad y reposo feliz al mismo tiempo). Si bien el cielo es descanso y adoración, esta vida no es simplemente una copia imperfecta de la gloria; es también una etapa que tiene características propias: cambios, cosas imprevistas, personas inoportunas, etc.
Y así como un niño está llamado a la vida adulta, pero no debe copiar en su niñez las características del adulto sino ser plenamente niño, del mismo modo, aunque estemos llamados a la plenitud del cielo, debemos vivir esta etapa en la tierra como lo que es: un proceso histórico que necesariamente requiere un «empeño» amoroso frente a los desafíos, una donación activa para construir una historia que siempre presenta provocaciones nuevas. (41).
Por eso, en la vida cotidiana actual no tenemos que luchar contra todo lo que nos distraiga o perturbe nuestra calma. Al contrario, se hace necesario aceptar la dispersión inevitable y darle un sentido; ya que, en el mundo de hoy, vivir luchando contra la dispersión pretendiendo un cielo en la tierra, es exponerse a vivir irritado y a la defensiva. Es como patear un aguijón. Es gastar las energías tratando de evitar algo que es inevitable. Por eso, conviene más bien buscar la manera de «integrar» adecuadamente la dispersión en nuestro proyecto de vida:
“Lo cotidiano, lo que cada día puede sobrevenir, es lo no previsto, lo desconcertante, lo múltiple, el riesgo de fragmentación interior.
Si pudiéramos caer en la cuenta de que toda esa multiplicidad y dispersión cotidiana constituye el acontecer de la historia de nuestra pequeña historia, acontecer que no nos sobreviene anónimamente, sino al que Dios nos envía y en el que nos mete y nos inserta, es decir, nos compromete cotidianamente. Entonces podríamos tal vez convertirlo en vivencia personal de la voluntad de Dios, que recogida por nuestro amor a Él, nos sostuviera y nos unificara en las profundas raíces de nuestra vida interior, en el cruce profundo de nuestro vivir, aun cuando en la superficie, el viento de la multiplicidad siguiera dispersando las olas en todo sentido y aparente contrasentido» (42).
Entonces, conviene levantarse por la mañana aceptando de entrada que durante el día habrá cosas que nos distraigan de nuestros planes: imprevistos, novedades que nos sacarán de nuestros esquemas, molestias, etc.
Por eso es bueno, al levantarse, hacer aunque sea un breve momento de oración consistente en un acto de amor a Dios, y ofrecerle a Él desde el comienzo todas las tensiones, imprevistos y momentos indeseables que puedan aparecer en el día.
Podemos levantarnos pidiéndole al Señor que las sensaciones negativas que broten sean un modo de asociarse a la pasión de Cristo y se hagan misteriosamente fecundas. Así, cuando lleguen esos momentos que nunca faltan, los recibiremos con una disposición interior más serena, hasta con una sonrisa tolerante. y de ese modo podremos integrarlos en nuestro ideal de vida; podremos darles un sentido positivo a favor de nuestra opción existencial.
También es útil, si se trata de una dificultad permanente, pedir todos los días el don de una mayor libertad interior. El solo hecho de pedir esa libertad hará que, con la gracia de Dios, se vaya despertando el deseo de ser más libres frente a los propios esquemas y planes, y que estemos dispuestos a asumir y enfrentar lo que no teníamos previsto.
Una “espiritualidad de la dispersión” propia de los caminantes contingentes que somos, nos protege de un dañino ensimismamiento que enferma profundamente nuestra disponibilidad ante los demás y ante la vida. Mirada con buenos ojos, la dispersión que nos molesta está llena de posibilidades, de propuestas inexploradas que nos invitan a liberarnos de esquemas monolíticos y anticuados:
«¿No miramos quizá los varios acontecimientos de la vida a menudo como interrupciones, grandes o pequeñas, que estropean nuestros planes, nuestros proyectos, nuestros diseños de vida? ¿No protestamos interiormente cuando alguien interrumpe nuestra lectura, el mal tiempo nuestro verano, la enfermedad nuestros proyectos bien elaborados...? ¿y si las interrupciones fuesen oportunidades, si nos desafiaran a una respuesta interior que se traduzca en un crecimiento, haciéndonos alcanzar la plenitud del ser?» (43).
Es tan propio del hombre y sus proyectos estar limitados por las circunstancias, que el mismo Hijo de Dios, al hacerse hombre, estuvo sometido a esos límites.
¿Entonces alguien podría pretender vivir sin ellos? La «conciencia serena de la dispersión inevitable» es aceptarnos de modo realista como constructores de historia, con todo lo que implica de renuncia al propio tiempo, de disponibilidad, de encuentro con el diferente, de enfrentamiento con el que nos cuestiona, de cansancios, y también de errores, fracasos y caídas que Dios mismo utiliza para construir lo que debemos llegar a ser:
«¿En qué quedaría la santidad de nuestros santos si quitáramos toda su historia humana de esfuerzos, cansancios, caídas, tentaciones, crisis, de pequeños pasos adelante casi imperceptibles, momentos de entusiasmo y de intimidad con Dios y de descenso a los infiernos, de visiones en el séptimo cielo y desconcertante experiencia de su propia debilidad?»(44).
No podemos vivir esta realidad histórica de nuestra vida como un peso pasajero que hay que soportar, sino como el apasionante desafío que Dios ha querido proponernos. Él amó crearnos como caminantes.
Si Dios nos creó en el tiempo y la historia es porque hay un proyecto histórico que realizar. Si no fuera así, nos habría creado directamente en el estado glorioso, sin interrupciones molestas y sin cosas imprevistas que nos cambien los planes.
Tocados por su gracia, y sabiéndonos amados, somos invitados a una respuesta constructiva, a un crecimiento incesante, a una preciosa misión que Dios espera que realicemos en medio de todos los pequeños desafíos, imprevistos y dificultades de cada día.
Conviene entonces desarrollar una «mística de la dispersión, para vivirla con un sentido profundo, y hasta con pasión, como lo sugiere con belleza este famoso texto de Chiara Lubich:
“ Este es el gran atractivo del tiempo moderno: sumergirse en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos, hombre entre los hombres. Diría más todavía: perderse en la muchedumbre para informarla de lo divino ,como se empapa la migaja de pan en el vino. Y diría todavía más, hacernos partícipes de los designios de Dios sobre la humanidad, trazando sobre la multitud estelas de luz; pero al mismo tiempo, compartir con el prójimo la deshonra, el hambre, los golpes, las breves alegrías” (45)
Así como Dios, al hacerse hombre, entró en esta historia hasta el fondo, compartiendo con nosotros esta vida llena de exigencias, cambios, novedades, dificultades inesperadas, todos estamos llamados a introducirnos plenamente en el mundo que nos toca vivir, sin pretender escapar encerrándonos en una campana de cristal.
Estamos llamados a «enamorarnos» de esta época nuestra, caótica y dispersa, apasionándonos por esta sociedad cambiante donde Dios nos ha puesto, con todas sus molestias y desafíos, con todas sus exigencias y posibilidades.
Camino personal 13
Recuerda las distracciones, interrupciones, imprevistos que más te molestan.
¿y si por un momento miras esas cosas como llamadas de Dios para que entres de lleno en la vida del mundo, para que te entregues con mayor disponibilidad a los demás, para que reflejes el rostro paciente de Jesús a este mundo desafiante?
¿y si te enamoras de esa dispersión» que te saca del tus esquemas y planes, y te introduces en ella con toda tu pasión?
NOTAS
(41) Tema más ampliamente desarrollado en V M. FERNÁNDEZ, Actividad, espiritualidad y descanso, o.c., 123-141.
(42) L. GERA, Caridad pastoral y unidad de vida, Pastores 4 ( 1995) 18.
(43) H.J.M. NOUWEN, Abriéndonos. Buenos Aires 1994.48-49.
(44) A CENCINI. Por amor, con amor, en el amor, Atenas, Madrid 19982, 846.
(45) C. LUBICH, El fuego de la unidad, Buenos Aires 1998, 128.