La experiencia de Dios en Santa Teresa de Jesús
P or Domingo A. Fernández, O.C.D
Teresa de Jesús ha sido la primera mujer declarada Doctora de la Iglesia. La base de su magisterio es su experiencia de Dios. Ella se presenta como mujer de experiencia de las cosas de Dios. Al final de su autobiografía, dice con sencillez: “Creo que hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas" (Vida, 40,8) (Citamos por la edición del P. Tomás Álvarez O.C.D. Burgos 1977). Cuando ella habla de“saberlo por experiencia", nos habla de un saber experiencial distinto a otros modos de conocer los misterios de Dios, por ejemplo, el pensarlo, el creerlo, mucho más el oírlo de otros: "Esto visto por experiencia, que es otro negocio que sólo pensarlo y creerlo" (Camino, 6,3).
Teresa fue consciente del misterio de inefabilidad que envuelve a Dios y a las comunicaciones de Dios a la creatura: ello hace que frecuentemente el hombre no sepa qué le comunica Dios y cómo se lo comunica, y que no pueda expresarlo en palabras. Se requiere una gracia especial para ello. Teresa ha dicho con precisión a este respecto: "una merced es dar al Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia; otra es saber decirla y dar a entender cómo es" (Vida, 17.5). Ella misma pasó por esos diversos estadios. En primer término, tuvo la experiencia de comunicaciones divinas fuertes e intensas, pero no tenía palabras para explicadas. Pero llega un momento, hacia 1560-1562, cuando ella tiene de 45 a 47 años, en que el Señor le hace merced de que vaya entendiendo en palabras a sus confesores y a los lectores de sus escritos. La convergencia en ella de esa triple gracia: recibir la merced, entenderla y poder comunicarla en palabras, hace de Teresa una Maestra excepcional de la experiencia de Dios.
Y maestra en, y por sola, la experiencia. Lo afirma varias veces: "No diré cosa que no lo haya experimentado mucho" (Vida, 18,8).
EXPERIENCIA DE DIOS, GRADUAL Y PROGRESIVA
En Teresa de Jesús hay una comunicación de Dios a ella real y dinámica: pero durante muchos años, los de su búsqueda de Dios, ese donarse de Dios a ella no es percibido a nivel expereinicial. Ese período puede cubrir los primeros 30 o 40 años de su vida, años en los que Teresa busca el encuentro de Dios, con altas y bajas de fidelidad, pero con sinceridad: ella quiere hacerle presente en su oración y en su vida.
Pero llega un momento, y esto sucede después de su entrega total a él, después de lo que ella llama su conversión (Cap. 9 de la Vida), en el que Dios mismo parece hacerse presente. El parece tomar la iniciativa, comunicándose como presencia en el interior de su ser. La certidumbre de su presencia es tan viva, que "cuando el alma toma en sí en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella". (Vida, 18,15). No es experiencia de una presencia de Dios abstracta, sino de un Dios Ser Viviente: "me acordé de cuando S. Pedro dijo: 'Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo' pues así estaba Dios vivo en mi alma" (Rel. 54).
Esta experiencia es central en la vida de Teresa. Orientará su oración: hay que entrar adentro, al centro de nuestro ser: allí está presente el Dios Vivo, Marca su afectividad, curando sus soledades: ella nunca está sola. La ilumina sobre nuestra dignidad: "no nos imaginemos huecas en lo interior, tenemos tal huésped dentro de nosotros" (Caminos, 28,10). Estamos habitados por alguien.
Por alguien, que está presente no de una manera pasiva, o como espectador, sino con presencia activa, que por una parte abre ante los ojos maravillados del alma, el misterio de Dios, Uno y Trino y del Cristo Encarnado, y por otra parte la asienta en la verdad, la purifica, la dinamiza y compromete para la misma obra de Dios en el mundo, haciéndola partícipe de su acción salvadora. Es una experiencia de Dios que se comunica y actúa en ella a niveles cada vez más profundos de su ser y de su esfera conciencial hasta que llega á hacerla "en esa morada suya (el centro del alma), donde sólo El y el alma se gozan en profundísimo silencio" (Moradas VII 3, 11).
No es nuestro propósito seguir esa experiencia de Dios en las manifestaciones concretas que Teresa tiene en los últimos veintidós años de su vida, de 1560 a 1582. Son de una riqueza excepcional, como encajándose en la misión que Dios le tenía preparada en la iglesia: Doctora de la experiencia del Dios que se da sin tasa. Es experiencia mística, "sobrenatural" la llama Teresa, "que así llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponer para ello sí y debe mucho al caso" (Rel. 5, 3). Al recibir esas comunicaciones divinas, el mismo Dios le hace la "merced" de comprenderlas y de poder expresarlas, de palabra y por escrito.
EL DIOS QUE PREVIENE CON SU AMOR PACIENTE Y AMIGO DE DARSE
Desde esa atalaya de su experiencia, contempla su vida entera y, ¿cuál es el Dios que ve Teresa de Jesús actuando en su vida, y qué nos presenta como mensaje? Aparece ante ella un Dios que le ha precedido siempre con amor gratuito. Al terminar la narración de los años de su infancia, en el Capítulo I de su vida, se planta en diálogo con Dios: "Oh Señor mío!... no me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad fuera toda vuestra" (Vida. 1,8). Durante los años de su adolescencia, el período de sus coqueteos de joven quinceañera despierta y agraciada, Dios fue más activo: "... me libró Dios (de las ocasiones y peligros) de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiera"(Vida, 2,6).
Y tras los primeros años fervorosos de joven religiosa en la Encarnación, vienen los años duros, de sus 23 a sus 39 años -de 1540 a 1554- en que se debaten en su vida los dos amores totalitarios, el de Cristo y el del mundo: "Quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo" (Vida, 7,17). Teresa se dolería siempre de lo ingrata que fue al amor de Dios en esos años. Pero le hicieron experimentar el rostro de Dios misericordioso. Un Dios que no parecía estar al acecho de sus pecados:"luego los escondía... Dora sus culpas, y hace que resplandezca una virtud que el mismo Dios pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga" (Vida, 4,10). Un Dios que la sufre, que sabe esperar meses y hasta años y que andaba "mirando y remirando por dónde podía tornarla a sí" (Vida, 2,9). Un Dios que la asediaba con su amor.
Dios-misericordia es más fuerte que Teresa-miseria: "primero me cansé de ofenderle que su Majestad de perdonarme. No se pueden agotar sus misericordias" (Vida, 19,1 7). Dios no sólo le perdona, sino que la regala tras el perdón: "Con regalos grandes castigaba mis delitos" (Vida, 7.18). Teresa ha experimentado a un Dios para quien los pecados no son obstáculo, sino medio de revelar su rostro de misericordia. Por ello, Teresa que quiere ser vocera de esa misericordia, pide a su confesor con pasión que no quite del relato de su vida nada de sus pecados: “Por amor de Dios, le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma" (Vida, 5,11).
Todo el problema, lo ha experimentado Teresa, está en el hombre. Cuando le deja obrar a Dios, la donación de Dios se acelera. Así le ha sucedido a ella inmediatamente a su entrega total, a su tomarle como dueño y Señor absoluto. La comunicación de Dios se acelera: "…comenzó el Señor a hacerme mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció que yo las quisiera recibir" (Vida 23, 2). Y así le experimenta a Dios: deseoso de darse y dar gracias, si tuviese a quien darlas. "Qué no dará quien es amigo de dar y puede dar todo lo que quiere" (Moradas V, 1,5). "Amigo de dar si tuviese a quien" (Fundaciones 2.7; Conceptos, 6,1). Más aún, está como necesitado de que recibamos su amor y gracias para que así pueda obrar en nosotros sus maravillas: "Oh hijas mías, que tan aparejado está este Señor a hacernos merced ahora como entonces (en tiempos antiguos), y aun en parte más necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra, como entonces había" (Mor. V, 4,6).
UN DIOS HUMANADO, CRISTO, QUE SALVA Y LIBERA
En la vida de Teresa de Jesús, experiencia de Dios y experiencia de Cristo van juntas. También, en esta faceta de su vivencia espiritual, hay un período largo en que ella busca con pasión el encuentro con Cristo. Cristo entra en la praxis oracional, que es nervio vital de su engranaje espiritual: "Procuraba lo más que podía, escribe de cuando tenía 24-25 años, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi oración" (Vida, 4,7). Presencia de Cristo amorosamente buscada. Pero lo hace apoyándose demasiado en sus propias fuerzas, y tuvo que pasar por la experiencia dura de que no podía ella merecer ni conseguir ese encuentro. Fueron casi veinte años de lucha entre las exigencias íntimas de Cristo y la superficialidad. Cuando a sus 47 años recuerda ese período anterior a su conversión, ella veía que algo importante fallaba: "Suplicaba al Señor me ayudase: más debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en su Majestad y perderla de todo junto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios" (Vida, 8,12) ..
Cuando adopta esa actitud de no apoyarse en sí misma y de esperarlo del Señor con fe expectante, y cuando asume la actitud de que haga el Señor lo que quiera en su vida, llega el encuentro. Pero un encuentro en el que Cristo lleva la iniciativa y la fuerza salvadora. Más que convertirse ella a Cristo, se siente convertida por El. Ante la imagen de Cristo llagada, "parece le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba" (Vida, 9,1). Es el año 1554, y Teresa tiene 39 años. En 1556, Cristo continúa su obra con una gracia que la libera de las desviaciones de su afectividad desbordante: "En un día de oración y mientras rezaba el Veni Creator Spiritus”; Cristo le imprime su palabra viva en el fondo de su ser, reservando su amor para sí: "en un punto, en aquel momento, el Señor hizo otra a su sierva…aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra…Debía aguardar a que el Señor lo hiciese" (Vida, 24, 5-8)
Teresa tiene una vivencia intensa de ser salvada y liberada por Cristo. Y de que lo hace por amor personal a ella. Y tiene una experiencia cada vez más fuerte de que él es fiel y poderoso en su amistad. Hay momentos en que se encuentra "sola" en su camino espiritual; hasta los confesores tienen miedo a tratar con ella, en su ambiente de prejuicio contra todo lo místico. Pero el Señor no la abandona: "¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero; y cómo poderoso, cuando queréis, podéis y nunca dejáis de querer si os quieren!... no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía" (Vida, 25,17).
Y toda esa liberación de esclavitudes de espíritu es para prepararla para la gran experiencia pascual de Cristo, el encuentro con Cristo Resucitado de junio de 1560. En ese encuentro, Cristo, Hombre Glorioso y Resucitado, se le hace presente con presencia viva. Desconcertante para los mismos medio-letrados, pero cierta para Teresa. Presencia de Cristo Resucitado que le acompañará hasta el final, que curará radicalmente su efectividad, dándole la capacidad del amor purificado y en Dios (Vida, 37, 4), dándole fortaleza en las obras de fundadora que le encomienda (Vida, 26,5), y fijando sus relaciones de vida y de oración en clave de amistad, de trato de amistad con alguien que está vivo dentro de uno mismo. "Comenzóme mucho mayor confianza de este Señor en viéndole como quien tenía conversación continua. Veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas del hombre... Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor"(Vida. 37,5). "Paréceme provechosa esta visión (de Cristo en el centro del alma) para personas de recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy interior de su alma, que es consideración que más se apega, y muy más fructuosa que fuera de sí..." (Vida, 40.6).
UN DIOS QUE ESPERA NUESTRA RESPUESTA DE FE, DONACION Y AMISTAD
Teresa cree que su caso, su historia personal de salvación, es tipo modélico. Ella es testigo de un Dios misericordioso, amigo y esposo, que es el Dios de todos, el mío y el tuyo. Y por eso, al compartir con el lector su historia espiritual, lo hace creyendo que nos puede hacer bien. "Así puedo ser buen testigo (del amor y poder del Dios Humanado); me podéis creer ser verdad todo lo que en este dijere" (Mor. VI, 8,4). Al final de su autobiografía nos revela qué es lo que quisiera que sacáramos de leerla: "Plega a Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced (y al lector) algún provecho" (Vida, 40, 23).
a) Creer en su amor. Y el primer provecho que quiere saquemos es que creamos en el amor de Dios, que tan misericordiosamente ha actuado con ella. "Fíen de la Bondad de Dios, y miren lo que ha hecho conmigo" (Vida, 19,15). Teresa se sentía desanimada a veces comprobando su debilidad. Tenía un remedio para sacar fuerzas: "Mas considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme" (Vida, 9,7). De ahí viene su consejo: "Quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró en darnos tal prenda de que nos tiene: que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruínes, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo" (Vida, 22,14).
El "saberse" amado de Dios, la experiencia de estar favorecido de Dios es básico para vivir en cristiano con esperanza y generosidad. Teresa lo ha dicho de una manera precisa y contundente: "Es imposible -conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer-, tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios" (Vida, 10,6). Ello está unido con esas actitudes de andar "con alegría", con "deseos grandes", con "gran confianza, creyendo de Dios, que si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor", -actitudes que Teresa cree muy importantes desde el principio (Vida, 13, 1-2).
Y "saberse" amado de Dios es básico para poder vivir vida de oración, ya que oración "no es sino tratar de amistad... con quien sabemos nos ama" (Vida, 8,5).
b) Dejar obrar el Señor, por la propia donación. Un segundo mensaje de la experiencia teresiana de un Dios, "amigo de darse, si tuviese a quien", es que hay que "dejar actuar a Dios en nuestra vida". El hombre es definido como receptivo de Dios, pero en tanto se puede recibir su amor, su gracia y su poder, en cuanto se le deja actuar en nuestra vida, en nuestra persona. "Todo el punto está en que se le demos por suyo este palacio de nuestra alma con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia" (Camino 28,12).
En tanto recibimos de Dios en cuanto nos damos a Dios, porque "darse a Dios" -lo ha experimentado Teresa y así lo define- es "dejarle obrar", hacerle dueño y Señor de nuestra vida y persona. Aunque nunca deja de ofrecernos su amistad, no nos la impone. Su donación ofrecida sin reservas queda condicionada a la receptividad nuestra, que es básicamente donarse a El. "Y como El no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo" (Camino, 28, 12). Por eso, la invitación de Teresa a su confesor García de Toledo, a quien entrega su autobiografía y a nosotros, es que nos demos "sin tasa", "a quien tan sin tasa se nos da" (Vida, Epílogo 3).
e) Entrar en la "particular amistad ", la vida de oración.
Como medio de hacer posible y acrecentar esa donación y como manifestación concreta de la misma, Teresa de Jesús subraya la importancia decisiva de que entremos en el camino de "particular amistad" con el Señor. Es el "camino real de la oración". Los que se determinan a seguirlo "comienzan a ser siervos del amor", "que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó" (Vida, 11,1: 8,6).
En su experiencia, la oración, el determinarse a tener amistad con el Señor, y a tener momentos frecuentes de "trato de amistad" a solas con El, fue remedio de todos sus males, y puerta de las "mercedes grandes" que recibió (Vida, 8,8). Por ello, nos invita a todos que no tengamos miedo a entrar por "ese camino real para el cielo. Gánase por él gran tesoro, aunque en esta vida no lo dejemos por nada"(Camino, 21,2; Vida, 8,7; 13,11).
Su experiencia de la bondad, del poder de Cristo que nos invita a su amistad, a que bebamos del agua viva, le da la seguridad para afirmar que quien responda a esa invitación del Señor, beberá del agua viva: "Mirad que convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad no hay que dudar... Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva" (Camino, 19.14).
La Iglesia: autorretrato de Dios
Por Tomás Forrest, C.Ss.R.
He recibido recientemente un recorte de periódico diciendo que "50 carismáticos católicos romanos abandonaron su iglesia para formar una Comunidad de Comunión Cristiana". La portavoz del grupo decía textualmente: "Hemos nacido de nuevo". La persona que me envió el recorte estaba tan afligida al ver esto que me pedía que escribiese una corrección. Lamentablemente, no podía hacerla. La información era exacta. Los hechos habían sucedido; sucedió con un grupo de carismáticos católicos, y sucedió en Irlanda.
Podríamos responder a este tipo de noticias de un modo defensivo, indicando que quizás habrían dejado la iglesia antes de que la Renovación hubiera llegado. O podríamos presentar el argumento de que en todo el mundo la Renovación es la razón por la cual cientos de miles de personas atraídas por el Pentecostalismo están todavía en la Iglesia. Pero estaríamos perdiendo el tiempo. Lo importante es el hecho de que una cosa así ya ha sucedido, que no debería haber sucedido nunca, y que tenemos la responsabilidad de procurar que no vuelva a suceder de nuevo.
Los que se marchan pueden aducir razones aparentemente hermosas y geniales: una oportunidad para usar sus dones y tener un sacerdocio propio, un deseo de escuchar el evangelio proclamado con el sonido de buena noticia, una necesidad de hacer una experiencia de Dios y de la sanación en un modo que la recitación ritualística de los sacramentos sólo promete, un ansia de una experiencia carismática que penetre toda la vida de la Iglesia y que conduzca a un verdadero crecimiento en santidad y comunión. Pero incluso si aceptamos la sinceridad que hay detrás de tales deseos no podemos concluir que éstos justifiquen su abandono. Uno que deja la iglesia aun por tales razones, o incluso por la menos idealista de haber sido ofendido por alguno de la iglesia, no entiende la iglesia. Esta no es algo que se puede empaquetar y dejar -no importa cuantas veces o cuán aparentemente hermosas y verdaderas sean las razones.
LA IGLESIA IDEAL Y LA IGLESIA REAL
La clave para entender esto es la distinción entre la iglesia ideal y la iglesia real. La iglesia ideal, todos nosotros unidos en Cristo, resplandeciendo en su amor y santidad, y relacionándonos unos con otros sin ningún egoísmo, nos espera en el Cielo. Llegaremos allí solamente después de nuestra propia resurrección. Mientras tanto vivimos en la iglesia real, una iglesia que sufre y lucha, y que en cualquier momento determinado no llega nunca a alcanzar el nivel previsto en el ideal. Precisamente por eso Jesús llama "estrecha la puerta y duro el camino que conduce a la vida" (Mt 7, 14). Los que están en la iglesia son todavía pecadores, tocados por la redención, adoptados por el Padre, pero todavía no plenamente curados, plenamente liberados, plenamente hijos obedientes en la familia de Dios. Ellos necesitan madurez y crecimiento, y luchan hacia ella viviendo en la iglesia real, sufriendo sus debilidades y las de los demás.
Este es el modo en el que son puestos a prueba nuestro deseo del Cielo y nuestra determinación por llegar a ser la iglesia ideal. No encontramos esta iglesia intachable yendo a mirar de una iglesia a otra y descubriendo de repente la perfecta, sino más bien haciendo de nuestras vidas un acto de servicio a la iglesia en su lucha penosa y lenta hacia el ideal. El deseo de Dios es ver nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor que sobreviven a esa lucha.
Si solamente tuviéramos que ir a buscar a la vuelta de la esquina la iglesia ideal que está ya allí y que nos espera, ¿por qué sería necesaria una vida de fe? El plan de Dios es que la tierra sea un camino hacia el cielo y no el cielo mismo. El nos dice que el Cielo, la iglesia perfecta, nos espera (Jn 14, 2), pero nosotros debemos lanzarnos hacia delante guiados solamente por la fe.
Lo mismo se puede decir de la esperanza. En Cristo tenemos todo bien, una perfecta victoria y una vida abundante. Pero esto no quiere decir que desde el mismo día de nuestro bautismo todo esto sea visible, tangible, y que sea una cosa experimentada durante las 24 horas del día. Aunque Cristo da siempre 100 veces más de lo que se le da a El, queda todavía sitio para la cruz. No solamente la cruz de la enfermedad y de la muerte, sino la más parecida a la cruz de Cristo de servir y de vivir con hermanos y hermanas pecadores y débiles en una iglesia que no es perfecta. Mientras se lleva esta cruz debemos todos esperar pacientemente, o, con otras palabras, esperar lo que no se ve, la venida de la iglesia perfecta y eterna (Rm 8. 24-25). La esperanza debe dominar sobre el desánimo e incluso sobre el miedo a la muerte (Lc 12, 4), dejándonos con la gozosa expectativa de que todos los dolores y problemas se convertirán en bendiciones (Rm 8, 28) y de que el pecado mismo será lavado totalmente, dejándonos blancos como la nieve (Sal 51, 9; Is 1, 18), dispuestos a gozar unos con otros para siempre.
Y naturalmente la iglesia real es también la prueba de nuestro amor. Si los demás en la iglesia hubieran alcanzado ya la perfección de la iglesia ideal, ¿qué servicio necesitaría de nosotros? Cristo nos dice que no podemos esperar una recompensa por ser buenos con los que ya son buenos y amables (Mt 5, 46). Imitándole a El debemos amar a los pecadores, ayudándoles pacientemente a alcanzar la perfección y de este modo alcanzarla nosotros mismos también.
Todo esto describe la iglesia real e indica la ingenuidad de aquellos que van buscando aquí en la tierra la iglesia que sea ya perfecta para "agregarse a ella", o de aquellos que -Dios perdone la ignorancia- se hacen "fundadores" de su propia nueva iglesia de inmediatos encantos. Estos están cometiendo un triple error: no captar el claro mensaje de la Cruz, no escuchar la oración de Jesús por la unidad, y no entender la apostolicidad como una divina protección de la verdad.
LA ENSEÑANZA IMPRESCINDIBLE DE LA CRUZ
LA CRUZ: El Calvario no fue la única cruz de Cristo: El también vivió aquí en la tierra en la iglesia real. Por esto le escuchamos en diversas ocasiones diciendo a sus propios compañeros: “¿Hasta cuando tendré que soportaros?" El sufrió por parte de ellos negaciones e incluso traición, y sin embargo no respondió con una sorpresa pueril: "¡Dios mío, no son perfectos! Tendré que buscar un poco más lejos para conseguir un grupo nuevo y ya perfectos". No, aquellos eran los amigos y seguidores que el Padre le había dado, y El les enseñó, oró por ellos, los soportó y usó de ellos, con toda su ignorancia, como cimientos e incluso poseedores de las llaves del Reino del Padre, la iglesia. El milagro de Cristo es lo bien que usó de ellos. Seguir buscando instrumentos más perfectos podría haber sido un camino más fácil, pero no era el camino del Padre.
Como un matrimonio, la iglesia tiene sus momentos altos y sus momentos bajos. Cuando está alta brilla con vitalidad y fuerza. Cuando está baja debe gritar al Espíritu Santo pidiéndole renovación. Durante las horas bajas del matrimonio, los débiles buscan el divorcio y comienzan a buscar un compañero nuevo que sea más perfecto. Deberían más bien pedir a Dios la renovación de su amor y una conversión de sus propios pecados que contribuyen a esa situación. El matrimonio no se puede abandonar, y lo mismo sucede con la iglesia, que es descrita por San Pablo como otro tipo de matrimonio (Mt 19, 6; Ef 5. 25).
Recuerdo una visita de un pastor que me dijo que había "fundado" su propia ?iglesia. Yo he pensado siempre que otra "nueva iglesia" era la última cosa que Dios necesitaba, pero con todo pregunté cortésmente: "¿Cuántos tiene ahora usted en su iglesia?" Y el muy sincero y simpático señor respondió: "Éramos 88. Pero después tuve problemas con mi ayudante, y él nos dejó para comenzar su propia iglesia, y se llevó a la mitad de la comunidad con él".
Esta historia, repetida quien sabe cuantas veces, es la página más triste en la historia de la iglesia y la principal debilidad del cristianismo de hoy. Cuando llegó el reto, cuando la cruz se hizo pesada, ello produjo abandono en vez de nuevos esfuerzos, nuevos signos de infidelidad y una nueva humildad saludable. El conocer la historia de la iglesia podría ayudar mucho en este aspecto. Los que ignoran la historia la repiten, y la iglesia es su víctima.
LA UNIDAD VISIBLE DEL CUERPO DE CRISTO
UNIDAD: El Concilio Vaticano II describe la iglesia como el pueblo de Dios, pero podemos entender más claramente el plan de Dios si vemos a la iglesia como un pueblo a semejanza de Dios. En la teología oriental la iglesia es llamada el "Icono de la Santísima Trinidad", una imagen de Dios proyectada y pintada por Dios mismo. Si esta Trinidad es tres que son uno, su icono debe ser muchos que son uno. Un gran número de santos no cumplen los requisitos. Todos los hijos e hijas de Dios santificados deben llegar juntos a una unidad visible y claramente milagrosa. Según las palabras de la propia oración de Cristo debe ser ésta la prueba visible que nosotros damos de la divina misión de Cristo: "Padre, que sean uno en nosotros para que el mundo pueda creer que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Como dice S. Pablo, Dios quiere que nosotros "un cuerpo con un Espíritu... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos que está sobre todos, que actúa a través de todos y que está en todos" (Ef 4, 4-6).
Sólo con este tipo de unidad podemos parecernos a Dios, quien se hizo visible hace dos mil años enviando a Su Hijo para que tomase el cuerpo de un hombre, quien desea seguir siendo visible hoy en la unidad del Cuerpo de Cristo, la iglesia (Col 1, 24). En los primeros días del cristianismo la iglesia tenía este tipo de unidad visible (Hch 2, 44-47; 4, 32-34), y esto indica el error de los que dicen: "Pero yo no estoy abandonando la iglesia en sí... sino solamente la institución y las estructuras." En otras palabras, ellos están "solamente abandonando" la visibilidad, los vínculos de unidad que dan testimonio y que significan la imagen de Dios.
Periódicamente en la historia la iglesia sufre reveses que la alejan del ideal en vez de acercarla a él. En tales momentos -y éste parece ser uno de ellos- necesita claramente una renovación, incluso drástica y dolorosa. Pero esto no pide que se abandone la iglesia, sino más bien que sea servida por cristianos capaces de llevar la cruz sobre sus hombros. Romper la iglesia en pedazos, afligir el Cuerpo de Cristo con una nueva herida de división no es el modo de renovarla. Las nuevas bendiciones encontradas en otra parte pasan con el tiempo, pero las heridas de la división permanecen y se hacen amargas. Esto es probado suficientemente por desgracia por la historia de odios, calumnias, persecuciones sangrientas e incluso guerras entre los promotores de estas divisiones, aunque todos se decían a sí mismos cristianos.
El hombre puede ser egoísta incluso de un modo espiritual. Y es egoísta el alejarse de la iglesia con la idea de encontrar o construir en otra parte un "ambiente espiritual más satisfactorio", precisamente cuando hay una necesidad extrema de heroicos esfuerzos para la renovación de la iglesia. La primera tarea de un hijo de la iglesia que encuentra nuevas bendiciones -no importa donde- es la de llevar esas bendiciones a casa, a la iglesia, y no alejarse egoísticamente con ellas. Cuando leemos que hoy hay 6.000 iglesias "independientes" sólo en África, nos deberíamos preguntar solamente de qué son independientes. Si la respuesta es "Unas de otras", entonces cada una es solamente otra amputación que aflige el Cuerpo de Cristo.
El plan de Dios es nuestra interdependencia, no independencia. Si una mirada a la iglesia real nuestra que interdependencia y unidad no son claramente visibles nos ponemos a trabajar con fe, esperanza y amor, y con la paciencia del mismo Cristo, hasta que sean visibles de nuevo. El alejarse egoísticamente, lo único que hace es causar más daño a la unidad a imagen de Dios, que es el único plan que el Padre ha tenido desde siempre para la familia de los hombres. En esta familia Dios necesita trabajadores, no vagos.
Algunos juegan con estas verdades llamando a sus propias iglesias nuevas "sin denominación". Pero esto quiere decir solamente que ellos han creado una nueva denominación para otra nueva iglesia. Incluso si tratan de evitar la palabra "iglesia" llamándose a sí mismos asociación, comunión, hermandad, comunidad o cualquier otra cosa, no son sino otra herida de división en el Cuerpo de Cristo. Al tener su propio cuerpo de enseñanza independiente, su propia forma de culto, su manera de entender las Escrituras, su estilo de disciplina y de dirección están dando visibilidad a su unidad provinciana. Y son una "nueva iglesia", una "nueva secta", sin que tenga importancia su odio a estas palabras.
LA APOSTOLICIDAD O CONTINUIDAD DE LA UNICA IGLESIA
APOSTOLlCIDAD: Una palabra que deberían odiar aún más es "fundador". La iglesia nació hace 2.000 años, y el Hijo de Dios -cuyo Cuerpo es- es el único fundador. La iglesia comenzó cuando ese Hijo se hizo hombre, murió por nosotros, resucitó de entre los muertos, y desde el trono de Su Padre derramó el Espíritu suyo y de su Padre sobre un pequeño grupo, que desde aquel momento comenzó a vivir en unidad.
Si aquella iglesia, una vez comenzada, cesó alguna vez de existir necesitando un nuevo comienzo, o si durante el más mínimo momento de transición una iglesia muerta pudo ser abandonada, entonces las promesas de Cristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia (Mt 16, 18), y de que él mismo no la abandonaría nunca (Mt 28, 20) son falsas. Podemos hablar de "renovar la iglesia", pero no podemos hablar de "agregarse a" o "comenzar" o ''fundar'' una nueva. Una cosa así como una nueva o segunda iglesia es teológicamente imposible, y cualquiera que diga que ha sido "llamado" a ser el fundador de una, ha estado hablando con el diablo. La renovación, la única respuesta válida a los problemas de la iglesia real se realiza permaneciendo en ella, no abandonándola. La línea continua de aquellos que han permanecido en la iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, viviendo bajo la autoridad espiritual de sus sucesores, es lo que llamamos apostolicidad. Una ruptura significaría que en algún lugar de esta línea el único Cuerpo viviente de Cristo, la Iglesia, habría muerto.
En la constitución sobre la Divina Revelación ("Dei Verbum") del Concilio Vaticano II se leen estas palabras:
"La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas." (D. V. 10)
LA PRESENCIA DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA
Una pregunta que clarifica estas palabras es la siguiente: "Ya que Cristo prometió enviar a la iglesia el Espíritu de la Verdad, que nos guiaría a la verdad completa (Jn 16, 19), y nos recordaría todo lo que él había enseñado (Jn 14, 16), ¿cuándo llegó este Espíritu, y cuánto tiempo permanecerá?". La fácil y única respuesta es que él llegó antes de que existiera un Nuevo Testamento escrito, él estaba allí cuando éste fue escrito, y que él ha permanecido siempre desde entonces.
Esta triple presencia del Espíritu Santo es a lo que se refiere el Concilio como tradición, escritura y autoridad magistral de la iglesia. El Espíritu Santo estaba en la iglesia cuando las enseñanzas de Cristo eran sólo tradición oral. El estaba en la iglesia a lo largo de los años inspirando a los evangelistas que pusieron por escrito esa tradición (de un modo incompleto según Juan 21, 25), y también inspirando a los responsables de la iglesia para recoger estos y otros textos en el único libro que hoy llamamos la Biblia. Y el Espíritu Santo ha estado con la Iglesia desde siempre protegiendo la verdad a través de la interpretación eclesial oficial de la Biblia en la luz total de la tradición. O, usando el verdadero significado de la palabra tradición, Dios nos propone que el Espíritu Santo sea eficaz en el “transmitir" la verdad revelada a través de toda la historia de la Iglesia. El Espíritu está como alma de la Iglesia para mantener la verdad continuamente viva en la iglesia, que es precisamente el modo en el que Cristo, la personificación de la verdad, está eternamente vivo y con nosotros (Jn 14, 6; Mt 28, 20).
Pero engañados y engañosos iluminados vienen en diversos momentos de la historia dando la impresión de que el Espíritu Santo llegó con la verdad solamente en el momento en que El comenzó a hablarles personalmente a ellos. Así se sienten libres para proclamar enseñanzas que la iglesia misma nunca ha oído o creído antes, sin darse cuenta de que una verdad que llega con quince o diecinueve siglos de retraso no es la verdad.
Un entendimiento más profundo o mejores modos de expresar la doctrina son posibles, pero no lo es el acuñar nuevas verdades. Lo que el Concilio Vaticano llama el "designio sapientísimo de Dios" es la triple enseñanza de la tradición, escrita y magisterio: los apóstoles y sus sucesores repiten las palabras de Cristo, los evangelistas las ponen por escrito y la iglesia las proclama e interpreta con autoridad apostólica. ¿De qué otro modo puede asegurarse que el Espíritu de la verdad ha venido para quedarse?
¿Qué le sucede a la verdad en las miríadas de grupos cristianos que no tienen tradición y que proclaman solamente interpretaciones personalizadas? Recientemente me encontré con un "obispo" cuya iglesia no creía ni en la Santísima Trinidad ni en la divinidad de Cristo, y visité a otro que no bautizaba con agua. Esto es lo que sucede cuando alguno supone que el Espíritu llegó solamente ahora o que en algún lugar a lo largo de la línea de tradición se tomó una breve vacación mientras se trasladaba con algún pequeño grupo a una nueva iglesia.
LO QUE ES IMPORTANTE O LO QUE NO ES IMPORTANTE
Falsas modas pueden atacar y hacer daño; pueden aparecer líderes débiles o hasta malos; incluso teólogos brillantes pueden salirse del camino recto; los reveses pueden reducir gradualmente la vitalidad. Todo esto fue profetizado por Jesucristo, pero a su profecía Cristo añadió que la Buena Noticia sería sin embargo predicada por todo el mundo a toda la humanidad y hasta el mismo fin del tiempo (Mt 24, 11-14). Si a pesar de los reveses profetizados está profetizado también que la luz, la verdad y la vida de Cristo será preservada en la iglesia hasta el final, entonces lo que la iglesia debe experimentar es un continuo e históricamente identificable renovarse en el Espíritu, y no una fragmentación que una vez comenzada parece no acabar nunca.
He oído también muchas respuestas a esto: "Pero precisamente muchas de las enseñanzas tradicionales sobre las que se ha disputado mucho no parecen tener tanta importancia, comparada con la nueva vitalidad, comunión y apoyo que hemos encontrado fuera de la iglesia". Estas palabras significan solamente que al abandonar la iglesia el que habla está haciendo una experiencia mejor; esto no prueba que él haya hecho lo mejor e incluso lo correcto. ¿Cómo podría ser correcto el negar la importancia de la verdad misma cuando solamente la verdad revela a Dios y nos muestra su voluntad? Los que llaman "no importante" a la doctrina que se discute han olvidado claramente las palabras de Cristo, quien nos dice que la verdad nos hará libres, y que los que caminan en ella encontrarán la luz (Jn 8, 32; 3: 21). Estos han abandonado la búsqueda de la verdad para conformarse confortable y perezosamente con la "buena experiencia", que como cualquier experiencia resultará poco duradera. Leemos que los primeros cristianos eran "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4, 32), pero éstos renuncian a la mitad de este ideal, la unidad de alma, y hacen un mayor daño a nuestra universal unidad de corazón.
Y desde luego la primera verdad que están declarando "no importante" es el plan que nosotros llamamos el Reino de Dios, la iglesia. Sintiéndose bien con su propio pequeño grupo, olvidan que la voluntad revelada de Dios es tener un pueblo que sea fiel y que esté unido. Contentos con sus buenos sentimientos, abandonan ese pueblo cuando aparecen el sufrimiento y la necesidad y la tarea de permanecer se hace ardua.
Vale la pena dar un rápido vistazo a algunas de las otras enseñanzas tradicionales de la iglesia que son llamadas "no importantes". Si el papel del Papa como sucesor de Pedro, y detentor de las llaves no es importante (Mt 16, 18-19), podemos sentirnos tranquilos borrando el papado de la historia de la iglesia. Sin embargo, al hacer esto podríamos estar borrando fácilmente nuestro propio cristianismo. Si Pedro hubiera sido el único Papa de la historia, ¿cómo podríamos garantizar el papel que el cristianismo tiene en el mundo y en nuestras propias vidas? Por ejemplo, todo el bien que está haciendo el Papa Juan Pablo en el mundo de hoy, simple y bruscamente se habría evaporado. En este vacío de dirección en la iglesia, ¿qué nos habría salvado a través de los largos siglos de llegar a convertirnos no sólo en cientos, sino en cientos de miles de pequeñas sectas, y muchas de ellas agonizando al poco de aparecer, y con ellas la fuerza y el papel histórico del mismo cristianismo en la humanidad? ¿Se parecería esto realmente más al verdadero plan de Dios y produciría un cristianismo más fructuoso? Recuerdo la impresión que tuve en un grupo de pastores verdaderamente ecuménico en Buenos Aires de una fraternal envidia por el centro visible de unidad y fuerza de que los católicos gozan de su padre espiritual, el Papa. Y este sentimiento está creciendo. Durante la visita del Papa Juan Pablo a Gran Bretaña, el "London Times" comentaba la casi aterradora "combinación del poder de la personalidad del hombre y de la majestad de su cargo."
Si María no fue siempre virgen, Jesús era sólo uno de un montón de hijos suyos que un día se marchó de su casa para proclamar que él sólo, a diferencia de los demás hijos de su madre, no tenía otro Padre que Dios mismo. Este nuevo cuadro no es tan claro y convincente como el tradicional católico. Además., si ?María no hubiera sido dada por Jesús como madre para todos los miembros de la iglesia, ella sería la única cosa que él poseyó y que no dio a todos y cada uno de nosotros, y ya no podríamos decir que El nos ha dado todo lo suyo. Lo habría hecho sólo para el apóstol Juan (Jn 19, 27). Por otra parte, si María fue verdaderamente concebida inmaculada mientras que nosotros insistimos, a veces amargamente, en que también ella estuvo manchada de pecado, estamos acusando injustamente a la misma madre de Cristo de un pecado que nunca fue suyo.
Así también, si la Eucaristía es sólo un símbolo, millones de cristianos a lo largo de siglos de historia han incurrido en idolatría arrodillándose delante del pan para adorarlo como su Dios vivo y su Salvador. O si la inmersión de adultos es el único bautismo válido, el único y exclusivo modo de llegar a ser cristianos, incalculables millones de personas, pensando que eran cristianos, han malgastado su vida. Per correctas o incorrectas que sean estas cuestiones y docenas como ellas, no pueden ser llamadas lógicamente "no importantes". Si lo son, la verdad misma es "no importante" y podemos dar culto y obedecer a cualquier tipo de Dios que nos creemos o que queramos imaginarnos con tal de que nos encontremos a gusto unos con otros.
EL VERDADERO ECUMENISMO
Al leer todo esto se podría decir que no es ecuménico. Pero ser ecuménico no quiere decir que yo tengo que quitar del Credo de los Apóstoles las palabras "Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". La pérdida de las convicciones católicas o del coraje de proclamarlas incluso a los católicos no son requisitos para el ecumenismo. Tales requisitos no nos hacen ecuménicos, sino realmente "sin denominación", convencidos de que ni la nuestra ni cualquier otra iglesia es realmente importante, y que sería bueno pertenecer a esta iglesia hoy, y a aquella mañana y a ninguna la semana próxima.
Por el contrario, un verdadero ecumenista cree en el valor primordial de su propia iglesia. Y es precisamente por esto por lo que pertenece a ella y siente como una obligación el estar fielmente en ella. Pero tiene también un profundo respeto y un verdadero amor a aquellos que sienten lo mismo hacia su iglesia, mientras que respetan sus convicciones. Incluso los "sin denominación" no son nunca tan totalmente indiferentes en su denominación como pretenden. Ellos dicen que nuestras convicciones eclesiales no son importantes, pero se enfurecen si no estamos de acuerdo con esta convicción o con cualquier otra enseñanza suya. El único modo de ser verdaderamente "sin denominación" en la realidad actual de una cristiandad dividida es enseñar que toda verdad es relativa. La fe en mi propia iglesia, con fallos y todo, no me hace no-ecuménico, sino solamente un declarado y sincero creyente en que la verdad se encuentra en los dogmas de mi iglesia, aunque nunca con una perfección que elimine totalmente el misterio. Estoy dispuesto a amar a un hermano sincero que piense lo mismo sobre otra iglesia, pero no lo estoy a decirle a un católico que puede alejarse de su iglesia sin un serio pecado y una gran pérdida que el tiempo mostrará con toda claridad.
Por otra parte, el "sin denominación" no es, ni con mucho, tan abierto. El que dice que no tiene ninguna denominación ha recorrido ya la mitad del camino para convertirse en el fundador de una nueva iglesia, una cuyo nombre más apropiado sería "Iglesia del Mínimo Común Denominador". En ella se nos invita a dejar de lado como no importante todo dogma serio sobre el que tengamos una diferencia de opinión, con tal que -eso sí- estemos de acuerdo con cualquier cosa que se le ocurra decir o hacer al nuevo fundador. Yo personalmente preferiría un diálogo acalorado pero fraterno con un verdadero ecumenista que esta más sutil y peligrosa invitación de los "sin denominación". "Ahora no es importante ninguna de estas otras creencias: sólo ven y sígueme". Este es verdaderamente el falso profeta sobre el que Jesús nos dio tan claros avisos (Mt 24: 23-26).
El poner en las manos a los católicos el permiso para abandonar la iglesia no es condición para el ecumenismo. El verdadero ecumenismo es comprender que aunque yo doy prioridad a mi propia iglesia y a sus creencias, reconozco sin embargo en otras iglesias dones auténticos de santidad, oración, alabanza y servicio. Admiro y respeto a los que poseen estos dones, y puedo recibir bendiciones de ellos. Pero el descubrimiento de tales dones no me lleva a abandonar mi iglesia convirtiéndome en otra de sus dolorosas amputaciones. En cambio, llevo las bendiciones a la iglesia, comprendiendo que ellas son una nueva llamada y una sabiduría para ayudarla en su renovación. Ellas me permiten ver mejor en qué lugar el Icono se ha manchado o se ha estropeado, y así me pongo a trabajar a toda costa limpiando, reparando y restaurando, hasta que el Dios Uno y Trino pueda ser otra vez claramente visible en su obra maestra, la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Clara de Asís «Sagrario del Espíritu Santo»
Por Hna. Mª Victoria Triviño, O.S.C.
Junto a Francisco de Asís, en una encrucijada de renovación de la historia de la Iglesia, aparece la figura encantadora y sencilla de Clara de Asís, como un lirio vigoroso y frágil, amoroso y fuerte.
No se puede penetrar en el secreto íntimo de su espiritualidad si no se la contempla bajo la acción del Espíritu del Señor.
INSPIRADA POR EL ESPIRITU SANTO
La apertura al Espíritu Santo es el punto de partida de su camino.
Juan Ventura, el criado del palacio de los Favarone, fue llamado a declarar para el Proceso de Canonización de la que había conocido en la intimidad del hogar paterno desde su infancia y, con sabiduría, hizo la síntesis con la que nos ofrecía la opinión popular y la suya propia: "Se creía que, desde el principio, estaba inspirada por el Espíritu Santo" (P.C. XX, 5).
Un Domingo de Ramos, Clara se engalanó para celebrar la entrada en la Semana Santa. Recibió la palma de manos del Obispo de Asís y escuchó la lectura de la Pasión...
A la media noche del lunes santo, todavía engalanada como una novia, se lanzó al seguimiento del Cristo pobre. A la luz de la luna huyó de la casa paterna. Los compañeros de Francisco de Asís la esperaban junto a la muralla y con devoción la acompañaron hasta la ermita de la Porciúncula. Allí, ante el altar, se despojó... de sus vestidos, de su clase social privilegiada, de su voluntad, de sí misma... tomó una túnica pobre que ciñó con una cuerda y Francisco la consagró a Jesucristo.
Pocos días después, “¡Dios le dio hermanas!" y con la ilusión y el vigor de todas las cosas nuevas, entre olivares, en la ermita que el mismo Francisco había restaurado con sus manos, comenzaron a vivir su consagración en pobreza radical.
EL PLAN DE VIDA
Clara se había puesto bajo la obediencia de Francisco. El tenía 30 años y ella 18. Pero, era necesario trazar un plan de vida para la naciente fraternidad de Hermanas Menores. Y Francisco... con el pensamiento fijo en el Evangelio de la Anunciación, dejó caer las palabras que serían para siempre el núcleo, la "Forma Vivendi” de las Clarisas:
"Ya que por inspiración divina os hicisteis
hijas del altísimo Rey y sumo Padre celestial,
y os desposasteis con el Espíritu Santo
eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio (en el Hijo-Siervo),
quiero y prometo, por mí y por mis fieles,
tener siempre de vosotras diligente cuidado
y especial solicitud, lo mismo que de ellos”
La vivencia de estas palabras densas supone la inmersión en la vida trinitaria. Supone la experiencia de la paternidad divina y fraternidad universal desde la más radical pobreza. Supone el seguimiento de las huellas del Hijo. Supone la apertura al Espíritu que fecunda.
Conciencia de la filiación divina
La vida de Clara no fue fácil. Bajo su alegre serenidad, con su gozosa fortaleza encubrió sus inquietudes, sus dolores, su lucha por vivir y defender su ideal de pobreza.
En el conventillo de San Damián reinaba la Dama Pobreza. ?Vivían al día sin ninguna seguridad terrena. Su caminar era siempre el riesgo en el vacío sin más seguridad que sólo Dios. Y cuando faltaba el pan y el aceite... no era un fallo de la Providencia sino el abrazo amoroso que las hacía partícipes de la suerte de su Señor, aquel que "... no tiene donde reclinar la cabeza, sino que entregó su espíritu en la cruz dejándola caer sobre el pecho" (Clara de Asís l carta. a Inés de Praga, núm. 3).
Quien muere al afán de poseer y dominar se abre a recibir con admiración y respeto. Quien se despoja con esta radicalidad se abre a la "gratuidad" y experimenta profundamente que tiene Padre en el cielo. Más aún, experimenta la fraternidad universal de todas las criaturas. Todo toma nueva luz y color desde la paternidad de Dios.
Esposas del Espíritu Santo
La pobreza de Clara era "cavidad" profunda, tan profunda como su ser. Como María, a1a que Clara y Francisco llamaban con ternura "la Virgen Pobrecilla", su disposición debía ser un FIAT atento, amoroso, humilde al Espíritu que, a la sombra del Padre de Amor, formaba en ella la imagen del Hijo, manifestándole en todo su ser.
Esta imagen de "madre y esposa" de Cristo (Cf. Mt 12, 50) fue vivida por Clara como una copia viviente de la Virgen. Bajo el mismo signo de sus esponsales puso el estímulo amoroso de la imitación de la Madre de Dios robre, humilde, esclava. Y es que Ella es "comienzo e imagen de la Iglesia" -como la canta el Pref. de la Inmaculada- y "como esposa del Espíritu Santo, es también bajo este aspecto para la Iglesia, ejemplo de entrega total a los planes de Dios Padre, de total dedicación a Jesucristo y a su obra, de docilidad al Esposo divino. María es, para el cristiano y para la Iglesia, no sólo el prototipo de su realidad futura, sino también el ejemplo de vida evangélica" (YANES, Elías. Arzobispo de Zaragoza. "María de Nazaret. Virgen y Madre", Zaragoza 1979, pág. 96).
Por la fidelidad exquisita con que Clara vivió y enseñó estas cosas recapituladas en la forma de vida que le dio Francisco, los testigos de su obrar a la hora de formular su recuerdo edificante no hallaron mejor punto de referencia que la Virgen Madre. Y así la cubrieron con el más bello elogio que se ha dicho de mujer alguna: "¡Ninguna como ella después de la Virgen María!" (Cf. P.C. V, 2; VII, 11; XI, 5; XV, 3). Seguramente que estos testimonios hubieran hecho estremecer al mismo Francisco... Ella, "su plantita" más fiel y amada se había perdido en la transparencia de la Forma de Vida inspirada en el Evangelio de la Anunciación.
Viviendo el Evangelio
Francisco y Clara son santos de la Encarnación. Para ellos seguir a Cristo era perderse en su misma experiencia de anonadamiento, "seguir sus huellas" animados de sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia toda criatura: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 7), "se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), "no vino a ser servido sino a servir" (Lc 22, 24-27; Jn 13, 4-15).
El hecho de que el Señor Jesús hiciese consistir su pobreza en ''vaciarse'' (Cf. Flp 2, 6-11), en disponibilidad hasta la forma más humilde y dolorosa, determina la forma de pobreza de quien le imita.
Pobreza-humildad-servicio de amor, son expresiones que matizan y se funden en una manera de ser, espejo de la manera existencial del Hijo-Siervo.
ORAR FUE SU MODO SUPREMO DE AMAR
En el tiempo de Clara de Asís (s. XII) también había tareas sociales que cubrir; ignorantes, pobres, leprosos... Allá acudían Francisco y sus hermanos -los que un Papa de nuestro tiempo ha llamado "tapa-agujeros" de la Iglesia-. Clara y sus hermanas permanecían en la quietud de la vida contemplativa creando con su mismo ser un lugar de PAZ y BIEN en el mundo y para él.
ORAR era su modo supremo de AMAR a Dios ya los hermanos.
Los testimonios del Proceso de Canonización coinciden reiteradamente en estos datos: "Pasaba largas horas en ora?ción", ''Vivía inmersa en la contemplación, en un estado de habitual alabanza", "Permanecía largos ratos tendida en tierra orando en actitud humilde... derramaba abundantes lágrimas... Cuando volvía de la oración su rostro aparecía más claro, animaba y confortaba a las hermanas hablando siempre palabras de Dios”...
Clara se ocupaba incesantemente en las cosas del Señor (Cf. Lc 10, 42) y en torno a sí creaba un hogar de comunión de amor. Sin cesar exhortaba, y así lo recomendó para siempre en su regla, a la "SANTA UNIDAD": "Sean solícitas siempre en guardar unas cosas con otras la unidad del amor recíproco que es vínculo de perfección" (Regla Cl, X).
Ahí, en la "SANTA UNIDAD" estaba el secreto de la fuerza del Espíritu operante en unidad de amor y trascendiendo más allá de la ermita de San Damián.
Los vecinos de Asís, de Perusa, de Espoleta, de toda la Umbría, venían con necesidades de toda clase: un niño que tenía nube en un ojo, un matrimonio separado, un fraile enfermo... Y Clara los acogía con amor, trazaba la señal de la cruz o imponía las manos mientras oraba sobre el enfermo y... los despedía sanos. Llevaba a la oración sus necesidades y a veces, con palabra profética, abría los corazones a la esperanza de una gracia que no tardaba en manifestarse...
Pero, si de puertas afuera era un testimonio precioso y amable de la fuerza del Espíritu, de puertas adentro era... ¡Un derroche!, un verdadero derroche de amor y de ternura dado en humilde sencillez.
Y, por fin, daremos razón del título con que hemos encabezado estas líneas: ''Clara de Asís, Sagrario del Espíritu Santo".
El papa Gregario IX, desde que conoció a Clara siendo obispo de Ostia, la visitaba cuando podía y la apreciaba profundamente. Siendo ya Papa, como no pudiera visitarla con tanta frecuencia, le escribía añorando aquellos encuentros en que se encendían en el amor del Señor. Y es entonces cuando dio a Clara este título: "Sagrario del Espíritu Santo". Y aquel otro: "a la que es Madre de mi salvación", que subraya el carisma de intercesión de Clara al encomendarle con responsabilidad de "madre" los graves cuidados de la Iglesia universal y de su propia salvación.
Porque el Espíritu no destruye la naturaleza sino que la purifica y transfigura, he aquí toda la delicadeza, la fidelidad, la fortaleza y la ternura de aquella mujer deliciosa, Clara de Asís, hecha "Sagrario del Espíritu Santo". He aquí la "humilde plantita" de Francisco de Asís, la más bella flor del jardín franciscano.
Diferencia de la oración cristiana
respecto al yoga y al zen
Por una hermana eremita
El siguiente articulo que publicamos es un capitulo de la obra La lutte de la contemplation. La vie monastique au désert aujourd'hui, escrito por una hermana ermitaña y publicado por Desclée de Brouwer-Bellannin, Paris 1980, 236 págs.
La editorial nos ha concedido amable y desinteresadamente la autorización necesaria, y desde estas líneas les manifestamos ?todo nuestro agradecimiento.
Se trata de un libro que todo el que tenga inquietud espiritual y anhelo de oración lo leerá con avidez y no lo dejará hasta ?haber terminado todas sus páginas.
La autora nos habla de la vida monástica en el "desierto ", entendiendo por "desierto" no un lugar alejado de los hombres sino una vida de soledad y oración consagrada al Señor, algo que el Espíritu Santo está haciendo anhelar a muchos cristianos ?del mundo de hoy.
Partiendo de la misma experiencia de S. Antonio Abad y de los primeros Padres, escribe, ante todo, para los jóvenes sedientos de oración y de absoluto que buscan la forma de responder a la llamada del Señor para dedicarle toda su vida en oración, pero son páginas de un precioso contenido para toda vocación contemplativa.
De acuerdo con una gran experiencia personal de nueve años de "desierto" y del conocimiento que posee de la tradición monástica, nos ofrece los elementos constitutivos de la vida monástica, y, de una forma más especifica, de lo que ha de ser una vida en el “desierto”. La autora piensa en un modelo de comunidades dobles, es decir, formadas por una comunidad de hombres y por una comunidad de mujeres, la una y la otra autónomas y paralelas, de forma que tengan la liturgia en común Y se puedan ayudar en algunos aspectos determinados de la vida monástica, con gran apertura ecuménica para acoger a jóvenes pertenecientes a otras iglesias, además de la Iglesia Católica, y en las que gran parte del tiempo está dedicado a la soledad y al silencio pero de forma que cada uno trabaje con sus propias manos para poder vivir de la comunidad.
Es un proyecto de comunidad y de vida en el que poder realizar la vocación monástica eremítica, la cual hunde sus raíces en la vida de la Iglesia; siempre antigua y siempre nueva, que hoy está recobrando esta rica y primitiva tradición.
Publicamos este capítulo porque consideramos que puede contribuir a dar luz en la gran confusión que sufren muchos cris?tianos ante el yoga y el zen como métodos de oración.
Abordo un capítulo que exige tu atención particular. Es importante que comprendas lo que sigue para poder llevar una vida monástica en el desierto. No hago más que seguir el pensamiento de los Padres del desierto.
Hoy se habla mucho entre los cristianos de yoga, de zen, del método Vitoz (1). Incluso se habla de un yoga cristiano. Del desconocimiento de lo que son estas técnicas de oración, de lo que encubren en sí, y también del desconocimiento de la misma oración cristiana se derivan graves confusiones.
1.- Primera confusión: sobre la palabra "oración"
Una primera confusión se origina en la misma palabra "oración". La experiencia de la oración cristiana y las demás experiencias de oración, exceptuando el judaísmo y el Islam (2), no tienen de común más que el nombre. Sus movimientos, sus fines y sus puntos de partida son opuestos. Para la oración cristiana el punto de partida es el Padre, la Santísima Trinidad. El movimiento es el Espíritu Santo. El fin es el Padre, la Santísima Trinidad. La oración tiene como nombre a Jesús, y como alma al Espíritu Santo. Nuestro modelo es el Hijo hecho hombre. En El la oración es esencialmente inmersión en el corazón del Padre, lazo de amor con El por el Espíritu, compromiso único con la Santísima Trinidad y en ella, e intercesión por los hombres.
En el bautismo hemos entrado en una corriente de vida, fuimos sumergidos en el agua viva trinitaria, confirmados por el Espíritu. El alimento diario de nuestra oración, lo que le da la substancia y la subsistencia, es Cristo, de manera especial su Cuerpo y su Sangre, que nos entrega en la Eucaristía. La vida cristiana consiste en estar cada vez más desposado con Cristo. El medio esencial es la oración. "Nadie conoce al Padre si El no se lo revela...; el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre permanece en mí, y yo estoy en el Padre... y haremos morada en él", dice Jesús.
Oramos en el nombre de Jesús, en el ser mismo de Cristo, y por eso la oración que El nos enseñó es el Padre Nuestro, que no podemos decir si no es bajo la acción del Espíritu. El fin de la oración cristiana es el conocimiento de Dios, permanecer en Dios, habitando El en nosotros, y la imitación de Dios cuando nos dejamos penetrar de su voluntad y participamos en su obra de redención.
Los métodos no cristianos de oración, a pesar de que son diferentes unos de otros, parten del hombre, van hacia el hombre, son un esfuerzo del hombre para llegar a un absoluto que no tiene rostro, que transciende un mundo contingente, pero que no es más que el producto de la inteligencia humana que no tiene la revelación de Dios.
Estos métodos pueden hacer intuir al que esforzadamente se entrega a ellos la existencia de un Dios bueno, de un Dios amor universal. Pueden aportar un silencio y cierta unificación del hombre en su ser limitado. Pero esto queda muy lejos del Dios revelado por Cristo. Y la ruptura con los hombres y con el mundo contingente, que exigen y a la que llegan, nada tiene que ver con la ruptura con el mundo tal como propone Cristo, la cual es ruptura con el mal y no con los hombres ni con la vida.
Puedes comprender que, si para los no-cristianos son el apoyo de un ideal y de una espiritualidad muy válidas, nada pueden aportar a los cristianos y menos aun a los monjes.
Estos métodos de oración son el medio de hacer entrar al hombre corporal y espiritualmente en una filosofía, y en una reflexión filosófica que tiene como base una concepción muy determinada de la humanidad, del mundo y del absoluto. Son una meditación y una sabiduría del hombre. La oración cristiana es algo muy distinto. Aun en el caso de que sólo sea meditación, de hecho no es más que "rumiar" la Palabra de Dios, una escucha y no ciertamente una reflexión.
2.- Segunda confusión: sobre el silencio de Dios
Un segundo punto de confusión es que el silencio de Dios nada tiene que ver con el silencio conseguido por tales métodos. El silencio en la oración cristiana no es más que un medio y un don, el don del silencio de Dios, el don de Dios mismo, el estallido infinito de la Palabra y de nuestras palabras.
Con el silencio adquirido por tales métodos no se llega más que a lo profundo de sí mismo y aun ese silencio es un vacío de todo. Pero no es en absoluto la "nada" de que habla, por ejemplo, San Juan de la Cruz. La "nada" de San Juan de la Cruz es el abandono total del hombre viejo, y para aquel que lo vive esto se le presenta siempre como un vacío total de sí mismo, atraído y muy pronto lleno por la plenitud de Dios. Y si, en esta experiencia de la "nada", el mundo nos da la sensación de que desaparece, sólo es por breves instantes, y después se le encuentra aún más fuerte, más enraizado en sí. Más que nunca, como dice Silouane de Athos, "nuestro hermano es nuestra propia vida"; más que nunca se quema uno por la oración de intercesión por el mundo.
3.- Tercer punto de confusión: falta la humildad del pecador arrepentido
El tercer punto de confusión es muy grave. Los cristianos que de este modo se entregan al yoga o al zen para conseguir el silencio en la oración, que abusivamente confunden con el silencio obtenido por una larga práctica de oración, y que creen que de este modo llegan rápidamente a la contemplación, se engañan a sí mismos. Olvidan que antes de la contemplación, y para llegar a la contemplación total, hay que seguir el humilde camino del pecador arrepentido, que ha sido salvado hasta en sus fibras más insignificantes.
He aquí el único camino: reconocer sus propios pecados. Los Padres del desierto lo repiten continuamente. Sólo reconociéndonos pecadores, y de una forma cada vez más profunda, a medida que vamos avanzando, podemos reconocer y recibir a Dios y su amor infinito. El único camino es el de la humildad. Pretender seguir otro camino, como el de las técnicas de oración de otras religiones, es una gran tentación de orgullo que puede conducir al cristiano a muy graves errores.
Es necesario cambiar la sabiduría del hombre por la sabiduría de Dios, y ésta es locura para los hombres, pues es la sabiduría de la cruz de Cristo. El que el monje recurra a los métodos de oración es una gran tentación que se puede pagar con una separación de Dios. "El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de Dios". Porque el monje se ha comprometido a despojarse de todo lo que es el hombre sin Dios, y he aquí que recuperaría de nuevo los medios del hombre entregado a su sola sabiduría.
Se quiere regatear el don radical de sí mismo, que a veces es desconcertante. Se quiere controlar este don de sí con medidas humanas y a veces erróneas. Y por lo mismo se priva uno de recibir a Dios total y libremente y de sumergirse en su profundidad. Se prefiere una imagen de Dios hecha por el trabajo del espíritu humano, a la relación exigente que viene de Dios mismo. Es la vieja historia del becerro de oro fabricado por Israel, porque Dios parecía demasiado exigente y desconcertante.
Cierto que, aparentemente, el que practica tales métodos parece llegar con mayor rapidez a una cumbre de "descanso", de silencio. Déjale a él con ese bien. Tú has de preferir la Cruz de Cristo plantada hasta en tu oración. Tal vez parezcas retrasado, pero has de preferir el duro desbastarte de ti mismo y la verdad, para llegar más tarde a la verdadera visión cara a cara. Deja la inmovilidad que han conseguido los cristianos que se entregan a tales métodos, para correr, correr siempre una aventura apasionante, maravillosa, hasta la muerte.
4.- Cuarta confusión: olvido de que la oración cristiana no es una técnica, sino una vida.
El cuarto punto de confusión viene de la noción misma de oración como un método o una técnica para conseguir un absoluto. Como métodos de oración, el yoga y el zen son el soporte de una espiritualidad en la que cada gesto, cada palabra son signo de esta espiritualidad, y tratan de hacerla entrar en el hombre explotando de ordinario sus reflejos habituales en el cuerpo y en la psicología humana. Pero la oración cristiana no es una técnica para llegar a Dios o al silencio. Es una vida. Entonces, ¿qué necesidad tiene de técnicas? O ¿es necesario comparar las "escuelas" de oración cristiana, que en el transcurso de los siglos se han ido elaborando, con estos métodos de oración? No, nada tiene que ver lo uno con lo otro.
Si hay efectivamente formas de orar, medios para orar, esto no es otra cosa más que medios.
Para que entiendas bien esto vuelvo de nuevo sobre "la ?oración del corazón" que en realidad engloba todos los modos de orar de los cristianos. No hay que confundir "la oración del corazón" con "la oración de Jesús" tal como se practica en el Oriente cristiano. Este es un método de oración muy elaborado, que se funda en la repetición de la oración "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", acompañada de gestos precisos y estudiados, tales como la señal de la cruz, cambios de postura, ritmo respiratorio, etc. Al confundir esta última oración con la oración del corazón, se la hace remontar abusivamente hasta los Padres del desierto, cuando en realidad los Padres estuvieron muy lejos de dicha elaboración. Fue Nicéforo el solitario, monje del Monte Athos, de la primera mitad del siglo XIII, el que elaboró las bases de la técnica corporales que hoy 1a acompaña.
La oración del corazón, en cambio, se desarrolló tanto en Oriente como en Occidente. Si en el momento actual hay tendencia a olvidar esto, es por una recuperación del atractivo por el Oriente cristiano. Pero ya Nicéforo el Hagiorita, el compilador de la Filocalía, conocía a San Ignacio de Loyola, la tradición carmelitana y tal vez la escuela de oración cordial que había florecido en Francia en el siglo XVII y que estaba muy próxima a los Padres del desierto, sin olvidar todas las tradiciones de la oración del corazón de diferentes órdenes monásticas.
Remontándonos a las fuentes, es decir, a los Padres del desierto, hallamos los elementos fundamentales de "la oración del corazón" y, por consiguiente, de la oración cristiana, elementos que se encuentran en cada escuela de oración ya sea oriental u occidental.
5.- Unir el espíritu al corazón
Para orar hay que unir el espíritu al corazón, es decir, atraer toda la facultad de pensar, imaginativa o intelectual, hacia el corazón para que hagan silencio y se dejen tomar por el amor de Dios. Por esta razón dicen los Padres que hay que practicar la guarda del corazón y del espíritu. Hay que luchar contra los pensamientos, las distracciones. El primer medio es ocupando el espíritu y los sentidos con la repetición de una oración muy corta que corresponde a lo que se está viviendo: "Señor, yo te adoro", o "Señor, ten piedad de mí", o "Señor, yo te alabo", etc. Otra forma consiste en encerrar toda la facultad de pensar en las palabras de una oración muy corta que varía mucho de un Padre a otro. Entonces se va pensando intensamente en cada una de las palabras que se dicen y poco a poco el espíritu se centra en el corazón, en silencio, para adorar.
Para orar hay que orar sin cesar. San Juan Clímaco en La Escala dice, citando libremente a San Pablo: "El da la oración pura al que ora asiduamente, aun en el caso en que su oración se vea adulterada por las oraciones y sea trabajosa" (3). Otro medio es permanecer ante el Señor, con todo lo que pasa por uno mismo, esperándole, amándole sencillamente, mientras brota espontáneamente del corazón el murmullo de su nom?bre bendito.
Son momentos de la oración del corazón, la cual es movili?zación del ser entero ante el Señor, para adorado v recibirlo en nosotros. Permite al Espíritu Santo descender a nuestro corazón para hacer brotar en él unas palabras, que son únicas para cada uno, como resultado de la relación de amor entre Dios y nosotros, o para rodeado de silencio en la contemplación del amor de Dios. Tal es la oración pura, la oración continua, la oración del corazón.
Pero si el Espíritu Santo desciende al corazón, es porque el hombre ha echado fuera el pecado. A medida que el Espíritu Santo viene a él, le obliga a echar fuera el pecado cada vez más profundamente, incluso aquel pecado del que jamás tuvo conciencia, Y hasta la misma raíz del pecado. Es así como el hombre encuentra todo el pecado del mundo presente en sí mismo lo mismo que en cada hombre. Es la experiencia fundamental de la oración cristiana y ésta es la diferencia radical respecto a las espiritualidades extremo-orientales.
La guarda del corazón o del espíritu es una lucha contra el ?pecado, contra las tentaciones que el mal siembra en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Aun cuando en el principiante esta guarda del corazón deba ser incondicional para con todo pensamiento, porque no tiene bastante discernimiento, no es una abstracción de todo el mundo contingente, ni tampoco una ruptura con él por menosprecio. Es una ruptura con el sembrador del pecado. Del mismo modo, si el monje se mantiene incesantemente en la oración ante el Señor con amor, dejando "pasar" las distracciones, podrá echar fuera el pecado humillándose ante el Señor y reconociéndose pecador. Debe ayudarse también leyendo los Evangelios, especialmente la Pasión.
La oración no puede estar desligada de toda la vida. Obliga al monje a desterrar el pecado de su vida, de sus pensamientos, y a imitar a Cristo pasando como El por las humillaciones, las pruebas, y llevando la cruz. No se desentiende de un mundo en el que ya no quisiera tener parte.
El brote de la oración continua en el corazón del monje es un don de Dios. Hay aquí también una diferencia fundamental con el yoga y el zen. El hombre, por más santo que sea, no puede llegar por sí mismo a la oración continua. Este don es un testimonio del imperio de Dios sobre él, de un paso decisivo que se ha realizado en la relación de amor con El hacia la santidad, cuyo único camino es la humildad: conseguir la Humildad de Cristo, la Humildad del Padre y del Espíritu.
El humilde rosario a la Santísima Virgen, como la oración de Jesús, no es más que un medio para ocupar el espíritu y la lengua, incluso interior, en repetir palabras de amor y de intercesión embebidas en los grandes misterios de la fe. Durante ese tiempo el corazón se entrega por entero al amor del Padre, del ?Hijo y del Espíritu Santo.
Es un medio excelente para evitar hacer de la oración algo ?intelectual, incluso un silencio intelectual, y además, las palabras de amor o de intercesión pasadas por el corazón de la Madre de Dios quedan purificadas de todo interés o deseo propio.
La oración no nos pertenece. Por esto no podemos permitirnos preguntar a Cristo por qué nos enseñó a orar diciendo Padre nuestro y no a inspirarnos en tal otra forma de orar de las religiones "paganas". "¿Puede acaso la vasija decir al alfarero: Por qué me has hecho de este modo y no de otro?" Por tanto, en la oración cristiana se trata precisamente de dejarnos ?modelar y vivificar por Dios.
6.- Ante el orgullo humano y la pobreza espiritual de hoy, conoce tu propia vocación
Ha sido una tentación constante de la Iglesia el querer llegar a un compromiso con espiritualidades o filosofías no cristianas. Esto fue lo que dio origen al gnosticismo, a las herejías que derivan del mismo y, en ocasiones, a sectas.
Ya ves por qué necesitas conocer estos problemas. Son cuestiones graves que ofrecen el riesgo de provocar grandes males y rupturas en la Iglesia.
Si se hubiese preguntado a un Padre del desierto, impregnado de oración, si le gustaría hacer yoga para cristianizarlo o para traer su riqueza a la Iglesia, habría respondido: "¡Lejos de mí, Satanás!" Esto no quiere decir que el yoga sea obra de Satán, sino que su introducción en el monaquismo pudiera llegar a ser obra de Satán. Para aquellos que "vean", por sus largos años de oración, tal introducción no puede más que conducir a una herejía.
Pero he aquí que aquellos que no saben más que un balbuceo de oración se atreven a hacer lo que aquellos monjes que hicieron tanta oración jamás se atreverían a hacer para no tentar a Dios. Solamente osan considerarse exentos de posibles confusiones los que nunca han practicado días y días de oración instante.
Esto proviene del orgullo del hombre, de la presunción de hombres y mujeres que pretenden saber sin tener experiencia real y que no escuchan a los que tienen experiencia de oración. "¡Nada de eso, no moriréis! Pero Dios sabe que el día que comáis se os abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 2, 4-5). Siempre asalta al hombre la misma tentación.
A esto hay que añadir la pobreza espiritual, en la que nos encontramos, y nuestra mentalidad de confort. Se quisiera hallar una oración más fácil, más confortable, con más seguridad de éxito. Por esta razón, las comunidades en las que se respira un gran entusiasmo por el yoga o por el zen son frecuentemente comunidades de una pobreza espiritual y de una carencia de vida espiritual alarmantes.
Te comprometes con conocimiento de causa. Es necesario, ante todo, que conozcas la vocación a la que perteneces y la tradición que lleva consigo, que la poseas y que la hayas probado en tu vida. Hay que optar por la solidez, la verdad de la tradición eclesial, que, para ser viva y crecer incesantemente, no necesita mendigar experiencias espirituales fuera del Evangelio.
Con estos métodos de oración correrías el riesgo de perder la agudeza de la experiencia del desierto y de perder, por esto mismo, también la verdad integral de lo que el Señor, la Iglesia y el mundo esperan de ti.
La elección del desierto exige esta radicalidad, esta pureza de experiencia de la oración de Cristo. Con estos métodos la comunidad corre el riesgo de abrir una puerta a la acción del demonio y de hacer perder la exigencia de la vocación a un miembro o a la comunidad. Si quisieras introducir este método de oración en la comunidad, no importa bajo qué pretexto, incluso el de una relajación física, tendrías que escoger: o quedarte en la comunidad y abandonar esta intención o dejar la vida monástica en el desierto.
Piensa que has hecho opción por una vida fundamentalmente pobre en el desierto, por una vida totalmente evangélica que necesariamente se expresa en una gran sobriedad y en la que no hay lugar para este género de experiencia, pues necesitas movilizar tanto tus fuerzas para vivir y llevar lo estrictamente necesario.
Estas experiencias no pueden hacer otra cosa que distraerte de tu exigencia y hacerte querer enseñar orgullosamente al Señor. Evidentemente, es menos glorioso para ti postrarte como un pequeño ante El, tal vez envuelto en distracciones, y confesar tu debilidad, tu pobreza, tu imposibilidad para hacer silencio, que presentarte ante El como un buda, lleno de tu propio silencio, adquirido con tus propios medios.
7.- La exigencia de la verdadera comunidad cristiana
Si hay dificultades en la comunidad, si se dan roces graves en una comunidad reunida por Cristo y en torno a El, ¿se puede pensar en usar métodos que sabemos muy bien que distan mucho de centrarse en Cristo o en Dios y que comportan una gran dosis de subjetivismo por parte del animador?
La comunidad no es un grupo de mujeres reunidas al azar y para sí mismas. Cristo es el responsable de la comunidad y solo El. A El pues hay que someter los roces o las tensiones de la comunidad; y empezar por aquella que le representa en el seno de la comunidad, en oración silenciosa y en diálogo sometido a su Espíritu. A El hay que implorar que nos dé su luz a cada una y a todas.
El diálogo es verdaderamente exigente. Pero, lo hemos visto, es un componente inamovible de la estructura de la comunidad eclesial, yendo siempre a la par con la práctica de la autoridad. Exige precisamente este abandono total de sí mismo en las manos del Señor, pero también el abandono de todos los agravios, de todos los rencores que se tenga hacia una hermana, el abandono de las ideas preconcebidas que tengamos contra aquella otra, la superación de la ofensa por el amor. Es algo muy distinto de una dinámica de grupo en la que podrán salir todas las agresividades acumuladas por unas y otras.
Según esto, las comunidades que se aventuran en las experiencias de "dinámica de grupo" son comunidades en las que, con frecuencia, ya no se da diálogo, ni comunitario ni interpersonal.
Del mismo modo, las comunidades que suelen enviar a sus monjes a un psiquiatra o a un psicoanalista son aquellas en las que la esclerosis ha suprimido toda humanidad, todo amor fraterno y toda vida espiritual, o también aquellas que por prurito de actualidad han eliminado toda substancia de la vida religiosa.
Así, pues, para tomar la iniciativa de enviar una hermana a un psicoanalista hay que haber pensado muy minuciosamente las cosas. La priora y la comunidad comprometen su responsabilidad sobre una vida de la que tendrán que responder ante el Señor.
Se suele olvidar que para poder poner remedio a un problema hay que conocer su origen. Hay momentos en la vida espiritual que provocan perturbaciones psicológicas pasajeras de comportamiento, dificultades relacionales, cierta tristeza, inestabilidad. Si en momentos así se envía a un monje al psicoanalista, es como si se le enviara a un oculista para una afección dental.
En realidad, todos los trastornos psicológicos que puedan acaecer en la vida de un monje son de origen espiritual. El Único "médico" capaz de curarlo es un padre o una madre espiritual y la comunión fraterna experimentada no sólo a nivel relacional y afectivo, sino muy intensamente a nivel de oración. La única forma de mitigar una falta de experiencia espiritual es la oración. Y la oración de dos o tres reunidos en nombre de Cristo es todopoderosa sobre el corazón de Dios.
Por otra parte, se olvida con frecuencia que la oración saca a la luz de nuestra conciencia todo nuestro "inconsciente" y que no siempre es fácil vivir esta prueba de verdad. Solamente aquellos que han hecho la experiencia, los que han experimentado la desbandada de las tendencias al verse privadas de su maestro, que era la propia voluntad, los que han experimentado la radicalidad del pecado en sí mismos hasta la experiencia del infierno (4) pueden saber hasta qué punto se equivocan gravemente los monjes cuando van a buscar en el psicoanálisis el discernimiento y la ayuda.
Y aun más, los que tienen poca experiencia espiritual son los que proceden así, sin humildad, sin cuidado del respeto debido a la persona, sin temor ante la posible confusión entre un desarreglo psíquico debido a una prueba espiritual grave, a veces imposible de explicar por la misma hermana que la sufre, o debido a una acción del demonio, a una ilusión como consecuencia de una falta de la hermana en cuestión. Algunos también proceden así porque se sienten superados. Y en vez de recurrir al Señor en la oración, prefieren cruzarse de brazos y confiarse al hombre.
No hay derecho a jugar con la propia vida, con la propia vocación ni con la de una hermana. Hoy se da una gran ausencia de discernimiento espiritual, pero no será el psicoanalista el que la va a reemplazar. Sólo la oración intensa puede darlo.
Pobreza espiritual y carencia de discernimiento espiritual ocasionan en los religiosos muchos contrasentidos o una gran esclerosis. Las consecuencias las sufren los jóvenes de hoy, por el hecho de que no tienen raíces y no encuentran verdaderos guías, o muy raras veces. Y así se lanzan a experiencias que agotan sus esfuerzos y no les aportan nada y hasta amenazan destruirlos, ya sea porque siguen a adultos que no tienen ningún discernimiento espiritual, pero se dejan imbuir de sus ideas ?o van a la caza de novedades, o ya sea porque se quedan con sus propias ideas, lo cual, si no se tiene un guía espiritual, no puede llevar más que al fracaso.
El único medio de remediar tal pobreza espiritual, tal falta de discernimiento y de guía espiritual, es la oración, la humilde y prolongada oración de los pequeños. Los Padres decían que si un joven había buscado un guía espiritual sin encontrarlo no tenía más que ponerse en manos de Dios y orar intensamente. Dios mismo será su guía.
Lo que hoy más se necesita es humildad, fe y humildad. Porque un monje, por poco experimentado que sea, si recurre con insistencia a Dios en la oración, será iluminado. Pero el hombre prefiere acudir al hombre y a su limitada ciencia. Prefiere remediarse a sí mismo antes que humillarse ante Dios. Cree más en lo que ha conocido por su propia industria que en lo que podría saber recurriendo humildemente a Dios.
Frente a la introducción en la vida monástica de métodos de oración no cristianos procedentes de Oriente, o frente al recurso al psicoanálisis o la psicología, se puede hacer la misma pregunta: ¿Quiere el hombre remplazar a Dios o prescindir de El? Entonces rechaza el reconocimiento de su ser pecador, o al menos, quiere reconocerse pecador con tal que esto no le impida hacer lo que quiere.
¡Qué actualidad tienen los Padres del desierto en lo que se refiere a su insistencia sobre el reconocimiento del pecado, la humildad y la oración de arrepentimiento, que siempre deben preceder a la verdadera Adoración! Si no fuera así, ¿para qué habría venido Cristo a la tierra? ¿Por qué habría sufrido por nosotros? Solamente los que buscan conseguir la Humildad de Cristo, la Humildad del Padre y del Espíritu, pueden llegar a ser columnas de luz para el mundo.
NOTAS:
(1) El método Vitoz debe considerarse aparte. Se trata de un método que tiene un fin médico y psicoterapéutico. Sin embargo, se le presenta al público junto con los libros de oración, y si un monje pasa por dificultades espirituales, llegan a proponerle como solución el método Vitoz. Es una grave confusión de problemas espirituales con problemas psicológicos, o con problemas de relajación, y todo por falta de discernimiento.
(2) Nuestras raíces espirituales son comunes. Nuestras raíces cristianas son judías, y por esto tenemos una espiritualidad muy próxima, a pesar de que Cristo dio radicalmente una dimensión muy distinta a la oración que existía entonces, especialmente los salmos. En cuanto al Islam, es posible que su espiritualidad fuera influenciada por la espiritualidad cristiana, sobre todo a través de los Padres del desierto. Pero la dimensión cristológica de la oración cristiana cambia todo radicalmente.
(3) S. JUAN CLIMACO.- La Escala Santa. L'Echelle Sainte en Spiritualité orientale, núm. 24, Editions de Bellefontaine, Begrolles-en-Mau- ges (49.720), p. 293.
(4) No quiero insistir más. Las páginas 79 hasta 104 de Buisson ardent de la priere. D.D.B., París 1976, hablan de esto.
P or Domingo A. Fernández, O.C.D
Teresa de Jesús ha sido la primera mujer declarada Doctora de la Iglesia. La base de su magisterio es su experiencia de Dios. Ella se presenta como mujer de experiencia de las cosas de Dios. Al final de su autobiografía, dice con sencillez: “Creo que hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas" (Vida, 40,8) (Citamos por la edición del P. Tomás Álvarez O.C.D. Burgos 1977). Cuando ella habla de“saberlo por experiencia", nos habla de un saber experiencial distinto a otros modos de conocer los misterios de Dios, por ejemplo, el pensarlo, el creerlo, mucho más el oírlo de otros: "Esto visto por experiencia, que es otro negocio que sólo pensarlo y creerlo" (Camino, 6,3).
Teresa fue consciente del misterio de inefabilidad que envuelve a Dios y a las comunicaciones de Dios a la creatura: ello hace que frecuentemente el hombre no sepa qué le comunica Dios y cómo se lo comunica, y que no pueda expresarlo en palabras. Se requiere una gracia especial para ello. Teresa ha dicho con precisión a este respecto: "una merced es dar al Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia; otra es saber decirla y dar a entender cómo es" (Vida, 17.5). Ella misma pasó por esos diversos estadios. En primer término, tuvo la experiencia de comunicaciones divinas fuertes e intensas, pero no tenía palabras para explicadas. Pero llega un momento, hacia 1560-1562, cuando ella tiene de 45 a 47 años, en que el Señor le hace merced de que vaya entendiendo en palabras a sus confesores y a los lectores de sus escritos. La convergencia en ella de esa triple gracia: recibir la merced, entenderla y poder comunicarla en palabras, hace de Teresa una Maestra excepcional de la experiencia de Dios.
Y maestra en, y por sola, la experiencia. Lo afirma varias veces: "No diré cosa que no lo haya experimentado mucho" (Vida, 18,8).
EXPERIENCIA DE DIOS, GRADUAL Y PROGRESIVA
En Teresa de Jesús hay una comunicación de Dios a ella real y dinámica: pero durante muchos años, los de su búsqueda de Dios, ese donarse de Dios a ella no es percibido a nivel expereinicial. Ese período puede cubrir los primeros 30 o 40 años de su vida, años en los que Teresa busca el encuentro de Dios, con altas y bajas de fidelidad, pero con sinceridad: ella quiere hacerle presente en su oración y en su vida.
Pero llega un momento, y esto sucede después de su entrega total a él, después de lo que ella llama su conversión (Cap. 9 de la Vida), en el que Dios mismo parece hacerse presente. El parece tomar la iniciativa, comunicándose como presencia en el interior de su ser. La certidumbre de su presencia es tan viva, que "cuando el alma toma en sí en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella". (Vida, 18,15). No es experiencia de una presencia de Dios abstracta, sino de un Dios Ser Viviente: "me acordé de cuando S. Pedro dijo: 'Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo' pues así estaba Dios vivo en mi alma" (Rel. 54).
Esta experiencia es central en la vida de Teresa. Orientará su oración: hay que entrar adentro, al centro de nuestro ser: allí está presente el Dios Vivo, Marca su afectividad, curando sus soledades: ella nunca está sola. La ilumina sobre nuestra dignidad: "no nos imaginemos huecas en lo interior, tenemos tal huésped dentro de nosotros" (Caminos, 28,10). Estamos habitados por alguien.
Por alguien, que está presente no de una manera pasiva, o como espectador, sino con presencia activa, que por una parte abre ante los ojos maravillados del alma, el misterio de Dios, Uno y Trino y del Cristo Encarnado, y por otra parte la asienta en la verdad, la purifica, la dinamiza y compromete para la misma obra de Dios en el mundo, haciéndola partícipe de su acción salvadora. Es una experiencia de Dios que se comunica y actúa en ella a niveles cada vez más profundos de su ser y de su esfera conciencial hasta que llega á hacerla "en esa morada suya (el centro del alma), donde sólo El y el alma se gozan en profundísimo silencio" (Moradas VII 3, 11).
No es nuestro propósito seguir esa experiencia de Dios en las manifestaciones concretas que Teresa tiene en los últimos veintidós años de su vida, de 1560 a 1582. Son de una riqueza excepcional, como encajándose en la misión que Dios le tenía preparada en la iglesia: Doctora de la experiencia del Dios que se da sin tasa. Es experiencia mística, "sobrenatural" la llama Teresa, "que así llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponer para ello sí y debe mucho al caso" (Rel. 5, 3). Al recibir esas comunicaciones divinas, el mismo Dios le hace la "merced" de comprenderlas y de poder expresarlas, de palabra y por escrito.
EL DIOS QUE PREVIENE CON SU AMOR PACIENTE Y AMIGO DE DARSE
Desde esa atalaya de su experiencia, contempla su vida entera y, ¿cuál es el Dios que ve Teresa de Jesús actuando en su vida, y qué nos presenta como mensaje? Aparece ante ella un Dios que le ha precedido siempre con amor gratuito. Al terminar la narración de los años de su infancia, en el Capítulo I de su vida, se planta en diálogo con Dios: "Oh Señor mío!... no me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad fuera toda vuestra" (Vida. 1,8). Durante los años de su adolescencia, el período de sus coqueteos de joven quinceañera despierta y agraciada, Dios fue más activo: "... me libró Dios (de las ocasiones y peligros) de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiera"(Vida, 2,6).
Y tras los primeros años fervorosos de joven religiosa en la Encarnación, vienen los años duros, de sus 23 a sus 39 años -de 1540 a 1554- en que se debaten en su vida los dos amores totalitarios, el de Cristo y el del mundo: "Quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo" (Vida, 7,17). Teresa se dolería siempre de lo ingrata que fue al amor de Dios en esos años. Pero le hicieron experimentar el rostro de Dios misericordioso. Un Dios que no parecía estar al acecho de sus pecados:"luego los escondía... Dora sus culpas, y hace que resplandezca una virtud que el mismo Dios pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga" (Vida, 4,10). Un Dios que la sufre, que sabe esperar meses y hasta años y que andaba "mirando y remirando por dónde podía tornarla a sí" (Vida, 2,9). Un Dios que la asediaba con su amor.
Dios-misericordia es más fuerte que Teresa-miseria: "primero me cansé de ofenderle que su Majestad de perdonarme. No se pueden agotar sus misericordias" (Vida, 19,1 7). Dios no sólo le perdona, sino que la regala tras el perdón: "Con regalos grandes castigaba mis delitos" (Vida, 7.18). Teresa ha experimentado a un Dios para quien los pecados no son obstáculo, sino medio de revelar su rostro de misericordia. Por ello, Teresa que quiere ser vocera de esa misericordia, pide a su confesor con pasión que no quite del relato de su vida nada de sus pecados: “Por amor de Dios, le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma" (Vida, 5,11).
Todo el problema, lo ha experimentado Teresa, está en el hombre. Cuando le deja obrar a Dios, la donación de Dios se acelera. Así le ha sucedido a ella inmediatamente a su entrega total, a su tomarle como dueño y Señor absoluto. La comunicación de Dios se acelera: "…comenzó el Señor a hacerme mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció que yo las quisiera recibir" (Vida 23, 2). Y así le experimenta a Dios: deseoso de darse y dar gracias, si tuviese a quien darlas. "Qué no dará quien es amigo de dar y puede dar todo lo que quiere" (Moradas V, 1,5). "Amigo de dar si tuviese a quien" (Fundaciones 2.7; Conceptos, 6,1). Más aún, está como necesitado de que recibamos su amor y gracias para que así pueda obrar en nosotros sus maravillas: "Oh hijas mías, que tan aparejado está este Señor a hacernos merced ahora como entonces (en tiempos antiguos), y aun en parte más necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra, como entonces había" (Mor. V, 4,6).
UN DIOS HUMANADO, CRISTO, QUE SALVA Y LIBERA
En la vida de Teresa de Jesús, experiencia de Dios y experiencia de Cristo van juntas. También, en esta faceta de su vivencia espiritual, hay un período largo en que ella busca con pasión el encuentro con Cristo. Cristo entra en la praxis oracional, que es nervio vital de su engranaje espiritual: "Procuraba lo más que podía, escribe de cuando tenía 24-25 años, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi oración" (Vida, 4,7). Presencia de Cristo amorosamente buscada. Pero lo hace apoyándose demasiado en sus propias fuerzas, y tuvo que pasar por la experiencia dura de que no podía ella merecer ni conseguir ese encuentro. Fueron casi veinte años de lucha entre las exigencias íntimas de Cristo y la superficialidad. Cuando a sus 47 años recuerda ese período anterior a su conversión, ella veía que algo importante fallaba: "Suplicaba al Señor me ayudase: más debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en su Majestad y perderla de todo junto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios" (Vida, 8,12) ..
Cuando adopta esa actitud de no apoyarse en sí misma y de esperarlo del Señor con fe expectante, y cuando asume la actitud de que haga el Señor lo que quiera en su vida, llega el encuentro. Pero un encuentro en el que Cristo lleva la iniciativa y la fuerza salvadora. Más que convertirse ella a Cristo, se siente convertida por El. Ante la imagen de Cristo llagada, "parece le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba" (Vida, 9,1). Es el año 1554, y Teresa tiene 39 años. En 1556, Cristo continúa su obra con una gracia que la libera de las desviaciones de su afectividad desbordante: "En un día de oración y mientras rezaba el Veni Creator Spiritus”; Cristo le imprime su palabra viva en el fondo de su ser, reservando su amor para sí: "en un punto, en aquel momento, el Señor hizo otra a su sierva…aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra…Debía aguardar a que el Señor lo hiciese" (Vida, 24, 5-8)
Teresa tiene una vivencia intensa de ser salvada y liberada por Cristo. Y de que lo hace por amor personal a ella. Y tiene una experiencia cada vez más fuerte de que él es fiel y poderoso en su amistad. Hay momentos en que se encuentra "sola" en su camino espiritual; hasta los confesores tienen miedo a tratar con ella, en su ambiente de prejuicio contra todo lo místico. Pero el Señor no la abandona: "¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero; y cómo poderoso, cuando queréis, podéis y nunca dejáis de querer si os quieren!... no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía" (Vida, 25,17).
Y toda esa liberación de esclavitudes de espíritu es para prepararla para la gran experiencia pascual de Cristo, el encuentro con Cristo Resucitado de junio de 1560. En ese encuentro, Cristo, Hombre Glorioso y Resucitado, se le hace presente con presencia viva. Desconcertante para los mismos medio-letrados, pero cierta para Teresa. Presencia de Cristo Resucitado que le acompañará hasta el final, que curará radicalmente su efectividad, dándole la capacidad del amor purificado y en Dios (Vida, 37, 4), dándole fortaleza en las obras de fundadora que le encomienda (Vida, 26,5), y fijando sus relaciones de vida y de oración en clave de amistad, de trato de amistad con alguien que está vivo dentro de uno mismo. "Comenzóme mucho mayor confianza de este Señor en viéndole como quien tenía conversación continua. Veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas del hombre... Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor"(Vida. 37,5). "Paréceme provechosa esta visión (de Cristo en el centro del alma) para personas de recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy interior de su alma, que es consideración que más se apega, y muy más fructuosa que fuera de sí..." (Vida, 40.6).
UN DIOS QUE ESPERA NUESTRA RESPUESTA DE FE, DONACION Y AMISTAD
Teresa cree que su caso, su historia personal de salvación, es tipo modélico. Ella es testigo de un Dios misericordioso, amigo y esposo, que es el Dios de todos, el mío y el tuyo. Y por eso, al compartir con el lector su historia espiritual, lo hace creyendo que nos puede hacer bien. "Así puedo ser buen testigo (del amor y poder del Dios Humanado); me podéis creer ser verdad todo lo que en este dijere" (Mor. VI, 8,4). Al final de su autobiografía nos revela qué es lo que quisiera que sacáramos de leerla: "Plega a Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced (y al lector) algún provecho" (Vida, 40, 23).
a) Creer en su amor. Y el primer provecho que quiere saquemos es que creamos en el amor de Dios, que tan misericordiosamente ha actuado con ella. "Fíen de la Bondad de Dios, y miren lo que ha hecho conmigo" (Vida, 19,15). Teresa se sentía desanimada a veces comprobando su debilidad. Tenía un remedio para sacar fuerzas: "Mas considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme" (Vida, 9,7). De ahí viene su consejo: "Quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró en darnos tal prenda de que nos tiene: que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruínes, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo" (Vida, 22,14).
El "saberse" amado de Dios, la experiencia de estar favorecido de Dios es básico para vivir en cristiano con esperanza y generosidad. Teresa lo ha dicho de una manera precisa y contundente: "Es imposible -conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer-, tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios" (Vida, 10,6). Ello está unido con esas actitudes de andar "con alegría", con "deseos grandes", con "gran confianza, creyendo de Dios, que si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor", -actitudes que Teresa cree muy importantes desde el principio (Vida, 13, 1-2).
Y "saberse" amado de Dios es básico para poder vivir vida de oración, ya que oración "no es sino tratar de amistad... con quien sabemos nos ama" (Vida, 8,5).
b) Dejar obrar el Señor, por la propia donación. Un segundo mensaje de la experiencia teresiana de un Dios, "amigo de darse, si tuviese a quien", es que hay que "dejar actuar a Dios en nuestra vida". El hombre es definido como receptivo de Dios, pero en tanto se puede recibir su amor, su gracia y su poder, en cuanto se le deja actuar en nuestra vida, en nuestra persona. "Todo el punto está en que se le demos por suyo este palacio de nuestra alma con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia" (Camino 28,12).
En tanto recibimos de Dios en cuanto nos damos a Dios, porque "darse a Dios" -lo ha experimentado Teresa y así lo define- es "dejarle obrar", hacerle dueño y Señor de nuestra vida y persona. Aunque nunca deja de ofrecernos su amistad, no nos la impone. Su donación ofrecida sin reservas queda condicionada a la receptividad nuestra, que es básicamente donarse a El. "Y como El no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo" (Camino, 28, 12). Por eso, la invitación de Teresa a su confesor García de Toledo, a quien entrega su autobiografía y a nosotros, es que nos demos "sin tasa", "a quien tan sin tasa se nos da" (Vida, Epílogo 3).
e) Entrar en la "particular amistad ", la vida de oración.
Como medio de hacer posible y acrecentar esa donación y como manifestación concreta de la misma, Teresa de Jesús subraya la importancia decisiva de que entremos en el camino de "particular amistad" con el Señor. Es el "camino real de la oración". Los que se determinan a seguirlo "comienzan a ser siervos del amor", "que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó" (Vida, 11,1: 8,6).
En su experiencia, la oración, el determinarse a tener amistad con el Señor, y a tener momentos frecuentes de "trato de amistad" a solas con El, fue remedio de todos sus males, y puerta de las "mercedes grandes" que recibió (Vida, 8,8). Por ello, nos invita a todos que no tengamos miedo a entrar por "ese camino real para el cielo. Gánase por él gran tesoro, aunque en esta vida no lo dejemos por nada"(Camino, 21,2; Vida, 8,7; 13,11).
Su experiencia de la bondad, del poder de Cristo que nos invita a su amistad, a que bebamos del agua viva, le da la seguridad para afirmar que quien responda a esa invitación del Señor, beberá del agua viva: "Mirad que convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad no hay que dudar... Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva" (Camino, 19.14).
La Iglesia: autorretrato de Dios
Por Tomás Forrest, C.Ss.R.
He recibido recientemente un recorte de periódico diciendo que "50 carismáticos católicos romanos abandonaron su iglesia para formar una Comunidad de Comunión Cristiana". La portavoz del grupo decía textualmente: "Hemos nacido de nuevo". La persona que me envió el recorte estaba tan afligida al ver esto que me pedía que escribiese una corrección. Lamentablemente, no podía hacerla. La información era exacta. Los hechos habían sucedido; sucedió con un grupo de carismáticos católicos, y sucedió en Irlanda.
Podríamos responder a este tipo de noticias de un modo defensivo, indicando que quizás habrían dejado la iglesia antes de que la Renovación hubiera llegado. O podríamos presentar el argumento de que en todo el mundo la Renovación es la razón por la cual cientos de miles de personas atraídas por el Pentecostalismo están todavía en la Iglesia. Pero estaríamos perdiendo el tiempo. Lo importante es el hecho de que una cosa así ya ha sucedido, que no debería haber sucedido nunca, y que tenemos la responsabilidad de procurar que no vuelva a suceder de nuevo.
Los que se marchan pueden aducir razones aparentemente hermosas y geniales: una oportunidad para usar sus dones y tener un sacerdocio propio, un deseo de escuchar el evangelio proclamado con el sonido de buena noticia, una necesidad de hacer una experiencia de Dios y de la sanación en un modo que la recitación ritualística de los sacramentos sólo promete, un ansia de una experiencia carismática que penetre toda la vida de la Iglesia y que conduzca a un verdadero crecimiento en santidad y comunión. Pero incluso si aceptamos la sinceridad que hay detrás de tales deseos no podemos concluir que éstos justifiquen su abandono. Uno que deja la iglesia aun por tales razones, o incluso por la menos idealista de haber sido ofendido por alguno de la iglesia, no entiende la iglesia. Esta no es algo que se puede empaquetar y dejar -no importa cuantas veces o cuán aparentemente hermosas y verdaderas sean las razones.
LA IGLESIA IDEAL Y LA IGLESIA REAL
La clave para entender esto es la distinción entre la iglesia ideal y la iglesia real. La iglesia ideal, todos nosotros unidos en Cristo, resplandeciendo en su amor y santidad, y relacionándonos unos con otros sin ningún egoísmo, nos espera en el Cielo. Llegaremos allí solamente después de nuestra propia resurrección. Mientras tanto vivimos en la iglesia real, una iglesia que sufre y lucha, y que en cualquier momento determinado no llega nunca a alcanzar el nivel previsto en el ideal. Precisamente por eso Jesús llama "estrecha la puerta y duro el camino que conduce a la vida" (Mt 7, 14). Los que están en la iglesia son todavía pecadores, tocados por la redención, adoptados por el Padre, pero todavía no plenamente curados, plenamente liberados, plenamente hijos obedientes en la familia de Dios. Ellos necesitan madurez y crecimiento, y luchan hacia ella viviendo en la iglesia real, sufriendo sus debilidades y las de los demás.
Este es el modo en el que son puestos a prueba nuestro deseo del Cielo y nuestra determinación por llegar a ser la iglesia ideal. No encontramos esta iglesia intachable yendo a mirar de una iglesia a otra y descubriendo de repente la perfecta, sino más bien haciendo de nuestras vidas un acto de servicio a la iglesia en su lucha penosa y lenta hacia el ideal. El deseo de Dios es ver nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor que sobreviven a esa lucha.
Si solamente tuviéramos que ir a buscar a la vuelta de la esquina la iglesia ideal que está ya allí y que nos espera, ¿por qué sería necesaria una vida de fe? El plan de Dios es que la tierra sea un camino hacia el cielo y no el cielo mismo. El nos dice que el Cielo, la iglesia perfecta, nos espera (Jn 14, 2), pero nosotros debemos lanzarnos hacia delante guiados solamente por la fe.
Lo mismo se puede decir de la esperanza. En Cristo tenemos todo bien, una perfecta victoria y una vida abundante. Pero esto no quiere decir que desde el mismo día de nuestro bautismo todo esto sea visible, tangible, y que sea una cosa experimentada durante las 24 horas del día. Aunque Cristo da siempre 100 veces más de lo que se le da a El, queda todavía sitio para la cruz. No solamente la cruz de la enfermedad y de la muerte, sino la más parecida a la cruz de Cristo de servir y de vivir con hermanos y hermanas pecadores y débiles en una iglesia que no es perfecta. Mientras se lleva esta cruz debemos todos esperar pacientemente, o, con otras palabras, esperar lo que no se ve, la venida de la iglesia perfecta y eterna (Rm 8. 24-25). La esperanza debe dominar sobre el desánimo e incluso sobre el miedo a la muerte (Lc 12, 4), dejándonos con la gozosa expectativa de que todos los dolores y problemas se convertirán en bendiciones (Rm 8, 28) y de que el pecado mismo será lavado totalmente, dejándonos blancos como la nieve (Sal 51, 9; Is 1, 18), dispuestos a gozar unos con otros para siempre.
Y naturalmente la iglesia real es también la prueba de nuestro amor. Si los demás en la iglesia hubieran alcanzado ya la perfección de la iglesia ideal, ¿qué servicio necesitaría de nosotros? Cristo nos dice que no podemos esperar una recompensa por ser buenos con los que ya son buenos y amables (Mt 5, 46). Imitándole a El debemos amar a los pecadores, ayudándoles pacientemente a alcanzar la perfección y de este modo alcanzarla nosotros mismos también.
Todo esto describe la iglesia real e indica la ingenuidad de aquellos que van buscando aquí en la tierra la iglesia que sea ya perfecta para "agregarse a ella", o de aquellos que -Dios perdone la ignorancia- se hacen "fundadores" de su propia nueva iglesia de inmediatos encantos. Estos están cometiendo un triple error: no captar el claro mensaje de la Cruz, no escuchar la oración de Jesús por la unidad, y no entender la apostolicidad como una divina protección de la verdad.
LA ENSEÑANZA IMPRESCINDIBLE DE LA CRUZ
LA CRUZ: El Calvario no fue la única cruz de Cristo: El también vivió aquí en la tierra en la iglesia real. Por esto le escuchamos en diversas ocasiones diciendo a sus propios compañeros: “¿Hasta cuando tendré que soportaros?" El sufrió por parte de ellos negaciones e incluso traición, y sin embargo no respondió con una sorpresa pueril: "¡Dios mío, no son perfectos! Tendré que buscar un poco más lejos para conseguir un grupo nuevo y ya perfectos". No, aquellos eran los amigos y seguidores que el Padre le había dado, y El les enseñó, oró por ellos, los soportó y usó de ellos, con toda su ignorancia, como cimientos e incluso poseedores de las llaves del Reino del Padre, la iglesia. El milagro de Cristo es lo bien que usó de ellos. Seguir buscando instrumentos más perfectos podría haber sido un camino más fácil, pero no era el camino del Padre.
Como un matrimonio, la iglesia tiene sus momentos altos y sus momentos bajos. Cuando está alta brilla con vitalidad y fuerza. Cuando está baja debe gritar al Espíritu Santo pidiéndole renovación. Durante las horas bajas del matrimonio, los débiles buscan el divorcio y comienzan a buscar un compañero nuevo que sea más perfecto. Deberían más bien pedir a Dios la renovación de su amor y una conversión de sus propios pecados que contribuyen a esa situación. El matrimonio no se puede abandonar, y lo mismo sucede con la iglesia, que es descrita por San Pablo como otro tipo de matrimonio (Mt 19, 6; Ef 5. 25).
Recuerdo una visita de un pastor que me dijo que había "fundado" su propia ?iglesia. Yo he pensado siempre que otra "nueva iglesia" era la última cosa que Dios necesitaba, pero con todo pregunté cortésmente: "¿Cuántos tiene ahora usted en su iglesia?" Y el muy sincero y simpático señor respondió: "Éramos 88. Pero después tuve problemas con mi ayudante, y él nos dejó para comenzar su propia iglesia, y se llevó a la mitad de la comunidad con él".
Esta historia, repetida quien sabe cuantas veces, es la página más triste en la historia de la iglesia y la principal debilidad del cristianismo de hoy. Cuando llegó el reto, cuando la cruz se hizo pesada, ello produjo abandono en vez de nuevos esfuerzos, nuevos signos de infidelidad y una nueva humildad saludable. El conocer la historia de la iglesia podría ayudar mucho en este aspecto. Los que ignoran la historia la repiten, y la iglesia es su víctima.
LA UNIDAD VISIBLE DEL CUERPO DE CRISTO
UNIDAD: El Concilio Vaticano II describe la iglesia como el pueblo de Dios, pero podemos entender más claramente el plan de Dios si vemos a la iglesia como un pueblo a semejanza de Dios. En la teología oriental la iglesia es llamada el "Icono de la Santísima Trinidad", una imagen de Dios proyectada y pintada por Dios mismo. Si esta Trinidad es tres que son uno, su icono debe ser muchos que son uno. Un gran número de santos no cumplen los requisitos. Todos los hijos e hijas de Dios santificados deben llegar juntos a una unidad visible y claramente milagrosa. Según las palabras de la propia oración de Cristo debe ser ésta la prueba visible que nosotros damos de la divina misión de Cristo: "Padre, que sean uno en nosotros para que el mundo pueda creer que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Como dice S. Pablo, Dios quiere que nosotros "un cuerpo con un Espíritu... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos que está sobre todos, que actúa a través de todos y que está en todos" (Ef 4, 4-6).
Sólo con este tipo de unidad podemos parecernos a Dios, quien se hizo visible hace dos mil años enviando a Su Hijo para que tomase el cuerpo de un hombre, quien desea seguir siendo visible hoy en la unidad del Cuerpo de Cristo, la iglesia (Col 1, 24). En los primeros días del cristianismo la iglesia tenía este tipo de unidad visible (Hch 2, 44-47; 4, 32-34), y esto indica el error de los que dicen: "Pero yo no estoy abandonando la iglesia en sí... sino solamente la institución y las estructuras." En otras palabras, ellos están "solamente abandonando" la visibilidad, los vínculos de unidad que dan testimonio y que significan la imagen de Dios.
Periódicamente en la historia la iglesia sufre reveses que la alejan del ideal en vez de acercarla a él. En tales momentos -y éste parece ser uno de ellos- necesita claramente una renovación, incluso drástica y dolorosa. Pero esto no pide que se abandone la iglesia, sino más bien que sea servida por cristianos capaces de llevar la cruz sobre sus hombros. Romper la iglesia en pedazos, afligir el Cuerpo de Cristo con una nueva herida de división no es el modo de renovarla. Las nuevas bendiciones encontradas en otra parte pasan con el tiempo, pero las heridas de la división permanecen y se hacen amargas. Esto es probado suficientemente por desgracia por la historia de odios, calumnias, persecuciones sangrientas e incluso guerras entre los promotores de estas divisiones, aunque todos se decían a sí mismos cristianos.
El hombre puede ser egoísta incluso de un modo espiritual. Y es egoísta el alejarse de la iglesia con la idea de encontrar o construir en otra parte un "ambiente espiritual más satisfactorio", precisamente cuando hay una necesidad extrema de heroicos esfuerzos para la renovación de la iglesia. La primera tarea de un hijo de la iglesia que encuentra nuevas bendiciones -no importa donde- es la de llevar esas bendiciones a casa, a la iglesia, y no alejarse egoísticamente con ellas. Cuando leemos que hoy hay 6.000 iglesias "independientes" sólo en África, nos deberíamos preguntar solamente de qué son independientes. Si la respuesta es "Unas de otras", entonces cada una es solamente otra amputación que aflige el Cuerpo de Cristo.
El plan de Dios es nuestra interdependencia, no independencia. Si una mirada a la iglesia real nuestra que interdependencia y unidad no son claramente visibles nos ponemos a trabajar con fe, esperanza y amor, y con la paciencia del mismo Cristo, hasta que sean visibles de nuevo. El alejarse egoísticamente, lo único que hace es causar más daño a la unidad a imagen de Dios, que es el único plan que el Padre ha tenido desde siempre para la familia de los hombres. En esta familia Dios necesita trabajadores, no vagos.
Algunos juegan con estas verdades llamando a sus propias iglesias nuevas "sin denominación". Pero esto quiere decir solamente que ellos han creado una nueva denominación para otra nueva iglesia. Incluso si tratan de evitar la palabra "iglesia" llamándose a sí mismos asociación, comunión, hermandad, comunidad o cualquier otra cosa, no son sino otra herida de división en el Cuerpo de Cristo. Al tener su propio cuerpo de enseñanza independiente, su propia forma de culto, su manera de entender las Escrituras, su estilo de disciplina y de dirección están dando visibilidad a su unidad provinciana. Y son una "nueva iglesia", una "nueva secta", sin que tenga importancia su odio a estas palabras.
LA APOSTOLICIDAD O CONTINUIDAD DE LA UNICA IGLESIA
APOSTOLlCIDAD: Una palabra que deberían odiar aún más es "fundador". La iglesia nació hace 2.000 años, y el Hijo de Dios -cuyo Cuerpo es- es el único fundador. La iglesia comenzó cuando ese Hijo se hizo hombre, murió por nosotros, resucitó de entre los muertos, y desde el trono de Su Padre derramó el Espíritu suyo y de su Padre sobre un pequeño grupo, que desde aquel momento comenzó a vivir en unidad.
Si aquella iglesia, una vez comenzada, cesó alguna vez de existir necesitando un nuevo comienzo, o si durante el más mínimo momento de transición una iglesia muerta pudo ser abandonada, entonces las promesas de Cristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia (Mt 16, 18), y de que él mismo no la abandonaría nunca (Mt 28, 20) son falsas. Podemos hablar de "renovar la iglesia", pero no podemos hablar de "agregarse a" o "comenzar" o ''fundar'' una nueva. Una cosa así como una nueva o segunda iglesia es teológicamente imposible, y cualquiera que diga que ha sido "llamado" a ser el fundador de una, ha estado hablando con el diablo. La renovación, la única respuesta válida a los problemas de la iglesia real se realiza permaneciendo en ella, no abandonándola. La línea continua de aquellos que han permanecido en la iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, viviendo bajo la autoridad espiritual de sus sucesores, es lo que llamamos apostolicidad. Una ruptura significaría que en algún lugar de esta línea el único Cuerpo viviente de Cristo, la Iglesia, habría muerto.
En la constitución sobre la Divina Revelación ("Dei Verbum") del Concilio Vaticano II se leen estas palabras:
"La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas." (D. V. 10)
LA PRESENCIA DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA
Una pregunta que clarifica estas palabras es la siguiente: "Ya que Cristo prometió enviar a la iglesia el Espíritu de la Verdad, que nos guiaría a la verdad completa (Jn 16, 19), y nos recordaría todo lo que él había enseñado (Jn 14, 16), ¿cuándo llegó este Espíritu, y cuánto tiempo permanecerá?". La fácil y única respuesta es que él llegó antes de que existiera un Nuevo Testamento escrito, él estaba allí cuando éste fue escrito, y que él ha permanecido siempre desde entonces.
Esta triple presencia del Espíritu Santo es a lo que se refiere el Concilio como tradición, escritura y autoridad magistral de la iglesia. El Espíritu Santo estaba en la iglesia cuando las enseñanzas de Cristo eran sólo tradición oral. El estaba en la iglesia a lo largo de los años inspirando a los evangelistas que pusieron por escrito esa tradición (de un modo incompleto según Juan 21, 25), y también inspirando a los responsables de la iglesia para recoger estos y otros textos en el único libro que hoy llamamos la Biblia. Y el Espíritu Santo ha estado con la Iglesia desde siempre protegiendo la verdad a través de la interpretación eclesial oficial de la Biblia en la luz total de la tradición. O, usando el verdadero significado de la palabra tradición, Dios nos propone que el Espíritu Santo sea eficaz en el “transmitir" la verdad revelada a través de toda la historia de la Iglesia. El Espíritu está como alma de la Iglesia para mantener la verdad continuamente viva en la iglesia, que es precisamente el modo en el que Cristo, la personificación de la verdad, está eternamente vivo y con nosotros (Jn 14, 6; Mt 28, 20).
Pero engañados y engañosos iluminados vienen en diversos momentos de la historia dando la impresión de que el Espíritu Santo llegó con la verdad solamente en el momento en que El comenzó a hablarles personalmente a ellos. Así se sienten libres para proclamar enseñanzas que la iglesia misma nunca ha oído o creído antes, sin darse cuenta de que una verdad que llega con quince o diecinueve siglos de retraso no es la verdad.
Un entendimiento más profundo o mejores modos de expresar la doctrina son posibles, pero no lo es el acuñar nuevas verdades. Lo que el Concilio Vaticano llama el "designio sapientísimo de Dios" es la triple enseñanza de la tradición, escrita y magisterio: los apóstoles y sus sucesores repiten las palabras de Cristo, los evangelistas las ponen por escrito y la iglesia las proclama e interpreta con autoridad apostólica. ¿De qué otro modo puede asegurarse que el Espíritu de la verdad ha venido para quedarse?
¿Qué le sucede a la verdad en las miríadas de grupos cristianos que no tienen tradición y que proclaman solamente interpretaciones personalizadas? Recientemente me encontré con un "obispo" cuya iglesia no creía ni en la Santísima Trinidad ni en la divinidad de Cristo, y visité a otro que no bautizaba con agua. Esto es lo que sucede cuando alguno supone que el Espíritu llegó solamente ahora o que en algún lugar a lo largo de la línea de tradición se tomó una breve vacación mientras se trasladaba con algún pequeño grupo a una nueva iglesia.
LO QUE ES IMPORTANTE O LO QUE NO ES IMPORTANTE
Falsas modas pueden atacar y hacer daño; pueden aparecer líderes débiles o hasta malos; incluso teólogos brillantes pueden salirse del camino recto; los reveses pueden reducir gradualmente la vitalidad. Todo esto fue profetizado por Jesucristo, pero a su profecía Cristo añadió que la Buena Noticia sería sin embargo predicada por todo el mundo a toda la humanidad y hasta el mismo fin del tiempo (Mt 24, 11-14). Si a pesar de los reveses profetizados está profetizado también que la luz, la verdad y la vida de Cristo será preservada en la iglesia hasta el final, entonces lo que la iglesia debe experimentar es un continuo e históricamente identificable renovarse en el Espíritu, y no una fragmentación que una vez comenzada parece no acabar nunca.
He oído también muchas respuestas a esto: "Pero precisamente muchas de las enseñanzas tradicionales sobre las que se ha disputado mucho no parecen tener tanta importancia, comparada con la nueva vitalidad, comunión y apoyo que hemos encontrado fuera de la iglesia". Estas palabras significan solamente que al abandonar la iglesia el que habla está haciendo una experiencia mejor; esto no prueba que él haya hecho lo mejor e incluso lo correcto. ¿Cómo podría ser correcto el negar la importancia de la verdad misma cuando solamente la verdad revela a Dios y nos muestra su voluntad? Los que llaman "no importante" a la doctrina que se discute han olvidado claramente las palabras de Cristo, quien nos dice que la verdad nos hará libres, y que los que caminan en ella encontrarán la luz (Jn 8, 32; 3: 21). Estos han abandonado la búsqueda de la verdad para conformarse confortable y perezosamente con la "buena experiencia", que como cualquier experiencia resultará poco duradera. Leemos que los primeros cristianos eran "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4, 32), pero éstos renuncian a la mitad de este ideal, la unidad de alma, y hacen un mayor daño a nuestra universal unidad de corazón.
Y desde luego la primera verdad que están declarando "no importante" es el plan que nosotros llamamos el Reino de Dios, la iglesia. Sintiéndose bien con su propio pequeño grupo, olvidan que la voluntad revelada de Dios es tener un pueblo que sea fiel y que esté unido. Contentos con sus buenos sentimientos, abandonan ese pueblo cuando aparecen el sufrimiento y la necesidad y la tarea de permanecer se hace ardua.
Vale la pena dar un rápido vistazo a algunas de las otras enseñanzas tradicionales de la iglesia que son llamadas "no importantes". Si el papel del Papa como sucesor de Pedro, y detentor de las llaves no es importante (Mt 16, 18-19), podemos sentirnos tranquilos borrando el papado de la historia de la iglesia. Sin embargo, al hacer esto podríamos estar borrando fácilmente nuestro propio cristianismo. Si Pedro hubiera sido el único Papa de la historia, ¿cómo podríamos garantizar el papel que el cristianismo tiene en el mundo y en nuestras propias vidas? Por ejemplo, todo el bien que está haciendo el Papa Juan Pablo en el mundo de hoy, simple y bruscamente se habría evaporado. En este vacío de dirección en la iglesia, ¿qué nos habría salvado a través de los largos siglos de llegar a convertirnos no sólo en cientos, sino en cientos de miles de pequeñas sectas, y muchas de ellas agonizando al poco de aparecer, y con ellas la fuerza y el papel histórico del mismo cristianismo en la humanidad? ¿Se parecería esto realmente más al verdadero plan de Dios y produciría un cristianismo más fructuoso? Recuerdo la impresión que tuve en un grupo de pastores verdaderamente ecuménico en Buenos Aires de una fraternal envidia por el centro visible de unidad y fuerza de que los católicos gozan de su padre espiritual, el Papa. Y este sentimiento está creciendo. Durante la visita del Papa Juan Pablo a Gran Bretaña, el "London Times" comentaba la casi aterradora "combinación del poder de la personalidad del hombre y de la majestad de su cargo."
Si María no fue siempre virgen, Jesús era sólo uno de un montón de hijos suyos que un día se marchó de su casa para proclamar que él sólo, a diferencia de los demás hijos de su madre, no tenía otro Padre que Dios mismo. Este nuevo cuadro no es tan claro y convincente como el tradicional católico. Además., si ?María no hubiera sido dada por Jesús como madre para todos los miembros de la iglesia, ella sería la única cosa que él poseyó y que no dio a todos y cada uno de nosotros, y ya no podríamos decir que El nos ha dado todo lo suyo. Lo habría hecho sólo para el apóstol Juan (Jn 19, 27). Por otra parte, si María fue verdaderamente concebida inmaculada mientras que nosotros insistimos, a veces amargamente, en que también ella estuvo manchada de pecado, estamos acusando injustamente a la misma madre de Cristo de un pecado que nunca fue suyo.
Así también, si la Eucaristía es sólo un símbolo, millones de cristianos a lo largo de siglos de historia han incurrido en idolatría arrodillándose delante del pan para adorarlo como su Dios vivo y su Salvador. O si la inmersión de adultos es el único bautismo válido, el único y exclusivo modo de llegar a ser cristianos, incalculables millones de personas, pensando que eran cristianos, han malgastado su vida. Per correctas o incorrectas que sean estas cuestiones y docenas como ellas, no pueden ser llamadas lógicamente "no importantes". Si lo son, la verdad misma es "no importante" y podemos dar culto y obedecer a cualquier tipo de Dios que nos creemos o que queramos imaginarnos con tal de que nos encontremos a gusto unos con otros.
EL VERDADERO ECUMENISMO
Al leer todo esto se podría decir que no es ecuménico. Pero ser ecuménico no quiere decir que yo tengo que quitar del Credo de los Apóstoles las palabras "Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". La pérdida de las convicciones católicas o del coraje de proclamarlas incluso a los católicos no son requisitos para el ecumenismo. Tales requisitos no nos hacen ecuménicos, sino realmente "sin denominación", convencidos de que ni la nuestra ni cualquier otra iglesia es realmente importante, y que sería bueno pertenecer a esta iglesia hoy, y a aquella mañana y a ninguna la semana próxima.
Por el contrario, un verdadero ecumenista cree en el valor primordial de su propia iglesia. Y es precisamente por esto por lo que pertenece a ella y siente como una obligación el estar fielmente en ella. Pero tiene también un profundo respeto y un verdadero amor a aquellos que sienten lo mismo hacia su iglesia, mientras que respetan sus convicciones. Incluso los "sin denominación" no son nunca tan totalmente indiferentes en su denominación como pretenden. Ellos dicen que nuestras convicciones eclesiales no son importantes, pero se enfurecen si no estamos de acuerdo con esta convicción o con cualquier otra enseñanza suya. El único modo de ser verdaderamente "sin denominación" en la realidad actual de una cristiandad dividida es enseñar que toda verdad es relativa. La fe en mi propia iglesia, con fallos y todo, no me hace no-ecuménico, sino solamente un declarado y sincero creyente en que la verdad se encuentra en los dogmas de mi iglesia, aunque nunca con una perfección que elimine totalmente el misterio. Estoy dispuesto a amar a un hermano sincero que piense lo mismo sobre otra iglesia, pero no lo estoy a decirle a un católico que puede alejarse de su iglesia sin un serio pecado y una gran pérdida que el tiempo mostrará con toda claridad.
Por otra parte, el "sin denominación" no es, ni con mucho, tan abierto. El que dice que no tiene ninguna denominación ha recorrido ya la mitad del camino para convertirse en el fundador de una nueva iglesia, una cuyo nombre más apropiado sería "Iglesia del Mínimo Común Denominador". En ella se nos invita a dejar de lado como no importante todo dogma serio sobre el que tengamos una diferencia de opinión, con tal que -eso sí- estemos de acuerdo con cualquier cosa que se le ocurra decir o hacer al nuevo fundador. Yo personalmente preferiría un diálogo acalorado pero fraterno con un verdadero ecumenista que esta más sutil y peligrosa invitación de los "sin denominación". "Ahora no es importante ninguna de estas otras creencias: sólo ven y sígueme". Este es verdaderamente el falso profeta sobre el que Jesús nos dio tan claros avisos (Mt 24: 23-26).
El poner en las manos a los católicos el permiso para abandonar la iglesia no es condición para el ecumenismo. El verdadero ecumenismo es comprender que aunque yo doy prioridad a mi propia iglesia y a sus creencias, reconozco sin embargo en otras iglesias dones auténticos de santidad, oración, alabanza y servicio. Admiro y respeto a los que poseen estos dones, y puedo recibir bendiciones de ellos. Pero el descubrimiento de tales dones no me lleva a abandonar mi iglesia convirtiéndome en otra de sus dolorosas amputaciones. En cambio, llevo las bendiciones a la iglesia, comprendiendo que ellas son una nueva llamada y una sabiduría para ayudarla en su renovación. Ellas me permiten ver mejor en qué lugar el Icono se ha manchado o se ha estropeado, y así me pongo a trabajar a toda costa limpiando, reparando y restaurando, hasta que el Dios Uno y Trino pueda ser otra vez claramente visible en su obra maestra, la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Clara de Asís «Sagrario del Espíritu Santo»
Por Hna. Mª Victoria Triviño, O.S.C.
Junto a Francisco de Asís, en una encrucijada de renovación de la historia de la Iglesia, aparece la figura encantadora y sencilla de Clara de Asís, como un lirio vigoroso y frágil, amoroso y fuerte.
No se puede penetrar en el secreto íntimo de su espiritualidad si no se la contempla bajo la acción del Espíritu del Señor.
INSPIRADA POR EL ESPIRITU SANTO
La apertura al Espíritu Santo es el punto de partida de su camino.
Juan Ventura, el criado del palacio de los Favarone, fue llamado a declarar para el Proceso de Canonización de la que había conocido en la intimidad del hogar paterno desde su infancia y, con sabiduría, hizo la síntesis con la que nos ofrecía la opinión popular y la suya propia: "Se creía que, desde el principio, estaba inspirada por el Espíritu Santo" (P.C. XX, 5).
Un Domingo de Ramos, Clara se engalanó para celebrar la entrada en la Semana Santa. Recibió la palma de manos del Obispo de Asís y escuchó la lectura de la Pasión...
A la media noche del lunes santo, todavía engalanada como una novia, se lanzó al seguimiento del Cristo pobre. A la luz de la luna huyó de la casa paterna. Los compañeros de Francisco de Asís la esperaban junto a la muralla y con devoción la acompañaron hasta la ermita de la Porciúncula. Allí, ante el altar, se despojó... de sus vestidos, de su clase social privilegiada, de su voluntad, de sí misma... tomó una túnica pobre que ciñó con una cuerda y Francisco la consagró a Jesucristo.
Pocos días después, “¡Dios le dio hermanas!" y con la ilusión y el vigor de todas las cosas nuevas, entre olivares, en la ermita que el mismo Francisco había restaurado con sus manos, comenzaron a vivir su consagración en pobreza radical.
EL PLAN DE VIDA
Clara se había puesto bajo la obediencia de Francisco. El tenía 30 años y ella 18. Pero, era necesario trazar un plan de vida para la naciente fraternidad de Hermanas Menores. Y Francisco... con el pensamiento fijo en el Evangelio de la Anunciación, dejó caer las palabras que serían para siempre el núcleo, la "Forma Vivendi” de las Clarisas:
"Ya que por inspiración divina os hicisteis
hijas del altísimo Rey y sumo Padre celestial,
y os desposasteis con el Espíritu Santo
eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio (en el Hijo-Siervo),
quiero y prometo, por mí y por mis fieles,
tener siempre de vosotras diligente cuidado
y especial solicitud, lo mismo que de ellos”
La vivencia de estas palabras densas supone la inmersión en la vida trinitaria. Supone la experiencia de la paternidad divina y fraternidad universal desde la más radical pobreza. Supone el seguimiento de las huellas del Hijo. Supone la apertura al Espíritu que fecunda.
Conciencia de la filiación divina
La vida de Clara no fue fácil. Bajo su alegre serenidad, con su gozosa fortaleza encubrió sus inquietudes, sus dolores, su lucha por vivir y defender su ideal de pobreza.
En el conventillo de San Damián reinaba la Dama Pobreza. ?Vivían al día sin ninguna seguridad terrena. Su caminar era siempre el riesgo en el vacío sin más seguridad que sólo Dios. Y cuando faltaba el pan y el aceite... no era un fallo de la Providencia sino el abrazo amoroso que las hacía partícipes de la suerte de su Señor, aquel que "... no tiene donde reclinar la cabeza, sino que entregó su espíritu en la cruz dejándola caer sobre el pecho" (Clara de Asís l carta. a Inés de Praga, núm. 3).
Quien muere al afán de poseer y dominar se abre a recibir con admiración y respeto. Quien se despoja con esta radicalidad se abre a la "gratuidad" y experimenta profundamente que tiene Padre en el cielo. Más aún, experimenta la fraternidad universal de todas las criaturas. Todo toma nueva luz y color desde la paternidad de Dios.
Esposas del Espíritu Santo
La pobreza de Clara era "cavidad" profunda, tan profunda como su ser. Como María, a1a que Clara y Francisco llamaban con ternura "la Virgen Pobrecilla", su disposición debía ser un FIAT atento, amoroso, humilde al Espíritu que, a la sombra del Padre de Amor, formaba en ella la imagen del Hijo, manifestándole en todo su ser.
Esta imagen de "madre y esposa" de Cristo (Cf. Mt 12, 50) fue vivida por Clara como una copia viviente de la Virgen. Bajo el mismo signo de sus esponsales puso el estímulo amoroso de la imitación de la Madre de Dios robre, humilde, esclava. Y es que Ella es "comienzo e imagen de la Iglesia" -como la canta el Pref. de la Inmaculada- y "como esposa del Espíritu Santo, es también bajo este aspecto para la Iglesia, ejemplo de entrega total a los planes de Dios Padre, de total dedicación a Jesucristo y a su obra, de docilidad al Esposo divino. María es, para el cristiano y para la Iglesia, no sólo el prototipo de su realidad futura, sino también el ejemplo de vida evangélica" (YANES, Elías. Arzobispo de Zaragoza. "María de Nazaret. Virgen y Madre", Zaragoza 1979, pág. 96).
Por la fidelidad exquisita con que Clara vivió y enseñó estas cosas recapituladas en la forma de vida que le dio Francisco, los testigos de su obrar a la hora de formular su recuerdo edificante no hallaron mejor punto de referencia que la Virgen Madre. Y así la cubrieron con el más bello elogio que se ha dicho de mujer alguna: "¡Ninguna como ella después de la Virgen María!" (Cf. P.C. V, 2; VII, 11; XI, 5; XV, 3). Seguramente que estos testimonios hubieran hecho estremecer al mismo Francisco... Ella, "su plantita" más fiel y amada se había perdido en la transparencia de la Forma de Vida inspirada en el Evangelio de la Anunciación.
Viviendo el Evangelio
Francisco y Clara son santos de la Encarnación. Para ellos seguir a Cristo era perderse en su misma experiencia de anonadamiento, "seguir sus huellas" animados de sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia toda criatura: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 7), "se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), "no vino a ser servido sino a servir" (Lc 22, 24-27; Jn 13, 4-15).
El hecho de que el Señor Jesús hiciese consistir su pobreza en ''vaciarse'' (Cf. Flp 2, 6-11), en disponibilidad hasta la forma más humilde y dolorosa, determina la forma de pobreza de quien le imita.
Pobreza-humildad-servicio de amor, son expresiones que matizan y se funden en una manera de ser, espejo de la manera existencial del Hijo-Siervo.
ORAR FUE SU MODO SUPREMO DE AMAR
En el tiempo de Clara de Asís (s. XII) también había tareas sociales que cubrir; ignorantes, pobres, leprosos... Allá acudían Francisco y sus hermanos -los que un Papa de nuestro tiempo ha llamado "tapa-agujeros" de la Iglesia-. Clara y sus hermanas permanecían en la quietud de la vida contemplativa creando con su mismo ser un lugar de PAZ y BIEN en el mundo y para él.
ORAR era su modo supremo de AMAR a Dios ya los hermanos.
Los testimonios del Proceso de Canonización coinciden reiteradamente en estos datos: "Pasaba largas horas en ora?ción", ''Vivía inmersa en la contemplación, en un estado de habitual alabanza", "Permanecía largos ratos tendida en tierra orando en actitud humilde... derramaba abundantes lágrimas... Cuando volvía de la oración su rostro aparecía más claro, animaba y confortaba a las hermanas hablando siempre palabras de Dios”...
Clara se ocupaba incesantemente en las cosas del Señor (Cf. Lc 10, 42) y en torno a sí creaba un hogar de comunión de amor. Sin cesar exhortaba, y así lo recomendó para siempre en su regla, a la "SANTA UNIDAD": "Sean solícitas siempre en guardar unas cosas con otras la unidad del amor recíproco que es vínculo de perfección" (Regla Cl, X).
Ahí, en la "SANTA UNIDAD" estaba el secreto de la fuerza del Espíritu operante en unidad de amor y trascendiendo más allá de la ermita de San Damián.
Los vecinos de Asís, de Perusa, de Espoleta, de toda la Umbría, venían con necesidades de toda clase: un niño que tenía nube en un ojo, un matrimonio separado, un fraile enfermo... Y Clara los acogía con amor, trazaba la señal de la cruz o imponía las manos mientras oraba sobre el enfermo y... los despedía sanos. Llevaba a la oración sus necesidades y a veces, con palabra profética, abría los corazones a la esperanza de una gracia que no tardaba en manifestarse...
Pero, si de puertas afuera era un testimonio precioso y amable de la fuerza del Espíritu, de puertas adentro era... ¡Un derroche!, un verdadero derroche de amor y de ternura dado en humilde sencillez.
Y, por fin, daremos razón del título con que hemos encabezado estas líneas: ''Clara de Asís, Sagrario del Espíritu Santo".
El papa Gregario IX, desde que conoció a Clara siendo obispo de Ostia, la visitaba cuando podía y la apreciaba profundamente. Siendo ya Papa, como no pudiera visitarla con tanta frecuencia, le escribía añorando aquellos encuentros en que se encendían en el amor del Señor. Y es entonces cuando dio a Clara este título: "Sagrario del Espíritu Santo". Y aquel otro: "a la que es Madre de mi salvación", que subraya el carisma de intercesión de Clara al encomendarle con responsabilidad de "madre" los graves cuidados de la Iglesia universal y de su propia salvación.
Porque el Espíritu no destruye la naturaleza sino que la purifica y transfigura, he aquí toda la delicadeza, la fidelidad, la fortaleza y la ternura de aquella mujer deliciosa, Clara de Asís, hecha "Sagrario del Espíritu Santo". He aquí la "humilde plantita" de Francisco de Asís, la más bella flor del jardín franciscano.
Diferencia de la oración cristiana
respecto al yoga y al zen
Por una hermana eremita
El siguiente articulo que publicamos es un capitulo de la obra La lutte de la contemplation. La vie monastique au désert aujourd'hui, escrito por una hermana ermitaña y publicado por Desclée de Brouwer-Bellannin, Paris 1980, 236 págs.
La editorial nos ha concedido amable y desinteresadamente la autorización necesaria, y desde estas líneas les manifestamos ?todo nuestro agradecimiento.
Se trata de un libro que todo el que tenga inquietud espiritual y anhelo de oración lo leerá con avidez y no lo dejará hasta ?haber terminado todas sus páginas.
La autora nos habla de la vida monástica en el "desierto ", entendiendo por "desierto" no un lugar alejado de los hombres sino una vida de soledad y oración consagrada al Señor, algo que el Espíritu Santo está haciendo anhelar a muchos cristianos ?del mundo de hoy.
Partiendo de la misma experiencia de S. Antonio Abad y de los primeros Padres, escribe, ante todo, para los jóvenes sedientos de oración y de absoluto que buscan la forma de responder a la llamada del Señor para dedicarle toda su vida en oración, pero son páginas de un precioso contenido para toda vocación contemplativa.
De acuerdo con una gran experiencia personal de nueve años de "desierto" y del conocimiento que posee de la tradición monástica, nos ofrece los elementos constitutivos de la vida monástica, y, de una forma más especifica, de lo que ha de ser una vida en el “desierto”. La autora piensa en un modelo de comunidades dobles, es decir, formadas por una comunidad de hombres y por una comunidad de mujeres, la una y la otra autónomas y paralelas, de forma que tengan la liturgia en común Y se puedan ayudar en algunos aspectos determinados de la vida monástica, con gran apertura ecuménica para acoger a jóvenes pertenecientes a otras iglesias, además de la Iglesia Católica, y en las que gran parte del tiempo está dedicado a la soledad y al silencio pero de forma que cada uno trabaje con sus propias manos para poder vivir de la comunidad.
Es un proyecto de comunidad y de vida en el que poder realizar la vocación monástica eremítica, la cual hunde sus raíces en la vida de la Iglesia; siempre antigua y siempre nueva, que hoy está recobrando esta rica y primitiva tradición.
Publicamos este capítulo porque consideramos que puede contribuir a dar luz en la gran confusión que sufren muchos cris?tianos ante el yoga y el zen como métodos de oración.
Abordo un capítulo que exige tu atención particular. Es importante que comprendas lo que sigue para poder llevar una vida monástica en el desierto. No hago más que seguir el pensamiento de los Padres del desierto.
Hoy se habla mucho entre los cristianos de yoga, de zen, del método Vitoz (1). Incluso se habla de un yoga cristiano. Del desconocimiento de lo que son estas técnicas de oración, de lo que encubren en sí, y también del desconocimiento de la misma oración cristiana se derivan graves confusiones.
1.- Primera confusión: sobre la palabra "oración"
Una primera confusión se origina en la misma palabra "oración". La experiencia de la oración cristiana y las demás experiencias de oración, exceptuando el judaísmo y el Islam (2), no tienen de común más que el nombre. Sus movimientos, sus fines y sus puntos de partida son opuestos. Para la oración cristiana el punto de partida es el Padre, la Santísima Trinidad. El movimiento es el Espíritu Santo. El fin es el Padre, la Santísima Trinidad. La oración tiene como nombre a Jesús, y como alma al Espíritu Santo. Nuestro modelo es el Hijo hecho hombre. En El la oración es esencialmente inmersión en el corazón del Padre, lazo de amor con El por el Espíritu, compromiso único con la Santísima Trinidad y en ella, e intercesión por los hombres.
En el bautismo hemos entrado en una corriente de vida, fuimos sumergidos en el agua viva trinitaria, confirmados por el Espíritu. El alimento diario de nuestra oración, lo que le da la substancia y la subsistencia, es Cristo, de manera especial su Cuerpo y su Sangre, que nos entrega en la Eucaristía. La vida cristiana consiste en estar cada vez más desposado con Cristo. El medio esencial es la oración. "Nadie conoce al Padre si El no se lo revela...; el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre permanece en mí, y yo estoy en el Padre... y haremos morada en él", dice Jesús.
Oramos en el nombre de Jesús, en el ser mismo de Cristo, y por eso la oración que El nos enseñó es el Padre Nuestro, que no podemos decir si no es bajo la acción del Espíritu. El fin de la oración cristiana es el conocimiento de Dios, permanecer en Dios, habitando El en nosotros, y la imitación de Dios cuando nos dejamos penetrar de su voluntad y participamos en su obra de redención.
Los métodos no cristianos de oración, a pesar de que son diferentes unos de otros, parten del hombre, van hacia el hombre, son un esfuerzo del hombre para llegar a un absoluto que no tiene rostro, que transciende un mundo contingente, pero que no es más que el producto de la inteligencia humana que no tiene la revelación de Dios.
Estos métodos pueden hacer intuir al que esforzadamente se entrega a ellos la existencia de un Dios bueno, de un Dios amor universal. Pueden aportar un silencio y cierta unificación del hombre en su ser limitado. Pero esto queda muy lejos del Dios revelado por Cristo. Y la ruptura con los hombres y con el mundo contingente, que exigen y a la que llegan, nada tiene que ver con la ruptura con el mundo tal como propone Cristo, la cual es ruptura con el mal y no con los hombres ni con la vida.
Puedes comprender que, si para los no-cristianos son el apoyo de un ideal y de una espiritualidad muy válidas, nada pueden aportar a los cristianos y menos aun a los monjes.
Estos métodos de oración son el medio de hacer entrar al hombre corporal y espiritualmente en una filosofía, y en una reflexión filosófica que tiene como base una concepción muy determinada de la humanidad, del mundo y del absoluto. Son una meditación y una sabiduría del hombre. La oración cristiana es algo muy distinto. Aun en el caso de que sólo sea meditación, de hecho no es más que "rumiar" la Palabra de Dios, una escucha y no ciertamente una reflexión.
2.- Segunda confusión: sobre el silencio de Dios
Un segundo punto de confusión es que el silencio de Dios nada tiene que ver con el silencio conseguido por tales métodos. El silencio en la oración cristiana no es más que un medio y un don, el don del silencio de Dios, el don de Dios mismo, el estallido infinito de la Palabra y de nuestras palabras.
Con el silencio adquirido por tales métodos no se llega más que a lo profundo de sí mismo y aun ese silencio es un vacío de todo. Pero no es en absoluto la "nada" de que habla, por ejemplo, San Juan de la Cruz. La "nada" de San Juan de la Cruz es el abandono total del hombre viejo, y para aquel que lo vive esto se le presenta siempre como un vacío total de sí mismo, atraído y muy pronto lleno por la plenitud de Dios. Y si, en esta experiencia de la "nada", el mundo nos da la sensación de que desaparece, sólo es por breves instantes, y después se le encuentra aún más fuerte, más enraizado en sí. Más que nunca, como dice Silouane de Athos, "nuestro hermano es nuestra propia vida"; más que nunca se quema uno por la oración de intercesión por el mundo.
3.- Tercer punto de confusión: falta la humildad del pecador arrepentido
El tercer punto de confusión es muy grave. Los cristianos que de este modo se entregan al yoga o al zen para conseguir el silencio en la oración, que abusivamente confunden con el silencio obtenido por una larga práctica de oración, y que creen que de este modo llegan rápidamente a la contemplación, se engañan a sí mismos. Olvidan que antes de la contemplación, y para llegar a la contemplación total, hay que seguir el humilde camino del pecador arrepentido, que ha sido salvado hasta en sus fibras más insignificantes.
He aquí el único camino: reconocer sus propios pecados. Los Padres del desierto lo repiten continuamente. Sólo reconociéndonos pecadores, y de una forma cada vez más profunda, a medida que vamos avanzando, podemos reconocer y recibir a Dios y su amor infinito. El único camino es el de la humildad. Pretender seguir otro camino, como el de las técnicas de oración de otras religiones, es una gran tentación de orgullo que puede conducir al cristiano a muy graves errores.
Es necesario cambiar la sabiduría del hombre por la sabiduría de Dios, y ésta es locura para los hombres, pues es la sabiduría de la cruz de Cristo. El que el monje recurra a los métodos de oración es una gran tentación que se puede pagar con una separación de Dios. "El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de Dios". Porque el monje se ha comprometido a despojarse de todo lo que es el hombre sin Dios, y he aquí que recuperaría de nuevo los medios del hombre entregado a su sola sabiduría.
Se quiere regatear el don radical de sí mismo, que a veces es desconcertante. Se quiere controlar este don de sí con medidas humanas y a veces erróneas. Y por lo mismo se priva uno de recibir a Dios total y libremente y de sumergirse en su profundidad. Se prefiere una imagen de Dios hecha por el trabajo del espíritu humano, a la relación exigente que viene de Dios mismo. Es la vieja historia del becerro de oro fabricado por Israel, porque Dios parecía demasiado exigente y desconcertante.
Cierto que, aparentemente, el que practica tales métodos parece llegar con mayor rapidez a una cumbre de "descanso", de silencio. Déjale a él con ese bien. Tú has de preferir la Cruz de Cristo plantada hasta en tu oración. Tal vez parezcas retrasado, pero has de preferir el duro desbastarte de ti mismo y la verdad, para llegar más tarde a la verdadera visión cara a cara. Deja la inmovilidad que han conseguido los cristianos que se entregan a tales métodos, para correr, correr siempre una aventura apasionante, maravillosa, hasta la muerte.
4.- Cuarta confusión: olvido de que la oración cristiana no es una técnica, sino una vida.
El cuarto punto de confusión viene de la noción misma de oración como un método o una técnica para conseguir un absoluto. Como métodos de oración, el yoga y el zen son el soporte de una espiritualidad en la que cada gesto, cada palabra son signo de esta espiritualidad, y tratan de hacerla entrar en el hombre explotando de ordinario sus reflejos habituales en el cuerpo y en la psicología humana. Pero la oración cristiana no es una técnica para llegar a Dios o al silencio. Es una vida. Entonces, ¿qué necesidad tiene de técnicas? O ¿es necesario comparar las "escuelas" de oración cristiana, que en el transcurso de los siglos se han ido elaborando, con estos métodos de oración? No, nada tiene que ver lo uno con lo otro.
Si hay efectivamente formas de orar, medios para orar, esto no es otra cosa más que medios.
Para que entiendas bien esto vuelvo de nuevo sobre "la ?oración del corazón" que en realidad engloba todos los modos de orar de los cristianos. No hay que confundir "la oración del corazón" con "la oración de Jesús" tal como se practica en el Oriente cristiano. Este es un método de oración muy elaborado, que se funda en la repetición de la oración "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", acompañada de gestos precisos y estudiados, tales como la señal de la cruz, cambios de postura, ritmo respiratorio, etc. Al confundir esta última oración con la oración del corazón, se la hace remontar abusivamente hasta los Padres del desierto, cuando en realidad los Padres estuvieron muy lejos de dicha elaboración. Fue Nicéforo el solitario, monje del Monte Athos, de la primera mitad del siglo XIII, el que elaboró las bases de la técnica corporales que hoy 1a acompaña.
La oración del corazón, en cambio, se desarrolló tanto en Oriente como en Occidente. Si en el momento actual hay tendencia a olvidar esto, es por una recuperación del atractivo por el Oriente cristiano. Pero ya Nicéforo el Hagiorita, el compilador de la Filocalía, conocía a San Ignacio de Loyola, la tradición carmelitana y tal vez la escuela de oración cordial que había florecido en Francia en el siglo XVII y que estaba muy próxima a los Padres del desierto, sin olvidar todas las tradiciones de la oración del corazón de diferentes órdenes monásticas.
Remontándonos a las fuentes, es decir, a los Padres del desierto, hallamos los elementos fundamentales de "la oración del corazón" y, por consiguiente, de la oración cristiana, elementos que se encuentran en cada escuela de oración ya sea oriental u occidental.
5.- Unir el espíritu al corazón
Para orar hay que unir el espíritu al corazón, es decir, atraer toda la facultad de pensar, imaginativa o intelectual, hacia el corazón para que hagan silencio y se dejen tomar por el amor de Dios. Por esta razón dicen los Padres que hay que practicar la guarda del corazón y del espíritu. Hay que luchar contra los pensamientos, las distracciones. El primer medio es ocupando el espíritu y los sentidos con la repetición de una oración muy corta que corresponde a lo que se está viviendo: "Señor, yo te adoro", o "Señor, ten piedad de mí", o "Señor, yo te alabo", etc. Otra forma consiste en encerrar toda la facultad de pensar en las palabras de una oración muy corta que varía mucho de un Padre a otro. Entonces se va pensando intensamente en cada una de las palabras que se dicen y poco a poco el espíritu se centra en el corazón, en silencio, para adorar.
Para orar hay que orar sin cesar. San Juan Clímaco en La Escala dice, citando libremente a San Pablo: "El da la oración pura al que ora asiduamente, aun en el caso en que su oración se vea adulterada por las oraciones y sea trabajosa" (3). Otro medio es permanecer ante el Señor, con todo lo que pasa por uno mismo, esperándole, amándole sencillamente, mientras brota espontáneamente del corazón el murmullo de su nom?bre bendito.
Son momentos de la oración del corazón, la cual es movili?zación del ser entero ante el Señor, para adorado v recibirlo en nosotros. Permite al Espíritu Santo descender a nuestro corazón para hacer brotar en él unas palabras, que son únicas para cada uno, como resultado de la relación de amor entre Dios y nosotros, o para rodeado de silencio en la contemplación del amor de Dios. Tal es la oración pura, la oración continua, la oración del corazón.
Pero si el Espíritu Santo desciende al corazón, es porque el hombre ha echado fuera el pecado. A medida que el Espíritu Santo viene a él, le obliga a echar fuera el pecado cada vez más profundamente, incluso aquel pecado del que jamás tuvo conciencia, Y hasta la misma raíz del pecado. Es así como el hombre encuentra todo el pecado del mundo presente en sí mismo lo mismo que en cada hombre. Es la experiencia fundamental de la oración cristiana y ésta es la diferencia radical respecto a las espiritualidades extremo-orientales.
La guarda del corazón o del espíritu es una lucha contra el ?pecado, contra las tentaciones que el mal siembra en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Aun cuando en el principiante esta guarda del corazón deba ser incondicional para con todo pensamiento, porque no tiene bastante discernimiento, no es una abstracción de todo el mundo contingente, ni tampoco una ruptura con él por menosprecio. Es una ruptura con el sembrador del pecado. Del mismo modo, si el monje se mantiene incesantemente en la oración ante el Señor con amor, dejando "pasar" las distracciones, podrá echar fuera el pecado humillándose ante el Señor y reconociéndose pecador. Debe ayudarse también leyendo los Evangelios, especialmente la Pasión.
La oración no puede estar desligada de toda la vida. Obliga al monje a desterrar el pecado de su vida, de sus pensamientos, y a imitar a Cristo pasando como El por las humillaciones, las pruebas, y llevando la cruz. No se desentiende de un mundo en el que ya no quisiera tener parte.
El brote de la oración continua en el corazón del monje es un don de Dios. Hay aquí también una diferencia fundamental con el yoga y el zen. El hombre, por más santo que sea, no puede llegar por sí mismo a la oración continua. Este don es un testimonio del imperio de Dios sobre él, de un paso decisivo que se ha realizado en la relación de amor con El hacia la santidad, cuyo único camino es la humildad: conseguir la Humildad de Cristo, la Humildad del Padre y del Espíritu.
El humilde rosario a la Santísima Virgen, como la oración de Jesús, no es más que un medio para ocupar el espíritu y la lengua, incluso interior, en repetir palabras de amor y de intercesión embebidas en los grandes misterios de la fe. Durante ese tiempo el corazón se entrega por entero al amor del Padre, del ?Hijo y del Espíritu Santo.
Es un medio excelente para evitar hacer de la oración algo ?intelectual, incluso un silencio intelectual, y además, las palabras de amor o de intercesión pasadas por el corazón de la Madre de Dios quedan purificadas de todo interés o deseo propio.
La oración no nos pertenece. Por esto no podemos permitirnos preguntar a Cristo por qué nos enseñó a orar diciendo Padre nuestro y no a inspirarnos en tal otra forma de orar de las religiones "paganas". "¿Puede acaso la vasija decir al alfarero: Por qué me has hecho de este modo y no de otro?" Por tanto, en la oración cristiana se trata precisamente de dejarnos ?modelar y vivificar por Dios.
6.- Ante el orgullo humano y la pobreza espiritual de hoy, conoce tu propia vocación
Ha sido una tentación constante de la Iglesia el querer llegar a un compromiso con espiritualidades o filosofías no cristianas. Esto fue lo que dio origen al gnosticismo, a las herejías que derivan del mismo y, en ocasiones, a sectas.
Ya ves por qué necesitas conocer estos problemas. Son cuestiones graves que ofrecen el riesgo de provocar grandes males y rupturas en la Iglesia.
Si se hubiese preguntado a un Padre del desierto, impregnado de oración, si le gustaría hacer yoga para cristianizarlo o para traer su riqueza a la Iglesia, habría respondido: "¡Lejos de mí, Satanás!" Esto no quiere decir que el yoga sea obra de Satán, sino que su introducción en el monaquismo pudiera llegar a ser obra de Satán. Para aquellos que "vean", por sus largos años de oración, tal introducción no puede más que conducir a una herejía.
Pero he aquí que aquellos que no saben más que un balbuceo de oración se atreven a hacer lo que aquellos monjes que hicieron tanta oración jamás se atreverían a hacer para no tentar a Dios. Solamente osan considerarse exentos de posibles confusiones los que nunca han practicado días y días de oración instante.
Esto proviene del orgullo del hombre, de la presunción de hombres y mujeres que pretenden saber sin tener experiencia real y que no escuchan a los que tienen experiencia de oración. "¡Nada de eso, no moriréis! Pero Dios sabe que el día que comáis se os abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 2, 4-5). Siempre asalta al hombre la misma tentación.
A esto hay que añadir la pobreza espiritual, en la que nos encontramos, y nuestra mentalidad de confort. Se quisiera hallar una oración más fácil, más confortable, con más seguridad de éxito. Por esta razón, las comunidades en las que se respira un gran entusiasmo por el yoga o por el zen son frecuentemente comunidades de una pobreza espiritual y de una carencia de vida espiritual alarmantes.
Te comprometes con conocimiento de causa. Es necesario, ante todo, que conozcas la vocación a la que perteneces y la tradición que lleva consigo, que la poseas y que la hayas probado en tu vida. Hay que optar por la solidez, la verdad de la tradición eclesial, que, para ser viva y crecer incesantemente, no necesita mendigar experiencias espirituales fuera del Evangelio.
Con estos métodos de oración correrías el riesgo de perder la agudeza de la experiencia del desierto y de perder, por esto mismo, también la verdad integral de lo que el Señor, la Iglesia y el mundo esperan de ti.
La elección del desierto exige esta radicalidad, esta pureza de experiencia de la oración de Cristo. Con estos métodos la comunidad corre el riesgo de abrir una puerta a la acción del demonio y de hacer perder la exigencia de la vocación a un miembro o a la comunidad. Si quisieras introducir este método de oración en la comunidad, no importa bajo qué pretexto, incluso el de una relajación física, tendrías que escoger: o quedarte en la comunidad y abandonar esta intención o dejar la vida monástica en el desierto.
Piensa que has hecho opción por una vida fundamentalmente pobre en el desierto, por una vida totalmente evangélica que necesariamente se expresa en una gran sobriedad y en la que no hay lugar para este género de experiencia, pues necesitas movilizar tanto tus fuerzas para vivir y llevar lo estrictamente necesario.
Estas experiencias no pueden hacer otra cosa que distraerte de tu exigencia y hacerte querer enseñar orgullosamente al Señor. Evidentemente, es menos glorioso para ti postrarte como un pequeño ante El, tal vez envuelto en distracciones, y confesar tu debilidad, tu pobreza, tu imposibilidad para hacer silencio, que presentarte ante El como un buda, lleno de tu propio silencio, adquirido con tus propios medios.
7.- La exigencia de la verdadera comunidad cristiana
Si hay dificultades en la comunidad, si se dan roces graves en una comunidad reunida por Cristo y en torno a El, ¿se puede pensar en usar métodos que sabemos muy bien que distan mucho de centrarse en Cristo o en Dios y que comportan una gran dosis de subjetivismo por parte del animador?
La comunidad no es un grupo de mujeres reunidas al azar y para sí mismas. Cristo es el responsable de la comunidad y solo El. A El pues hay que someter los roces o las tensiones de la comunidad; y empezar por aquella que le representa en el seno de la comunidad, en oración silenciosa y en diálogo sometido a su Espíritu. A El hay que implorar que nos dé su luz a cada una y a todas.
El diálogo es verdaderamente exigente. Pero, lo hemos visto, es un componente inamovible de la estructura de la comunidad eclesial, yendo siempre a la par con la práctica de la autoridad. Exige precisamente este abandono total de sí mismo en las manos del Señor, pero también el abandono de todos los agravios, de todos los rencores que se tenga hacia una hermana, el abandono de las ideas preconcebidas que tengamos contra aquella otra, la superación de la ofensa por el amor. Es algo muy distinto de una dinámica de grupo en la que podrán salir todas las agresividades acumuladas por unas y otras.
Según esto, las comunidades que se aventuran en las experiencias de "dinámica de grupo" son comunidades en las que, con frecuencia, ya no se da diálogo, ni comunitario ni interpersonal.
Del mismo modo, las comunidades que suelen enviar a sus monjes a un psiquiatra o a un psicoanalista son aquellas en las que la esclerosis ha suprimido toda humanidad, todo amor fraterno y toda vida espiritual, o también aquellas que por prurito de actualidad han eliminado toda substancia de la vida religiosa.
Así, pues, para tomar la iniciativa de enviar una hermana a un psicoanalista hay que haber pensado muy minuciosamente las cosas. La priora y la comunidad comprometen su responsabilidad sobre una vida de la que tendrán que responder ante el Señor.
Se suele olvidar que para poder poner remedio a un problema hay que conocer su origen. Hay momentos en la vida espiritual que provocan perturbaciones psicológicas pasajeras de comportamiento, dificultades relacionales, cierta tristeza, inestabilidad. Si en momentos así se envía a un monje al psicoanalista, es como si se le enviara a un oculista para una afección dental.
En realidad, todos los trastornos psicológicos que puedan acaecer en la vida de un monje son de origen espiritual. El Único "médico" capaz de curarlo es un padre o una madre espiritual y la comunión fraterna experimentada no sólo a nivel relacional y afectivo, sino muy intensamente a nivel de oración. La única forma de mitigar una falta de experiencia espiritual es la oración. Y la oración de dos o tres reunidos en nombre de Cristo es todopoderosa sobre el corazón de Dios.
Por otra parte, se olvida con frecuencia que la oración saca a la luz de nuestra conciencia todo nuestro "inconsciente" y que no siempre es fácil vivir esta prueba de verdad. Solamente aquellos que han hecho la experiencia, los que han experimentado la desbandada de las tendencias al verse privadas de su maestro, que era la propia voluntad, los que han experimentado la radicalidad del pecado en sí mismos hasta la experiencia del infierno (4) pueden saber hasta qué punto se equivocan gravemente los monjes cuando van a buscar en el psicoanálisis el discernimiento y la ayuda.
Y aun más, los que tienen poca experiencia espiritual son los que proceden así, sin humildad, sin cuidado del respeto debido a la persona, sin temor ante la posible confusión entre un desarreglo psíquico debido a una prueba espiritual grave, a veces imposible de explicar por la misma hermana que la sufre, o debido a una acción del demonio, a una ilusión como consecuencia de una falta de la hermana en cuestión. Algunos también proceden así porque se sienten superados. Y en vez de recurrir al Señor en la oración, prefieren cruzarse de brazos y confiarse al hombre.
No hay derecho a jugar con la propia vida, con la propia vocación ni con la de una hermana. Hoy se da una gran ausencia de discernimiento espiritual, pero no será el psicoanalista el que la va a reemplazar. Sólo la oración intensa puede darlo.
Pobreza espiritual y carencia de discernimiento espiritual ocasionan en los religiosos muchos contrasentidos o una gran esclerosis. Las consecuencias las sufren los jóvenes de hoy, por el hecho de que no tienen raíces y no encuentran verdaderos guías, o muy raras veces. Y así se lanzan a experiencias que agotan sus esfuerzos y no les aportan nada y hasta amenazan destruirlos, ya sea porque siguen a adultos que no tienen ningún discernimiento espiritual, pero se dejan imbuir de sus ideas ?o van a la caza de novedades, o ya sea porque se quedan con sus propias ideas, lo cual, si no se tiene un guía espiritual, no puede llevar más que al fracaso.
El único medio de remediar tal pobreza espiritual, tal falta de discernimiento y de guía espiritual, es la oración, la humilde y prolongada oración de los pequeños. Los Padres decían que si un joven había buscado un guía espiritual sin encontrarlo no tenía más que ponerse en manos de Dios y orar intensamente. Dios mismo será su guía.
Lo que hoy más se necesita es humildad, fe y humildad. Porque un monje, por poco experimentado que sea, si recurre con insistencia a Dios en la oración, será iluminado. Pero el hombre prefiere acudir al hombre y a su limitada ciencia. Prefiere remediarse a sí mismo antes que humillarse ante Dios. Cree más en lo que ha conocido por su propia industria que en lo que podría saber recurriendo humildemente a Dios.
Frente a la introducción en la vida monástica de métodos de oración no cristianos procedentes de Oriente, o frente al recurso al psicoanálisis o la psicología, se puede hacer la misma pregunta: ¿Quiere el hombre remplazar a Dios o prescindir de El? Entonces rechaza el reconocimiento de su ser pecador, o al menos, quiere reconocerse pecador con tal que esto no le impida hacer lo que quiere.
¡Qué actualidad tienen los Padres del desierto en lo que se refiere a su insistencia sobre el reconocimiento del pecado, la humildad y la oración de arrepentimiento, que siempre deben preceder a la verdadera Adoración! Si no fuera así, ¿para qué habría venido Cristo a la tierra? ¿Por qué habría sufrido por nosotros? Solamente los que buscan conseguir la Humildad de Cristo, la Humildad del Padre y del Espíritu, pueden llegar a ser columnas de luz para el mundo.
NOTAS:
(1) El método Vitoz debe considerarse aparte. Se trata de un método que tiene un fin médico y psicoterapéutico. Sin embargo, se le presenta al público junto con los libros de oración, y si un monje pasa por dificultades espirituales, llegan a proponerle como solución el método Vitoz. Es una grave confusión de problemas espirituales con problemas psicológicos, o con problemas de relajación, y todo por falta de discernimiento.
(2) Nuestras raíces espirituales son comunes. Nuestras raíces cristianas son judías, y por esto tenemos una espiritualidad muy próxima, a pesar de que Cristo dio radicalmente una dimensión muy distinta a la oración que existía entonces, especialmente los salmos. En cuanto al Islam, es posible que su espiritualidad fuera influenciada por la espiritualidad cristiana, sobre todo a través de los Padres del desierto. Pero la dimensión cristológica de la oración cristiana cambia todo radicalmente.
(3) S. JUAN CLIMACO.- La Escala Santa. L'Echelle Sainte en Spiritualité orientale, núm. 24, Editions de Bellefontaine, Begrolles-en-Mau- ges (49.720), p. 293.
(4) No quiero insistir más. Las páginas 79 hasta 104 de Buisson ardent de la priere. D.D.B., París 1976, hablan de esto.