SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL III

COMPROMISO ECLESIAL

La VI Asamblea Nacional que se acaba de celebrar ha sido una proclamación de nuestra dimensión eclesial.

Es para la Iglesia y es en la Iglesia donde se realiza esta corriente de renovación en el Espíritu, y es en la Iglesia y por la Iglesia como nosotros participamos de su fuerza revitalizadora. El Espíritu fue dado a la Iglesia, y en su seno hemos bebido todos de la misma agua viva que salta hasta la vida eterna.

Una Renovación en el Espíritu desconectada de los Pastores de la Iglesia resultaría irrealizable, para quedar reducida a una secta más.

Mantener y fomentar esta eclesialidad es para nosotros cuestión de vida o muerte.

En cualquier enfoque o planteamiento de nuestra actividad hemos de procurar que permanezcan siempre muy claros ciertos principios de eclesialidad que en la práctica deberían traducirse en gestos y detalles concretos.

Eclesialidad significa ante todo vivir en comunión con toda la Iglesia de Dios, una, santa, católica y apostólica. Por ser apostólica, hay unos sucesores de los Apóstoles, a cuya voz autorizada -llámese discernimiento, magisterio o simples sugerencia - debemos responder con transparente docilidad, o, lo que es lo mismo, con obediencia en fe, con sometimiento a Dios en fe, ya que sin fe no se entiende la comunión ni la sacramentalidad de la que el Señor ha querido investir a los pastores de la Iglesia.

Quien dice obediencia dice también colaboración gustosa en toda la acción de conjunto que a ellos toca coordinar, ejerciendo así nosotros la corresponsabilidad de la que participamos todos los miembros de la comunidad cristiana.

La fuerza de la Iglesia es la presencia del Espíritu de Cristo Resucitado, que en todos los miembros a El incorporados actúa a su vez y se manifiesta en forma de fe, de amor y por medio de una múltiple gama de dones espirituales.

Si el Espíritu derrama tan copiosamente sus dones es para que los pongamos al servicio del Cuerpo de Cristo.

No sólo nos sintamos Iglesia. Actuemos también como Iglesia. Estemos atentos para ver qué servicios reclaman una colaboración y qué podemos ofrecer nosotros. El Espíritu de Jesús es amplio y universal, capaz de integrar en nosotros y hacer alentar todo lo que hay de bueno en el Pueblo de Dios, ya sean otras corrientes espirituales, otros movimientos reconocidos por la Iglesia -pues todos trabajamos armoniosamente por la construcción del Reino de Dios-, ya sea cualquier interpelación que podamos recibir.

La nota de eclesialidad será siempre prenda de un buen sentido de equilibrio en todo y de acierto en el cumplimiento de los planes divinos.



Tema 5

Respeto y aceptación al otro.
Reconciliación y amor

por Serafín Gancedo, C. M. F.


De los primitivos cristianos decían: "Mirad cómo se aman". También el que acude por primera vez a uno de nuestros grupos nota algo de eso. "Se ve que os amáis mucho", oímos comentar alguna vez. Pero, ¿es cierto? Sin duda, los primeros contactos con la Renovación Carismática producen en nosotros un entusiasmo que facilita las relaciones mutuas. Pero conforme se apaga ese entusiasmo vuelve la dificultad de amar. La convivencia prolongada nos revela nuestras limitaciones, egoísmos, simpatías y antipatías, agresividades, debilidades, bloqueos, Ambiciones, rencores, celos... Los nuestros y los de los demás. Y amar en cristiano ya no resulta fácil. Sin embargo, hay que seguir amando, a pesar de todo.


1. AMAR AL HERMANO

La ley de la comunidad es el amor. De la comunidad que es la Iglesia y de la comunidad que es cada grupo carismático, célula de la Iglesia. En la primera comunidad cristiana, como fruto inmediato de Pentecostés, "todos los creyentes vivían unidos" (Hch 2, 44). Y no tenían sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).

Las palabras de Jesús al respecto son de una claridad deslumbrante y de una gravedad estremecedora:

"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros... En esto conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 34.35). "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis ... Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerla" (Mt 25, 40.45).
Mandamiento NUEVO, es decir, de la Nueva Alianza: si no lo cumplimos vivimos aún bajo la Antigua Alianza que es incapaz de salvar. Mandamiento MIO, como si los demás no lo fueran. Única SEÑAL de identidad cristiana. Amar al prójimo es amar a Cristo; rechazarlo, es rechazar a Cristo. Nos estamos jugando el ser o no ser cristianos, el salvarnos o condenarnos: ''Venid, benditos de mi Padre... Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25, 34.41). Jesús es consecuente: para el curso de la vida señala un programa de amor, y el examen final es sobre el amor. Aprobar este examen es salvarse, suspenderlo es condenarse.

Y esta misma es toda la razón de ser de la Iglesia: unir a los hombres con Dios y entre sí (cf. LG 1). Y no es otro el sentido de la Renovación Carismática. O nos empeñamos en que Jesús sea cada vez más el Señor de nuestra vida y en amar a los hermanos, o estamos falsificando el Cristianismo y la Renovación.

Como signos de este amor y caminos para este amor, señalamos los siguientes

2. DESCUBRIR AL HERMANO

Un descubrimiento no es una creación ni una cienciaficción, es encontrar lo que estaba ahí cubierto y ponerlo al descubierto. América o tal planeta o los elementos químicos estaban ahí, ocultos, tapados, hasta que un día alguien cayó en la cuenta y los destapó, los descubrió. El prójimo está ahí, no es algo abstracto, sino muy concreto: es el padre, el hermano, el vecino, el jefe, el alumno, el gamberro, el terrorista, el pobre que llama a la puerta; es cada uno de los hermanos del grupo. Tiene rostro concreto, nombre y apellidos concretos.

Y hay que descubrirlo. Es un descubrimiento imprescindible, necesario hasta para salvarse. Pero no es fácil. A pesar de que Jesús fue señalando al prójimo con el índice de su palabra y de su vida, su descubrimiento tiene que hacerlo cada uno. ¡Y cómo nos cuesta! Descubrirlo es creer que Dios lo ha creado y lo ama, que Jesucristo ha muerto por él, que mi salvación está comprometida en la suya, que somos miembros de un mismo Cuerpo, que formamos con él el pueblo de los salvados, que somos los compañeros entrañables de camino hacia la casa del Padre, y que por tanto el prójimo no es algo lejano o ajeno, sino alguien cercano, íntimo, mío, profundamente mío. Hecho este descubrimiento, ya todo nos resultará fácil. Habremos encontrado el tesoro escondido (Mt 13, 44), el Cristo entrañable que es cada uno de los hermanos, y estaremos dispuestos a venderlo todo para adquirido.

A este descubrimiento ayudará el hacer al hermano objeto de contemplación. Llevémoslo a nuestra oración; gocémonos en el amor con que el Señor le está amando y pidámosle que nos llene de ese amor al hermano, y en esa atmósfera de amor y de gozo vayamos recorriendo, llenos de gratitud, la obra natural y sobrenatural de Dios en él, paso a paso, detalle a detalle. Incluso vayamos apuntando en un cuaderno todo lo positivo que descubramos en esa contemplación. Nos asombraremos del descubrimiento.

3. ACEPTAR AL HERMANO


Y empezaremos por aceptar al hermano tal como es: con sus cualidades y carismas, pero también con sus limitaciones y pecados. Es el prójimo concreto, el único que existe. Dios lo ama así, y al amarlo lo va transformado. Nosotros instintivamente queremos comenzar por cambiar al prójimo a nuestra medida para luego poder aceptarlo y amarlo. Y debemos más bien comenzar amando para ayudarle a cambiar a la medida de Dios.

Esta aceptación cordial del hermano tal como es nos prohíbe hacerse lecciones para idolatrar a unos y excluir o marginar a otros. Este sí: porque es simpático o porque habla bien o toca la guitarra o es un gran animador o sintoniza con mis ideas y sentimientos. Este no: porque no tiene carismas o es dominante o agresivo o tiende al protagonismo o me resulta antipático.

El corazón cristiano no ama a los hombres porque sean amables, sino porque lo suyo es amar. Como el corazón del Padre que "es bueno con los ingratos y perversos" (Lc 6, 35) y "hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45).

La comunidad funciona cuando cada uno se esfuerza por aceptar y amar a los otros tal y como son. Pero ese esfuerzo, prolongado, resulta imposible al hombre, necesita la fuerza de Dios para quien "nada hay imposible" (Le 1, 37). Además es insuficiente, porque el amor cristiano no es flor de nuestro huerto, es don de Dios. Sólo podremos amar en cristiano al prójimo con el amor mismo de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).


4. RESPETAR AL HERMANO

Todo ser humano en cuanto persona e hijo de Dios es un misterio sagrado. Es como una presencia de Dios que a la vez invita a acercarse: confianza y servicio, y manda descalzarse: delicadeza, estremecimiento, respeto.

Al hermano hay que dejarlo ser él, no violentarlo, no manipularlo para nuestros intereses, no cosificarlo. Hay que reconocerle y respetarle su condición de original e irrepetible. En los planes de Dios tiene asignado su puesto y su tarea que nadie más que él puede llenar.

Es necesario y hermoso convencerse de que el hermano con su originalidad, con sus dones y carismas, no es un enemigo, ni un competidor, es un amigo que me complementa, y juntos, aportando cada uno su don, como piezas vivas de un mismo mosaico, vamos construyendo la Iglesia.

No nos permitamos nunca juzgar al hermano. Carecemos de datos suficientes para un juicio objetivo e imparcial, pero además nos lo prohíbe el Evangelio: "No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá" (Mt 7, 1). Ni siquiera Jesús ha venido a juzgar: "No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo" (Jn 12, 47). Si alguna vez la caridad o la responsabilidad nos exigen un juicio del hermano, dejemos el bisturí que corta y pongámonos los guantes de terciopelo que acarician, como solemos hacer cuando nos juzgamos a nosotros mismos. Y entonces también nuestro juicio, como el de Jesús, será para salvación.

Jesús tampoco clasificaba o ponía etiquetas a las personas como si fueran objetos de museo. Estaba abierto a su capacidad de evolución. La mujer clasificada por el fariseo Simón como "una pecadora", para Jesús es ya una mujer nueva "porque ha mostrado mucho amor" (Lc 7, 36ss). El recaudador Zaqueo era para los judíos "un hombre pecador"; para Jesús es un hijo de Abrahán en cuya casa entra la salvación (Lc 19, ?1 ss). No encasillemos, no colguemos etiquetas a los hermanos. Concedámosles la posibilidad de cambiar, de llegar a ser hombres nuevos, hombres distintos transformados por el poder del Espíritu. Mientras Dios nos da tiempo de vida es que espera más de nosotros y confía en nuestro cambio. Y la historia del pueblo de Dios y la nuestra personal es un muestrario de tales cambios y transformaciones.

Eliminemos también la murmuración. Característica de la Renovación Carismática es la alabanza. Y el corazón y la lengua que alaban al Padre no pueden ensuciarse murmurando de los hijos. Con la lengua "bendecimos al que es Señor y Padre y con ella maldecimos a los hombres, creados a imagen de Dios. De la misma boca sale bendición y maldición. Eso no puede ser, hermanos míos" (St 3, 10). "Hermanos, no habléis mal unos de otros" (St 4, 11).

No, no maldigamos, ni digamos mal de nadie; no nos entretengamos en los defectos ajenos, que sería convertir nuestra vida en un recogedor de basura. Más bien empeñémonos en ver y en hacer ver lo bueno del hermano, y que éste pueda estar seguro de que no le vamos a traicionar, ni nadie osará hacerlo delante de nosotros.



5. RECONCILIARSE CON EL HERMANO

El hombre, desintegrado por el pecado, vive dividido y siembra división, y por sí mismo es incapaz de restablecer la unidad perdida. Por eso vino Cristo, el reconciliador.

“El es nuestra paz", "por él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2, 14.18), y ya "todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 28).

Como Jesús, todo verdadero cristiano está llamado a ser un restaurador de la paz, un reconciliado y un reconciliador.

A pesar de la buena voluntad, el vivir juntos implica roces, susceptibilidades, malentendidos, palabras que hieren, choques... Y esto a diario, por eso debe ser también diaria la reconciliación. Un cristiano vive en actitud perenne de reconciliación, en estado de reconciliación. Es inaccesible al odio, al resentimiento, a la venganza, al rechazo, al enfado, a la ingratitud. Todo lo excusa, todo lo soporta, todo lo perdona, todo lo interpreta bien, todo lo aprovecha para crecer en fe, en amor y en humildad. En su corazón está siempre pidiendo perdón y perdonando. Y esta actitud interna florece en concretas peticiones y concesiones de perdón.

Con frecuencia nos entretenemos en revolver las ofensas que nos han hecho, los motivos que creemos tener para no perdonar. Si Jesús se hubiera detenido en lo grave e injusto de las ofensas que le inferían, habría tenido razón, pero no nos hubiera salvado. Si nos salvó es porque perdonó las ofensas y se dejó llevar del amor. Dios no nos va a preguntar en el juicio si estábamos en la verdad, si tuvimos siempre la razón, sino si amamos siempre. Como Jesús, dejemos que triunfe en nosotros el amor.

Perdonemos aun unilateralmente, es decir, antes de que nos lo pidan, o aunque no nos lo pidan, o incluso no crean necesitarlo o a nosotros nos lo nieguen. A Jesús nadie le pidió perdón y él perdonaba: al paralítico (Mc 2, 5), a la pecadora (Lc 7, 47), a la adúltera (Jn 8, 11), a los ejecutores de su cru?cifixión (Lc 23, 24). También nosotros, tomemos la iniciativa de la reconciliación; que por nuestra orilla no fallen los puentes de la concordia.

Es más, en la Iglesia y en la comunidad carismática, seamos elementos integradores, constructores de unidad: quitemos importancia a las deficiencias, desdramaticemos situaciones, excusemos los fallos de los hermanos, ayudemos a superar dificultades, destaquemos lo positivo, prohibámonos la amargura de quien todo lo ve negro y defectuoso, acudamos al grupo no a ver qué me dan los demás, sino a ver qué puedo darles yo. Así seremos como un aceite que facilita el funcionamiento de todas las piezas y contribuiremos a crear un clima de bienestar en que lo fácil, lo espontáneo, lo normal es vivir la reconciliación. Así realizaremos el ideal que Pablo proponía a los cristianos:
Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha dado su amor. Sed, pues, profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos. Soportaos mutuamente, y así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, si alguno tiene quejas contra otro. Y por encima de todo, practicad el amor, que es la cumbre de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestras vidas; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo" (Col 3. 12-15).


Algunos escritos:
J. VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid, 1980.

I. LARRAÑAGA. Sube conmigo, Ed. Paulinas, Madrid. 1978, cap. 5°: Relaciones interpersonales.

X. LEON-DUFOUR. Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona. art. amor, II la caridad fraterna.

KOINONIA, nº 22, dedicado a las relaciones interpersonales.





Rasgos de la comunidad Emmanuel (París)

La Comunidad "Emmanuel" reúne cristianos de cualquier edad y condición social deseosos de vivir una vida a la vez contemplativa y apostólica en el seno de la Iglesia católica.

1. LAS GRACIAS DE LA COMUNIDAD

"Emmanuel", significa "Dios con nosotros", presente en nuestra vida cotidiana, y cuya voluntad queremos cumplir, de un modo personal y de conjunto.

Para la mayoría de nosotros, esto significa llevar una vida totalmente "normal" en apariencia: fundar una familia, ejercer una tarea profesional, vivir en la ciudad. Pero, al mismo tiempo y, sobre todo, "estar en el mundo sin ser del mundo."
De nuestros prolongados momentos de adoración ante Cristo, siervo sufriente, puede nacer una compasión verdadera para los más pobres y desheredados.

Las gracias de adoración y de compasión no pueden dejar de llevarnos a hacer conocer la misericordia de Dios hacia todos los hombres, es decir, evangelizar en la alabanza y por la intercesión de Maria. La Comunidad Emmanuel es ante todo una comunidad de servicio y de evangelización.

Estos servicios apostólicos requieren para ser eficaces, una organización a la vez sencilla y estructurada.



II. SITUACION Y ORGANIZACION

La comunidad celebró el año pasado su décimo aniversario. El núcleo de partida fue de algunos cristianos renovados por el Espíritu Santo. Pero hoy reúne cerca de 1.500 personas en la región parisina, y 500 en distintas provincias. Es una comunidad joven: la media de edad de los adultos es de unos 30 años.

La comunidad está coordinada por un Consejo amplio, de 15 miembros, asistido por un teólogo consejero.

Se estructura a partir de las maissonnées (comunidades domésticas), residenciales o no, pequeñas unidades de talla humana, que agrupan entre 3 y 6 personas que comparten las exigencias de la vida cotidiana en el Señor y se mantienen en la oración y la acción apostólica.

Cada miembro de la Comunidad está acompañado por un hermano o hermana "mayor" que está a su disposición para aconsejarle y ayudarle en su caminar comunitario.

Después de un periodo de observación de 3 a 4 meses, puede uno ser postulante (durante 6 meses o un año), después novicio (durante 1 ó 2 años) antes de comprometerse en la Comunidad, compromiso que, por otra parte se renueva cada año.

Los compromisos suscritos ya desde el postulantado son en primer lugar de orden espiritual: Eucaristía y largos ratos de adoración personal diarios; y también aceptar ser acompañado de modo regular y participar en los servicios internos y externos, aportar el diezmo justo, y vivir de acuerdo con las orientaciones generales de la comunidad.

Pero la vida comunitaria es siempre un medio y no un fin en sí mismo. Es un medio que nos da el Señor para santificarnos sirviendo al Reino de Dios en el seno de la Iglesia.

Por esta razón la vida comunitaria desemboca en numerosas actividades apostólicas y caritativas que seguidamente enunciaremos.



III. SERVICIOS APOSTOLICOS

En primer lugar, como es ya tradición en la Renovación, la comunidad anima numerosas asambleas de oración semanales (por ejemplo unas veinte en la región parisién), abiertas a todos, y que cada año afectan a miles de personas.

Desde hace tres años, estas asambleas, practican la evangelización por la calle, proclamando así la buena noticia de la salvación fuera de la Iglesia, en un clima de oración y de alabanza, en búsqueda de los que pasan por la calle.

Pero la Evangelización se orienta también hacia medios más especializados, según las gracias, las llamadas y la competencia de los miembros de la comunidad. De este modo actuamos más específicamente en medios científicos junto a los ingenieros y cuadros de empresa, pero también en el mundo obrero, cerca de los responsables sindicales, entre los gitanos, los árabes cristianos o los estudiantes africanos.

La Revista IL EST VIVANT, informativa y de formación sobre la R.C., tiene un tiraje de 20.000 a 30.000 ejemplares y unos 15.000 suscriptores. Un importante servicio de difusión de libros (Renovación-Servicio), de grabación y difusión de cassettes en el mundo entero y, más recientemente, una estación de radio en la región parisiense permiten, por esos medios modernos, difundir la Buena Nueva. Por otra parte, el Centro de Información sobre la Renovación Carismática Internacional con base en París, 31 Rue de l' Abbé Grégoire, asegura una permanente circulación de informaciones sobre las actividades de la Renovación en el mundo entero.

Los jóvenes están en el centro de vida de la Comunidad. La Comunidad de jóvenes de '"Emmanuel" anima las asambleas de oración particulares, organiza fines de semana especializados, actividades de descanso y de oración, por ejemplo vacaciones de ski en los Alpes o en los Pirineos, en la casa de Sta. Teresa en Lourdes, centro de oración y acogida para jóvenes abierta todo el año.

Igualmente la acción apostólica con las parejas, se desarrolla de un modo notable. La Fundación Mundial Amor y Verdad, centro de formación para parejas y familias, imparte por un lado enseñanzas sobre el modo de vivir las gracias del sacramento del matrimonio, y, por otro, asegura todo un programa de difusión de nuevos métodos naturales de regularización de nacimientos, seguros y eficaces, verdadera revolución en el campo de la "planificación familiar natural",

Un importante servicio de canto, de música y de liturgia permite responder a las peticiones cada vez más frecuentes de numerosas parroquias, para animación de la liturgia, por ejemplo, en la Catedral de Notre Dame de París.

Pero la animación parroquial no se limita a la animación litúrgica. En Marsella, por ejemplo, es toda la parroquia de San Vicente de Paúl, situada en un barrio céntrico de la ciudad, que ha sido confiada a la Comunidad para asegurar la permanencia de los servicios parroquiales: acogida, preparación para el bautismo, para el matrimonio, catequesis, liturgia, presencia de la oración. En un año la asistencia a la misa se ha visto duplicada.

Además, el campo de misión de la comunidad, no queda restringido a las fronteras del exágono. La FIDEFCO (Fundación internacional para el desarrollo y la formación de los cooperadores y de las Comunidades de base) (una ONG acreditada en la CEE) asegura a las peticiones de los obispos y comunidades cristianas del Tercer Mundo, la ayuda financiera y técnica a proyectos y el envío de cooperadores deseosos de participar en el desarrollo técnico y espiritual, en conexión con las iglesias locales.

Igualmente, se han dado misiones o están en curso, a petición de los obispos, en muchos países del tercer mundo:
Zaire, Marruecos y la Isla Mauricio donde la Renovación Católica ha pasado de 3.000 a 30.000 miembros en dos años.

Todas estas actividades se apoyan en una formación doctrinal y teológica profunda, impartida particularmente en el Centro Internacional Juan Pablo II cuyas enseñanzas siguen anualmente 1.500 estudiantes y oyentes libres, y son difundidas por cassettes, lo que multiplica por diez los auditores; pero también durante el transcurso de fines de semana de formación abiertos a todos y que en París se ofrecen mensualmente a un millar de personas; además el Centro Samuel, abierto hace dos años, asegura la formación de los formadores de catequistas; en fin, durante las grandes sesiones en Lourdes o en Paray-leMoniaI han participado más de 5.000 personas en 7 años.

Finalmente, la comunidad está comprometida en los servicios de compasión con los más pobres: S0S de oración es un servicio de acogida y de oración por teléfono, en el que, desde hace tres años hermanos y hermanas de la comunidad se turnan sin interrupción día y noche, durante todo el año, para contestar a las llamadas de angustia, que llegan a ser actualmente más de un centenar por día.

Varios equipos se ocupan de acudir a los medios hospitalarios para orar con los enfermos más abandonados, de acuerdo con los capellanes.

Todas estas misiones se realizan para la gloria de Dios. En el transcurso del tiempo han evolucionado y se multiplican a medida del crecimiento de la comunidad y de las llamadas del Espíritu a las que, muy imperfectamente, procuramos ser fieles en humildad y perseverancia.

Tomado de La Communauté Emmanuel, folleto policopiado en Mayo 1982
La Maison de l’Emmanuel 31, rue de l’Abbé Grégoire 75006-PARIS (Francia)



Tema 6
La transparencia comunitaria

por Xavier Quintana, S. J.

"¿Quieres, renunciando a toda forma de propiedad, vivir con tus hermanos no solamente en comunidad de bienes materiales, sino también en comunidad de bienes espirituales esforzándote a la apertura del corazón?"

Estas palabras, que se escuchan en la Iglesia de la Reconciliación de Taizé cuando el Prior se dirige a algún hermano de la comunidad en el momento en que realiza su profesión religiosa, nos introducen en el corazón del misterio de la vida comunitaria. La llamada a vivir en comunidad exige y ofrece la posibilidad de poner a disposición de los demás hermanos toda la persona. No se trata solamente de poner en común cosas, algunos momentos de la vida o retazos de habilidades, sino de entrar en comunión personal, de "poner a disposición de los demás todo lo que uno tiene y es, y aceptar de ellos todo lo que tienen y son" en expresión muy querida al P. Arrupe, Superior General de los jesuitas.

El Santo Padre Juan Pablo II, en la homilía que pronunció durante la Misa para las familias el pasado 2 de noviembre en Madrid hablaba de la comunidad familiar "en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene". Como una extensión a toda comunidad cristiana de este principio descubrimos esa llamada exigente a acoger a cada miembro en su verdadero ser, y, como consecuencia, la necesidad de una transparencia de unos para con otros, y del establecimiento de los cauces que posibiliten la entrega y la acogida, el compartir profundo de sentimientos e ideales, de sufrimientos, miserias y capacidades.

"Si la comunidad de bienes no alcanzara más que a los bienes materiales sería muy limitativa, debe conducir a la comunidad de bienes espirituales, penas y gozos", dice la Regla de Taizé, sugiriéndonos la importancia de la transparencia comunitaria. Si la comunidad cristiana se basa en la comunión, ¿cómo amarse unos a otros sin un conocimiento profundo de lo que cada uno es?; ¿cómo compartir sentimientos e ideales, penas y alegrías sin la presencia gozosa y sencilla de la transparencia que preside todos los intercambios comunitarios?


I . REQUISITOS PARA UNA TRANSPARENCIA COMUNITARIA


Para que se pueda hablar de transparencia es necesario que las personas sean capaces de entregarse y acoger la entrega de los demás, por una parte; y que sientan la llamada a pertenecerse mutuamente, por otra.

1) Para poder ser miembro transparente en una comunidad es necesario llegar al conocimiento y a la aceptación de sí mismo. Nadie puede darse si antes no se posee es la versión del conocido aforismo "nadie puede dar lo que no tiene" cuando lo que se trata de compartir es la propia persona. Para poder entregarse es, por tanto, necesario poseerse, es decir, tener un conocimiento certero de sí mismo, un conocimiento que incluya la aceptación personal, la lucidez para saber reconocer las propias posibilidades y logros así como los fallos y carencias, y la confianza de creer que todo puede ser transformado, impulsado y mejorado.

Es necesario vivir desde la profundidad de uno mismo y allí saber realizar una cierta integración: la dispersión, la superficialidad, la fragmentación de la persona en mil impulsos y sentimientos inconexos son obstáculos a la comunicación, a la capacidad de entrega personal y de acogida de los demás.

Sólo en la medida en que la persona se conozca y acepte, y logre vivir desde la intimidad unificada de sí misma, será capaz de ofrecer todo su ser y de acoger, comprender y entrar en comunión con los demás. Por el contrario, cuanto mayor sea la instalación en la superficie -en la búsqueda instintiva de objetos que satisfagan el placer y la utilidad-, cuanto mayor sea el índice de desintegración interior, mayor será la dificultad de ofrecerse a esa transparencia exigida por la vida comunitaria.

2) Además de esta posesión de sí mismo que nos capacita para entregarnos a los demás, para que esta entrega llegue a ser espontánea y gozosa se requiere un fuerte sentido de pertenencia de unos a otros. Sólo desde esta conciencia de pertenecernos unos a otros es posible la ruptura de esa soledad individualista que le hace al hombre sentirse celoso propietario de su interioridad. Esta convicción de pertenecernos unos a otros está basada en la toma de conciencia de haber sido convocados por Otro. Es Dios el que nos ha llamado para estar juntos, son su Palabra y su Espíritu los que nos entregan los unos a los otros, es su Presencia en medio de nosotros la que convierte cada una de nuestras existencias en existencias para los demás. El Señor nos ha entregado los unos a los otros, y la acogida común de esta llamada a vivir juntos, a pertenecernos. Una debilitación de este sentimiento de pertenencia dificultaría cualquier intento de transparencia, que sólo podría entonces realizarse multiplicando normas e imposiciones y no sin producir sentimientos de falta de espontaneidad y de agresión injustificada a la propia intimidad.

Un caudal rico de interioridad unificada y serenamente poseída, y un maduro sentido de pertenencia son, pues, las condiciones de posibilidad de esa confianza en la donación de todo lo que somos y tenemos a nuestros hermanos que llamamos transparencia.

Vamos a analizar ahora los elementos que incluye esa transparencia fraterna.

II. ELEMENTOS DE LA TRANSPARENCIA FRATERNA

1) Transparencia es sinónimo de confianza y apertura. Si nos pertenecemos, ¿cómo no entregarnos unos a otros?, ¿cómo no decirnos la verdad de nosotros mismos, dejando caer las barreras, los miedos, las palabras a medias, los grandes silencios, las "agendas encubiertas" -en las que anoto los proyectos, los intereses, los objetivos sustraídos a la mirada de los demás?

La sociedad competitiva en la que nos encontramos, el consumismo que intenta explotar la envidia y la ambición obligan al hombre moderno a ocultar lo que "es" y a aparentar lo que le hacen desear ser, e interponen entre las personas mil caretas y recelos. Una debilidad manifestada es una baza ofrecida al competidor, una habilidad exhibida puede incitar sólo la envidia o la agresión.

La comunidad cristiana en la que el amor debe ser la exigencia fundamental y en la que el "nosotros" y el "ellos" -aquellos a quienes servimos- tengan siempre primacía sobre el "yo", posibilitan esta confianza y sencillez en la comunicación: puedo y debo aparecer como soy, con mis límites, que podrán y deberán ser aceptados, y mis posibilidades, que podrán y deberán incrementar el gozo común y la capacidad de servicio misionero de la comunidad.

2) Como los llamados a vivir en comunidad son siempre personas frágiles, con su caudal de miserias y debilidades, la transparencia incluye también el perdón y la compasión. Mientras las personas se mantienen a distancia unas de otras, la debilidad ajena puede ser desconocida y es fácil ponerse a salvo de ella. Es cuando las personas aceptan el riesgo de acercarse, cuando se dejan invadir por aquellos a quienes el Señor les ha vinculado, cuando van a experimentar dolorosamente las flaquezas de los demás y la propia incapacidad que aparece incluso terrible. "La comunidad es el lugar donde se revelan nuestras limitaciones y egoísmos", dice Jean Vanier en ese magnífico libro "Comunidad: lugar de perdón y fiesta", en el que desarrolla ampliamente lo que aquí va a quedar sólo apuntado.

Por eso, como con la transparencia va a surgir dolorosamente la percepción de la debilidad de unos y otros, la única forma de no mantenerse en una actitud estéril de queja o de escándalo, de rechazo o de condena, es abrirse a la compasión y al perdón. Saber hacer propias las debilidades de los demás, dejar que lleguen a doler íntimamente, pasarlas por nuestra mejor capacidad de perdón y de misericordia. El perdón generoso y abierto, la capacidad de olvidar y de volver a empezar ?una y mil veces, la comprensión y la misericordia son las actitudes que hacen de la transparencia un estilo de vida permanente en la comunidad.

3) La transparencia es también un servicio a la vida de cada miembro de la comunidad. Se comunica lo que se es, se comparte la vida no sólo por el mero gozo de la comunicación sino porque la transparencia, la comunicación, el dar y recibir generoso son la expresión más auténtica de la vida, y la forma adecuada de dar crecimiento y expansión a nuestra vida interior. La comunicación fraterna es el clima adecuado para ese crecimiento que incluye la poda de lo defectuoso y la expansión continua de la vida auténtica.

Este servicio mutuo incluye la necesidad de la corrección fraterna. La compasión y el perdón de los que antes se hablaba no pueden en ningún modo confundirse con una actitud de permisividad indiferente en relación con los fallos o defectos de los hermanos, que significaría más bien falta de amor y un olvido culpable de la responsabilidad que unos han adquirido para con otros. Si nos hemos entregado las vidas para seguir ayudándonos a crecer y a caminar, la corrección fraterna deberá estar presente en nuestras relaciones: la necesitamos para conocernos y para renovarnos. Necesitamos esa luz que nos viene de fuera, que ilumina lo que no hemos todavía conocido o superado, y que sugiere formas de luchar y de avanzar. Esta corrección, para que sea transmisora de paz y creadora de vida, deberá realizarse sólo desde el amor. El que va a corregir deberá captar el momento de vida espiritual en el que se encuentra el que la recibe, y su propio momento emocional, para no llamar corrección fraterna a lo que no sería sino un desahogo, un "sacarse la espina", o una proyección de envidias o malestares interiores. Tener un amor profundo a la persona del hermano cuya corrección se efectúa es la forma de ayudarle a conocerse y no a rebelarse, a aceptarse en lugar de despreciarse.

La transparencia es creadora de vida en la medida en que el conocimiento mutuo, las confidencias y la sinceridad no hayan impedido el que unos y otros estén abiertos a la esperanza. "La caridad todo lo espera", dirá S. Pablo en el capítulo 13 de la Carta a los Corintios; y la exhortación apostólica "Evangélica testificatio" de Pablo VI recordará: "La caridad debe ser como una activa esperanza de lo que los demás pueden llegar a ser gracias a nuestra ayuda fraterna" (E.T. n.39).

Hemos indicado los requisitos para la transparencia y algunos elementos que la integran. Habría que añadir, para acabar estas líneas, alguna palabra sobre el diálogo.

III. EL DIALOGO COMUNITARIO

La transparencia reclama un ambiente de diálogo fraterno en el que sea posible la comunicación de los propios sentimientos. La existencia de momentos, establecidos o espontáneos, en los que las personas sean capaces de hablar de sí mismas, de sus alegrías y sinsabores, de sus esperanzas y de sus temores, es necesaria para que unos y otros dejen de estar aislados y replegados sobre sí mismos. Dialogar no es sólo hablar de cosas, dialogar es abrirse, comunicarse, manifestar lo que uno desea y siente, teme y sueña, lo que uno "es", El diálogo es comunión, es expresión de amor y crea capacidad de amar aún más intensamente.

Y con esta palabra terminamos. La transparencia es posible a los que sintiéndose intensamente amados por Dios y por sus hermanos están abiertos al amor y son creadores de amor. En la 1ª Carta a la comunidad de Tesalónica -el documento más antiguo dcl Nuevo Testamento- después de decirles Pablo que no necesita añadir1es nada sobre el amor porque ya Dios les ha iluminado sobre ello ("En cuanto al amor mutuo no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente" (1 Ts 4, 9), al final de la carta se siente impulsado a recordarles lo importante que es para el amor el diálogo, la acogida. la ayuda. el aliento mu?tuo... , la transparencia: "Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos. Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (I Ts 5, 14-18).

Que sea El mismo, por la fuerza de su Espíritu, el que nos ayude a vivir esta transparencia, creadora de comunidad y testimonio de fraternidad ante los hombres.





La Comunidad «Madre de Dios» en Washington, DC. (USA)

Entre las comunidades que surgieron desde el principio de la Renovación Carismática en Estados Unidos, por el año 1967, está la comunidad Mother of God. Aunque tiene la dirección postal en Washington DC., la mayoría de las familias viven en núcleos comunitarios en la zona norte de Washington, en un radio de 30 Km., en el estado de Maryland: Bethesda, Rockville. Gaithersburg, Hay unas doscientas familias con un total de más de mil miembros. Es un tipo de comunidad integrada en la ciudad, como presencia cristiana en el mundo de hoy y una llamada fuerte a la evangelización a través de la reunión de oración semanal, por la palabra escrita con la revista The Word Among Us (La Palabra entre nosotros), el testimonio en el trabajo secular y en las familias. Poco a poco se han ido formando núcleos de familias que viven en la misma vecindad y ofrece un ambiente de apoyo mutuo y convivencia cristiana.

La dirección es llevada por seglares, con un equipo pastoral de cinco sacerdotes teólogos, que forman parte del equipo de redacción de la revista y atienden a la enseñanza regular de la comunidad, junto con los seglares.

Mi contacto con esta comunidad ha sido a través del padre Francis Martin, teólogo, profesor de Sagrada Escritura en la universidad de Steubenville, Ohio, a quien invitamos, desde el Equipo Nacional, para dar un retiro a dirigentes de la Renovación en España, y dirigir también unos ejercicios espirituales a sacerdotes, el pasado año 1982.

A raíz de su visita, acompañado de un seglar, Tom Dilenno, me invitaron a convivir una semana con ellos, y fue el mes de mayo cuando pude conocer personalmente la vida de esta comunidad.

A lo largo de estas semanas he visto lo que podría llamar sus características:

l. Enseñanza sólida en lo básico de la fe y vida cristiana:

- Claridad acerca del pecado y el arrepentimiento.

- Vivir la Palabra de Dios, con experiencia personal de que Dios nos habla a cada uno en la oración para orientar nuestras vidas.

- Base firme de oración personal y comunitaria (cada mañana más de cien hombres se reúnen a las 6,15 para media hora de oración antes de ir al trabajo).

- Los carismas del Espíritu se aceptan y se usan con naturalidad y sin exageraciones: alabanza fuerte y lenguas, profecía, intercesión para fortaleza y liberación, discernimiento, autoridad en el Señor.

2. Referente a la vida de comunidad: intensa vida de comunidad que atrae a muchas familias:

- Muchos hombres

- Comunidad viva y bien ordenada.

- Relaciones personales sanas, entre mayores y jóvenes.

- Apoyo mutuo de hermanos.

- Conversaciones cristianas: con facilidad se habla de la fe, en familia, en encuentros casuales ...

- Cuidado especial para cada grupo: matrimonios, hombres, mujeres, jóvenes (universitarios y colegiales), niños.

3. Reunión de oración numerosa (500•600 personas) y llena del poder del Espíritu Santo. Y se procura que la enseñanza y lo que nos dice el Señor se viva toda la semana. La reunión de oración es el domingo por la tarde, y el martes por la mañana se distribuye un resumen para que se comparta y comente en familia.

4. Dirección firme en el Señor. Interés y cuidado de los unos para con los otros. Atención personal, que nadie vaya solo. Hay cabezas de grupo y acompañantes.

5, Evangelización. Interés en testimoniar a personas individualmente y mirar de traerlas a la oración, que es un gran momento de evangelización.

En el mundo de hoy, donde la influencia de la sociedad consumista y hedonista es tan fuerte, se busca crear un ambiente, sin alejarse de la ciudad, donde se pueda vivir la fe cristiana y desde donde se pueda evangelizar con el poder de Jesucristo y la eficacia del Evangelio.

Manuel Casanova, SJ.
Madrid, junio 1983




Tema 7
Obediencia y sometimiento

por Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.

Quizás de entre todas las virtudes cristianas sea la virtud de la obediencia la que necesita hoy día de más explicaciones, pues choca con muchas alergias, prejuicios y rechazos, entroncados a veces en heridas psicológicas de la propia experiencia personal, o en ambientes generalizados sociológicos como virus que flotan en el ambiente.

1. LA OBEDIENCIA DEL HIJO

"Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19).

En este pasaje de la carta a los Romanos se contraponen dos actitudes radicalmente opuestas del hombre: la desobediencia de Adán que es causa de ruina, y la obediencia de Cristo que es causa de salvación. -Jesús nos lo dirá de una manera más bella, en parábolas, cuando nos habla de un hijo que no quiso vivir en la casa del padre. En su deseo de emancipación y autonomía, pidió su herencia para administrársela a su propio antojo, cortando todo lazo de dependencia. Enseguida lo malgastó todo (Lc 15, 11-13).

Con su propia actitud de Hijo obediente ("el que se queda en casa para siempre", Jn 8, 35), Jesús denuncia nuestra fiebre de autonomía, de insolaridad. En su actitud afectuosamente obediente, Jesús denuncia que nuestro vano intento de "ser como dioses" (Gn 3, 5), encerrados en nuestra autosuficiencia, es la fuente de todas nuestras desgracias. Lejos de conseguir ser como dioses, lo único que logramos es destruirnos a nosotros mismos y a cuantos nos rodean.

El hombre viejo, herido, identifica su propia realización humana con su voluntad de dominio, de autonomía: el dejar de depender, el alcanzar la mayoría de edad, la ruptura de todo tipo de lazos solidarios, el dejar de recibir. Quiere toda su herencia para disponer de ella a su capricho. Entiende su filiación como la del "hijo de papá" arbitrario y caprichoso. Por eso Jesús ha tenido que venir a mostrarnos el verdadero rostro del Hijo que no deja de recibirse continuamente, y que se realiza en el servicio, por amor a la voluntad de Su Padre.

“Aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia y llegó a la perfección" (Hb 5, 8-9). Normalmente solemos oponer obediencia y realización propia. Sin embargo en este texto de Hebreos se nos habla de cómo Jesús llegó a su perfección, a su consumación más perfecta, precisamente a través de su conformidad con la voluntad del Padre.

Todo su ser, su realidad más íntima, queda definida en esa sola palabra: "El Hijo" (Mc 13, 32), la total referencia a lo absoluto de Dios. Todo su ser viene del Padre y vuelve al ?Padre; es todo él impulso de relación, como un pájaro que no fuera sino vuelo.

Todo lo refiere al Padre como don gratuito. Su mano no se aprieta sobre ningún don para poseerlo. Sus discípulos son "los que Tú me has dado" (Jn 17, 6); sus palabras son: "las palabras que Tú me has dado" (Jn 17, 8); aun su propia Pasión no es sino "el cáliz que me da mi Padre" (Jn 18, 11). Su gloria (su realización personal) no se encarga él de buscarla; sólo quiere recibirla del Padre ("Es mi Padre quien me glorifica" (Jn 8, 53). ~

Sus obras no son suyas porque vive en una actitud de total disponibilidad y abandono filial. "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve hacer al Padre" (Jn 5, 19). “Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8. 29). "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). Frente a esta voluntad, que es el norte de su existencia, no admite la más mínima desviación, ni de sus parientes (Lc 2, 49), ni de sus discípulos (Mc 8, 33), ni de sus propios sentimientos de temor o tristeza (Mc 14, 36). "Abbá, Padre, no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".

Y es precisamente en esta renuncia a su ganancia, a su voluntad, a aferrarse a sus posesiones, en la que realiza profundamente su ser, como nos dice el bellísimo himno cristológico de Filipenses: "Se despojó a sí mismo..., se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 7.9). Y su obediencia fue causa de salvación para todos los hombres (Hb 5, 9; Rm 5, 19).


2. OBEDIENCIA Y LIBERTAD

La corriente del liberalismo filosófico y político sigue definiendo la libertad como la ausencia de lazos y compromiso. Así entendido, este liberalismo es semilla de insolidaridad y de muerte. Es un demonio que tiene poseídos a muchos hombres de nuestra época. Podríamos verlos identificados en el endemoniado de Gerasa.

"Al saltar Jesús a tierra vino de la ciudad a su encuentro un hombre poseído de los demonios, que hacía mucho tiempo que no llevaba vestido, ni moraba en una casa, sino en los sepulcros... Le sujetaban con lazos y cadenas para protegerle, pero rompiendo las ligaduras, era empujado por el demonio al desierto" (Lc 8, 27•29). Impresionante parábola del hombre que rompe todos los vínculos, incapaz de morar en un hogar, de establecer lazos familiares de convivencia. "Nadie podía dominar le..., dando gritos e hiriéndose con piedras" (Mc 5, 4-5). Vocifera su propia libertad, pero en el fondo se está hiriendo, se está destrozando a sí mismo.

Aparentemente nadie más libre que él, en su loca carrera de huída frente a cualquier convivencia estable, como el potro salvaje que no se deja domesticar. Pero en el fondo sabemos que no es un hombre libre. Está esclavizado por un demonio interior. Parece que no obedece a nadie pero en realidad "obedece a sus pasiones" (Rm 6, 12), a la tiranía de sus impulsos, de sus estados de ánimo cambiantes. "El pecado tiraniza su cuerpo mortal” (Rm 6, 12). "Estoy vendido al poder del pecado" (7. 14), "en realidad no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí'" (7, 17).

Pablo contrapone dos clases de obediencia: una obediencia para la muerte (la de las propias pasiones) y una obediencia para la salvación (Rm 6, 16). Los fariseos, como tantos hombres de hoy, que presumen de ser hombres libres, dicen a Jesús: "Nosotros nunca hemos sido esclavos de nadie, ¿cómo dices tú: “Os haré libres'? Jesús les respondió: “Todo el que comete pecado es un esclavo... Si pues el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8, 33-36).

3. OBEDIENCIA Y REALIZACION PERSONAL

En realidad esta actitud del Hijo es la propia de quien no inventa su destino, ni escoge el sentido que quiere dar a su vida, sino que busca realizar el plano que alguien ha trazado para él con amor. Elegir es consentir al plan de alguien sobre mí. Esto podría ser profundamente alienante, si se tratara de renunciar a mis propios planes en sometimiento a los planes de un extraño, de un tirano que quisiese utilizarme y manipularme para sus propios planes, en los que yo no sería más que una ficha impersonal. Pero no es algo alineante si en el fondo se trata de consentir al plan de mi Padre, que me ha creado, que ha inscrito este plan en lo más profundo de mis entrañas, en mi genética, mi psicología, mi contexto social. Descubrir el plan de Dios sobre mí es descubrir aquella vida concreta en la que voy a ser más profundamente feliz, en la que voy a realizar las aspiraciones más profundas inscritas en mi ser.

Esto no se realiza sin una renuncia. Elegir es siempre renunciar, y toda renuncia es dolorosa; toda poda es mutilante. Pero si no se podan algunas ramas laterales no podrá crecer la rama guía, y el árbol se quedará sin crecer.

María entendió que elegir es consentir: "He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). No se trata, por tanto, de inventar uno sus propios valores, sino de "descubrir qué es lo que agrada al Señor" (1 Jn 3,22). Y esos valores que agradan a Dios ya nos han sido dados a conocer: son el evangelio, las bienaventuranzas, el amor que es vínculo de perfección. A este Evangelio hay que obedecer (2 Ts 1,8); a este modelo de vida hay que someterse (Rm 6, 17).

4. LA AUTORIDAD EN LA COMUNIDAD

Muchos cristianos estarían dispuestos a aceptar todo lo dicho hasta ahora sobre la obediencia a la voluntad de Dios. El conflicto para muchos comienza cuando se trata de obedecer a los hombres que representan a Dios: la mediación de la voluntad de Dios a través de hombres llenos de limitaciones y errores, transistores de válvulas quemadas que transmiten una voluntad de Dios desfigurada por tantas interferencias de sus propios intereses y mezquindades. Preferimos atenernos a la voluntad de Dios que se nos revela a través de nuestro propio criterio, quizás porque pensamos que nuestro transistor no tiene tantas interferencias como el de los demás.

Sin embargo no cabe duda de que Dios ha querido correr este riesgo de confiar su autoridad a hombres muy limitados para que rijan a sus propios semejantes. "Apacienta mis corderos" (Jn 21, 16), es un bellísimo símil bíblico por el que se transmite un encargo y una autoridad sobre el rebaño, que habrá que ejercer con mansedumbre, pero con firmeza. "Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no de mala gana, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón, no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 2-3).

En su comunidad Jesús introduce un estilo de autoridad distinto al del mundo, pero una verdadera autoridad. "Los reyes de las naciones los dominan como señores absolutos y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores; pero no así entre vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve" (Lc 22, 24-26).

En su sentido original la palabra autoridad viene del verbo “augeo” y significa la facultad para hacer crecer. Pablo dirá "el poder que me otorgó el Señor para edificar y no para destruir" (2 Co 13, 10). Tomado en este sentido, como servicio de amor, como ayuda al crecimiento, sí existe una verdadera autoridad en la comunidad cristiana. El rechazo del autoritarismo y el paternalismo no nos debe llevar a rechazar la autoridad y la paternidad.

Ya en el mismo marco social hay una autoridad constituida que viene de Dios y que debe ser ejercida con benevolencia. "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas, de modo que quien se opone a la autoridad se rebela contra el orden divino" (Rm 13, 1-2). Este origen divino de la autoridad se aplica a todos los órdenes sociales, desde la familia ("hijos obedeced en todo a vuestros padres porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3, 20), al orden político (a los mismos funcionarios corruptos del imperio romano, no vacila Pablo en llamarles "funcionarios de Dios" a quienes hay que someterse, no sólo por temor al castigo, sino también "en conciencia" (Rm 13, 5-8).

5. LA AUTORIDAD DE SAN PABLO SOBRE SUS COMUNIDADES

En el seno de la comunidad cristiana Pablo es muy consciente de sus atribuciones como padre (Ga 4, 19; 1 Co 4, 14; 2 Co 6, 13), derivadas de la misma autoridad del Señor Jesucristo. Esta autoridad se fundamenta en un inmenso amor por sus cristianos: amor entrañable (testigo me es Dios de cuánto os quiero en las entrañas de Cristo Jesús (Flp 1, 8), amor generoso ("No corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres para los hijos", (2 Co 12, 14); amor celoso ("la preocupación por todas las Iglesias, ¿quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2 Co 11, 29), amor sacrificado ("Muy gustosamente me gastaré y me desgastaré totalmente por vosotros", (2 Co 12, 15).
Su misión es a la vez consolar y llenar de alegría (2 Co 1, 4-6), estimular (2 Co 6, 1), organizar y dar instrucciones (1 Co 16, 14). Su talante está más inclinado a la mansedumbre que a la dureza (" ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con espíritu de mansedumbre?" (1 Co 4, 21), sin embargo su autoridad le lleva también a mandar y prohibir en nombre del Señor Jesucristo (2 Ts 3, 6), a reñir ("insensatos Gálatas" (Ga 3, 1), a reprender (la manera corintia de celebrar la Cena del Señor (1 Co 2, 22), a juzgar (al incestuoso de Corinto (1 Co 5, 20), a imponer sanciones a los que no obedecen (cf 2 Ts 3, 14; 2 Co 10, 6).

6. LA OBEDIENCIA A LOS RESPONSABLES EN LA COMUNIDAD

En el Nuevo Testamento hay una continua exhortación a someterse a los responsables para facilitarles su tarea. "Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no traería ventaja alguna" (Hb 13, 17). "Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. Tenedles en la mayor estima, con amor por su labor" (1 Ts 5, 12).

El ejercicio de la obediencia en la comunidad entraña el desarrollo de muchas virtudes sobre las que se funda:

-la humildad: frente al orgullo de considerarse uno a sí mismo el que siempre tiene razón. Pablo exhorta a que "no hagáis nada por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo" (F1p 2, 3). El mayor inconveniente contra la obediencia es la dureza del juicio de quien a priori prefiere su opinión a la de todos. El hombre humilde y prudente es consciente de la posibilidad de equivocarse, de sus autoengaños y racionalizaciones, y aprecia las directivas de sus hermanos como un don del Señor.

-la generosidad: "buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás (Flp 2. 4). La conciencia de formar parte de un cuerpo, nos hace buscar el bien de los otros, aun a costa del sacrificio de un bien particular egoísta de cualquiera de sus miembros.

-la fe: fe en la presencia de Cristo en la autoridad: fe en cómo a veces el Señor puede escribir derecho con renglones que en un principio nos parecen torcidos, como la fe de Abraham, sometido a la prueba, que ofreció a su querido hijo en obediencia, pues "pensaba que poderoso es Dios para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19).

Sin embargo no hay que presentar una teología de la obediencia centrada sobre casos límites en que se nos pidan obediencias absurdas, sin diálogo ninguno, por parte de superiores egoístas faltos de juicio y de prudencia, desconocedores de las personas y circunstancias de quienes tienen que obedecer.

El que Dios escriba derecho con renglones torcidos, el que en alguna ocasión límite la obediencia sea el tributo de nuestro juicio y nuestra voluntad, no implica ni muchísimo menos el que una obediencia sea tanto más perfecta y meritoria cuanto más absurda sea la cosa que se nos pida, o cuanto menos se haya contado con nosotros, o cuanto más subnormal sea el superior que nos la exija.

Al revés, la obediencia será tanto más cristiana y según el Espíritu, cuanto más espirituales sean los dirigentes (abiertos al Espíritu), cuanto más estén dotados de dones de prudencia y sentido común, cuanto más diálogo haya en el que se escuche a todas las partes implicadas, cuanto más amor y conocimiento personal exista entre el responsable y los que obedecen, cuanto mejor se intente coordinar el bien particular del individuo con el bien común de todo el cuerpo, sin imponer renuncias dolorosas que no sean estrictamente necesarias.

La finalidad de la obediencia no es machacar nuestra voluntad, sino ayudarnos a encontrar la voluntad de Dios. El hombre viejo debe morir en nosotros, pero nunca deberíamos matar al hombre nuevo con sus ilusiones y proyectos según Dios. Y aunque en ocasiones la obediencia pueda ser onerosa, imponer alguna carga pesada, resultar mutilante, y aunque esto pueda ser meritorio a los ojos de Dios en casos límites, no es este tipo de mérito el que directamente se busca a través de la obediencia, sino al revés. Se busca encontrar la voluntad de Dios para la comunidad y el individuo, integrar el bien particular en el bien comunitario, iluminar con una instancia de fuera de nuestros posibles autoengaños y racionalizaciones, dotar a la comunidad de una unidad de inspiración, de organización y de ejecución.

Del mismo modo que la vida en comunidad nos santifica ante todo por lo que tiene de estímulo, de inspiración, de amor. de convivencia, de enriquecimiento, y sólo residualmente por lo que tiene de crucificante, por lo que nos exige de perdón y renuncia, así también la obediencia nos santifica ante todo por lo que tiene de inspiración, y sólo residualmente por lo que en ocasiones pueda tener de mutilante y oneroso.


Escuela evangelización y comunidad cristiana

por P. Ángel Ruiz, Seh. P.


En un número de la Revista dedicado a la comunidad no podía faltar el tema de la comunidad cristiana en la obra de educación. Le hemos pedido al padre Ángel Ruiz, Superior General de las Escuelas Pías, el poder reproducir las proféticas palabras que el 8 de septiembre dirigía a los centros Escolapios, y que nos hacen ver las posibilidades de evangelización de todo centro docente donde se forma la comunidad cristiana.

El Espíritu Santo sigue hoy purificando a su Iglesia. A través de las crisis que la Iglesia sufre, se va decantando con más precisión lo auténticamente cristiano. Y esta verificación se da también en las escuelas católicas.

Sin angustia, pero con conciencia crítica, leyendo en clave de fe y en actitud preñada de esperanza los acontecimientos, los que se dedican a la educación deben preguntarse qué quiere decirles el Señor con esta situación nueva.

Todas las escuelas llevadas por religiosos por definición son escuelas cristianas. Pero entendidas en abstracto. Si nos referimos a las escuelas concretas, ¿resultaría ofensivo afirmar que hay centros llevados por religiosos que no son cristianos? Lo exacto, para mí, sería decir que quieren ser colegios cristianos.

UNA ALTERNATIVA APREMIANTE:
LA COMUNIDAD CRISTIANA

La alternativa de la comunidad cristiana actuante en el ámbito escolar y paraescolar nace como imperativo de situaciones nuevas que se dan actualmente en los centros educativos, y que requieren respuestas nuevas. He aquí algunas de estas situaciones:

l. Pluralismo religioso de los alumnos. La estructura de la escuela tradicional no cuenta con una capacidad eficaz para el anuncio del Evangelio de Jesús. La escuela católica existe como concepto abstracto solamente. En los centros concretos hay que reconocer con lealtad que se está dando un pluralismo religioso por más que presuman de tener un ideario y proyecto educativo de orientación cristiana. Se definen confesionales, pero en la práctica no lo son.

La mayoría de alumnos están bautizados, aunque cada día se dan más casos de no bautizados. Algunos han hecho una opción más o menos consciente de adhesión a Jesús de Nazaret. Estos constituyen un grupo fluctuante. La mayoría no ha hecho ninguna opción por Cristo. Algunos pocos sí que están en actitud de optar por Cristo seriamente.

Tratar a todos indistintamente como personas que han hecho ya la opción de adhesión a Cristo constituiría un error educativo y pastoral. Es bastante objetivo afirmar que la mayoría de escuelas se encuentran, en la práctica, en situación de misión. Hay que tener el valor de reconocerlo. Y organizar los colegios coherentemente. La misión está dentro de los colegios concretos.

2. Motivaciones de los padres de los alumnos: Los motivos que llevan a los padres de los alumnos a optar por la escuela católica constituyen una vasta gama. Los motivos de orden social, humanístico, ético, científico, de prestigio, eficacia, seriedad predominan sobre la motivación de la fe.

En la inscripción ordinariamente no se indaga acerca de las motivaciones. Por parte de los colegios se aceptan los motivos enumerados y se admite, de hecho, que los alumnos no vengan primariamente para recibir una formación catequística. Pero también hay familias que: tienen un compromiso cristiano y por eso eligen un colegio confesional.

3. La selección del profesorado. Los profesores son los que son. Con ellos hay que contar. Y tal como son hay que aceptarlos. Estarán cargados de méritos y valores. Serán competentes en sus materias, buenos profesionales, solidarios y amantes de su colegio. Oficialmente, acaso todos son católicos. Pueden ser magníficos profesores. Pero ¿son educadores cristianos?

Ante tal panorama, podemos preguntarnos:

- Si los componentes de la "comunidad educativa” son tal como aparecen perfilados arriba, ¿se puede pensar que la evangelización a realizar en el colegio quede confiada a la "comunidad educativa"?

- Si entre los componentes de la "comunidad educativa" hay miembros creyentes, con actitud clara de opción por Cristo, ¿es utópico pensar que con ellos se puede crear una "comunidad cristiana" que asuma la gestión evangelizadora del centro?

EVANGELIZACION Y COMUNIDAD CRISTIANA

Todavía hay otras respuestas a la pregunta de “¿Por qué crear la comunidad o comunidades cristianas?" que animen la evangelización de los colegios:

l. Quien evangeliza es siempre la comunidad cristiana: Evangelizar supone iniciar, acompañar y estimular al catecúmeno que empieza el camino de Jesús, para incorporarlo a la "comunidad cristiana". Esta no es medio, es fin en sí misma. Dios es comunidad. Cristo comenzó por crear una comunidad. La Iglesia naciente irradia la Buena Nueva desde la comunidad de creyentes. "La fe se asimila, sobre todo, a través del contacto con personas que viven cotidianamente la realidad. La fe cristiana nace y crece en el seno de una comunidad" (EC 53).

Sin "comunidad cristiana" no se puede hablar de escuela católica. El colegio en cuanto tal, pese a la perfección de sus estructuras, no es primariamente evangelizador. Ingenuo sería esperar resultados evangelizadores.

Sin esta "comunidad cristiana", que actúa en el ambiente escolar, la estructura del colegio cristiano carecería de cauces adecuados para quienes -alumnos, profesores, padres u otras personas afectas al colegio- van dando una respuesta de fe o van optando por la persona de Jesús. Estos necesitan un clima que aliente y cultive las actitudes que comporta todo crecimiento en la fe.

2. Esta "comunidad cristiana" será una presencia testimonial significativa:
Crear la comunidad cristiana es hoy la respuesta al reto de los jóvenes. Más que en otras épocas históricas, los jóvenes se mueven sobre todo por el testimonio presencial y no por ideologías. Están hambrientos de comunicación, de coparticipación. Reclaman con fuerza la comunidad. Intuyen que sólo en ella encontrarán la fuerza para decir sí a Jesús.

Las comunidades religiosas, por diversas causas, están dejando de ser presencia significativa en la escuela. Es un hecho que hay que aceptar. Este vacío sólo lo puede llenar una comunidad cristiana testimonial. Un grupo eclesial formado por profesores, religiosos, alumnos, familias y amigos del colegio, comprometido con el Evangelio suscitará interrogantes en el resto de la comunidad educativa: "¿Por qué se comportan así?, ¿Por qué viven de esta manera?, ¿Por qué entregan su tiempo y vida gratuitamente? ¿Quién los inspira y sostiene?, ¿Por qué hacen eso? A esos interrogantes seguirán sin duda decisiones personales, que se traducirán en una opción por Cristo. Sin esa comunidad cristiana testimonial no hay que esperar esa opción.

ALGUNAS PRECISIONES

"Comunidad educativa" y "comunidad cristiana": La comunidad educativa, corazón, cerebro y objetivo perenne a conseguir, es punto de constante referencia. De ahí la necesidad de afirmar desde el principio que no se puede identificar "comunidad educativa" y "comunidad cristiana". El colectivo formado por profesores, padres de alumnos, personas afectas al colegio y religiosos constituye la comunidad educativa. Esta actúa con autonomía, amparada, impulsada y dirigida por las estructuras básicas como son el Ideario, el Proyecto educativo, el Estatuto jurídico y el Reglamento interno.

La comunidad religiosa no es lo que aquí entendemos por comunidad cristiana. Esta comunidad cristiana es un grupo heterogéneo en la edad y en el sexo, de creyentes que han hecho opción por Jesús de Nazaret, con voluntad de lucha para modificar los condicionamientos de las estructuras educativas que impiden filtrar con fidelidad el mensaje de Cristo. En él tienen cabida alumnos, profesores seglares, religiosos, religiosas, padres de alumnos, personal afecto al centro.

Su aspiración es que "todo el proceso educativo, en la teoría y en la práctica, esté basado en Cristo Jesús" (EC 5). Esta comunidad cristiana nace en torno al colegio y en función del mismo. Asume la responsabilidad evangelizadora de algunos de sus miembros, en ese colegio que intenta llegar a ser cristiano. Esa comunidad es "como el lugar de encuentro de aquellos que quieren testimoniar los valores cristianos, en toda la educación". (EC 53)

No se identifica con la comunidad parroquial, pero no la excluye. Esta comunidad cristiana, en comunión con el Pastor de la Iglesia, tiene como objetivo, en unión con la comunidad educativa llegar a crear la escuela cristiana. Pero sin asumir la estructura del colegio, sin interferir en las competencias de la comunidad educativa. Esta, coherente con su Proyecto educativo de corte cristiano, acepta la intervención transformadora de aquella, a través de sus miembros, y respeta y apoya sus acciones evangelizadoras en el colegio

El rol de la comunidad cristiana es de presencia, testimonio, voluntad transformadora, anuncio de la Buena Noticia y signo del Evangelio. Su programa de actividades va desde la clase de Religión y orientación cristiana de las materias hasta la catequesis catecumenal y la celebración de la fe, fuera y dentro del horario escolar, sobre la base de la libertad. Y todo esto en íntima relación de respeto, colaboración y perfeccionamiento de las estructuras de la comunidad educadora.

CAMINO A SEGUIR

Es un camino que hay que hacer. No hay experiencias consagradas. Se trata de empezar esa andadura sin miedos, con fe y voluntad de lucha. La comunidad cristiana a crear, como una criatura que ha de nacer, será fruto también de fuerzas coordenadas y colaboraciones integradas. Pero, sobre todo, será fruto de amor. Una criatura nace porque se la ha querido antes.

¿Se quiere que en un colegio nazca esa criatura nueva que es la comunidad cristiana? Esta es fruto de la evangelización. Pero el Evangelio vino con Cristo. Y Cristo no se hizo presente hasta que, como dice Pablo, "llegó la plenitud de los tiempos". Ahora bien, el nacimiento de la comunidad cristiana no es sino hacer más tangible, más viva la presencia de Jesús de Nazaret. La llegada de Jesús supuso expectativa, preparación. El envío del Espíritu de Jesús tiene su momento histórico para la escuela cristiana. Sin la superación de ese "Antiguo Testamento" de esta etapa histórica de la escuela cristiana no será posible que Jesús se haga presente con fuerza en la comunidad cristiana. ¿No habrá llegado esa "plenitud de los tiempos" para los colegios y comunidades? ¿O será necesario seguir esperando? ¿Deberá la escuela católica sentir aún más profundamente su propia impotencia, para que se manifieste la fuerza y esplendor y gloria del Señor?



Comunidad carismática y vivencia parroquial


por Gonzalo Chala, C. S. V.

Comunidad carismática, grupo carismático, grupo de oración, asamblea carismática: son distintos nombres que expresan la realidad en la que el Señor nos une; pero, por encima de todo, siempre hay una base firme que se pone de manifiesto entre nosotros: somos Iglesia. No estamos o pertenecemos. Somos.

Desde esta perspectiva es necesario saber valorar, tanto en el pensamiento como en la realidad, nuestra inserción diocesana a través de la inserción parroquia.

Dentro de la misma Iglesia, la célula eclesial en la que se realiza la vivencia de la fe es la parroquia, entendida como "comunión de familias", como "comunión de comunidades”, como el lugar de encuentro y comunión para todos los cristianos.

Vemos muy claro todos cómo es el Espíritu el que nos convoca a vivir en comunidad, cómo es el Espíritu el que de un grupo de personas llenas de miedo hace una Comunidad en Pentecostés. El es el vínculo de unión en toda la Iglesia y en todos los grupos humanos que se abren a su acción.

Es preciso que revaloricemos nuestro sentido comunitario eclesial, que nos comprometamos a trabajar para conseguir una mayor profundidad y transformación de nuestras comunidades parroquiales, las cuales no aparecen siempre ante la opinión general como lugar de "comunión”.

"La parroquia es percibida hoy por la mayoría de la gente como una realidad masificadora que dificulta las relaciones humanas directas y el conocimiento y apoyo mutuo, como un marco organizativo y administrativo y como un lugar donde se prestan unos servicios religiosos" (l).

En nuestras parroquias se echa de menos una vivencia de lo que se celebra, un compromiso con lo que se celebra...

Quizá por esto los jóvenes han buscado muchas veces grupos humanos que ofrezcan respuesta a sus deseos de vivencia espiritual, equivocando con frecuencia el camino.

Por esto, y por otras muchas razones, debemos revitalizar y profundizar la credibilidad de nuestras comunidades parroquiales como lugar de oración y encuentro, como lugar de vida y esfuerzo comunitario. "Todo grupo o comunidad cristiana debe vivir su fe y su proyecto misionero dentro de la comunidad eclesial de su parroquia o sector, y vivir en comunicación con el resto de las comunidades cristianas, que, dentro de la pluralidad de carismas formamos la iglesia local. La Iglesia es, de este modo, una “comunidad de comunidades”, unidas por la confesión significativa de la misma fe y comprometidas en el anuncio universal del Evangelio" (2).

La R.C. es una corriente de renovación que ha logrado ya cierto grado de renovación en la Iglesia. Por todo el mundo han surgido miles de grupos de oración, de los que algunos han ido profundizando en su opción comunitaria de una u otra forma para el enriquecimiento de la Iglesia.


DESDE LA R.C. ¿TENEMOS ALGO QUE OFRECER A NUESTRAS COMUNIDADES PARROQUIALES?

Es evidente que sí, pero primeramente y como base hemos de afirmar que nuestra vivencia diocesana y también eclesial a nivel personal se ha de realizar a través de nuestra inserción parroquial. Es así como llegaremos al verdadero sentido eclesial.

No podemos ser un grupo eclesial desconectado de la fatiga, de la alegría y de la vida diaria de la parroquia. Hemos de potenciar la realidad comunitaria que puede resultar visible para todos los hombres: la parroquia.

Hace ya muchos años que el Señor me concedió la gracia de conocer el don de la R.C. Gracias a El, a través de mi trabajo y de mi opción personal como religioso, he llegado a vivir fundamentalmente a la sombra de dos grupos de oración y he podido conocer otros en diferentes localidades. Sé que muchos grupos abiertos a la acción de Dios han ?madurado considerablemente y que otros han quedado "atascados", “aislados", pudiéndose también observar cómo miembros de distintos grupos de oración adolecen de una falta de sentido parroquial de forma que el grupo se ha convertido para ellos en sustituto de la comunidad parroquial a la que pertenecían.

Pero si somos fieles al Espíritu nunca puede convertirse la R.C. en una evasión de nuestra inserción parroquial, sino todo lo contrario.

Creo necesario afirmar que, a no ser en el caso de una llamada especial, el grupo de oración como tal, considerado en su conjunto, no debe tomar una opción parroquial concreta, pues sus miembros generalmente pertenecen a distintas parroquias, y además esta opción debe ser personal.

¿QUE HACER?

El discernimiento nunca debe faltar. Hemos de ser creativos y ponernos en las manos del Señor. Siempre será necesario orar y pedir luz al Señor.

Nuestro ofrecimiento puede estar marcado por las siguientes pistas de acción:

- Animación litúrgica
Sin pretender que la liturgia parroquial se convierta en una continuación de "nuestro" grupo de oración, sino realizando más bien un servicio según el orden y esquemas de la parroquia, sin que obste para ello aportar la "vivencia tranquila del Señor” que hemos recibido por pura gracia.

Entre otras cosas podemos señalar:
- animación musical de las celebraciones y encuentros, bien por la instrumentación o bien por el simple canto, creando o insertándonos en el servicio musical de la parroquia.

- animación litúrgica en las moniciones y en las lecturas bíblicas, tratando de conseguir que se haga una verdadera "proclamación de la Palabra" y no una simple lectura.


- Inserción en grupos de servicio pastoral

Caritas, pastoral de enfermos, grupos de catequesis, apoyo a grupos de confirmación. Hay parroquias con dificultades para estos servicios y el trabajo suele sobrar.

- Inserción en grupos de crecimiento.

No sólo hay grupos en las parroquias para "trabajar". También los hay para profundizar o crecer en la vida cristiana, en los que nosotros podemos participar: grupos de formación bíblica, catecumenado de adultos, grupos de reflexión.

- Otros servicios parroquiales.

En todas las parroquias hay otros servicios más escondidos a los ojos de los hombres, pero imprescindibles en la marcha de la comunidad parroquial, en los que podemos poner nuestro granito de arena: limpieza de ?locales, recogida de avisos y llamadas, secretarías, servicios de sacristía, etc. Cada parroquia tiene sus necesidades concretas que solucionar.

Ir al párroco y ofrecerse, no con medallas o méritos, sino humildemente como un miembro más de la comunidad parroquial, que desea participar en lo que sea, no siempre es fácil. Unas veces el obstáculo puede estar en nosotros mismos, y entonces hemos de revisar nuestros miedos u orgullos. Otras veces puede ocurrir que el mismo párroco no esté "hecho" a tales colaboraciones o que su carácter sea completamente distinto del nuestro.

NOTAS:
(1) MOVILLA, Secundino, Del Catecumenado a la comunidad, Ed. Paulinas, Madrid 1982, p. 9
(2)PEREZ ALVAREZ, J.L., La fe en Jesús: proyecto de juventud. Folleto Col. Juventud y fe cristiana, n. 2, Bilbao, 1982





La Comunidad «Maranatha» de Bruselas

Hace ya varios años que un grupo de cristianos se viene reuniendo cada semana. Han vuelto su corazón al Señor y le han implorado: "Ven, Señor Jesús, Marana tha".

Los diques y las barreras han quedado derribados. El Espíritu ha inflamado los corazones y se ha unido a su naciente comunidad para clamar: “¡Marana tha, ven, Señor Jesús!”.

La comunidad ha tomado este nombre de "Maranatha", expresión aramea que hallamos en el Apocalipsis y en la Primera Epístola a los Corintios. Se trata de una breve oración que usaban los primeros cristianos al dirigirse al Señor Jesús. Significa: "¡Ven, Señor nuestro!".

Han pasado meses y años en el deseo del Señor, en la escucha atenta y en la disponibilidad a las llamadas del Espíritu. La comunidad se ha ido formando siguiendo unas etapas. Hoy son más de 200 personas las que participan, cada una a su manera, en la vida del conjunto. Siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos, "son asiduos a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Viven los acontecimientos y el crecimiento de la comunidad, con sus gozos y sufrimientos, en el Señor Jesús: bautizos, compromisos de todas clases, bodas, defunciones... Las personas son muy distintas: edad, profesión, ambiente. Pero han acogido el don que el Señor les ofreció: el amor fraternal.

Desde el comienzo se ha estado pidiendo este don al Señor y lo hemos recibido en la oración de alabanza. Por todo demos gracias a Dios. La alabanza empapa ?a cada uno en la fe confiada del pobre, del pequeño.

Fraternidad y alabanza: los dos raíles de una misma vía. No hay alabanza verdadera sin amor, no hay fraternidad profunda sin alabanza al Señor. Se recibe la fraternidad y la alabanza como un don, y se las experimenta como una llamada, como una vocación.


I. CANTAR AL SEÑOR

Recitad juntos salmos, himnos y cantos inspirados, cantad y celebrad al Señor con todo vuestro corazón. (Ef 5, 19).

La oración ha fundado la comunidad. Hemos escuchado la llamada urgente a dar gracias... en todo tiempo y lugar (Ef 5, 20), tanto en la oración comunitaria como en la oración personal.

l. Fuerte alabanza

Gritad de alegría a Dios, nuestra fuerza. Aclamad al Dios de Jacob. (Sal 80).

Cuando nos encontramos juntos, lo primero que hacemos es alabar fuertemente al Señor con aclamaciones y cantos. Algo semejante a la entrada triunfal en Jerusalén.

Esta alabanza fuerte es como la criba a través de la cual se pasa para ponerse en presencia de Dios. La vida es tan alienante que nos distrae de Dios, de nosotros mismos, de nuestros hermanos... En la alabanza nuestro espíritu y nuestro corazón se lanzan hacia el Señor en un grito de amor y de confianza que nos sumerge en su misericordia con todo el peso de la ciudad y del mundo.

El día en que recibimos el impacto de esta alabanza fuerte, hubo un gran cambio. Fuimos liberados. Libres para escuchar al Señor y aceptar su llamamiento. Libres para amar a los hermanos. Libres para aceptar o inventar los servicios necesarios a la comunidad fraterna y misionera.

2. Ocasiones para orar juntos.

No os inquietéis por nada, sino que en toda ocasión, por la oración y la súplica, acompañados de acción de gracias, haced conocer a Dios vuestras necesidades. (Flp 4,6).

Con el pasar de los años, las llamadas a reunirse para alabar al Señor se han multiplicado. Y no han faltado intenciones que presentarle. Todo hay que recibirlo, incluso la vocación, para que "la paz de Dios... guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos en Jesucristo" (Flp 4, 7).

El miércoles por la tarde.

Durante esta reunión nos ha sucedido que hemos comprendido cómo el Señor pide tomar tal o cual orientación. Algunas actividades de la comunidad encontraron aquí su origen y su fuerza.

Vigilia de la resurrección.

El sábado celebramos la vigilia de la resurrección del Señor Jesús. Después de la eucaristía, abierta a todos, tiene lugar una comida fraterna y se comparte lo que trae cada uno. ¡Cuántas cosas suceden en este encuentro gozoso! "Venid y veréis”.

Dos veces al día.

A las 12.30, los hermanos y hermanas que pueden se reúnen para cantar la oración del mediodía. Y por la tarde, a las 6, se encuentran de nuevo para la eucaristía.

El canto.

No somos especialistas en el canto. ?Sin embargo, en la comunidad se canta mucho. Cada lunes, los voluntarios se reúnen para aprender nuevas melodías, frecuentemente de inspiración bizantina. No tenemos un coro separado: todos estamos invitados a participar en la polifonía. Canto que une a la comunidad y que la forma.

3. Oración personal

En cuanto a ti, cuando quieras orar, entra en tu aposento más retirado, cierra la puerta y dirige tu oración al Padre que está allí en lo secreto. (Mt 6. 6).

Muchos hermanos y hermanas de la comunidad oran cada día durante una hora, antes de ir al trabajo. Esta oración personal es como el pulmón de la oración comunitaria.

Muchos practican la "oración de Jesús", y tratan de vivir "el desierto en la ciudad".

Algunos han aceptado más particularmente la misión de interceder por sus hermanos, por la ciudad, por el mundo entero.

4. Una locura por el Señor

Bendecid al Señor, vosotros los siervos del Señor, los que pasáis la noche en la casa del Señor. (Sal 134).

Hemos empezado las noches de oración, una vez al mes, porque nos ha parecido que el Señor nos lo pide. Velad porque no sabéis el día ni la hora (Mt 24, 42).

A esta oración vienen los que desean y pueden participar en la oración toda la noche. El esquema es: oficio de la tarde, eucaristía, oficio de lecturas y oficio de la mañana. Lo restante del tiempo, adoración en silencio u oración libre.

Es una gracia excepcional de purificación y de comunión. Es también para nosotros una rica experiencia de escucha de la Palabra de Dios. La comunidad entera queda unida en el combate de Jacob.

II. EL AMOR FRATERNO

La alabanza al Señor nos cura y nos hace más fraternales. Conocemos nuestras debilidades, pero el Señor nos da amor y fraternidad.

La fraternidad, don de Dios

Con frecuencia hemos experimentado que no basta "optar" por la fraternidad; hay que “pedirla". Es un don del Señor. Somos tan distintos: un general, antiguos desertores, parados, profesores, enfermeros, médicos, belgas, franceses, americanos, zaireños, estudiantes, viejos, jóvenes, célibes, casados, marginados. Un bonito saco del que el Señor va sacando guijarros para pulirlos. Sólo el Espíritu Santo puede cimentar la comunidad.

Compromisos múltiples

Tenemos una vocación común: esperar la vuelta de Jesús en la alabanza y en la vida fraterna: "un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios" (San Agustín). Sin embargo, los compromisos particulares son muy distintos.

Hay célibes que viven en fraternidades de estilo monástico, en las que comparten todo: la oración, el techo, los bienes... Otros forman fraternidades más abiertas, no viven en residencias comunes. El celibato y el matrimonio se viven como compromisos que corresponden a una llamada. Los hay, en fin, que vienen a buscar fuerza y ánimos en tal o cual actividad.

Los compromisos a nivel de organización y dimensión de la comunidad son también muy diferentes. A cada uno, su llamada y su generosidad.

Al entrar en la comunidad, cada cual se compromete en un camino de alabanza y fraternidad en el seguimiento de Jesús. Estamos llamados a dar siempre más y a superar etapas.

Vacaciones comunitarias

Desde 1978, un número creciente de miembros de Maranatha se vienen reuniendo cada verano para pasar juntos unos diez días de vacaciones, vividos en la alabanza y en la vida fraterna. En 1978 fueron 22, en 1979, 44, y en 1980, 80.

III. COMPARTIR LA BUENA NUEVA

No te calles... porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. (Hch 18, 10).

La comunidad ha nacido y crecido en el centro de la ciudad de Bruselas. Ir. Nuestra misión es ir hacia ese pueblo numeroso que desconoce al Señor y, sin embargo, le pertenece. Este llamamiento resuena cada vez más fuerte.

"Venid y ved"

El primer trabajo de nuestra comunidad es el testimonio de la vida fraterna, principalmente en la liturgia que brota de la alabanza.

La celebración de la Vigilia Pascual, el sábado a las 17 h., está abierta a los transeúntes y curiosos. El Señor bendice la alabanza fraterna hasta el punto de tocar los corazones y convertirlos. Se juntaban cada día a la comunidad aquellos que debían salvarse (Hch 2, 47).

En la parroquia

Para responder a la invitación de los párrocos, un domingo cada mes toda la comunidad acude a una parroquia. La anima: eucaristía, "pique-nique", enseñanza y compartir. Estos encuentros entre comunidades son muy fructíferos.

Un lugar de alabanza

Levantamos nuestra tienda de alabanza en lugares muy distintos. Sin embargo, pedimos al Señor un lugar para reunirnos, para alabarle a diario e implantar las diversas fraternidades.

Escuela de evangelización

La sesión sobre evangelización, que la comunidad organizó en septiembre de 1980, animó a los misioneros, sobre todo a los que se hallaban en camino, "de dos en dos" (Lc 10, 1), para llevar la Buena Nueva a los hermanos.

La apertura de una escuela de evangelización -Escuela de San Pedro y San Pablo- permite a los hermanos y hermanas revisar sus iniciativas misioneras a la luz de la Biblia y de la Tradición.

La enseñanza de esta escuela, centrada en la misión, reúne semanalmente a la comunidad, cuya formación está integrada por la liturgia, los seminarios y el Instituto de Estudios Teológicos (SJ.), donde numerosos hermanos y hermanas siguen cursos.


Traducido de Communauté Maranatha, folleto de presentación de la Comunidad.
Dirección: Communauté Maranatha Rue Zinner. 3 - 1000 Bruselas





Tolerancia en la Renovación Carismática

por Tomás Forrest, C. Ss. R

Siendo muchas las cosas buenas que suceden en la R.C., todavía podrían suceder más si nos concentrásemos en los frutos del Espíritu Santo tanto como en sus dones. Los dones nos ayudan a llevar a otros al Cuerpo de Cristo, pero los frutos nos hacen resplandecer a nosotros mismos como partes de ese Cuerpo. Uno de esos frutos es la paciencia (Ga 5, 22), y una expresión vital de la paciencia es la tolerancia.

El diccionario define la tolerancia como "respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás; margen o diferencia que se consiente en la calidad o cantidad de las cosas".

Una dosis abundante de tolerancia no haría ningún daño a la R.C. La tolerancia nos enseña a dar cabida a las equivocaciones de los demás, y protege nuestro derecho a hacer las cosas de una manera diferente, quizás mejor o peor que los demás. Básicamente preserva a cualquier persona o grupo de considerarse la medida de si los demás lo están haciendo bien o no, y nos ayuda a evitar las inútiles comparaciones (Ga 6, 3 -4).

Veamos algunos ejemplos de intolerancia en la R.C.

ENCAJONAR LA RENOVACION

Algunos tratan de encerrar la Renovación en la estrecha caja de sus propias experiencias, dones, ministerios, o, lo que es peor, inclinaciones personales.

Pero un modelo único, una única dirección, una única expresión para la R.C. no va al paso del Espíritu Santo y está en contra de la naturaleza de los dones como llamadas personalizadas (Ef 4, 11; Rm 12 4-8; I Co 12, 4-11). Ser un sacerdote redentorista, por ejemplo, no me permite despreciar a los laicos en la Iglesia ni criticar a los demás sacerdotes por no ser ellos también redentoristas. Mi llamada y mis dones no son necesariamente los suyos, y aunque yo pudiera demostrar que mi camino es objetivamente mejor, esto sin embargo no lo haría obligatorio para los demás.

Como Jesús muestra en la parábola de los criados con diversos talentos (Mt 25, 14ss.), mi tarea es hacer las cosas lo mejor que pueda según mi llamada y mis dones, no hacer las mismísimas cosas y tan bien como cualquier otro. Y, a su vez, mi éxito no se convierte en la norma del éxito de los demás.

Sin duda que todos nosotros hemos sido llamados a las alturas de la santidad (Mt 5, 48), pero esto no quiere decir que el Padre Eterno nos dé de plazo solamente hasta mañana al mediodía para llevar a cabo toda la tarea. El entiende, e incluso tiene previsto, que nuestra lucha pueda durar otros diez años, o quizá el resto de nuestra vida y, además, un poco de Purgatorio.

Por tanto, es importante ser tolerantes con nosotros mismos, con los demás y con Dios mismo.

Tolerantes con nosotros mismos, pues aunque algunos puedan estar muy por delante de nosotros con dones más espectaculares, esto, no significa que de alguna manera competitiva agradan más a Dios.

Tolerantes con los demás, ya que mis ideas e ideales, mis dones y mi llamada no son necesariamente la norma y el camino para ellos.

Y tolerantes con Dios, porque nada le obliga a hacer las cosas a mi modo, a dejarse llevar por mis inclinaciones, o a usar de mí y moverme tan rápidamente como lo hace con otros. Dios es el último a quien podemos encajonar en una caja estrecha, y ciertamente no en la caja de nuestros propios gustos o antipatías. Si el criterio para el discernimiento espiritual fuera el "no me gusta", el don de lenguas y quizá algunos otros dones auténticos no habrían encontrado espacio.

A través de la tolerancia, a todos se nos permite desarrollar nuestra propia función libremente, según nuestras posibilidades y circunstancias, precisamente en el modo en que Dios lo planteó.


PRETENDER POSEER UNA VISION TOTAL

Aunque yo creo que somos parte de una nueva efusión del Espíritu Santo que tendrá éxito en la renovación de la Iglesia, no creo que ninguno de nosotros tenga una visión completa de cómo o de cuándo exactamente vaya a suceder todo.

Cada uno no es más que una pieza de un divino rompecabezas y ha recibido una misión específica, pero no conoce el plan de Dios para colocar todas las piezas en su sitio, o si esto va a suceder dentro de un año, de una década, de un siglo o dos.

Es algo como un carpintero, un albañil, un electricista y un encargado de la grúa, que trabajan en distintas partes de un mismo edificio en construcción, con el arquitecto que es el único que ve todos los planos completos. Ninguno de nosotros es ese arquitecto.

Cada uno conoce o debe discernir de qué manera quiere Dios usar de él en ese momento, pero cualquiera que piense que puede ver todo el camino hasta el resultado final, se está preparando para encontrarse con algunas sorpresas.

El pensar que puedo ver claramente cómo Dios hace todo significa que me estoy viendo a mí mismo demasiado en el centro, mientras que en realidad no soy más que una parte pequeña, aunque especial.

Aquellos que no pueden dejar todo el cuadro final en manos de Dios se convierten en especialmente intolerantes, demasiado seguros y demasiado en el centro de lo que ven para dejar espacio a las demás partes importantes de cuadro, diferentemente configuradas y ensambladas. A su último libro o enseñanza lo llaman la última palabra, mientras que la última palabra sigue siendo la prerrogativa de un Dios tan lleno de sorpresas que es siempre un misterio (Is 5, 8-9).


EL METODO DEL "0... O...”

La idea de que "o tu camino, o el mío es correcto" es frecuentemente equivocada. A menudo, tu camino será indicado para ti y el mío indicado para mí. Y si pusiéramos juntos ambos caminos, en un esfuerzo unificado, podríamos llegar a formar un gran equipo.

Recuerdo un país en el que los líderes de un centro estaban adoptando un método de Renovación muy intelectual mientras el método de los líderes de otro centro se basaba en la experiencia. Ambos grupos perdieron tiempo y esfuerzos preciosos, cada uno atacando los errores del otro, mientras que el único error era el no haber visto que cada uno necesitaba del otro. Un grupo estaba produciendo una magnífica literatura carismática y una admirable serie de enseñanzas, mientras que el otro tenía grandes dones de alabanza, música, alegría, amor y oración. No era cuestión de "o... o... ", sino más bien de que ambos trabajaran juntos como partes claramente diferenciadas del mismo cuerpo.

Un perfecto punto de encuentro para un montón de nuestras diferencias está muchas veces en el medio, un punto alcanzado tras un humilde compartir y tras dejar que las ideas y direcciones de uno equilibren y corrijan las del otro.


CONFUNDIR LA CULTURA

La tolerancia hace que nos mantengamos pacientes con ciertas expresiones ?culturales de la R.C. que uno encuentra difícil de apreciar. La Renovación es un fenómeno universal, y las distintas partes del mundo son muy diferentes.

Yo he visitado 80 países, y aunque evidentemente es el mismo Espíritu Santo el que actúa en todas partes, hay una exquisita variedad cultural en sus acciones.

Un ejemplo es una inolvidable liturgia en Costa del Cabo (Ghana). Cuando el diácono elevó los Evangelios en alto por encima de su cabeza para proclamar "Palabra de Dios", todos los presentes dejaron sus bancos, y con una magnífica sonrisa danzaron ante el altar por turno, con los brazos extendidos, haciendo una profunda reverencia a la Palabra de Vida. Es el ejemplo más hermoso de danza litúrgica que yo he visto.

Pero eso no quiere decir que nosotros podamos o debamos esperar ver el mismo hecho en un monasterio capto, en el monte Sinaí, o en la catedral de Munich. Algo que es hermoso para África no se convierte en ley para otro lugar: pero algo que está fuera de lugar en un monasterio no es, a su vez, necesariamente equivocado para África.

Dios sabe quiénes somos y dónde nos encontramos, incluso mejor de lo que sabemos nosotros mismos, y nos trata de conformidad con ello, con una libertad y variedad de acciones muy sensible a la cultura y limitada solamente por la única ley de actuar siempre con amor. El modo como El toca y conduce a cada persona no se convierte nunca en el modo como EL DEBE tocar y guiar a los demás.

Los principios de doctrina y las prudentes prácticas de pastoral deben ser, sin duda, definidos claramente y seguidos por todos. Pero junto con la variedad de dones y de llamadas, la amplia variedad de preciosas culturas puede hacerlas maravillosamente provechosas allí donde existan, pero no siempre es posible repetirlas, y quizás incluso parece que sería equivocado exportarlas a otros lugares.

En Oriente, el signo de la paz es solamente el juntar las propias manos, una dulce sonrisa y un intercambio de inclinaciones profundamente respetuosas. Pero en América Latina es un caluroso abrazo, y en Bélgica y Zaire un triple contacto de mejillas. No sólo la música y los estilos de alabanza siguen unas líneas culturales, sino también el estilo de enseñar, imitando el propio ejemplo de Cristo de adecuar sus palabras a la cultura de quienes le escuchaban.

En general, la tolerancia nos hace más lentos para juzgar y condenar otras culturas y mucho más rápidos para estudiarlas y gozar de ellas. Cada una es otro don del inagotable Espíritu Santo.


MOTIVADA POR EL PROPIO INTERES

Aunque tratada en último lugar, éste es el corazón del tema.

La intolerancia tiene su raíz en los celos y en el orgullo, en el miedo a que los demás lo puedan hacer mejor, y en la inconsistente exigencia de ser considerados los mejores al ser seguidos por todos.

"Si vivimos según el Espíritu -escribe san Pablo- obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente" (Ga 5, 25).


Como Pablo da a entender en el capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, el oído no puede tener celos del ojo porque no ve, y el ojo no puede ser intolerante con el oído que no ve. Cada uno es solamente una parte de un plan divino llamado cuerpo, uno viendo y el otro oyendo, para el bien común.

Del mismo modo, cada uno de nosotros es una parte del más maravilloso plan divino llamado Cuerpo de Cristo, cuando nos dejamos llevar, no por el propio interés (Flp 2, 2-4), sino por el Espíritu de Dios, para servir uno al otro, gozando los unos del encanto de los dones de los otros.

San Cipriano mártir mostraba este tipo del espíritu cuando escribía a Camelia:
"Hemos tenido noticia del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el gozo de vuestra confesión, que nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?" (Epístola 60).

Si ese tipo de espíritu tolerante y generoso nos guiase siempre, las piezas del divino rompecabezas se deslizarían hacia su propio lugar muy rápidamente, y nosotros veríamos muy pronto renovado el magnífico cuadro de la Iglesia.