TODO ES GRACIA

P. Serafín Gancedo

Hay un conocido texto que considero básico por su claridad e insistencia.

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos ( Ef 2, 4-10).



¡Todo es gracia! Aquí se estrella, toda nuestra autosuficiencia, toda pretensión de merecer o de conquistar la salvación. Sólo Dios salva.



En la Renovación Carismática lo hemos experimentado como un descubrimiento deslumbrante y jubiloso. La primacía de la gratuidad pasa a primer plano. Habíamos sido formados en otra perspectiva: voluntarismo, esfuerzos ascéticos, trabajo de puños...



Evidentemente, la vida divina recibida en el bautismo es sobre-natural. Ninguna acción humana puede merecerla ni conquistarla. Es don, es gracia. La salvación es regalo del amor de Dios.



Nos han enseñado que "el hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios", que "el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima" (San Ignacio, Ejercicios espirituales, Principio y fundamento, 23).



Me cuesta admitirlo. No puedo imaginarme a Dios como un señorón egoísta planeando crear a los hombres para su gloria y felicidad. Sería indigno de Dios. A Dios nada le falta, nada le pueden añadir nuestros homenajes y alabanzas. Creo que hay que cambiar de perspectiva: Dios, cuya naturaleza divina es infinitamente rica, como reventando de amor y felicidad, nos ha creado para desbordar sobre nosotros su dicha y su gloria. Hemos sido creados porque somos amados y para ser eternamente amados por él. ¡No podemos dejar de ser amados por Dios! Y es que Dios ¡sólo sabe amar!



En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó... ¡Él nos amó primero! ( 1 In 4, 10.19).



Estas afirmaciones bíblicas cambian totalmente el enfoque de la enseñanza cristiana. "¡Él nos amó primero! " Lo primero no es amar a Dios sobre todas las cosas, sino ser amado por él. No hemos sido creados para amar a Dios, sino ¡para ser amados por Dios!



Y el amor de Dios es fundante: es la base de toda existencia. Antes de que Dios lo ame, nada existe. En el principio de todo, es el amor. Dios no nos ama porque seamos sus hijos, sino que somos sus hijos porque nos ama.



Y el amor de Dios es gratuito e incondicional: No depende de nosotros, ni necesitamos ganarlo a fuerza de virtudes y buenas obras. Nos ama porque él es bueno. "Los amaré sin que lo merezcan" (Os 14,5).



Y es realista: nos ama como somos y como estamos. No espera que cambiemos o que seamos amables para amarnos. Nos ama ya. Su amor y su bondad nos hacen amables.



Descubrir esto en la RC o al menos haberlo colocado en un primer plano, ha sido un alivio para muchos de nosotros. Nos ha librado de esfuerzos agotadores, de voluntarismo por adquirir virtudes, de escrúpulos, de "cumplimientos".



" Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales " (Efe. 1, 3).



Sí, bendito sea Dios. ¡Cómo se esponja el corazón sabiendo que yo soy amado incondicionalmente, que he recibido gratuitamente la vida divina en mi bautismo, que el perdón de Dios está lloviendo sobre mí, que no necesito ser bueno para que Dios me ame !



Y de este amor incondicional y gratuito brota la salvación, también gratuita.



Quien no tenga esto claro, y siga basando la salvación en sus cumplimientos, está todavía en el Antiguo Testamento. Tiene que quedarnos absolutamente claro que sólo Dios hace divinos, que sólo el Santo hace santos, que sólo el Salvador salva.



Esto es lo que distingue al Cristianismo de las religiones humanas; éstas, son los esfuerzos del hombre para ganarse a Dios, el Cristianismo es la acción de Dios para salvar al hombre.

Pero, ¿qué entendemos por gracia?

Todo es gracia. Pero corremos un peligro: no entender adecuadamente el contenido de la palabra "gracia". Podemos reducirlo peligrosamente, y al proclamarlo a pleno pulmón y a boca llena, estar proclamando una media verdad, una verdad mutilada, que puede resultar más perjudicial que una mentira.



Un hombre partido por la mitad no es medio hombre más medio hombre, es un cadáver. Y lo mismo ocurre con las verdades a medias. Una verdad partida no es media verdad más media verdad, es una mentira, y una mentira muy peligrosa, porque no lo parece, tiene fachada de verdad, y engaña mejor y más fácilmente a los sencillos e inexpertos. Y si engañar es siempre un mal, engañar a los inocentes es un crimen. Sobre todo, si esa media verdad se presta a justificar el seguir la ley del mínimo esfuerzo, a llevar una conducta comodona, aburguesada, relajada, o incluso pecaminosa.



Interesa mucho entender bien el contenido de la expresión "todo es gracia" para no quedarnos con una peligrosa verdad a medias.

Es gracia el amor de Dios con todas sus manifestaciones; es gracia la vida divina; es gracia la salvación que Jesús es y que Jesús nos trae.

Pero esta gracia con toda su riqueza y sus múltiples ramificaciones, no debe llevarnos a olvidar otros muchos dones que hemos recibido de Dios, y que quedan envueltos en esa gracia y sometidos a su dinamismo:



También es gracia mi carácter, también es gracia mi creatividad; también es gracia mi inteligencia, y mi voluntad, y mi capacidad de organizar; también es gracia el poder orar; también son gracia mis ojos, y mi lengua, y mis manos, y mis pies; y también es gracia ¡mi libertad!, que está encargada de administrar todas estas gracias.



Atendamos a estas palabras inequívocas del libro del Eclesiástico:



Él (el Señor) fue quien al principio hizo al hombre, y le dejó en manos de su propio albedrío.

Si tú quieres. guardarás los mandamientos.

para permanecer fiel a su beneplácito.

Él te ha puesto delante fuego y agua,

a donde quieras puedes llevar tu mano.

Ante los hombres la vida está y la muerte,

lo que prefiera cada cual se le dará (15, 14-17).



Queda suficientemente claro que algo depende de nosotros; que no podemos entender la "gracia" como una lluvia que nos cae del cielo mientras nosotros estamos con los brazos cruzados. ¡Algo depende de nosotros! Lo contrario sería indigno de Dios, porque anularía sus propios dones, nos habría regalado dones inútiles. ¿Por qué nos hace libres, si de nosotros no depende nada? Sería como reírse de nosotros.



Algo depende de nosotros

Si no fuera así, por lo menos la mitad de la Biblia estaría de sobra.



. Dios nos impone mandamientos: No robes, no mates, no mientas. Pero, ¿por qué nos lo manda, si no depende de nosotros, si es una gracia suya?



. Dios nos hace ofertas e invitaciones que requieren un consentimiento libre: Sígueme... Convertíos... Si quieres ser perfecto... ¿A quién enviaré? Pero, ¿por qué nos pide una respuesta que él mismo tiene que darnos gratuitamente?



. En la Biblia abundan los castigos, algunos tan serios como los cuarenta años de desierto, o el destierro de Babilonia por las infidelidades del pueblo. Pero ¿qué culpa tiene el pueblo de una infidelidad, si la fidelidad no depende de él, se la tiene que dar el Señor? Y si el Señor no le da esa gracia de la fidelidad, ¿es responsable y digno de castigo el pueblo? ¿Es justo que me castiguen por lo que no depende de mí?



. En la Biblia se nos dan normas de conducta: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis, con qué os vestiréis... No juzguéis y no seréis juzgados, perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará... Con la medida con que midáis se os medirá. ¿A qué vienen esas normas, si el no preocuparse, el no juzgar, el perdonar, el dar, el tratar bien a los demás es una gracia que no está en nuestras manos?

Recordemos algunas parábolas:

- La de los talentos: hay premios para los que trabajaron y castigo para el que enterró su talento. ¿Por qué?



- La del juicio: tuve hambre, sed... Unos socorren a los necesitados y otros no. Y el veredicto final, de acuerdo con las obras de cada uno: E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a la vida eterna (Mt 25, 46).



- La del sembrador: la semilla es la misma, pero el fruto depende de los distintos terrenos en que cae. La Palabra de Dios es gratuita, y es viva, eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos (Hbr. 4, 12), pero depende de nosotros el que caiga en camino endurecido, en terreno pedregoso o lleno de zarzas, o en tierra buena donde pueda dar fruto del ciento, del sesenta o del treinta (cf. Mt 13, 8).



. ¿ Y qué decir de las exigencias radicales del Nuevo Testamento?



- Si tu ojo, tu pie, tu mano te son ocasión de pecado, arranca, corta... (cf. Mt 5, 29-30).

- Luchad por entrar por la puerta estrecha... (cf. Lc 13, 24).

- Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto (cf. Jn. 12, 24)

- No se puede servir a dos señores (Mt 6, 24)

- Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 13)

- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc 9,23).

- Vigilad y orad para que no caigáis en tentación (Mt 26, 41).

- El combate espiritual: Revestíos de las armas de Dios... (Ef. 6, 11ss)

- Las obras de la carne y los frutos del Espíritu enumerados por San Pablo a los Efesios, donde hablando precisamente de la libertad cristiana, dice: Los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu(Ef. 6, 24-25).



- Y no me resisto a copiar unas palabras en que S. Pablo presenta el espíritu cristiano como un espíritu deportivo: ¿ No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado (I Cor 9,4-27).



- ¿ y cómo no recoger el pasaje de Hebreos donde se nos presenta a

Cristo como el modelo de los cristianos? Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia... Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra e1 pecado " (Hbr 12, 14). Hay que correr con fortaleza la prueba, hay que soportar la cruz, hay que resistir hasta llegar a la sangre en la lucha contra el pecado, ¿y todo es gracia? Es una gracia un poco rara, desconcertante.



¿Qué dice la experiencia?



Los textos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento podrían multiplicarse. Pero no es necesario, ya que nuestra propia experiencia nos está gritando lo mismo. ¿Nos es fácil cumplir fielmente los mandamientos, seguir las inspiraciones del Espíritu? ¿Cuándo somos mejores cristianos: cuando nos dejamos llevar de las ganas, de lo fácil, de lo que nos gusta, siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, o cuando luchamos deportivamente, con talante de triunfadores, contra las tendencias negativas que habitan en nosotros y contra los halagos paganizantes que nos tientan desde fuera?



Invito a recorrer muy por encima algunas definiciones o enfoques de la santidad, para que veamos que la gracia necesita nuestra colaboración.



. Cumplir la voluntad de Dios. Supone renunciar a la nuestra, que es la que generalmente cumplimos.

. Someterse al señorío de Jesús. Son muchas las zonas de nuestra persona o actividad en que los señores somos nosotros.

. Abrirse al amor; dejarle espacio. Tendemos a ser personas "sólidas, macizas", sin espacio interior, repletas de cosas, ideas, problemas, planes. Necesitamos desobstruirnos para que pase el amor y nos llene.

. Caminar hacia la libertad (San Ignacio lo llamaba "indiferencia "). ¡Cuántas esclavitudes ! ¡Cuántas ataduras hay que romper!

. Seguir a Cristo. Conocemos sus condiciones: "Niéguese a sí mismo, tome su cruz...". Eliminar todo lo que no nos conforma con el Crucificado.

. Resurrección del hijo de Dios y muerte del ser pecador, iniciadas en el bautismo, y que deben continuar a lo largo de toda la vida terrena. "Toda la vida es tiempo de bautismo" (S. Basilio).

. Vivir en el Espíritu, sometiendo las tendencias de la carne (cf. Rom 8, especialmente 5-13; Gál. 5, 16-25).



Y hablando de santidad, preguntemos a los Santos. Para hacer una mesa de madera preguntamos a un carpintero; para un menú preguntamos a una cocinera. Frecuentemente para cuestiones de vida cristiana preguntamos a teólogos, a psicólogos, a ensayistas o pensadores. Tal vez puedan iluminarnos; pero los verdaderos sabios en vida cristiana son los Santos. Son los que, supieran o no mucha teoría - algunos fueron grandes teólogos: San Agustín, Santo Tomás... - se jugaron el tipo tomándose en serio el Evangelio. No se contentaron con posturas teóricas, con opiniones descomprometidas, con ideas más o menos felices sobre la santidad, sino que se pusieron a ser santos, o a que Dios los hiciera santos. Se empeñaron en una total coherencia entre lo que pensaban y lo que vivían. Por eso en cuestiones prácticas de vida cristiana son la máxima autoridad.



¿ Y qué responden los Santos? Responden con una vida de horas de oración diarias, con una continua vigilancia sobre sus defectos, con penitencias a veces terribles, con una entrega de servicio a los demás, con una fidelidad exquisita al Espíritu que no les permitía cometer ni una falta deliberada, etc.

A veces contemplamos a los Santos en su etapa final, con los frutos espléndidos de una madurez cristiana sobresaliente. Y quedamos fascinados. Por ejemplo, ante el amor heroico de San Pedro Claver hacia los esclavos negros que llegaban a Cartagena de Indias, o ante el amor de San Francisco de Asís a la naturaleza. Pero no nos fascina tanto el arduo trabajo que los Santos se impusieron para llegar a esos frutos. ¿Sabemos que S. Pedro Claver tenía que hacerse gran violencia para dominar la repugnancia que sentía a veces ante el aspecto lamentable de los esclavos? ¿Sabemos que San Francisco, cuando compuso suCántico de las criaturas, ya no las veía, porque estaba casi ciego de tanto llorar, y, purificado con rigurosas penitencias, podía cantar a una naturaleza que llevaba más bien dentro de sí, y a la que amaba limpiamente y no pegajosamente, como solemos amarla nosotros?



¿ Y qué decir de las nadas y de las noches oscuras de San Juan de la Cruz? ¿ Y del dolorosísimo camino de Santa Teresa hasta entregarse del todo a Dios, que ella describe con expresiones como mar tempestuoso, vida penosa, guerra tan penosa, batalla y contienda, penitencia grave, fuerza incomportable, tristeza...?



Nosotros nos fijamos en los frutos, y queremos conseguirlos sin regar, sin podar, sin echar insecticida, y a veces sin plantar el árbol. Y es que, todo es gracia, pero en esa gracia hay que incluir nuestra colaboración. La gracia y la colaboración no sólo no se oponen, sino que se exigen y se integran mutuamente. Dios nos dio la gracia de colaborar con su acción, y sería indigno de Dios atropellar sus propios dones.



San Pablo, que insiste tanto en la gratuidad de la salvación, suele presentar en sus cartas dos partes: la del indicativo, que constata los dones de Dios: Sois hijos de Dios, sois hijos de la luz..., y la del imperativo, que exhorta a vivir de acuerdo con el don: Vivid como hijos de Dios, como hijos de la luz.



Es conocida la narración del sacerdote que preparaba un sermón sobre la Providencia. Reventó una presa, se desbordó el río, se evacuaba a la gente. El sacerdote no quiso huir como los demás; iba a predicar sobre la Providencia y quiso practicar lo que predicaba confiando en que la Providencia lo salvaría. Llegaba el agua a la ventana; pasa una lancha con gente: "Salte adentro, Padre". "No, yo confío en que me salve la Providencia de Dios". Sube al tejado; pasa otra lancha; y vuelve a negarse a subir. Le llega el agua hasta las rodillas; se acerca una motora de la policía a rescatarlo. "Muchas gracias, agente; yo confío en Dios, que nunca me defraudará". Cuando se ahogó y llegó al cielo, se quejó ante Dios: "Yo confiaba en ti. ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?". Y Dios le respondió: "Te envié tres lanchas, y no quisiste subir. ¿Recuerdas?"



Hay que subir a la lancha, que también la lancha y el subir a ella es gracia de Dios; hay que colaborar con la acción de Dios, empleando los dones que ya nos ha dado y los recursos que pone a nuestro alcance. Si tienes al lado una fuente, no te pongas de rodillas pidiéndole a Dios: "Quítame la sed". Levántate y bebe, que para eso te ha dado Dios la inteligencia, los ojos, las manos y los pies.



Colaboración no siempre fácil



Nuestra colaboración no suele ser fácil, y con frecuencia es muy difícil. Por eso la Palabra de Dios habla de abnegación, de renuncia, de lucha, de cruz. Es el ejercicio que en la espiritualidad cristiana se llama ascesis. Son palabras que aluden a una realidad que repugna a la naturaleza humana. Hoy particularmente no está de moda. Suena a demasiado negativo. Hablar de ella es no ser moderno, pasar por anticuado, por carca.



Pero no se la ha inventado ninguna escuela de espiritualidad y ningún predicador. Es exigencia de la Palabra de Dios y de la propia experiencia cristiana. Sin cruz no hay cristianismo, al menos el de Cristo; sí hay cristianismos nuestros, pero ésos no salvan. La cruz es una garantía de autenticidad.



La RC ha traído frescura, alegría, júbilo, fiesta, calor fraterno en los grupos... Ha despertado entusiasmo en la vivencia de la vida cristiana: oramos más, asistimos a retiros y asambleas, celebramos eucaristías festivas..., pero, después de un cambio inicial, muchos de nosotros nos estancamos, nos enfriamos, decaemos, tal vez abandonamos. ¿Qué es lo que falla? Supongo que no fallará la gracia de Dios. Falla el ejercicio continuado de nuestra colaboración, sin la cual, de ley ordinaria, Dios no suele actuar. Si no colaboramos, podemos esterilizar la acción de la gracia. Si no, ¿cómo se explica que haya cristianos que oren, que frecuenten los sacramentos, y poco a poco vayan decayendo en su vida cristiana, abandonen la práctica de la oración y de los sacramentos, y terminen perdiendo la gracia de Dios y hasta la fe?



Explíquese como se quiera o como se pueda, pero la gracia salvadora de Dios requiere nuestra colaboración. "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti" (S. Agustín). No importa tanto saber explicarlo como intentar vivirlo. Los discípulos de Emaús iban discutiendo por el camino; Jesús interrumpe sus discusiones y les explica "lo que había sobre él en todas las Escrituras" (Lc 24, 27). Y al final quedan congeladas sus discusiones y se enciende el fuego en su corazón: " ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? " (Lc 24, 32).

El Señor Jesús sigue caminando a nuestro lado. Dejemos que él nos hable, y una vez más sus palabras de vida, no de erudición, encenderán nuestros corazones.



¿ Y las buenas obras?



Al hablar de colaboración estoy refiriéndome a las buenas obras: práctica de las virtudes, corrección de las faltas, guarda de los mandamientos, oraciones, penitencias, obras de misericordia y de justicia, cumplimiento responsable de los propios deberes, etc.



Pregunto. ¿Son necesarias las buenas obras para salvarse? - Sí. ¿Nos salvan las buenas obras? No.

Parece una contradicción, pero no lo es. Brilla el sol, e inunda de luz la tierra. Su luz no hay que merecerla ni conquistarla; es gratuita. Podemos recibirla, pero también podemos rechazarla. Puedo meterme en casa, bajar las persianas, y quedarme a oscuras. ¿Es que levantar las persianas fabrica luz? - No. La luz la fabrica el sol. Pero debo colaborar con la gracia luminosa e iluminadora del sol levantando las persianas. Si yo me encierro, esa luz que el sol está derramando a raudales gratuitamente no entra en mi casa.

La salvación de Jesús es una gracia. Ni la merecemos ni podemos conquistarla. Tengo el afortunado poder de aceptarla y el trágico poder de rechazarla. Puedo decirle a Dios: "Sí, me abro a la salvación que me ofreces"; o: "No, paso de tu salvación, no me interesa .



Para recibir esa salvación no bastan las palabras o los sentimientos: "quiero que me salves"; se necesitan las obras. ¿Es que nos salvan las buenas obras? - No. Las buenas obras no fabrican salvación. La salvación sólo la fabrica Jesús, el Salvador: No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12).



¿Qué son, pues, las buenas obras? Son la manera concreta de decirle a Dios que queremos que nos salve. Son la persiana y el hecho de levantarla, que no fabrican luz, pero que son indispensables para que la luz entre en casa. Por eso las buenas obras que Dios dispuso de antemano que practicáramos (Ef. 2, 10), no nos salvan, pero son necesarias para la salvación.



Algunas consecuencias claras



1.-No oponer; sino integrar.



Ni sólo esfuerzo, ni sólo pasividad ante la gracia. O, si se quiere: todo gracia, incluyendo en ella la gracia de nuestra colaboración.



Sabemos por experiencia que normalmente es así, que, cruzados de brazos, no se nos da nada. Seamos realistas.



Nos han enseñado a analizar: frutos, tejidos, textos gramaticales... Analizar es destruir, descomponer. Es eso, desmontar un todo en sus piezas. Vale como método previo para hacer funcionar luego el todo, porque el todo con las piezas desmontadas no funciona. La vida no es análisis, sino síntesis, integración de cada uno de los elementos para que el todo funcione debidamente. No podemos cuidar aisladamente una de las piezas. No podemos exagerar unas posturas válidas, excluyendo otras igualmente válidas. Necesitamos equilibrar colocando cada cosa en su sitio para el adecuado funcionamiento de todo el conjunto.



Podemos sembrar división. Los contornos y límites de la verdad humana son imprecisos, borrosos. Carecen de la nitidez y exactitud de lo físico o de lo matemático. De ahí que exagerar unilateralmente una postura como la única válida o verdadera, es "desconocer, de manera poco real, la oscuridad y la ambigüedad de no pocas realidades humanas". (Pablo VI cuando habla del conflicto entre conciencia y obediencia en ET 28).



Esto debe llevarnos a no confiar incuestionablemente en nuestras posturas y opiniones, y por tanto a no empeñarnos en defenderlas, caiga quien caiga, rompiendo la unidad, la concordia y el amor, que son valores más importantes que nuestras posturas, y que sabemos son queridos por Dios (cf. Ef. 4, 1-5; Jn 17,21-23).



Sembrar división es obra diabólica, antieclesial, antievangélica.Que sean uno para que el mundo crea (Jn 17,21). Se deduce que si no somos uno, contribuimos a que el mundo no crea; estamos esterilizando las fuerzas evangelizadoras de la Iglesia.



Por otro lado, la verdad de Dios no es objeto de decisiones democráticas, en las que gana la mayoría. Desde la perspectiva cristiana, las cosas son de otra manera. Si gana nuestra opinión, pero pierde la voluntad de Dios, perdemos todos, también los que ganaron democráticamente. Y si gana la voluntad de Dios, ganamos todos, incluso los que perdieron.



"No nos estorbemos los buenos cuando se trata de promover la mayor Gloria de Dios o los intereses de Jesús; sino más bien ayudémonos mutuamente" (San Enrique de Ossó). Creo que en la RC todos trabajamos por ser buenos, todos tenemos buena voluntad, todos tratamos de promover la mayor Gloria de Dios y los intereses de Jesús. No nos estorbemos, no nos hagamos la guerra; no intentemos salvar nuestras posturas, tener y hacer prevalecer nuestras razones. Vale más tener amor y concordia que tener razón. En el juicio, Dios no nos va a preguntar si tuvimos razón, sino si tuvimos amor.



2. Cuidado con las verdades a medias o las medias verdades



Es un recurso empleado habitualmente por la publicidad. Los eslóganes con medias verdades son sutil y peligrosamente engañosos y engañadores. Están deliberadamente pensados para servir de cebo a los posibles compradores, y, por tanto, para engañar.



También se dan en el terreno de la vida cristiana. He tratado de desentrañar y, en parte desenmascarar, uno de ellos: "Todo es gracia". Pero no es el único. Podíamos recorrer algunos otros:



" Lo que importa es amar".- Es cierto. Pero no todo lo que se llama amor es amor. Muchas veces es puro instinto, gusto, capricho, egoísmo... Por otro lado, ¡cuánto cuesta amar de verdad! Que se lo pregunten a los padres con hijos subnormales o drogadictos, a las víctimas del terrorismo o de la calumnia o de la injusticia... Que se lo pregunten a los que se dedican, dentro o fuera del propio hogar, a cuidar a personas incapacitadas, de mal carácter, maniáticas, con enfermedades repugnantes... Que se lo pregunten a Jesús, a María, a los mártires...



"La ascesis es represión".- La represión es mala. La ascesis no lo es. Nace del indicativo de gracia, de la alegría por el tesoro escondido... La ascesis requiere:

. integrar, no reprimir, las cosas no malas en sí (amistad, simpatía, autoestima...)

. purificar las realidades más nobles: fe, amor, oración...

. renunciar a lo no integrable: pecado, lo que favorece el pecado, lo que obstaculiza el seguir a Cristo...

. asumir lo no transformable: herencia genética, temperamento, deficiencias físicas...

. entrenarse habitualmente, al estilo de los deportistas.



"Todo es bueno". Y vio Dios que era bueno. Es cierto, "pero en la medida en que el corazón está dañado, se acepte o no, la creación se altera..., puede dejar de ser buena cuando penetra en el ámbito del deterioro del hombre». Por ej.: la comida, el ver, etc.



"La ascesis no proclama la maldad del mundo o la renuncia a una visión optimista y gozosa, o la tristeza de ser bueno. Sólo exige purificar el propio corazón para no contagiar las cosas con nuestra impureza" (N. Caballero).



" Dios es misericordioso".- Sin duda. Pero valerse de ello para jugar con Dios: pecar, hacer lo que nos da la gana aunque vaya contra sus mandamientos... es reírse de Dios. Equivaldría a decir que Dios es tonto, pasota, que no se entera de nada, o que le da lo mismo la maldad que la bondad, la justicia que la injusticia.



Aquí quisiera hacer una llamada a los sabios, a los estudiosos, a los teólogos o impuestos en teología: cuidado con los principios verdaderos, servidos a la gente sencilla e ingenua sin contexto ni explicación. El sabio que formula esos principios o verdades, sabe cuál es su contenido exacto, conoce sus límites y hasta dónde puede aventurarse en su interpretación. Pero la persona ingenua, sin formación, puede tomarlos en un sentido fundamentalista, tal como suenan en su inmediatez, y sacar de ellos conclusiones falsas y aplicaciones nocivas. Sería como dar una medicina a un enfermo sin tener en cuenta las circunstancias concretas. En vez de curarlo podríamos matarlo. Tengamos cuidado con las simplificaciones. Una formulación lapidaria puede ser feliz y brillante, bella y sugerente, pero también puede prestarse al equívoco y a la ambigüedad; y, dada la complejidad de la vida y de la psicología humana, ser aprovechada, consciente o inconscientemente, para el mal.



Es el caso del famoso dicho de S. Agustín: "Ama y haz lo que quieras". A él apelan muchos para justificar una vida de libertinaje, o para insinuarla o aconsejarla a otros.



3. Vivir en total sinceridad ante Dios y ante uno mismo.



Creo que a un carismático se le puede pedir vivir habitualmente en la presencia de Dios, consciente de la mirada divina que nos sondea y nos conoce, ante la cual nada hay oculto, y de la santidad divina, ante la cual no cabe la hipocresía.



Cuando un principio, en sí verdadero, pueda interpretarse a favor de nuestros gustos y caprichos, o se preste a justificar nuestras faltas, o nos permita continuar cómodamente instalados en nuestro pecado o en nuestra mediocridad, desconfiemos de él; probablemente lo estamos interpretando mal; nos estamos engañando. Y una persona no puede permitirse el pernicioso lujo de engañarse a sí misma. ¿Para qué? ¿Qué sale ganando?



Aprovechar los principios para no cambiar de vida, me recuerda una actitud frecuente en los judíos. No toleraban que se los llamase a conversión. Estaban encantados con los falsos profetas, que les decían lo que querían oír. En cambio, a los profetas que les urgían la fidelidad al Señor los rechazaban, los perseguían y hasta atentaban contra su vida.



Un día se planta Jeremías a la puerta del templo para hablar de parte de Dios: Mejorad de conducta y de obras... No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Templo de Yahveh, templo de Yahveh, templo de Yahveh es éste! » ... Vosotros fiáis en palabras engañosas que de nada sirven, para robar; matar; adulterar; jurar en falso, incensar a Baal y seguir a otros dioses que no conocíais. Luego venís y os paráis ante mí en esta Casa llamada por mi Nombre y decís: «¡Estamos seguros! », para seguir haciendo todas esas abominaciones(Jer 7, 3-4.8-10).



El resultado de esta predicación se cuenta en el capítulo 26 de Jeremías: Oyeron los sacerdotes y profetas y todo el pueblo a Jeremías decir estas palabras en la Casa de Yahveh, y luego que hubo acabado Jeremías de hablar todo lo que le había ordenado Yahveh que hablase a todo el pueblo, le prendieron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo diciendo: «¡Vas a morir!»... Y los sacerdotes y profetas, dirigiéndose a los jefes y a todo el pueblo, dijeron: «¡Sentencia de muerte para este hombre, por haber profetizado contra esta ciudad, como habéis oído con vuestros propios oídos! » (Jer 26,7-8.11).



El dilema que se les planteaba era claro: o convertirse, o acallar la voz de Dios que los incomodaba. Y se decidieron por lo segundo. ¿No hicieron lo mismo los judíos con Jesús? Siempre para mal de ellos. No podía fallar la palabra de Dios.



4. La gracia no elimina la ley.



La Biblia está llena de leyes y normas de conducta. Recordemos sólo el Éxodo y el Levítico, del AT, y las Cartas pastorales, del NT.



Jesús cumplía las leyes de su pueblo: circuncisión, presentación en el Templo, Pascua, asistencia a la sinagoga el sábado (cf. Lc 4, 16). Y en su predicación la defiende sin ambigüedades: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir; sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una "i" o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así se lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos " (Mt5, 17-19).



Jesús, pues, defiende la ley y viene a darle cumplimiento, es decir, a llevarla a su plenitud, que es el amor. El amor no suprime la ley, sino que la cumple superándola. El amor no se pregunta: ¿ Qué debo hacer?, sino: ¿Hasta dónde puedo llegar? El cristiano ideal, perfecto, no es guiado por la ley, sino por el Espíritu: Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm 8, 14). Vive en actitud de discernimiento, como sintonizando siempre con el Espíritu. y si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley (Gál 5, 18).



no por el Espíritu: Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm 8, 14). Vive en actitud de discernimiento, como sintonizando siempre con el Espíritu. y si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley (Gál 5, 18).

No estáis bajo la ley, pero tampoco sin ley, añade S. Agustín. Y es que, ¿dónde se encuentra ese cristiano ideal que se deje guiar siempre por el Espíritu? No nos ilusionemos. Hombres pesados, que caminamos torpemente sobre la tierra, no queramos volar como los pájaros.



La ley, las normas, los reglamentos son también parte de nuestra colaboración con la gracia. Todo grupo humano, también el religioso, necesita regirse por una reglamentación. Sólo un conjunto de personas ideales, de esas que en la realidad no existen, podría tal vez funcionar sin leyes.



San Pablo, que es el menos sospechoso en este asunto, dice:Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios... De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino (Rm 13, 1-2). Sí, Dios es un Dios de orden, y quiere orden para sus hijos.



No hay que oponer el Espíritu a la ley. La ley no es mala; lo que sí es malo, y en este sentido hemos pecado muchas veces, es idolatrar la ley, ponerla en el centro de nuestras vidas ocupando el lugar que corresponde al Espíritu.

En cualquier deporte, el fútbol, por ejemplo, hay que distinguir entre el juego y el reglamento. Lo que importa es el juego, pero también el reglamento es necesario; sin él sería difícil salvar el juego. Ninguna persona normal condena el reglamento y el arbitraje por inútil o por odioso, a pesar de los abundantes fallos concretos que se dan



Es sintomático que los Santos son los que menos se oponen a la ley. Y es curioso y sospechoso el hecho de que los más hostiles a la ley no suelen ser los más santos.



No temamos las leyes. San Pablo lo dijo con otras palabras: Los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien... Pero, si obras el mal, teme (Rm 13,3-4).

Integremos las leyes, los reglamentos, los estatutos en nuestra vivencia cristiana. Son mediaciones de gracia. Mirémoslas no con rechazo o con sospecha, como imposiciones odiosas, sino como manifestación amorosa de la voluntad de nuestro Dios. Digamos con el piadoso salmista: Tú eres bueno y haces el bien, instrúyeme en tus leyes. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. Mi alegría es el camino de tus preceptos. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. Quiero guardar tus leyes exactamente, tú no me abandones (Del Salmo 119).



("Nuevo Pentecostés" -ENCUENTRO)