COMUNIDADES CARISMÁTICAS

CEFERINO SANTOS S.J.

Juan Pablo II reconoce en su Exhortación Apostólica Los Fieles Laicos (1988) que en nuestros días "podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos", caracterizada por una particular variedad y vivacidad" y "un singular impulso" que lleva al nacimiento y difusión de "múltiples formas agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos" (ChFL 29). Nadie debe extrañarse de ello.

La Iglesia es en sí misma un misterio de comunión: comunión con Jesús, "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15,5); comunión con el Padre y con los demás creyentes en un único Espíritu, "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros" (Jn 17,21).
Desde el mismo día del primer Pentecostés el Espíritu Santo comienza la Iglesia como comunidad en la oración, en el amor, en el anuncio de la Palabra, en la fracción del pan, en los bienes y la vida compartidos (Hch 2,41-47). La Iglesia había nacido como comunidad. "Los carismas, los ministerios, las misiones y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión" eclesial (Christifideles laici, 20). El fiel que se cierra sobre sí mismo y se aísla espiritualmente de la comunidad cristiana, se priva de la comunicación eclesial y pierde de algún modo el sentido del compartir fraterno, necesario en la Iglesia. Los sacramentos en la Iglesia hacen e impulsan la comunidad; el bautismo nos inserta en la Iglesia-comunidad; la confirmación robustece la unión con el Espíritu Santo y con los difusores de la fe; el matrimonio inicia la comunidad familiar en Cristo; la Eucaristía crea los lazos fortísimos de unión con Cristo Cabeza y con sus miembros en la caridad; la reconciliación restaura la unidad perdida con Dios y con los hermanos; el Orden nos convierte en comunidad cúltica, donde se amalgama el cielo con la tierra, y la unción de los enfermos repara y prepara la unión sana con la Iglesia militante y con la ya glorificada.

La Iglesia tiene una estructura esencialmente comunitaria. La vida de comunión eclesial es un signo de unión para el mundo y una fuerza atractiva para los que han de creer: "que sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17,21). Todo un aprendizaje eclesial comunitario, que culminará en la definitiva comunidad gloriosa y celeste, sin roces ni defectos.

LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL COMUNITARIA

Desde sus comienzos, la Renovación Carismática Católica experimentó repetidamente en sus grupos de oración llamadas de Dios, impulsos y mociones del Espíritu a una vinculación más estrecha entre sus miembros. A muchos de sus miembros les parecía poco una reunión semanal de oración y algún retiro esporádico. Guiados por el Espíritu comenzaron a compartir más sus vidas, a compartir con cierta dependencia sus carismas y ministerios, a trazarse ciertas normas espirituales de vida compartida, que podían alcanzar a la aportación de un diezmo para las actividades apostólicas o a un compartir la vida bajo un mismo techo y a la aceptación de un pastoreo autoritativo sobre el grupo con la dependencia y sumisión al pastor, la corrección fraterna, el perdón, la participación plena de los bienes y la fiesta. Esta entrega comunitaria ha llegado en algunos al compromiso de una vida consagrada por votos de obediencia y pobreza en el celibato.

Aquí, la originalidad del Espíritu ha llevado a una forma nueva de comunidades de vida, donde bajo la dirección de un único pastor pueden convivir célibes de los dos sexos, sacerdotes, matrimonios con sus hijos, jóvenes, mayores y niños en una vida comunitaria acomodada a los diferentes estados y con rasgos, sin embargo, comunes y unificadores. El crecimiento espiritual del individuo se vive dentro de un marco comunitario. Cada uno admite desde su individualidad la comunión con el otro, y los rasgos de una espiritualidad semejante y unificadora se dan en todos con mayores o menores esfuerzos y dificultades. Las nuevas comunidades aparecen como manifestaciones adelantadas y provisionales del reino definitivo y venidero con su pluralidad de componentes en unidad.

LA IMAGEN DEL FUNDADOR

Las comunidades carismáticas suelen cristalizar en torno a un fundador, dotado de carismas especiales, al que se le teme y venera como voz viva de Dios. El fundador suele recibir una intuición inicial de lo que la comunidad debe ser y ha de defenderla de las desviaciones y de los ataques de dentro y de fuera. Como el fundador no es infalible, suele rodearse de un equipo de consejeros y colaboradores, para realizar acertadamente la obra de la comunidad. Así, en 1972, de un grupo de oración carismática en París, fue brotando poco a poco la Comunidad Emmanuel, bajo la guía y pastoreo de Pierre Goursat. En 1977 el grupo de oración contaba ya con más de cincuenta comprometidos comunitariamente bajo la forma de consagración de alianza.

Tras el crecimiento y la expansión de la Comunidad Emmanuel por varios países, Pierre Goursat preparó su relevo, según los Estatutos de la Comunidad, y se eligió su sucesor en la persona de Gérald Arbola en 1983. Tras la muerte de Pierre en 1991, se eligió un segundo moderador de la Comunidad en la persona de Markus Gehlen, un alemán casado, el 5 de junio de 1994.

El fundador no tiene que ser un jefe perpetuo de una iglesia. Esto sería a la larga una tentación peligrosa. La Comunidad francesa de las Bienaventuranzas (antes, Comunidad del León de Judá y del Cordero Inmolado), nacida en 1974, tuvo como primer pastor y fundador al Hermano Ephraim, de orígenes judíos y nacido protestante. En los Estatutos supo rodearse de un consejo y un capítulo de pastores, que mantuvieran el carisma inicial de la Comunidad. Un moderador general se elige por cuatro años. Así se alivia la carga del fundador y se prepara su sustitución. Ningún fundador de comunidades carismáticas es eterno. Las comunidades que no han sabido ordenar el relevo del fundador han sufrido crisis importantes. Al fin y al cabo, siempre regresamos a lo mismo: Jesús es el verdadero y único Pastor, que no pasa y nos reunifica siempre en comunidades y en Iglesia.

COMUNIDADES ECLESIALES DE LAICOS

L as antiguas comunidades cristianas tenían un predominio de personas consagradas por los votos religiosos (sacerdotes y hermanos, monjes y monjas), que vivían en grupos diferenciados por su sexo, su consagración. En las nuevas comunidades carismáticas se da un predominio de laicos, que ponen sus dones y energías al servicio del Señor dentro de formas comunitarias de oración, de evangelización, de servicios de todo género dentro de la Iglesia, con compromisos o alianzas limitadas o con la entrega total de la vida a una comunidad de matiz carismático y dentro de una integración de personas y de sexos.

Estas comunidades suelen amalgamar prácticas de tipo monacal en celebraciones sacramentales y litúrgicas con creatividad e inserción en el mundo moderno, según sus empleos y carismas.
Se suele dar un empeño de vivir un Pentecostés continuado y un influjo carismático continuo en las actividades comunitarias, pues el alma de cualquier comunidad ha de ser el mismo Espíritu Santo. Con docilidad al Espíritu se multiplican las actividades evangelizadoras, las publicaciones, los mensajes cristianos en radio, en televisión y en vídeo, y las técnicas más modernas se ponen al servicio de la evangelización. Se fortalecen la oración en privado y en común, la vida sacramental y eclesial, los retiros de formación espiritual, y en este clima brotan vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, que con frecuencia se acogen a estas nuevas comunidades, llenas de dinamismo eclesial y de unión a la Iglesia, donde nacieron y están ancladas.

LA PERTENENCIA ECLESIAL

Después de más de veintitrés años de experiencias comunitarias carismáticas se podría afirmar que la integración de estas Comunidades en la Iglesia Institucional va siendo bastante satisfactoria. Fueron fundadas muchas de ellas por seglares, de acuerdo con el derecho de asociación que brota del mismo bautismo, que incorpora a los fieles a la vida y a la misión de la Iglesia (ChFL 29). Estas nuevas Comunidades han sido seguidas por los Obispos respectivos con amor paterno y discernimiento pastoral, con paciencia y visión certera de que podrían llegar a ser organismos revitalizantes y renovadores poderosos en zonas importantes de la Iglesia y del mundo.

Las grandes comunidades carismáticas han ido recibiendo poco a poco la aprobación episcopal de sus estatutos, el apoyo de sus Obispos y finalmente el encargo de atender ministerios pastorales y hasta parroquias, como ha pasado con la Comunidad Emmanuel en París.

Esta misma comunidad ve aprobados sus Estatutos como asociación de fieles en 1980 por varios Obispos al nivel diocesano, El 8 de diciembre de 1992 recibía el reconocimiento de Comunidad Carismática por Roma, como asociación universal de fieles. Dos años antes, el 30 de noviembre de 1990, Emmanuel de París y otras doce Comunidades carismáticas de todo el mundo fueron reconocidas públicamente por el Vaticano como Fraternidad de Comunidades de Alianza. Muchas de las grandes Comunidades carismáticas han sido reconocidas por sus Obispos como asociaciones de fieles (Madre de Dios, de Washington, en 1993; Pozos de Jacob, en Alsacia, en 1992; Camino Nuevo, de Lyón, desde 1985; Las Bienaventuranzas, de Cordes, en 1978, y así otras muchas comunidades carismáticas). Las que no han buscado la bendición jerárquica han tenido dificultades importantes en su desarrollo.

EFICACIA PASTORAL COMUNITARIA.

A nadie debería extrañar que !a unión comunitaria de personas diversas y con variados dones de Dios, dedicadas muchas a tiempo completo a las actividades del Reino de Dios y debidamente discernidas, tenga una eficacia pastoral indudable. Recordemos de nuevo a la Comunidad Emmanuel de París con su revista "Cahiers du Renouveau-IL est Vivant!", con sus cánticos carismáticos publicados y grabados por GOCAM: Grupo Ecuménico de Coral y Arreglos Musicales; con el SOS-oración: servicio de ayuda espiritual, escucha y oración por teléfono; con Fidesco: Fundación Internacional para el Desarrollo Económico y Social por la Cooperación; con la edición de libros, casetes y vídeos; con una escuela Internacional de Formación y evangelización; con la Fundación "Amour et Verité" para matrimonios; con el centro Samuel para formación catequética; con la "Fraternidad Corazón de Jesús" para consagrados dentro de la Comunidad; con evangelización en las calles, con el encargo de atención a parroquias, dirigidas por sacerdotes de la Comunidad, con grandes Asambleas multitudinarias de vida cristiana renovada en Paray-le-Monial, y con una difusión mundial cada vez mayor.

Lo mismo habría que decir de otras muchas comunidades carismáticas, como Las Bienaventuranzas con innumerables lugares de acogida y oración en Cordes, Nouan-le-Fuzelier, Saint-Broladre, Nay, y con casas ya en todos los continentes, sin olvidar su casa en Puente del Arzobispo, en Toledo (España). Sus actividades son variadísimas: adoración y ayuda a personas en dificultad; apoyo a mujeres enfrentadas con el problema del aborto en "Madre de Misericordia"; evangelización con radio "Ecclesia", con la revista "Fuego y Luz", con los libros de "Ediciones de las Bienaventuranzas", con misiones parroquiales y retiros, con música y representaciones religiosas; con artesanía sagrada y tantas otras formas de apostolado.

Lo que Juan Pablo II afirmó en su Encíclica "Redemptoris Missio" (1990) de los "movimientos eclesiales" de laicos, puede aplicarse con toda su amplitud a las Comunidades carismáticas: "representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo vivamente difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la evangelización, con una visión pluralista de los modos de asociarse y de expresarse" (RMi 72).

VIVIR EN LA ESPERANZA

El Espíritu de Dios que está impulsando estas nuevas Comunidades, que reúnen célibes, consagrados, sacerdotes y familias, las irá dotando de pastores y moderadores que formen a sus miembros y preparen su fruto eclesial y evangelizador. Su articulación y comunión con otras instancias diocesanas y eclesiales, sin perder su fisonomía propia, puede asegurarles un futuro fecundo espiritualmente. En las Comunidades laicales está brotando un nuevo tipo de guías espirituales capaces de acompañar las experiencias místicas, evangelizadoras y curativas, que algunos guías espirituales no acaban de comprender y, por tanto, las desestiman o rehuyen.

La institucionalización y la inserción eclesial de las Comunidades no debe privarlas de su eficacia carismática. El injertarse en el árbol eclesial no tiene que impedir un paso más abundante de la savia fecunda del Espíritu. Muchos buscadores del sentido de la vida descubrirán en estas Comunidades la fuerza espiritual del cristianismo, tan superior a los poderes que hoy les ofrecen las sectas. En estas Comunidades se está viviendo de manera poderosa la llamada a la santidad y a la Renovación de la Iglesia. Son, al fin y al cabo, un fruto maduro de la renovación que el Concilio Vaticano II quiso promover. Y son también una esperanza, ya tangible, de una primavera nueva en la Iglesia.


Nuevo Pentecostés, n. 43