John C. Blattner
En el seno de nuestras parroquias, comunidades y grupos pueden surgir divisiones entre quienes comparten las tareas de dirección. Exponemos aquí algunas ideas para vivir esas relaciones en paz y unidad.
Para una mayor eficacia en las tareas evangelizadoras, muchos han descubierto lo positivo de una dirección en equipo, pero han descubierto también que el compartir responsabilidades supone un importante desafío. No es raro que se produzcan conflictos, malentendidos y otros problemas de relación entre los encargados de una misma labor.
En la carta a los Gálatas (5, 20-21) se dice claramente que la discordia, los celos, la ambición, las disensiones, forman parte de esta naturaleza humana caída, que es la misma para los responsables que para los demás mortales. Si esto es así, los problemas entre dirigentes son inevitables. Pero también sabemos que el Espíritu Santo que habita en nosotros actúa continuamente para que se den buenas relaciones entre los que somos hermanos en el Señor.
El vínculo de la paz.
El fruto del Espíritu es la paz. Es preciso que nos abramos al Espíritu Santo si queremos que la paz y la unidad sean una realidad tangible. "Os exhorto pues, yo preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la Paz". (Ef. 4, 1-3). La paz y la unidad son dones del Espíritu Santo, pero somos nosotros los que tenemos que acogerlos, conservarlos y vivir según ellos.
Guardando todas las proporciones, la unidad del cuerpo de Cristo depende de la unidad manifestada por los responsables. Casi siempre, la causa de las escisiones en el seno de las comunidades cristianas, se encuentra en las divisiones de quienes las dirigen. En los grupos donde los responsables están unidos, las divisiones entre los miembros son prácticamente desconocidas.
No dejarlo para después
Normalmente vivimos repartidos entre la necesidad de mantener la paz y la unidad, y las heridas que suelen producirse. Si somos sinceros admitiremos que las dificultades surgen en nuestro propio grupo. Pero, aún sabiendo que estos problemas existen, evitamos frecuentemente abordarlos. ¿Por qué?
Una primera razón puede ser la dejadez: "mañana lo haremos", "ya vendrá la oportunidad". Sabemos también que es doloroso afrontar un problema concreto y preferimos ignorarlo, seguir tirando...
Otra razón es el tiempo. Resolver problemas personales supone, en la práctica, emplear mucho tiempo y nuestra disponibilidad como responsables del grupo se vería muy recortada. Por eso retrasamos el momento de afrontarlos.
La tercera razón que impide hacer frente a las dificultades es que, a veces, formamos parte de ellas. Atacar el problema implicaría atacarnos a nosotros mismos y, como tenemos hacia nuestra persona cierta debilidad, tratamos de retrasar la solución el mayor tiempo posible.
Pero retrasar la solución de una dificultad equivale a retrasar la limpieza y la curación de una herida. Podemos envolverla en una venda, podemos disimularla, pero la infección está ahí. La herida supura y duele. Es necesario sacarla a la luz, abrir el absceso. Y cuanto más lo retrasemos, mayor será el daño y más larga y difícil la curación.
La unidad por encima de todo
Siempre que nos encontremos con problemas personales entre responsables cristianos, debemos seguir lo que enseña la Escritura sobre estas relaciones sometiéndonos al único Señor.
La oración más ardiente de Jesús, pedía al Padre que sus discípulos viviesen en unidad. Esta debía ser para el mundo la señal de Su presencia y Su poder. Desgraciadamente, anteponemos nuestros propios compromisos frente a esta prioridad de Jesús que es la unidad.
No pido aquí una paz a cualquier precio, que deje a un lado los verdaderos problemas logrando una unidad superficial. Afirmo que, si estamos verdaderamente sometidos al Espíritu, trabajar por una verdadera unión entre nosotros nos llevará a un conocimiento más profundo y más puro de Dios.
Por todo esto, hemos de decidirnos a llegar hasta el fin. Recordemos que mantener la paz y la unidad no es una opción, sino una obligación. Cuando la paz y la unidad se rompen es indispensable repararla.
Buena comunicación
Los responsables pastorales saben que la mayor parte de las dificultades entre los seres, provienen de la falta de comunicación. Lo mismo ocurre entre los responsables. Desde el comienzo hay que estar decididos a mantener una buena comunicación, incluso para evitar malentendidos. No rompamos esta comunicación por alusiones, insinuaciones u otras formas de manipulación. La claridad, la verdad, ante todo, sin olvidar la caridad.
Sentirnos responsables
Es una norma elemental. Cuando los problemas a resolver con otros miembros, nos implican personalmente, hemos de evitar la táctica de la excusa sistemática. Esta técnica de defensa presenta muchas formas: "Es más su falta que la mía". "Lo ha hecho peor que yo". "No habría hecho nada si él no hubiera actuado como lo hizo". "No me arrepentiré si él no se arrepiente primero". No es difícil comprender que esta forma de pensar no aporta ningún fruto. Incluso si es el otro el que tiene el 90% de la responsabilidad –(normalmente no ocurre así) - el hecho de pedir perdón por el 10% que nos incumbe, permite solucionar la totalidad del problema con más rapidez.
Buscar ayuda exterior
Cuando andamos dando vueltas a un problema y no vemos claro cómo resolverlo, puede ser muy útil la ayuda de una tercera persona, digna de confianza. El orgullo no debe ser un obstáculo. Pedir ayuda cuando se está en apuros no es un signo de debilidad, sino de buen sentido.
Un pequeño fuego
A nadie sorprenderá que sea el pecado la causa de los choques personales. Dos clases de pecado son especialmente graves.
El primero es el pecado de la palabra. "La lengua es un miembro pequeño pero con grandes pretensiones. Un fuego insignificante puede prender un bosque inmenso. La lengua es también ese fuego..." (St. 3, 5-6).
Si un pequeño fuego quema un bosque entero, los mismos efectos puede causar en un grupo de personas la pequeña llama de una calumnia, una maledicencia, un secreto traicionado.
Es impresionante ver cuántas relaciones se han roto por una palabra de cólera, un juicio a destiempo. Si sabemos dominar nuestra lengua, nos ahorraremos sufrimientos a nosotros mismos y a los demás.
Otros pecados generadores de problemas son la ambición, el orgullo, la obstinación-"todo debe hacerse a mi manera"-, la envidia, la rivalidad... Esto es lo que se produce cuando no se coloca en primer plano a Jesús y la búsqueda de su gloria.
"Lo siento"
El único remedio del pecado es el arrepentimiento. Eso es más fácil de decir que de hacer. Es preciso identificar nuestro pecado para poder arrepentirnos y, en el caso de muchos responsables, es aquí donde aprieta el zapato. A pesar de lo que enseñan las Escrituras de reprendernos con amor unos a otros, la mayor parte de los grupos cristianos son tristemente incapaces de hacerlo. Estudiar juntos esta enseñanza y ponerla en práctica en cada grupo, debiera ser la primera medida preventiva.
Muchos pastores proclaman que la corrección fraterna es buena y perfectamente factible, pero jamás la llevan verdaderamente a la práctica, aunque saben que esun instrumento vital.
Explicaciones claras
Los problemas pueden venir también de las distintas formas de ver un trabajo a la hora de realizarlo. Es asombroso el número de interpretaciones diferentes y hasta razonables para llevarlo a cabo. Un ejemplo: El responsable de un grupo quiere encargar un trabajo, y se vuelve al colaborador más próximo y le dice: "¿Podrías encargarte tu de esto?". El otro le responde: "¡Por supuesto!".. Sin darse cuenta, de que cada uno de ellos pueden tener conceptos diferentes de lo que supone "encargarse" del trabajo en cuestión. El colaborador solicitado ¿deberá hacerlo personalmente? ¿puede confiarlo a otro? ¿debe comenzar inmediatamente?, ¿puede esperar al mes próximo?. Si estos detalles no se han aclarado, el responsable podrá reprochar a su colaborador haber descuidado el trabajo y éste se sentirá injustamente criticado.
En este tipo de encargos, una explicación clara y detallada puede evitar problemas. Es esencial exponer bien lo que esperamos y ponernos de acuerdo sobre todos los detalles del trabajo a realizar.
Errores de buena voluntad
Otra fuente de problemas son los obstáculos imprevistos. A veces, a pesar de la comprensión mutua y de la mejor voluntad, hay algo que no funciona. Después de todo, la perfección no es de este mundo. Si esto ocurre, debemos ver que el error se ha cometido de buena fe y no con la intención de deshacer nuestros planes. Si se trata efectivamente, de algo involuntario, lo mejor es olvidarse del tema y poner cuidadosamente los medios para que no vuelva a suceder.
Nuevas soluciones
Otro tema interesante es la forma de tomar decisiones. Numerosos grupos funcionan según este esquema: alguien sugiere una forma de trabajar, otro reacciona haciendo una propuesta distinta. La discusión resulta infinita. Esta lucha entre la solución A y la solución B, -sin que nadie se preocupe si no existirá también una solución, C ó D, igualmente viable-, es absurda: ¿Por qué no abrirnos a un abanico de soluciones sin limitarnos a una o dos?
El verdadero problema
Es asombroso ver cómo las cosas más pequeñas pueden provocar enormes discusiones. En una ocasión, el simple hecho de decidir si la alfombra de una capilla debía ser roja o azul, desencadenó una enorme polémica. Nos ahorraremos muchos sufrimientos si nos sentamos, de vez en cuando, para preguntarnos "¿esto es verdaderamente importante?". O también, "¿cuál es el verdadero problema en este caso concreto?".
Muchas veces, lo que parece una discordia insignificante, es realmente el síntoma de una tensión subyacente mucho más grave. Una disputa sobre el color de la alfombra es probablemente el signo visible de un conflicto de poder. A nadie le preocupa realmente que la alfombra sea azul o roja, lo que de verdad importa es quién va a decidir el color y, en consecuencia, quién tendrá la última palabra en las decisiones a tomar. ¡Es importante discernir el verdadero problema y arreglarlo!
Roces entre personas
Seguro que no habrá ningún choque entre personas en el cielo. Pero entre tanto hay que estar preparados. Son inevitables las situaciones en que dos personas, aunque sean buenas y tengan la mejor voluntad, no lleguen, sencillamente, a entenderse.
Cuántas "cuestiones de principios", incluso, cuántas "disputas doctrinales" no son más que conflictos entre personas distintas. El simple hecho de admitir esta posibilidad y verla así, puede ser una liberación.
Creámoslo o no, es perfectamente posible que dos personas que no congenian en el terreno personal, puedan trabajar juntas al servicio del Señor.
Hay una táctica que no falla: Orar por la otra persona. Pedirle a Dios que la llene de bendiciones. Es asombroso comprobar cómo cambia nuestro propio corazón. Después de todo, "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6, 12).
Siempre que se presenten problemas personales en nuestros grupos, debemos recordar quien es el que se frota las manos detrás de todas las luchas y enemistades.
Por eso, cuando surgen estos problemas, mantengámonos firmes contra el maligno. Firmes porque la gracia de Dios está con nosotros.
(Traducido de la revista carismática "Pastoral Renewal" Ann Arbor, U.S.A.)
(Nuevo Pentecostés, nº 75-76)
En el seno de nuestras parroquias, comunidades y grupos pueden surgir divisiones entre quienes comparten las tareas de dirección. Exponemos aquí algunas ideas para vivir esas relaciones en paz y unidad.
Para una mayor eficacia en las tareas evangelizadoras, muchos han descubierto lo positivo de una dirección en equipo, pero han descubierto también que el compartir responsabilidades supone un importante desafío. No es raro que se produzcan conflictos, malentendidos y otros problemas de relación entre los encargados de una misma labor.
En la carta a los Gálatas (5, 20-21) se dice claramente que la discordia, los celos, la ambición, las disensiones, forman parte de esta naturaleza humana caída, que es la misma para los responsables que para los demás mortales. Si esto es así, los problemas entre dirigentes son inevitables. Pero también sabemos que el Espíritu Santo que habita en nosotros actúa continuamente para que se den buenas relaciones entre los que somos hermanos en el Señor.
El vínculo de la paz.
El fruto del Espíritu es la paz. Es preciso que nos abramos al Espíritu Santo si queremos que la paz y la unidad sean una realidad tangible. "Os exhorto pues, yo preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la Paz". (Ef. 4, 1-3). La paz y la unidad son dones del Espíritu Santo, pero somos nosotros los que tenemos que acogerlos, conservarlos y vivir según ellos.
Guardando todas las proporciones, la unidad del cuerpo de Cristo depende de la unidad manifestada por los responsables. Casi siempre, la causa de las escisiones en el seno de las comunidades cristianas, se encuentra en las divisiones de quienes las dirigen. En los grupos donde los responsables están unidos, las divisiones entre los miembros son prácticamente desconocidas.
No dejarlo para después
Normalmente vivimos repartidos entre la necesidad de mantener la paz y la unidad, y las heridas que suelen producirse. Si somos sinceros admitiremos que las dificultades surgen en nuestro propio grupo. Pero, aún sabiendo que estos problemas existen, evitamos frecuentemente abordarlos. ¿Por qué?
Una primera razón puede ser la dejadez: "mañana lo haremos", "ya vendrá la oportunidad". Sabemos también que es doloroso afrontar un problema concreto y preferimos ignorarlo, seguir tirando...
Otra razón es el tiempo. Resolver problemas personales supone, en la práctica, emplear mucho tiempo y nuestra disponibilidad como responsables del grupo se vería muy recortada. Por eso retrasamos el momento de afrontarlos.
La tercera razón que impide hacer frente a las dificultades es que, a veces, formamos parte de ellas. Atacar el problema implicaría atacarnos a nosotros mismos y, como tenemos hacia nuestra persona cierta debilidad, tratamos de retrasar la solución el mayor tiempo posible.
Pero retrasar la solución de una dificultad equivale a retrasar la limpieza y la curación de una herida. Podemos envolverla en una venda, podemos disimularla, pero la infección está ahí. La herida supura y duele. Es necesario sacarla a la luz, abrir el absceso. Y cuanto más lo retrasemos, mayor será el daño y más larga y difícil la curación.
La unidad por encima de todo
Siempre que nos encontremos con problemas personales entre responsables cristianos, debemos seguir lo que enseña la Escritura sobre estas relaciones sometiéndonos al único Señor.
La oración más ardiente de Jesús, pedía al Padre que sus discípulos viviesen en unidad. Esta debía ser para el mundo la señal de Su presencia y Su poder. Desgraciadamente, anteponemos nuestros propios compromisos frente a esta prioridad de Jesús que es la unidad.
No pido aquí una paz a cualquier precio, que deje a un lado los verdaderos problemas logrando una unidad superficial. Afirmo que, si estamos verdaderamente sometidos al Espíritu, trabajar por una verdadera unión entre nosotros nos llevará a un conocimiento más profundo y más puro de Dios.
Por todo esto, hemos de decidirnos a llegar hasta el fin. Recordemos que mantener la paz y la unidad no es una opción, sino una obligación. Cuando la paz y la unidad se rompen es indispensable repararla.
Buena comunicación
Los responsables pastorales saben que la mayor parte de las dificultades entre los seres, provienen de la falta de comunicación. Lo mismo ocurre entre los responsables. Desde el comienzo hay que estar decididos a mantener una buena comunicación, incluso para evitar malentendidos. No rompamos esta comunicación por alusiones, insinuaciones u otras formas de manipulación. La claridad, la verdad, ante todo, sin olvidar la caridad.
Sentirnos responsables
Es una norma elemental. Cuando los problemas a resolver con otros miembros, nos implican personalmente, hemos de evitar la táctica de la excusa sistemática. Esta técnica de defensa presenta muchas formas: "Es más su falta que la mía". "Lo ha hecho peor que yo". "No habría hecho nada si él no hubiera actuado como lo hizo". "No me arrepentiré si él no se arrepiente primero". No es difícil comprender que esta forma de pensar no aporta ningún fruto. Incluso si es el otro el que tiene el 90% de la responsabilidad –(normalmente no ocurre así) - el hecho de pedir perdón por el 10% que nos incumbe, permite solucionar la totalidad del problema con más rapidez.
Buscar ayuda exterior
Cuando andamos dando vueltas a un problema y no vemos claro cómo resolverlo, puede ser muy útil la ayuda de una tercera persona, digna de confianza. El orgullo no debe ser un obstáculo. Pedir ayuda cuando se está en apuros no es un signo de debilidad, sino de buen sentido.
Un pequeño fuego
A nadie sorprenderá que sea el pecado la causa de los choques personales. Dos clases de pecado son especialmente graves.
El primero es el pecado de la palabra. "La lengua es un miembro pequeño pero con grandes pretensiones. Un fuego insignificante puede prender un bosque inmenso. La lengua es también ese fuego..." (St. 3, 5-6).
Si un pequeño fuego quema un bosque entero, los mismos efectos puede causar en un grupo de personas la pequeña llama de una calumnia, una maledicencia, un secreto traicionado.
Es impresionante ver cuántas relaciones se han roto por una palabra de cólera, un juicio a destiempo. Si sabemos dominar nuestra lengua, nos ahorraremos sufrimientos a nosotros mismos y a los demás.
Otros pecados generadores de problemas son la ambición, el orgullo, la obstinación-"todo debe hacerse a mi manera"-, la envidia, la rivalidad... Esto es lo que se produce cuando no se coloca en primer plano a Jesús y la búsqueda de su gloria.
"Lo siento"
El único remedio del pecado es el arrepentimiento. Eso es más fácil de decir que de hacer. Es preciso identificar nuestro pecado para poder arrepentirnos y, en el caso de muchos responsables, es aquí donde aprieta el zapato. A pesar de lo que enseñan las Escrituras de reprendernos con amor unos a otros, la mayor parte de los grupos cristianos son tristemente incapaces de hacerlo. Estudiar juntos esta enseñanza y ponerla en práctica en cada grupo, debiera ser la primera medida preventiva.
Muchos pastores proclaman que la corrección fraterna es buena y perfectamente factible, pero jamás la llevan verdaderamente a la práctica, aunque saben que esun instrumento vital.
Explicaciones claras
Los problemas pueden venir también de las distintas formas de ver un trabajo a la hora de realizarlo. Es asombroso el número de interpretaciones diferentes y hasta razonables para llevarlo a cabo. Un ejemplo: El responsable de un grupo quiere encargar un trabajo, y se vuelve al colaborador más próximo y le dice: "¿Podrías encargarte tu de esto?". El otro le responde: "¡Por supuesto!".. Sin darse cuenta, de que cada uno de ellos pueden tener conceptos diferentes de lo que supone "encargarse" del trabajo en cuestión. El colaborador solicitado ¿deberá hacerlo personalmente? ¿puede confiarlo a otro? ¿debe comenzar inmediatamente?, ¿puede esperar al mes próximo?. Si estos detalles no se han aclarado, el responsable podrá reprochar a su colaborador haber descuidado el trabajo y éste se sentirá injustamente criticado.
En este tipo de encargos, una explicación clara y detallada puede evitar problemas. Es esencial exponer bien lo que esperamos y ponernos de acuerdo sobre todos los detalles del trabajo a realizar.
Errores de buena voluntad
Otra fuente de problemas son los obstáculos imprevistos. A veces, a pesar de la comprensión mutua y de la mejor voluntad, hay algo que no funciona. Después de todo, la perfección no es de este mundo. Si esto ocurre, debemos ver que el error se ha cometido de buena fe y no con la intención de deshacer nuestros planes. Si se trata efectivamente, de algo involuntario, lo mejor es olvidarse del tema y poner cuidadosamente los medios para que no vuelva a suceder.
Nuevas soluciones
Otro tema interesante es la forma de tomar decisiones. Numerosos grupos funcionan según este esquema: alguien sugiere una forma de trabajar, otro reacciona haciendo una propuesta distinta. La discusión resulta infinita. Esta lucha entre la solución A y la solución B, -sin que nadie se preocupe si no existirá también una solución, C ó D, igualmente viable-, es absurda: ¿Por qué no abrirnos a un abanico de soluciones sin limitarnos a una o dos?
El verdadero problema
Es asombroso ver cómo las cosas más pequeñas pueden provocar enormes discusiones. En una ocasión, el simple hecho de decidir si la alfombra de una capilla debía ser roja o azul, desencadenó una enorme polémica. Nos ahorraremos muchos sufrimientos si nos sentamos, de vez en cuando, para preguntarnos "¿esto es verdaderamente importante?". O también, "¿cuál es el verdadero problema en este caso concreto?".
Muchas veces, lo que parece una discordia insignificante, es realmente el síntoma de una tensión subyacente mucho más grave. Una disputa sobre el color de la alfombra es probablemente el signo visible de un conflicto de poder. A nadie le preocupa realmente que la alfombra sea azul o roja, lo que de verdad importa es quién va a decidir el color y, en consecuencia, quién tendrá la última palabra en las decisiones a tomar. ¡Es importante discernir el verdadero problema y arreglarlo!
Roces entre personas
Seguro que no habrá ningún choque entre personas en el cielo. Pero entre tanto hay que estar preparados. Son inevitables las situaciones en que dos personas, aunque sean buenas y tengan la mejor voluntad, no lleguen, sencillamente, a entenderse.
Cuántas "cuestiones de principios", incluso, cuántas "disputas doctrinales" no son más que conflictos entre personas distintas. El simple hecho de admitir esta posibilidad y verla así, puede ser una liberación.
Creámoslo o no, es perfectamente posible que dos personas que no congenian en el terreno personal, puedan trabajar juntas al servicio del Señor.
Hay una táctica que no falla: Orar por la otra persona. Pedirle a Dios que la llene de bendiciones. Es asombroso comprobar cómo cambia nuestro propio corazón. Después de todo, "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6, 12).
Siempre que se presenten problemas personales en nuestros grupos, debemos recordar quien es el que se frota las manos detrás de todas las luchas y enemistades.
Por eso, cuando surgen estos problemas, mantengámonos firmes contra el maligno. Firmes porque la gracia de Dios está con nosotros.
(Traducido de la revista carismática "Pastoral Renewal" Ann Arbor, U.S.A.)
(Nuevo Pentecostés, nº 75-76)