VARIOS TEMAS I

«MIRAD ATENTAMENTE COMO VIVIS»(Ef.5,15)

La vida en el Espíritu, cuando es auténtica, se ha de enfrentar con las acometidas del mal, en lucha constante contra las tentaciones, decaimientos, cansancio, tribulación, persecución. etc.

Todo esto, al mismo tiempo que pone de manifiesto la presencia y acción del pecado dentro y fuera de nosotros mismos, nos hace sentir la necesidad de salvación día tras día, y de recurrir incesantemente a la oración para revestirnos "de las armas de Dios" y fortalecernos "en el Señor y en la fuerza de su poder" (Ef 6, 11).

La Palabra de Dios nos enseña profusamente lo mucho que hay que pasar y sufrir para llegar a la maduración de la fe, del amor y de la esperanza. De forma equivalente a lo que ocurrió en el Señor, que tuvo que "sufrir mucho y ser reprobado" (Me 8, 31), su discípulo ha de seguir siempre los mismos pasos.

La autenticidad de la Renovación de cualquier grupo o comunidad se comprobará por el grado de madurez cristiana a que llegan sus miembros a través de las dificultades y momentos de prueba. En cada grupo ha de haber siempre un núcleo de los que son más fieles y asiduos, con los que siempre se puede contar y que son los que definen la solidez y capacidad del grupo para acoger a todos los que no vienen más que a recibir y ser curados de sus enfermedades: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispone para mí" (Lc 22, 28-29).

¿Qué pruebas ha superado este hermano o esta hermana? ¿Qué capacidad de sacrificio y sufrimiento hemos apreciado? Es la pregunta que deberíamos hacernos a la hora de discernir a las personas, sobre todo si han de ser dirigentes, por ser el ministerio de mayor exigencia, que para nadie es un puesto de honor.

No es posible vivir de rentas en la R.C., ni seguir vegetando en una vida anodina y de conformismo. Si a esto se llega, se vive en franco retroceso y en infidelidad al Espíritu.

Estamos llamados a crecer, madurar y dar fruto abundante. Es la ley de la Vida que hemos recibido y ello exige renovarnos constantemente dentro de la misma Renovación. Renovarse para no caer en la rutina y el formalismo. Renovarse en la profundidad del amor, de la unidad, del compromiso y de la entrega. El Espíritu es siempre creativo y nunca nos puede dejar dormir.

Renovarse no quiere decir andar siempre con innovaciones cayendo en la inestabilidad. Cada grupo ha de tener muy claro hacia dónde camina, qué pretende, cuál es su esencia y forma de funcionar, pero sobre todo cuál es el plan del Señor, mirar atentamente cómo vive, es decir, qué pide el Señor cada año, cada día, en cada momento.






LÍDERES Y COMUNIDADES

Por Kevin Ranaghan

Kevin Renaghan es miembro del Consejo Mundial para la Renovación Carismática católica y es líder de la comunidad South Bend, Indiana, USA. El presente artículo es la conferencia que pronunció en el Congreso de Líderes, celebrado en Roma, en mayo de 1981.

INTRODUCCIÓN

El tema que me toca desarrollar, "Líderes y Comunidades", es difícil, porque la palabra líder tiene un sentido muy amplio y se aplica a distintos ministerios. Es difícil también porque la palabra comunidad tiene una significación muy extensa y se puede aplicar a grupos de diversa magnitud y finalidad: una familia, una barriada, una orden religiosa o una de sus casas, una parroquia o una comunidad de base, una ciudad, un grupo de oración carismática que se reúne una vez a la semana, una eucaristía carismática que se celebra una vez al mes, una comunidad carismática de alianza.

Las dificultades respecto a la palabra líder y la palabra comunidad se complican por el hecho de que tanto la Iglesia Católica que es universal, como la Renovación Carismática Católica (RCC) extendida por todo el mundo, y así mismo nosotros, aquí reunidos en este salón, somos de distintos países, multiculturales, con importantes diferencias de lengua, estilo de vida, temperamento y pensamiento. Estas diferencias forman parte de lo que somos y con nosotros han sido bautizadas en la muerte y resurrección de Cristo y redimidas por su sangre. Si somos uno, somos también diferentes, y las diferencias afectan a la forma como oímos y respondemos al Evangelio y a la forma como vivimos nuestro cristianismo.

Estas diferencias, que son por supuesto muy explicables, conducen a legítimas diferencias en el liderazgo y en los elementos de la vida comunitaria. Soy muy consciente de que enfoco este tema como norteamericano y desde la perspectiva de mi experiencia cristiana dentro de mi propia cultura. Por un lado, no temo ser diferente de los demás, y me complace que los demás sean diferentes de mí. Por otro lado, el objetivo que me propongo en esta conferencia es, dejando a un lado lo que es diferente, abordar los elementos más esenciales del liderazgo y de la comunidad que se puedan aplicar a los católicos de todo el mundo.

1.- LA RENOVACION CARISMÁTICA Y LA COMUNIDAD

Permitidme primero enfrentarme con las dificultades que presenta la palabra comunidad. ¿Qué es lo que distingue a un grupo que es comunidad de los grupos que no lo son? Dejadme exponer mi propia experiencia. Durante varios años tomé parte en diversos grupos, en el movimiento litúrgico, en los Estudiantes Jóvenes Cristianos, en los Cursillos de Cristiandad, y más tarde en la Renovación Carismática. Dorothy, mi esposa, y yo formamos parte del primer grupo que recibió el bautismo en el Espíritu Santo -o que fue renovado en el Espíritu Santo, si así preferís- en la Universidad de Notre Dame en 1967. Nos vimos entonces profundamente implicados en la Renovación con reuniones semanales de oración, seminarios de la vida en el Espíritu, retiros, conferencias, teniendo que escribir, hablar y trabajar con otros carismáticos católicos. En todos estos movimientos, y sobre todo en la RCC, he estado muy atareado. Hice muchos proyectos y asistí a muchos acontecimientos. Pero la realidad era que yo me encontraba solo. Después trabajé con mi esposa, pero también nos hallábamos solos.

Teníamos amigos y colaboradores, orábamos, estudiábamos y evangelizábamos mucho, y teníamos también nuestros momentos de expansión y muy buenas amistades. Pero estábamos solos. Nos reuníamos con los demás para el trabajo, pero no estábamos unidos a ellos para la vida. Deseábamos y sentíamos anhelo de ser una familia. Las familias naturales están muy dispersas en nuestra sociedad por todo el país y la familia nuclear del marido, esposa e hijos es totalmente independiente y se encuentra aislada.

Durante los cuatro primeros años de la RCC experimentamos un gran poder y grandes maravillas, pero también una falta de consistencia en nuestro trabajo, marchando a la vez en distintas direcciones, una confusión, personal y del grupo, por carencia de fuerza y efectividad en el ministerio, además de encontrarme en realidad desconectado de los demás porque había tantas entradas y salidas y persistía la incertidumbre de quiénes eran realmente los demás.

Al cabo de cuatro años queríamos decididamente estar más unidos, y a este estar más unidos lo llamamos comunidad. Dialogamos sobre ello interminantemente, deseábamos ser uno en mente y corazón, y tener un apoyo mutuo permanente, viviendo y actuando como un cuerpo.

Nada sucedió durante un largo tiempo. Después ocurrió algo. Dos hermanos dieron un paso hacia adelante, pienso que guiados por el Señor, y dijeron: "Dios nos ha llamado y nos ha dotado para formar una comunidad, para hacer lo que muchos sentimos que Dios nos llama a hacer de verdad. Juntos vayamos hacia adelante". Ellos guiaron y los demás siguieron: y en cosa de tres o cuatro meses habíamos pasado de ser individuos desconectados a ser un cuerpo unido, una gran familia de veintinueve adultos y muchos niños. Fuimos movidos por la gracia a hacer este compromiso: ser hermanos y hermanas unos para con los otros durante las veinticuatro horas del día, pertenecer siempre unos a otros, cuidar siempre los unos de los otros y de los niños de los demás como cuidábamos de nosotros mismos y de la propia familia; nuestro tiempo, talentos, recursos y dinero pertenecerían al grupo, oraríamos juntos; para nuestras relaciones personales básicas contaríamos unos con los otros, buscaríamos juntos al Señor y juntos le seguiríamos en nuestra vida común y también en nuestro ministerio.

Hace ya casi diez años que hicimos esta alianza, en la celebración de la eucaristía, en el momento después del evangelio. Aún puedo recordar muy claramente cómo, al mirar entonces por la habitación en que nos encontrábamos, sentí que yo pertenecía a aquella familia, una familia más comprometida y más dotada de dones espirituales que todo a lo que había pertenecido antes. Veía no sólo a mi esposa Dorothy, sino a Paúl y a Jeanne, a Clem y a Julie, y a todos los demás, y sentía que éramos totalmente hermanos y hermanas en el amor autosacrificador de Jesús. Habíamos pasado de ser un grupo de individuos separados a ser una comunidad.

Quiero recalcar el punto decisivo en esta historia. Durante largo tiempo fuimos incapaces de formar comunidad, pero después Dios suscitó dos líderes que respondieron a la llamada, caminaron en fe y guiaron. Pienso que los líderes y el liderazgo son algo esencial para el nacimiento de cualquier comunidad cristiana. Esta es una de las primeras lecciones que deben aprender los católicos que busquen una comunidad más plena: sin líderes no hay comunidad. Esta no surge así de cualquier modo por el Espíritu. Dios da liderazgo a personas concretas, y cuando ellos guían y los demás siguen, entonces surge la comunidad.

Desde el momento de aquella experiencia han florecido muchas comunidades partiendo de esta efusión de gracia que es la RCC. No todas son como la mía exactamente, pues el Señor ha llevado a diferentes grupos a formar comunidad de distinto modo. De estas comunidades hay algunas que son considerablemente distintas de la RCC. No todos los que están en la RCC forman comunidad. En realidad sólo una parte numéricamente pequeña de los católicos que están en la RCC forman comunidad.

Por otra parte parece que las comunidades son más fuertes, están más unidas, y tienen más éxito que otros grupos de renovación, y con frecuencia lo son. En muchos países la mayor parte de los Servicios de la RCC han salido de comunidades, y las comunidades son como el lugar donde uno verdaderamente se encuentra "en el centro de la acción".

Al mismo tiempo las comunidades tienen sus fallos, y los miembros que las forman sus pecados. Se ha acusado a las comunidades de elitismo, de pensar y actuar como si fueran mejores que los demás carismáticos, y se las ha presentado como cerradas al resto de la Iglesia, prósperas y satisfechas de sí, como si se bastaran a sí mismas, sin proyectarse hacia afuera. A veces estas acusaciones son verdaderas, y allí donde lo sean los responsables deben arrepentirse y cambiar. Con frecuencia las acusaciones no tienen fundamento, y son fruto de la confusión y frustración, incluso de la envidia y de la maledicencia, y en algunos casos pienso que derivan de verdadera malicia.

Es importante advertir que algunos de los mejores elementos que se dan en la vida de comunidad aparecen también en grupos cristianos que no son comunidades o que no se tienen por tales, y que incluso no tienen conexión alguna con la RCC. Ni las comunidades ni la Renovación tienen el monopolio del amor fraternal, del cuidado y protección mutuos, del buscar juntos al Señor o del liderazgo inspirado por Dios. Son éstos elementos del cristianismo normal y se les debe desear y acoger allí donde quiera que aparezcan.

He de indicar que tanto la RCC como las comunidades que de ella han surgido son muy jóvenes. Quince años es un tiempo muy corto en toda la historia de la Iglesia. No debe sorprendemos el que experimentemos dolores de crecimiento y tensiones entre la Renovación y la Iglesia, o entre comunidades y la Renovación en su conjunto.

Pero las actuales tensiones vienen a suceder en unos tiempos críticos. Mientras que el Santo Padre nos enseña el verdadero espíritu, sentido y forma de cumplir el Vaticano II, hay fuerzas en la Iglesia que luchan por rechazar la obra del Espíritu en el Concilio y para hacernos retroceder a las viejas estrategias del pasado. Al mismo tiempo están aquellos, a los que considero más peligrosos, que manipulan el sentido del Concilio para llegar a un compromiso sin fe con el secularismo. Mientras tanto, las fuerzas diabólicas del materialismo y humanismo secular asedian a la Iglesia, atacándola por todos los costados y tratando de ahogar la proclamación del Evangelio en el mundo y de apagar el fuego del Espíritu en el alma cristiana.

Es así como se ven afectadas nuestras tensiones entre las comunidades y la RCC., bombardeadas nuestras mentes y sobreexcitada nuestra emotividad al tratar nosotros de seguir aquello que el Espíritu nos manda hacer. En el fragor de esta gran batalla espiritual que arrecia a nuestro alrededor, nuestras propias tensiones y frustraciones nos hacen más vulnerables.

Como líderes de la RCC debemos hacer frente al ataque y solucionar nuestras tensiones. Hemos de respetar toda obra auténtica del Espíritu Santo en la Iglesia. De manera especial, aquellos que se encuentran en comunidades deben reconocer y valorar la obra del Espíritu en la RCC: en los individuos y en las familias, en los grupos de oración, grandes o pequeños. Las gracias de conversión a Jesús y de renovación en el Espíritu Santo, de fe y de oración, de rectitud y de santidad; los dones de curación, predicación, profecía y la atención a los pobres que allí florecen: son cosas que hay que mimar, alentar, fomentar y ayudar.

Los que sólo están en la Renovación general deben estimar las cosas adicionales que Dios está haciendo en las comunidades y a través de ellas: la profundidad de amor fraternal, la unidad de mente y corazón, la fuerza que deriva del compartir totalmente la vida, los talentos naturales, los dones espirituales y los recursos materiales; el poder que da la unidad para ejercer el ministerio de manera efectiva en la misión a nivel local, nacional y por todo el mundo.

En suma, necesitamos dejar a Dios ser Dios, acoger y respetar las diferentes obras del Señor y el desarrollo de su gracia y de su plan en el momento oportuno. Debemos alegrarnos de ser lo que somos, de estar donde estamos, haciendo lo que debemos hacer, con tal que estemos en la llamada y voluntad de Dios. Como líderes de la RCC y de sus comunidades, tenemos la responsabilidad de inculcar a todos nuestros hermanos este respeto mutuo en el Señor.

II.- ELEMENTOS ESPECIFICOS DE LA VIDA COMUNITARIA

Quisiera poner de relieve, en el breve tiempo de que dispongo, algunos elementos específicos de la vida comunitaria que se deben hallar en toda comunidad. Creo que esto también es útil para los que no se encuentren en comunidades, porque son elementos que también se pueden aplicar a otras situaciones, por ejemplo a las familias y a los grupos de oración. Debo fijarme en dos imágenes del Nuevo Testamento que considero de gran utilidad, pues clarifican la realidad de la comunidad cristiana y ofrecen modelos y pasos a seguir en el desarrollo de las comunidades en el contexto de la RCC.

Estos elementos son: koinonía. Es decir, comunión, tal como se encuentra en el Libro de los Hechos, capítulo 2. Y en otros lugares, y soma tou Christou, es decir, el cuerpo de Cristo, tal como lo vemos en 1 Co 12 y en otros pasajes.

1.0 - Koinonía (comunión)

En Hechos 2, 42 leemos:
"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común: vendían sus posesiones y sus bienes, y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2, 42-47). Se puede comparar este pasaje con Hch 4, 32-37.

La palabra koinonía puede significar varias cosas en el Nuevo Testamento, que no son más que distintas facetas de una misma realidad que es la piedra angular para la vida de comunidad. La palabra básicamente significa comunión, y muchas veces se traduce por comunidad. San Pablo usa la palabra koinonía para referirse a la comunión del cristiano con Dios en Cristo y a la unión espiritual de los cristianos o comunión de unos con otros. Para Pablo koinonía no es solamente una realidad espiritual, porque también significa la colecta de dinero que han hecho los cristianos de diferentes iglesias para ayudar a la iglesia de Jerusalén (Rm 15, 26). Así debían haberlo entendido los primeros cristianos, familiarizados con las cartas de Pablo, al oír el uso específico de la palabra en el Libro de los Hechos.

El uso de otra palabra con la que se relaciona, koina, y que en Hch 2, 44 y 4,32 se refiere a la posesión de propiedad o dinero en común, da cuenta de la naturaleza concreta de su koinonía. Pero la koinonía que aquí se presenta no es solamente económica, sino que describe la comunidad en el culto. Se refiere a las comidas compartidas de forma regular, al compañerismo de mesa que llevaban consigo la enseñanza de los apóstoles, la eucaristía y la oración en común.

Pienso que Hch 2,42 describe un servicio de culto o una liturgia. Y esto porque la frase acudían asiduamente significa que participaban en un servicio ordinario de culto. Este culto primitivo constaba de la enseñanza de los apóstoles, de la comida en común (koinonía), de la fracción del pan (tecnicismo cristiano que significaba la eucaristía) y de las oraciones.

El resto de los pasajes nos ofrece más luz sobre aquella vida de comunidad. Oraban no sólo en el culto y en la comida común, sino que diariamente acudían juntos al templo. Al ir al templo tenían gran oportunidad para la predicación y los milagros de los apóstoles. Es importante advertir que en aquel entonces el templo no sólo era el lugar del sacrificio de la antigua ley, sino también la sinagoga central de Jerusalén: el lugar de la oración de la mañana y de la tarde, de la que eran devotos todos los judíos piadosos. Como en otros lugares, la comunidad primitiva siguió participando en la oración de la mañana y de la tarde que se tenía en la sinagoga. Estos momentos de oración permanecieron como parte de la vida cristiana después de la separación del judaísmo, y se convirtieron en las horas principales del Oficio Divino: la oración de la mañana (laudes) y la oración de la tarde (vísperas).

Finalmente, la comunidad era evangelizadora y misionera con la predicación de los apóstoles y el testimonio que daban de Jesús por el ministerio carismático de los milagros, al mismo tiempo que gozaba de la simpatía de todos, y cada día se añadían más a ella.

¿Qué implicaciones tiene para nosotros, líderes de las nuevas comunidades carismáticas, esta descripción de la vida de la comunidad cristiana primitiva? Yo sugiero las siguientes:

1) La koinonía que nosotros formamos no es algo separado de la vida cristiana normal, sino una intensificación específica de la misma. No es un club aparte o un conjunto de actividades. Es, para sus miembros, la forma de compartir su unión espiritual con otros cristianos. La comunión entre los miembros de la comunidad debe concordar con esta conciencia y realización del supremo misterio espiritual.

2) Esta koinonía, si es espiritual, es también práctica y concreta. Supone compartir juntos la comida en la presencia del Señor, compartir nuestros recursos materiales, considerar lo que tenemos como puesto a disposición de la comunidad, y cuidar de las necesidades de cada miembro.

3) Debe estar estrechamente integrada y conectada con la liturgia de la Iglesia. Ante todo, con la Eucaristía, y en segundo lugar, con la liturgia de las horas. En cuanto sea posible estos grandes dones de Dios deben estar presentes en el centro de la vida de culto de la comunidad y de sus miembros.

4) Esta koinonía debe estar informada por la enseñanza de los apóstoles. Esto, desde luego, significa la Escritura, pero también la enseñanza apostólica que nos llega por la tradición sagrada, por la auténtica interpretación que nos ofrece el magisterio de la Iglesia. De manera especial, en estos tiempos de renovación, nuestras comunidades deben atenerse a la enseñanza del Santo Padre para hallar la auténtica interpretación del Vaticano II (pues en nombre del Vaticano II se han dicho, se han propuesto y se han realizado tantas cosas, .. ), y hemos de considerar la doctrina del Santo Padre para encontrar la auténtica "palabra actual" del Espíritu Santo. En particular, siento que el Señor quiere que prestemos atención a lo siguiente: a la enseñanza social de los papas, a la Humanae vitae, así como a la doctrina vigente sobre la sexualidad, el control de nacimientos y el aborto; a la Catechesi tradendae, para la difícil acción de una educación religiosa ortodoxa; a la Redemptor hominis, para el desarrollo de una antropología cristiana adecuada y de una humanidad plenamente cristiana, y para el compromiso dialogal con la sociedad moderna.

5) La koinonía que formamos debe ser evangelizadora, no creciendo para sí misma y satisfecha de sí, impactando por el testimonio de Jesús y el testimonio de su propia vida de comunidad, lo cual ganará el favor de todos e impulsará a la humanidad a ser salvada día tras día.

6) Por último, la koinonía que formamos debe ser carismática, y el apostolado de nuestra comunidad debe ir marcado con señales y maravillas, milagros, curaciones, liberación de la esclavitud, lo cual respaldará la predicación de la palabra.

Estas recomendaciones ofrecen una agenda muy exigente para los líderes de las comunidades carismáticas. Reclaman gran sabiduría, solicitud y esfuerzo en el desarrollo de comunidades católicas. Y todavía son más exigentes para los líderes católicos que se encuentran en comunidades carismáticas ecuménicas. Como sabéis, muchas de las grandes y famosas comunidades de alianza carismáticas son ecuménicas, Por esto, para cumplir estas recomendaciones es muy importante el desarrollo de fraternidades católicas dentro de las comunidades ecuménicas. En estos últimos años pasados en comunidades ecuménicas se han formado muchas de estas fraternidades con la aprobación episcopal, y están respondiendo satisfactoriamente a estas necesidades.

2,0 - El cuerpo de Cristo

Veamos ahora la segunda frase e imagen del Nuevo Testamento: soma tou Christou (el cuerpo de Cristo). El tiempo disponible exige que se trate este punto muy brevemente. La frase aparece en 1 Cor 12, 27: "vosotros sois el cuerpo de Cristo". Frases parecidas se encuentran en Rm 12, 5: "nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo", y en Efesios, 4, 12: "para edificación del cuerpo de Cristo”.

Todos estos pasajes resultan familiares para los líderes de la RCC, porque son fuente de la enseñanza sobre la realidad de los dones espirituales, sobre la importancia de que aquellos que tienen dones se relacionen entre sí y dependan unos de otros como miembros de un solo cuerpo bajo una sola cabeza que es Cristo. Esto es verdadero, de manera especial en 1 Co 12, donde se subraya la acción del Espíritu Santo como origen de todos y cada unos de los dones espirituales, y al mismo tiempo se habla de cierto orden entre los dones y ministerios, de forma que se asegure la unidad necesaria para conseguir un solo cuerpo bajo Cristo como cabeza.

En muchas comunidades relacionadas con la RCC, estos pasajes fueron la clave para hacer que sus miembros comprendieran la naturaleza de la unidad a la que han sido llamados: a convertirse de verdad en cuerpo de Cristo, o si preferís y me permitís la expresión, en el Jesús total, en una comunidad carismática que aparezca como un cuerpo, porque en este todo, hecho de muchas partes, en el único cuerpo hecho de muchos miembros, que funciona como una sola mente y un solo corazón, y en el que cada uno desempeña su propia responsabilidad en recta y ordenada relación con los demás, es donde se encuentra esta plenitud del Señor.

He de hacer aquí una o dos advertencias sobre la palabra soma (cuerpo). Soma es toda la persona de Jesús en acto de ofrecerse al Padre por la salvación de la humanidad, Soma es Jesús en toda su actividad redentora presente en la Ultima Cena, ofreciéndose en la cruz, aceptado en la Resurrección, sentado a la derecha del Padre y continuando en el mundo por la venida del Espíritu de Pentecostés.

Excepto en el capítulo sexto del Evangelio de Juan, donde aparece la palabra sarx (carne), los evangelios usan regularmente la palabra soma (cuerpo) para describir la nueva identidad del pan en la Ultima Cena (Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22, 19). Jesús dice que este pan es su cuerpo, su soma, Él mismo en sacrificio. Pablo usa la palabra soma, no precisamente en I Co 12 para referirse a la comunidad de personas dotadas de dones, sino inmediatamente antes, al describir la eucaristía, en 1 Co 11,24, y el discernimiento que la Iglesia debe hacer, en 1 Co 11,29.

Para los corintios, lo mismo que para las otras iglesias del Nuevo Testamento que escuchaban a Pablo y los Evangelios, la noción de cuerpo de Cristo estaba penetrada de la realidad y significado de la Eucaristía. No sólo eran iglesias alimentadas con el cuerpo sacrificial del Señor, sino que ellas mismas tenían que ser su cuerpo inmolado, la presencia continuadora de su actividad redentora. La dimensión eucarística de la palabra cuerpo les decía lo que tenían que ser, y a nosotros, líderes de comunidades, nos dice hoy lo que tienen que ser nuestras comunidades.

Sí, tienen que estar hechas de muchos miembros. Sí, los miembros han de estar unidos, organizados bajo aquellos que tienen dones y el servicio de dirigir. Sí, los miembros deben evitar la carismanía y un excesivo individualismo. Sí, han de trabajar juntos con una sola mente que deriva de la única cabeza que es Jesús. Sí, tienen que estar animadas por el único Espíritu. ¿Para qué? Para ser el cuerpo de Cristo.

¿Qué clase de cuerpo es? ¿Es una comunidad auto suficiente, cerrada, estática, satisfecha de sí misma en el Señor? De ninguna manera. Aquellos que se concentran en la integridad del servicio mutuo en el cuerpo o en el poder de la gracia redentora del cuerpo ofrecen a veces esta impresión equivocada. Se superará el problema si entendemos que la comunidad, como cuerpo de Cristo, es cuerpo eucarístico.

Esto quiere decir dos cosas: 1) que es un cuerpo, que celebra la plenitud de la eucaristía, y sus miembros se alimentan de la eucaristía, y 2) que es un cuerpo en el que Cristo sigue ofreciéndose al Padre por la redención del mundo. Es una comunidad que está siempre en ascensión hacia el Padre y en acercamiento a la sociedad contemporánea. Si una comunidad no permanece constantemente consumiéndose y vaciándose en el sacrificio de alabanza que Cristo ofrece al Padre y en el sacrificio en el que Cristo da la vida por el mundo, entonces no es el cuerpo de Cristo. Yo sugiero que los líderes de las comunidades carismáticas tomen muy en serio la frase cuerpo de Cristo cuando dirigen culto y cuando han de orientar la misión de sus comunidades hacia los perdidos y los pecadores, a los oprimidos y a los pobres, a lo nocivo y al daño que hay en torno a ellas.

TIPOS FUNCIONES Y CARACTER DE LOS LÍDERES DE COMUNIDAD

Entendiendo bien la relación de nuestras comunidades dentro de la RCC y para con la misma, y la exigencia que entraña la koinonía (la comunión) y el soma tou Christou (el cuerpo de Cristo), ¿qué es lo que espera el Señor de los líderes de comunidades y qué han de esforzarse ellos por llegar a ser?

Ya dije antes que sin líderes no puede haber comunidad. Estos líderes deben formar parte de la comunidad, siendo miembros del cuerpo y participando en la comunión. Deben tener el mismo compromiso de vida para con la comunidad que cualquier otro miembro. No deben ser de fuera, ni en el sentido de estar "sobre" la comunidad, ni en el sentido de un "experto" o "asesor" externo. Tienen que estar dentro, totalmente dentro, plenamente comprometidos con todos los hermanos y hermanas. En muchas cosas deben considerarse a sí mismos como miembros ordinarios de la comunidad.

Además de vivir en pleno amor y comunión con todos los miembros de la comunidad, los líderes necesitan ser entre sí mismos hermanos y hermanas que se aman y cuidan de manera especial unos de otros. Esta relación cerrada de amor mutuo y comunión entre los líderes es esencial para su propio crecimiento y protección, y de gran importancia como ejemplo que dar a todos los miembros de la comunidad. Los líderes deben guiar amándose unos a otros con el amor sacrifical de Cristo e implicando a toda la comunidad en este amor.

¿Cómo han de guiar? Deben guiar sirviendo. No sirviendo, en el sentido superficial de la palabra, como se sirve en un comité, sino sirviendo en el más profundo sentido, a imitación de Jesús el siervo sufriente de Dios. El nos sirvió en todo y, ya de camino hacia su muerte, lavó los pies de sus líderes para darles ejemplo, y dijo, a ellos y a nosotros, que no guiáramos siendo señores sobre los demás, sino como servidores.

Hay muchas y distintas formas de ser líder, así como diferentes funciones y oficios de liderazgo dentro de las comunidades. Varían de comunidad a comunidad, según su magnitud, su vida íntima y la misión que desempeñan. Quién tiene que dirigir, es decir, servir, y de qué modo es algo que dependerá de ciertos factores: de la santidad, piedad y carácter cristianos, de los talentos y capacidades humanas, de la educación, de la llamada de Dios y de la concesión de dones espirituales, del discernimiento de la comunidad.

En mi comunidad, por ejemplo, hay ancianos que dirigen y se cuidan de la vida de comunidad en general, hay asistentes y otras hermanas que atienden a las necesidades específicas de nuestras mujeres, hay padres y madres de familia, hay líderes de grandes comunidades domésticas y líderes de agrupaciones de comunidades domésticas, y están los que guían en el pastoreo y los que guían como profetas, maestros y evangelizadores. Están aquellos que sirven administrando los asuntos de nuestra vida interna y los que sirven administrando nuestra acción misional, los que nos guían en el culto y en la música, los que se encargan del ministerio para con nuestros niños y nuestra escuela, y los que llevan nuestro servicio para toda la RCC.

Pero todo el que guíe en nuestra comunidad, o en cualquier otra comunidad, debe estar insertado dentro de la misma y totalmente comprometido en su vida común. Todos deben estar llenos del Espíritu Santo para llegar a ser servidores. Aun cuando el liderazgo en cualquiera de sus formas es de una gran responsabilidad y comporta una pesada obligación, ningún líder es más importante que cualquier otro miembro de la comunidad.

Estos dos principios, que los líderes deben estar dentro y no fuera de la comunidad, y que deben ser servidores y no señores, son esenciales para las comunidades que surjan de la RCC, si tales comunidades han de sobrevivir a su nacimiento, madurar como koinonía, y servir al plan de Dios como el cuerpo sacrificial de Cristo en el mundo.






LA DIMENSIÓN VERTICAL DE LOS LÍDERES

Por Albert M. de Monleon, O. P.

Albert M. de Monleon es padre dominico francés, y está plenamente implicado en la Renovación Carismática de Francia, sobre todo por su ministerio de enseñanza y de animación espiritual. El artículo que publicamos a continuación es la conferencia que pronunció en el Congreso de Líderes de Roma.

Como se me ha pedido hablar sobre la dimensión vertical en la vida de un responsable de la Renovación, es decir, de nuestra relación con Dios, relación personal absolutamente indispensable, sin la cual nosotros no podemos nada, no podemos ni siquiera vivir, quisiera ante todo darles tres razones muy simples, pero fundamentales, por las que es indispensable y absolutamente necesario el vivir en comunión constante con nuestro Dios.

1.- RAZONES PARA VIVIR EN COMUNION CONSTANTE CON DIOS

1ª. Sin el Señor no podemos nada

La primera de estas razones es sencilla y la conocemos todos, porque no cesamos de experimentarla, pero es bueno volver a decirla, y es que sin el Señor nosotros no podemos hacer nada: si no estamos íntimamente unidos con el Señor Jesús sobre todo, no podemos llevar nada a nadie sin El.

Y es esta la palabra que el Señor nos dirige en un momento tan importante de su vida, en la Cena con sus discípulos, y que tenemos en el capítulo XV de S. Juan: "Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,4-5).

No hay modo de evitar esta palabra.
Continuamente tenemos que volver y reconocer este hecho, y venir otra vez a Cristo y apoyarnos en El.

Anoche nos decía el P. Tom Forrest con mucha claridad que la gente ama los frutos de la Renovación, pero que no ama la Renovación en sí. Yo creo haber encontrado un símbolo en este pasaje de la vid. La vid es una imagen del Pueblo de Dios, la Iglesia entre las naciones. La vid tiene una particularidad: es que, si no da fruto, no sirve para nada. Otros árboles pueden dar sombra, buen aroma, incluso madera para la construcción. Pero la vid, si no da fruto, no sirve para nada. Nos gusta el fruto de la vid, pero no nos gusta su tronco, ni formar parte de la savia porque esto es doloroso y es la aceptación de nuestra limitación y debilidad.

Como nos decía ayer mismo el P. Forrest, poco a poco vamos descubriendo nuestra debilidad, y esto es aceptar la vid para que dé fruto y aceptar también que el poder viene de Dios.

2ª. Somos hijos de Dios

La segunda razón para estar siempre e incesantemente unidos a Dios es también muy sencilla, pero muy importante. No se trata solamente de que tengamos que producir fruto, sino que lo que nosotros somos como hijos de Dios exige de nosotros esta relación con nuestro Padre.

Tenemos que convertimos cada vez más en aquello que somos, es decir, hacernos pequeños, niños, amados del Padre, y, como consecuencia, vivir esta relación constante con El.

Si no estamos en comunión con Dios, si no permanecemos en El, no somos entonces lo que realmente somos. Somos hijos de Dios por los sacramentos de la fe y por el Bautismo.

3ª.- Por la gratuidad del amor

Hay una tercera razón para estar en comunión con Dios, que creo es muy importante y de la que no podemos escapar. Esta razón es la gratuidad del amor de Dios.

No solamente debemos tratar de ser aquello que somos. No sólo debemos procurar, y esta es nuestra tentación, producir fruto y ser eficaces. Esto no es suficiente. Debemos vivir nuestra relación con Dios exclusivamente por amor, para estar con El gratuitamente, sin ninguna otra razón. Vivir con El: ésta es la razón máxima.

Creo que ésta es una exigencia muy importante en nuestras vidas siempre tan atareadas, en el mundo que nos rodea con tanta eficacia y tecnocracia. Debemos procurar este silencio, introducirnos en el amor de Dios. Poco a poco tenemos que procurar retirarnos a un lugar de silencio, como en un Sabat, y estar delante de El en el silencio y la adoración.


Para ilustrar y recordar las razones por las que debemos estar unidos con nuestro Dios hemos de buscar otra vez y volver al ejemplo de los santos. En toda la historia del Pueblo de Dios, desde Abel hasta el santo que en estos momentos nos rodea, todos, absolutamente todos, han estado constante y profundamente unidos a Dios, pero de modo especial aquellos que fueron llamados a ser pastores de su pueblo. Por ejemplo, Moisés con su experiencia inicial, que nunca olvidó, del encuentro con Dios en la zarza. Habló y conversó incesantemente con Dios, como un amigo habla con su amigo, para poder enseñar, guiar, consolar y reprender a su pueblo. El rey David, también pastor de su pueblo, tenía los ojos constantemente fijos en el Señor y la única vez que apartó su mirada del Señor fue cuando pecó.

Todos los grandes santos que han renovado su tiempo, Benito, Francisco, Domingo, Ignacio, Vicente de Paúl, estuvieron en constante relación, en comunión, en oración con Dios. Y en torno a nosotros conocemos hombres y mujeres, ocultos o célebres, cuya eficacia de acción estuvo ligada a su profunda unión con el Señor.

Debemos reafirmar y redescubrir en el amor esta gratuidad y necesidad absoluta de nuestra vida con Dios.

II.- RASGOS CARACTERÍSTlCOS DE NUESTRA VIDA CON DIOS

Quisiera ahora dar algunos rasgos característicos de lo que es nuestra vida con el Señor, después de haber recordado las tres razones fundamentales, que podrían desarrollarse más ampliamente, y en las que se habrá reconocido el carácter trinitario de Dios.

Para ilustrar este camino y mostrarles este gusto y amor por la vida con el Señor voy a tomar un pasaje del libro del Éxodo. Lo leeré y después lo comentaré:

"Entonces dijo Moisés: 'Déjame ver, por favor, tu gloria'. El le contestó: 'Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé, pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia a quien tengo misericordia'. Y añadió: 'Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo’. Luego dijo Yahvé: ‘Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver" (Ex 33, 18-23).

Este encuentro, este diálogo de Dios con Moisés nos da los rasgos fundamentales de toda la vida espiritual, de todo caminar con Dios.

Lo primero que tenemos es esta petición de Moisés: "Déjame ver, por favor, tu gloria”.

Solo podremos encontrar al Señor si queremos verdaderamente encontrarlo. Si no lo deseamos suficientemente debemos pedir la gracia de deseado, que deseemos verlo y conocerlo, ver su gloria.

Y el Señor responde, pero como siempre responde de una manera no directa, sino simbólica. Esto significa que el Señor va siempre mucho más allá de lo que nosotros le pedimos.

Moisés pide ver la gloria que es el esplendor, la irradiación de la majestad y de la bondad de Dios, y Dios le dice: no solamente verás mi gloria sino que te haré gustar toda mi bondad, mi mismo ser, cuyo nombre te revelaré.

Y esto lo hace solamente por gracia, pues "hago gracia a quien hago gracia ", y para hacerla da a conocer el nombre de Yahvé. El nombre de Dios en hebreo significa invocar, y equivale a llamar, deletrear y aún orar. El Señor pronuncia, deletrea, como una madre que enseña al hijo su nombre, el misterio de su ser. Lo pronuncia a la vez con fuerza y con vigor, con esa voz del Señor que como nos dice en otro lugar del Éxodo se va ampliando.

Cuando se toca un instrumento de viento, como puede ser una flauta o una trompeta, cuanto más tiempo se está tocando, tanto más se fatiga uno y se acaba el aliento. Con el Señor ocurre todo lo contrario. Cuanto más nos manifiesta su nombre y nos habla, lo hace con mayor amplitud y poder, y al mismo tiempo con una gran dulzura y ternura. El nos grita su nombre, y lo deletrea para enseñarnos a balbucearlo y a conocerlo.

Esta proclamación es una oración. Es la misma palabra que encontramos en los salmos: "¿Qué daré yo al Señor por todo lo que me ha dado? Levantaré la copa de Salvación e invocaré el nombre del Señor” (Sal 16,12-13).

El Señor se comunica con nosotros enseñándonos a orar. Cuando El nos enseña su nombre nos da la oración.

Hay otro elemento en este pasaje que es tan bello para nuestro encuentro con el Señor y que lo hallamos a lo largo de toda la Escritura. Es una palabra muy sencilla: El Señor pasa. El Señor tiene algo que es absolutamente inaccesible. El siempre pasa, y con frecuencia, después de su paso, reconocemos que fue El quien pasó. A un mismo tiempo se da la dimensión del todo trascendente de nuestro Dios, del que no podemos hacernos una idea ni formarnos una imagen, pues ni se le puede asir, ni creer que ya llegamos, pues siempre está más y más allá, y al mismo tiempo se da también como una prueba, porque si lo deseamos, si anhelamos conocerlo aún más, hay que dejarse llevar tras El. Como dice el Cantar de los Cantares, "Llévame en pos de ti: ¡corramos!" (Ct 1,4).

Debemos aceptar esa ráfaga de aire que es el paso del Señor. En el Evangelio se dice varias veces que "Jesús pasó”. Es algo que manifiesta su divinidad y no solo su humanidad. El Señor pasa... debemos estar muy atentos para reconocerlo y recibirlo. Es una pascua del Señor, un paso del Señor.

Quisiera subrayar otro aspecto de este encuentro con el Señor: tiene lugar en la roca. Los Padres de la Iglesia, y de manera especial S. Gregario de Nisa, identifican esa roca con Cristo, según la palabra de Pablo: "la Roca era Cristo" (I Co 10,4).

No podemos conocer ni gustar la dulzura de nuestro Dios si no estamos fundamentados, apoyados y construidos, en esa Roca que es Cristo. No se trata sólo de la Roca sino de la grieta de esa Roca. Esa cavidad de la Roca es como el corazón abierto de Jesús. En el corazón abierto de Cristo, que es el signo de su pasión, de sus sufrimientos y de su amor inacabable, es donde podemos conocer, gustar, ver pasar a Dios.

El encuentro con Dios tiene siempre un carácter pascual: es a la vez prueba, purificación, fuego, y en cierta manera, tinieblas. Es lo que todos hemos experimentado en un momento o en otro de nuestra vida, y lo experimentaremos aún.

Por nuestra parte no podemos soportarlo y vivirlo más que apoyados y enraizados en Cristo sufriente, cuya Pascua es nuestra vida, y en quien la luz y la gloria del Señor se manifiesta.

Debemos tener nostalgia del encuentro con Dios que evoca este pasaje y en el que vemos cómo no podemos aún ver su faz, sino aprenderla tan sólo por indicios, por signos, en ese lenguaje secreto que sólo El nos comunica. Tener un gran deseo de conocer a Dios, y comprobar hasta qué punto este encuentro con el Señor, tal como está en la Escritura, es a la vez fuerte y poderoso, fugitivo e inasible, con aspectos de luz y de noche, y que tiene una dimensión pascual: es verdaderamente un diálogo.

Nuestro querido Papa Juan Pablo II decía a los jóvenes de París a propósito del misterio de Cristo que en El se desarrolla continuamente un diálogo: la conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. El es la palabra del diálogo incesante que se desarrolla en el Espíritu Santo, porque el Señor dice su nombre, el nombre del Hijo único y muy amado, el nombre de Jesús, en nuestros corazones.

A partir de este aspecto del diálogo podemos ir algo más lejos en este texto, valiéndonos de cierta ambigüedad que hay en él, y que no siempre aparece en las traducciones. El texto comienza con estas palabras: El dijo. El pasaje no nos manifiesta de quién se trata. Las traducciones dicen por lo general: Moisés dijo, y, desde luego, éste es el sentido más directo, pero en el texto sólo leemos: El dijo. Para nuestra aproximación al misterio se puede comprender que ese El dijo se refiere a la persona que acaba de hablar (verso 31), ya que no se repite su nombre, y sólo se lee "él”. La persona que acaba de hablar es Dios. Por tanto, se puede entender que Dios dijo a Moisés: Hazme ver tu gloria.

Nuestra relación con el Señor es una relación de reciprocidad. No sólo debemos ver al Señor. El Señor también desea ver nuestra gloria, porque la gloria es el alma del hombre, según un sentido bíblico, es el corazón del hombre, como dice el Salmo 57: "¡Gloria mía, despierta! ¡Despertad, arpa y cítara! ¡A la aurora he de despertar!" (Sal 57, 9). La gloria del hombre es el reflejo en él de la presencia de Dios, y el Señor desea ver nuestra gloria, y entrar en relación de reciprocidad con nosotros.

Habremos franqueado un umbral muy importante de esta vida espiritual cuando descubramos esta reciprocidad del amor que el Señor quiere tener con nosotros, tal como nos permite la audacia de interpretar este texto. No es sólo Moisés el que pide ver la gloria de Dios; es Dios quien dice a Moisés: "hazme el favor de que yo pueda ver tu gloria, ábreme tu corazón, dame tu corazón”. Dios tiene hambre y sed de nosotros. El Padre busca adoradores en Espíritu y en verdad, y nosotros debemos adentrarnos cada vez en el descubrimiento de la reciprocidad del diálogo con nuestro Dios.

El Señor que pasa dice: "haré pasar sobre ti mi bondad, y pronunciaré sobre ti mi nombre”. Es como el viento del Señor, aquel soplo que pasaba sobre Adán en el momento de la creación (Gn 2, 7), el soplo de su amor y de su misericordia. El Señor pasa siempre entre nosotros para posibilitar el que entremos en relación de reciprocidad, de diálogo con El.

III.- AYUDAS PARA PROGRESAR EN ESTA UNION CON EL SEÑOR

En la tercera y última parte quiero presentar algunos puntos que nos ayuden a progresar en esta vida de unión con el Señor. Digo progresar porque ya sé que todos habéis entrado, pero es necesario continuar y seguir más lejos.

Los puntos que voy a presentar son muy conocidos, sólo los recordaré. En alguno me extenderé más.

1) El primer punto ya evocado es desear la faz del Señor, buscar sin cesar su faz, la unión con El, y, como consecuencia, disponemos para ello, porque no se le puede recibir sino como don de su gracia, y hay que aceptado con acción de gracias.

En los cuentos de Martin Buber se narra la historia de un niño que jugaba al escondite con sus compañeros y que regresó a casa llorando. Su papá le preguntó la causa y el pequeño contó que jugando al escondite cada uno se escondía por turno y los otros le buscaban y le encontraban, y que cuando le tocó el turno a él, él se escondió y nadie le quiso buscar. El padre dijo a su hijo: "mira, con Dios pasa más o menos lo mismo. El se oculta para dejarse encontrar, pero los hombres no le buscan".

Nosotros debemos tener deseo, hambre de buscar a Dios.

2) Además hay que comprometerse de modo absoluto, con determinación, humildad, abnegación, perseverancia en la vida de oración. Esta palabra, "resueltamente", la tomo de Santa Teresa de Ávila. Es una palabra en la que ella insiste. Resolverse a perseverar, a mantenerse en la oración, en la comunión con el Señor, puede costarnos renuncia, desapego. No encontramos a Dios sino a través de un camino de purificación, de renuncia, de desapego.

3) Otro modo de progresar es ser fieles a los sacramentos de la fe, especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia. Son vías privilegiadas para crecer en el encuentro con Dios: dejamos tocar, iluminar, curar, fortificar, embriagar por El. Todo esto fundamentado y enraizado en la gracia del bautismo.

4) Hay otro punto que frecuentemente olvidamos y sobre el que quiero extenderme un poco. Debemos nutrir nuestra oración, nuestra fe, nuestra vida con el Señor, en la reflexión, en la meditación, en la contemplación del misterio de la fe. Amar, recibir, descubrir a Dios como El es. También los santos, Santa Teresa o Santa Catalina de Siena, nos enseñan esto: tener la mirada, los ojos de la fe vueltos hacia el Señor.

Si queremos vivir con El debemos saber quién es El. Jesús lo enseñó ampliamente a las muchedumbres. No digo que haya que estudiar teología, aunque es muy conveniente; lo que quiero decir es que es necesario entrar en meditación para progresar, en esa meditación y contemplación del misterio de la fe. Con frecuencia somos tentados de considerar la vida espiritual ante todo bajo el aspecto de conducta moral, de vida en orden. Hay que vivirla así, pero esta vida moral, esta vida santa a la que se nos llama se funda en la fe, en el meditar las cosas de la fe.

Cuando en el capítulo 17 del Génesis le dice el Señor a Abraham: "Yo soy el Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto" (Gn 17, J), no le dice: "ante todo sé perfecto para poder andar en mi presencia, bajo mi mirada”. Antes que nada le revela su nombre y le pide estar y marchar en su presencia para llegar a ser perfecto. Pero nosotros tenemos tendencia a querer ser perfectos antes de caminar ante el Señor, y por esto corremos el peligro de esperar mucho tiempo y así no llegaremos porque la orden fue a la inversa. Estar con el Señor nos purifica, nos hace perfectos.

Hace pocos días hemos celebrado la festividad de San Atanasio, el gran doctor del misterio de Cristo, y en la oración de la misa decíamos: "Señor, concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos y te amemos cada vez más plenamente".

Nuestro meditar el misterio de la fe es para amar más, y cuanto más amemos más desearemos conocer quién es Dios.

Vamos a tomar un último ejemplo de San Pablo que da consejos prácticos sobre la vida doméstica corriente, sobre la conducta cristiana. En la epístola a los Efesios, del capítulo 4 al 6, nos ofrece unos consejos muy prácticos, que se basan ante todo en el hecho de que Dios manifestó el eterno designio, el misterio del Padre: si los maridos deben amar a sus esposas, si los hijos deben ser obedientes a sus padres, es porque el Señor manifestó su amor y envió a su Cristo. Si partimos de la revelación, del desarrollo del misterio, no nos aparta de la santificación de la vida cotidiana, sino que por lo contrarío nos compromete en ella.

5) Otro aspecto por el que debemos progresar en la vida con el Señor, y que es absolutamente indispensable, al menos según la tradición católica y que el Señor nos pide como católicos, es la presencia y la vida con María, la Madre de Dios. Sin ese conocimiento, sin esa aceptación de María, como la Madre que nos fue dada en la cruz, no puede lograrse cierto crecimiento o al menos cierta facilidad en la vida espiritual. Hay una profundidad que no se alcanza si no aceptamos, como San Juan, a María en nuestra casa con nosotros para tener una intimidad cada vez mayor con Cristo su Hijo.

6) Finalmente quiero recordar tres últimos puntos que nos ayudarán a progresar en la vida con el Señor:

a) Llevar una vida ordenada. Esto está claro y el Señor nos ha enseñado mucho al respeto.

b) Recurrir a lo que en la Edad Media se llamaba el sacramento del hermano. Un hermano que se apoya en su hermano es como una ciudad fortificada. Debemos ser ayudados por nuestros hermanos y hermanas. Es absolutamente indispensable para crecer en la vida espiritual, en la vida con el Señor.

c) Debemos también ejercitar los carismas. La experiencia lo demuestra. Los carismas son para bien, crecimiento y, edificación del cuerpo. Nosotros somos miembros de este cuerpo y crecemos con el ejercicio y buen uso de los carismas.


Todos estos puntos nos pueden parecer difíciles y muy numerosos. Es lo que ocurre cuando a uno se le enseña a conducir. Si se le enumera todo lo que tiene que hacer, sentirá pánico el aprendiz, pero al cabo de poco tiempo lo dominará todo con armonía y sencillez.

Todo esto nos hace crecer en la vida con el Señor.

CONCLUSION

Para concluir tenemos una palabra que resume esta dimensión de nuestra relación con el Señor. No hay palabra ni llamada más urgente, más indispensable que la de llegar a ser santos. No podemos llevar en el mundo una vida mediocre. El Señor quiere que lleguemos a ser santos, no de un modo general y vago, sino santos canonizables. Es un deseo que debemos tener y esto nos hará crecer.

Sabemos que nuestra santidad no es nuestra. Cristo es nuestra santidad. En la llamada gloriosa que recibimos de su cruz es como llegamos a ser santos. Creo que no hay otra posibilidad ni otra urgencia que la de llegar a ser santos, sin recortes, sin reducciones. El mundo necesita santos.





PRECISIONES SOBRE LA ORACIÓN DE LIBERACIÓN Y EL EXORCISMO

Por el Cardenal L J. Suenens

No se puede negar que en ciertos lugares y en grupos carismáticos de varias tradiciones, incluida la católica, ha crecido de un modo inquietante el número de exorcismos. Estos pueden ser llamados o no con este nombre y pueden tomar diversas formas, pero tienen siempre en común el hecho de enfrentarse directamente con los espíritus malignos.

Es bueno, por consiguiente, examinar de cerca las críticas que se han hecho, porque éstas invitan a todos, seamos o no "carismáticos", a reflexionar sobre lo que nosotros, cristianos de hoy, creemos sobre el diablo y sobre las potencias del mal. De hecho, antes de condenar los excesos, es importante reafirmar que hoy, no menos que ayer, la existencia del Maligno y de sus obras no puede ser puesta en duda por un creyente, y el silencio que demasiado a menudo prevalece sobre este punto debilita nuestra fe cristiana y la contradice. Porque ¿cómo podemos entender el cristianismo sin la cruz? ¿Y cómo podemos comprender la cruz sin el "misterio de iniquidad" del que habla San Pablo y que es un aspecto integrante de nuestra redención?

Es importante comprender que estamos entrando en un campo particularmente misterioso: el campo demoníaco es por propia naturaleza oscuro, inaccesible a la luz, elude nuestras categorías humanas, nuestra lógica racional, nuestra preocupación de clasificarlo todo, y deberemos, por lo tanto, acercarnos con extrema reserva, prudencia y humildad.

Un cierto número de incidentes inquietantes nos han hecho conscientes de los graves riesgos y peligros inherentes al uso de la energía nuclear; a otro nivel, lo mismo vale para la fuente de la energía espiritual que deriva del Maligno y que devasta la obra de Dios. Es éste un campo en el que deberían entrar sólo aquellos que han tomado las preocupaciones necesarias, lo que para nosotros católicos significa: aquellos que tienen el poder sacramental y el mandato para hacerlo (especialmente cuando se trata de un exorcismo "solemne", que está reservado al obispo o a un delegado suyo). Esta norma no debería ser olvidada ni siquiera en el caso del exorcismo "menor" (es decir, no oficialmente reservado); hay toda clase de razones para no aventurarse en este campo sin permanecer al mismo tiempo estrictamente fieles a las normas de las autoridades eclesiásticas.

Reconozco que actualmente hay una falta de instrucciones pastorales sobre este punto y que es urgente una actualización general del exorcismo reservado y no reservado. El vacío presente favorece, en ciertos grupos carismáticos, la difusión incontrolada y la proliferación de exorcismos que pueden ocurrir con toda facilidad porque se presentan disfrazados bajo títulos menos dramáticos como "el ministerio de la liberación".

Es urgente (y sería un signo saludable si lo hiciésemos) romper la "conspiración del silencio" que demasiado a menudo se realiza en el trabajo teológico de las universidades y de los seminarios, como si los teólogos se avergonzasen de afirmar la presencia y la obra del Maligno, que viene descrito como un mito generado por el subconsciente. Este silencio explica en parte el crecimiento del número de exorcismos realizados por profanos con buenas intenciones que se aventuran en una área inexplorada.

Pablo VI rompió valientemente este silencio cuando escribió: “Sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza reconocer su existencia: o bien hace de ella un principio a se, que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios: o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestros males" (Enseñanzas de Pablo VI, v. X, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1972, pp. 1169-1170). Una declaración que no deja lugar a la duda sobre lo que la Iglesia cree sobre este punto.

Dicho esto, es esencial reconocer el peligro de "liberaciones" dejadas a la iniciativa y a la discreción de animadores no preparados que no han sido encargados para esta función por la Iglesia.

Quisiera llamar la atención especialmente sobre los siguientes peligros:

1) El de disminuir o hasta eliminar la conciencia de la persona por quien se ora, con respecto a su responsabilidad personal por su comportamiento; una persona así cree estar sufriendo pasivamente la acción de espíritus malos (que son interpelados directamente y designados con sus nombres y atributos) y se espera algún signo exterior de liberación;

2) El de manipular involuntariamente a la persona que es "liberada", espiando indebidamente en las profundidades de su conciencia y de su vida privada (un terreno que la Iglesia tiene un cuidado particular de defender);

3) El de crear una psicosis general, como si la posesión diabólica, la infestación o la obsesión por parte de espíritus malos fuesen cosas de todos los días;

4) El de no reconocer la posibilidad de explicaciones psicológicas complejas y de todos los datos adquiridos por la psiquiatría, ninguno de los cuales puede ser olvidado impunemente.

Estos peligros particulares deberían ser evitados, pero deberíamos estar aún más atentos a evitar el peligro mayor: el de distorsionar nuestra perspectiva cristiana. La atención del cristiano debe estar concentrada no sobre el Maligno, sino sobre Jesucristo, luz del mundo y su salvador, que nos enseña a dirigir nuestra mirada hacia nuestro Padre del cielo, y a pedir que "nos libre del mal" .

Es peligroso olvidar o minimizar el poder de curación inherente a los sacramentos de la Iglesia, una curación que libera del mal. El primero de ellos, el bautismo, sumerge al recién nacido en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, haciéndolo desde el principio capaz de pasar del reino misterioso al reino de la luz; y sucesivamente un poder de curación y de liberación se encuentra en la Eucaristía y en los sacramentos de la reconciliación y de la unción de los enfermos. Lo más importante es que el mismo Señor indica el poder de la oración y del ayuno, cuando dice: "Esta especie de demonios no se puede expulsar si no es con la oración y con el ayuno" (Me 9, 29).

Finalmente el cristiano no debería olvidar que no está solo en su lucha contra el mal, y que vive su vida cristiana en comunión con los santos de la Iglesia triunfante, en cuyo centro, por especial privilegio de Dios, María tiene una parte única en la lucha cotidiana contra todas las fuerzas de las tinieblas.

No pretendo que estas observaciones sean exclusivas. Mi finalidad ha sido más bien la de atraer la atención especialmente sobre el doble peligro: por una parte, del silencio; y, por otra, de los abusos unidos a la vulgarización y al enfrentamiento directo con los espíritus malos; y de pedir que el magisterio dé directrices actualizadas sobre esta materia, a fin de tener una interpretación autorizada, para los cristianos de hoy, de la promesa de Jesús a sus futuros discípulos: ¡ “En mi nombre expulsarán los demonios" (Mc 16. 17).

Esto debería ayudar a los animadores de la renovación, que con toda su buena fe justificaban sus prácticas a partir de los Padres de la Iglesia o de los moralistas de los siglos pasados, a reconocer los aspectos no actuales de estas obras que fueron condicionadas por los conocimientos disponibles en el tiempo en que fueron escritas.

Al trazar sus directrices, el magisterio debería distinguir claramente entre exorcismo “solemne", reservado a un obispo o a un delegado suyo, y las oraciones que pueden ser usadas por todo cristiano. Pablo VI pidió este necesario "aggiornamento" en su audiencia general del 15 de noviembre de 1978; yo he llamado la atención sobre el peligro de la "demoniomanía" en el Documento de Malinas-2 "Ecumenismo y Renovación Carismática".

Cuanto más claramente reconozcamos la realidad de los poderes del mal (aunque evitando esa lectura fundamentalista de las Escrituras que se presta a excesos), más capaces seremos de combatir este peligro. Un estudio amplio es necesario para que los complejos aspectos teológicos pastorales del tema puedan ser clarificados.

Y porque es un problema que concierne a todas las iglesias cristianas, ¿por qué no debería ser un argumento de diálogo ecuménico, de modo que, unidos en la afirmación de la victoria de Cristo, que se levantó vivo de la tumba como vencedor de1 pecado, de la muerte y de las fuerzas del mal, podamos combatir juntos contra las obras del Maligno, con las armas de la luz enumeradas por la Escritura?

(Publicado en The Tablet del4 de Octubre de 1980)