¿COMO CONTRUIR UN GRUPO DE ORACION SÓLIDO?

P. René Jacob

El P. René Jacob, sacerdote de Lens conoce a fondo el tema y ha escrito sobre la vida y animación de los grupos a partir de tres puntos fundamentales: los cimientos indispensables, los carismas y ministerios y el crecimiento espiritual.

PRIMERA PARTE

LAS BASES INDISPENSABLES

Un grupo es un poco como una casa en construcción. Los fundamentos son siempre lo primero y, después, nos ponemos a construir. Pero ¿cómo? «Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego» (1 Co. 3,10-13).

A veces los grupos de oración parecen estar construidos con madera y paja. ¿Es por falta del "pastor" que no sabe darse? ¿Falta de los miembros del grupo que no comprenden nada? Puede ser, pero no siempre. Lo normal es por no cuidar, como se debieran, los puntos fundamentales enseñados en la Escritura y vividos por tantas comunidades a través de los siglos. Por eso no es de asombrar que grupos y comunidades duden, vacilen y no encuentren el equilibrio que requiere su madurez.

Conducir la oración

Puesto que se trata de un grupo que se dice carismático, es decir animado por el Espíritu Santo la primera regla será la libertad: «donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad» (2 Co. 3,17). Es preciso rechazar todos los moldes en los que algunos querrían encerrar la oración y estar siempre atentos al soplo del Espíritu, que puede trastocar todo, a su aire. Esta libertad no será a capricho, sino que ha de tener en cuenta los puntos siguientes:

Qué lugar ocupa la palabra de Dios

La lectura de la Biblia debe tener su sitio, bien al comienzo o bien a mitad, de la oración. Nosotros venimos al grupo para alabar a Dios y escucharle. Él nos hablará tal vez por los hermanos, tal vez a través de una profecía, pero indudablemente nos hablará por su palabra inspirada que es la Escritura. "Toda escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia" (2 Tm. 3,16). Pero tampoco hay que caer en el exceso: la oración no es un estudio bíblico y un texto bien digerido vale más que un cúmulo informe.

Abandonar toda preocupación

Se nos ha dicho también en la Escritura: "No os inquietéis por nada, antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (Flp. 4,6) . Con frecuencia el peso de la semana se hace sentir y algunos no están inmediatamente disponibles para alabar. Puede ser bueno que cada uno deposite en la oración, durante unos minutos, sus preocupaciones del momento para poder alabar mejor. Otros prefieren esperar al final de la oración para presentarle todo al Señor y ya la alabanza habrá decantado muchas cosas. Parece sin embargo más conveniente dejar nuestras preocupaciones al principio para que la alabanza pueda estallar fácilmente.

La alabanza, el centro de todo

Con frecuencia nos cuesta alabar, por estar más acostumbrados a la oración y a la liturgia. Sin rechazar esto, el Espíritu nos enseña a todos la alabanza. Es la gran oración del Apocalipsis.

A veces, en los grupos, ejercemos todos la intercesión. Pedimos por esta o aquella persona y corremos el riesgo de cortar, de paralizar la marcha de la oración. Es mejor acudir otro día al grupo de intercesión creado para esto. Durante la oración semanal es preciso mantener la alabanza. Por otra parte, la alabanza no se opone a la intercesión porque ella es el grito de victoria de nuestra fe: Proclama la victoria de Cristo en todas las circunstancias. Muchas cosas ocurren en el corazón de la alabanza sin que sea necesario tenerlas presentes porque "Dios habita en las alabanzas de su pueblo" (S 1. 22,4).

ABC de la oración

Es un antiguo consejo pentecostal que siempre viene bien. La plegaria debe ser A-audible. Que todos puedan oírla porque se pronuncia con voz fuerte y clara. B-Breve. No enrollarse en largas exposiciones, que son como enseñanzas camufladas. Las intervenciones han de tener la fuerza de lo breve y conciso. Son como un grito del corazón. C-crística, es decir, la oración orientada hacia Cristo que es nuestro gran intercesor y mediador. Por Él, con el Espíritu, vamos siempre al Padre y entramos en el corazón íntimo de la Trinidad.

El hilo rojo

A través de la alabanza, aparece pronto como un hilo conductor, el "hilo rojo", la orientación que el Espíritu va dando. Lo percibirá rápidamente el "pastor". Su papel será velar para que la asamblea siga este hilo, querido por el Espíritu. Si es preciso, intervendrá para reconducir delicadamente a las ovejas que se despistan y pueden extraviar el rebaño.

Los carismas

Hay que dejar curso libre a los carismas puesto que somos un grupo carismático. Siempre, cuidando el orden recomendado por San Pablo. Pero el orden no es dictadura ni control policial; es el orden que procede del discernimiento, donde cada cosa es aceptada, discernida, en su lugar. Sin olvidar que el Espíritu puede producir cosas asombrosas y guardándose uno muy bien de condenarlas antes de tomar el tiempo necesario para discernir. Es bien sabido que los grupos que rechazan, sistemáticamente, el canto en lenguas y los demás carismas son grupos que se duermen y el Espíritu marcha a otros lugares buscando instrumentos más dóciles! Si no los hay, tendremos que preguntarnos por nuestra conversión y nuestro abandono en el Señor, esperando, en oración, la hora de Dios.

Discernimiento y autoridad

No está la autoridad para conducir la oración. El único que debe guiarla es el Espíritu. Está allí para discernir, velar por el buen orden de la unidad; para mantener el grupo en la línea querida por el Espíritu. Si el grupo es dócil al Espíritu, el pastorno tendrá nada que hacer esa tarde. Si se aparta más o menos, deberá intervenir con más o menos fuerza. Debe recordarse siempre que, para que Dios pueda dar carismas fuertes, la autoridad debe ser equilibrada y muy en su lugar.

Bautismo en el Espíritu

Es ésta una gracia dada por Dios que señala la entrada en la vida carismática. Antes de la Efusión, muchas cosas - don de lenguas, profecías, oración espontanea- nos parecen incomprensibles; después, todo resulta claro. Por eso es importante hablar en los grupos de la Efusión del Espíritu y escuchar testimonios que den fe de esta experiencia. ¿Se requiere una preparación de varias semanas? En ningún lugar de la Biblia se habla de tal preparación. Si se hace, es sólo por fines prácticos. Lo esencial no es prepararse, sino tener el corazón disponible. En cuanto alguien está dispuesto a dejar la dirección de su vida a Jesús, está preparado para recibir el Espíritu Santo. La idea de las siete semanas está bien para reflejar todo lo que es la Renovación Carismática, pero a veces resulta más útil para un retiro de fin de semana, dentro de la marcha del grupo.

En todo caso hay que hablar de la Efusión del Espíritu Santo. Sería anormal que personas que llevan dos meses asistiendo a un grupo no hayan oído hablar de este tema.

La conversión

Hay que predicar lo inútil de una vida sin Dios y la necesidad de conversión, no a los que están lejos de Dios, sino a los que frecuentan iglesias y parroquias. Y encontrar para hacerlo el lenguaje bíblico. La conversión es una decisión, tomada con madurez, de aceptar a Jesús como mi salvador personal y darle la dirección de mi vida. Esta conversión estará seguida de toda una vida de santificación.

Es preciso explicar la conversión. La conversión comporta siempre el arrepentimiento - como vemos en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32)- por el que pido a Cristo perdón de mis pecados. Se concreta por el corte que damos en nuestra vida a todo lo que no está de acuerdo con el Señor (Hch 19, 18-19), y debe conducirnos a un cambio radical en nuestra existencia, (Lc 19,1-10). Para hacer comprender la conversión a los practicantes y piadosos, se podrá reflexionar sobre Lc 14, versículo 33, después 27 y después 26. Estos puntos, muy concretos, pueden ayudar a comprobar si hay realmente conversión en nuestra propia vida.

El lugar de la Palabra de Dios

Abrir la Biblia al orar, incluso aunque sea un verdadero carisma, no es suficiente. La Biblia debe ser la brújula de nuestros grupos de oración. Algunos proponen orar durante media hora, abrir la Biblia y compartir. Pienso que no es esa la mejor solución, porque la oración no ha tenido tiempo para su total expansión. Cuando los grupos comienzan les proponemos siempre comenzar por media hora, para leer y compartir la Biblia y, después, hacer una hora de oración. Y se han visto resultadossólidos. El hecho concreto importa poco. Lo importante es que la Biblia ocupe un lugar privilegiado para apoyarnos, desde el comienzo del grupo, en lo esencial: la Palabra de Dios.

Una comunidad de amor

Porque el Señor nos ha reunido por su Espíritu todos formamos una comunidad de amor. Es una enseñanza clara que aparece en muchos lugares de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,42 ss. 4,32 ss. 5,12 ss.). En esta comunidad aprendemos a compartir el perdón y descubrimos el amor de Dios más allá de todas las barreras. Dios quiere para nosotros una unidad, ¡a imagen de la Trinidad! Este amor será espiritual; el Señor nos conducirá a tener un solo corazón, una sola alma, a caminar juntos, a ser unánimes. Este amor nos conducirá también a compartir lo material: ¡no podemos ver a un hermano en necesidad sin correr en su ayuda!

Es bueno tener una caja, en cada reunión de oración, donde cada uno puede poner lo que el Señor le ha pedido a lo largo de la semana. El diezmo, muy conocido en el Antiguo Testamento, no fue abolido en el Nuevo. En la Escritura -«dad y se os dará», «hacéos de un tesoro en el cielo...»-, las ofrendas al Señor - evangelización, cursos de formación, misiones- y la ayuda a los hermanos en necesidad, dentro o fuera del grupo. Es el grupo reunido y no el pastor solo, quien decide el destino del dinero. Este compartir material, da autenticidad al compartir espiritual. Una comunidad de amor ha de ser como aquellas de los primeros cristianos: «mirad cómo se aman y cómo están dispuestos a dar su vida unos por otros». ¿No ha rogado Cristo: «que sean uno para que el mundo crea?»

El testimonio, la evangelización

El Santo Espíritu nos ha sido dado, no para nosotros sino para que demos testimonio de él (Lc 24,29; Hch 1,8). Si no se evangeliza, no tenemos que hacer nada en esta tierra puesto que ya lo hemos recibido todo. En Cristo tenemos el perdón de los pecados, la vida eterna estalla en nosotros y las personas divinas habitan en nuestro interior ¡Nos podríamos ir ya con el Señor! Si Dios nos deja sobre la tierra es para anunciar en torno a nosotros la Buena Nueva. Entonces habrá que comprobar, cada mañana, si hemos calzado las sandalias del celo para anunciar el evangelio, esa especie de botas de cien leguas para andar por los caminos de Dios.

Tenemos que animarnos unos a otros a dar testimonio con nuestra vida y nuestras palabras. Esto será, poco a poco, lo esencial para compartir en los grupos: contar las maravillas del Señor que encontramos a lo largo de la semana, compartir los testimonios, los pasos hacia el Señor de nuestros hermanos, las aperturas a la gracia, las conversiones.

El grupo entero debería ser invitado, de vez en cuando, a evangelizar unido y por los medios más diversos (reuniones de información, video-cassettes en las casas, anuncio en las calles, etc.), lo mismo que los apóstoles testimoniaban, a veces, juntos en público. Siempre, eso sí, después de haber discernido entre todos, lo que el Espíritu quiere para el grupo.

Los 4 pilares de una verdadera comunidad cristiana

A medida que el nuevo grupo avanza, se estará atento - especialmente el "pastor"- para que los 4 pilares de que nos habla la Palabra de Dios sean igualmente sólidos. Si no, la construcción corre el riesgo de inclinarse o incluso se podría derrumbar. No hay que esperar profecías puesto que el Señor nos lo ha dejado dicho en su Palabra: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunicación, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2,42).

La enseñanza de los apóstoles

Se verificará si realmente se nutre, cada uno, de la palabra de Dios y si la Biblia ocupa su lugar en el grupo. Se estará también atento a las enseñanzas de los Concilios, al Magisterio de la Iglesia y a la de los obispos de la zona.

El compartir fraterno

Se estará atento al compartir en los dos aspectos: el espiritual y el material, atendiendo a las necesidades. Este compartir nos podrá llevar muy lejos porque, sobre este punto, hay en la Palabra de Dios un fermento revolucionario. Será una alegría llegar a descubrirlo y a vivirlo.

La fracción del pan

Es la Cena del Señor. Se cuidará que cada domingo los hermanos del grupo reciban el pan de la Eucaristía en su parroquia. De vez en cuando se profundizará en la riqueza de este sacramento, símbolo de la unión entre los hermanos. También es importante celebrar alguna vez este encuentro juntos y nos ofreceremos en nuestras iglesias para que las celebraciones del domingo sean hermosas, auténticas y dignas del Señor que nos llama.

Las oraciones

La Biblia emplea la palabra en plural. La oración comunitaria y todos los otros modos de orar: en pequeños grupos, en familia, en pareja y, especialmente también la oración personal.

Verificar la solidez de estos 4 pilares será una de las preocupaciones primordiales del "pastor". Que estas reflexiones nos ayuden, también a nosotros a comprobar el estado de nuestros cimientos dentro del grupo y a construir con oro y piedras preciosas la casa de Dios.

SEGUNDA PARTE.

CARISMAS Y MINISTERIOS

Cuando comienza un grupo de oración, el fundamento es siempre el mismo: Jesús, el Cristo. Pero sobre este fundamento podemos edificar con oro y piedras preciosas o con heno y paja; esto depende de nosotros (1 Cor 3,10-13). En la primera parte anterior comentamos cómo poner las bases indispensables. En éste, reflexionamos sobre los carismas y ministerios.

LOS CARISMAS

Con la venida del Espíritu Santo, surgen en nuestro grupo de oración carismas, más o menos espectaculares, más o menos abundantes.

¿Qué es un carisma? Es un don particular que Dios hace, a determinadas personas, frente a la gracia, que es la vida misma de Dios que se nos da a todos. El carisma es una manifestación del Espíritu Santo (1 Cor 12,7). Si es una manifestación, se ve; no hay por qué romperse la cabeza tratando de buscar los carismas: si no se ven, es que no los hay... Puesto que son un don de Dios, no hay más que un medio para tener carismas: orar, ayunar, poner las bases indispensables - como vimos en el número anterior- y ¡esperar la hora de Dios!

Pero ¿qué es realmente un carisma? Normalmente, cuando se habla de carismas la gente piensa en dones que recibimos al nacer. Unos tienen el carisma del canto, otros son grandes novelistas, etc. En la Escritura estos dones naturales no son nunca carismas. Un carisma es una manifestación del Espíritu Santo. Podemos verlo, por ejemplo, en la acogida. Hay muchas personas que tienen gran don de gentes para recibir y acoger. Según la Biblia hay aquí un don natural, pero no un carisma. Por el contrario, una persona tímida y retraída, cada vez que acoge a otra, ésta se siente atraída por algo que es del Señor. Este es el verdadero carisma. Hay allí una manifestación del Espíritu Santo. ¡Llevemos a esa persona al grupo de acogida! Es preciso, sin hacer diferencias entre las personas, buscar siempre los verdaderos carismas y dejarles el campo libre para poder construir sobre roca.

La Biblia nos presenta algunas listas de carismas: 1 Co 12; Rm 12; Efe 4. Pero la Biblia no pretende darnos una relación exhaustiva de todos los carismas. Los veremos surgir de nuevo siempre aquí o allá, más o menos desconcertantes, y de acuerdo en todo caso con lo inesperado de Dios. No los rechacemos demasiado pronto, porque un verdadero carisma es una bendición de Dios. Hay que esperar para ver los frutos (Hch 5,34 ss) y discernir con sabiduría. Pero no dejemos de pedir al Señor los carismas, tan útiles para nuestros ministerios de servicio (1 Co 14,1; Hch 4,30; 2 Co 12,12).

CARISMAS Y MINISTERIOS

Cuando el carisma aparece, frecuentemente, en la misma persona, se hablará poco a poco de Ministerios, es decir, de servicios. Porque los dones recibidos son para el servicio de la comunidad: «que cada uno, según el carisma que ha recibido, se ponga al servicio de la comunidad, (1 Pe4,10). En esto seguimos a Cristo que vino para servir. El centro del ministerio de Jesús ha sido su muerte sobre la cruz; El vino «para servir y dar su vida» (Mc 10,45). También, para nosotros, es llamada a dar nuestra vida por los hermanos, a morir para ellos... y por ellos. Si no estamos dispuestos a morir, es mejor renunciar a todo ministerio.

Cada ministerio estamos llamados a vivirlo bajo esas formas tan variadas, que tienen los ministerios. Pero es preciso recordar que no todo ministerio es un servicio. No se puede entonces ni reivindicarlo ni apegarse a él; depende de la comunidad, durante el tiempo que ella quiera.

LOS TRES MINISTERIOS PRINCIPALES

En el grupo de oración deben destacar tres ministerios principales: el pastor, o responsable; el profeta; el maestro (1 Co 12,28).

El Pastor: No se le escogerá ni por su aspecto, ni por su clase social, ni por su cultura (Hch 4,13), ni apoyándose en una profecía mal discernida. Se escogerá un hombre o una mujer humilde, que ha recibido del Señor un mínimo de discernimiento; que tiene fe sólida; que es capaz de trabajar por la unidad del grupo. La edad no tiene importancia (1 Tm 4,12), pero no se escogerá generalmente un joven converso (1 Tm 3,6). La comunidad pedirá al Señor fortalecer y desarrollar estos carismas (1 Tm 4,14), que eran ya los carismas de Pedro (Lc 22,32; Jn 21,15 ss).

Es evidente que el pastor debe permanecer humilde y pequeño. Pedirá frecuentemente la oración de sus hermanos y, como Jesús, permanecerá en el último lugar. No debe, en ningún caso, apegarse al cargo. Para evitar esto hemos tomado la costumbre, en nuestros grupos, de renovar, cada año, el ministerio de pastor de la comunidad, en el mes de septiembre. Después de haber orado y ayunado, la comunidad nombra de nuevo su pastor, bien sea el mismo, bien otro distinto. Este ministerio nos parece más sólido y mejor vivido.

El Profeta. Es el segundo ministerio en orden de importancia. Si hay un verdadero ministerio de profecía, Dios puede venir a hablar a su comunidad y orientarla. Pero ¿cómo «fabricar» profeta? No hay fórmulas y ¡hay de aquél a quien se toma como profeta sin serlo! (Jer 23,16 ss; Ez 13,1 ss). El profeta y la profecía son regalos del Señor. Es preciso orar y ayunar hasta que Dios los dé. Y Dios los dará a su tiempo.

El Maestro. Un pastor puede muy bien no tener estudios (Hch 4,13), pero el maestro tendrá el carisma del cocimiento bíblico, que deberá apoyarse sobre algunos estudios. Porque su carisma es ante todo el de hacer comprender la Escritura y llamar la atención del Pastor y de la comunidad sobre tal o cual pasaje. Su papel será muy importante para ayudar al discernimiento, pero permanecerá en su lugar, que es el tercero. Si el Maestro se adelanta al Profeta, el Pastor corre el riesgo de escuchar, en principio, al Maestro y será el «cerebro» quien dirija la comunidad. Por el contrario, si hay un profeta y no un Maestro, se corre el riesgo de tomar por palabra de Dios cualquier falsa profecía, porque faltarán elementos de discernimiento. Es el Señor quien debe dirigir la comunidad: El habla por sus profetas y éstos son discernidos por el pastor que ha de apoyarse en la brújula bíblica del maestro. Cuando estos tres ministerios principales están en su lugar, la comunidad se parece a un barco: el capitán, al timón (es el pastor), el vigía, en lo alto del palo mayor (es el profeta) y el navegante, inclinado sobre sus mapas (es maestro con la Biblia). Cuando el vigía cree que Dios habla, o «ve» alguna cosa, da su mensaje; el navegante lo verifica sobre el mapa y transmite su opinión al pastor; éste, asistido en su discernimiento por otros muchos elementos, tomará la decisión que conviene la marcha de la comunidad.

IMPORTANCIA DEL DISCERNIMIENTO

El discernimiento es capital para seguir el rumbo y arribar a buen puerto, a través de los escollos que siembran la ruta. Hay siete elementos que permiten discernir si una profecía viene de Dios o no. Estos criterios pueden ser utilizados en otras ocasiones cuando se busque la voluntad del Señor:

1.-Si una profecía anuncia el porvenir, sólo cuando se realiza, se ve si es de Dios (Dt 18,21 ss). No hay entonces lugar para la discusión y menos para excitarse. Se mete la profecía, en una carpeta, y se espera.

2.-La profecía debe estar de acuerdo con toda la Biblia y toda la fe cristiana. Es lo que debe ser. Puesto que no hay más que un solo y único Dios, hablará de la misma forma por la boca del profeta o por la Biblia. Hay que verificar entonces que la profecía no va contra ningún dato fundamental de la Revelación. El papel del «maestro» será aquí primordial.

3.-El discernimiento de la comunidad (I Co 14,29). No se trata de cuatro o cinco personas que se quedan cuando se van las otras y discuten lo que ha pasado. Se correría el riesgo del discernimiento simplemente humano que conoce toda dinámica de grupo. El discernimiento comunitario es una brújula que se pone en marcha desde que la comunidad se ha reunido (se llamaba antes, en la Iglesia Católica, el «sensus ecclesiae», el sentido de la Iglesia). Si alguna cosa no es de Dios, un cierto malestar atraviesa la comunidad... Es como si la aguja de la brújula se agitase bruscamente. Esto ocurre a nivel de intuición profunda: ni siquiera habrá que formularlo. No es necesario. Es un piloto que se enciende y grita: peligro.

4.-EI discernimiento de los que han recibido el carisma de discernimiento (I Co 12,10). No son, forzosamente, personas que caen bien, muy psicólogas o profundas. Puede serlo incluso un disminuido mental. Pero cuando se pide a esta persona su opinión, si tal o tal cosa es de Dios, dice sí o no, con una certeza serena, a veces incluso contra la opinión general, pero con una exactitud siempre verificada. Se trata de un don, de un carisma. La opinión de esas personas es muy preciosa, tengan diez o tengan ochenta años.

5.-El discernimiento del responsable (I Co 12,28). El profeta debe estar sometido al discernimiento del responsable. Se rogará frecuentemente para que el Señor dé un buen discernimiento al pastor. Este discernimiento es, para el pastor, la brújula que el Señor ha puesto en él a través del Espíritu Santo. Esta brújula actuará con mayor precisión si el pastor permanece pequeño, enraizado en el Señor, libre de toda presión, y dispuesto a reconocer que no sabe nada...

6.-Los frutos de! Espíritu (Gal 5,22 ss; He 12, 11) . Si Dios habla o actúa, esto trae siempre: amor, paz, alegría, etcétera. Sin embargo no puede uno apoyarse en Gal 5,22 y descartar las profecías que nos zarandean, bajo el pretexto de que no aportan la paz. Porque, Hb 12,11, nos dice que la corrección, en el primer momento, no produce alegría sino tristeza, pero si se acepta la corrección, vienen después, en un segundo tiempo, la alegría y la paz. En consecuencia es preciso retener los dos textos: Gal5,22; Hb 12,11. 7.-La vida del profeta (Mt 7,17). Es un tema para manejar con prudencia. Es verdad que un buen árbol da buenos frutos. Si el profeta es humilde, si su vida es recta, si no busca tener razón, se está tentado de creerle; por el contrario, si un orgulloso o un pecador evidente, viene a traernos un mensaje de Dios, desconfiamos. Es verdad que Dios bendice al justo (Sant 5,16 ss). Pero recordemos que los carismas no son criterios de santidad y que Dios utiliza lo que quiere para hablar a su pueblo: En la Biblia ha utilizado a la burra de Balaam y hasta a Caifás que iba a condenarlo a muerte.

Cada uno de estos siete criterios, si se utiliza por separado, no es forzosamente infalible, porque todos somos débiles y pecadores. Es la suma de varios de estos criterios lo que permite sentar un discernimiento sólido. El pastor desconfiará siempre de su solo y único discernimiento personal; verificará frecuentemente su discernimiento utilizando los otros elementos que hemos citado aquí.

AUTORIDAD Y SUMISIÓN

El Señor ha querido ministerios de autoridad en su Iglesia (Tt 1,5; 1 Co 12,28), y la experiencia nos enseña que no se dan carismas fuertes sin una autoridad equilibrada y firme. Quien dice autoridad, dice sumisión. El Señor quiere que nos sometamos, puesto que El mismo se sometió (Hb 5,9). El camino real de la obediencia es, de hecho, el camino real de la cruz por la que el mundo fue salvado (Rm 5,19). Con demasiada frecuencia se recurre a Hch 4,19: «Es mejor obedecer a Dios que a los hombres» para justificar nuestras desobediencias. Pero es por la obediencia por lo que llegamos a ser adultos y santos. Es preciso descubrir que, la mayoría de las veces, nuestra obediencia a Dios pasa por la obediencia a los hombres. Es lo que ocurre en la Iglesia. Entonces, no tenemos que temer que la autoridad se equivoque porque, obedeciendo, nosotros nos ponemos en manos de Dios que es poderoso para cambiar las decisiones de la autoridad, o para convertir una orden injusta en su propia gloria. En este concepto de la obediencia está la clave de la santidad, la clave de la unidad de cada una de nuestras comunidades y de toda la Iglesia y, en consecuencia, la clave de la evangelización.

Por el contrario, si ejercemos un ministerio de autoridad debemos recordar que no podemos ejercer la autoridad como en el mundo (Mc 10,4243); que toda autoridad cristiana no es más que un servicio; que nuestro modelo será siempre el Buen Pastor dando su vida por sus ovejas (Ez 34; Jn 10; 1 P 5,1-4). Concretamente, el pastor comenzará por orar mucho; se esforzará en escuchar a cada uno de la misma manera, buscará intercambiar y compartir, y no tomará la decisión que se imponga (en los únicos dominios en que tenga autoridad, claro está) sin mucha prudencia y discernimiento. Humildemente, permanecerá a la escucha del Señor, el corazón abierto a sus hermanos y hermanas, pero la mirada siempre fija sobre su Señor, «manteniéndose firme como si viera lo invisible» (Hb 11,27).

Evidentemente, el pastor vivirá su propia sumisión. ¿Cómo pedir a los otros sumisión si él mismo no se somete? A los ojos de todos será un modelo de sumisión auténtica.

CHOQUES Y DIFICULTADES DEL EQUIPO DE SERVIDORES

En muchos grupos, para evitar el peligro del autoritarismo, o simplemente para ayudar al responsable, se recurre a un equipo de responsables que le rodean y asisten a la hora de discernir.

La experiencia nos obliga a la prudencia. Porque un equipo de discernimiento puede ser la mejor o la peor de las cosas. Tres peligros amenazan al equipo corriendo el riesgo de convertirlo en un obstáculo para la acción de Dios.

A. - Para formarse una opinión, el equipo puede ponerse a discutir humanamente, sobre uno u otro, y acabar por juzgar y condenar.

B.- El equipo puede creerse investido de una función de autoridad, y la autoridad de un grupo, donde nadie es verdaderamente responsable, es muy peligrosa, porque son las personalidades más fuertes las que acaban, siempre, por imponer su punto de vista.

C.- Un equipo que no se renueve regularmente, puede convertirse en una losa de plomo.

¿Es preciso un equipo? Nada en la Escritura lo exige. Cuando hay numerosas células de oración, se podría preferir una reunión de responsables de la célula, en torno al pastor. Pero el papel no es el mismo. La reunión de responsables en torno al pastor es más un órgano de gobierno y de decisiones; por el contrario, un equipo de personas escogidas por su prudencia y su discernimiento será, ante todo, un consejo de discernimiento en torno al pastor, tanto más libre cuanto no tiene que tomar decisiones. Si permanece así, un equipo puede ser excelente.

¿Qué hacer para evitar los tres peligros que hemos señalado?

a) El equipo deberá ser elegido, al menos en gran parte, por la asamblea y no designado en totalidad por el responsable.

b) El equipo deberá ser reelegido cada año entre aquellos que tienen un carisma de discernimiento reconocido (incluso si alguno es designado veinte veces seguidas, esta reelección permite verificar si el carisma está siempre presente).

c) El papel del equipo será el de un órgano de consejo en torno al pastor; no sustituirá la autoridad del pastor ni el compartir comunitario, donde cada uno puede expresarse libremente.

POR ENCIMA DE TODO, PERDÓN Y AMOR

Pablo habla abundantemente de los carismas en 1 Co 12 y en 1 Co 14. En medio de esta exposición, en 1 Co 13, nos habla del amor. Y nos dice que el amor es más importante que ninguna otra cosa. Queda claro que no se trata de un amor sentimental, sino del amor «ágape», es decir del amor mismo del Padre y del Hijo. ¡¡Este amor no es un carisma!! Es mucho más que todos los carismas. Es el amor mismo de Dios, depositado en los corazones de todos los que le han dado su vida, y que va a producir frutos en abundancia.

Para construir su comunidad en la Iglesia, Cristo la ha amado hasta morir (Ti 2,14; Ef2,14-17). Si queremos construir una comunidad sólida es preciso que nos amemos hasta morir. Para esto es necesario hacer una guerra sin cuartel a toda clase de enredos y chismes. Hay que desterrar el hablar mal de alguien cuando no está presente. Es bueno recurrir, unos u otros, a un toque de atención para ayudarnos. (Nosotros tenemos, a veces, una campanilla sobre la mesa, y estamos todos de acuerdo en que, si se comienza a hablar mal de este o aquél, el primero que se dé cuenta toque la campana...) ¡Los resultados son sorprendentes! Es necesario rechazar toda discusión demasiado humana y todo juicio. Si alguno ha pecado realmente - al menos, según lo comprobado- seguiremos las reglas bíblicas e iremos a buscarlo (Mt 18,15). Si alguno nos ha herido, debemos perdonarnos antes de ir a acostarnos, perdonarnos ahora, perdonarnos siempre. Con un perdón real que olvide todo lo pasado. A imagen de Cristo, debemos soportarlo todo, creerlo todo, esperarlo todo. Es preciso, cueste lo que cueste, buscar esa unidad del corazón y del espíritu que nos mantendrá en el corazón de la Trinidad y que conmoverá al mundo.

Base firme; ministerios equilibrados y en su sitio; el amor divino que corre a borbotones; he aquí con qué construir sólidamente la casa de nuestro Dios.

(Nuevo Pentecostés, n.22,23 y 24)