Jean-Denis RENAUD
Larvado o declarado, el conflicto nos acecha a todos... ¿Cómo podremos pasar por alto los malentendidos, las cegueras respecto al otro? Abrir un nuevo espacio de diálogo para desactivar la violencia que surge en nuestros intercambios, es el papel del mediador, nos dice este autor sociólogo y experto en la gestión no violenta de los conflictos.
La mediación es una negociación asistida por una tercera parte. Existen diferentes campos y tipos de mediación.
La mediación no violenta y comunitaria que es la que tratamos aquí se pone en marcha porque las partes deciden voluntariamente resolver amistosamente su conflicto con la ayuda de un mediador, neutro e imparcial.
Este mediador no tiene el poder de imponer una solución, como un árbitro de fútbol o un juez pero ofrece su competencia técnica y humana para favorecer un diálogo constructivo, en las máximas condiciones de seguridad y creatividad para que las partes puedan encontrar por sí mismas una solución mutua satisfactoria para su problema.
Ellos asumen así su responsabilidad y reafirman su capacidad para resolver sus propios conflictos.
El poder del mediador le viene de su facultad de transformar el lenguaje acusador de las partes haciéndoles ver cómo se transforma en sufrimiento para cada uno, también de la confianza que las partes en conflicto depositan en él y de la posibilidad de retirarse si no se respetan las reglas mínimas del juego: no quitar la palabra a otro, no proferir insultos.
El conflicto
Esta palabra viene del latín conflictus y significa herida, choque. Surge de la no aceptación de una diferencia; de un desacuerdo sobre lo que sucede, o lo que debería ser.
En los medios cristianos el conflicto se niega frecuentemente por considerarlo negativo. Pero es preferible que surja a mantenerlo larvado. Para que el conflicto sea destructivo es preciso que el desacuerdo sea hostil, que suponga un deterioro de la calidad de nuestra relación, que no se convierta en duelo. "Si no estás de acuerdo conmigo te lo hago pagar con una sanción relacional: te retiro mi amistad". O también trato de forzar que te pliegues a mi voluntad, por la amenaza, el miedo, la vergüenza. Yo te introduzco en un juego de poder, donde uno mis mañas, mis tácticas.
Un conflicto destructivo tiene generalmente dos aspectos:
-Un aspecto real: el objeto mismo del conflicto.
-Un aspecto relacional: una relación no benévola. A veces la cualidad de la relación es la causa misma del conflicto: chocamos porque no nos llevamos bien: "no admito que te dirijas a mí de esa manera".
La dinámica del conflicto interpersonal
Tomemos un ejemplo corriente, un caso en que uno de los dos protagonistas está herido por el comportamiento del otro:
• La persona A, herida, hace un reproche a la persona B que, a la defensiva, contraataca a la persona A y con esta actitud le hace reafirmarse en la idea negativa que tiene de la personalidad de B y que se lo hará saber.
• B tiene así la confirmación de sus sospechas sobre el temperamento combativo de A.
• La emotividad aumenta, la hostilidad y la desconfianza ganan terreno, los prejuicios mutuos se confirman y la situación es cada vez sesgada.
Los juicios mordaces abundan, la discusión se pone al rojo vivo y la imagen de cada uno de los sectores se deshumaniza.
La comunicación no es posible, nadie escucha verdaderamente sino que cada uno trata de imponer su punto de vista.
Estéril, hiriente, impotente la comunicación verbal cesa y amenaza con volver sin solución al desacuerdo inicial.
Una vez separados bajo el golpe del acaloramiento cada uno de los protagonistas busca con avidez un alma buena, una tercera persona que le escuche y le dé la razón. Esta escalada da ahora un giro a largo plazo. De espontánea se convierte enestratégica (reflexión, cálculo), porque cada uno, a sangre fría, mide sus armas y piensa tranquilamente, en su rencor, cómo atacar mejor al otro... Se forman grupos afines, la comunidad se divide...
A veces nuestra mirada hostil hacia el otro acaba por deshumanizarlo, "diabolizarle" y llegamos a creer que al combatirlo, actuamos bien. "La luz de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo es sano, tu cuerpo entero estará en la luz. Pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará en las tinieblas" (Mt. 6,22-23).
Los Padres de la Iglesia, a los que siguen hoy los sicólogos afirmaban como es nuestra mirada, nuestros pensamientos, los que exacerban nuestros sentimientos mientras que estos a su vez influyen irracionalmente en nuestra manera de pensar, distorsionando nuestra reflexión y nuestras percepciones haciéndonos ver lo que no es o negando aquello de lo que no queremos enterarnos.
La violencia comienza realmente en nuestro corazón. Muchos de nuestros conflictos son malentendidos sin importancia producidos por la manera inadecuada con que los percibimos o tratamos de resolverlos. Todo juicio crítico y a priori, toda acusación sobre el otro amenaza la relación.
La psicología afirma que todos tenemos juicios automáticos que los lanzamos impunemente y más si estamos cansados, estresados, lo que no es raro.
Por ejemplo, me doy cuenta que el trabajo que he pedido a un compañero de oficina, no se ha hecho. Inmediatamente pienso: "es un irresponsable. ¡No se puede contar con él!". Esta reacción es inmediata, es un pensamiento automático.
Yo no puedo actuar, dicen los antiguos, sobre este primer pensamiento. Puedo tomarlo de otra manera, estudiarlo con la razón; suspenderlo hasta averiguar la realidad; no expresarlo de manera acusadora.
Yo asumo la responsabilidad de un nuevo pensamiento y sentimiento, dirigiéndome directamente a mi compañero "Siento que el trabajo que te encargué no esté hecho porque debo contar con mis colaboradores y atender a mis clientes ¿Puedes decirme qué ha pasado?
De esta manera no soy ya un impulsivo, esclavo de un estímulo sino que el estímulo está a mi servicio.
Este trabajo sobre nuestros pensamientos forma parte de la terapia que los psicólogos profanos o espirituales emplean para nuestro desarrollo personal, para una madurez que nos permita una comunicación no violenta. Cuando se inicia una escalada estratégica tenemos nosotros en principio la responsabilidad de dominarla.
Negociación. Mediación
La pregunta a mi colaborador sobre un trabajo no realizado puede llevar a una mutua solución satisfactoria porque cada uno ha expuesto sus necesidades. Hablando se entiende la gente. Es una negociación constructiva.
Pero si no llegáramos a entendernos y no queremos romper nuestra relación, ha llegado el momento de llamar a un mediador que tendrá mayor distancia y competencias para la resolución del conflicto.
La mediación es útil si es importante preservar la relación, si todas las partes la desean, si quieren llegar a un nuevo modo de comunicación, si se descarte en algún otro procedimiento inapropiado.
Pero la mediación no es conveniente, si el restablecimiento de la relación puede inducir a una conducta forzada de las partes o si se utiliza de mala fe para obtener informaciones o evitar soluciones.
Finalmente hemos de tener en cuenta que los altercados son a veces signos superficiales de situaciones más profundas que convendría, en principio, solucionar a otro nivel.
El autor es sociólogo y Mediador, pertenece a la Comunidad Ecuménica de Chambrelien, Suiza.
(Nuevo Pentecostés, nº 91)
Larvado o declarado, el conflicto nos acecha a todos... ¿Cómo podremos pasar por alto los malentendidos, las cegueras respecto al otro? Abrir un nuevo espacio de diálogo para desactivar la violencia que surge en nuestros intercambios, es el papel del mediador, nos dice este autor sociólogo y experto en la gestión no violenta de los conflictos.
La mediación es una negociación asistida por una tercera parte. Existen diferentes campos y tipos de mediación.
La mediación no violenta y comunitaria que es la que tratamos aquí se pone en marcha porque las partes deciden voluntariamente resolver amistosamente su conflicto con la ayuda de un mediador, neutro e imparcial.
Este mediador no tiene el poder de imponer una solución, como un árbitro de fútbol o un juez pero ofrece su competencia técnica y humana para favorecer un diálogo constructivo, en las máximas condiciones de seguridad y creatividad para que las partes puedan encontrar por sí mismas una solución mutua satisfactoria para su problema.
Ellos asumen así su responsabilidad y reafirman su capacidad para resolver sus propios conflictos.
El poder del mediador le viene de su facultad de transformar el lenguaje acusador de las partes haciéndoles ver cómo se transforma en sufrimiento para cada uno, también de la confianza que las partes en conflicto depositan en él y de la posibilidad de retirarse si no se respetan las reglas mínimas del juego: no quitar la palabra a otro, no proferir insultos.
El conflicto
Esta palabra viene del latín conflictus y significa herida, choque. Surge de la no aceptación de una diferencia; de un desacuerdo sobre lo que sucede, o lo que debería ser.
En los medios cristianos el conflicto se niega frecuentemente por considerarlo negativo. Pero es preferible que surja a mantenerlo larvado. Para que el conflicto sea destructivo es preciso que el desacuerdo sea hostil, que suponga un deterioro de la calidad de nuestra relación, que no se convierta en duelo. "Si no estás de acuerdo conmigo te lo hago pagar con una sanción relacional: te retiro mi amistad". O también trato de forzar que te pliegues a mi voluntad, por la amenaza, el miedo, la vergüenza. Yo te introduzco en un juego de poder, donde uno mis mañas, mis tácticas.
Un conflicto destructivo tiene generalmente dos aspectos:
-Un aspecto real: el objeto mismo del conflicto.
-Un aspecto relacional: una relación no benévola. A veces la cualidad de la relación es la causa misma del conflicto: chocamos porque no nos llevamos bien: "no admito que te dirijas a mí de esa manera".
La dinámica del conflicto interpersonal
Tomemos un ejemplo corriente, un caso en que uno de los dos protagonistas está herido por el comportamiento del otro:
• La persona A, herida, hace un reproche a la persona B que, a la defensiva, contraataca a la persona A y con esta actitud le hace reafirmarse en la idea negativa que tiene de la personalidad de B y que se lo hará saber.
• B tiene así la confirmación de sus sospechas sobre el temperamento combativo de A.
• La emotividad aumenta, la hostilidad y la desconfianza ganan terreno, los prejuicios mutuos se confirman y la situación es cada vez sesgada.
Los juicios mordaces abundan, la discusión se pone al rojo vivo y la imagen de cada uno de los sectores se deshumaniza.
La comunicación no es posible, nadie escucha verdaderamente sino que cada uno trata de imponer su punto de vista.
Estéril, hiriente, impotente la comunicación verbal cesa y amenaza con volver sin solución al desacuerdo inicial.
Una vez separados bajo el golpe del acaloramiento cada uno de los protagonistas busca con avidez un alma buena, una tercera persona que le escuche y le dé la razón. Esta escalada da ahora un giro a largo plazo. De espontánea se convierte enestratégica (reflexión, cálculo), porque cada uno, a sangre fría, mide sus armas y piensa tranquilamente, en su rencor, cómo atacar mejor al otro... Se forman grupos afines, la comunidad se divide...
A veces nuestra mirada hostil hacia el otro acaba por deshumanizarlo, "diabolizarle" y llegamos a creer que al combatirlo, actuamos bien. "La luz de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo es sano, tu cuerpo entero estará en la luz. Pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará en las tinieblas" (Mt. 6,22-23).
Los Padres de la Iglesia, a los que siguen hoy los sicólogos afirmaban como es nuestra mirada, nuestros pensamientos, los que exacerban nuestros sentimientos mientras que estos a su vez influyen irracionalmente en nuestra manera de pensar, distorsionando nuestra reflexión y nuestras percepciones haciéndonos ver lo que no es o negando aquello de lo que no queremos enterarnos.
La violencia comienza realmente en nuestro corazón. Muchos de nuestros conflictos son malentendidos sin importancia producidos por la manera inadecuada con que los percibimos o tratamos de resolverlos. Todo juicio crítico y a priori, toda acusación sobre el otro amenaza la relación.
La psicología afirma que todos tenemos juicios automáticos que los lanzamos impunemente y más si estamos cansados, estresados, lo que no es raro.
Por ejemplo, me doy cuenta que el trabajo que he pedido a un compañero de oficina, no se ha hecho. Inmediatamente pienso: "es un irresponsable. ¡No se puede contar con él!". Esta reacción es inmediata, es un pensamiento automático.
Yo no puedo actuar, dicen los antiguos, sobre este primer pensamiento. Puedo tomarlo de otra manera, estudiarlo con la razón; suspenderlo hasta averiguar la realidad; no expresarlo de manera acusadora.
Yo asumo la responsabilidad de un nuevo pensamiento y sentimiento, dirigiéndome directamente a mi compañero "Siento que el trabajo que te encargué no esté hecho porque debo contar con mis colaboradores y atender a mis clientes ¿Puedes decirme qué ha pasado?
De esta manera no soy ya un impulsivo, esclavo de un estímulo sino que el estímulo está a mi servicio.
Este trabajo sobre nuestros pensamientos forma parte de la terapia que los psicólogos profanos o espirituales emplean para nuestro desarrollo personal, para una madurez que nos permita una comunicación no violenta. Cuando se inicia una escalada estratégica tenemos nosotros en principio la responsabilidad de dominarla.
Negociación. Mediación
La pregunta a mi colaborador sobre un trabajo no realizado puede llevar a una mutua solución satisfactoria porque cada uno ha expuesto sus necesidades. Hablando se entiende la gente. Es una negociación constructiva.
Pero si no llegáramos a entendernos y no queremos romper nuestra relación, ha llegado el momento de llamar a un mediador que tendrá mayor distancia y competencias para la resolución del conflicto.
La mediación es útil si es importante preservar la relación, si todas las partes la desean, si quieren llegar a un nuevo modo de comunicación, si se descarte en algún otro procedimiento inapropiado.
Pero la mediación no es conveniente, si el restablecimiento de la relación puede inducir a una conducta forzada de las partes o si se utiliza de mala fe para obtener informaciones o evitar soluciones.
Finalmente hemos de tener en cuenta que los altercados son a veces signos superficiales de situaciones más profundas que convendría, en principio, solucionar a otro nivel.
El autor es sociólogo y Mediador, pertenece a la Comunidad Ecuménica de Chambrelien, Suiza.
(Nuevo Pentecostés, nº 91)