CONTEMPLACIÓN

EXPERIENCIA DE LA CERCANÍA DE DIOS EN LA R.C.C.


Monseñor URIBE JARAMILLO

¿Cómo podemos definir la contemplación? Cada uno encuentra definiciones profundas y de distinta índole. Pero algunas me han llamado especialmente la atención. En primer lugar, la que trae Maritain citando a san Gregorio: PATI DEO, dos palabras latinas que vienen a decir padecer a Dios, experimentar el peso de Dios. Estas dos palabras encierran tal vez la definición más profunda que pueda darse de la contemplación, sobretodo de la contemplación infusa. Porque en la contemplación lo que se realiza primero es la experiencia de la cercanía de Dios y luego la experiencia de la comunicación de Dios, y Dios es amor. El alma que entra en la contemplación empieza a experimentar el peso del amor de Dios. Pero ese peso del amor de Dios se convierte también en padecimiento. Cuando uno lee a San Juan de la Cruz, en su noche oscura, se admira de la insistencia sobre la acción purificadora de la contemplación. Esa presencia amorosa del Señor en el alma, le va mostrando en primer lugar, sus pecados, su miseria y esto causa en ella un dolor profundo y a medida que va experimentando el amor de Dios, va entrando en un gran Purgatorio que le va liberando precisamente de esas imperfecciones y la va capacitando para ese abrazo cada vez más íntimo con el Señor. El Santo usa varias veces el ejemplo del leño verde, que, cuando es introducido en el fuego, comienza primero a llorar, dice él. Todo el humor que hay en este leño verde tiene que salir primero. Porque solamente el leño seco podrá recibir ya el fuego y convertirse también en fuego. Es toda la etapa de la purificación, que va siendo más intensa a medida que el alma va teniendo la cercanía y el encuentro con Dios. El Espíritu Santo, que es el agente de la contemplación infusa, va proyectando luz a la persona para que ella vaya conociendo su realidad y vaya teniendo una conversión profunda.

Yo quiero decir que la contemplación lleva siempre consigo un estado de constante conversión al Señor. A medida que el alma recibe la claridad del Espíritu va descubriendo mayores miserias. Es por esto por lo que los místicos nos hablan, por ejemplo, de la segunda conversión. Santa Teresa habla de su segunda conversión cuando tenía 38 años. Ella se había entregado al Señor desde sus primeros años, pero en esa época de su vida tuvo un encuentro más profundo con el Señor y esa visión de su realidad hizo que ella se volviese a Él de una manera más plena. Porque Contemplación es sentir la cercanía de Dios y experimentar la unión con Dios.

Cuando el Espíritu santo ora.

Hay una definición dada por una joven americana, de apellido Ford, que es también muy rica: "Contemplativos son aquéllos en quienes ora Dios". Definición preciosa. Porque la contemplación, sobre todo la infusa, es aquella en la cual el Espíritu Santo está infundiendo, derramando, toda su luz amorosa y todo su amor luminoso. Es el Espíritu Santo quien está orando de una manera más intensa en el contemplativo. En toda oración tiene que estar presente el Espíritu Santo: en la discursiva, en la afectiva, en la de simple presencia. En la auténtica y profunda contemplación infusa, el Espíritu Santo está de una manera más plena. El viene a ser allí el agente principal, el alma está cada vez más pasiva. Cuando San Juan de la Cruz o Santa Teresa nos hablan de los grados de la contemplación infusa, nos van mostrando cómo se va desde esa experiencia profunda del Señor hasta un adormecimiento de las potencias interiores, después, de los mismos sentidos externos y, cuando esto es permanente, se llega al culmen de la contemplación. E1 Espíritu es entonces quien está orando en nosotros de una manera más intensa; por eso contemplativo es aquél en quien ora el Espíritu. Uno ve entonces la riqueza del momento actual de la Iglesia en este nuevo Pentecostés, cuando el Espíritu Santo va entrando de una manera más plena en nuestras vidas y entra especialmente en nuestra oración para que, después, la acción sea la proyección de esta oración. Contemplativo es aquél en quien ora el Espíritu y en la medida en que nosotros en la Renovación, nos abramos a la presencia y a la acción del Espíritu estará en nosotros de una manera más intensa.

El río del amor.

Hay otra definición un poco poética, pero que dice mucho. Es también de una mujer. Para ella, el contemplativo es como un "lecho sobre el cual y, a través del cual, corre el río del amor de Dios". Es una definición muy rica, pues la contemplación es experimentar el amor del Espíritu. La persona viene a ser como el lecho de un río que es recorrido por el agua del Espíritu. Y el Espíritu es el amor en la Trinidad, el amor en la Iglesia y el amor en nosotros. La contemplación se va intensificando en la medida en que se intensifica la experiencia del amor de Dios. En la medida en que ese río va llegando a nuevas áreas de nuestra persona, en esa medida, va creciendo la contemplación. Creo que la Renovación espiritual va a entrar en una etapa, la más profunda y más rica para la Iglesia y es la del encuentro amoroso con el Señor. En los años anteriores, la Renovación, bajo la acción del Espíritu, ha estado centrada en Cristo. Cristo lo dijo en el discurso de la última Cena, hablando del Espíritu: "Él dará testimonio de mí y vosotros daréis testimonio". El Espíritu Santo es el testigo del amor paternal de Dios. El hace gritar en nuestro interior el Abba, Padre y es el testigo también de Jesús. Quien se abre al Espíritu llega a Jesús, y por Jesús, llega al Padre.

La gran realidad de nuestras vidas.

El Espíritu, en los años anteriores ha ido mostrando distintas fases de Jesús. Primero lo fue mostrando como el Salvador integral y fuimos descubriendo las maravillas de la salvación de Jesús. Ese fue uno de los temas de los primeros encuentros. Un Jesús que salva del pecado, un Jesús que salva de las secuelas del pecado, un Jesús que salva el espíritu, que salva el mundo emocional, que sana también el cuerpo El ministerio, por ejemplo, del Padre Tardiff y de tantos otros actualmente.

Después entramos en otra etapa: Jesús, el Maestro. Estudiamos esos cursos maravillosos de discipulado y hemos visto cómo ser discípulo no es estudiar las lecciones de un Maestro, sino acompañar a ese Maestro, seguirlo en la vida. Y después fue apareciendo algo más importante todavía, el señorío de Jesús. Nos dimos cuenta del gran mensaje de Pedro el día de Pentecostés: "A ese Jesús a quien crucificaron los Judíos, el Padre lo constituyó Señor y Cristo. Sepa con certeza toda la casa de Israel esta verdad''. Es la que proclama después Pablo, en su carta a los Filipenses. Y hemos visto cómo ese señorío de Jesús va siendo la gran realidad de nuestras vidas. Ese señorío de Jesús debemos llevarlo a la práctica en dos puntos: Si le damos el diez por ciento a la oración, estaremos reconociendo todos los días, de una manera completa, que es mi Señor, que estoy a sus pies como María para escuchar su palabra. Y si le damos el diez por ciento de nuestros bienes estaremos reconociendo, de otra manera sencilla y práctica, que Él es el Señor.

EL ENCUENTRO AMOROSO

Ahora se está entrando en otra etapa más importante: El encuentro amoroso con el Señor, como el Esposo. Las palabras de Isaías, nos hablan de este tema. El Señor quiere que, nosotros, no seamos ya una tierra árida sino una tierra desposada.

El nos dice que la alegría que encuentra el joven con su esposa, la encuentra el Señor con nosotros. Es todo el lenguaje del Antiguo Testamento, el que encontramos después en Oseas, cuando nos dice que se desposará con nosotros en justicia, en fidelidad, en amor. Es maravilloso ver cómo el plan de Dios es un plan de unión amorosa con nosotros, y no encuentra otra figura mejor para explicarla que la unión matrimonial. Hemos sido llamados a la unión amorosa con el Señor.

Ese Jesús, Salvador, ese Jesús, Maestro, ese Jesús, Señor, es el esposo y la Iglesia es la esposa del Cordero. El cielo serán las nupcias eternas de la Iglesia con el Cordero. Pero uno oye a veces estas palabras e incluso las predica sin detenerse a pensar en la maravillosa realidad que tienen para nosotros. El Padre H. de Lubac, en las meditaciones sobre la Iglesia, expone, en un enfoque precioso, cómo la Iglesia es cada uno de nosotros. Cómo lo que se dice de la Iglesia debe decirse de cada uno de nosotros. Explica allí el Cantar de los Cantares y dice: "Si Cristo es el esposo de la Iglesia, esa realidad se concreta en cada uno de nosotros. Y la persona, hombre o mujer, tiene que entrar en esa realidad de amor personal con el Señor". La vida empieza a iluminarse cuando se va descubriendo el amor personal de Dios.

A los pies del Señor.

La contemplación, como decía Bossuet, consiste ante todo en un estado tranquilo a los pies del Señor. Es preferir los pies del Señor, aun cuando en ese momento no se tengan grandes luces ni grandes experiencias. Es la esponja que se va sumergiendo en ese mar del Espíritu para irse llenando de Él. Esto nos cuesta mucho, pero qué riqueza adquiriríamos, para nosotros y para los demás, si aprendiésemos a sentarnos a los pies del Señor, si empezásemos con esa primera etapa de la contemplación. El Evangelio nos dice cómo María, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.

Quiero deciros, con afecto de hermano, que mi vida se va llenando, en estos últimos años, en la medida en que me siento a los pies del Señor. Y me he dado cuenta que, el mejor tiempo para mi persona y para la Diócesis, es el que yo paso a los pies del Señor. Os hago una confidencia: un día le decía al Señor, ¿qué quieres de mí? Interiormente recibí la respuesta: quiero que estés a mis pies. Yo sé que, al estar a los pies del Señor, con mi pueblo, con mis hermanos sacerdotes, con mis seminaristas, con las religiosas, estoy haciendo el mejor aporte a la Diócesis. Sé que le sirvo mejor a la Diócesis cuando estoy a los pies del Señor que cuando estoy pronunciando una homilía o presido una reunión. Todo esto tengo que hacerlo, claro está, pero primero, a los pies del Señor. á,

Sinceros con el amor.

Si nosotros empezamos por saborear, ya, la presencia del Señor, habremos dado un gran paso en nuestras vidas. El corazón humano no puede quedar en el aire, en el vacío. O se llena del amor del Señor o se llena de amor humano. Seamos sinceros. Si el amor del Señor no va llenando nuestros corazones, lo llenará una criatura: un hombre, una mujer; lo llenará el dinero; lo llenará la política; lo llenará cualquier ídolo, pero el corazón no permanecerá vacío. Los seglares nos están dando un aporte precioso con su presencia junto al Señor. Estoy viendo tanto hombre, tánta mujer, sobre todo tánto joven, que pasa horas y horas junto al Señor. La semana última tuvimos un encuentro en Rionegro con el Padre Mc. Lear, sobre liberación, y la hermana que preside la casa de las Reparadoras vino a decirme: estoy admirada por algo. Le dije ¿qué le pasó? Y me contestó: una pareja, que asistió al encuentro, pasó toda la noche en oración. La religiosa estaba admirada y decía: ¿Cuándo podemos hacer esto nosotros? Nadie le había dicho a la pareja que orara durante esa noche: todos habían orado un largo rato.

Hoy estamos encontrando ejemplos maravillosos. ¿Por qué esas personas pueden pasar horas y horas junto a un Sagrario? Porque están experimentando el amor de Dios, porque se están enamorando de Él. En el amor humano, cuando alguien se enamora de otro, anhela estar con él, y ya sabemos cuántos ratos pasan los novios conversando, llamándose por teléfono. Necesitan la cercanía del otro, cuando hay amor. Seamos sinceros. Si no nos atrae un Sagrario, si allí nos sentimos aburridos, si estamos esperando que termine el tiempo para irnos, es porque Cristo no ocupa ningún lugar en nuestras vidas. Lo ocupa en la mente, pero no en el corazón. La obra del Espíritu Santo, en la Renovación, es hacer que Cristo descienda de la mente al corazón; y, cuando entra Cristo en el corazón, necesariamente deseamos estar con Él.

("Nuevo Pentecostés" nº 82)