Por Fernando CHAMORRO, O.P.
Un poeta llamado Adato del siglo VI, decía que María era la puerta de Dios, ya que Dios entró en el mundo por Ella, y la puerta del Espíritu Santo ya que fue Ella la que lo acogió también en Pentecostés. Por eso uno de los elementos de la Renovación Carismática es un renovado espíritu mariano, que es también uno de los signos nuevos que en la Iglesia post-conciliar se han producido. No nos debe sorprender este reverdecimiento, valga la expresión, de la devoción a María y del entrañable amor a ella; ya que la Renovación Carismática quiere ser una experiencia viva del Espíritu Santo, de su ministerio en nosotros. ¿Qué otra cosa fue la vida de María más que un continuo ministerio del Espíritu Santo y una experiencia del Espíritu?
María, prototipo de carismáticos
Es una verdad que donde está el Espíritu, en cualquier comunidad o grupo, donde se empieza a manifestar el Espíritu de una manera suave pero intensa, empieza a aparecer el ministerio de María. El Cardenal L.J. Suenens, que es para nosotros entrañable, ha dicho que María es el corazón de la Iglesia Carismática. Se ha definido también a María como prototipo del cristiano carismático, porque carismático es aquél que instala a Jesús en su vida como Señor, que hace de Jesús el centro de su vida, que recibe al Espíritu Santo y se deja guiar por Él. ¿Y qué otra cosa hizo María más que esto? Por otro lado si la esencia de la Renovación Carismática es acercarnos a la santidad de Dios, a la proximidad de Dios, nadie le ha conocido tanto como Ella. Se abre al Espíritu Santo, se abre a sus dones, no interfiere jamás el plan de Dios. Lo más admirable es que siempre se deja conducir, cambia incluso su plan de vida humano. Acoge con total disponibilidad el plan de Dios. Ella se va a definir a sí misma como la esclava del Señor. Por eso pudo decir un día, con riesgo, pero con una gran confianza: «Haced lo que El os diga». Este es el mensaje que María pudo decir, guiada y conducida por el Espíritu Santo, haciendo del Señor el centro de toda su vida.
María además es modelo para nosotros; es proyección, impulso, dinamismo porque, silenciosamente, compartió la vida de Jesús. Silenciosamente compartió su pasión y ella nos hace también vivir de forma silenciosa e intensa la Resurrección. Este es el misterio cristiano. Y esto es lo que con el Espíritu en nosotros queremos actualizar y revivir. Es la experiencia que todos hemos tenido en la Renovación. Pero la historia de María viene de muy atrás. Todo lo que pasa en el mundo hoy, absolutamente todo, o mejor dicho, el que las cosas del mundo sean así no es más que la consecuencia de lo que ocurrió en el pueblo de Nazaret.
María de Nazaret, esta joven aldeana, es el prototipo del cristiano carismático, no sólo por ser una mujer totalmente guiada por el Espíritu Santo. Ella es el instrumento de Dios para hacerse cercano a los hombres. Yo creo que todo cristiano carismático, todos los que queremos pertenecer a la Renovación Carismática debiéramos ser siempre esto, algo que hace cercano a Dios a los demás, que hace sentir a Dios presente en las cosas. Porque no olvidemos que Dios nos necesita. Aunque nos parezca mentira, Dios tiene necesidad de nosotros y toda la historia lo demuestra. María es en esto modelo. Le prestó su vida, su cuerpo, su tranquilidad, su futuro; le prestó todo y nunca faltó a esta primera donación.
María, cercanía de Dios
María es modelo para nosotros, porque Dios, que siempre cuenta con nosotros, nos pide permiso para entrar, aunque Él nos dé la fuerza. María fue siempre dócil, ágil, oportuna, supo en todo momento saber estar. Dios que tiene necesidad de los hombres, pero que puede hacer todo sin ellos, para hacer una de las cosas más importantes, hacerse como nosotros, hacerse cercano a nosotros eligió a María. No es extraño entonces que tengamos que mirar a María en todos los aspectos, como la miran los poetas, para poder descubrir toda la profundidad de su ministerio. María no es Dios, no es la divinidad, no hay más que uno absoluto. Pero María es tan importante, está tan cerca de El que hay que mirarla muchas veces para ver lo que Dios puede hacer en una persona.
La santidad de María no se puede imitar, pues sólo Dios es santo, sólo Él. Él es el único. Los santos todos, incluida María, no hace más que recibir la santidad de Dios; la reflejan como un astro refleja la luz del sol. Por eso, los santos y la santidad, no son más que referencia a Dios, luminaria de Dios. Pero María fue más allá de reflejar y hacer referencia a Dios. Por eso donde se ve a María, se ve a Jesús y se ve a Dios.
Se puede contemplar a María desde la doble perspectiva del evangelio y de la teología. Desde la perspectiva del evangelio, María no es admirable porque sea una mujer excepcional; lo grande de María es que es grande siendo normal. Esto sí que es difícil. Personas importantes hay muchas, pero que lo sean siendo normales... Este es el misterio de Dios, hacer grande en lo pequeño. Las bienaventuranzas, el evangelio, los apóstoles, la Virgen, todo ello es lo grande dentro de lo pequeño, y éste es el misterio de la Encarnación. ¿Quién reconocía en aquel Jesús de Nazaret, el hijo de José y María, al Mesías?
María, transparencia de Cristo
La grandeza de María se celebra desde el siglo II, como un testimonio importante de la fe cristiana. La Iglesia, en el Vaticano II, dice que ocupa el lugar más alto y a la vez más próximo a nosotros. Cuentan los misioneros del Japón, que en los lugares donde han pasado muchos años sin misioneros y el cristianismo aparece como arrasado, quedan como únicos ecos los que hablan de María.
Ella es siempre testimonio de cristianismo, por eso, cuanto más cerca estemos de María, más carismáticos seremos.
María es reflejo de Jesús, santidad reflejada de Dios. Siempre será quien nos encauce y nos lleve hacia Él. Santa Teresa del Niño Jesús, decía que le gustaría ser sacerdote para hablar de María, porque de María se han dicho muchas cosas que no son verdad, nos la han presentado inaccesible, inalcanzable, con una serie de dones y cosas que son irreales. Hay que presentar a María amable más que admirable. Tenemos que entrar en María con una visión real, tal como el evangelio nos la presenta. Ver en ella a la mujer accesible, imitable que escuchó, que acogió y que siguió fielmente la palabra de Dios. Siempre bajo la dirección del Espíritu Santo.
Hay criterios, no los únicos, pero importantes, para entrar en el Misterio de María, sin caer en excentricidades, ni desviaciones falsas.
María, la gran creyente
¿Cómo hablar de María, cómo pensar y cómo ver a María? Volvamos al evangelio. Dice muy pocas cosas de Ella, pero muy buenas. A partir del evangelio vamos a encontrar a María tal como fue. Porque Dios se encarnó en ella tal como fue y no como nos la imaginamos nosotros. Hay unas cuantas claves que podemos leer en el evangelio para entrar en el misterio de María. La primera es el tema de la fe. María, ante todo, es una creyente. Dios entra en su vida, como en cualquiera de nosotros, por la fe. San Agustín llega a decir que María es más grande por haber concebido a Dios en su mente, que en su cuerpo. María acoge la palabra de Dios, porque viene de Él, y la medita en su interior. Esto es la Anunciación.
No olvidamos que la Anunciación es su primer Pentecostés. Esto es obra del Espíritu Santo y este misterio es el compendio de todos los misterios, el resumen de toda su vida. Dios entra en su vida por la fe, porque hace que acepte, que se fíe de Él sin ninguna explicación, sin ninguna demostración. Entra en un acto de fe en su vida exactamente como en nosotros. Todo lo que sigue en la vida de María, después de la Anunciación, no es más que la consecuencia de esta primera visita de Dios a su vida, de esta primera presencia de Dios en una vida actuando y haciendo. Ella se dejó hacer y, al dejarse hacer, Dios hizo esa maravilla que encontramos.
María, mujer de la esperanza
Una segunda clave para entender a María es lo que podríamos llamar, clave «profética» o "Liberadora». O, sencillamente, clave de «esperanza». María fue una mujer que confió en su Dios por encima de todas las cosas y apariencias, porque si difícil fue el nacimiento más lo fueron los treinta y tantos años que siguieron. Y María confió. Fue la mujer de la esperanza. Además, María, después de la Anunciación, canta el Magníficat que es un canto de esperanza, de liberación; un canto en favor de la utopía, de casi lo imposible. Es el canto de gozo no de la maternidad, sino de la presencia de Dios en su pueblo, que Dios está a favor de los marginados, de los desterrados, de los pobres. No se trata de hacer una revolución social, pero sí vino a llenar de esperanza a los que no la tenían.
María anunció un cambio de valores. Es el anuncio profético de que Dios está, no con los grandes sino con todo aquel que se hace sencillo y humilde, con el que le abre la puerta. Para estos se necesita mucha esperanza.
María, primera discípula
Otra clave importante para entender a María es la de «discípulo de Jesús». Por su maternidad no solo es la madre de Jesucristo sino que es además su primer discípulo (Mc 3,3135). María fue la que mejor acogió la palabra de Dios y la puso en práctica. Y esta fidelidad de discípulo, de escuchar la palabra y hacerla realidad en la vida, en lo cotidiano... es lo que María nos enseña.
Su misi6n no acaba con el parte en Belén. La vemos en las bodas de Caná (Jn 2); cuando anuncia un nuevo tiempo y acelera y apresura con valentía la presencia del Mesías. La vemos también en el calvario, la única que supo estar allí. María siempre supo estar. Fue osada en Caná, humilde y valiente en el Gó1gota... Pero su misión no acaba allí. María está también en el Cenáculo, testigo de la fe, confirmando a los hermanos, formando comunidad, esperando al Espíritu. Está haciendo realidad aquello que Cristo le había dicho en la cruz: «He aquí a tu hijo». Allí nació la Iglesia.
A María le encarga el cuidado de esa comunidad inicial y temerosa y ella lo hace y recibe el Espíritu Santo. María fue la síntesis del discípulo: contemplación y acción. María nunca llama tarde y esto tenemos que aprenderlo y profundizarlo para nuestra oración de intercesión; para nuestra esperanza, para nuestra confianza. Tenemos que saber esperar el momento de la gracia y en esto María es modelo. María es para nosotros clave de esperanza. No se la puede entender sino desde la esperanza.
María, abre las puertas del Espíritu
La última clave sería la del «Espíritu». María nos ha abierto las puertas del Espíritu. Algo tuvo que tener para que el Espíritu viniera con plenitud sobre Ella en la Encarnación y en Pentecostés. Es leyendo su vida o contemplando el misterio de María, en clave del Espíritu como se comprenden muchas cosas. María es para nosotros la que se ha entregado totalmente a los planes del Señor, la que da sentido a toda nuestra vida. Ella nos enseña, desde la humildad y la sencillez, que el Señor hace cosas grandes y que las maravillas que hace en una persona, no quedarán ocultas: Dios proclamará y actuará en personas que se dejen guiar por el Espíritu; será dicho y proclamado por todo el mundo. En eso María es prototipo del cristianismo carismático.
Más que una intercesora poderosa, Ella es nuestra referencia a Jesús y a la acción del Espíritu Santo. Nos enseña a estar muy cerca de Jesús y de Dios. Cuando uno presencia y está en contacto directo con la gente muy sencilla, cuando ve la sintonía que hay entre ésta y María, ante esa devoción profunda, podemos decir que si en algunos momentos hay escoria o sentimientos que purificar, siempre queda algo inefable y misterioso: es la afinidad que los sencillos tienen con María. Todo esto representa y expresa un amor auténtico al que la teología debería inclinarse siempre.
Estas son claves para llegar y entender a María. Pero hemos de sentir también gran respeto por aquello que el ángel le dijo a San José la noche de su duda: «No temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). .
(Nuevo Pentecostés, n.24)
Un poeta llamado Adato del siglo VI, decía que María era la puerta de Dios, ya que Dios entró en el mundo por Ella, y la puerta del Espíritu Santo ya que fue Ella la que lo acogió también en Pentecostés. Por eso uno de los elementos de la Renovación Carismática es un renovado espíritu mariano, que es también uno de los signos nuevos que en la Iglesia post-conciliar se han producido. No nos debe sorprender este reverdecimiento, valga la expresión, de la devoción a María y del entrañable amor a ella; ya que la Renovación Carismática quiere ser una experiencia viva del Espíritu Santo, de su ministerio en nosotros. ¿Qué otra cosa fue la vida de María más que un continuo ministerio del Espíritu Santo y una experiencia del Espíritu?
María, prototipo de carismáticos
Es una verdad que donde está el Espíritu, en cualquier comunidad o grupo, donde se empieza a manifestar el Espíritu de una manera suave pero intensa, empieza a aparecer el ministerio de María. El Cardenal L.J. Suenens, que es para nosotros entrañable, ha dicho que María es el corazón de la Iglesia Carismática. Se ha definido también a María como prototipo del cristiano carismático, porque carismático es aquél que instala a Jesús en su vida como Señor, que hace de Jesús el centro de su vida, que recibe al Espíritu Santo y se deja guiar por Él. ¿Y qué otra cosa hizo María más que esto? Por otro lado si la esencia de la Renovación Carismática es acercarnos a la santidad de Dios, a la proximidad de Dios, nadie le ha conocido tanto como Ella. Se abre al Espíritu Santo, se abre a sus dones, no interfiere jamás el plan de Dios. Lo más admirable es que siempre se deja conducir, cambia incluso su plan de vida humano. Acoge con total disponibilidad el plan de Dios. Ella se va a definir a sí misma como la esclava del Señor. Por eso pudo decir un día, con riesgo, pero con una gran confianza: «Haced lo que El os diga». Este es el mensaje que María pudo decir, guiada y conducida por el Espíritu Santo, haciendo del Señor el centro de toda su vida.
María además es modelo para nosotros; es proyección, impulso, dinamismo porque, silenciosamente, compartió la vida de Jesús. Silenciosamente compartió su pasión y ella nos hace también vivir de forma silenciosa e intensa la Resurrección. Este es el misterio cristiano. Y esto es lo que con el Espíritu en nosotros queremos actualizar y revivir. Es la experiencia que todos hemos tenido en la Renovación. Pero la historia de María viene de muy atrás. Todo lo que pasa en el mundo hoy, absolutamente todo, o mejor dicho, el que las cosas del mundo sean así no es más que la consecuencia de lo que ocurrió en el pueblo de Nazaret.
María de Nazaret, esta joven aldeana, es el prototipo del cristiano carismático, no sólo por ser una mujer totalmente guiada por el Espíritu Santo. Ella es el instrumento de Dios para hacerse cercano a los hombres. Yo creo que todo cristiano carismático, todos los que queremos pertenecer a la Renovación Carismática debiéramos ser siempre esto, algo que hace cercano a Dios a los demás, que hace sentir a Dios presente en las cosas. Porque no olvidemos que Dios nos necesita. Aunque nos parezca mentira, Dios tiene necesidad de nosotros y toda la historia lo demuestra. María es en esto modelo. Le prestó su vida, su cuerpo, su tranquilidad, su futuro; le prestó todo y nunca faltó a esta primera donación.
María, cercanía de Dios
María es modelo para nosotros, porque Dios, que siempre cuenta con nosotros, nos pide permiso para entrar, aunque Él nos dé la fuerza. María fue siempre dócil, ágil, oportuna, supo en todo momento saber estar. Dios que tiene necesidad de los hombres, pero que puede hacer todo sin ellos, para hacer una de las cosas más importantes, hacerse como nosotros, hacerse cercano a nosotros eligió a María. No es extraño entonces que tengamos que mirar a María en todos los aspectos, como la miran los poetas, para poder descubrir toda la profundidad de su ministerio. María no es Dios, no es la divinidad, no hay más que uno absoluto. Pero María es tan importante, está tan cerca de El que hay que mirarla muchas veces para ver lo que Dios puede hacer en una persona.
La santidad de María no se puede imitar, pues sólo Dios es santo, sólo Él. Él es el único. Los santos todos, incluida María, no hace más que recibir la santidad de Dios; la reflejan como un astro refleja la luz del sol. Por eso, los santos y la santidad, no son más que referencia a Dios, luminaria de Dios. Pero María fue más allá de reflejar y hacer referencia a Dios. Por eso donde se ve a María, se ve a Jesús y se ve a Dios.
Se puede contemplar a María desde la doble perspectiva del evangelio y de la teología. Desde la perspectiva del evangelio, María no es admirable porque sea una mujer excepcional; lo grande de María es que es grande siendo normal. Esto sí que es difícil. Personas importantes hay muchas, pero que lo sean siendo normales... Este es el misterio de Dios, hacer grande en lo pequeño. Las bienaventuranzas, el evangelio, los apóstoles, la Virgen, todo ello es lo grande dentro de lo pequeño, y éste es el misterio de la Encarnación. ¿Quién reconocía en aquel Jesús de Nazaret, el hijo de José y María, al Mesías?
María, transparencia de Cristo
La grandeza de María se celebra desde el siglo II, como un testimonio importante de la fe cristiana. La Iglesia, en el Vaticano II, dice que ocupa el lugar más alto y a la vez más próximo a nosotros. Cuentan los misioneros del Japón, que en los lugares donde han pasado muchos años sin misioneros y el cristianismo aparece como arrasado, quedan como únicos ecos los que hablan de María.
Ella es siempre testimonio de cristianismo, por eso, cuanto más cerca estemos de María, más carismáticos seremos.
María es reflejo de Jesús, santidad reflejada de Dios. Siempre será quien nos encauce y nos lleve hacia Él. Santa Teresa del Niño Jesús, decía que le gustaría ser sacerdote para hablar de María, porque de María se han dicho muchas cosas que no son verdad, nos la han presentado inaccesible, inalcanzable, con una serie de dones y cosas que son irreales. Hay que presentar a María amable más que admirable. Tenemos que entrar en María con una visión real, tal como el evangelio nos la presenta. Ver en ella a la mujer accesible, imitable que escuchó, que acogió y que siguió fielmente la palabra de Dios. Siempre bajo la dirección del Espíritu Santo.
Hay criterios, no los únicos, pero importantes, para entrar en el Misterio de María, sin caer en excentricidades, ni desviaciones falsas.
María, la gran creyente
¿Cómo hablar de María, cómo pensar y cómo ver a María? Volvamos al evangelio. Dice muy pocas cosas de Ella, pero muy buenas. A partir del evangelio vamos a encontrar a María tal como fue. Porque Dios se encarnó en ella tal como fue y no como nos la imaginamos nosotros. Hay unas cuantas claves que podemos leer en el evangelio para entrar en el misterio de María. La primera es el tema de la fe. María, ante todo, es una creyente. Dios entra en su vida, como en cualquiera de nosotros, por la fe. San Agustín llega a decir que María es más grande por haber concebido a Dios en su mente, que en su cuerpo. María acoge la palabra de Dios, porque viene de Él, y la medita en su interior. Esto es la Anunciación.
No olvidamos que la Anunciación es su primer Pentecostés. Esto es obra del Espíritu Santo y este misterio es el compendio de todos los misterios, el resumen de toda su vida. Dios entra en su vida por la fe, porque hace que acepte, que se fíe de Él sin ninguna explicación, sin ninguna demostración. Entra en un acto de fe en su vida exactamente como en nosotros. Todo lo que sigue en la vida de María, después de la Anunciación, no es más que la consecuencia de esta primera visita de Dios a su vida, de esta primera presencia de Dios en una vida actuando y haciendo. Ella se dejó hacer y, al dejarse hacer, Dios hizo esa maravilla que encontramos.
María, mujer de la esperanza
Una segunda clave para entender a María es lo que podríamos llamar, clave «profética» o "Liberadora». O, sencillamente, clave de «esperanza». María fue una mujer que confió en su Dios por encima de todas las cosas y apariencias, porque si difícil fue el nacimiento más lo fueron los treinta y tantos años que siguieron. Y María confió. Fue la mujer de la esperanza. Además, María, después de la Anunciación, canta el Magníficat que es un canto de esperanza, de liberación; un canto en favor de la utopía, de casi lo imposible. Es el canto de gozo no de la maternidad, sino de la presencia de Dios en su pueblo, que Dios está a favor de los marginados, de los desterrados, de los pobres. No se trata de hacer una revolución social, pero sí vino a llenar de esperanza a los que no la tenían.
María anunció un cambio de valores. Es el anuncio profético de que Dios está, no con los grandes sino con todo aquel que se hace sencillo y humilde, con el que le abre la puerta. Para estos se necesita mucha esperanza.
María, primera discípula
Otra clave importante para entender a María es la de «discípulo de Jesús». Por su maternidad no solo es la madre de Jesucristo sino que es además su primer discípulo (Mc 3,3135). María fue la que mejor acogió la palabra de Dios y la puso en práctica. Y esta fidelidad de discípulo, de escuchar la palabra y hacerla realidad en la vida, en lo cotidiano... es lo que María nos enseña.
Su misi6n no acaba con el parte en Belén. La vemos en las bodas de Caná (Jn 2); cuando anuncia un nuevo tiempo y acelera y apresura con valentía la presencia del Mesías. La vemos también en el calvario, la única que supo estar allí. María siempre supo estar. Fue osada en Caná, humilde y valiente en el Gó1gota... Pero su misión no acaba allí. María está también en el Cenáculo, testigo de la fe, confirmando a los hermanos, formando comunidad, esperando al Espíritu. Está haciendo realidad aquello que Cristo le había dicho en la cruz: «He aquí a tu hijo». Allí nació la Iglesia.
A María le encarga el cuidado de esa comunidad inicial y temerosa y ella lo hace y recibe el Espíritu Santo. María fue la síntesis del discípulo: contemplación y acción. María nunca llama tarde y esto tenemos que aprenderlo y profundizarlo para nuestra oración de intercesión; para nuestra esperanza, para nuestra confianza. Tenemos que saber esperar el momento de la gracia y en esto María es modelo. María es para nosotros clave de esperanza. No se la puede entender sino desde la esperanza.
María, abre las puertas del Espíritu
La última clave sería la del «Espíritu». María nos ha abierto las puertas del Espíritu. Algo tuvo que tener para que el Espíritu viniera con plenitud sobre Ella en la Encarnación y en Pentecostés. Es leyendo su vida o contemplando el misterio de María, en clave del Espíritu como se comprenden muchas cosas. María es para nosotros la que se ha entregado totalmente a los planes del Señor, la que da sentido a toda nuestra vida. Ella nos enseña, desde la humildad y la sencillez, que el Señor hace cosas grandes y que las maravillas que hace en una persona, no quedarán ocultas: Dios proclamará y actuará en personas que se dejen guiar por el Espíritu; será dicho y proclamado por todo el mundo. En eso María es prototipo del cristianismo carismático.
Más que una intercesora poderosa, Ella es nuestra referencia a Jesús y a la acción del Espíritu Santo. Nos enseña a estar muy cerca de Jesús y de Dios. Cuando uno presencia y está en contacto directo con la gente muy sencilla, cuando ve la sintonía que hay entre ésta y María, ante esa devoción profunda, podemos decir que si en algunos momentos hay escoria o sentimientos que purificar, siempre queda algo inefable y misterioso: es la afinidad que los sencillos tienen con María. Todo esto representa y expresa un amor auténtico al que la teología debería inclinarse siempre.
Estas son claves para llegar y entender a María. Pero hemos de sentir también gran respeto por aquello que el ángel le dijo a San José la noche de su duda: «No temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). .
(Nuevo Pentecostés, n.24)