LA
DIVINA MISERICORDIA.
1.-
La Misericordia de Dios.
1.- Saludos y cuentito:
2.- Al dar comienzo a
este curso o serie de retiros sobre la Divina Misericordia, el Espíritu nos
lleva al capítulo 17 de los Hechos (v.22 y23). Pablo se encuentra en Atenas,
una “ciudad sumida en la idolatría”. Estando en medio del Areópago, lugar en
donde los atenienses discutías sobre todas las novedades que llegaban, “Pablo, de pié, en medio del areópago, dijo:
Atenienses, he observado que sois extremadamente religiosos. En efecto, al
recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado un altar en el que está
escrito: Al dios desconocido. Pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo
que yo os anuncio”.
Hoy, nosotros, nos
encontramos en una sociedad parecida a la de Atenas, idólatra: es el culto a
nuestros instintos, el culto a cualquier ideología que nos ofrecen, el culto a
tantos personajes de la tele, el culto a nuestro yo. Y ciertamente, en medio de
todo esto, también tendremos un altar al dios desconocido; en medio de nuestra
vorágine, hay un anhelo de algo que desconocemos y que buscamos en medio de la
obscuridad en que nos encontramos.
Y ese dios desconocido
¿no será la Divina Misericordia, que el Papa Francisco viene a hablarnos con
este año santo que ha establecido, como un nuevo Pablo en medio del areópago
pagano en que nos encontramos?
“Siempre tenemos
necesidad de contemplar el misterio de la misericordia”, nos dice el Papa. Y
añade:”Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra
salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima
Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a
nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habla en el corazón
de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el
camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque
abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite
de nuestro pecado”. (Bula de convocatoria del Jubileo extraordinario de la
Misericordia).
Siguiendo el deseo y el
ejemplo del Papa Francisco, el pablo de nuestro tiempo, en el día de hoy damos
comienzo a esta serie de enseñanzas sobre la Divina Misericordia. Hace meses
que lo estoy preparando, pero sobre todo, intentando vivirlo, y os garantizo
que es alucinante. Es entrar en el mismo corazón de Dios. En nuestra pequeñez
nos resulta imposible captar toda su grandeza, pero el mero hecho de pretender
entrar en el Divino corazón, eso nos embriaga y nos transforma.
A diferencia del año
pasado, el tema de la Divina Misericordia más bien nos pide que las enseñanzas
tengan un aire de retiro espiritual. Así intentaremos hacerlo y así procuremos
todos vivirlo. Tengo la plena seguridad que nos ayudarán enormemente en nuestra
vida espiritual.
Además, a cada
enseñanza le añadiremos el resumen de un carisma que vimos el año pasado, y que
será como la práctica de lo que estamos diciendo. Por ello, tal vez sea necesario
ampliar el tiempo de las enseñanzas a dos horas y media, si no hay
inconvenientes.
El temario de todo este
curso será el siguiente:
1.-
La Misericordia de Dios.
2.-
La misericordia de Dios manifestada en Jesús.
3.-
La misericordia de Dios hacia nosotros.
4.-
Respuesta del hombre a la misericordia de Dios.
5.-
Las bienaventuranzas.
6.-
Nuestra misericordia hacia los demás.
7.-
Las obras de misericordia corporales.
8.-
Las obras de misericordia espirituales.
Debo aclarar de
antemano, que si bien deseamos profundizar en cada uno de estos aspectos de la
Divina Misericordia, nos vamos a encontrar que se entrelazan tanto entre sí,
que parecería que siempre hablamos lo mismo. Viene a resultar muy parecido al
estudio que quisiéramos hacer sobre un tejido; cada vez que examinásemos un
hilo de ese tejido nos encontraríamos que está tan entrelazado unos hilos con
otros que parecería que damos vuelta siempre sobre lo mismo, porque en realidad
todos están en relación al tejido.
Empecemos, pues, con el
primer tema, pero antes tengamos siempre presentes unas palabras de S. Agustín:
“Que calle, que no se lance a alabar a Dios el que no está dispuesto a ver,
ante todo, sus misericordias”.
3.-
LA MISERICORDIA DE DIOS.
Para llegar a comprender
mejor la misericordia de Dios, antes debemos conocer quién es Dios.
S. Juan (1 Jn 4, 8 y 16) nos dice: “Dios es amor”. El
Señor no cesa de amar, porque para cesar de amar tendría que dejar de ser Él
mismo. Dios no tiene nombre; solo sabemos que es el que Es (así se lo dijo a
Moisés), el que existe sin ser creado. Y por su manifestación, podemos decir
con S. Juan, que Dios es amor. Toda la creación es un acto de amor de Dios. El
Concilio Vaticano I nos dice: “Dios, por libérrimo designio, para comunicar su
bondad infinita, creó el Mundo”. Nosotros somos fruto del amor de Dios. El amor, nos dicen los teólogos, es
comunicable, es darse, es transmitir gratuitamente a otro lo que uno tiene.
Toda la creación es
fruto del amor de Dios; el universo entero es fruto de su amor. Dios no creo el
mundo para Él; lo hizo porque quiso compartir la gloria de su amor y las
bendiciones del cielo con criaturas semejantes a Él. Lo hizo porque Él es amor.
Y no solo lo creó, sino que, además, lo mantiene para que nosotros veamos ese
amor de Dios en esa naturaleza que se desarrolla; cuando yo contemplo una
planta, un rosal, por ejemplo, y veo como esos tallos crecen y salen rosas
exquisitas, es Dios que me comunica su amor, manifestándome su grandeza y
perfección.
En particular, el ser
humano, como corona de la creación, es fruto del amor de Dios, al crearlo a su
imagen y semejanza. No tenía por qué hacerlo, pero lo hizo así. Lo hizo capaz
de amar y sentir ser amado; poder tener un contacto con su Creador, poderse comunicar
con Él y saborear su presencia en su vida.
En la Palabra continuamente
leemos: Te amo, nos dice el Señor, desde toda la eternidad: te llevo tatuado en
la palma de mi mano. Y resalta: Ama a su pueblo más que un esposo a su esposa. “Como un joven se casa con su novia, así se
casará contigo tu constructor; como goza el esposo con la esposa, así gozará
contigo tu Dios” (Isaias 62, 5).
4.-
El amor se transforma en misericordia. Tanto amor de Dios
hacia el hombre se vio frustrado por el pecado de Adán y Eva, El amor tropezó con el misterio del pecado. La
libertad con la que Dios les había
creado, les llevó a revelarse contra su Dios, a creerse “dioses”. Algo trágico,
incomprensible.
Pero como a Dios nadie
le gana en generosidad, el amor de Dios
se transforma en misericordia. Y desde el mismo momento de la traición, el
Señor se compadece del hombre y le promete un redentor: la Misericordia
personificada.
La palabra misericordia
tiene su origen en dos palabras de latín: miserere, que significa tener
compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordiosos es tener un
corazón compasivo
El diccionario lo
define como “Virtud que hace al hombre compadecerse del dolor o del infortunio
ajeno”. “Atributo de Dios por virtud del cual perdona a sus criaturas”.
El antiguo testamento
está lleno de frases manifestando a Dios como misericordioso. Aproximadamente
unas 300 veces se menciona la misericordia.
“Oye
al pobre que clama a Él, porque es misericordioso”
(Exido 22, 26)
“Tú eres el Dios de los perdones, clemente y entrañable, tardo a la
cólera y rico en amor, por eso no los abandonaste”. “En tu gran misericordia no
los aniquilaste ni los abandonaste, porque eres un Dios clemente y
misericordioso” (Nehemias 9, 17 y 31).
“Mas tu, Señor mío, Dios clemente y compasivo, paciente y lleno de amor
y fiel” (Salmo 86, 15).
Y cuando se quiere
destacar qué cantidad de misericordia
tiene Dios, nos dice el Salmo 57, 10: “Porque
grande es hasta los cielos tu misericordia”. Y el salmo 136 repite continuamente: “Porque es eterna su misericordia”.
El corazón de Dios (por
decirlo de alguna manera) rebosa de misericordia al vernos pobres, al vernos
necesitados, al vernos pecadores, al vernos desgraciados, al vernos alejados de
Él. Y ante toda nuestra miseria su amor se transforma en compasión, en
misericordia, en deseo de que seamos felices. Como quien necesita que sintamos
lo mucho que nos ama. Misterio difícil de comprender. Por ello nos resulta difícil comprender la Misericordia
de Dios.
5.-
Miedo a la misericordia de Dios. No conocemos bien la
misericordia de Dios y esto por dos
razones: La primera por lo que he dicho, es un misterio; pero la segunda porque
en nuestras profundidades existe algo que es miedo hacia la misericordia. Miedo
a encontrarnos cara a casa con la misericordia de Dios, miedos que nos sitúan
lejos de Dios. No es Dios que está lejos de nosotros, somos nosotros que
estamos lejos de Dios. Ël está a nuestro lado, pero somos nosotros los que
miramos hacia otra parte. La falta de
práctica de los carismas es la señal que nos demuestra que tenemos miedo de la
misericordia de Dios. Hace falta acercarnos, sin miedos, a la misericordia de Dios con toda nuestra
miseria y pobreza y desde ahí viviremos esa maravillosa misericordia que no
tiene límites.
6.-
Distinción entre el amor de Dios y su misericordia.
Me gustaría hacer comprender bien la distinción que hay entre el amor de Dios y
su misericordia porque es muy
importante. Por lo que he dicho creo que está muy claro; pero es conveniente
hacerlo resaltar.
El amor de Dios es un
acto propio del creador que desea hacer participante de su grandeza, de todo lo
que tiene, a la criatura. El amor es entrega, es hacer feliz al otro. Este amor
no responde por los méritos de la criatura. Es pura gracia.
La misericordia mira
con compasión a la criatura: su pequeñez, su pecado, su desgracia. A mayor
necesidad, más compasión, más misericordia. Son los brazos tendidos de un
Padre, siempre dispuesto a perdonar, a salvar, a liberar, a devolverle la
felicidad, la paz.
Es un caso real. Una
enfermera cruzaba la sala de espera de un servicio de pediatría. En eso se fijo
en una madre joven sentada en un sillón con su bebé entre sus brazos. Quedó muy
impresionada por la ternura con que la joven madre miraba a su bebe, una mirada
muy dulce rebosante de amor. El bebé estaba envuelto en una manta, por tanto encubierto a la mirada de la
enfermera. Deseosa la enfermera de contemplar aquél bebé que era la delicia de
su mamá, se acercó y…se marchó horrorizada porque ese bebé era completamente
deforme.
Así, con esa misma ternura
nos mira nuestro Dios, a pesar de nuestras deformidades por el pecado, a pesar
de nuestras miserias. Su misericordia lo cubre todo, lo supera todo.
7.-
Característica de la misericordia de Dios. En nuestra
condición actual, Dios siempre viene a nosotros con misericordia. Podemos decir
que Dios es misericordia. A simple vista, los conceptos de Amor y Misericordia de
Dios son iguales. Amor y misericordia se estrechan tanto, que incluso en la
Biblia se usan los dos términos indistintamente; por lo menos los traductores
así lo manifiestan. Por ejemplo en el salmo 136 en que continuamente repite
“porque es eterno su amor”, hay algunos que lo traducen “porque es eterna
su misericordia”. Así lo cantamos nosotros. De la misma manera nosotros decimos
con frecuencia: el Amor misericordioso. Es el amor de Dios transformado en la
divina misericordia.
A diferencia del amor
que es un acto propio y exclusivo de Dios, sin que intervenga la criatura,
salvo para recibir, la misericordia de Dios exige una respuesta
del corazón humano a su llamada. Uno debe humildemente aceptar la misericordia;
no puede ser ganada. Si no hay respuesta, no cabe misericordia; Dios respeta
nuestra libertad. Muchas veces decimos que hay que abrir el corazón al amor de
Dios para poder recibir ese amor (como el cántaro bajo la fuente debe estar
abierto), pero en realidad es la misericordia de Dios la que nos pide que
abramos el corazón, porque si no hay apertura, no hay misericordia.
8.-
Generalmente
cuando hablamos del amor de Dios siempre nos salta la idea de un Dios lejano,
grandioso, inmenso… Por el contrario, cuando hablamos de la misericordia de
Dios, sentimos que ese Dios está cerca de nosotros, que comparte nuestros
males, que nos comprende, que está dispuesto a ayudarnos. Es que el corazón compasivo,
la misericordia, tiene que estar en
donde hay dolor. Es la misma razón de ser.
Ejemplos.
Veámoslo en forma práctica en la parábola del hijo pródigo, tan conocida. Esta
parábola habría que llamarla “de la
misericordia”, porque toda ella rezuma la misericordia del padre. Y como cosa curiosa, en toda la
parábola no figura la palabra “misericordia”. Veamos en ella los tres elementos
de los que estamos hablando: el amor del padre, la misericordia del padre y la
respuesta del hijo para que la misericordia actúe.
¿Podríais ver en otro
pasaje de la biblia los tres elementos de los que estamos hablando?
Juan 3,16. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida
eterna”.
9.-
Vivir la misericordia de Dios. Dios es generoso
regalándonos su amor, pero casi yo diría (en nuestra concepción humana) que es
mucho más generoso con su misericordia. ¿Hemos experimentado su
misericordia? Ciertamente la hemos
experimentado cuando nos hemos confesado, por la paz que nos ha traído a
nuestro corazón. Si la misericordia es tan generosa no podemos quedarnos en
actos puntuales. ¡Qué felices seríamos si
esa misericordia fuese el pan de cada día! Experimentar la misericordia
de Dios viviendo en su presencia, nos llenaría de paz.
El Papa Francisco nos
da una regla de oro: “Para ser capaces
de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de
la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se
nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y
asumirla como propio estilo de vida.”
Nuestra vida está
cargada de problemas, de dificultades, de necesidades, y poder poner todo ello
ante la misericordia divina es lo que nos transformaría, es lo que nos haría
felices. Dios es misericordia, Dios no puede actuar con nosotros sino con
misericordia; Dios es misericordioso y no puede actuar de otra manera. Nos está
esperando en cada momento de nuestra vida con los brazos abiertos. No le
tengamos miedos; no miremos para otro lado. Presentémonos ante Él tal como
somos, con todas nuestras miserias que Él sabrá acogernos con toda su gran
misericordia.
10.-
Vivencia. Permitidme una vivencia que tuve hace unos años.
Todos los días tengo necesidad de levantarme por la noche (alrededor de las
cuatro de la madrugada) para mis necesidades. Y siempre, después, me quedo un
buen rato sentado sobre la cama alabando, contemplando al Señor: es un momento
ideal y lleno de bendiciones. Una noche, estando así alabando y contemplando a
nuestro Padre Dios, vi con los ojos del alma que el Padre venía hacia mí; no
era en figura; era como una luz pero tampoco era una luz. Pero tenía la
seguridad de que era Él. Simplemente me abrazó y sentí una paz inmensa.
Físicamente sentí su abrazo y esa sensación física duró varios meses. Actualmente no siento nada en ese sentido ni
se ha repetido nada parecido. Pero sí me ha quedado en mi corazón su presencia
de amor, que no es otra cosa que su
misericordia hacia mis pecados, mis debilidades, mis pobrezas; presencia que
procuro vivirla todos los instantes de mi vida y para lo cual me está ayudando
tanto la contemplación.
¿Nos gustaría
experimentar algo parecido? Vamos a intentarlo. Lo podemos hace a nivel personal,
pero también se puede realizar a nivel familiar, de nuestro pueblo, de la sociedad
en la que vivimos, es decir en nombre de mi familia, de mi pueblo, de la sociedad en que vivo.
Recojámonos en nuestro
interior. No intentemos pedir nada. Pongámonos en la presencia de Dios,
imaginando al Padre de la parábola que nos está esperando con ansias.
Acerquémonos a Él tal como somos: con nuestras debilidades, con nuestras pobrezas, con nuestras miserias.
No le tengamos miedo ni tengamos miedo de lo que nos puede pasar. Intentemos
tener los mismos sentimientos del hijo pródigo.
(Pausa) Sintamos las manos suaves del Padre que nos abraza. Y que no nos
reprocha nada. Que se siente feliz y desea tener una fiesta con nosotros. Y que
desea estar siempre a nuestro lado. (Pausa) Nosotros no digamos nada, no
hagamos nada, solo saboreemos ese amoroso abrazo de nuestro Papá Dios.
Son momentos que no se
pueden olvidar. Yo no los he podido olvidar y que me ayudan tanto en mi vida
espiritual.
Para terminar, no puedo
hacerlo sin una oración corta y simple, junto con el salmista:
“¡SÁCIANOS CON TU
MISERICORDIA, SEÑOR!” (Salmo 90. 13).
CUESTIONARIO.
·
¿Qué
ha sido en tu vida, la Divina Misericordia?
·
¿Era
un dios desconocido?
·
¿Cómo
entiendes la Misericordia de Dios?
·
¿Encuentras
diferencias entre Amor y Misericordia de Dios?
·
¿En
qué consisten?
·
¿Encuentras
alguna relación entre Misericordia y Carisma?
·
¿Hay
alguna característica sin la cual no hay Misericordia? ¿Cuál?
·
Entre
Amor y Misericordia de Dios ¿Cuál de las dos la sientes más cercana a ti?
·
¿Cómo
podemos vivir mejor la Misericordia de Dios?
EL
CARISMA DEL AMOR. DE LA CARIDAD.
Como deseamos unir la enseñanza de la Misericordia de Dios con un carisma ¿Qué carisma pensamos que podría encajar mejor ? Creo que es el carisma del Amor.
S. Pablo, después de
hablarnos en el capítulo 12 de la 1ª carta a los Corintios, de los diversos
carismas que el Espíritu derrama en sus fieles, nos dice:
“Aunque
hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como
campana que suena o símbolo que retiñe. Aunque tuviera el don de hablar en
nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque mi
fe fuese tan grande como para trasladar
montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi
cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve” (1ª Cor. 13, 1-3)
“Buscad, pues, el amor” (1ª Cor,
14,1)
Todos sabemos que los
carismas son dones del Espíritu Santo,
que se distinguen por su visibilidad y
su finalidad comunitaria, con miras a la
edificación del Reino de Dios. Pero entre todos los carismas resalta, como
fundamental, el carisma del Amor. Yo diría que ese carisma surge del mismo
corazón de Dios, que es amor y sin él, los demás no sirven de nada.
Estamos viendo que Dios
es puro amor, y que en nuestra condición humana, ese amor se convierte en
Misericordia. El carisma del amor es pura misericordia, por cuanto tiene que ir
al hermano sin ningún interés personal, de la misma manera en que actúa la
misericordia de Dios. Y no lo olvidemos, Dios nos necesita; si bien puede
actuar directamente en los corazones, en forma normal desea derramar el carisma
del amor en nosotros para que seamos portadores de su gran Misericordia a los
hombres.
Si bien todo carisma es
pura gratuidad del Espíritu Santo, debemos entender que esa gratuidad se
derrama en nuestros corazones, preferentemente, estando lo más cerca posible
del corazón misericordioso de Dios, en una vida contemplativa y estando en su
Presencia divina.
No nos quepa la menor
duda, un corazón compasivo y misericordioso, que ha bebido de la fuente de la
Misericordia, irá al hermano necesitado con ese mismo espíritu y los carismas
del Espíritu se manifestarán palpablemente sin buscarlos. ¿No nos hemos
preguntado alguna vez, por qué no se manifiestan más en nosotros los carismas?
¿No será por falta del carisma del amor y que las manifestaciones carismáticas
que vemos son puras campanas que suenan y nada más?
Hagamos la prueba;
experimentémoslo; vivamos más unidos al corazón misericordioso de Dios,
vaciándonos de nuestro “yo”, y veremos milagros. Lo digo por experiencia; no es
que yo vea grandes milagros, pero sí veo la mano de Dios en muchos
acontecimientos que me rodean; veo que el Espíritu actúa a través de mi, sin
que yo lo busque ni lo pretenda por mi incapacidad.
Demos gracias y gloria
a Dios por su gran Misericordia y porque a través nuestro, desea manifestarse a
todos sus hijos. AMEN.