Por Dominique FERRY
La oración, sea bíblica, personal o comunitaria, es siempre un camino de encuentro con Dios, una toma de conciencia de la presencia, de la mirada de Aquél que me hace existir en todo momento; en consecuencia, es siempre una experiencia de su amor y de su ternura, algunas veces en pura fe. Pero la oración carismática comunitaria es especialmente un lugar donde experimentar la presencia y cercanía de Dios; donde comprender que la oración es más que un encuentro "bilateral" entre Dios y yo; e igualmente un espacio donde encarnar y comprometer mi fe. A fin de cuentas, me llama a liberarme y desasirme de mí mismo.
I. HACER LA EXPERIENCIA DE LA CERCANÍA DE DIOS
Por la Encarnación de su Hijo Jesús, Dios ha querido manifestar definitivamente su proximidad a los hombres; ha querido hacernos ver con qué amor ama a la humanidad, qué preocupación tiene constantemente por nuestra vida. Por su enseñanza que se unía a cada uno en las circunstancias de su vida, por la expresión concreta de su compasión, por el ejercicio de la misericordia, por sus encuentros personales, Jesús ha revelado a los que se encuentran con Él el verdadero rostro de Dios y la actualidad de la salvación. Desde que Jesús ha vuelto a la Gloria, la comunidad reunida, es el cuerpo místico de Cristo, el sacramento de salvación. Así, dejándose renovar por el Espíritu Santo, la asamblea de oración es, de nuevo, el lugar de la presencia de Jesús en medio de su rebaño, y el ejercicio de los carismas es de nuevo la manifestación del desbordamiento del Amor del corazón de Dios. Cuando Jesús dijo a sus discípulos: "Es bueno que Yo me vaya", es bueno porque sabe que, una vez derramado el Espíritu Santo en toda carne, nos habremos hecho capaces de hacer cosas mayores todavía.
Acogiendo los carismas en la asamblea, nos va a permitir, como Jesús lo ha hecho, que los que están presentes puedan oír la Palabra del Padre, puedan sentir el Amor del Padre, puedan acoger la luz de la salvación sobre su vida, puedan experimentar la misericordia del Padre, puedan sentir su compasión.
Para que, a la vez, nosotros podamos anunciar que Jesús ha resucitado y que vive hoy, es esencial que podamos tener la experiencia personal. Somos llamados a ser testigos de primera mano y no repetidores de rumores. La asamblea de oración carismática nos permitirá, a su vez, decir que "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado del Verbo de Vida, porque la Vida se ha manifestado" (l Jn. l), "os lo anunciamos a fin de que también vosotros estéis en comunión con " nosotros .
II. TENER LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Cuando Isabel recibe la visita de María y se deja llevar por la "espontaneidad" del que la habita, Isabel ejerce el carisma de ciencia revelando lo que su Dios ha hecho en María y entonces brota en Ella el Magníficat. Es interesante hacer notar que este canto de acción de gracias no sigue a la palabra del Angel, sino a la palabra de Isabel, que viene como una confirmación exterior de esta palabra interior recibida de Dios.
En la oración común de la asamblea de oración voy a hacer esta misma experiencia: que mi palabra puede tener efectos en la vida de los otros más allá de lo que puedo sospechar, ya sea esta oración de alabanza, de arrepentimiento, ya consista en dar una imagen, o sea la expresión del sentimiento que el Espíritu Santo pone en mi corazón. Abandonarse a la oración "espontánea" es ver al Espíritu Santo edificar ante nuestros propios ojos la asamblea, articularla en un Cuerpo del que hemos sido hechos miembros.
Y en esta experiencia voy a realizar al mismo tiempo el carácter totalmente único de mi relación con Dios: El me toca, me habla personalmente, solicita mi participación de modo específico; y me hace ver la importancia de esta relación personal con otros miembros del Pueblo de Dios. En la asamblea de oración, Dios está allí todo entero para mí, y al mismo tiempo se manifiesta todo entero también en los otros, y me enseña que no me puede amar a mí sin limitación más que amando a los otros también ilimitadamente.
Desde Caín y Abel, la relación fraterna ante Dios está manchada por la envidia y el exclusivismo. La asamblea de oración es un fuerte antídoto contra este mal.
III. ESPACIO EN EL QUE ENCARNAR Y COMPROMETER MI FE
En la asamblea de oración es esencial que expresemos nuestra oración en voz alta. Para salvarnos el Verbo de Dios ha tomado un cuerpo, y la respuesta a esta encarnación no puede ser más que una palabra encarnada y no simplemente un pensamiento, un sentimiento. Antes que los actos, la palabra me compromete totalmente ante los otros. En respuesta a la venida de Jesús a casa de Zaqueo, éste habla y por esta palabra se compromete totalmente delante de los testigos.
Jesús mismo ha orado algunas veces en voz alta, como en la resurrección de Lázaro: "Yo te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Sabía que Tú me escuchas siempre; pero es por la multitud que me rodea por lo que he hablado para que crean que Tú me has enviado" (Jn. 11,41-42). En esta oración Jesús quiere manifestar el compromiso de su confianza en el Padre para que los que están presentes accedan a su vez a la misma confianza, a la misma fe. En muchas de sus curaciones Jesús pide al que se acerca, y del que conoce sus deseos, que formule su petición en voz alta, abiertamente; entonces la respuesta de Jesús será frecuentemente: "Vete, tu fe te ha salva" o "vete, que te suceda según tu fe".
En la expresión "en voz alta" de nuestra oración, somos llamados a poner un acto concreto de fe que va a construir o consolidar nuestra propia fe en Dios, al mismo tiempo que va a aumentar la fe de la asamblea.
IV ENTRAR EN UN DESASIRSE DE SÍ MISMO
El calificativo de "espontánea" es eminentemente engañoso porque podría hacer pensar que la oración parte de mí, que surge cuando me parece y que se trata de dejarse llevar de su sentimiento. Más que "espontánea" debería decirse no programada porque, de hecho, se trata de abandonarse a la acción del Espíritu en mí, como en el caso de la Visitación o como cuando Jesús, a la vuelta de los 72, "lleno de gozo bajo la acción del Espíritu dice: "Te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y prudentes y haberlas revelado a los pequeños" (Lc.10,21). Se trata, pues, de entrar en una disponibilidad interior, de aceptar por anticipado la acción del Espíritu en nosotros: después, en el curso de la oración, aceptar dejarme conducir por la oración de la asamblea, abandonar mis propios caminos para entrar en los que me son propuestos, decir sí a la alabanza, moverme a la intercesión por otros más que permanecer en mis propias peticiones. Es también aceptar entregarme a los otros, dar mi palabra, dar mi oración, dar mi imperfecciones, mis limitaciones para que se construya el cuerpo.
En definitiva, la oración comunitaria es siempre eucarística: cada uno de nosotros es invitado a entregarse a los hermanos para permitir que el Espíritu Santo haga realmente presente en la asamblea a Cristo resucitado y vivo hoy.
(Nuevo Pentecostés, Nº 30)
La oración, sea bíblica, personal o comunitaria, es siempre un camino de encuentro con Dios, una toma de conciencia de la presencia, de la mirada de Aquél que me hace existir en todo momento; en consecuencia, es siempre una experiencia de su amor y de su ternura, algunas veces en pura fe. Pero la oración carismática comunitaria es especialmente un lugar donde experimentar la presencia y cercanía de Dios; donde comprender que la oración es más que un encuentro "bilateral" entre Dios y yo; e igualmente un espacio donde encarnar y comprometer mi fe. A fin de cuentas, me llama a liberarme y desasirme de mí mismo.
I. HACER LA EXPERIENCIA DE LA CERCANÍA DE DIOS
Por la Encarnación de su Hijo Jesús, Dios ha querido manifestar definitivamente su proximidad a los hombres; ha querido hacernos ver con qué amor ama a la humanidad, qué preocupación tiene constantemente por nuestra vida. Por su enseñanza que se unía a cada uno en las circunstancias de su vida, por la expresión concreta de su compasión, por el ejercicio de la misericordia, por sus encuentros personales, Jesús ha revelado a los que se encuentran con Él el verdadero rostro de Dios y la actualidad de la salvación. Desde que Jesús ha vuelto a la Gloria, la comunidad reunida, es el cuerpo místico de Cristo, el sacramento de salvación. Así, dejándose renovar por el Espíritu Santo, la asamblea de oración es, de nuevo, el lugar de la presencia de Jesús en medio de su rebaño, y el ejercicio de los carismas es de nuevo la manifestación del desbordamiento del Amor del corazón de Dios. Cuando Jesús dijo a sus discípulos: "Es bueno que Yo me vaya", es bueno porque sabe que, una vez derramado el Espíritu Santo en toda carne, nos habremos hecho capaces de hacer cosas mayores todavía.
Acogiendo los carismas en la asamblea, nos va a permitir, como Jesús lo ha hecho, que los que están presentes puedan oír la Palabra del Padre, puedan sentir el Amor del Padre, puedan acoger la luz de la salvación sobre su vida, puedan experimentar la misericordia del Padre, puedan sentir su compasión.
Para que, a la vez, nosotros podamos anunciar que Jesús ha resucitado y que vive hoy, es esencial que podamos tener la experiencia personal. Somos llamados a ser testigos de primera mano y no repetidores de rumores. La asamblea de oración carismática nos permitirá, a su vez, decir que "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado del Verbo de Vida, porque la Vida se ha manifestado" (l Jn. l), "os lo anunciamos a fin de que también vosotros estéis en comunión con " nosotros .
II. TENER LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Cuando Isabel recibe la visita de María y se deja llevar por la "espontaneidad" del que la habita, Isabel ejerce el carisma de ciencia revelando lo que su Dios ha hecho en María y entonces brota en Ella el Magníficat. Es interesante hacer notar que este canto de acción de gracias no sigue a la palabra del Angel, sino a la palabra de Isabel, que viene como una confirmación exterior de esta palabra interior recibida de Dios.
En la oración común de la asamblea de oración voy a hacer esta misma experiencia: que mi palabra puede tener efectos en la vida de los otros más allá de lo que puedo sospechar, ya sea esta oración de alabanza, de arrepentimiento, ya consista en dar una imagen, o sea la expresión del sentimiento que el Espíritu Santo pone en mi corazón. Abandonarse a la oración "espontánea" es ver al Espíritu Santo edificar ante nuestros propios ojos la asamblea, articularla en un Cuerpo del que hemos sido hechos miembros.
Y en esta experiencia voy a realizar al mismo tiempo el carácter totalmente único de mi relación con Dios: El me toca, me habla personalmente, solicita mi participación de modo específico; y me hace ver la importancia de esta relación personal con otros miembros del Pueblo de Dios. En la asamblea de oración, Dios está allí todo entero para mí, y al mismo tiempo se manifiesta todo entero también en los otros, y me enseña que no me puede amar a mí sin limitación más que amando a los otros también ilimitadamente.
Desde Caín y Abel, la relación fraterna ante Dios está manchada por la envidia y el exclusivismo. La asamblea de oración es un fuerte antídoto contra este mal.
III. ESPACIO EN EL QUE ENCARNAR Y COMPROMETER MI FE
En la asamblea de oración es esencial que expresemos nuestra oración en voz alta. Para salvarnos el Verbo de Dios ha tomado un cuerpo, y la respuesta a esta encarnación no puede ser más que una palabra encarnada y no simplemente un pensamiento, un sentimiento. Antes que los actos, la palabra me compromete totalmente ante los otros. En respuesta a la venida de Jesús a casa de Zaqueo, éste habla y por esta palabra se compromete totalmente delante de los testigos.
Jesús mismo ha orado algunas veces en voz alta, como en la resurrección de Lázaro: "Yo te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Sabía que Tú me escuchas siempre; pero es por la multitud que me rodea por lo que he hablado para que crean que Tú me has enviado" (Jn. 11,41-42). En esta oración Jesús quiere manifestar el compromiso de su confianza en el Padre para que los que están presentes accedan a su vez a la misma confianza, a la misma fe. En muchas de sus curaciones Jesús pide al que se acerca, y del que conoce sus deseos, que formule su petición en voz alta, abiertamente; entonces la respuesta de Jesús será frecuentemente: "Vete, tu fe te ha salva" o "vete, que te suceda según tu fe".
En la expresión "en voz alta" de nuestra oración, somos llamados a poner un acto concreto de fe que va a construir o consolidar nuestra propia fe en Dios, al mismo tiempo que va a aumentar la fe de la asamblea.
IV ENTRAR EN UN DESASIRSE DE SÍ MISMO
El calificativo de "espontánea" es eminentemente engañoso porque podría hacer pensar que la oración parte de mí, que surge cuando me parece y que se trata de dejarse llevar de su sentimiento. Más que "espontánea" debería decirse no programada porque, de hecho, se trata de abandonarse a la acción del Espíritu en mí, como en el caso de la Visitación o como cuando Jesús, a la vuelta de los 72, "lleno de gozo bajo la acción del Espíritu dice: "Te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y prudentes y haberlas revelado a los pequeños" (Lc.10,21). Se trata, pues, de entrar en una disponibilidad interior, de aceptar por anticipado la acción del Espíritu en nosotros: después, en el curso de la oración, aceptar dejarme conducir por la oración de la asamblea, abandonar mis propios caminos para entrar en los que me son propuestos, decir sí a la alabanza, moverme a la intercesión por otros más que permanecer en mis propias peticiones. Es también aceptar entregarme a los otros, dar mi palabra, dar mi oración, dar mi imperfecciones, mis limitaciones para que se construya el cuerpo.
En definitiva, la oración comunitaria es siempre eucarística: cada uno de nosotros es invitado a entregarse a los hermanos para permitir que el Espíritu Santo haga realmente presente en la asamblea a Cristo resucitado y vivo hoy.
(Nuevo Pentecostés, Nº 30)