PERDONAR

Para vivir con júbilo, para estar ligeros, libres, pidamos a Dios el amor, la alegría inefable de vivir el perdón.

¡Que lejos estamos de todo perdón cuando decimos alguna de estas frases o parecidas: “Esto se acabó”, “Perdono, pero no olvido”, “Que la aguante Rita”, “No nos hablamos”, “La oficina es una jungla”, “No trago a mi cuñada”, “Corté por lo sano”, “Que se disculpe él”, “Me va a oir”, “No soporto a los trepas”, “Para mi no existes”, “¿Quién es tu enemigo: el de tu oficio?”, “No me hablo con la portera”.

En el famoso himno al amor en el capítulo 13 de la 1ª Epístola a los Corintios, de trece características del amor, nueve definen el perdón, tal como Jesús nos lo enseña: la caridad no se irrita, no toma en cuenta el mal, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

En su dimensión humana el perdón se presenta bajo dos formas: el perdón dado y el perdón pedido. Bajo sus dos formas el perdón es siempre liberación, don y restablecimiento de la relación rota.

La raíz judía de la palabra "perdón" significa "dejar ir libre". El perdón deja ir libre. El perdón es liberador.

¿ Qué ocurre cuando perdonamos?

Al pedir perdón: Me libero del mal que yo he hecho y trato de liberar al otro de la herida recibida.

Al perdonar: Me libero de mi herida, del mal que me han hecho, liberando al otro de su acción. Incluso llego a liberar al otro en relación con su pecado.

En Mateo 16,19 Jesús encarga a Pedro el perdón de los pecados fundando el sacramento de la Reconciliación.

En los Evangelios de Juan y Lucas, se concede el don de perdonar, a los discípulos en general. “A quiénes les perdonéis le serán perdonados. Todo lo que desatéis en la tierra será desatado en los cielos".

Y Pablo confirma: "Dios nos ha reconciliado en El por Cristo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación... reconciliando al mundo con el mismo, no tomando sus faltas en cuenta a los hombres, y poniendo en nosotros la palabra de reconciliación" (2 Cor 5, 18-19).

La experiencia es que cuando dos personas, perdonan, ese perdón libera en la otra la posibilidad de pedir perdón a Dios y de recibir su perdón. En cambio, si yo no perdono, fijo al otro en su acto negativo. Cuando le perdono, le libero de su peso.

En tanto que perdona la deuda, que la cancela, el perdón es don. El perdón no consiste en decir "yo te perdono" o "yo olvido". ¡Cuántas veces se oye esto en personas dolidas por viejas heridas!: "yo no tengo problema de perdón". Yo "lo he olvidado todo y no pienso más".

El perdón es un Don

El mejor ejemplo es el relato de "la parábola del hijo pródigo". La relación del hijo y el Padre se rompe por la marcha del hijo. Y, cuando vuelve, el Padre le sale al encuentro sin un reproche, sin darle tiempo de pedir perdón. Corre hacia él, lo besa, se alegra de su vuelta y le devuelve a su puesto de hijo amado.

El no perdón es evidentemente lo contrario del perdón. Es rechazo del don. Encadenamiento. Construcción de muros de separación entre los dos. La ausencia del perdón conduce al que no perdona a una situación de encadenamiento personal. Rechazando el perdonar se queda uno atado al mal que le han hecho, prisionero de este mal. El rencor, la herida, pueden convertirse en un verdadero cáncer interior. Sólo se piensa en esto, esto invade la vida entera.

Al mismo tiempo se ejerce sobre aquel a quien no se perdona un juicio mortal, se le encadena a un acto. Se levanta entre uno mismo y el ofensor, un muro infranqueable.

No una vez sino siempre

Y aún más: El negarse a perdonar no sólo construye un muro de separación entre dos personas sino también un muro de separación entre el que no perdona y Dios.

Jesús nos llama a un perdón radical. Nuestro Padre del Cielo no nos perdonará más que si perdonamos (Mt 5,23). Nos perdonará "cómo" hayamos perdonado, si nos acordamos de que nuestro hermano tiene una queja contra nosotros debemos "dejar nuestra ofrenda en el altar e irnos a reconciliar en e1" (Mc 11,25).

No estamos llamados a perdonar a determinadas personas sino "a cualquiera que sea": hermanos, esposos, hijos, amigos, enemigos...

No estamos llamados a pedir perdón a determinadas personas sino a cualquiera -incluidos- los mismos a los que estamos llamados a perdonar y, siempre, a Dios porque toda ofensa hecha a cualquiera es un pecado contra Dios: "Contra ti sólo he pecado" (Sal 51).

No estamos llamados a perdonar UNA vez, sino incansablemente: 70 veces 7.

No estamos llamados a perdonar "con la boca chica" sino de "todo corazón" (Mt 18,35).

Corazón de Padre

En la parábola del Amo que perdona la deuda al siervo, y el siervo coge después por el cuello al compañero que no le pagaba, el Señor monta en cólera y lo condena a pagar hasta el último denario:

"Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de todo corazón, cada uno, a vuestro "hermano". Y no solamente de todo corazón sino como nuestro Padre perdona. ¿ y cómo perdona? .

. "El no recuerda nuestras faltas" (Is 43,25).

. "No se cansa de perdonar" (Is 55,41).

. "Perdona completamente" (Is 99, 8).

. “Ar roja todos nuestros pecados al fondo del mar" (Mt, 7,19).

La escritura nos dice: "Tu serás santo porque yo soy santo" (Lev 11,44), Jesús añade: "Tu perdonarás porque Dios perdona” .

Perdonar y pedir perdón son dos elementos esenciales de nuestra vida con Dios.

Nada nos separa tanto de Dios como el no perdonar o el no pedir perdón. No hay mayores obstáculos para la oración y la vida interior.

No hay nada más opuesto al amor y por tanto, causa más grande de muerte en una relación interpersonal, que el rechazo del perdón.

Heridos por el desamor

Las ocasiones de perdón surgen cientos de veces, bajo dos formas: cosas importantes y cosas pequeñas. Grandes heridas: infidelidad, mentira, violencia, o roces desagradables y continuos.

En toda relación entre las personas, el problema del perdón surge cuando una u otra se siente herida, olvidada, minimizada, subestimada, ofendida, agredida, abandonada, traicionada.

Surge cuando se vive en un estado de continuos reproches, comparaciones, acusación, agresividad o dominación, o defensa y justificación. . . y, con toda seguridad, cuando hay odio y espíritu de venganza.

En la base de todas estos estados de reproche, comparación, acusación más o menos velada, etc. hay en general, una voluntad de que el otro sea lo que yo quiero que sea o al menos la decepción de que no sea lo que yo quiero que sea: "Llegas siempre tarde", "Hablas demasiado, te enfadas siempre". "¿Por qué no puedes ser tan acogedor como fulanito?" Es frecuente este estado de reproche y comparación.

En el estado de dominación se impone todo simplemente al otro o se trata de imponerlo. O se busca que sea como el dominador quiere que sea.

Puede tomar o no formas de agresividad verbal o física.

Formas de rupturas

El estado de defensa es ese estado en que, la persona, se cree perpetuamente bajo sospecha, o se siente atacada, aunque sólo sea en su imaginación.

La justificación quiere demostrar que uno tiene la razón, o tener la última palabra. Hay una voluntad de triunfar sobre el otro, de vencer en una discusión o una situación.

En todo eso, justificarme es acusar al otro . Tener la última palabra es quedar dueño de la situación.

Se trate del hecho de sentirse herido, o de ser herido o traicionado o juzgado, el resultado es el mismo; se levanta un muro y poco a poco el amor se debilita y a veces se apaga.

Para no caer en la trampa

Si soy yo el que me siento o estoy ofendido y estoy herido, trataré de aclarar esta herida: ¿qué es lo que me ha herido? ¿por qué? ¿En qué me siento herido?

Después de buscar la razón por la que me siento herido me fijaré en mi actitud: ¿por qué reacciono así ante esta situación o estas palabras? ¿Es mi reacción razonable? ¿Cuáles son las raíces? Nos suele doler normalmente lo que da en el clavo.

Una hermana, cuenta en un testimonio, que en una época en que con frecuencia se sentía herida o atacada cayó en sus manos un libro del evangelista chino Watchman Nee: y fue para ella una ayuda preciosa leer: "Recordemos que en todo malentendido, todo mal humor, todo descontento, no hay mas que una sola razón: el amor secreto que nos tenemos a nosotros mismos". Los grados de nuestras heridas y sufrimientos dependen también de este amor secreto al propio yo. Pensar en estas palabras, puede reducir la ofensa a sus dimensiones justas y puede incluso eliminarlas simplemente.

Ver la realidad

Una vez reconocida mi herida y la reacción producida hay que aceptar que la herida ha tenido lugar. Una gran parte de nuestro sufrimiento puede venir de la voluntad irracional de que el acto que nos ha hecho sufrir sea "a posteriori" suprimido.

Pero el tiempo es irreversible. El acto mismo, la herida, no pueden retrospectivamente ser anulados, aunque sí reconocidos, aceptados, como dados por Dios. El paso siguiente es la decisión de perdonar. Es un acto de voluntad. Se quiere y se decide perdonar.

Algunos testimonios concretos

"Por mi parte, antes de conocer la Renovación, y lo que Dios me decía, cuando mi marido hacia un gesto de reconciliación hacia mí, lo mandaba a paseo. O abría de nuevo la discusión explicándole sus faltas, mis razones, mi sufrimiento. Después comprendí que lo mejor es ser amables y naturales sin ponernos transcendentes"

Cuando el otro viene a pedirnos perdón, basta simplemente un gesto amistoso, una acogida cariñosa como la del Padre del hijo pródigo, "Mi hijo había muerto y ha resucitado, ¡Alegraos!". Si quedamos como "buenos", no hay quién nos aguante.

Frecuentemente, no hay demanda de perdón, porque el otro no se ha dado cuenta de la herida que ha hecho o porque no quiere pedir perdón por orgullo o alguna otra causa o debido a un sentimiento muy agudo de culpabilidad.

Si esto ocurre así, hay que armarse de paciencia. Y si ¡al fin! nos piden perdón hay que vivir el ministerio de reconciliación como Pablo. No es oportuno decir: "yo te perdono el mal que me has hecho". Perdonar el mal que me has hecho no es un perdón, es una acusación.

Todo perdón dado debe suponer una acogida, "tranquila y suave" (1 P 3, 4), por nuestra parte. Aceptación interior de que el otro no sea lo que quiero que sea, respeto a su personalidad y ausencia de juicio. Transmitamos así un perdón sin acusación. Un perdón verdadero.

Perdón definitivo

"Durante unos años difíciles que atravesamos mi marido y yo, encontré una gran fuerza dando gracias a Dios en todo tiempo y lugar animada por San Pablo, y el consejo de 1 Pedro, 3: "Sin palabras". Cuando me sentía dolida o herida daba gracias a Dios por esa circunstancia recordando Rom 8,28: "Para los que aman a Dios todo es para bien". Estas palabras me permitieron entrar en un perdón sin juicio. Y encontré una gran paz.

Una vez que se ha perdonado, no olvidar que el perdón es definitivo. Miqueas nos enseña que Dios arroja nuestros pecados a lo más profundo del mar. No se trata de ir a repescarlos a cada nuevo perdón. A veces en el transcurso de una explicación entre pareja, se remontan al diluvio y salen a relucir todas las faltas desde el día de la boda.

Y yo ¿Qué?

Lo importante es que cada uno examine honradamente su responsabilidad, su comportamiento frente al otro.

Si, debo abrir los ojos ante mi comportamiento. ¿Qué me dice Dios de esta manera mía de ser o de hablar o actuar? Si se lo presento en oración ¿qué me dirá El? Y, decididamente, pedir perdón al Señor, por dejarme llevar por esos defectos de mi carácter y, por el daño que hago a los demás.

En este caso mi reconciliación, pasa por una petición de perdón, sin justificaciones, reproches o excusas.

¡Tendemos tanto a decir: "yo te pido perdón, pero verdaderamente no comprendo que una cosa así te pueda herir" o "te pido perdón pero realmente la falta es tuya!".

La única forma aceptable de pedir perdón se reduce a cuatro palabras: "yo te pido perdón". Punto.

Trucos para el perdón

"Hay personas que perdonan fácilmente y piden perdón también fácilmente. Otras, todo lo contrario. Mi marido perdona fácilmente, pero le cuesta pedir perdón. No digo que siempre me pida perdón pero, al menos me gustaría que se excusase de vez en cuando.

Para conseguirlo, mi táctica ha sido pedirle yo perdón, sistemáticamente, a lo largo del día, a la menor metedura de pata: una repuesta en mal tono, una palabra hiriente... y una noche, cuando menos lo esperaba, me dijo al apagar la TV: "Perdón por haberme enfadado este medio día": ¡El pedir perdón es contagioso!"
Los casos difíciles

"Hay momentos y perdones imposibles. Es difícil perdonar día a día y durante meses o años casos prolongados de traición, adulterio, o falta de amor. ¿Cómo se llega a este perdón profundo desde el fondo del corazón, a este perdón constante? . Mi camino ha pasado por la oración de bendición.

Una cosa es perdonar y otra mantenerse en el perdón y hacer desaparecer hasta la más pequeña raíz de los resentimientos más tenaces.

He vivido una de estas situaciones durante años. Mi problema no ha sido de perdón sino de la aceptación y el abandono a la acción de Dios. He tenido dos veces fuera de nuestra pareja necesidad de estos perdones.

He comenzado a rezar, día tras día, para que el Señor me diera este perdón profundo. Y el Señor me ha enseñado que el medio más poderoso de llegar al perdón real, era considerar las ofensas -muy reales- que yo había sufrido, a la luz de Su mirada, ante esta claridad de Dios, todas las cosas cambian de proporción, ofensas graves incluidas. Aprendí a rogarle, diariamente, que bendijese a la persona que me había herido con toda clase de bendiciones; en su vida, en sus afectos, en su éxito humano, material, en su felicidad, en su vida espiritual.

Es un camino seguro, se empieza con la boca chica, sólo con la fuerza de voluntad de obedecer al Señor. "¡Amad, orad por los que os persiguen y calumnian!".

Pero cada vez más la oración desciende de los labios a lo profundo del corazón.

Poco a poco nace una relación nueva, una preocupación real por esta persona, porque sea bendita en todas las cosas, liberada de sus inquietudes y resentimientos. Y, un día, se sabe que el perdón está allí, en el fondo del corazón.

Es preciso, por encima de todo, ser bendición para el otro.”
Siempre el amor

Puede que haya que perdonar durante años, "sin palabras y con espíritu tranquilo y suave". "Para los que aman a Dios todo es para bien". Y Dios saca bien. Lo saca, en principio, para nosotros haciéndonos avanzar siempre más en su amor. Y lo seca para el otro al que liberamos, poco a poco, por nuestra bendición y comportamiento.

En las grandes o en las pequeñas ocasiones (nunca hay cosas pequeñas en el amor de Dios) el perdón libera al Espíritu para que actué en uno u otro. Él transforma el mal en bien y en crecimiento de amor. Él es expresión de amor y trabaja bien la unidad. Él es la condición de nuestro amor.

Él es la condición de nuestro vivir con Dios. .

(Nuevo Pentecostés, n. 66)