JESÚS, SALVACIÓN ÚNICA E INTEGRAL PARA EL HOMBRE

P. David Gascón Cerezo

Juan Pablo II, el gran enamorado de Jesucristo, nos dice en "Tertio Millenio Adveniente" :"El primer año, (del trienio preparatorio) se dedicará a la reflexión de Cristo, Verbo del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo. Es necesario destacar el carácter claramente cristológico del Jubileo, que celebrará la Encarnación y la venida al mundo del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano. El tema general, propuesto para este año por muchos Cardenales y Obispos es: "Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre", (no 40).

Sólo Jesús es solución

Salvación y solución. He aquí lo que todo ser humano busca afanosamente, aunque no siempre por los mismos caminos. Muchos hoy esperan que la solución les llegue por caminos de progreso científico, de avance tecnológico o de las sectas recientes como New Age. Otros esperan salvadores políticos que definitivamente hagan justicia social y cumplan lo prometido en sus campañas electorales. Ahora bien, salvar no es sólo liberar de este o aquel mal, de los innumerables males que atenazan al hombre.

Salvar al hombre es conducirlo a su realización total, a la plenitud que colme todas sus aspiraciones.
Sólo Dios salva, porque sólo Él está lleno de amor y de poder.

Para realizar su proyecto, se ha hecho "un Dios de carne", en Jesús de Nazaret. Los que le conocieron directamente, hace dos mil años, descubrieron en Él la acción salvadora de Dios. (Cfr. Lc. 4,18-22).

Jesús se preocupaba de todos y de cada uno. Se acercaba al dolor de un enfermo, al llanto de una madre, a las dudas de un fariseo, al hambre de la multitud, a la angustia del poseído... y ofrecía soluciones a todos.

Hoy expresamos la salvación de Jesús con slogans como estos :
"Jesús es la respuesta", Jesús es la solución". En nuestras comunidades carismáticas, proclamamos con entusiasmo : "¡Jesús salva, Aleluya!". Proclamar que Jesucristo es el único Salvador del Hombre es la afirmación más importante de nuestra fe en Él. La voluntad salvífica de Dios, con respecto a toda la humanidad, se ha realizado de modo único y definitivo en Jesús y hoy se actualiza a través de la Iglesia, "Sacramento de salvación". Jesús es el manantial que Dios nos ofrece para poder beber nuestra salvación. Sólo en Jesús se esconde lo que hay de salvación para el hombre. Por eso, Paul Claudel, poeta francés, dice : "Una sola cosa merece la pena : amar a Jesucristo y hacer que le amen, darle nuestro corazón, miserable y desgarrado", porque sólo Él puede formar en nosotros un corazón nuevo. Alfred Delp, jesuita alemán, habla así :" Jesús significa lo que quiero ser en el mundo y entre los hombres; ser bueno para los hombres y hacer el bien".

Jesús salva entregando su espíritu

Para nosotros, miembros de la Renovación Carismática, es muy sabroso conocer que Jesús realiza la salvación, porque recibe y entrega el Espíritu Santo. Ese Espíritu que Él recibió en la Encarnación, en el Jordán, en Getsemaní y glorificado junto al Padre. Pero también ese espíritu, que "entregó, inclinando la cabeza" en el Calvario, y lo derramó sobre toda carne y sobre la creación entera.
Hemos de alegrarnos, porque, a las puertas del tercer milenio, millones de personas descubren a Jesús como la cima de la humanidad.

Por eso, personal y comunitariamente, hemos de seguir proclamando con energía y entusiasmo : "¡Jesucristo, ayer, hoy y siempre!". Hemos de presentar la persona de Jesús, como " la persona con quien hay que cronometrarse", según el lenguaje de algunos jóvenes. Efectivamente, nadie como Él ha pasado por la tierra haciendo el bien y amando hasta el extremo. Jesús revolucionó todas las revoluciones. Nos presentó a Dios como un tierno "Abbá". Adelantó dieciocho siglos los valores que lubrifican la convivencia humana, y que pondría de moda la Revolución Francesa :"Libertad, Igualdad y Fraternidad". Hoy su presencia incombustible sigue viva y actuante entre nosotros. Con razón Nietzsche exclamaba extrañado: "y todo esto por un judío muerto hace diecinueve siglos".

El maravilloso servicio pastoral de la Renovación Carismática hoy, a través de nuestras comunidades, es seguir provocando en muchos hermanos una nueva Efusión del Espíritu Santo. De esta forma, Cristo resucitado seguirá actualizando la salvación del Calvario en los alejados y en tantos cristianos que han perdido el amor primero.

Cada vez que oramos con poder, pidiendo que se derrame el Espíritu, que entregó Jesús en la cruz, estamos haciendo florecer esa primavera de salvación, que Dios siempre soñó para todos nosotros.

¿Qué desea salvar Jesús en nosotros ?

Las cuatro realidades que hoy y siempre deshumanizan al hombre son la enfermedad, la posesión diabólica, el pecado y la muerte.

Por eso, las soluciones que nos ha traído Jesús se dirigen a socorrernos en estas cuatro áreas. El Amor del Corazón de Cristo es tan inmenso que quiere para nosotros la salvación completa; por eso, cura, libera, perdona y resucita,

La salvación de Jesús para los enfermos se llama: curación

Jesús sintió tanta ternura por los enfermos que desarrolló, en su breve vida apostólica, una gran actividad sanadora. Dice así el Evangelio: "Recorría toda Galilea... predicando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Su fama llegó a toda Siria; y le traían todos los pacientes aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos... y Él los curaba" (Mt. 4,23-24). Jesús, con su poder y con su paz, sana interiormente de odios, miedos, complejos, tristezas, avaricias, dolor por la muerte de un ser querido.... Cuando sana a la hemorroisa, le dice : "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad" (MC. 5,34). A Jesús le interesó también "el hermano cuerpo" ; por eso, sanaba fiebres, parálisis, cegueras, sorderas, lepras, hidropesías....

Una preciosa experiencia de la Renovación Carismática hoy es comprobar la presencia amorosa del Señor que "cargó con nuestras enfermedades y dolencias y vino para sanar los corazones heridos" (Isaías, 61,1-2).

La salvación de Jesús para los poseídos se llama: Liberación

La victoria de Cristo destrona al "príncipe de este mundo ", al diablo. Cristo le dijo categóricamente a Satanás : "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás" (Lc. 4,8). En un momento dramático de su ministerio, a quienes le acusaban de forma descarada de arrojar a los demonios por ser aliado de Belcebú, jefe de los demonios, Jesús les responde: "Si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt. 12,27-28).

La gran certeza de los cristianos es ésta :"El príncipe de este mundo está ya juzgado" (Jn.16,11) ; "El hijo de Dios ha aparecido para destruir las obras del diablo" (1Jn.3,8). Así, pues, Cristo crucificado y resucitado, se ha revelado como aquel hombre "más fuerte" que ha vencido al "hombre fuerte", al diablo, y lo ha destronado. De esta victoria de Cristo, participa la Iglesia. Cristo, en efecto, nos ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios. (Cfr. Mt. 10,1 y Mc.16,17), que en casos específicos puede asumir la forma de exorcismo, pero en la mayoría de las situaciones es suficiente con una oración de liberación.

La salvación de Jesús para los pecadores se llama: perdón

Jesucristo es el salvador del mal fundamental que ha invadido la intimidad del hombre a la largo de toda la historia, y que se llama pecado. Jesús de Nazaret no sólo anuncia el Reino de Dios, sino que elimina el obstáculo esencial a su realización, que es el pecado, y que se enraíza en lo más profundo del ser humano. Él es el único capaz de llegar a la raíz del mal que se esconde en lo más íntimo de todos nosotros.

Juan Bautista en el Jordán le señala, diciendo de Él: "He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn.1,29).

En casa de Zaqueo afirma Él mismo :"El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc.19,10). Jesús aparece como "amigo de los publícanos y pecadores" (Mt.11,19). Cuando le acusan de codearse con pecadores, se limita a hacer una pregunta: "¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve restantes para ir a buscar la que se le ha perdido?" (Lc.15,4). Jesús vino a traer la reconciliación del hombre con Dios. Vino a romper cadenas, a derribar muros, a dar a luz un pueblo nuevo. La gente percibía bien todo esto; por eso, a su alrededor reinaba la alegría.

La primera sanación que sigue haciendo hoy Jesús en todos nosotros es la del pecado. Él sabe perfectamente que al desaparecer la causa mayor de nuestros males, los pecados cometidos, consecuentemente se eliminan muchas enfermedades de todo tipo. Cuánta verdad encierran aquellas palabras del Rey Ezequías :"Volviste la espalda a todos mis pecados y la amargura se me volvió paz" (Is.38,17).

La salvación de Jesús para nuestras muertes se llama: resurrección

El último muro que nos separa de Dios es la muerte, que Jesús vence con su Resurrección. Un escritor denominaba recientemente a la muerte como "lo más antiposmoderno". Sin embargo, Francisco de Asís dice : Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte" ; porque nos hace ir a los brazos del Padre, a la vida sin ocaso. Muchos, ante la muerte, se contentan con sobrevivir en la descendencia, otros, quieren perpetuar su memoria haciéndose famosos; algunos acarician la creencia estúpida de la reencarnación. Sólo la fe en Jesús nos resucita. Por eso, le dijo a Marta: "yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá" (Jn.11,25).

El hombre es un ser condenado no a morir sino a vivir. Pero no sólo nos destruye la muerte biológica, sino otras muertes en las que nos sepultamos : la tristeza, la depresión, los miedos, la angustia, el odio. De todas nuestras muertes nos resucita, con su "Dedo vivificador", Jesús de Nazaret. Podemos decir con certeza que la resurrección del Señor es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres, ya desde aquí y ahora. En la oración sacerdotal que Jesús hace en la última cena, dice: "Padre... glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda tu carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado" (Jn.17,1-2). Jesús es, por tanto, manantial de vida para nuestras muertes de hoy y fuente de nuestra futura resurrección. Pablo ha descubierto esto y le recomienda a Timoteo :"Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos" (2a Tm. 2,8).

En este año 1997, dedicado a la memoria de Jesucristo, ojalá que padezcamos de "Cristomanía ", y contagiemos a otros la misma enfermedad, porque, como afirma Abenarabí : "Aquel cuya enfermedad se llama Jesús no sanará jamás". ¡Cuántos sufren al lado nuestro el "mono" de la insatisfacción, ignorando que en Jesús está la solución y la salvación.

(Nuevo Pentecostés, n.50)