ORAR CON LOS SALMOS

Por Nuevo Pentecostés

LA oración privada y comunitaria de los judíos se ha alimentado a lo largo de los siglos con el Libro de los Salmos. La Iglesia ha dado un puesto distinguido en la Liturgia de las horas y en el Oficio de Lectura a la recitación y canto de los salmos. En las Misas, los salmos forman parte de la Liturgia de la palabra en forma responsorial. El Salterio ha sido llamado 'el libro de oraciones de la Iglesia' por su reiterado uso en la Liturgia. La piedad privada de muchos hombres y mujeres de Dios se ha alimentado con la oración de los Salmos. San Agustín escribe sus largas Enarraciones sobre los salmos, en las que el Salterio es utilizado como tema de comentario y de oración.

¿Sabemos orar con los salmos?

Es fácil leerlos u oírlos leer distraídamente sin entrar en oración. A veces ni los entendemos, cuando nos encontramos con alusiones extrañas a nosotros, como «los toros de Basán» (22,13), o el «desierto de Cadés» (29,8). En otros momentos, la expresión del salmista desentona con nuestra idea de un Dios, amor perdonador, revelado en Jesús, y no descubrimos en sus fuertes expresiones la justicia y la santidad de Dios que triunfa sobre sus enemigos y los somete a su poder: «El Señor, a tu derecha, el día de su ira quebrantará a reyes; dará sentencia contra pueblos, amontonará cadáveres, quebrantará cráneos sobre la ancha tierra» (110,5-6).



¿Cómo orar con los salmos?

Podemos orar con los Salmos:


Sabiendo que ayer, hoy y mañana los salmos nos conducen a un encuentro personal y dialógico con Dios: «Qué densos sus capítulos...; si los desmenuzo, aún me quedas tú», «conmigo para siempre» (139,17-18). Más allá de la voz del salmista que ora e invoca a Dios, «debemos reconocer nuestra voz», nos dice San Agustín en su Comentario al salmo 61. Y continúa el santo Doctor: «Y no dije "nuestra", como si fuese sólo la de aquellos que actualmente estamos aquí, sino "nuestra", entendiéndola por la de todos los que estamos por todo el mundo; por la voz de los que nos hallamos desde el oriente al occidente».(1) El individuo creyente y la comunidad orante somos el yo y el nosotros de los Salmos, que invoca a Dios a lo largo de los siglos.




Pidiendo la luz del Espíritu Santo, autor principal e inspirador de los Salmos, para rezarlos como una expresión de nuestra fe en el Dios vivo. Los salmos tienen una función de memorial que permite a cada generación vivir y revivir los actos creadores y salvíficos de Dios. Con sus variadas formas de expresión, en la alabanza y en la súplica, en el grito del afligido y en el aplauso de la asamblea, en todos los Salmos, late la afirmación potente de la fe: «Tú eres mi Dios en cada circunstancia y serás siempre mi Dios». Los salmos se convierte así en una expresión orante en el Dios por encima de todo.




Se puede orar con los salmos repitiendo meditativamente el tema central teológico de cada uno.




Hay salmos cuyo tema central es la alabanza, que suelen terminar con el estribillo aleluya (=Alabad al Señor). Su recitación puede prolongar en el que ora la alabanza - comunitaria o privada -. El tema de la alabanza de Dios sirve para la oración de todas las horas: «Día tras día te bendeciré y alabaré su nombre por siempre jamás» (145,2). Dios merece siempre toda alabanza por sí mismo y por sus obras maravillosas: «Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza» (145,3).




La alabanza a Dios debe extenderse a toda la creación: «Todo ser que alienta alabe al Señor. Aleluya» (150,6) . La alabanza es la vocación última de toda la creación. Por esto, la oración de alabanza tiene su término pleno en lacomunidad: «Contaré tu fama a mis hermanos; en medio de la ASAMBLEA te alabaré» (22,23). La Renovación Carismática ha revitalizado este modo de oración comunitaria.




Hay salmos que invitan a la oración de escucha. El drama de Israel es que no escuchó ni obedeció a Yahveh: «Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer...» (81,12). La bendición del orante es saber escuchar al Señor: «En la mañana hazme escuchar tu gracia» (143,8). Con la ayuda de Dios, la escucha de su voz nos llena de luces y de comprensión espiritual: «Dios ha dicho una cosa y dos cosas he escuchado» (62,12). Los salmos nos guiarán en nuestra oración de escucha. Otra de las bendiciones de escuchar al Señor es que El a su vez nos escucha; «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (34,7).




En los salmos se encuentra también la oración de llamada (gará) , o grito a Dios. Se clama a Dios en la persecución (3,5); en la desgracia (4,2); en la angustia (18,7); en el peligro de muerte (18,4). La estructura dialogal de la oración sálmica se vive en la oración de la llamada en grito: «Si grito invocando al Señor, El me escucha desde su monte santo» (3,5). A veces, se vive la noche oscura de la oración aparentemente sin respuesta: «Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso» (22,3). Sin embargo, la fe en la proximidad del Señor, a quien se clama, se conserva en medio de la prueba: «Cerca está el Señor de los que lo invocan..., escucha sus gritos y los salva» (145,18-19).




Son bellísimas también las oraciones sálmicas de arrepentimiento del pecado: « Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado» (51,5). Y, junto al arrepentimiento por el pecado brota en los salmos la petición del perdón gratuito de Dios: «Líbranos y perdona nuestros pecados por causa de tu nombre» (79,9).




Los salmos nos enseñan también la oración de acción de gracias. «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor» (118,1). La acción de gracias se convierte en proclamación cultural y comunitaria: «Te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré entre la multitud del pueblo» (35,18).




Los salmos nos enseñarán múltiples temas que alimentarán nuestra oración según las diversas circunstancias de la vida: compromiso con Dios, deseo de su Reino mesiánico, exhortación profética contra los impíos, etc. (2).




Con los salmos también podemos hacer oración con la simple repetición de algunas de sus frases, que más nos impacten, o con la glosa espontánea de esas invocaciones. La palabra de los salmos tiene una unción especial para adentrarnos en la oración y estimular nuestro diálogo con el Omnipotente. Los salmos responsoriales de la Misa nos pueden entrenar en este tipo sencillo de oración. En momentos de queja o protesta ante Dios, rectifico mi modo de pensar repitiendo: «El Señor es justo en todos sus caminos; es bondadoso en todas sus acciones» o digo: «El Señor es bueno con todos; es cariñoso con todas sus criaturas» (145,9). El glosar con palabras propias estas invocaciones puede enriquecer nuestra oración. y en los salmos encontraremos mensajes útiles para las diversas circunstancias, agradables o desfavorables' de nuestra vida. Así, los salmos se convierten en una respiración espiritual del alma orante que busca a Dios.




Algunos proponen orar con los salmos por medio de su cristologización. Como los salmos hablan de Cristo (Lc 24,27), podríamos aplicarle a El todo lo que los salmos dicen del «Señor». Él mismo lo hizo en su predicación y en su vida. Jesús cita el salmo 110,1 , «Oráculo del Señor a mi Señor» para probar a los fariseos que hay un hijo de David según la carne al que el mismo David llama su Señor. Nosotros podríamos así aplicar muchos salmos a Cristo. Los salmos serían así una oración dirigida a Jesús, una alabanza de sus acciones maravillosas y una proclamación de su reinado imperecedero. Se trataría de una «cristologización» de los salmos «desde arriba». Una «cristologización desde abajo» se da cuando ponemos en nuestra propia oración los salmos en boca del mismo Cristo. El alababa a Dios con los salmos; en la cruz gritaba al Padre con el salmo 22,2: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). El «Tengo sed» (Jn 19,28) nos recuerda el salmo 22,16: «Mi lengua está seca como una teja». Jesús en la cruz ora con el salmo 31,6: «en tus manos encomiendo mi vida», anteponiéndole la entrañable palabra de «Padre», que no existe en el texto original. (3)




.San Agustín en sus Enarraciones sobre los salmos, al comentar el salmo 122, nos dice que Cristo cantó y sigue cantando los salmos de tres maneras: con suvoz; con su vida, y ahora con su Cuerpo, que somos nosotros, los que creemos en El y nos unimos a su propia oración de intercesión y de alabanza al Padre.



No dejemos que una rutina superficial mate en nosotros la oración nacida de los salmos e inspirada por ellos.

El P. Yves Congar, O.P., concluye su artículo «Los Salmos en mi vida» con estas bellas palabras, que deberíamos hacer nuestras: ¡Salmos, mis queridos salmos, pan cotidiano de mi esperanza, voz de mi servicio y de mi amor a Dios, alcanzad en mis labios vuestra plenitud: Queridos salmos, no envejecéis, sois la oración que no se desgasta. Asumís, en la fe, toda la experiencia humana. Si ocupáis este lugar en mi vida, es porque la expresáis ante Dios. . . Como la verdad, refrescáis los labios del corazón de quienes os cantan. Aceptad que se os resuma en dos palabras, de las cuales la segunda sólo se puede pronunciar en verdad cuando se ha dicho la primera: Amén, ¡Aleluya!. (4)

NOTAS

1 Obras de San Agustín, Enarraciones sobre los salmos, 2.0, Vol. XX (BAC, Madrid, 1965), 518.

2 Ver: Marina MANNA TI: Orar con los Salmos. Estella, Verbo Divino, 1980. Jean-Pierre PRÉVOST: Diccionario de los salmos. Verbo Divino,1991.

3 Ver: Yves CONGAR: Llamados a la vida. Herder, Barcelona, 1988, pp. 24-25; Michel GOURGES: Los salmos y Jesús. Jesús y los salmos. Verbo Divino, Estella, 1979.

4 Y. CONGAR: Llamados a la Vida, Barcelona, Herder, 1988, p. 33.



(Nuevo Pentecostés, Nº 29)