Sí, habitantes todos de Jerusalén, “fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis!” (Is 35,4), porque «edificarán las ruinas seculares, los lugares de antiguo desolados levantarán y restaurarán las ciudades en ruinas, los lugares por siempre desolados” (Is 61,4).
Sí, nunca como ahora parecen ser más reales las palabras de los profetas que hablan de renovación y restauración, de unir a los dispersos, y de cómo el Señor derramará abundantemente su Espíritu y la tierra se llenará de su conocimiento como cubren las aguas el mar (Is 11,9) y se manifestará el Pueblo de Dios, luz de todos los pueblos y antorcha de las naciones, apareciendo la gloria de Yahvé (Is 60, 1-5).
Todo esto adquiere un significado especial ante la forma como Dios está hoy llevando a cabo su designio de salvación en el mundo entero.
El plan del Señor es grandioso y de nosotros se requiere que tengamos una visión lo más completa posible para saber apreciar la Renovación en el Espíritu en toda su extensión, profundidad y grandiosidad.
En la Conferencia Internacional sobre la Renovación Carismática Católica, que se acaba de celebrar en Dublín, hemos escuchado admirables testimonios de lo que el Señor está haciendo hoy, y los mensajes proféticos han Avivado nuestra fe invitándonos a asumir la responsabilidad que tenemos en el momento presente. El tema central ha sido la necesidad de la evangelización para tantos cristianos que desconocen el mensaje esencial del cristianismo y tantos hombres que viven en tinieblas.
Si el Señor nos ha enriquecido con su abundante vida y nos ha renovado por la fuerza de su Espíritu, esto no es solamente para nosotros. Forma parte del plan universal que incluye a todas las Iglesias cristianas de todos los países y también aquellos que están lejos, para hacer “de los dos pueblos unan
(Ef 2,14), plan unitario que busca la unidad, creando lazos de comunión y amor entre unos y otros, y llevando el Señor la iniciativa más que los hombres: Él es el que actúa y se manifiesta con signos y señales innegables que sólo los que están ciegos pueden ignorar (Jn 9,39-41).
Lo que el Señor espera de nosotros es que seamos fieles al don que hemos recibido, pues “a quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc, 12,48).
Nuestra responsabilidad es saber presentar la Renovación del Espíritu tal como es en sí, con todo lo que tiene y representa, sin fragmentaria o adulterarla, y saliendo al paso de la información falsa o equívoca que propagan diarios y revistas, que, más que en su contenido profundo, se fijan en los detalles exteriores y llamativos, Hemos de reflejar la verdad completa de lo que es esta Renovación ante los que la miran con recelo, o se forman una falsa imagen y la rechazan como algo que no está de acuerdo con la línea que piensan ha de seguir hoy la Iglesia.
Hemos de ofrecer, por tanto, la imagen de sencillez, austeridad y pobreza espiritual que nos hace sentir el Espíritu del Señor y que reflejamos, no sólo en la oración compartida, sino en todas nuestras relaciones humanas, y estilo de vida, conforme al espíritu de las bienaventuranzas, que hace que los pobres, humildes y enfermos se sienten acogidos; el sentido de sinceridad, apertura y acogida a todos; el anhelo de solidaridad, comunión y amor a todos los hombres y de crear relaciones de comunidad para compartirlo todo.
El compromiso más grande de la Renovación es el mismo Jesús Resucitado, el Señor a quien se conoce personalmente, a partir de su presencia en los hermanos y de un encuentro muy personal con El, de donde deriva (a exigencia de su Espíritu de darnos en servicio total a los demás. Humanamente no se puede vivir cómodo dentro de la Renovación Carismática, pues hay que abandonar los antiguos hábitos de independencia, aislamiento e instalación para aceptar a todos y empezar a compartir nuestras cosas. Hay quien ha sentido la necesidad de ensanchar su casa o de hacer reformas para acoger a los hermanos, o quien lo dejó todo para marchar adonde le impulsaba el Espíritu del Señor, o quien cambió sus hábitos y estilo de vida en una línea de conversión y entrega total, o quien emprendió una vida de contemplación, o grupos de jóvenes que dedican sus horas a la oración y la alabanza.
Estas realidades no se pueden ignorar ni tampoco minusvalorar. Esto es posible tan sólo por la gracia del Espíritu. Son frutos de vida.
Todos sentimos la preocupación por la Iglesia de Dios que es el Cuerpo de Cristo. El discernimiento es hoy una de las tareas más difíciles. Pero una necesidad urgente que a todos nos interpela, pastores y fieles, es la de crear, tomar iniciativas, fomentar y alentar “todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Flp 4,8), para “no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno» (Lg, 12).
Dentro de la Iglesia Católica la Renovación Carismática, con las actitudes más que con las palabras, es denuncia y llamada profética hacia el camino de la verdadera renovación y autenticidad cristiana, su mensaje no puede quedar desatendido. En el Pueblo de Dios hoy se necesita un gran sentido de integración de todo lo bueno que hay, más que una actitud exclusivista y dialéctica.
El Espíritu tiene muchas formas de manifestarse, formas que a veces no comprendemos los hombres; y si no tenemos una visión universalista y “católica”, entonces el Espíritu de sinagoga, que prevaleció en los judaizantes, o de secta, que puede darse entre nosotros, o «un espíritu de timidez que no nos dio el Señor” (2 Tm 1,7) nos impedirá aceptar y amar a los “que han recibido el Espíritu Santo como nosotros” (Hch 10,47).
LA MUJER EN LA COMUNIDAD CRISTIANA
Por RODOLGO PUIGDOLLERS
”Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud”.
(Mensaje del Concilio Vaticano II)
No hay ni hombre ni mujer
El Concilio Vaticano II, el día de su clausura (8-XII-1965), afirmó claramente que la Iglesia está orgullosa de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el hombre. (Mensaje a las mujeres).
Ya en su primera página la Palabra de Dios contiene la siguiente frase:
Dios creó a la humanidad a imagen suya, a imagen de Dios la creó, y la creó hombre y mujer (Gn 1.27). La humanidad, en el designio de Dios, está constituida por el hombre y la mujer, como algo inseparable y en igualdad de derechos. Hombre y mujer son semejantes (Gn 2.18), son los mismos huesos y la misma carne (Gn. 2,23). Sólo por el pecado del hombre ha surgido el dominio de la mujer por parte del marido (Gn 3.16) y la desigualdad de derechos (Gn 4,19).
Si queremos situar en su cuadro histórico la enseñanza y la actuación de Jesús hemos de recordar el pensamiento común entre los judíos de su tiempo. Recordemos algunas frases: ¡Desdichado de aquel cuyos hijos son niñas! (b. Quid. 82); La mujer es en todo inferior al hombre (Josefo. C. Ap. 11 24. 201): Mejor quemar la Biblia que explicársela a las mujeres (Rabi Eliezer). Dentro de este ambiente y esta mentalidad, Jesús predicó y actuó según la visión de Dios. Cuando los fariseos le expusieron la doctrina de la inferioridad de la mujer y los privilegios del hombre en el matrimonio, Jesús rechazó enérgicamente esta idea y dijo que al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer (Mc 10.6). La defensa de la mujer por parte de Jesús fue tan fuerte que los discípulos se escandalizaron (Mt 19,10).
San Lucas, en su evangelio, nos presenta a Jesús predicando y evangelizando por aldeas y ciudades. Nos indica que no iba solo, ni siquiera con los Doce exclusivamente. Dice: le acompañaban los Doce y algunas mujeres (Lc 8.1-2). Entre ellas, María Magdalena, Juana (que era la mujer de uno de los administradores de Herodes), Susana y otras. Serán precisamente estas mujeres las únicas que le permanecerán fieles en el momento del Calvario y las primeras que anunciarán su resurrección.
Esta doctrina y esta costumbre con respecto a la mujer es la misma que encontramos en la primitiva comunidad cristiana. Con una afirmación clara y rotunda, San Pablo rechaza todo tipo de discriminación, sea por motivos culturales, sociales o sexuales: todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Ga 3.27-28).
La mujer y los carismas
Para comprender que no hay ningún límite sexual para la vida carismática, hemos de recordar que María es la primera carismática. No sólo cronológicamente, sino en intensidad. Ella es, como dice el ángel, la llena de gracia (Lc 1.28).
Pero repasemos algunos de los carismas comunitarios, para ver cuál era la práctica en la Iglesia primitiva:
a) Oración en lenguas: Tradicionalmente se considera que el día de Pentecostés estaban reunidos los Doce con algunas mujeres, María madre de Jesús y los hermanos de Jesús (Act 1,14): todos se pusieron a hablar en lenguas (Hch 2.4). Igualmente, en casa de Cornelio estaban todos sus parientes y sus amigos íntimos (Act 10.24): al oír a Pedro, todos se pusieron a hablar en lenguas y a celebrar la grandeza de Dios (Act 10.46).
b) Profecía: En la comunidad de Corinto las mujeres profetizaban y Pablo está de acuerdo con ello (I Co 11.5). Por otra parte, Felipe, uno de los Siete, tenia cuatro hijas vírgenes que profetizaban (Act 21,9).
Hacia finales del siglo II, S. Ireneo, obispo de Lyón, escribe que S. Pablo ha hablado mucho de los profetas carismáticos y conoce la costumbre de que hombres y mujeres profeticen en la Iglesia (Ad Haer. III, 11,9).
c) Enseñanza: En la Iglesia primitiva no había la costumbre de que mujeres diesen la enseñanza o presidiesen. Eran en este asunto deudores de las costumbres judías que decían: No se permite a una mujer salir a leer (la Torá) en público (Tos. Meg. IV, 11).
Cuando a finales del siglo II, Maximila y Priscila (montanistas) empezaron a introducir la costumbre de mujeres dando la enseñanza, gran parte de la Iglesia reaccionó en contra considerándolo contrario a la tradición. En la secta montanista se llegó hasta admitir a las mujeres al sacerdocio.
Es seguramente de esta época (finales siglo II), y como expresión de la costumbre común, la introducción de dos añadidos en las cartas de S. Pablo. Una simple lectura atenta nos hace ver que no se tratan de textos del Apóstol, sino de añadidos posteriores. El primero se encuentra en I Co 14,34-35. Lo que colocamos entre paréntesis es el texto añadido:
”Podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados ya que los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos.
(Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra, antes bien, estén sumisas como también la ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa, pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea)...
¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios? O ¿solamente a vosotros ha llegado? Si alguien se cree profeta o inspirado por el Espíritu…”
Las palabras que están entre paréntesis no sólo modifican el sentido del texto primitivo, sino que caen fuera de contexto. Por otra parte hay varios manuscritos griegos que tienen estos versículos en otro lugar, lo que indica que es un añadido.
La segunda interpolación está en I Tm ?2, 11•15. Veamos también el texto:
” Quiero que oréis así: los hombres…; igualmente, las mujeres, correctamente arregladas, compuestas con decencia y sencillez, nada de grandes peinados, ni joyas, nada de collares de perlas ni grandes vestidos, sino, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas, con buenas obras…
• (La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar, y el engañado no fue Adán, sino la mujer, que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se salvara por su maternidad)...
si perseveran con sencillez en la fe, el amor y la vida santa”.
Las palabras entre paréntesis cortan la última frase del texto primitivo e introducen de forma extraña el singular (“la mujer”). El añadido se ve muy claro en la última frase, que tiene el sujeto en singular y el verbo en plural (Cf. J. ALONSO DIAZ, Restricción en algunos textos paulinos de las reivindicaciones de la mujer en la Iglesia, en Estudios Eclesiásticos 50. 1975. núm. 192. pp. 77-94).
Por consiguiente, estos dos textos pueden servir para ver la costumbre de la Iglesia del siglo II, pero ni son del tiempo de S. Pablo, ni expresan su enseñanza, ya que éste permitía que las mujeres profetizasen en la asamblea (I Co 11,5).
La experiencia carismática actual nos muestra que todos los carismas se encuentran indistintamente en hombres o en mujeres, porque el Espíritu lo da a cada uno según su voluntad (1 Co 12,11). Sobre el discernimiento de espíritus y la palabra de sabiduría y de ciencia nos ilustran perfectamente las vidas de Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús. Estos carismas se encontraban en ellas con tanta fuerza, que hace unos años Pablo VI las proclamó doctoras de la Iglesia.
La mujer y los ministerios
Es difícil hacernos una idea exacta de los ministerios en la Iglesia más primitiva. Sin embargo, en las cartas de San Pablo tenemos algunos indicios que nos permiten afirmar la gran importancia de la mujer en las comunidades más primitivas. Varias veces S. Pablo saluda a matrimonios o a mujeres alrededor de los cuales se había constituido una comunidad. Así en la epístola a los Romanos saluda a “Filólogo y Julia (¿un matrimonio?), a Nereo y a su hermana, y a Olimpas y a todos los hermanos que viven con ellos” (Rm 16,15). Cuando escribe a los Corintios les habla de “la casa de Estéfana, que es la primicia de Acaya y se ha consagrado al servicio de los santos” (1 Co 16.15), y, cuando escribe a los Colosenses, saluda a "Ninfa y a la iglesia de su casa” (Col 4,15).
Entre los colaboradores de San Pablo encontramos en primer lugar al matrimonio Prisca y Aquila, "mis compañeros en Cristo Jesús” (Rm 16,3), que fueron quienes catequizaron a Apolo, un gran apóstol y colaborador de Dios (Act 18,26). En la epístola a los Romanos saluda también a “Andrónico y Junia (¿un matrimonio?), mis parientes y compañeros de cautiverio, apóstoles muy apreciados" (Rm 16,7); en este texto la palabra apóstol significa que “participaban activamente en el apostolado misionero de la Iglesia" (TOB). En la epístola a los Filipenses hace una exhortación a Evodia y a Sintique, que eran colaboradores suyas (Flp 4,2-3).
Por último debemos citar a Febe, que viene presentada a los Romanos como diaconisa de la iglesia de Cencres (Rm 16,11). Para algunos autores, de las diaconisas se habla también en el texto de I Tm 3,11.
Todo este panorama nos hace comprender que en la Iglesia primitiva los ministerios de la mujer eran algo muy importante y abundante. El ministerio de las diaconisas se conservó sobre todo en la Iglesia Oriental.
La experiencia y la costumbre de la Renovación Carismática en España nos ha mostrado cómo las mujeres pueden desempeñar cualquiera de los ministerios laicales. Y tenemos así la experiencia del ministerio de dirección, tanto a nivel de grupos de oración, como a nivel de Coordinación Nacional.
El ministerio sacerdotal
Un punto importante lo constituye el ministerio sacerdotal. En todas las Iglesias, hasta hace muy poco tiempo, este ministerio estaba reservado a los hombres. Recientemente algunas comunidades anglicanas y protestantes han admitido a las mujeres a este ministerio. La Congregación para la Doctrina de la Fe, por parte católica, ha manifestado que “la Iglesia, por fidelidad al ejemplo de su Señor, no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal”. (15 octubre 1976).
Sobre este punto E. Schillebeeckx, uno de los teólogos católicos más importantes, ha dicho: “desde el punto de vista teológico no hay dificultad alguna en conferir el sacerdocio a las mujeres. No se trata de un dogma. Si Cristo no eligió mujeres es porque se encontraba en una situación cultural muy concreta ».
La Iglesia católica, por el momento, continúa esta costumbre tan antigua; pero nada impide pensar que con el cambio de la situación cultural y pastoral no se haga conveniente un día el confiar también este ministerio a mujeres. Lo que sí que es cierto es que el discernimiento definitivo sobre esta conveniencia no reside en la opinión personal de cada uno sino, en última instancia, en el discernimiento de los Obispos.
¿Sumisión en el matrimonio?
San Pablo emplea a veces la expresión "el hombre es la cabeza de la mujer" (Ef 5,23; I Co 11,3). ¿Significa esto una inferioridad de la mujer con respecto al marido? Hay que tener en cuenta que esta frase no es propia de San Pablo, sino que corresponde al pensamiento judío del siglo I. Si San Pablo la cita es sólo para introducirle importantes correcciones, para indicar que los esposos cristianos deben actuar como Cristo y la Iglesia: en una donación total. Tampoco podemos quedarnos unilateralmente con la frase “las mujeres estén sometidas a sus maridos” (v. 22), sin leer todo el texto, que afirma muchas más cosas. He aquí el texto completo:
“Estad sometidos los unos a los otros con reverencia cristiana:
*las mujeres estén sometidas a sus maridos como al Señor: porque “si el marido es cabeza de la mujer” debe serlo como Cristo es cabeza de la Iglesia: como su salvador. Por eso la sumisión de las mujeres a sus maridos debe ser como la de la Iglesia a Cristo.
*y, vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia: dando su vida por ella”.
No se habla aquí de una sumisión de la mujer, sino de una mutua sumisión, de una mutua sujeción, de un mutuo amor. Tenemos así el mismo pensamiento que San Pablo presenta en I Co 7.4: la mujer no es dueña de sí misma: el dueño es el marido; e igualmente el marido no es dueño de sí mismo; la dueña es la mujer.
Para la doctrina de la Iglesia no hay ninguna inferioridad de la mujer, ni ninguna sumisión unilateral, ni ninguna dirección espiritual de la mujer por parte del marido.
Fundamentalismo
En noviembre de 1974 la Conferencia Episcopal de Estados Unidos advertía ya sobre los peligros de un fundamentalismo bíblico “que se opone al mismo tiempo a las normas auténticas de la Sagrada Escritura y a la enseñanza de la Iglesia”.
¿Qué es el fundamentalismo bíblico? Es la lectura al pie de la letra de la Biblia, sin tener en cuenta para su interpretación ni la exégesis científica ni la doctrina de la Iglesia. Se comprende que una lectura de este tipo puede llevar a muchas equivocaciones.
Un versículo de la Biblia puede ser explicado por otro, y debe leerse siempre a la luz de toda la Sagrada Escritura; algunas afirmaciones, aparentemente muy claras, pueden ser simplemente normas para una época o pueden estar condicionadas por una situación cultural concreta. Para poner un ejemplo: es claro que la norma de San Pablo que las mujeres oren con la cabeza cubierta es una norma pastoral para unas comunidades concretas y de un tiempo concreto: las comunidades griegas del siglo I.
Algunos cristianos de otras denominaciones realizan una lectura de algunos textos bíblicos que, a nuestro modo de ver, es excesivamente fundamentalista. Entre estos textos están los referentes a la autoridad de la mujer en las asambleas y al papel de la mujer en el matrimonio. Dentro de la renovación carismática católica se ha introducido en algunos lugares esta visión sobre la mujer, que debe rechazarse enérgicamente: a) porque se basa en una lectura fundamentalista de la Biblia, que no llega a captar en plenitud el mensaje de Jesús; b) porque está en contradicción con la doctrina de la Iglesia sobre la mujer.
Como dijo el Concilio: ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud. Y la Renovación Carismática debe ayudar a todas las personas y a todas las comunidades a romper los esquemas culturales que impiden el pleno desarrollo de esta vocación de la mujer y ayudar a las mujeres -y con esto a toda la comunidad- a adquirir la verdadera libertad de Cristo.
ENTRE EL ASEDIO DE LAS TENTACIONES Y EL FUEGO DE LAS PRUEBAS
Por LUIS MARTIN
La vida del cristiano se encuentra siempre polarizada por dos fuerzas antagónicas de atracción, que podríamos llamar, según el lenguaje de San Pablo (Rm 7,21-25), «la ley de Dios” y “la ley del pecado”.
La ley de Dios es la fuerza del bien, la presencia del Espíritu en nosotros, con todos sus dones y frutos y cuanto la vida sobrenatural lleva consigo de gozo, consuelo y vida abundante, al mismo tiempo que situaciones de desierto y la interminable gama de pruebas por las que podemos pasar.
La ley del pecado es la fuerza del mal, el pecado en si, sus heridas y efectos, la acción del maligno, la tentación.
"Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. (Rm 7,22-23): de la misma manera cualquiera de nosotros se puede sentir escindido y desgarrado interiormente, hasta el punto de parecernos a veces como si experimentáramos en nosotros una doble personalidad.
Es importante que conozcamos algunos detalles de cómo actúan siempre estas dos fuerzas, para atraernos hacia el bien o atraernos hacia el mal.
La fuerza del bien actúa en forma de llamadas, invitaciones, arrepentimiento, anhelo y hambre de Dios.
La fuerza del mal tiene su peculiaridad engañosa. Cuando la vida del espíritu está débil o muerta, entonces hay un continuo ceder a la tentación y solicitaciones del mal. Apenas si se experimenta el combate espiritual y entonces no hay problemas de desgarramiento interior.
Pero cuando la vida del espíritu empieza a hacerse firme e intensa enseguida se moviliza el reino y las fuerzas del mal presentando el combate por donde haya menor resistencia. Se tiene entonces la sensación de que surgen problemas que antes ni siquiera se daban, pareciendo que ahora todo se vuelve más complicado.
La neutralidad o el armisticio nunca se dan y si fueran posibles serían una rendición pues “el que no está conmigo, está contra mi, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,23).
Empezar una vida nueva del Espíritu implica tener que enfrentarse con innumerables pruebas y tentaciones que antes no imaginábamos. Para esquematizar y formarnos una idea más clara vamos a fijarnos en dos formas típicas: primero en la tentación y después en las pruebas.
DIOS NO PUEDE SER TENTADO POR EL MAL NI ÉL TIENTA A NADIE (St 1,13)
Tanto si vivimos una vida floja cono si vivimos una vida intensa del espíritu, la tentación es inevitable, y dado el medio ambiente en el que hoy tenemos que vivir es espontánea y nos llega de todas partes.
Unas veces procederá del mundo y de lo que hay en el mundo, "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de la riquezas” (1 Jn 2.16), es decir, la vanidad, la mentira, el lujo, el frenesí del consumo, el imperio del dinero, la injusticia y la opresión, pues “el mundo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19) y “por eso os odia” (Jn 15,19), dice Jesús, porque, “a mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15.18).
Otras veces procede de la carne, entendiéndose por tal cuanto en el hombre hay de contrapuesto a Dios. “Carne de pecado” (Rm B,3) puede ser tanto nuestro cuerpo, como nuestra mente o nuestra voluntad siempre que se hallen bajo el dominio de una tendencia contraria a Dios que pueda arrastrar al pecado, como, por ejemplo, el orgullo, la soberbia, la ira y toda forma de concupiscencia.
La tentación puede provenir también, y en este caso amañada con una gran dosis de malicia y engaño, de Satán al que la Escritura llama “el tentador" (Mt 4,3; 1 Ts 3,5), “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,4), “el seductor del mundo entero” (Ap 12,9), y “el acusador de nuestros hermanos" (Ap 12-10), y por tanto, “homicida desde el principio” (Jn 8,44).
Jesús sufrió la tentación, no sólo en el desierto, sino prácticamente toda su vida, tentación cuya estrategia iba o en contra de la forma humilde de encarnación que Dios había escogido por haberse “despojado de sí mismo tomando condición de siervo” (Flp 2.7), o en contra del plan de salvación que había de ser “un Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1.23-24). Enérgicamente tuvo que rechazar la tentación que el mismo Pedro le presentó con toda su buena voluntad: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ...“ (Mt 16,23).
El sentido de la tentación siempre es tratar de apartarnos de Dios y por tanto engendra muerte.
Pero “fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10,13).
Por esto la tentación vencida humilla a Satanás y pone de manifiesto el poder y la gloria de Dios en nosotros, dejando el alma más purificada, en humildad, arrepentimiento y confianza en Dios y desconfianza de sí misma, y en anhelo de orar más intensamente.
Si vivimos una vida intensa del Espíritu, es muy normal que experimentemos la tentación de una manera mucho más fuerte. Esto lo hemos de tener muy en cuenta para no sentirnos desconcertados.
En la Renovación Carismática podemos sufrir, entre otras muchas, cierta clase de tentaciones que podríamos reducir a las siguientes categorías:
- Soberbia espiritual, bien por creerme parte de una élite de súper cristianos, o por considerarme conocedor de todos los secretos y experiencias de la vida espiritual en forma superior a otros, o por pretender estar capacitado para guiar a otros, o que a mí me lo dice todo directamente el Espíritu (iluminismo).
Cuantos desempeñamos funciones de dirigentes podemos incurrir en una variante de soberbia espiritual por creer que somos nosotros los únicos que poseemos el discernimiento y no conceder demasiada importancia a la opinión del resto de los hermanos (1 Co 14,36), ni tener en cuenta que el beneplácito de Dios ha sido siempre el escoger “lo necio y débil del mundo” (1 Co 1,27) y ocultar estas cosas a sabios e inteligentes para revelárselas a los pequeños (Mt 11,25•26: Lc 10.21).
- Súper-espiritualismo: cuando, en espera de que el Señor lo resuelva todo, minusvaloramos los talentos naturales o la iniciativa propia, o la ciencia, la teología, la reflexión bíblica y los métodos científicos de interpretación (fundamentalismo), o cuando vivimos en constante repliegue de nosotros mismos sobre la propia experiencia del Espíritu, evadiéndonos de la realidad y necesidades del medio en que vivimos o buscando una compensación de las decepciones y frustraciones que nos prodiga la vida.
- Desplazamiento del centro esencial de la vida cristiana: cuando amamos la organización, el ministerio, la comunidad más que a Dios y a los hermanos, o las tareas a realizar (charlas, retiros, etc.) absorben toda la atención y tiempo que tendríamos que dedicar al Señor (Lc 10,41-42), o ponemos todo el interés en los carismas instrumentalizándolos (Mt 7.15-23) en detrimento del amor.
Estas formas de tentación suelen suceder a nivel subconsciente más que en forma refleja o con plena advertencia, incluso obrando nosotros con buena voluntad. Sólo la sabiduría y la misericordia de Dios podrán hacernos tomar conciencia de tales peligros.
FELlZ EL HOMBRE QUE SOPORTA LA PRUEBA! (St 1,12)
La prueba se puede llamar tribulación, persecución, incomprensión, sufrimiento, enfermedad, fracaso, situación de desierto, noche oscura.
Es necesario que sepamos distinguir bien entre lo que es una tentación y lo que es una prueba.
Ya hemos visto qué sentido tiene la tentación.
La prueba en cambio es don de gracia que debemos saber aprovechar y está ordenada a la vida, al contrario de la tentación que está ordenada a la muerte. La prueba es condición indispensable de crecimiento, robustez y humildad: el camino de la pascua interior y del amor que espera. Dios prueba a los suyos, “pues a quien ama el Señor, le corrige... como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?” (Hb 12,6-7).
Jesús fue “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” [Hb 4,15).
A nosotros la prueba nos prepara para llegar a un mayor don del Espíritu, realizando no sólo una obra de liberación, sino también de fortalecimiento, pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28).
Esto hace posible lo que San Pedro deseaba que “la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo” (1 P 1,7).
Las pruebas pueden ser muy variadas.
Para adquirir una visión más clara las agrupamos de la siguiente manera:
-El sufrimiento en general: es escándalo y misterio incomprensible para el que no cree, pero para el cristiano presenta un valor incalculable, pues sus sufrimientos son “los sufrimientos de Cristo” (2 Co 1,5) entrando así en “la comunión de sus padecimientos” (Flp 3,10).
Imposible llegar a la madurez sin sufrimiento. Aquellos que saben sufrir con aceptación y la paz de Jesús adquieren un gran enriquecimiento espiritual.
Las características del apóstol son: "paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros” (2 Co 12,12).
No cabe duda de que nos purifica. San Pablo decía: “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,10).
Pero a partir de Jesús que “debía sufrir mucho” (Mc 8,31) para “entrar así en su gloria” (Lc 24,46J, “y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia...” (Hb 5,8) tiene para nosotros un valor redentor y de intercesión. Por esto sufrir por Cristo es una verdadera gracia, ?(Flp 1.29), lo cual siempre lleva consigo un gran consuelo y gozo (Hch 5,41; 2 Co 1,5). Comprendemos así cuando Pablo escribe: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Co 7,4).
-La tribulación, el fracaso, la enfermedad. Aquí entra también la humillación en la que nuestro orgullo y amor propio pueden ser purificados. La corrección fraterna que representa una humillación, pero si se sabe aceptar es prueba de gracia.
La Palabra de Dios nos dice que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22; cfr.: 1 Ts 3,3-4), pero “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3-5).
Una forma gloriosa de tribulación es la persecución, “bautismo” con el que Jesús tuvo que ser bautizado (Mc 10,39; ?Lc 12,50). Sus palabras son terminantes: “el siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, “también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20), lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,20).
En la persecución se experimenta como en ninguna otra prueba todo el consuelo y Amor del Señor, porque la persecución va contra El (Hch 9,4; 5,41). Pablo exclama: “¡Qué persecuciones hube de sufrir! y de todas me libró el Señor. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones” (2 Tm 3,11-12).
Aun “si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a si mismo (2 Tm 2,13), mucho más experimentaremos si perseveramos en sus pruebas (Lc 22,28). Tan sólo entonces es posible comprender sus palabras: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos...” (Mt 5,11-12).
LAS PRUEBAS QUE VIENEN DE DIOS
Se trata de las situaciones de desierto, de sequedad y aridez, que unas veces afecta al espíritu y otras sólo al corazón. La más tremenda es cuando Dios "parece” haberse retirado del alma.
Algunas de estas situaciones pueden proceder de nuestra infidelidad, fatiga, cansancio, método inadecuado de orar, tentaciones molestas, etc. Pero otras muchas veces son prueba de Dios que nos retira el consuelo sensible que estábamos experimentando en la oración, para realizar una obra de purificación.
Cuando estas situaciones se prolongan puede ser que se haya entrado en las noches del alma, según el lenguaje de los místicos, imprescindibles, sin duda, para lograr una completa purificación y llegar a la plena perfección cristiana.
Cuando se empieza a entrar en la contemplación, para poder seguir avanzando y creciendo en esta clase de oración, hay que pasar primero por la llamada noche del sentido, que consiste en una serie prolongada de arideces y oscuridades por las que el Señor trata de despegarnos de los consuelos sensibles de la oración. La gracia trabaja así en nosotros de forma que sea el Amor de Dios lo que busquemos más que nuestra propia complacencia y gusto espiritual en los resplandores de la contemplación.
Es tan difícil de soportar esta crisis que una gran mayoría de los que pasan por ella retroceden y no llegan a progresar en la oración. Generalmente alternan períodos de luz y de oscuridad para que no desfallezcamos. Hubo contemplativos en los que esta etapa duró años.
Todavía queda la noche del espíritu, purificación dolorosa pero necesaria para poder seguir avanzando. A mayor capacidad de amor corresponde siempre mayor capacidad de sufrimiento.
Las pruebas por las que hemos de pasar son múltiples e interminables. Cualquiera de nosotros podrá reconocerse en alguna de ellas o quizás en varias al mismo tiempo.
Siempre habremos de recordar la abundante enseñanza que nos suministra la Palabra de Dios sobre la importancia y el papel tan imprescindible que juegan las pruebas en nuestro crecimiento. Con ello nos será más fácil comprenderlas y superarlas tal como el Señor espera de nosotros. Su sabiduría nos dice: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por Él. Pues a quien ama el Señor, le corrige. (Hb 125; Pr 3,11-12).
Además de las pruebas personales que cualquiera de nosotros estemos viviendo en nuestra relación intima con el Señor, la situación que vivimos en el grupo o en la comunidad y las relaciones con los más cercanos aportan abundantes pruebas de las que no podremos escapar, hasta el punto que, quien más quien menos, sentiremos más de una vez la tentación de abandonar la R.C. y volver a nuestra cómoda vida de antes.
Cuántas veces han de surgir distintos puntos de vistas en determinados aspectos sobre los que nos resultará difícil ponernos de acuerdo, sobre todo en los servidores a quienes el servicio que prestamos en el grupo exige largas reuniones y discusión de problemas. ¿Sabremos entonces seguir siendo hermanos, aceptarnos y amarnos, a pesar de todas las discrepancias teóricas? He aquí una prueba de nuestra madurez espiritual.
Igualmente en cualquier tipo de roce o tensión que pueda surgir, o cuando nos sintamos incomprendidos o que no se reconocen plenamente nuestros dones. Todo esto sucede en cualquier grupo. La docilidad, la sinceridad, la sumisión, la facilidad para dar y recibir perdón, la rectitud, la serenidad y la fe cuando las cosas parece que no marchan bien, son exigencias constantes a las que hemos de responder en cualquier prueba.
Tomemos “como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor” (St 5,10).
“El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. ¡A Él el poder por los siglos de los siglos! Amén. (1 Pe 5,10•11).
NOTA: Pura profundizar en el tema se puede leer el artículo de Derek Prince, "Pruebas de fe" en ALABARE, núm. 28, págs. 21-26.
FALLOS POSIBLES EN EL MINISTERIO DE LA CURACION INTERIOR
Por MICHAEL SCANLAN
Esto es lo que os anunciamos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida" (1 Jn 1,1).
Hace unos años publiqué un libro titulado Curación interior que comenzaba con la buena nueva de la carta de Juan. La buena nueva de la fe, la esperanza y el amor, la buena nueva de como muchos estábamos siendo testigos del poder curador de Dios, operante en nuestros hermanos y hermanas.
Sabía por una parte que estábamos contemplando el poder transformador de Dios y nos sentíamos privilegiados de poder administrarlo, pero al mismo tiempo estaba convencido de que lo escrito en 1974 no era el mensaje completo. Lo mismo que el anuncio de Juan, el nuestro se limitaba a lo que otros y yo habíamos visto con nuestros propios ojos y tocado con nuestras manos.
Los años sucesivos me han confirmado en la importancia de la curación interior y en la necesidad que de ella tenemos en la Iglesia. También me han enseñado dos cosas: la necesidad de una mayor integración de la curación interior en la vida cristiana normal, y al mismo tiempo me han hecho descubrir los peligros que corremos de centrarnos insistentemente en un aspecto determinado de la curación interior, o que no sepamos reconocer la necesidad de otro ministerio distinto en una situación determinada.
?Y más importante por lo que hace en este artículo, creo que Dios nos ha concedido cierta sabiduría sobre la curación interior a los que nos dedicamos a este ministerio en el grupo “Servidores del Amor de Dios” de Steubenville. Esto se ha ido realizando a través de la experiencia, la enseñanza de unos a otros, el compartir, y por gratuita bondad de Dios. Esta sabiduría es la que quisiéramos poder comunicar a todos, en la esperanza de que el poder curador de Dios se ponga mucho más de manifiesto en el conjunto de su Cuerpo.
DOS FALLOS FRECUENTES
Según nuestro punto de vista, tal como se practica en la Renovación Carismática, el ministerio de la curación interior se ha visto afectado por dos problemas diferentes: la superficialidad y el excesivo emocionalismo.
Un enfoque superficial
El primer problema deriva del enfoque superficial que podemos dar a este ministerio y que se reduciría a: “ora y déjalo en manos de Dios”. En este caso oramos por la curación interior lo mismo que si oráramos por el tiempo: “Luisa tiene un problema de ansiedad y depresión; que cada uno se ponga a su alrededor y ore por ella”. Todos se ponen a su alrededor, le imponen las manos y empiezan a orar: “Señor, bendice a Luisa, cúrala, dale tu libertad, y envía tu Espíritu de paz sobre ella, dale la gracia de ponerlo todo en tus manos y confiar sólo en Ti. Gracias, Señor, porque oyes nuestras oraciones. Sabemos que has respondido ya. Reconocemos esta curación y te damos gloria”.
Habrá veces en que Luisa, o quien sea, quedará curada por el poder soberano de Dios. Pero en muchas ocasiones no sucederá nada en su vida. Se ha orado por ella, pero en realidad ella no se ha enfrentado con el problema de su vida.
Este primer enfoque es deficiente porque no llega a abordar:
- las causas más profundas del problema de ansiedad y depresión,
- la posible presencia del pecado que estaría exigiendo arrepentimiento,
- la probabilidad de endurecimiento de corazón debida al resentimiento, la amargura, el rechazo a perdonar, lo cual exige llegar a tomar decisiones para perdonar, amar, confiar.
Frecuentemente en el ministerio de la curación hay un fallo para enfrentarse con el mal y el pecado. Muchas veces nos hallamos ante un obstáculo, un muro que no deja pasar el amor curativo de Dios. Seguimos orando en sesión particular y hasta tratamos de hacerla diariamente procurando suscitar más fe en nosotros y en la persona por la que oramos. Pero el resultado puede ser frustración y confusión.
Hemos de comprender que una persona que ha estado sufriendo una herida profunda durante años puede estar muy influenciada por el mal. Puede hallarse en una forma de pecado tan sutil que ni siquiera ella misma es consciente de las ramificaciones que ha realizado en sus actitudes.
Pongamos un ejemplo. Un hombre me explicó que necesitaba curación interior en un problema que estaba sufriendo en relación con las personas constituidas en autoridad. Por la acción de los dones espirituales, principalmente discernimiento y palabra de ciencia, llegamos a descubrir fácilmente que la raíz estaba en sus relaciones con su padre, el cual había abusado de la autoridad sobre la vida de su hijo.
En este caso orar por la curación no hubiera sido más que rascar sobre la superficie. Fue primero necesario ayudar a este hombre a enfrentarse con aquella actitud de profunda rebelión en contra de cualquiera constituido en autoridad que durante varios años había estado desarrollando. Hubo que emplear gran coraje, en colaboración con los que administraban la curación, para ayudarle a tomar autoridad sobre lo que estaba minando sus relaciones y provocando la dureza de corazón. Una vez que lo hizo, pudo experimentar el amor de Dios en vez del sufrimiento que le producían el odio, el abandono y el desprecio. Cuando tomó autoridad sobre el espíritu de rebelión, le fue fácil perdonar a su padre, y la oración de curación interior empezó a fluir con paz y poder.
Siempre que nos enfrentemos con un caso parecido de poder bloqueado, hemos de considerar atentamente bajo qué formas puede estar actuando el mal espíritu, y tomar autoridad sobre él. Si permitimos que la persona en cuestión permanezca durante el ministerio de la curación sin tomar autoridad sobre su propia vida cuando sea necesario, sin arrepentirse de su conducta pecadora, y sin tomar las decisiones necesarias para poder aceptar la curación de Dios, entonces es muy posible, no sólo que estemos fomentando una dependencia emocional respecto al que administra, sino que también incrementemos la incapacidad de aquella persona para asumir la responsabilidad sobre su vida. Esta falta de responsabilidad personal es evidente cuando alguien
- pide que oremos para llegar a la curación de una relación en su propia vida, pero no llega decididamente a un acuerdo claro sobre cómo ha de enfrentarse con aquella relación:
- busca oración para llegar a la curación radical de un problema inveterado, pero no hace un plan de vida diaria y de prioridades para corregir el hábito:
- pide oración para conseguir una confianza más profunda en el Señor y depender más de su amor, pero no hace un compromiso firme de oración diaria, y así sucesivamente...
Emocionalismo excesivo
Otra serie de problemas se dan porque se enfoca el ministerio de la curación interior de una forma demasiado emocional. Esta prevalencia de la "sensibilidad” tiene lugar cuando centramos nuestra atención en hacer aflorar y ventilar al exterior sentimientos y experiencias pasadas. Se parte del principio de que cuanto mejor se consiga que el enfermo vuelva a experimentar sus heridas pasadas y exprese sus sentimientos sobre tales heridas, tanto más fácilmente va a ser curado. Pero este enfoque induce a pensar que uno ha sido curado simplemente por haber vivido la experiencia de ventilar sus sentimientos pasados y que esto hace que se encuentre mejor. Con demasiada frecuencia, cuando tal ha sido el alcance de la “curación” o enseguida se encuentra uno de nuevo en su antigua situación, lamentándose de los mismos problemas.
Si bien es verdad que el evocar el sufrimiento y la soledad de los primeros años puede ser una experiencia que emocionalmente purifica, sin embargo, si nos limitamos a hacer revivir estas experiencias, no se consigue la curación interior. La curación es acción de Dios. El hombre tiene que tomar la decisión de aceptarla y de vivir por ella, Es decir, debe asumir la responsabilidad de lo que Dios ha hecho. Esta actitud es esencial para la verdadera curación interior. Sin esta actitud y sin sentido de responsabilidad, el ministerio sólo causaría inestabilidad emocional y no llegaría al poder del Espíritu de Dios.
Hay otra forma de centrarse en los elementos emocionales y de la sensibilidad no tan evidente como la anterior. No sólo implica la evocación del pasado y la liberación de la expresión emocional, sino además hace de la investigación de la causa principal de los problemas un fin por sí mismo. Supongamos, por ejemplo, que un hombre sufre problemas en aceptar su propia sexualidad. Al expresar sus miedos de ser varón revive la experiencia pasada por el temor que sintió al tener que relacionarse con mujeres. Manifiesta entonces sus sentimientos de frustración, culpabilidad y ansiedad. Pero también se remonta a la primera infancia y nos describe la incapacidad de su padre para relacionarse con él y el amor atosigante de su madre.
La causa raíz de este problema es, con toda probabilidad, el hecho de que sus padres no supieron amarle y orientarle rectamente. Pero si nada más se considera la causa, no se aborda el problema. Hay que tomar la decisión de buscar el Poder del Señor para curar, y la respuesta para vivir de acuerdo en el Reino de Dios. Quedarse en el descubrimiento de la raíz es limitarse a hacer lo que harían muchos tipos de psicoterapia, y esto, a pesar de que se haga oración y estemos empleando una terminología carismática para remontarnos a la causa. Una vez que se ha determinado la causa, es muy importante acudir al Señor en busca de su amor que cura. Es el momento de orar para pedir el poder de Dios y su gracia para curar, ser restablecido y tener valor para cambiar. De lo contrario, dejaríamos a aquel hermano con el conocimiento del peso que le abruma y sin poder para verse liberado. La confusión emocional es muchas veces el resultado de un ministerio realizado a medias.
UNA LlBERACION MAS PROFUNDA DEL ESPIRITU
Es evidente que se requiere mucha sabiduría. En orden a conseguir la disposición necesaria para alcanzar esta sabiduría, tenemos que definir los límites entre los dos enfoques diferentes que acabo de diseñar. Lo esencial es que veamos la curación interior como una prolongación de la liberación del Espíritu Santo en nuestras vidas.
¿Qué significa esto? Normalmente, cuando recibimos el Bautismo en el Espíritu Santo, quedan todavía zonas en nuestras vidas que siguen bloqueadas, por así decirlo, y que interceptan la acción del Espíritu Santo; no llegan a caer plenamente bajo el señorío de Jesucristo. Cuando comenzamos a caminar en el Señor hay en nosotros una gran paz y gozo, pero en el fondo hay muchas cosas de nuestra vida que no están plenamente a la luz y en el reino de Dios.
Conforme estas cosas se van haciendo más evidentes, descubrimos cómo las heridas y cicatrices del pasado afectan a nuestras relaciones con Dios y a las de unos para con otros, y anhelamos llegar a ser libres. Es entonces cuando tenemos que detectar alguna experiencia dolorosa o algún pecado habitual, como zona nueva dentro de nosotros que requiere una liberación más profunda de la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu. Tenemos que tomar la decisión de comprometer esta zona de nuestra vida con el Reino de Dios, perdonar cuando sea necesario, abandonar el resentimiento, arrepentirnos de aquello que necesitemos, y orar para que el Espíritu Santo ejerza de nuevo su señorío.
IMPORTANCIA DEL AUTODOMINIO
Los que administran la curación interior lo hacen para que una hermana o hermano determinado pueda experimentar el Amor de Dios en una zona de dolor u oscuridad. Pero tendrían también que enfocar el ministerio como el medio por el que la persona que busca curación pueda adquirir un mayor control sobre su propia vida. Esto significa, en concreto, que, además de la oración real para pedir curación interior, habría que incluir en el ministerio los siguientes elementos:
1. Ser muy claros en cuanto a la zona específica de esclavitud o de heridas.
Esto quiere decir que sepamos con seguridad qué es lo que pedimos en concreto y contra qué cosas oramos. Aseguremos a la persona por la que oramos que Dios quiere que sea libre. Hablemos con las palabras del Evangelio de Juan: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32).
2. Animémosla a tomar la iniciativa y responder en forma activa a la oración con una decisión de rechazar el mal y la esclavitud emocional. - Podemos hacer que repita la oración con nosotros. O, si es oportuno, invitarla a ponerse de pie o a arrodillarse como un signo de su decisión para rechazar lo que no es de la vida de Dios.
3. Una vez que ha tomado la decisión, guiémosla con el poder del Espíritu a comprometer la zona de que se trata al señorío de Jesucristo. Al hacer esto, todos los que están actuando en el ministerio deben centrarse en Jesús. Si por experiencia sabemos muy bien que es esencial centrarnos en Jesús para la liberación del Espíritu en nuestras vidas, por desgracia no llegamos fácilmente a centramos en Él mientras hacemos la oración por la curación interior. Solemos centrarnos en las heridas o en los elementos de la decisión. Si queremos conocer el señorío de Jesús en esta zona hemos de mirarle fijamente en la oración. La decisión de comprometer una zona problemática al Señor nos capacita para responder al amor curativo de Dios. Pero Dios es el único que cura con su amor personal, misericordioso y eterno.
4. Manifestemos a la persona por la que oramos que tiene el poder de conservar la nueva libertad, incluso cuando se encuentre en momentos de lucha. Hay que animarla a ser fiel a la oración diaria y a que asista a la reunión de cristianos en la que su fe y su curación recibirán apoyo.
ABRIR ZONAS A LA CURACION
Es importante saber distinguir entre los medios empleados para abrir zonas a la curación y el proceso básico de curación y autocontrol que hemos descrito anteriormente.
Los que buscan curación necesitan experimentar un ambiente cálido de amor entre personas en las que puedan confiar. Han de conocer, por la fe y el amor de los que administran, que el amor de Dios está verdaderamente presente, que el perdón está al alcance de los que lo piden. Tienen que experimentar la atención y el apoyo de los que escuchan sus sufrimientos y les imponen las manos en la oración. Tales elementos son convenientes en este ministerio, pero tan sólo en la medida en que no acaparen la atención central del ministerio. De lo contrario, no realizaríamos más que una sesión de minisensibilidad. Hemos de considerar estos elementos como concomitantes en el ministerio, como algo que sobriamente rodea y apoya el trabajo central que hay que realizar.
Una vez hayamos comprendido el proceso de abrirse a Dios, que consiste en someter nuevas áreas de nuestras vidas al Señorío de Jesús mediante una liberación más profunda de su Espíritu y en ejercer sobre nuestras vidas la autoridad que se nos ha dado por la muerte y resurrección de Jesús, debemos empezar a considerar la curación interior como parte normal del crecimiento cristiano.
Por ejemplo, cuando queremos responder al mandato del Señor de amarnos unos a otros y se nos hace difícil, tenemos que pedir una mayor liberación del Espíritu en aquellas zonas en las qua nos falte amor. Cuando nos comprometemos a dar nuestras vidas unos por otros con la mejor buena voluntad de nuestros corazones, pero descubrimos zonas en nuestra vida que no ceden ni se rinden al servicio a los demás y a una entrega desinteresada, debemos orar para que el Espíritu de Dios quede más profundamente liberado en estas áreas, de forma que hallemos una generosidad y poder nuevos. Cuando escuchamos la llamada de Dios para vivir más estrechamente unidos a nuestros hermanos y hermanas, quizá tengamos que luchar con el miedo y la rebeldía. Entonces también vendrá el Espíritu con poder a curarnos, a restablecernos y capacitarnos para comprometer nuestras vidas con paz y libertad.
CURACION INTERIOR EN LA VIDA DIARIA
Deberíamos como cosa ordinaria, orar nosotros mismos por nuestra curación interior, sobre todo después de haber recibido de otros un ministerio efectivo.
Tenemos que examinar con frecuencia en nuestra oración personal qué es lo que nos impide servir más plenamente al Señor. Porque, no me cansaré de repetir, que a pesar de que deseemos que Jesús sea nuestro Señor y le hayamos invitado a entrar en nuestras vidas, siguen todavía cerradas dentro de nosotros muchas puertas, de algunas de las cuales no siempre somos conscientes. Cualquiera que sea el precio que tengamos que pagar, cada día tenemos que hacerle señor y dueño nuestro por medio de la decisión, el arrepentimiento, la conversión y el compromiso.
Hemos de hacer que la oración de curación interior forme parte ordinaria de la oración que hacemos en familia y en los grupos pastorales. Los padres deben orar regularmente por los niños cuando resulte claro que han sufrido heridas internas. Los que ejercen una dirección pastoral, deben en momentos oportunos orar por los que están encomendados a su cuidado, para que el crecimiento en el Señor no quede bloqueado por cualquier obstáculo que pueda surgir.
Y quizá lo más importante es que deberíamos considerar la curación inferior como una ayuda más o como un arma que el Señor nos suministra para el crecimiento espiritual. Tiene que formar parte ordinaria de nuestra armadura, ni descuidada ni exagerada. Hay que integrarla con todas las demás armas y ayudas con la liberación, el consejo y la disciplina. Es una herramienta especialmente diseñada para nuestra libertad interior. El Señor quiere completarnos y liberarnos para que nos podamos acercar a Él, unidos unos a otros en el Reino de Dios, y no cabe duda de que Él lo hará. “Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8.36).
(Traducido de NEW COVENANT, mayo de 1978, págs. 13-16).
Sí, nunca como ahora parecen ser más reales las palabras de los profetas que hablan de renovación y restauración, de unir a los dispersos, y de cómo el Señor derramará abundantemente su Espíritu y la tierra se llenará de su conocimiento como cubren las aguas el mar (Is 11,9) y se manifestará el Pueblo de Dios, luz de todos los pueblos y antorcha de las naciones, apareciendo la gloria de Yahvé (Is 60, 1-5).
Todo esto adquiere un significado especial ante la forma como Dios está hoy llevando a cabo su designio de salvación en el mundo entero.
El plan del Señor es grandioso y de nosotros se requiere que tengamos una visión lo más completa posible para saber apreciar la Renovación en el Espíritu en toda su extensión, profundidad y grandiosidad.
En la Conferencia Internacional sobre la Renovación Carismática Católica, que se acaba de celebrar en Dublín, hemos escuchado admirables testimonios de lo que el Señor está haciendo hoy, y los mensajes proféticos han Avivado nuestra fe invitándonos a asumir la responsabilidad que tenemos en el momento presente. El tema central ha sido la necesidad de la evangelización para tantos cristianos que desconocen el mensaje esencial del cristianismo y tantos hombres que viven en tinieblas.
Si el Señor nos ha enriquecido con su abundante vida y nos ha renovado por la fuerza de su Espíritu, esto no es solamente para nosotros. Forma parte del plan universal que incluye a todas las Iglesias cristianas de todos los países y también aquellos que están lejos, para hacer “de los dos pueblos unan
(Ef 2,14), plan unitario que busca la unidad, creando lazos de comunión y amor entre unos y otros, y llevando el Señor la iniciativa más que los hombres: Él es el que actúa y se manifiesta con signos y señales innegables que sólo los que están ciegos pueden ignorar (Jn 9,39-41).
Lo que el Señor espera de nosotros es que seamos fieles al don que hemos recibido, pues “a quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc, 12,48).
Nuestra responsabilidad es saber presentar la Renovación del Espíritu tal como es en sí, con todo lo que tiene y representa, sin fragmentaria o adulterarla, y saliendo al paso de la información falsa o equívoca que propagan diarios y revistas, que, más que en su contenido profundo, se fijan en los detalles exteriores y llamativos, Hemos de reflejar la verdad completa de lo que es esta Renovación ante los que la miran con recelo, o se forman una falsa imagen y la rechazan como algo que no está de acuerdo con la línea que piensan ha de seguir hoy la Iglesia.
Hemos de ofrecer, por tanto, la imagen de sencillez, austeridad y pobreza espiritual que nos hace sentir el Espíritu del Señor y que reflejamos, no sólo en la oración compartida, sino en todas nuestras relaciones humanas, y estilo de vida, conforme al espíritu de las bienaventuranzas, que hace que los pobres, humildes y enfermos se sienten acogidos; el sentido de sinceridad, apertura y acogida a todos; el anhelo de solidaridad, comunión y amor a todos los hombres y de crear relaciones de comunidad para compartirlo todo.
El compromiso más grande de la Renovación es el mismo Jesús Resucitado, el Señor a quien se conoce personalmente, a partir de su presencia en los hermanos y de un encuentro muy personal con El, de donde deriva (a exigencia de su Espíritu de darnos en servicio total a los demás. Humanamente no se puede vivir cómodo dentro de la Renovación Carismática, pues hay que abandonar los antiguos hábitos de independencia, aislamiento e instalación para aceptar a todos y empezar a compartir nuestras cosas. Hay quien ha sentido la necesidad de ensanchar su casa o de hacer reformas para acoger a los hermanos, o quien lo dejó todo para marchar adonde le impulsaba el Espíritu del Señor, o quien cambió sus hábitos y estilo de vida en una línea de conversión y entrega total, o quien emprendió una vida de contemplación, o grupos de jóvenes que dedican sus horas a la oración y la alabanza.
Estas realidades no se pueden ignorar ni tampoco minusvalorar. Esto es posible tan sólo por la gracia del Espíritu. Son frutos de vida.
Todos sentimos la preocupación por la Iglesia de Dios que es el Cuerpo de Cristo. El discernimiento es hoy una de las tareas más difíciles. Pero una necesidad urgente que a todos nos interpela, pastores y fieles, es la de crear, tomar iniciativas, fomentar y alentar “todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Flp 4,8), para “no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno» (Lg, 12).
Dentro de la Iglesia Católica la Renovación Carismática, con las actitudes más que con las palabras, es denuncia y llamada profética hacia el camino de la verdadera renovación y autenticidad cristiana, su mensaje no puede quedar desatendido. En el Pueblo de Dios hoy se necesita un gran sentido de integración de todo lo bueno que hay, más que una actitud exclusivista y dialéctica.
El Espíritu tiene muchas formas de manifestarse, formas que a veces no comprendemos los hombres; y si no tenemos una visión universalista y “católica”, entonces el Espíritu de sinagoga, que prevaleció en los judaizantes, o de secta, que puede darse entre nosotros, o «un espíritu de timidez que no nos dio el Señor” (2 Tm 1,7) nos impedirá aceptar y amar a los “que han recibido el Espíritu Santo como nosotros” (Hch 10,47).
LA MUJER EN LA COMUNIDAD CRISTIANA
Por RODOLGO PUIGDOLLERS
”Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud”.
(Mensaje del Concilio Vaticano II)
No hay ni hombre ni mujer
El Concilio Vaticano II, el día de su clausura (8-XII-1965), afirmó claramente que la Iglesia está orgullosa de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el hombre. (Mensaje a las mujeres).
Ya en su primera página la Palabra de Dios contiene la siguiente frase:
Dios creó a la humanidad a imagen suya, a imagen de Dios la creó, y la creó hombre y mujer (Gn 1.27). La humanidad, en el designio de Dios, está constituida por el hombre y la mujer, como algo inseparable y en igualdad de derechos. Hombre y mujer son semejantes (Gn 2.18), son los mismos huesos y la misma carne (Gn. 2,23). Sólo por el pecado del hombre ha surgido el dominio de la mujer por parte del marido (Gn 3.16) y la desigualdad de derechos (Gn 4,19).
Si queremos situar en su cuadro histórico la enseñanza y la actuación de Jesús hemos de recordar el pensamiento común entre los judíos de su tiempo. Recordemos algunas frases: ¡Desdichado de aquel cuyos hijos son niñas! (b. Quid. 82); La mujer es en todo inferior al hombre (Josefo. C. Ap. 11 24. 201): Mejor quemar la Biblia que explicársela a las mujeres (Rabi Eliezer). Dentro de este ambiente y esta mentalidad, Jesús predicó y actuó según la visión de Dios. Cuando los fariseos le expusieron la doctrina de la inferioridad de la mujer y los privilegios del hombre en el matrimonio, Jesús rechazó enérgicamente esta idea y dijo que al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer (Mc 10.6). La defensa de la mujer por parte de Jesús fue tan fuerte que los discípulos se escandalizaron (Mt 19,10).
San Lucas, en su evangelio, nos presenta a Jesús predicando y evangelizando por aldeas y ciudades. Nos indica que no iba solo, ni siquiera con los Doce exclusivamente. Dice: le acompañaban los Doce y algunas mujeres (Lc 8.1-2). Entre ellas, María Magdalena, Juana (que era la mujer de uno de los administradores de Herodes), Susana y otras. Serán precisamente estas mujeres las únicas que le permanecerán fieles en el momento del Calvario y las primeras que anunciarán su resurrección.
Esta doctrina y esta costumbre con respecto a la mujer es la misma que encontramos en la primitiva comunidad cristiana. Con una afirmación clara y rotunda, San Pablo rechaza todo tipo de discriminación, sea por motivos culturales, sociales o sexuales: todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Ga 3.27-28).
La mujer y los carismas
Para comprender que no hay ningún límite sexual para la vida carismática, hemos de recordar que María es la primera carismática. No sólo cronológicamente, sino en intensidad. Ella es, como dice el ángel, la llena de gracia (Lc 1.28).
Pero repasemos algunos de los carismas comunitarios, para ver cuál era la práctica en la Iglesia primitiva:
a) Oración en lenguas: Tradicionalmente se considera que el día de Pentecostés estaban reunidos los Doce con algunas mujeres, María madre de Jesús y los hermanos de Jesús (Act 1,14): todos se pusieron a hablar en lenguas (Hch 2.4). Igualmente, en casa de Cornelio estaban todos sus parientes y sus amigos íntimos (Act 10.24): al oír a Pedro, todos se pusieron a hablar en lenguas y a celebrar la grandeza de Dios (Act 10.46).
b) Profecía: En la comunidad de Corinto las mujeres profetizaban y Pablo está de acuerdo con ello (I Co 11.5). Por otra parte, Felipe, uno de los Siete, tenia cuatro hijas vírgenes que profetizaban (Act 21,9).
Hacia finales del siglo II, S. Ireneo, obispo de Lyón, escribe que S. Pablo ha hablado mucho de los profetas carismáticos y conoce la costumbre de que hombres y mujeres profeticen en la Iglesia (Ad Haer. III, 11,9).
c) Enseñanza: En la Iglesia primitiva no había la costumbre de que mujeres diesen la enseñanza o presidiesen. Eran en este asunto deudores de las costumbres judías que decían: No se permite a una mujer salir a leer (la Torá) en público (Tos. Meg. IV, 11).
Cuando a finales del siglo II, Maximila y Priscila (montanistas) empezaron a introducir la costumbre de mujeres dando la enseñanza, gran parte de la Iglesia reaccionó en contra considerándolo contrario a la tradición. En la secta montanista se llegó hasta admitir a las mujeres al sacerdocio.
Es seguramente de esta época (finales siglo II), y como expresión de la costumbre común, la introducción de dos añadidos en las cartas de S. Pablo. Una simple lectura atenta nos hace ver que no se tratan de textos del Apóstol, sino de añadidos posteriores. El primero se encuentra en I Co 14,34-35. Lo que colocamos entre paréntesis es el texto añadido:
”Podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados ya que los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos.
(Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra, antes bien, estén sumisas como también la ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa, pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea)...
¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios? O ¿solamente a vosotros ha llegado? Si alguien se cree profeta o inspirado por el Espíritu…”
Las palabras que están entre paréntesis no sólo modifican el sentido del texto primitivo, sino que caen fuera de contexto. Por otra parte hay varios manuscritos griegos que tienen estos versículos en otro lugar, lo que indica que es un añadido.
La segunda interpolación está en I Tm ?2, 11•15. Veamos también el texto:
” Quiero que oréis así: los hombres…; igualmente, las mujeres, correctamente arregladas, compuestas con decencia y sencillez, nada de grandes peinados, ni joyas, nada de collares de perlas ni grandes vestidos, sino, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas, con buenas obras…
• (La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar, y el engañado no fue Adán, sino la mujer, que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se salvara por su maternidad)...
si perseveran con sencillez en la fe, el amor y la vida santa”.
Las palabras entre paréntesis cortan la última frase del texto primitivo e introducen de forma extraña el singular (“la mujer”). El añadido se ve muy claro en la última frase, que tiene el sujeto en singular y el verbo en plural (Cf. J. ALONSO DIAZ, Restricción en algunos textos paulinos de las reivindicaciones de la mujer en la Iglesia, en Estudios Eclesiásticos 50. 1975. núm. 192. pp. 77-94).
Por consiguiente, estos dos textos pueden servir para ver la costumbre de la Iglesia del siglo II, pero ni son del tiempo de S. Pablo, ni expresan su enseñanza, ya que éste permitía que las mujeres profetizasen en la asamblea (I Co 11,5).
La experiencia carismática actual nos muestra que todos los carismas se encuentran indistintamente en hombres o en mujeres, porque el Espíritu lo da a cada uno según su voluntad (1 Co 12,11). Sobre el discernimiento de espíritus y la palabra de sabiduría y de ciencia nos ilustran perfectamente las vidas de Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús. Estos carismas se encontraban en ellas con tanta fuerza, que hace unos años Pablo VI las proclamó doctoras de la Iglesia.
La mujer y los ministerios
Es difícil hacernos una idea exacta de los ministerios en la Iglesia más primitiva. Sin embargo, en las cartas de San Pablo tenemos algunos indicios que nos permiten afirmar la gran importancia de la mujer en las comunidades más primitivas. Varias veces S. Pablo saluda a matrimonios o a mujeres alrededor de los cuales se había constituido una comunidad. Así en la epístola a los Romanos saluda a “Filólogo y Julia (¿un matrimonio?), a Nereo y a su hermana, y a Olimpas y a todos los hermanos que viven con ellos” (Rm 16,15). Cuando escribe a los Corintios les habla de “la casa de Estéfana, que es la primicia de Acaya y se ha consagrado al servicio de los santos” (1 Co 16.15), y, cuando escribe a los Colosenses, saluda a "Ninfa y a la iglesia de su casa” (Col 4,15).
Entre los colaboradores de San Pablo encontramos en primer lugar al matrimonio Prisca y Aquila, "mis compañeros en Cristo Jesús” (Rm 16,3), que fueron quienes catequizaron a Apolo, un gran apóstol y colaborador de Dios (Act 18,26). En la epístola a los Romanos saluda también a “Andrónico y Junia (¿un matrimonio?), mis parientes y compañeros de cautiverio, apóstoles muy apreciados" (Rm 16,7); en este texto la palabra apóstol significa que “participaban activamente en el apostolado misionero de la Iglesia" (TOB). En la epístola a los Filipenses hace una exhortación a Evodia y a Sintique, que eran colaboradores suyas (Flp 4,2-3).
Por último debemos citar a Febe, que viene presentada a los Romanos como diaconisa de la iglesia de Cencres (Rm 16,11). Para algunos autores, de las diaconisas se habla también en el texto de I Tm 3,11.
Todo este panorama nos hace comprender que en la Iglesia primitiva los ministerios de la mujer eran algo muy importante y abundante. El ministerio de las diaconisas se conservó sobre todo en la Iglesia Oriental.
La experiencia y la costumbre de la Renovación Carismática en España nos ha mostrado cómo las mujeres pueden desempeñar cualquiera de los ministerios laicales. Y tenemos así la experiencia del ministerio de dirección, tanto a nivel de grupos de oración, como a nivel de Coordinación Nacional.
El ministerio sacerdotal
Un punto importante lo constituye el ministerio sacerdotal. En todas las Iglesias, hasta hace muy poco tiempo, este ministerio estaba reservado a los hombres. Recientemente algunas comunidades anglicanas y protestantes han admitido a las mujeres a este ministerio. La Congregación para la Doctrina de la Fe, por parte católica, ha manifestado que “la Iglesia, por fidelidad al ejemplo de su Señor, no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal”. (15 octubre 1976).
Sobre este punto E. Schillebeeckx, uno de los teólogos católicos más importantes, ha dicho: “desde el punto de vista teológico no hay dificultad alguna en conferir el sacerdocio a las mujeres. No se trata de un dogma. Si Cristo no eligió mujeres es porque se encontraba en una situación cultural muy concreta ».
La Iglesia católica, por el momento, continúa esta costumbre tan antigua; pero nada impide pensar que con el cambio de la situación cultural y pastoral no se haga conveniente un día el confiar también este ministerio a mujeres. Lo que sí que es cierto es que el discernimiento definitivo sobre esta conveniencia no reside en la opinión personal de cada uno sino, en última instancia, en el discernimiento de los Obispos.
¿Sumisión en el matrimonio?
San Pablo emplea a veces la expresión "el hombre es la cabeza de la mujer" (Ef 5,23; I Co 11,3). ¿Significa esto una inferioridad de la mujer con respecto al marido? Hay que tener en cuenta que esta frase no es propia de San Pablo, sino que corresponde al pensamiento judío del siglo I. Si San Pablo la cita es sólo para introducirle importantes correcciones, para indicar que los esposos cristianos deben actuar como Cristo y la Iglesia: en una donación total. Tampoco podemos quedarnos unilateralmente con la frase “las mujeres estén sometidas a sus maridos” (v. 22), sin leer todo el texto, que afirma muchas más cosas. He aquí el texto completo:
“Estad sometidos los unos a los otros con reverencia cristiana:
*las mujeres estén sometidas a sus maridos como al Señor: porque “si el marido es cabeza de la mujer” debe serlo como Cristo es cabeza de la Iglesia: como su salvador. Por eso la sumisión de las mujeres a sus maridos debe ser como la de la Iglesia a Cristo.
*y, vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia: dando su vida por ella”.
No se habla aquí de una sumisión de la mujer, sino de una mutua sumisión, de una mutua sujeción, de un mutuo amor. Tenemos así el mismo pensamiento que San Pablo presenta en I Co 7.4: la mujer no es dueña de sí misma: el dueño es el marido; e igualmente el marido no es dueño de sí mismo; la dueña es la mujer.
Para la doctrina de la Iglesia no hay ninguna inferioridad de la mujer, ni ninguna sumisión unilateral, ni ninguna dirección espiritual de la mujer por parte del marido.
Fundamentalismo
En noviembre de 1974 la Conferencia Episcopal de Estados Unidos advertía ya sobre los peligros de un fundamentalismo bíblico “que se opone al mismo tiempo a las normas auténticas de la Sagrada Escritura y a la enseñanza de la Iglesia”.
¿Qué es el fundamentalismo bíblico? Es la lectura al pie de la letra de la Biblia, sin tener en cuenta para su interpretación ni la exégesis científica ni la doctrina de la Iglesia. Se comprende que una lectura de este tipo puede llevar a muchas equivocaciones.
Un versículo de la Biblia puede ser explicado por otro, y debe leerse siempre a la luz de toda la Sagrada Escritura; algunas afirmaciones, aparentemente muy claras, pueden ser simplemente normas para una época o pueden estar condicionadas por una situación cultural concreta. Para poner un ejemplo: es claro que la norma de San Pablo que las mujeres oren con la cabeza cubierta es una norma pastoral para unas comunidades concretas y de un tiempo concreto: las comunidades griegas del siglo I.
Algunos cristianos de otras denominaciones realizan una lectura de algunos textos bíblicos que, a nuestro modo de ver, es excesivamente fundamentalista. Entre estos textos están los referentes a la autoridad de la mujer en las asambleas y al papel de la mujer en el matrimonio. Dentro de la renovación carismática católica se ha introducido en algunos lugares esta visión sobre la mujer, que debe rechazarse enérgicamente: a) porque se basa en una lectura fundamentalista de la Biblia, que no llega a captar en plenitud el mensaje de Jesús; b) porque está en contradicción con la doctrina de la Iglesia sobre la mujer.
Como dijo el Concilio: ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud. Y la Renovación Carismática debe ayudar a todas las personas y a todas las comunidades a romper los esquemas culturales que impiden el pleno desarrollo de esta vocación de la mujer y ayudar a las mujeres -y con esto a toda la comunidad- a adquirir la verdadera libertad de Cristo.
ENTRE EL ASEDIO DE LAS TENTACIONES Y EL FUEGO DE LAS PRUEBAS
Por LUIS MARTIN
La vida del cristiano se encuentra siempre polarizada por dos fuerzas antagónicas de atracción, que podríamos llamar, según el lenguaje de San Pablo (Rm 7,21-25), «la ley de Dios” y “la ley del pecado”.
La ley de Dios es la fuerza del bien, la presencia del Espíritu en nosotros, con todos sus dones y frutos y cuanto la vida sobrenatural lleva consigo de gozo, consuelo y vida abundante, al mismo tiempo que situaciones de desierto y la interminable gama de pruebas por las que podemos pasar.
La ley del pecado es la fuerza del mal, el pecado en si, sus heridas y efectos, la acción del maligno, la tentación.
"Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. (Rm 7,22-23): de la misma manera cualquiera de nosotros se puede sentir escindido y desgarrado interiormente, hasta el punto de parecernos a veces como si experimentáramos en nosotros una doble personalidad.
Es importante que conozcamos algunos detalles de cómo actúan siempre estas dos fuerzas, para atraernos hacia el bien o atraernos hacia el mal.
La fuerza del bien actúa en forma de llamadas, invitaciones, arrepentimiento, anhelo y hambre de Dios.
La fuerza del mal tiene su peculiaridad engañosa. Cuando la vida del espíritu está débil o muerta, entonces hay un continuo ceder a la tentación y solicitaciones del mal. Apenas si se experimenta el combate espiritual y entonces no hay problemas de desgarramiento interior.
Pero cuando la vida del espíritu empieza a hacerse firme e intensa enseguida se moviliza el reino y las fuerzas del mal presentando el combate por donde haya menor resistencia. Se tiene entonces la sensación de que surgen problemas que antes ni siquiera se daban, pareciendo que ahora todo se vuelve más complicado.
La neutralidad o el armisticio nunca se dan y si fueran posibles serían una rendición pues “el que no está conmigo, está contra mi, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,23).
Empezar una vida nueva del Espíritu implica tener que enfrentarse con innumerables pruebas y tentaciones que antes no imaginábamos. Para esquematizar y formarnos una idea más clara vamos a fijarnos en dos formas típicas: primero en la tentación y después en las pruebas.
DIOS NO PUEDE SER TENTADO POR EL MAL NI ÉL TIENTA A NADIE (St 1,13)
Tanto si vivimos una vida floja cono si vivimos una vida intensa del espíritu, la tentación es inevitable, y dado el medio ambiente en el que hoy tenemos que vivir es espontánea y nos llega de todas partes.
Unas veces procederá del mundo y de lo que hay en el mundo, "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de la riquezas” (1 Jn 2.16), es decir, la vanidad, la mentira, el lujo, el frenesí del consumo, el imperio del dinero, la injusticia y la opresión, pues “el mundo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19) y “por eso os odia” (Jn 15,19), dice Jesús, porque, “a mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15.18).
Otras veces procede de la carne, entendiéndose por tal cuanto en el hombre hay de contrapuesto a Dios. “Carne de pecado” (Rm B,3) puede ser tanto nuestro cuerpo, como nuestra mente o nuestra voluntad siempre que se hallen bajo el dominio de una tendencia contraria a Dios que pueda arrastrar al pecado, como, por ejemplo, el orgullo, la soberbia, la ira y toda forma de concupiscencia.
La tentación puede provenir también, y en este caso amañada con una gran dosis de malicia y engaño, de Satán al que la Escritura llama “el tentador" (Mt 4,3; 1 Ts 3,5), “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,4), “el seductor del mundo entero” (Ap 12,9), y “el acusador de nuestros hermanos" (Ap 12-10), y por tanto, “homicida desde el principio” (Jn 8,44).
Jesús sufrió la tentación, no sólo en el desierto, sino prácticamente toda su vida, tentación cuya estrategia iba o en contra de la forma humilde de encarnación que Dios había escogido por haberse “despojado de sí mismo tomando condición de siervo” (Flp 2.7), o en contra del plan de salvación que había de ser “un Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1.23-24). Enérgicamente tuvo que rechazar la tentación que el mismo Pedro le presentó con toda su buena voluntad: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ...“ (Mt 16,23).
El sentido de la tentación siempre es tratar de apartarnos de Dios y por tanto engendra muerte.
Pero “fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10,13).
Por esto la tentación vencida humilla a Satanás y pone de manifiesto el poder y la gloria de Dios en nosotros, dejando el alma más purificada, en humildad, arrepentimiento y confianza en Dios y desconfianza de sí misma, y en anhelo de orar más intensamente.
Si vivimos una vida intensa del Espíritu, es muy normal que experimentemos la tentación de una manera mucho más fuerte. Esto lo hemos de tener muy en cuenta para no sentirnos desconcertados.
En la Renovación Carismática podemos sufrir, entre otras muchas, cierta clase de tentaciones que podríamos reducir a las siguientes categorías:
- Soberbia espiritual, bien por creerme parte de una élite de súper cristianos, o por considerarme conocedor de todos los secretos y experiencias de la vida espiritual en forma superior a otros, o por pretender estar capacitado para guiar a otros, o que a mí me lo dice todo directamente el Espíritu (iluminismo).
Cuantos desempeñamos funciones de dirigentes podemos incurrir en una variante de soberbia espiritual por creer que somos nosotros los únicos que poseemos el discernimiento y no conceder demasiada importancia a la opinión del resto de los hermanos (1 Co 14,36), ni tener en cuenta que el beneplácito de Dios ha sido siempre el escoger “lo necio y débil del mundo” (1 Co 1,27) y ocultar estas cosas a sabios e inteligentes para revelárselas a los pequeños (Mt 11,25•26: Lc 10.21).
- Súper-espiritualismo: cuando, en espera de que el Señor lo resuelva todo, minusvaloramos los talentos naturales o la iniciativa propia, o la ciencia, la teología, la reflexión bíblica y los métodos científicos de interpretación (fundamentalismo), o cuando vivimos en constante repliegue de nosotros mismos sobre la propia experiencia del Espíritu, evadiéndonos de la realidad y necesidades del medio en que vivimos o buscando una compensación de las decepciones y frustraciones que nos prodiga la vida.
- Desplazamiento del centro esencial de la vida cristiana: cuando amamos la organización, el ministerio, la comunidad más que a Dios y a los hermanos, o las tareas a realizar (charlas, retiros, etc.) absorben toda la atención y tiempo que tendríamos que dedicar al Señor (Lc 10,41-42), o ponemos todo el interés en los carismas instrumentalizándolos (Mt 7.15-23) en detrimento del amor.
Estas formas de tentación suelen suceder a nivel subconsciente más que en forma refleja o con plena advertencia, incluso obrando nosotros con buena voluntad. Sólo la sabiduría y la misericordia de Dios podrán hacernos tomar conciencia de tales peligros.
FELlZ EL HOMBRE QUE SOPORTA LA PRUEBA! (St 1,12)
La prueba se puede llamar tribulación, persecución, incomprensión, sufrimiento, enfermedad, fracaso, situación de desierto, noche oscura.
Es necesario que sepamos distinguir bien entre lo que es una tentación y lo que es una prueba.
Ya hemos visto qué sentido tiene la tentación.
La prueba en cambio es don de gracia que debemos saber aprovechar y está ordenada a la vida, al contrario de la tentación que está ordenada a la muerte. La prueba es condición indispensable de crecimiento, robustez y humildad: el camino de la pascua interior y del amor que espera. Dios prueba a los suyos, “pues a quien ama el Señor, le corrige... como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?” (Hb 12,6-7).
Jesús fue “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” [Hb 4,15).
A nosotros la prueba nos prepara para llegar a un mayor don del Espíritu, realizando no sólo una obra de liberación, sino también de fortalecimiento, pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28).
Esto hace posible lo que San Pedro deseaba que “la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo” (1 P 1,7).
Las pruebas pueden ser muy variadas.
Para adquirir una visión más clara las agrupamos de la siguiente manera:
-El sufrimiento en general: es escándalo y misterio incomprensible para el que no cree, pero para el cristiano presenta un valor incalculable, pues sus sufrimientos son “los sufrimientos de Cristo” (2 Co 1,5) entrando así en “la comunión de sus padecimientos” (Flp 3,10).
Imposible llegar a la madurez sin sufrimiento. Aquellos que saben sufrir con aceptación y la paz de Jesús adquieren un gran enriquecimiento espiritual.
Las características del apóstol son: "paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros” (2 Co 12,12).
No cabe duda de que nos purifica. San Pablo decía: “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,10).
Pero a partir de Jesús que “debía sufrir mucho” (Mc 8,31) para “entrar así en su gloria” (Lc 24,46J, “y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia...” (Hb 5,8) tiene para nosotros un valor redentor y de intercesión. Por esto sufrir por Cristo es una verdadera gracia, ?(Flp 1.29), lo cual siempre lleva consigo un gran consuelo y gozo (Hch 5,41; 2 Co 1,5). Comprendemos así cuando Pablo escribe: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Co 7,4).
-La tribulación, el fracaso, la enfermedad. Aquí entra también la humillación en la que nuestro orgullo y amor propio pueden ser purificados. La corrección fraterna que representa una humillación, pero si se sabe aceptar es prueba de gracia.
La Palabra de Dios nos dice que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22; cfr.: 1 Ts 3,3-4), pero “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3-5).
Una forma gloriosa de tribulación es la persecución, “bautismo” con el que Jesús tuvo que ser bautizado (Mc 10,39; ?Lc 12,50). Sus palabras son terminantes: “el siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, “también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20), lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,20).
En la persecución se experimenta como en ninguna otra prueba todo el consuelo y Amor del Señor, porque la persecución va contra El (Hch 9,4; 5,41). Pablo exclama: “¡Qué persecuciones hube de sufrir! y de todas me libró el Señor. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones” (2 Tm 3,11-12).
Aun “si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a si mismo (2 Tm 2,13), mucho más experimentaremos si perseveramos en sus pruebas (Lc 22,28). Tan sólo entonces es posible comprender sus palabras: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos...” (Mt 5,11-12).
LAS PRUEBAS QUE VIENEN DE DIOS
Se trata de las situaciones de desierto, de sequedad y aridez, que unas veces afecta al espíritu y otras sólo al corazón. La más tremenda es cuando Dios "parece” haberse retirado del alma.
Algunas de estas situaciones pueden proceder de nuestra infidelidad, fatiga, cansancio, método inadecuado de orar, tentaciones molestas, etc. Pero otras muchas veces son prueba de Dios que nos retira el consuelo sensible que estábamos experimentando en la oración, para realizar una obra de purificación.
Cuando estas situaciones se prolongan puede ser que se haya entrado en las noches del alma, según el lenguaje de los místicos, imprescindibles, sin duda, para lograr una completa purificación y llegar a la plena perfección cristiana.
Cuando se empieza a entrar en la contemplación, para poder seguir avanzando y creciendo en esta clase de oración, hay que pasar primero por la llamada noche del sentido, que consiste en una serie prolongada de arideces y oscuridades por las que el Señor trata de despegarnos de los consuelos sensibles de la oración. La gracia trabaja así en nosotros de forma que sea el Amor de Dios lo que busquemos más que nuestra propia complacencia y gusto espiritual en los resplandores de la contemplación.
Es tan difícil de soportar esta crisis que una gran mayoría de los que pasan por ella retroceden y no llegan a progresar en la oración. Generalmente alternan períodos de luz y de oscuridad para que no desfallezcamos. Hubo contemplativos en los que esta etapa duró años.
Todavía queda la noche del espíritu, purificación dolorosa pero necesaria para poder seguir avanzando. A mayor capacidad de amor corresponde siempre mayor capacidad de sufrimiento.
Las pruebas por las que hemos de pasar son múltiples e interminables. Cualquiera de nosotros podrá reconocerse en alguna de ellas o quizás en varias al mismo tiempo.
Siempre habremos de recordar la abundante enseñanza que nos suministra la Palabra de Dios sobre la importancia y el papel tan imprescindible que juegan las pruebas en nuestro crecimiento. Con ello nos será más fácil comprenderlas y superarlas tal como el Señor espera de nosotros. Su sabiduría nos dice: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por Él. Pues a quien ama el Señor, le corrige. (Hb 125; Pr 3,11-12).
Además de las pruebas personales que cualquiera de nosotros estemos viviendo en nuestra relación intima con el Señor, la situación que vivimos en el grupo o en la comunidad y las relaciones con los más cercanos aportan abundantes pruebas de las que no podremos escapar, hasta el punto que, quien más quien menos, sentiremos más de una vez la tentación de abandonar la R.C. y volver a nuestra cómoda vida de antes.
Cuántas veces han de surgir distintos puntos de vistas en determinados aspectos sobre los que nos resultará difícil ponernos de acuerdo, sobre todo en los servidores a quienes el servicio que prestamos en el grupo exige largas reuniones y discusión de problemas. ¿Sabremos entonces seguir siendo hermanos, aceptarnos y amarnos, a pesar de todas las discrepancias teóricas? He aquí una prueba de nuestra madurez espiritual.
Igualmente en cualquier tipo de roce o tensión que pueda surgir, o cuando nos sintamos incomprendidos o que no se reconocen plenamente nuestros dones. Todo esto sucede en cualquier grupo. La docilidad, la sinceridad, la sumisión, la facilidad para dar y recibir perdón, la rectitud, la serenidad y la fe cuando las cosas parece que no marchan bien, son exigencias constantes a las que hemos de responder en cualquier prueba.
Tomemos “como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor” (St 5,10).
“El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. ¡A Él el poder por los siglos de los siglos! Amén. (1 Pe 5,10•11).
NOTA: Pura profundizar en el tema se puede leer el artículo de Derek Prince, "Pruebas de fe" en ALABARE, núm. 28, págs. 21-26.
FALLOS POSIBLES EN EL MINISTERIO DE LA CURACION INTERIOR
Por MICHAEL SCANLAN
Esto es lo que os anunciamos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida" (1 Jn 1,1).
Hace unos años publiqué un libro titulado Curación interior que comenzaba con la buena nueva de la carta de Juan. La buena nueva de la fe, la esperanza y el amor, la buena nueva de como muchos estábamos siendo testigos del poder curador de Dios, operante en nuestros hermanos y hermanas.
Sabía por una parte que estábamos contemplando el poder transformador de Dios y nos sentíamos privilegiados de poder administrarlo, pero al mismo tiempo estaba convencido de que lo escrito en 1974 no era el mensaje completo. Lo mismo que el anuncio de Juan, el nuestro se limitaba a lo que otros y yo habíamos visto con nuestros propios ojos y tocado con nuestras manos.
Los años sucesivos me han confirmado en la importancia de la curación interior y en la necesidad que de ella tenemos en la Iglesia. También me han enseñado dos cosas: la necesidad de una mayor integración de la curación interior en la vida cristiana normal, y al mismo tiempo me han hecho descubrir los peligros que corremos de centrarnos insistentemente en un aspecto determinado de la curación interior, o que no sepamos reconocer la necesidad de otro ministerio distinto en una situación determinada.
?Y más importante por lo que hace en este artículo, creo que Dios nos ha concedido cierta sabiduría sobre la curación interior a los que nos dedicamos a este ministerio en el grupo “Servidores del Amor de Dios” de Steubenville. Esto se ha ido realizando a través de la experiencia, la enseñanza de unos a otros, el compartir, y por gratuita bondad de Dios. Esta sabiduría es la que quisiéramos poder comunicar a todos, en la esperanza de que el poder curador de Dios se ponga mucho más de manifiesto en el conjunto de su Cuerpo.
DOS FALLOS FRECUENTES
Según nuestro punto de vista, tal como se practica en la Renovación Carismática, el ministerio de la curación interior se ha visto afectado por dos problemas diferentes: la superficialidad y el excesivo emocionalismo.
Un enfoque superficial
El primer problema deriva del enfoque superficial que podemos dar a este ministerio y que se reduciría a: “ora y déjalo en manos de Dios”. En este caso oramos por la curación interior lo mismo que si oráramos por el tiempo: “Luisa tiene un problema de ansiedad y depresión; que cada uno se ponga a su alrededor y ore por ella”. Todos se ponen a su alrededor, le imponen las manos y empiezan a orar: “Señor, bendice a Luisa, cúrala, dale tu libertad, y envía tu Espíritu de paz sobre ella, dale la gracia de ponerlo todo en tus manos y confiar sólo en Ti. Gracias, Señor, porque oyes nuestras oraciones. Sabemos que has respondido ya. Reconocemos esta curación y te damos gloria”.
Habrá veces en que Luisa, o quien sea, quedará curada por el poder soberano de Dios. Pero en muchas ocasiones no sucederá nada en su vida. Se ha orado por ella, pero en realidad ella no se ha enfrentado con el problema de su vida.
Este primer enfoque es deficiente porque no llega a abordar:
- las causas más profundas del problema de ansiedad y depresión,
- la posible presencia del pecado que estaría exigiendo arrepentimiento,
- la probabilidad de endurecimiento de corazón debida al resentimiento, la amargura, el rechazo a perdonar, lo cual exige llegar a tomar decisiones para perdonar, amar, confiar.
Frecuentemente en el ministerio de la curación hay un fallo para enfrentarse con el mal y el pecado. Muchas veces nos hallamos ante un obstáculo, un muro que no deja pasar el amor curativo de Dios. Seguimos orando en sesión particular y hasta tratamos de hacerla diariamente procurando suscitar más fe en nosotros y en la persona por la que oramos. Pero el resultado puede ser frustración y confusión.
Hemos de comprender que una persona que ha estado sufriendo una herida profunda durante años puede estar muy influenciada por el mal. Puede hallarse en una forma de pecado tan sutil que ni siquiera ella misma es consciente de las ramificaciones que ha realizado en sus actitudes.
Pongamos un ejemplo. Un hombre me explicó que necesitaba curación interior en un problema que estaba sufriendo en relación con las personas constituidas en autoridad. Por la acción de los dones espirituales, principalmente discernimiento y palabra de ciencia, llegamos a descubrir fácilmente que la raíz estaba en sus relaciones con su padre, el cual había abusado de la autoridad sobre la vida de su hijo.
En este caso orar por la curación no hubiera sido más que rascar sobre la superficie. Fue primero necesario ayudar a este hombre a enfrentarse con aquella actitud de profunda rebelión en contra de cualquiera constituido en autoridad que durante varios años había estado desarrollando. Hubo que emplear gran coraje, en colaboración con los que administraban la curación, para ayudarle a tomar autoridad sobre lo que estaba minando sus relaciones y provocando la dureza de corazón. Una vez que lo hizo, pudo experimentar el amor de Dios en vez del sufrimiento que le producían el odio, el abandono y el desprecio. Cuando tomó autoridad sobre el espíritu de rebelión, le fue fácil perdonar a su padre, y la oración de curación interior empezó a fluir con paz y poder.
Siempre que nos enfrentemos con un caso parecido de poder bloqueado, hemos de considerar atentamente bajo qué formas puede estar actuando el mal espíritu, y tomar autoridad sobre él. Si permitimos que la persona en cuestión permanezca durante el ministerio de la curación sin tomar autoridad sobre su propia vida cuando sea necesario, sin arrepentirse de su conducta pecadora, y sin tomar las decisiones necesarias para poder aceptar la curación de Dios, entonces es muy posible, no sólo que estemos fomentando una dependencia emocional respecto al que administra, sino que también incrementemos la incapacidad de aquella persona para asumir la responsabilidad sobre su vida. Esta falta de responsabilidad personal es evidente cuando alguien
- pide que oremos para llegar a la curación de una relación en su propia vida, pero no llega decididamente a un acuerdo claro sobre cómo ha de enfrentarse con aquella relación:
- busca oración para llegar a la curación radical de un problema inveterado, pero no hace un plan de vida diaria y de prioridades para corregir el hábito:
- pide oración para conseguir una confianza más profunda en el Señor y depender más de su amor, pero no hace un compromiso firme de oración diaria, y así sucesivamente...
Emocionalismo excesivo
Otra serie de problemas se dan porque se enfoca el ministerio de la curación interior de una forma demasiado emocional. Esta prevalencia de la "sensibilidad” tiene lugar cuando centramos nuestra atención en hacer aflorar y ventilar al exterior sentimientos y experiencias pasadas. Se parte del principio de que cuanto mejor se consiga que el enfermo vuelva a experimentar sus heridas pasadas y exprese sus sentimientos sobre tales heridas, tanto más fácilmente va a ser curado. Pero este enfoque induce a pensar que uno ha sido curado simplemente por haber vivido la experiencia de ventilar sus sentimientos pasados y que esto hace que se encuentre mejor. Con demasiada frecuencia, cuando tal ha sido el alcance de la “curación” o enseguida se encuentra uno de nuevo en su antigua situación, lamentándose de los mismos problemas.
Si bien es verdad que el evocar el sufrimiento y la soledad de los primeros años puede ser una experiencia que emocionalmente purifica, sin embargo, si nos limitamos a hacer revivir estas experiencias, no se consigue la curación interior. La curación es acción de Dios. El hombre tiene que tomar la decisión de aceptarla y de vivir por ella, Es decir, debe asumir la responsabilidad de lo que Dios ha hecho. Esta actitud es esencial para la verdadera curación interior. Sin esta actitud y sin sentido de responsabilidad, el ministerio sólo causaría inestabilidad emocional y no llegaría al poder del Espíritu de Dios.
Hay otra forma de centrarse en los elementos emocionales y de la sensibilidad no tan evidente como la anterior. No sólo implica la evocación del pasado y la liberación de la expresión emocional, sino además hace de la investigación de la causa principal de los problemas un fin por sí mismo. Supongamos, por ejemplo, que un hombre sufre problemas en aceptar su propia sexualidad. Al expresar sus miedos de ser varón revive la experiencia pasada por el temor que sintió al tener que relacionarse con mujeres. Manifiesta entonces sus sentimientos de frustración, culpabilidad y ansiedad. Pero también se remonta a la primera infancia y nos describe la incapacidad de su padre para relacionarse con él y el amor atosigante de su madre.
La causa raíz de este problema es, con toda probabilidad, el hecho de que sus padres no supieron amarle y orientarle rectamente. Pero si nada más se considera la causa, no se aborda el problema. Hay que tomar la decisión de buscar el Poder del Señor para curar, y la respuesta para vivir de acuerdo en el Reino de Dios. Quedarse en el descubrimiento de la raíz es limitarse a hacer lo que harían muchos tipos de psicoterapia, y esto, a pesar de que se haga oración y estemos empleando una terminología carismática para remontarnos a la causa. Una vez que se ha determinado la causa, es muy importante acudir al Señor en busca de su amor que cura. Es el momento de orar para pedir el poder de Dios y su gracia para curar, ser restablecido y tener valor para cambiar. De lo contrario, dejaríamos a aquel hermano con el conocimiento del peso que le abruma y sin poder para verse liberado. La confusión emocional es muchas veces el resultado de un ministerio realizado a medias.
UNA LlBERACION MAS PROFUNDA DEL ESPIRITU
Es evidente que se requiere mucha sabiduría. En orden a conseguir la disposición necesaria para alcanzar esta sabiduría, tenemos que definir los límites entre los dos enfoques diferentes que acabo de diseñar. Lo esencial es que veamos la curación interior como una prolongación de la liberación del Espíritu Santo en nuestras vidas.
¿Qué significa esto? Normalmente, cuando recibimos el Bautismo en el Espíritu Santo, quedan todavía zonas en nuestras vidas que siguen bloqueadas, por así decirlo, y que interceptan la acción del Espíritu Santo; no llegan a caer plenamente bajo el señorío de Jesucristo. Cuando comenzamos a caminar en el Señor hay en nosotros una gran paz y gozo, pero en el fondo hay muchas cosas de nuestra vida que no están plenamente a la luz y en el reino de Dios.
Conforme estas cosas se van haciendo más evidentes, descubrimos cómo las heridas y cicatrices del pasado afectan a nuestras relaciones con Dios y a las de unos para con otros, y anhelamos llegar a ser libres. Es entonces cuando tenemos que detectar alguna experiencia dolorosa o algún pecado habitual, como zona nueva dentro de nosotros que requiere una liberación más profunda de la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu. Tenemos que tomar la decisión de comprometer esta zona de nuestra vida con el Reino de Dios, perdonar cuando sea necesario, abandonar el resentimiento, arrepentirnos de aquello que necesitemos, y orar para que el Espíritu Santo ejerza de nuevo su señorío.
IMPORTANCIA DEL AUTODOMINIO
Los que administran la curación interior lo hacen para que una hermana o hermano determinado pueda experimentar el Amor de Dios en una zona de dolor u oscuridad. Pero tendrían también que enfocar el ministerio como el medio por el que la persona que busca curación pueda adquirir un mayor control sobre su propia vida. Esto significa, en concreto, que, además de la oración real para pedir curación interior, habría que incluir en el ministerio los siguientes elementos:
1. Ser muy claros en cuanto a la zona específica de esclavitud o de heridas.
Esto quiere decir que sepamos con seguridad qué es lo que pedimos en concreto y contra qué cosas oramos. Aseguremos a la persona por la que oramos que Dios quiere que sea libre. Hablemos con las palabras del Evangelio de Juan: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32).
2. Animémosla a tomar la iniciativa y responder en forma activa a la oración con una decisión de rechazar el mal y la esclavitud emocional. - Podemos hacer que repita la oración con nosotros. O, si es oportuno, invitarla a ponerse de pie o a arrodillarse como un signo de su decisión para rechazar lo que no es de la vida de Dios.
3. Una vez que ha tomado la decisión, guiémosla con el poder del Espíritu a comprometer la zona de que se trata al señorío de Jesucristo. Al hacer esto, todos los que están actuando en el ministerio deben centrarse en Jesús. Si por experiencia sabemos muy bien que es esencial centrarnos en Jesús para la liberación del Espíritu en nuestras vidas, por desgracia no llegamos fácilmente a centramos en Él mientras hacemos la oración por la curación interior. Solemos centrarnos en las heridas o en los elementos de la decisión. Si queremos conocer el señorío de Jesús en esta zona hemos de mirarle fijamente en la oración. La decisión de comprometer una zona problemática al Señor nos capacita para responder al amor curativo de Dios. Pero Dios es el único que cura con su amor personal, misericordioso y eterno.
4. Manifestemos a la persona por la que oramos que tiene el poder de conservar la nueva libertad, incluso cuando se encuentre en momentos de lucha. Hay que animarla a ser fiel a la oración diaria y a que asista a la reunión de cristianos en la que su fe y su curación recibirán apoyo.
ABRIR ZONAS A LA CURACION
Es importante saber distinguir entre los medios empleados para abrir zonas a la curación y el proceso básico de curación y autocontrol que hemos descrito anteriormente.
Los que buscan curación necesitan experimentar un ambiente cálido de amor entre personas en las que puedan confiar. Han de conocer, por la fe y el amor de los que administran, que el amor de Dios está verdaderamente presente, que el perdón está al alcance de los que lo piden. Tienen que experimentar la atención y el apoyo de los que escuchan sus sufrimientos y les imponen las manos en la oración. Tales elementos son convenientes en este ministerio, pero tan sólo en la medida en que no acaparen la atención central del ministerio. De lo contrario, no realizaríamos más que una sesión de minisensibilidad. Hemos de considerar estos elementos como concomitantes en el ministerio, como algo que sobriamente rodea y apoya el trabajo central que hay que realizar.
Una vez hayamos comprendido el proceso de abrirse a Dios, que consiste en someter nuevas áreas de nuestras vidas al Señorío de Jesús mediante una liberación más profunda de su Espíritu y en ejercer sobre nuestras vidas la autoridad que se nos ha dado por la muerte y resurrección de Jesús, debemos empezar a considerar la curación interior como parte normal del crecimiento cristiano.
Por ejemplo, cuando queremos responder al mandato del Señor de amarnos unos a otros y se nos hace difícil, tenemos que pedir una mayor liberación del Espíritu en aquellas zonas en las qua nos falte amor. Cuando nos comprometemos a dar nuestras vidas unos por otros con la mejor buena voluntad de nuestros corazones, pero descubrimos zonas en nuestra vida que no ceden ni se rinden al servicio a los demás y a una entrega desinteresada, debemos orar para que el Espíritu de Dios quede más profundamente liberado en estas áreas, de forma que hallemos una generosidad y poder nuevos. Cuando escuchamos la llamada de Dios para vivir más estrechamente unidos a nuestros hermanos y hermanas, quizá tengamos que luchar con el miedo y la rebeldía. Entonces también vendrá el Espíritu con poder a curarnos, a restablecernos y capacitarnos para comprometer nuestras vidas con paz y libertad.
CURACION INTERIOR EN LA VIDA DIARIA
Deberíamos como cosa ordinaria, orar nosotros mismos por nuestra curación interior, sobre todo después de haber recibido de otros un ministerio efectivo.
Tenemos que examinar con frecuencia en nuestra oración personal qué es lo que nos impide servir más plenamente al Señor. Porque, no me cansaré de repetir, que a pesar de que deseemos que Jesús sea nuestro Señor y le hayamos invitado a entrar en nuestras vidas, siguen todavía cerradas dentro de nosotros muchas puertas, de algunas de las cuales no siempre somos conscientes. Cualquiera que sea el precio que tengamos que pagar, cada día tenemos que hacerle señor y dueño nuestro por medio de la decisión, el arrepentimiento, la conversión y el compromiso.
Hemos de hacer que la oración de curación interior forme parte ordinaria de la oración que hacemos en familia y en los grupos pastorales. Los padres deben orar regularmente por los niños cuando resulte claro que han sufrido heridas internas. Los que ejercen una dirección pastoral, deben en momentos oportunos orar por los que están encomendados a su cuidado, para que el crecimiento en el Señor no quede bloqueado por cualquier obstáculo que pueda surgir.
Y quizá lo más importante es que deberíamos considerar la curación inferior como una ayuda más o como un arma que el Señor nos suministra para el crecimiento espiritual. Tiene que formar parte ordinaria de nuestra armadura, ni descuidada ni exagerada. Hay que integrarla con todas las demás armas y ayudas con la liberación, el consejo y la disciplina. Es una herramienta especialmente diseñada para nuestra libertad interior. El Señor quiere completarnos y liberarnos para que nos podamos acercar a Él, unidos unos a otros en el Reino de Dios, y no cabe duda de que Él lo hará. “Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8.36).
(Traducido de NEW COVENANT, mayo de 1978, págs. 13-16).