Diego Jaramillo
... Yo no sé cuántos grupos realmente hay en Colombia, pero lo que sí sé es que cada vez que dos o más cristianos se juntan y están en el Espíritu, eso es un Grupo de Oración. Y lo que sí sé es que el hogar de cada uno de vosotros está llamado a ser un Grupo de Oración profundamente animado por la fuerza del Espíritu Santo, y por eso yo creo que diez mil o treinta y dos mil... son números que se nos quedan cortos o se nos deben quedar cortos, porque nosotros necesitamos en un país de treinta millones de habitantes, necesitamos siquiera un millón de grupos de oración, ojalá muchos más y eso va a depender de todos nosotros, de todos vosotros.
Y ¿qué es un Grupo de Oración? Yo quiero recordar brevemente algunas de las palabras que ya en 1973 el Papa Pablo VI decía respecto a grupos de oración a la Renovación Carismática. Él decía que en ellos se encontraba "el gusto por una oración profunda, personal y comunitaria, un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en la alabanza de Dios". Y hablando el mismo Papa dos años después a los de la Renovación Carismática les decía que "en ellos veía una oración a menudo comunitaria, donde cada uno expresándose libremente ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás". Y les hablaba de la necesidad de alabar a Dios, de darle gracias, de celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros mismos. Y les decía: "Deben abrirse de nuevo los labios cerrados a la oración, abrirse al canto, a la alegría, al himno y al testimonio".
Cuando los grupos de oración comienzan así a abrirse al canto y a la alegría y a la oración, y empiezan a invocar la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu llega y los santifica y los hace por doquier manifestarse con una energía y una vitalidad que nosotros antes ni podíamos siquiera sospechar. Estos grupos en la Renovación Carismática han querido ser profundamente abiertos a la acción del Espíritu Santo, han querido desde el principio fomentar la experiencia del Espíritu Santo en la vida de todos nosotros y por eso por todas partes, en las manos levantadas de todos nosotros hay siempre una alusión constante a la fuerza, al poder, al vigor del Espíritu Santo en nosotros. Hay lo que decía el mismo Papa Pablo VI, hablando del Espíritu hablando de la Renovación Carismática, decía: "Nosotros lo invitamos, lo queremos, lo deseamos ante todo que el pueblo cristiano, el pueblo creyente tenga de esta presencia del Espíritu de Dios un presentimiento, un culto, una alegría superior".
Pues, mis hermanos, yo creo que si nosotros estamos llamando, invocando, pidiendo al Espíritu de Dios que baje sobre nosotros, Él responde, y responde de una manera tal que supera las expectativas y peticiones que brotan de todos los grupos. Ustedes recuerdan ese episodio que nos narra el libro del Éxodo, donde se dice, lo escuchaba yo no hace mucho en Roma explicado bellísimamente por un sacerdote francés, aquel episodio que narra que Moisés quería ver a Dios. Y Moisés le dijo a Dios: "Te ruego que yo pueda ver tu gloria". Y Dios respondió a Moisés: "¿Quieres ver mi gloria? Yo te voy a hacer ver mi amor, te voy a hacer ver mi bondad y te voy a revelar mi Nombre. Mi rostro no puedes verlo, porque un hombre no puede contemplar mi rostro sin morir, pero te voy a revelar mi amor, Yo te vaya revelar mi Nombre". Moisés había pedido ver la gloria y Dios le quiso revelar su bondad y le quiso revelar su Nombre. Entonces nos cuenta el libro del Éxodo que Moisés se tuvo que ocultar en el hueco de una peña mientras Dios pasó y le cubrió con su mano, y decía su Nombre mientras iba pasando. ¡Ah, pero aquí como que nosotros no solo hemos querido ver la gloria de Dios, sino que también Él ha querido ver nuestra gloria! Es como si Dios nos dijera: "Hijo de hombre, Yo quiero ver tu gloria". Y yo tuviera que decirle a Él: "Yo no tengo gloria, Señor, yo no tengo sino pecado, yo no tengo sino miseria, yo no tengo nada que mostrarte". Y Él dice: ¡Ah, yo quiero ver tu gloria y quiero ocultarme en una caverna, quiero ocultarme en una gruta, quiero ocultarme en tu propio corazón y ahí, desde tu propio corazón, Yo vaya hacer que tu pequeñez y que tu pecado y que tu maldad se transforme en gloria, Yo vaya estar en tI, Yo vaya morar en ti, Yo vaya ser tu huésped".
Y eso es lo que el Espíritu Santo está haciendo en nuestros Grupos y en muchas personas, eso es lo que el Espíritu Santo de Dios quiere hacer en cada uno de nosotros. Quiere Él venir a morar en nuestro propio corazón y allí transformarnos de tal manera que todo lo que nosotros seamos sea únicamente su gloria, su Palabra y su amor. Y Él viene, como dice la Escritura, como paloma, como una paloma desciende, así bajó sobre Jesucristo y permaneció sobre Él, así desciende sobre todos los que se parecen a Jesucristo y permanece sobre ellos. Viene como agua, que purifica y que sacia la sed. Viene como fuego, que quema, que alumbra, que ilumina. Viene como sello, que nos imprime la imagen de Jesús. Él viene como aceite, que nos penetra totalmente, que nos recorre todo el ser. Viene el Espíritu de Dios a cada uno de nosotros y cuando el Espíritu del Señor viene a cada uno de nosotros cambia nuestro ser, cambia totalmente nuestro ser y de ahí en adelante ya sí que tenemos que decir: "Yo oro en el Espíritu, yo canto en el Espíritu, yo trabajo en el Espíritu, yo amo en el Espíritu, yo sufro en el Espíritu, yo soy en el Espíritu; mi ser todo, no únicamente mi oración, no únicamente yo oro en el Espíritu, toda mi actividad, todo mi ser tiene que ser en el Espíritu de Dios, ese es el gran proyecto para cada uno de nosotros: SER en el Espíritu de Dios.
Y podemos nosotros preguntarnos esta mañana: ¿En qué medida yo me estoy dejando impregnar por el Espíritu Santo? ¿En qué medida Él está penetrándome a mí? ¿En qué medida mi oración es oración en el Espíritu? ¿En qué medida mi canto es canto en el Espíritu? ¿En qué medida mis viajes son viajes en el Espíritu? ¿Estaré yo dejándome conducir como Pablo, "no, no vayas a allá, vete más bien a Macedonia". ¿En qué medida mi alegría es una alegría en el Espíritu Santo de Dios? ¿y hasta donde y hasta cuando yo podré decir como Jesucristo (Luc. 10, 21) alegrándose profundamente Él en el Espíritu Santo de Dios, exultaba y decía: "Padre, Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra porque has revelado estas cosas a los pequeños y las has ocultado a los poderosos y a los grandes!'. ¿En qué medida mi amor es un amor en el Espíritu de Dios? "El amor de Dios se ha manifestado en vosotros por el Espíritu de Dios que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5). ¿En qué medida toda mi vida, todo mi trabajo, toda mi actividad, es un SER en el Espíritu Santo y no una vida en donde hay "pedacitos", "momentos", "fragmentos", "minutos" de Espíritu Santo y minutos de espíritu de hombre y minutos de carne y minutos de pecado.
Pero qué es lo que hace el Espíritu Santo de Dios cuando baja, cuando empapa, cuando impregna, cuando mora en el corazón de un hombre? Dice la Secuencia del día de Pentecostés y el Papa lo decía hace veinte días solamente, en una grabación desde su lecho de enfermo, decía que gritaba para que esa luz maravillosa del Espíritu viniera sobre todos nosotros y sobre la Iglesia. Cuando la luz del Espíritu aparece en oriente, es tal su brillo, es tal su esplendor, mayor que el del sol cuando está de veras en toda su magnificencia, que uno no puede mirarlo; los ojos del hombre no soportan el brillo de Dios, no lo puede mirar sin morir. Y entonces, cuando la luz del Espíritu de Dios aparece, ilumina, como que nosotros no podemos mirarlo, no podemos centrar nuestra mirada en Él y tenemos que volver nuestros ojos a otra parte, los volvemos hacia el Padre y lo volvemos hacia Jesús. ¡Ah! Una propiedad que tiene el Espíritu Santo es que es discreto, lo han llamado "la humildad de Dios" y por eso el Espíritu Santo cuando aparece nunca centra la atención en Sí mismo, sino siempre en el Padre, siempre en Jesús, por eso sabemos tan poco, por eso hablamos tan poco del Espíritu Santo de Dios.
Y lo primero que hace el Espíritu Santo es que nos lleva al Padre y por eso en la oración de una persona que esté en el Espíritu, una oración en el Espíritu, es una oración que necesariamente tiene como protagonista al Padre, el Padre Dios, Él es el centro de la oración cristiana cuando es el Espíritu Santo el que la dice, cuando es el Espíritu Santo el que nos impulsa a decirla o la dice en nosotros: el Padre el protagonista. El Espíritu Santo como que siempre a toda persona que VIVE y que ES bajo su impulso, la lleva necesariamente hacia el Padre. Ustedes recuerdan quizá a aquel mártir de Antioquia, al comenzar el siglo 11, el Patriarca San Ignacio, cuando iba camino del martirio y escribía a los romanos que "por favor les pedía que no hicieran nada para evitar su muerte porque Él quería ser molido por los dientes de las fieras, que tenía ansia de transformarse en trigo de Dios", y decía: "Es que yo siento dentro de mí un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre!". Un agua viva, un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre, ven hacia el Padre! Lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de quien anima es que lo lleva hacia el Padre, lo mueve hacia el Padre, le hace suspirar por el Padre.
¡Ah! Cuando llega esa luz, lo primero que el hombre hace es verse él mismo, verse él mismo en su pequeñez, verse él mismo en su pecado, en su miseria, y entonces el hombre en el Antiguo Testamento el hombre decía cuando la luz de Dios le llegaba hasta el corazón, decía: "¡Ay de mí, voy a morir, porque he visto a Dios!"
Y cuando llega Jesucristo, el hombre dice: "Apártate de mí, Señor, soy un hombre pecador", pero cuando Jesús comienza a predicar el hombre dice: "Me levantaré e iré hacia mi Padre". El Espíritu Santo le muestra su pecado, le hace comprender que cuidando cerdos él no puede de ninguna manera vivir, porque no está hecho para comer algarrobas como por las que suspiraba el hijo pródigo para alimentarse, y dice: "Me levantaré e iré hacia mi Padre". Un agua viva que le impulsa hacia el Padre. "Me levantaré, iré hacia mi Padre y le diré..." Me levantaré porque estaba caído e iré hacia mi Padre, iré porque estaba lejano, y le diré porque se había cortado el diálogo, porque ya no podía hablar, pero él quiere (levantado y regresado) hablar al Padre.
Eso es lo primero que hace el Espíritu Santo, la primera oración en el Espíritu Santo, la primera plegaria que el Espíritu Santo hace destilar del corazón nuestro. Por eso, una auténtica plegaria en el Espíritu Santo antes que nada nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, de nuestra indigencia y nos impulsa a salir de ella, "me levantaré e iré a mi Padre y le diré".
¡Ah! Pero el Espíritu Santo, apenas el hombre da los primeros pasos, comienza a cerrar, a entregar su negocio, a renunciar a su posición de porquerizo y comienza a caminar hacia la estancia del Padre, el Espíritu Santo le hace decir "¡cuántos jornaleros hay en la casa de mi Padre que tienen pan en abundancia!". ¡Ah, dame pan, dame que tengo hambre, dame que estoy desfallecido! El Espíritu Santo es el primero que, después de hacemos comprender la humildad y la indigencia de nuestra vida, nos va diciendo: "Tú puedes pedir, tú puedes considerarte como un niño, tú puedes considerarte indigente". Eso es plegaria en el Espíritu Santo y Él dice: "Si tú no sabes pedir lo que quieres, soy Yo el que voy a pedir por tí y lo voy a hacer con gemidos inefables que tú mismo ni conoces", porque si toda la creación gime por ser de nuevo redimida y si gimen también los hombres clamando por una redención, también el Espíritu gime en nosotros. Pide, pide a tu Padre.
Y el hombre comienza a caminar, después de haber reconocido su pecado va reconociendo también que él necesita de la mano de Dios, él necesita de la protección de Dios. Pero el Padre lo ve venir de lejos. Basta que el hombre dé el primer paso, Dios que lo ha estado viendo desde siempre, lo ve venir de lejos y corre hacia él y cuando él dice: "PADRE", porque esa es la plegaria que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón, el Espíritu Santo de Dios nos hace gritar "ABBA, PADRE", Y en eso le decimos todo! y el Padre ya está apoyado sobre el hombro del hijo que regresa y lo está cubriendo con su manto y está diciendo: "Traigan el vestido más precioso y en la mano pónganle el anillo y en los pies las sandalias"... Ya es hijo, ya es hijo, ya hizo el camino de la esclavitud a la filiación, "pónganle las arras, pónganle el anillo del Espíritu y maten para él el cordero cebado", que es el Cuerpo de Jesucristo.
Y cuando ya el hombre, en la casa del Padre, con las arras del Espíritu, alimentado con el Cuerpo del Señor Jesús, puede mirar y puede darse cuenta donde está, ya él puede decir: "Padre", y comienza la fiesta y comienza la alegría, el regocijo, ¿qué hijo pródigo regresado a la casa del Padre va a quedarse con los brazos muy cruzados, con la cabeza muy agachada, en una adoración profunda o en un sueño más profundo todavía, cuando puede estar en el regocijo de la casa del Padre? El Espíritu Santo lo lleva al regocijo, el Espíritu Santo lo lleva a la alegría. Para él, el Espíritu Santo hace servir el vino nuevo, el que dá la Vid nueva que es Jesucristo de la cual somos todos sarmientos, el que se guarda en odres nuevos, el que produce una embriaguez nueva, una embriaguez distinta, de esa que dice Efesios: "Regocijaos pero no en el vino, llenaos de Espíritu Santo", en Ese, con Ese, comienza la fiesta en la casa del Padre.
Y entonces comienza también la alabanza, la alabanza que el Espíritu Santo hace brotar en el corazón de un hombre que se sienta lleno del Espíritu Santo de Dios. Y ¡qué puede decir un hombre al Padre que así lo está acogiendo! ¿Le dirá palabras, o le dirá cantos, o le dirá silencios, o le dirá gritos, o le dirá murmullos, o le dirá aclamaciones, o le dirá sonrisas, o le dirá sollozos, o le dirá aplausos, o le dirá embelesas y admiración, o le dirá quietud, o le dirá danza!, como que todo su cuerpo, como que toda su expresión, como que toda su palabra se queda pequeña para poder decir la maravilla del Padre que nos ama, y el Espíritu siempre trata como de impulsar la oración. Y la oración en el Espíritu es aquella oración del hombre que llega hasta el Padre y se maravilla y no puede decir sino "Padre, Padre, Abbá, Padre", Toda nuestra oración en el Espíritu Santo es una oración que desde lo profundo de nosotros mismos brote buscando a Dios. Oración en el Espíritu no es solamente cuando nosotros no sabemos qué decir y entonces oramos en lenguas. Oración en el Espíritu es toda la oración que el Espíritu Santo de Dios produce en nosotros mismos y que nos va llevando desde el país lejano donde el hijo pródigo cuidaba cerdos hasta el festín de alabanza en la casa del Padre.
Y entonces el hombre comprende que su palabra es completamente limitada, su palabra no alcanza a decir mayor cosa, porque cuando son sentimientos, cuando son emociones lo que uno tiene que decir, la palabra se queda completamente pequeña y pálida y opaca y limitada. Y entonces, el hombre dice como en los salmos: "El mundo todo, las montañas, los valles, los ríos, bendecid conmigo al Señor", o como dice el libro de Job: "¡Luceros del alba bendecid conmigo al Señor!" O como otro de los salmos: "¡Pueblos todos, naciones todas de la tierra, unid vuestras voces a la mía y bendigamos al Señor!". Y sus palabras como que se quedan pequeñas e invita a todos los hombres, a todos los instrumentos musicales, a los cantores todos, a las trompetas, instrumentos de viento, instrumentos de cuerda... ¿Recuerdan cuando cantamos el salmo 150, que es como una explosión de alegría? "Todos los pueblos, todas las voces, todos los murmullos de la Creación, ¡bendecid conmigo al Señor!. Y más. A pesar de invitar, de formar una gran orquesta con todos los instrumentos musicales, todas las gargantas, todos los seres vivos, todos los seres inanimados de la Creación invitados al gran concierto en honor del Padre, eso como que se queda pequeño, como que no alcanza, el Espíritu Santo pide más, el Espíritu Santo quiere más, el Espíritu Santo nos dice: ¡Ah, yo tengo un secreto, no hay sino un camino, no hay sino un puente, no hay sino un mediador merced al cual la voz de la Creación le puede llegar al Padre e invita a Jesucristo a que se una a la alabanza!
¿Podré darle gracias por mi vida, por mi salud, por mis padres, por mis bienes materiales, porque me salen bien las cosas...? ¿Será eso lo grande que yo le puedo decir al Padre? o ¿querrá decirle que Él es bello, que es inmenso, que Él es maravilloso, que yo le bendigo, que yo le alabo, que yo querría hacerme perfume de alabanza para Él, como dicen los salmos? ¿Será eso lo hermoso que yo le puedo decir al Padre? Hay una palabra mayor, hay una palabra mayor todavía que es la única Palabra, que es la gran Palabra que intercambia Dios con el hombre, por la fuerza del Espíritu Santo. Cuando el Padre, por la fuerza de ese Viento inmenso y eterno que es el Espíritu Santo, quiso decir una Palabra, su Palabra, su eterno Verbo, lo dijo, por el Espíritu Santo y cuando quiso dialogar con el hombre y quiso decir: "JESUS", Jesús, la gran Palabra que el Padre nos dijo a nosotros, la dijo por la fuerza del Espíritu Santo.
El Padre no tiene mayor Palabra para decirnos a nosotros que la Palabra JESUCRISTO. Al decirnos "JESUCRISTO", el Padre nos está diciendo: "Este es mi amor para vosotros". Al decirnos JESUCRISTO, el Padre nos está diciendo: "Esa es mi bendición para vosotros, es mi paz para vosotros, es mi todo para vosotros". JESUCRISTO agota la Palabra del Padre, es la Palabra eterna, es la Palabra inmensa, al decirnos JESUCRISTO el Padre nos dijo todo lo que Él es y todo lo que nos ama y todo lo que nosotros somos. Y cuando nosotros queremos decirle algo extraordinario, pero espléndido, fantástico al Padre, lo único que podemos decirle es JESUCRISTO, JESUSCRISTO. Eso es lo más que podemos decirle, y decir Jesucristo y "Creer en Jesucristo, nos dice la carta de S. Juan en el capítulo cuarto, y confesarlo no se puede hacer sin la fuerza del Espíritu Santo". Y "decir Jesucristo es el Señor y creerlo con fe, eso no es posible si no es con la fuerza del Espíritu Santo".
¿Por qué es tan grande esta Palabra? Porque Jesucristo es el único puente, porque Jesucristo es el único pontífice, es el único sacerdote, porque Jesucristo es el único adorador, porque Jesucristo es el único conocedor, porque Jesucristo es el único revelador del misterio del Padre. Por eso, cuando nosotros le decimos al Padre "en el nombre de Jesucristo" nosotros le estamos diciendo al Padre todo, todo lo que nosotros somos y todo lo que Él es. ¡Qué bello decirle al Padre las alabanzas! ¡Qué maravilloso poderle decir al Padre que le alabamos!, pero la mayor alabanza que podemos decirle es "JESUS, JESUS". Por eso, Jesús es nuestro ¡Aleluya! y por eso Jesús es nuestro ¡hosanna! y por eso Jesús es nuestro AMEN. Cuando nosotros decimos "AMEN" recordamos la carta a los corintios que nos dice que "Él es el AMEN de Dios para nosotros". Y cuando nosotros decimos "HOSANA", HOSSANA es danos salvación, y la salvación para nosotros es JESUS, Jesús es el hosanna que Dios nos da a nosotros, Jesús es el ¡hosanna! que nosotros le cantamos al Padre. Y cuando nosotros decimos "ALELUYA", ALELUYA significa "Gloria a Dios", pero la gloria de Dios es Jesucristo para nosotros. Por eso, la gran alabanza que podemos tener los cristianos para el Padre es JESUS yeso no lo podemos hacer sin la fuerza del Espíritu Santo. Y la gran acción de gracias que tenemos nosotros, la gran Eucaristía, recuerden que la palabra EUCARISTIA significa ACCION DE GRACIAS, la gran acción de gracias es Jesús. Nosotros no podemos hacer Eucaristía si no es en la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, las Eucaristías todas tienen que ser Eucaristías carismáticas, aunque no tengan el nombre, porque no existe ninguna Eucaristía que no sea carismática. Y hay sacerdotes que dicen que dicen que hay Eucaristías que "no son carismáticas" y todas son carismáticas, porque en todas está Jesús porque para poder traer a Jesús se requiere la fuerza operadora del Espíritu Santo y la Eucaristía es la alabanza, es la presencia de Jesús y esa todos los cristianos, vivan donde vivan, hagan lo que hagan, están carismáticamente ofreciéndole al Padre la gran Palabra que le pueden decir: JESUCRISTO, JESUCRISTO. No hay Palabra más bella, ni hay oración más bella, ni hay alabanza más linda que Jesucristo, es la voz que los oídos del Padre escuchan con amor. Y la gran petición de perdón ¿qué otra hay que JESUCRISTO, el que murió por nosotros, el que está siempre intercediendo por nosotros? No hay ninguna otra, no hay aunque nosotros nos demos golpes en el pecho y destrocemos nuestros cuerpos, no hay ninguna otra que Jesucristo, que nos cubre con su manto, con el manto de su Sangre.
Por eso, lo primero que el Espíritu Santo puede hacer en nosotros es llevamos al Padre por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo, esa es la gran oración en el Espíritu. Si nosotros estamos orando en lenguas o cantando en el entendimiento, si nosotros estamos agitando felices nuestros brazos o los tenemos caídos y recogidos, pero no pensamos en el Padre y no pensamos en Jesucristo, eso no es oración en el Espíritu, eso no es sino grito. Pero si el Espíritu Santo es el que nos mueve, ¡Ah, entonces cualquiera que sea la modalidad que tome nuestra plegaria nos llevará necesariamente a acoger a Jesucristo y, por medio de Jesucristo, llegar hasta el Padre.
Pero hay más todavía. La oración en el Espíritu hace algo más con cada uno de nosotros. La oración en el Espíritu no es únicamente la posibilidad de que yo, movido por el Espíritu Santo de Dios, cante alabanzas para Dios. No es únicamente la posibilidad de que yo pida perdón a Dios o pida favores de Dios, aunque sean espirituales, no es únicamente la oración en el Espíritu la posibilidad de que yo participe en una Eucaristía espléndida, llena de cantos e incienso y de mucho entusiasmo. ¡Ah, no, hay algo más profundo todavía! La oración en el Espíritu es si yo me vuelvo oración, si mi vida se vuelve oración.
¿Qué es lo grande que el Espíritu Santo puede hacer en el corazón de un hombre? Que yo diga "Dios", que diga "Padre" es muy bello, pero hay algo más grande todavía y es que Él me transforma a mí en una imagen viva del Señor Jesús, que Él me identifica a mí con el Señor Jesús, que Él me inserta a mí en el Cuerpo del Señor Jesús y que por eso yo ya puedo decir "No soy ya el que vivo, es Cristo el que vive en mí". Y dice S. Agustín: "Ya no soy yo el que ora, es Jesucristo el que ora en mí", es que yo ya soy imagen de Cristo, es que yo ya soy parte de Cristo, es que yo soy miembro de Jesucristo, es que yo en parte ya soy Cristo. Estoy tan unido a Él, me alimento de su Cuerpo, tengo su Espíritu, que ya es una prolongación.
Y dice la carta a los Corintios que así como Moisés cuando bajaba del monte tenía que cubrirse con un velo por el resplandor de su rostro al encontrarse con Dios, nosotros a cara descubierta, mirándolo a Él, día a día nos vamos transformando en su propia imagen por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Yo me estoy transformando en Cristo, tú te debes estar transformando en Cristo, nosotros todos debemos estar transformándonos en Cristo. Cada uno de nosotros debe decir: "Yo ya estoy adquiriendo los rasgos espirituales del Señor Jesús, ya mi mansedumbre debe ser similar a la de Cristo, ya mi humildad -si Él me dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"- ha de ser como la de Cristo... La imagen de Jesús debe ir resplandeciendo en mi corazón porque todos nosotros que "aunque nuestro hombre exterior se deteriora día a día, el exterior -no obstante- se va renovando diariamente". Por eso, nosotros ya no vamos a decir solamente alabanzas, nosotros nos vamos a convertir en un hombre o en una mujer-alabanza, es decir, tu vida toda, tu trabajo todo, tus acciones todas, tu sueño... "sea que comas, sea que duermas, cualquiera otra cosa que hagas, todo para alabanza de la gloria de Dios".
Alguna vez les conté que, al comenzar este siglo, en una ciudad francesa vivía una religiosa carmelita, se llamaba Sor Isabel de la Stma. Trinidad. Y un día Sor Isabel estaba en el comedor (en el comedor de los conventos de clausura sobre todo, leen durante las comidas), entonces estaban leyendo ese día el comienzo de la carta de S. Pablo a los Efesios, en el capítulo primero, los versículos 6, 12 Y 14, en esos tres pasajes aparece una expresión que dice que "Nosotros hemos sido creados para ser alabanza de la gloria de Dios". Cuando Sor Isabel de la Trinidad oyó en el comedor leer eso, a ella la pareció tan bello, que apenas salió del comedor fue donde la hermana que había leído y le dijo: "Hermana, exactamente ¿en qué parte de la Escritura está eso que leíste?" Y le dieron la cita. Ella fue a leer a meditar ese pasaje y dicen sus escritos espirituales que desde ese momento ella siempre que firmaba sus cartas o cualquier cosa suya que tenía que firmar lo hacía así: Isabel de la Santísima Trinidad, alabanza de la gloria de Dios. Y decía que cuando muriera le iba a pedir a Dios que le cambiara el nombre, a pesar de que el nombre de Isabel es tan bello, significa "casa de Dios", sin embargo ella dice que le cambien el nombre en el cielo y la llamen allí "Sor alabanza de la gloria de Dios". Es decir, que ya ella no estaba hecha para decir alabanzas, para en un momento de la mañana decir: "¡Yo te alabo, gloria a Ti, Señor, bendito seas, Aleluya!, no para decir alabanzas, sino para SER ALABANZA DE LA GLORIA DE DIOS.
Decía un padre de la Iglesia, S. Ireneo, al principio del cristianismo, decía que "la gloria de Dios es el hombre vivo", el hombre que se realiza plenamente, el hombre que vive, el hombre que desarrolla todas sus cualidades, todos sus talentos, todas sus energías, el hombre que llega a ser más pleno, más hombre, ése es alabanza de la gloria de Dios. El hombre que no deja embotada toda la inteligencia y los dones que Dios le dio, alabanza de la gloria de Dios, alabanza de la gloria de Dios. Hay gente que teme, hay gente que tiene un pavor a decir al Espíritu Santo que venga a su vida y "haz de mí lo que quieras", y se preguntan ¿qué me irá a pasar? ¿Qué me irá a pasar? "De pronto Él se complace en humillarme, en abajarme... Como le dije que aquí estaba, de pronto me va a mandar tantos sufrimientos, tantos pesares, tantas pruebas..." El Espíritu Santo es el Espíritu Creador y el Espíritu Creador nunca destruye la obra que hizo, nunca destruye la obra que hizo, de manera que si tú eres hombre e invocas al Espíritu de Dios en tí, tú serás más hombre adulto y realizado y pleno; si tú eres mujer e invocas más al Espíritu Santo, cada día tú serás más una mujer lleno de inteligencia, de bondad, de Espíritu Santo; si tú le dejas, hará plenamente su obra en tí, y el que te dio dones a ti, los coronará y llegarás a ser alabanza de la gloria de Dios.
Pero también la gratitud para Dios, ¿cómo tú vas a poder darle gracias a Dios? Tú tienes que ser un hombre y una mujer-Eucaristía, es decir, tú tienes que estar siempre en tensión de acción de gracias a Dios, tu vida toda tiene que ser acción de gracias a Dios, tú no puedes ser Eucaristía si te contentas únicamente con una pequeña oración de cada día con decir "Gracias, Señor", o si vas a la Eucaristía y dices con el presbítero: "Realmente es justo, equitativo y necesario darte gracias en todo tiempo y lugar". Eres Eucaristía si tu vida toda es acción de gracias al Padre. Y eres OFRENDA si tú dejas que el Espíritu Santo te transforme a tí como a una ofrenda grata al Padre, como una ofrenda grata a Dios.
Cuando leemos en el Evangelio de Juan una frase muy bella, que es como el resumen de todo el Evangelio y que dice: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo", yo creo que esa frase nosotros la podríamos repetir de varias maneras. Podríamos cambiarla así: "Tanto amó Dios al mundo que nos dio a nosotros, sus hijos, para que sirviéramos al mundo". Tanto debemos amar nosotros al mundo que debemos dar al mundo lo que nosotros somos y que le debemos dar al mundo al único Hijo que el Padre nos regaló, a Jesucristo, pero sobre todo creo que la podríamos transformar con la fuerza del Espíritu Santo, diciendo: "Tanto ... que le podemos dar lo que más bello tenemos que es Jesucristo", pero al darles a Jesucristo nos tenemos que dar nosotros, porque por la acción del Espíritu nosotros estamos plenamente unidos e identificados con el Señor Jesús.
... Yo no sé cuántos grupos realmente hay en Colombia, pero lo que sí sé es que cada vez que dos o más cristianos se juntan y están en el Espíritu, eso es un Grupo de Oración. Y lo que sí sé es que el hogar de cada uno de vosotros está llamado a ser un Grupo de Oración profundamente animado por la fuerza del Espíritu Santo, y por eso yo creo que diez mil o treinta y dos mil... son números que se nos quedan cortos o se nos deben quedar cortos, porque nosotros necesitamos en un país de treinta millones de habitantes, necesitamos siquiera un millón de grupos de oración, ojalá muchos más y eso va a depender de todos nosotros, de todos vosotros.
Y ¿qué es un Grupo de Oración? Yo quiero recordar brevemente algunas de las palabras que ya en 1973 el Papa Pablo VI decía respecto a grupos de oración a la Renovación Carismática. Él decía que en ellos se encontraba "el gusto por una oración profunda, personal y comunitaria, un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en la alabanza de Dios". Y hablando el mismo Papa dos años después a los de la Renovación Carismática les decía que "en ellos veía una oración a menudo comunitaria, donde cada uno expresándose libremente ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás". Y les hablaba de la necesidad de alabar a Dios, de darle gracias, de celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros mismos. Y les decía: "Deben abrirse de nuevo los labios cerrados a la oración, abrirse al canto, a la alegría, al himno y al testimonio".
Cuando los grupos de oración comienzan así a abrirse al canto y a la alegría y a la oración, y empiezan a invocar la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu llega y los santifica y los hace por doquier manifestarse con una energía y una vitalidad que nosotros antes ni podíamos siquiera sospechar. Estos grupos en la Renovación Carismática han querido ser profundamente abiertos a la acción del Espíritu Santo, han querido desde el principio fomentar la experiencia del Espíritu Santo en la vida de todos nosotros y por eso por todas partes, en las manos levantadas de todos nosotros hay siempre una alusión constante a la fuerza, al poder, al vigor del Espíritu Santo en nosotros. Hay lo que decía el mismo Papa Pablo VI, hablando del Espíritu hablando de la Renovación Carismática, decía: "Nosotros lo invitamos, lo queremos, lo deseamos ante todo que el pueblo cristiano, el pueblo creyente tenga de esta presencia del Espíritu de Dios un presentimiento, un culto, una alegría superior".
Pues, mis hermanos, yo creo que si nosotros estamos llamando, invocando, pidiendo al Espíritu de Dios que baje sobre nosotros, Él responde, y responde de una manera tal que supera las expectativas y peticiones que brotan de todos los grupos. Ustedes recuerdan ese episodio que nos narra el libro del Éxodo, donde se dice, lo escuchaba yo no hace mucho en Roma explicado bellísimamente por un sacerdote francés, aquel episodio que narra que Moisés quería ver a Dios. Y Moisés le dijo a Dios: "Te ruego que yo pueda ver tu gloria". Y Dios respondió a Moisés: "¿Quieres ver mi gloria? Yo te voy a hacer ver mi amor, te voy a hacer ver mi bondad y te voy a revelar mi Nombre. Mi rostro no puedes verlo, porque un hombre no puede contemplar mi rostro sin morir, pero te voy a revelar mi amor, Yo te vaya revelar mi Nombre". Moisés había pedido ver la gloria y Dios le quiso revelar su bondad y le quiso revelar su Nombre. Entonces nos cuenta el libro del Éxodo que Moisés se tuvo que ocultar en el hueco de una peña mientras Dios pasó y le cubrió con su mano, y decía su Nombre mientras iba pasando. ¡Ah, pero aquí como que nosotros no solo hemos querido ver la gloria de Dios, sino que también Él ha querido ver nuestra gloria! Es como si Dios nos dijera: "Hijo de hombre, Yo quiero ver tu gloria". Y yo tuviera que decirle a Él: "Yo no tengo gloria, Señor, yo no tengo sino pecado, yo no tengo sino miseria, yo no tengo nada que mostrarte". Y Él dice: ¡Ah, yo quiero ver tu gloria y quiero ocultarme en una caverna, quiero ocultarme en una gruta, quiero ocultarme en tu propio corazón y ahí, desde tu propio corazón, Yo vaya hacer que tu pequeñez y que tu pecado y que tu maldad se transforme en gloria, Yo vaya estar en tI, Yo vaya morar en ti, Yo vaya ser tu huésped".
Y eso es lo que el Espíritu Santo está haciendo en nuestros Grupos y en muchas personas, eso es lo que el Espíritu Santo de Dios quiere hacer en cada uno de nosotros. Quiere Él venir a morar en nuestro propio corazón y allí transformarnos de tal manera que todo lo que nosotros seamos sea únicamente su gloria, su Palabra y su amor. Y Él viene, como dice la Escritura, como paloma, como una paloma desciende, así bajó sobre Jesucristo y permaneció sobre Él, así desciende sobre todos los que se parecen a Jesucristo y permanece sobre ellos. Viene como agua, que purifica y que sacia la sed. Viene como fuego, que quema, que alumbra, que ilumina. Viene como sello, que nos imprime la imagen de Jesús. Él viene como aceite, que nos penetra totalmente, que nos recorre todo el ser. Viene el Espíritu de Dios a cada uno de nosotros y cuando el Espíritu del Señor viene a cada uno de nosotros cambia nuestro ser, cambia totalmente nuestro ser y de ahí en adelante ya sí que tenemos que decir: "Yo oro en el Espíritu, yo canto en el Espíritu, yo trabajo en el Espíritu, yo amo en el Espíritu, yo sufro en el Espíritu, yo soy en el Espíritu; mi ser todo, no únicamente mi oración, no únicamente yo oro en el Espíritu, toda mi actividad, todo mi ser tiene que ser en el Espíritu de Dios, ese es el gran proyecto para cada uno de nosotros: SER en el Espíritu de Dios.
Y podemos nosotros preguntarnos esta mañana: ¿En qué medida yo me estoy dejando impregnar por el Espíritu Santo? ¿En qué medida Él está penetrándome a mí? ¿En qué medida mi oración es oración en el Espíritu? ¿En qué medida mi canto es canto en el Espíritu? ¿En qué medida mis viajes son viajes en el Espíritu? ¿Estaré yo dejándome conducir como Pablo, "no, no vayas a allá, vete más bien a Macedonia". ¿En qué medida mi alegría es una alegría en el Espíritu Santo de Dios? ¿y hasta donde y hasta cuando yo podré decir como Jesucristo (Luc. 10, 21) alegrándose profundamente Él en el Espíritu Santo de Dios, exultaba y decía: "Padre, Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra porque has revelado estas cosas a los pequeños y las has ocultado a los poderosos y a los grandes!'. ¿En qué medida mi amor es un amor en el Espíritu de Dios? "El amor de Dios se ha manifestado en vosotros por el Espíritu de Dios que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5). ¿En qué medida toda mi vida, todo mi trabajo, toda mi actividad, es un SER en el Espíritu Santo y no una vida en donde hay "pedacitos", "momentos", "fragmentos", "minutos" de Espíritu Santo y minutos de espíritu de hombre y minutos de carne y minutos de pecado.
Pero qué es lo que hace el Espíritu Santo de Dios cuando baja, cuando empapa, cuando impregna, cuando mora en el corazón de un hombre? Dice la Secuencia del día de Pentecostés y el Papa lo decía hace veinte días solamente, en una grabación desde su lecho de enfermo, decía que gritaba para que esa luz maravillosa del Espíritu viniera sobre todos nosotros y sobre la Iglesia. Cuando la luz del Espíritu aparece en oriente, es tal su brillo, es tal su esplendor, mayor que el del sol cuando está de veras en toda su magnificencia, que uno no puede mirarlo; los ojos del hombre no soportan el brillo de Dios, no lo puede mirar sin morir. Y entonces, cuando la luz del Espíritu de Dios aparece, ilumina, como que nosotros no podemos mirarlo, no podemos centrar nuestra mirada en Él y tenemos que volver nuestros ojos a otra parte, los volvemos hacia el Padre y lo volvemos hacia Jesús. ¡Ah! Una propiedad que tiene el Espíritu Santo es que es discreto, lo han llamado "la humildad de Dios" y por eso el Espíritu Santo cuando aparece nunca centra la atención en Sí mismo, sino siempre en el Padre, siempre en Jesús, por eso sabemos tan poco, por eso hablamos tan poco del Espíritu Santo de Dios.
Y lo primero que hace el Espíritu Santo es que nos lleva al Padre y por eso en la oración de una persona que esté en el Espíritu, una oración en el Espíritu, es una oración que necesariamente tiene como protagonista al Padre, el Padre Dios, Él es el centro de la oración cristiana cuando es el Espíritu Santo el que la dice, cuando es el Espíritu Santo el que nos impulsa a decirla o la dice en nosotros: el Padre el protagonista. El Espíritu Santo como que siempre a toda persona que VIVE y que ES bajo su impulso, la lleva necesariamente hacia el Padre. Ustedes recuerdan quizá a aquel mártir de Antioquia, al comenzar el siglo 11, el Patriarca San Ignacio, cuando iba camino del martirio y escribía a los romanos que "por favor les pedía que no hicieran nada para evitar su muerte porque Él quería ser molido por los dientes de las fieras, que tenía ansia de transformarse en trigo de Dios", y decía: "Es que yo siento dentro de mí un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre!". Un agua viva, un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre, ven hacia el Padre! Lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de quien anima es que lo lleva hacia el Padre, lo mueve hacia el Padre, le hace suspirar por el Padre.
¡Ah! Cuando llega esa luz, lo primero que el hombre hace es verse él mismo, verse él mismo en su pequeñez, verse él mismo en su pecado, en su miseria, y entonces el hombre en el Antiguo Testamento el hombre decía cuando la luz de Dios le llegaba hasta el corazón, decía: "¡Ay de mí, voy a morir, porque he visto a Dios!"
Y cuando llega Jesucristo, el hombre dice: "Apártate de mí, Señor, soy un hombre pecador", pero cuando Jesús comienza a predicar el hombre dice: "Me levantaré e iré hacia mi Padre". El Espíritu Santo le muestra su pecado, le hace comprender que cuidando cerdos él no puede de ninguna manera vivir, porque no está hecho para comer algarrobas como por las que suspiraba el hijo pródigo para alimentarse, y dice: "Me levantaré e iré hacia mi Padre". Un agua viva que le impulsa hacia el Padre. "Me levantaré, iré hacia mi Padre y le diré..." Me levantaré porque estaba caído e iré hacia mi Padre, iré porque estaba lejano, y le diré porque se había cortado el diálogo, porque ya no podía hablar, pero él quiere (levantado y regresado) hablar al Padre.
Eso es lo primero que hace el Espíritu Santo, la primera oración en el Espíritu Santo, la primera plegaria que el Espíritu Santo hace destilar del corazón nuestro. Por eso, una auténtica plegaria en el Espíritu Santo antes que nada nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, de nuestra indigencia y nos impulsa a salir de ella, "me levantaré e iré a mi Padre y le diré".
¡Ah! Pero el Espíritu Santo, apenas el hombre da los primeros pasos, comienza a cerrar, a entregar su negocio, a renunciar a su posición de porquerizo y comienza a caminar hacia la estancia del Padre, el Espíritu Santo le hace decir "¡cuántos jornaleros hay en la casa de mi Padre que tienen pan en abundancia!". ¡Ah, dame pan, dame que tengo hambre, dame que estoy desfallecido! El Espíritu Santo es el primero que, después de hacemos comprender la humildad y la indigencia de nuestra vida, nos va diciendo: "Tú puedes pedir, tú puedes considerarte como un niño, tú puedes considerarte indigente". Eso es plegaria en el Espíritu Santo y Él dice: "Si tú no sabes pedir lo que quieres, soy Yo el que voy a pedir por tí y lo voy a hacer con gemidos inefables que tú mismo ni conoces", porque si toda la creación gime por ser de nuevo redimida y si gimen también los hombres clamando por una redención, también el Espíritu gime en nosotros. Pide, pide a tu Padre.
Y el hombre comienza a caminar, después de haber reconocido su pecado va reconociendo también que él necesita de la mano de Dios, él necesita de la protección de Dios. Pero el Padre lo ve venir de lejos. Basta que el hombre dé el primer paso, Dios que lo ha estado viendo desde siempre, lo ve venir de lejos y corre hacia él y cuando él dice: "PADRE", porque esa es la plegaria que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón, el Espíritu Santo de Dios nos hace gritar "ABBA, PADRE", Y en eso le decimos todo! y el Padre ya está apoyado sobre el hombro del hijo que regresa y lo está cubriendo con su manto y está diciendo: "Traigan el vestido más precioso y en la mano pónganle el anillo y en los pies las sandalias"... Ya es hijo, ya es hijo, ya hizo el camino de la esclavitud a la filiación, "pónganle las arras, pónganle el anillo del Espíritu y maten para él el cordero cebado", que es el Cuerpo de Jesucristo.
Y cuando ya el hombre, en la casa del Padre, con las arras del Espíritu, alimentado con el Cuerpo del Señor Jesús, puede mirar y puede darse cuenta donde está, ya él puede decir: "Padre", y comienza la fiesta y comienza la alegría, el regocijo, ¿qué hijo pródigo regresado a la casa del Padre va a quedarse con los brazos muy cruzados, con la cabeza muy agachada, en una adoración profunda o en un sueño más profundo todavía, cuando puede estar en el regocijo de la casa del Padre? El Espíritu Santo lo lleva al regocijo, el Espíritu Santo lo lleva a la alegría. Para él, el Espíritu Santo hace servir el vino nuevo, el que dá la Vid nueva que es Jesucristo de la cual somos todos sarmientos, el que se guarda en odres nuevos, el que produce una embriaguez nueva, una embriaguez distinta, de esa que dice Efesios: "Regocijaos pero no en el vino, llenaos de Espíritu Santo", en Ese, con Ese, comienza la fiesta en la casa del Padre.
Y entonces comienza también la alabanza, la alabanza que el Espíritu Santo hace brotar en el corazón de un hombre que se sienta lleno del Espíritu Santo de Dios. Y ¡qué puede decir un hombre al Padre que así lo está acogiendo! ¿Le dirá palabras, o le dirá cantos, o le dirá silencios, o le dirá gritos, o le dirá murmullos, o le dirá aclamaciones, o le dirá sonrisas, o le dirá sollozos, o le dirá aplausos, o le dirá embelesas y admiración, o le dirá quietud, o le dirá danza!, como que todo su cuerpo, como que toda su expresión, como que toda su palabra se queda pequeña para poder decir la maravilla del Padre que nos ama, y el Espíritu siempre trata como de impulsar la oración. Y la oración en el Espíritu es aquella oración del hombre que llega hasta el Padre y se maravilla y no puede decir sino "Padre, Padre, Abbá, Padre", Toda nuestra oración en el Espíritu Santo es una oración que desde lo profundo de nosotros mismos brote buscando a Dios. Oración en el Espíritu no es solamente cuando nosotros no sabemos qué decir y entonces oramos en lenguas. Oración en el Espíritu es toda la oración que el Espíritu Santo de Dios produce en nosotros mismos y que nos va llevando desde el país lejano donde el hijo pródigo cuidaba cerdos hasta el festín de alabanza en la casa del Padre.
Y entonces el hombre comprende que su palabra es completamente limitada, su palabra no alcanza a decir mayor cosa, porque cuando son sentimientos, cuando son emociones lo que uno tiene que decir, la palabra se queda completamente pequeña y pálida y opaca y limitada. Y entonces, el hombre dice como en los salmos: "El mundo todo, las montañas, los valles, los ríos, bendecid conmigo al Señor", o como dice el libro de Job: "¡Luceros del alba bendecid conmigo al Señor!" O como otro de los salmos: "¡Pueblos todos, naciones todas de la tierra, unid vuestras voces a la mía y bendigamos al Señor!". Y sus palabras como que se quedan pequeñas e invita a todos los hombres, a todos los instrumentos musicales, a los cantores todos, a las trompetas, instrumentos de viento, instrumentos de cuerda... ¿Recuerdan cuando cantamos el salmo 150, que es como una explosión de alegría? "Todos los pueblos, todas las voces, todos los murmullos de la Creación, ¡bendecid conmigo al Señor!. Y más. A pesar de invitar, de formar una gran orquesta con todos los instrumentos musicales, todas las gargantas, todos los seres vivos, todos los seres inanimados de la Creación invitados al gran concierto en honor del Padre, eso como que se queda pequeño, como que no alcanza, el Espíritu Santo pide más, el Espíritu Santo quiere más, el Espíritu Santo nos dice: ¡Ah, yo tengo un secreto, no hay sino un camino, no hay sino un puente, no hay sino un mediador merced al cual la voz de la Creación le puede llegar al Padre e invita a Jesucristo a que se una a la alabanza!
¿Podré darle gracias por mi vida, por mi salud, por mis padres, por mis bienes materiales, porque me salen bien las cosas...? ¿Será eso lo grande que yo le puedo decir al Padre? o ¿querrá decirle que Él es bello, que es inmenso, que Él es maravilloso, que yo le bendigo, que yo le alabo, que yo querría hacerme perfume de alabanza para Él, como dicen los salmos? ¿Será eso lo hermoso que yo le puedo decir al Padre? Hay una palabra mayor, hay una palabra mayor todavía que es la única Palabra, que es la gran Palabra que intercambia Dios con el hombre, por la fuerza del Espíritu Santo. Cuando el Padre, por la fuerza de ese Viento inmenso y eterno que es el Espíritu Santo, quiso decir una Palabra, su Palabra, su eterno Verbo, lo dijo, por el Espíritu Santo y cuando quiso dialogar con el hombre y quiso decir: "JESUS", Jesús, la gran Palabra que el Padre nos dijo a nosotros, la dijo por la fuerza del Espíritu Santo.
El Padre no tiene mayor Palabra para decirnos a nosotros que la Palabra JESUCRISTO. Al decirnos "JESUCRISTO", el Padre nos está diciendo: "Este es mi amor para vosotros". Al decirnos JESUCRISTO, el Padre nos está diciendo: "Esa es mi bendición para vosotros, es mi paz para vosotros, es mi todo para vosotros". JESUCRISTO agota la Palabra del Padre, es la Palabra eterna, es la Palabra inmensa, al decirnos JESUCRISTO el Padre nos dijo todo lo que Él es y todo lo que nos ama y todo lo que nosotros somos. Y cuando nosotros queremos decirle algo extraordinario, pero espléndido, fantástico al Padre, lo único que podemos decirle es JESUCRISTO, JESUSCRISTO. Eso es lo más que podemos decirle, y decir Jesucristo y "Creer en Jesucristo, nos dice la carta de S. Juan en el capítulo cuarto, y confesarlo no se puede hacer sin la fuerza del Espíritu Santo". Y "decir Jesucristo es el Señor y creerlo con fe, eso no es posible si no es con la fuerza del Espíritu Santo".
¿Por qué es tan grande esta Palabra? Porque Jesucristo es el único puente, porque Jesucristo es el único pontífice, es el único sacerdote, porque Jesucristo es el único adorador, porque Jesucristo es el único conocedor, porque Jesucristo es el único revelador del misterio del Padre. Por eso, cuando nosotros le decimos al Padre "en el nombre de Jesucristo" nosotros le estamos diciendo al Padre todo, todo lo que nosotros somos y todo lo que Él es. ¡Qué bello decirle al Padre las alabanzas! ¡Qué maravilloso poderle decir al Padre que le alabamos!, pero la mayor alabanza que podemos decirle es "JESUS, JESUS". Por eso, Jesús es nuestro ¡Aleluya! y por eso Jesús es nuestro ¡hosanna! y por eso Jesús es nuestro AMEN. Cuando nosotros decimos "AMEN" recordamos la carta a los corintios que nos dice que "Él es el AMEN de Dios para nosotros". Y cuando nosotros decimos "HOSANA", HOSSANA es danos salvación, y la salvación para nosotros es JESUS, Jesús es el hosanna que Dios nos da a nosotros, Jesús es el ¡hosanna! que nosotros le cantamos al Padre. Y cuando nosotros decimos "ALELUYA", ALELUYA significa "Gloria a Dios", pero la gloria de Dios es Jesucristo para nosotros. Por eso, la gran alabanza que podemos tener los cristianos para el Padre es JESUS yeso no lo podemos hacer sin la fuerza del Espíritu Santo. Y la gran acción de gracias que tenemos nosotros, la gran Eucaristía, recuerden que la palabra EUCARISTIA significa ACCION DE GRACIAS, la gran acción de gracias es Jesús. Nosotros no podemos hacer Eucaristía si no es en la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, las Eucaristías todas tienen que ser Eucaristías carismáticas, aunque no tengan el nombre, porque no existe ninguna Eucaristía que no sea carismática. Y hay sacerdotes que dicen que dicen que hay Eucaristías que "no son carismáticas" y todas son carismáticas, porque en todas está Jesús porque para poder traer a Jesús se requiere la fuerza operadora del Espíritu Santo y la Eucaristía es la alabanza, es la presencia de Jesús y esa todos los cristianos, vivan donde vivan, hagan lo que hagan, están carismáticamente ofreciéndole al Padre la gran Palabra que le pueden decir: JESUCRISTO, JESUCRISTO. No hay Palabra más bella, ni hay oración más bella, ni hay alabanza más linda que Jesucristo, es la voz que los oídos del Padre escuchan con amor. Y la gran petición de perdón ¿qué otra hay que JESUCRISTO, el que murió por nosotros, el que está siempre intercediendo por nosotros? No hay ninguna otra, no hay aunque nosotros nos demos golpes en el pecho y destrocemos nuestros cuerpos, no hay ninguna otra que Jesucristo, que nos cubre con su manto, con el manto de su Sangre.
Por eso, lo primero que el Espíritu Santo puede hacer en nosotros es llevamos al Padre por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo, esa es la gran oración en el Espíritu. Si nosotros estamos orando en lenguas o cantando en el entendimiento, si nosotros estamos agitando felices nuestros brazos o los tenemos caídos y recogidos, pero no pensamos en el Padre y no pensamos en Jesucristo, eso no es oración en el Espíritu, eso no es sino grito. Pero si el Espíritu Santo es el que nos mueve, ¡Ah, entonces cualquiera que sea la modalidad que tome nuestra plegaria nos llevará necesariamente a acoger a Jesucristo y, por medio de Jesucristo, llegar hasta el Padre.
Pero hay más todavía. La oración en el Espíritu hace algo más con cada uno de nosotros. La oración en el Espíritu no es únicamente la posibilidad de que yo, movido por el Espíritu Santo de Dios, cante alabanzas para Dios. No es únicamente la posibilidad de que yo pida perdón a Dios o pida favores de Dios, aunque sean espirituales, no es únicamente la oración en el Espíritu la posibilidad de que yo participe en una Eucaristía espléndida, llena de cantos e incienso y de mucho entusiasmo. ¡Ah, no, hay algo más profundo todavía! La oración en el Espíritu es si yo me vuelvo oración, si mi vida se vuelve oración.
¿Qué es lo grande que el Espíritu Santo puede hacer en el corazón de un hombre? Que yo diga "Dios", que diga "Padre" es muy bello, pero hay algo más grande todavía y es que Él me transforma a mí en una imagen viva del Señor Jesús, que Él me identifica a mí con el Señor Jesús, que Él me inserta a mí en el Cuerpo del Señor Jesús y que por eso yo ya puedo decir "No soy ya el que vivo, es Cristo el que vive en mí". Y dice S. Agustín: "Ya no soy yo el que ora, es Jesucristo el que ora en mí", es que yo ya soy imagen de Cristo, es que yo ya soy parte de Cristo, es que yo soy miembro de Jesucristo, es que yo en parte ya soy Cristo. Estoy tan unido a Él, me alimento de su Cuerpo, tengo su Espíritu, que ya es una prolongación.
Y dice la carta a los Corintios que así como Moisés cuando bajaba del monte tenía que cubrirse con un velo por el resplandor de su rostro al encontrarse con Dios, nosotros a cara descubierta, mirándolo a Él, día a día nos vamos transformando en su propia imagen por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Yo me estoy transformando en Cristo, tú te debes estar transformando en Cristo, nosotros todos debemos estar transformándonos en Cristo. Cada uno de nosotros debe decir: "Yo ya estoy adquiriendo los rasgos espirituales del Señor Jesús, ya mi mansedumbre debe ser similar a la de Cristo, ya mi humildad -si Él me dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"- ha de ser como la de Cristo... La imagen de Jesús debe ir resplandeciendo en mi corazón porque todos nosotros que "aunque nuestro hombre exterior se deteriora día a día, el exterior -no obstante- se va renovando diariamente". Por eso, nosotros ya no vamos a decir solamente alabanzas, nosotros nos vamos a convertir en un hombre o en una mujer-alabanza, es decir, tu vida toda, tu trabajo todo, tus acciones todas, tu sueño... "sea que comas, sea que duermas, cualquiera otra cosa que hagas, todo para alabanza de la gloria de Dios".
Alguna vez les conté que, al comenzar este siglo, en una ciudad francesa vivía una religiosa carmelita, se llamaba Sor Isabel de la Stma. Trinidad. Y un día Sor Isabel estaba en el comedor (en el comedor de los conventos de clausura sobre todo, leen durante las comidas), entonces estaban leyendo ese día el comienzo de la carta de S. Pablo a los Efesios, en el capítulo primero, los versículos 6, 12 Y 14, en esos tres pasajes aparece una expresión que dice que "Nosotros hemos sido creados para ser alabanza de la gloria de Dios". Cuando Sor Isabel de la Trinidad oyó en el comedor leer eso, a ella la pareció tan bello, que apenas salió del comedor fue donde la hermana que había leído y le dijo: "Hermana, exactamente ¿en qué parte de la Escritura está eso que leíste?" Y le dieron la cita. Ella fue a leer a meditar ese pasaje y dicen sus escritos espirituales que desde ese momento ella siempre que firmaba sus cartas o cualquier cosa suya que tenía que firmar lo hacía así: Isabel de la Santísima Trinidad, alabanza de la gloria de Dios. Y decía que cuando muriera le iba a pedir a Dios que le cambiara el nombre, a pesar de que el nombre de Isabel es tan bello, significa "casa de Dios", sin embargo ella dice que le cambien el nombre en el cielo y la llamen allí "Sor alabanza de la gloria de Dios". Es decir, que ya ella no estaba hecha para decir alabanzas, para en un momento de la mañana decir: "¡Yo te alabo, gloria a Ti, Señor, bendito seas, Aleluya!, no para decir alabanzas, sino para SER ALABANZA DE LA GLORIA DE DIOS.
Decía un padre de la Iglesia, S. Ireneo, al principio del cristianismo, decía que "la gloria de Dios es el hombre vivo", el hombre que se realiza plenamente, el hombre que vive, el hombre que desarrolla todas sus cualidades, todos sus talentos, todas sus energías, el hombre que llega a ser más pleno, más hombre, ése es alabanza de la gloria de Dios. El hombre que no deja embotada toda la inteligencia y los dones que Dios le dio, alabanza de la gloria de Dios, alabanza de la gloria de Dios. Hay gente que teme, hay gente que tiene un pavor a decir al Espíritu Santo que venga a su vida y "haz de mí lo que quieras", y se preguntan ¿qué me irá a pasar? ¿Qué me irá a pasar? "De pronto Él se complace en humillarme, en abajarme... Como le dije que aquí estaba, de pronto me va a mandar tantos sufrimientos, tantos pesares, tantas pruebas..." El Espíritu Santo es el Espíritu Creador y el Espíritu Creador nunca destruye la obra que hizo, nunca destruye la obra que hizo, de manera que si tú eres hombre e invocas al Espíritu de Dios en tí, tú serás más hombre adulto y realizado y pleno; si tú eres mujer e invocas más al Espíritu Santo, cada día tú serás más una mujer lleno de inteligencia, de bondad, de Espíritu Santo; si tú le dejas, hará plenamente su obra en tí, y el que te dio dones a ti, los coronará y llegarás a ser alabanza de la gloria de Dios.
Pero también la gratitud para Dios, ¿cómo tú vas a poder darle gracias a Dios? Tú tienes que ser un hombre y una mujer-Eucaristía, es decir, tú tienes que estar siempre en tensión de acción de gracias a Dios, tu vida toda tiene que ser acción de gracias a Dios, tú no puedes ser Eucaristía si te contentas únicamente con una pequeña oración de cada día con decir "Gracias, Señor", o si vas a la Eucaristía y dices con el presbítero: "Realmente es justo, equitativo y necesario darte gracias en todo tiempo y lugar". Eres Eucaristía si tu vida toda es acción de gracias al Padre. Y eres OFRENDA si tú dejas que el Espíritu Santo te transforme a tí como a una ofrenda grata al Padre, como una ofrenda grata a Dios.
Cuando leemos en el Evangelio de Juan una frase muy bella, que es como el resumen de todo el Evangelio y que dice: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo", yo creo que esa frase nosotros la podríamos repetir de varias maneras. Podríamos cambiarla así: "Tanto amó Dios al mundo que nos dio a nosotros, sus hijos, para que sirviéramos al mundo". Tanto debemos amar nosotros al mundo que debemos dar al mundo lo que nosotros somos y que le debemos dar al mundo al único Hijo que el Padre nos regaló, a Jesucristo, pero sobre todo creo que la podríamos transformar con la fuerza del Espíritu Santo, diciendo: "Tanto ... que le podemos dar lo que más bello tenemos que es Jesucristo", pero al darles a Jesucristo nos tenemos que dar nosotros, porque por la acción del Espíritu nosotros estamos plenamente unidos e identificados con el Señor Jesús.