El movimiento comunitario
A partir del Vaticano II han empezado a aparecer pequeñas comunidades cristianas un poco por todas partes. Estas pueden ser de signo muy diverso unas respecto de otras e incluso contrapuestas. Igualmente varía mucho el nombre que se les da: comunidades de base, comunidades eclesiales, etc. En todo este fenómeno cabe destacar un hecho importante: un fuerte movimiento comunitario ha empezado entre los cristianos de hoy y cunde cada vez más. Sólo en Brasil se admite que hay unas 70.000 comunidades de base.
Tal florecimiento de comunidades, considerado como una primavera de la Iglesia, ha llamado la atención de teólogos, pastoralistas, y en hora muy oportuna de la misma jerarquía.
Baste recordar que la Exhortación sobre la Evangelización de Pablo VI (N°. 58), resumiendo las reflexiones del Sínodo de los Obispos de 1974, nos ofrece una abundante enseñanza sobre las pequeñas comunidades "que se forman en la Iglesia para unirse a la Iglesia y hacer crecer a la Iglesia", las cuales, afirma, "serán una esperanza para la Iglesia universal". La Conferencia del CELAM en sus reuniones de Medellín (1968) y de Puebla (1979) da una gran importancia a las comunidades eclesiales. La Comisión de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española publicó el 15 de Marzo de 1982 un muy elaborado documento sobre el Servicio Pastoral a las Pequeñas Comunidades Cristianas.
Esto nos hace ver hasta qué punto el fenómeno comunitario está adquiriendo carta de naturaleza en la Iglesia de hoy.
Hay una gran coincidencia en reconocer que la pequeña comunidad, en orden a la maduración de la fe y para profundizar en la Palabra de Dios, es un lugar privilegiado de comunión, de compromiso de sus miembros entre sí y para con sus respectivos pastores, plataforma de nuevos ministerios y servicios en los que se manifiesta la participación y corresponsabilidad de los cristianos ante las tareas de la Iglesia.
Una verdadera comunidad de hermanos es algo que rebasa los sentimientos de amistad o simpatía. Es un milagro del Espíritu de Cristo Resucitado, un don de Dios. En ella se supeditan los intereses de cada uno a la voluntad de Dios, la independencia individualista al sometimiento y la obediencia, el afán de poseer y acaparar bienes materiales al espíritu de compartir y de vivir en sobriedad evangélica, y se fomentan otros muchos valores humanos, la apertura al hermano, la corrección fraterna, etc. Sólo la fe en Jesucristo, al ?que se quiere seguir comunitariamente, nos puede dar la clave para entender lo que es una comunidad.
De acuerdo con esta realidad que constatamos a nivel de Iglesia universal, la R.C. también ha dado origen a numerosas y florecientes comunidades en las que se vive un gran deseo de escuchar y seguir las inspiraciones del Espíritu Santo, de acoger todos sus dones. Las comunidades carismáticas son una realidad muy original por la forma como se vive la fraternidad cristiana, muy en línea con la primitiva tradición cristiana, pues algunos de sus miembros comparten totalmente bienes, otros viven con voto los tres consejos evangélicos en total consagración al Señor, siendo norma comúnmente aceptada la transparencia y la reconciliación.
Llama también la atención el que se encuentren en ellas familias enteras, el que algunas sean ecuménicas y otras de orientación apostólica, de evangelización, de asistencia a los pobres y enfermos, de acogida, o de vida contemplativa y monástica, y la forma como crecen y se ramifican algunas de ellas en nuevas células comunitarias en las que Cristo se hace visible en medio del mundo.
Para muchos puede parecer esto una utopía, y sin embargo ahí están, a la vista de todo el que las quiera visitar y gozar de su acogida. Ello no es más que llevar la vida del Espíritu hasta sus últimas consecuencias, lo cual pone de manifiesto cómo el don más maravilloso que el Señor nos da a través de la R. C. es la misma comunidad, síntesis de todos los demás dones y manifestaciones del Espíritu.
Para todos los grupos de la R.C. esto es una invitación o una interpelación. ¿Estamos dispuestos a escuchar esta llamada y seguir adelante en el compromiso de entrega al Señor que posiblemente ya hayamos empezado?
En cada grupo, si no avanzamos en este sentido, si no somos más moldeables a la acción del Espíritu en todo lo que nos ha de curar y cambiar para llegar a la verdadera fraternidad, si nos instalamos cómodamente en lo que ya hemos recibido, si no afrontamos los cambios necesarios, nos quedaremos al final en una realidad que tiene más de asociación o de club, y aun lo poco que tenemos se nos quitará (Mt 13,12. 25,29).
El Espíritu sopla constantemente y a nosotros corresponde el adaptar nuestras velas conforme a su rumbo. Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. El puede convertir nuestra utopía cristiana en realidad.
Seminario sobre
el crecimiento espiritual
CICLO III
LA COMUNIDAD
Siguiendo con el SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL dedicamos el Ciclo III al tema de la Comunidad. Después de haber presentado en el Ciclo I el aspecto de la vida espiritual profunda de cara a Dios, y en el Ciclo II, cómo esta relación con Dios tiene que ser a través de la Iglesia y en la Iglesia, sacramento universal de salvación y de unidad en Cristo, trataremos de ver a lo largo de este Seminario cómo el lugar adecuado para el crecimiento y maduración de la relación con Dios y del compromiso eclesial es la comunidad cristiana.
La Comunidad es la que verdaderamente nos ofrece el clima y la posibilidad de vivir en intensidad y constancia nuestra entrega al Señor.
Es el lugar donde somos conocidos y aceptados por los hermanos por lo que somos y tales como somos, el marco en el que descubrimos nuestro carisma personal y realizamos los servicios y ministerios para los que hemos recibido dones.
En la Comunidad pasamos por el proceso de ser limados, quebrantados, corregidos y purificados en nuestras relaciones interpersonales con los hermanos, de forma que más fácilmente vaya desapareciendo en nosotros el hombre viejo y se manifieste el hombre nueva creación del Espíritu, el verdadero discípulo y seguidor de Jesús.
Desde que recibimos la efusión o bautismo en el Espíritu hemos emprendido un nuevo caminar, nos hemos encontrado con otros hermanos junto a los que nos ha puesto el Señor, hemos compartido muchas cosas, y surgido entre nosotros una relación de hermanos en Cristo. El Señor nos va llevando siempre hacia una mayor unidad y compromiso.
La comunidad es la meta hacia la que cada grupo debe orientar sus esfuerzos, a pesar de que pueda parecer que nunca se llega. Pasa lo mismo que con la santidad: aunque nunca se llegue de verdad, lo importante es tender siempre hacia ella.
¿UN GRUPO DE ORACION NO ES UNA COMUNIDAD?
Un grupo de oración de la R.C. de ordinario tiene todos los elementos imprescindibles que se encuentran en lo que de ordinario se entiende por comunidad eclesial.
Estos elementos son poco más o menos los siguientes:
- sus miembros se reúnen semanalmente una o dos veces; celebran juntos la fe en oración, en la alabanza, en la escucha de la Palabra y en la enseñanza;
- comparten la eucaristía;
- se establece entre ellos unos lazos de amor mutuo y alguna forma de compartir;
- hay una dirección pastoral (servidores o líderes) que todos aceptan y siguen;
- se organizan algunos ministerios;
- viven de acuerdo con la doctrina de la Iglesia en comunión con su Obispo y con otras comunidades.
Además poseen estos elementos de una forma mucho más definida y estable que muchas comunidades eclesiales de otro tipo.
Por tanto, de cara a la Jerarquía, a las parroquias y ante los diversos movimientos cristianos se puede considerar a los grupos de oración como comunidades eclesiales.
Así lo entiende el Documento Servicio a las pequeñas comunidades cristianas, publicado con fecha del 15 de Marzo de 1982 por la Comisión de pastoral de la Conferencia Episcopal Española, en el cual se reconoce a los grupos de la R.C. entre las demás comunidades cristianas de la Iglesia española. Si estudiamos las diversas comunidades que allí se mencionan y clasifican veremos que los grupos de la R.C. (7,61 por ciento) son comunidades con el mismo fundamento teológico y eclesial que las demás.
Este es un hecho que no debemos minimizar, y que debemos hacer valer a la hora de presentar la R.C. en los distintos ambientes.
UNA COMUNIDAD MAS COMPROMETIDA
Supuesto lo anterior, procuremos tener una visión muy clara del plan hacia el que nos conduce el Señor en los grupos de R.C. Sin duda hacia una forma de comunidad más firme, consistente y comprometida, más testimonial y evangelizadora, en la que vayamos mucho más lejos de lo que comúnmente se hace en los grupos de oración.
Ante los muchos hermanos que constantemente vienen, entran y salen en los grupos de la Renovación, ante otros para los que la Renovación no es más que su asistencia regular al grupo, hemos de saber organizar mejor todas nuestras actividades, utilizando para ello bajo la acción del Espíritu todos los dones y talentos que hemos recibido, de forma que no lleguemos a quedarnos en lo más inmediato, en la reunión semanal, en los retiros y convivencias, sino que lleguemos a formar una comunidad en la que los hermanos más antiguos y de cierta madurez espiritual lleguen a comprometerse más unos con otros, en orden a una mayor entrega de su vida al Señor.
Siempre habrá, como los hay en todos los grupos, hermanos que nunca se quieran comprometer o que no llegan a entender la verdadera libertad del Espíritu, confundiéndola con su propia independencia. Tampoco faltarán por parte de otros pretextos y excusas para no aspirar a más.
Pero nada de esto importa. Aquellos pocos que estén dispuestos deben seguir adelante y llegar a formar un núcleo fuerte que más tarde atraerá a otros y será un fermento en todo el grupo.
"Comunidad cristiana es la respuesta individual y colectiva de un pueblo a la palabra de Dios, una decisión de someterse totalmente a esa palabra juntos, consciente y explícitamente, y dejar que el Señor construya un pueblo, una comunidad" (Ralph Martin).
¿Qué clase de comunidad se ha de buscar? En la R.C. han surgido muchas formas de comunidad, y dentro de una misma comunidad encontramos diversidad de compromisos, todo lo cual nos habla de la creatividad del Espíritu.
En cada país, y más concretamente en cada grupo, si nos mantenemos unidos en oración y en escucha de la Palabra de Dios, llegaremos a descubrir el tipo de comunidad que el Señor desea crear entre nosotros.
Generalmente para empezar hay que valerse de la experiencia y ayuda de otras comunidades que ya llevan cierto tiempo funcionando, no sólo para evitar errores que ingenuamente podemos cometer, sino también para llegar a acertar en los pasos y etapas que se han de ir recorriendo. Para ello será bueno visitar alguna comunidad y pasar allí algunos días haciendo su misma vida.
Esto no quiere decir que haya que copiar necesariamente el mismo patrón. Pero sin duda que nos ayudará a descubrir el compromiso comunitario por donde podemos empezar y ciertos puntos prácticos.
LOS TEMAS
Tema 1: Una Comunidad eclesial y carismática.
Tema 2: Primeros pasos hacia la comunidad.
Tema 3: La Comunidad fruto de la Efusión del Espíritu Santo.
Tema 4: La relación consigo mismo
a) aceptación de sí mismo
b) equilibrio afectivo
Terna 5: La relación con los demás
a) respeto y aceptación del otro
b) reconciliación y amor
Tema 6: La transparencia comunitaria.
Tema 7: Obediencia y sometimiento.
PEQUEÑA BIBLIOGRAFIA SOBRE EL TEMA DE LA COMUNIDAD
WALTER SMET, Comunidades carismáticas, Editorial Roma, Barcelona 1978, 204 pgs. Ofrece doctrina sobre la comunidad y testimonios de algunas comunidades concretas.
KOINONIA, N° 9 dedicado al tema de la Comunidad, Se puede consultar también el N° 8.
TYCHIQUE, Revista publicada bajo la responsabilidad de la Communauté du Chemin Neuf de Lyon. Dirección: 10, rue Henri IV- 69002 LYON. El N° 31 está dedicado al tema de la vida comunitaria.
LAURENT FABRE, Comunidad y vida comunitaria en la Renovación, en "Presencia de la Renovación Carismática", Editorial Roma, Barcelona 1981, pgs. 49-69.
JEAN VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid 1980, 221 pgs. Libro escrito en forma de reflexión y testimonio. Todo lo que dice el autor, fundador de El Arca, está sacado de la experiencia de sus comunidades. Sus reflexiones nos introducen en el corazón de una comunidad.
DIETRICH BONHOEFFER, Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982, 99 pgs. También en Editorial La Aurora, Buenos Aires 1966, 124 pgs. -Si exceptuamos lo que dice en el último capítulo a propósito de la confesión, la cual, según la doctrina protestante que no admite el Sacramento de la Penitencia, se puede hacer con cualquier hermano, todo lo demás encierra una gran enseñanza sobre el espíritu que se ha de vivir en una comunidad. Aunque publicado por primera vez en 1939 como manual para estudiantes del Seminario que presidía el autor por cuenta de la Iglesia Confesante de Pomerania, su espíritu coincide con el de la R.C.
Literatura general teológica y pastoral.
COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, EDICE, Madrid 1982. Es un documento doctrinal de gran interés en el que los Obispos españoles toman conciencia de la importancia de las pequeñas comunidades, entre las que consideran también a los grupos de la R.C., y ofrecen sabias orientaciones.
SECUNDINO MOVILLA, Del catecumenado a la comunidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1982, pgs. 228. Los dos últimos capítulos están dedicados a la Comunidad cristiana como meta del catecumenado. Es una obra de formación doctrinal que merece figurar en todas las bibliotecas de los grupos de R.C.
JOSE RAMON GARCIA-MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu, liberación, Marova, Madrid 1977, 145 pgs. Enfoca el tema de la Comunidad desde el aspecto de la experiencia cristiana del Espíritu.
LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis, Edil. Sal Terrae 1980. En las primeras cincuenta páginas analiza la comunidad de base y lo que puede contribuir a la renovación de la Iglesia.
TEMA 1
UNA COMUNIDAD ECLESIAL
1.- Ya hemos visto en el Tema 1 del Ciclo II cómo la Iglesia es un misterio de comunión, una comunidad.
La Iglesia es comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, comunidad en el Espíritu, comunidad sacramental reunida en Cristo, comunidad de fe, esperanza y caridad.
La Iglesia empieza existiendo como una pequeña comunidad que enseguida se acrecienta y desarrolla para expandirse y formar otras pequeñas comunidades.
La configuración de la Iglesia empieza por pequeñas comunidades. Desde el principio siempre fue así. Allí donde hay un grupo de creyentes que comparten la misma fe en Jesús y el mismo don del Espíritu se forma una comunidad. Son cristianos que se reúnen para celebrar la fe, manteniéndose asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2. 42).
Cada comunidad sentía, por otra parte, la necesidad lógica y vital de permanecer en comunión con las demás comunidades. Si alguna perdía la comunión quedaba cortada del árbol vital.
2.- La palabra que emplea el Nuevo Testamento para designar una comunidad es ecclesia. Con el mismo término se expresa lo que hoy día nosotros queremos designar al hablar de dos realidades que nos parecen distintas: Iglesia y comunidad.
La palabra ecclesia adquirió los siguientes significados, yendo de menos a más:
- la asamblea reunida para escuchar la Palabra y celebrar la fracción del pan
- la comunidad que reside en un lugar determinado, lo cual equivale a lo que hoy entendemos por iglesia local
- la comunidad universal de todos los que creen en Cristo, formando el Pueblo de Dios, que es lo que hoy entendemos por Iglesia universal.
La Iglesia universal se realiza y se expresa en y desde las comunidades concretas. Por esto en la mayoría de los pasajes del Nuevo Testamento el término Iglesia se refiere a la comunidad particular o local.
3.- Por tanto, una comunidad pequeña, cualquiera que sea, debe realizar en sí misma por medio de la palabra y de los signos, y, sobre todo, por su vivencia de fe, esperanza y amor, todo lo que se dice de la comunidad universal o Iglesia, manteniéndose así mismo en comunión con todas las iglesias que forman el Pueblo de Dios.
Una expresión comúnmente aceptada en la teología de hoy es que comunidad es la reproducción de lo que el Nuevo Testamento llama Iglesia.
La Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia.
"Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de Iglesias... En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en las dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (Vat II. LG 26).
“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos" (GS 1). “Esta identificación de contenido teológico lleva a decir, ?con toda verdad, que la Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia, destacando por una parte el carácter comunitario de la Iglesia y, por otra, el carácter ec1esial de la comunidad... No hay, pues, lugar para oponer Iglesia universal y comunidad, sino todo lo contrario: en ambas se da una mutua referencia implicante o constitutiva, ya que si la Iglesia universal existe de algún modo porque existen las comunidades, éstas existen como comunidades eclesiales porque existe la Iglesia "(1).
4.- Sea cual sea la comunidad cristiana que deseemos formar, nos ha de preocupar siempre el guardar y mantener su carácter eclesial, su referencia a la Iglesia universal permaneciendo para ello en comunión con la Iglesia local y con toda la Iglesia de Cristo.
Para esto se requiere:
a) que tenga una conciencia muy clara de formar parte de la Iglesia de Cristo, que es carismática y jerárquica al mismo tiempo, y que no se quede reducida en una especie de ghetto;
b) y que en su seno se dé la Iglesia, se realice la Iglesia, ?se tome conciencia de ser Iglesia, se viva, en una palabra, el misterio de la Iglesia.
La comunión con los pastores de la Iglesia local y la sumisión a ellos será la mejor garantía de estar en comunión con la Iglesia universal y con las demás comunidades que forman esta Iglesia.
ELEMENTOS DE ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD CRISTIANA
Para que una comunidad sea verdaderamente eclesial debe, al menos, reunir las condiciones que se contienen en los cuatro elementos que nos da el Nuevo Testamento respecto a la primera comunidad cristiana:
- asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles,
- la comunión fraterna,
- la fracción del pan,
- las oraciones.
1- La asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles la convertirá ante todo en comunidad de la Palabra. A partir de la Palabra se va configurando el ser y el actuar de toda comunidad, tanto hacia dentro como hacia fuera de sí misma en forma de testimonio, servicio y evangelización. Con gran acierto se ha dicho que el Evangelio es el carnet de identidad de la comunidad cristiana.
Si es comunidad de Palabra ha de ser también comunidad de fe. "La fe constituye la realidad mínima constitutiva de la Iglesia particular"(2).
Esta fe es ante todo la fe en Cristo Jesús Resucitado.
Esto es precisamente lo más específico de toda comunidad cristiana, pues el elemento fuerza que congrega y mantiene a sus miembros es Cristo Jesús Resucitado mediante el don de su Espíritu.
A esta realidad se han de aferrar firmemente, éste es el núcleo de la comunidad. Cristo Jesús es quien los llama y mantiene en la unidad.
"El primer fundamento teológico de la comunidad cristiana como tal es reunirse en nombre de Cristo. Esto implica dos dimensiones, aparentemente contradictorias: relación personal de la comunidad y de sus miembros a Jesús, el Señor, y, por otra parte, identificación con El"(3),
Por otra parte, la asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles exige también fidelidad a todo lo que ellos recibieron, "la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre" (Judas 3), pues, como escribía San Pablo, "yo recibí del Señor lo que os he transmitido" (1 Co 11.23): todo esto ha quedado fielmente consignado en la Palabra escrita y en la Palabra transmitida mediante la Sagrada Tradición, que nos llega a nosotros a través de la sucesión apostólica.
"La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en el mismo caudal, corren hacia el mismo fin" y "constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia" (4) .
2.- La comunidad fraterna incluye varios elementos a tener en cuenta:
a) Para que una comunidad sea verdaderamente una comunidad de Jesús y una comunidad de fe tendrá que mantenerse en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia local.
Ha de ser comunión de fe, de doctrina y de práctica de vida, o, lo que es lo mismo, confesión de la misma fe cristiana y ec1esial, aceptación del Magisterio de la Iglesia y sumisión a sus normas y preceptos.
La fidelidad a la Sagrada Tradición y al Magisterio constituyen una garantía firme de permanencia en la comunión eclesial, por encima de las opiniones individuales o de grupo.
Si la Iglesia es comunión, también debe serlo cada comunidad.
San Pablo utiliza la palabra comunión tanto cuando habla de la comunidad como cuando habla de la Iglesia partiendo siempre de la comunión con Cristo (Rm 6, 3s; Ef 2,ss). La Eucaristía es comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (1 Co 10, 16).
b) La comunión que es concordia de cada uno de los creyentes con los demás y con Dios (1 Jn 1, 3) lleva a partir el pan de la Eucaristía (Hch 2, 42) y se manifiesta en la comunidad de bienes y en la colecta a favor de las comunidades necesitadas.
Aquí se contiene un elemento básico de toda comunidad: el compartir.
3.- Por la fracción del pan tenemos una comunidad que celebra los sacramentos, una comunidad eucarística.
"La Iglesia hace la eucaristía, y la eucaristía hace la Iglesia" "Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima eucaristía, por lo que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad"(5).
La Eucaristía es la máxima expresión de la comunidad cristiana.
4.- La asiduidad a la oración crea una comunidad de oración, en la que se hace sentir la presencia de Cristo entre los que se reúnen en su nombre (Mt 18,20).
Esta presencia invisible del Resucitado une, fortalece, guía, hace madurar, realiza entre ellos la reconciliación constante, la transparencia y la unidad verdadera: una mente, un corazón, un mismo espíritu.
CONSECUENCIAS DE LA ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD
Si una comunidad es eclesial de verdad, las consecuencias que se derivan para su propia vida y crecimiento son de suma importancia.
Son unos derechos y unas obligaciones que se han de tener siempre en cuenta, y que derivan de los derechos y obligaciones que tienen todos los cristianos, tal como están reconocidos en el Nuevo Código de Derecho Canónico (6).
1.- Podemos destacar los siguientes DERECHOS que son válidos no solamente para cualquier cristiano sino también para las comunidades eclesiales:
a) Derecho de petición o derecho de exponer a los Pastores sus propias necesidades, principalmente espirituales, así como también sus deseos (c, 212,2).
b) Derecho de opinión pública o derecho de manifestar a los Pastores sus propias opiniones en lo que se refiere al bien de la Iglesia, cada uno según su ciencia, competencia y prestigio, y también a darlos a conocer a los demás cristianos, salva siempre la integridad de la fe y costumbres, y a tendiendo a la utilidad común y a la dignidad de las personas (c. 212,3).
c) Derecho de reunión y de asociación, pues los fieles tienen el derecho de fundar y dirigir libremente asociaciones, para dedicarse a la caridad, a la piedad, al fomento de la vocación cristiana en el mundo. También el de reunirse para trabajar en común esos mismos fines (c. 2 I 5).
d) Derecho a ser reconocida como comunidad eclesial por la jerarquía aquella comunidad que reúna las debidas condiciones, "derecho básico a que se les reconozca como parte de la diócesis a todos los efectos; una ciudadanía eclesial análoga -no necesariamente idéntica por diferencia de circunstancias a la que tienen las parroquias y otras instituciones y organizaciones pastorales de la Iglesia local..."(7).
e) Derecho de atención espiritual o derecho de recibir ayuda espiritual, principalmente la Palabra de Dios y los Sacramentos (c. 213).
Una comunidad tiene derecho a recibir por parte de su Obispo el pastoreo y acompañamiento espiritual que al menos recibe cualquier grupo o comunidad (lb. N. 38).
f) Derecho a evangelizar y a ejercer el apostolado: tienen el derecho y el deber de trabajar para que el mensaje cristiano de salvación llegue más y más a todos los hombres, de todos los tiempos y de todos los lugares (c. 21 1).
Partícipes de la misión de la Iglesia todos tienen el derecho de promover el apostolado, aportando sus propios planes, cada uno según su estado y condición (c. 216).
2.- En cuanto a las OBLIGACIONES hemos de recordar las siguientes:
a) Ante todo guardar la comunión con la Iglesia (c. 209.
En virtud de esta comunión han de responder también a las necesidades materiales de la Iglesia para atender a lo necesario para el culto divino, obras de apostolado y sustento de los ministros (c. 222, 1).
Deben también promover la justicia social y cumplir con el mandato del Señor de ayudar a los pobres con sus propios ingresos.
b) Cumplir los deberes eclesiales tanto con la Iglesia universal como con la particular a la que pertenecen (c. 209, 2).
"Si una comunidad o un grupo de comunidades viven aisladas, sin conexión práctica con el cuerpo de la Iglesia diocesana, que constituye el entorno sociológico y teológico de la pequeña comunidad, ésta no puede sobrevivir como “comunidad eclesial” a la larga. Las pequeñas comunidades cristianas deben sentirse afectiva y efectivamente, parte integrante de la Iglesia local o diocesana" (lb.N.42).
c) En asuntos de fe y costumbre obediencia a la Iglesia a través de sus Pastores que son maestros y guías del Pueblo de Dios.
d) Presencia y participación en el conjunto de la actividad pastoral diocesana, de manera especial en las actividades catequéticas, litúrgicas, evangelizadoras y testimoniales.
Una comunidad que viva ajena a los Pastores del Pueblo de Dios, a la parroquia, al Magisterio de la Iglesia, no es una comunidad eclesial ni carismática.
e) Mantenerse también en contacto y diálogo con las demás comunidades e instituciones eclesiales.
NOTAS:
1) DIONISIO BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales, DDB, Bilbao1982, p. 153-154.
2) LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la Iglesia, Sal Terrae, Santander 1980, p. 32.
3) J.R. GARCIA MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu, liberación, Morova, Madrid 1977, p. 51.
4) Vat. II, Constitución “Dei Verbum”, 9 y 10.
5) Vat. II, Presbyterorum Ordinis, 6.
6) J.M. PIÑERO CARRION, Nuevo Derecho Canónico. Manual practico, Edit. Atenas, Madrid 1983, pgs.118-119.
7) CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA – COMISIÓN DE PASTORAL,Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, EDICE, Madrid 1982, n.34.
RECONOCIMIENTO ECLESIAL DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES
Del Documento Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas de la Comisión Episcopal de Pastoral entresacamos algunos puntos que no se pueden ignorar aquí. Recomendamos encarecidamente la lectura de este documento. Se puede pedir a: EDICE (Editorial de la Conferencia Episcopal Española) Vía de los Poblados, 75 (Hortaleza) MADRID - 33.
En esta línea, nos parece necesario reconocer públicamente con realismo que, en general, las Pequeñas Comunidades Cristianas no sólo no han nacido por iniciativa de los obispos y vicarios de pastoral, sino que durante mucho tiempo han vivido ignoradas o meramente toleradas por nosotros; que no siem?pre hemos sabido acercarnos a ellas con comprensión y acompañarlas en su camino con paciencia, mirándolas, por el contrario, con ojos demasiado críticos, o manteniéndonos a tal distancia que nos ha impedido ejercer la corrección fraterna de manera cercana, realista y pastoral.
Si expresamos aquí esta constatación -que no afecta por igual a todos los obispos y vicarios, pero que asumimos lealmente como colectivo- es para que sea ante la Iglesia un signo de cambio de actitud, de conversión y de renovado compromiso por ayudar con empeño a todos los grupos cristianos, respetando el legítimo pluralismo que representen; como quisiera ser también invitación a los hermanos de las comunidades cristianas a un discernimiento de sus posibles defectos y a la consiguiente conversión (N. 33).
Reconocimiento de la eclesialidad de las Pequeñas Comunidades Cristianas
Las Pequeñas Comunidades Cristianas constituyen una expresión más entre otras de la vida de la Iglesia. En cuanto comunidad de bautizados que se reúnen para compartir y celebrar su fe y su compromiso con la Iglesia y con el mundo, tienen un derecho básico a que se les reconozca como parte de la diócesis a todos los efectos; una ciudadanía eclesial análoga -no necesariamente idéntica, por diferencia de circunstancias- a la que tienen las parroquias y otras instituciones u organizaciones pastorales de la Iglesia local. Tanto la Parroquia territorial como la Pequeña Comunidad Cristiana, los movimientos apostólicos y las demás agrupaciones pastorales, son expresiones diferentes y legítimas de la misma Iglesia diocesana, presidida por el obispo. Este reconocimiento no debe quedar por parte del obispo y de las demás instituciones diocesanas en una actitud meramente teórica o distante, sino traducirse en concreto apoyo, afectivo y moral, jurídico y material (N. 34).
Actitud de diálogo
Como primer paso y el más urgente trataremos, por todos los medios a nuestro alcance, de iniciar contactos con las Comunidades Cristianas de nuestras diócesis, si no lo hemos hecho ya, y de continuarlos y profundizarlos en todo caso. Comprenderemos que quizá sea preciso dedicar un largo tiempo a entablar relaciones sinceras y cordiales para desbloquear prejuicios mutuos, para buscar una comprensión que facilite la colaboración, sin que nosotros las pretendamos forzar con actitudes autoritarias ni juridicistas, sino conducirlas con espíritu pastoral, que debe presuponer la libertad, el respeto y el amor ...
En este sentido, reconocemos como una situación deseable para nosotros, obispos y vicarios de pastoral, la de vivir la experiencia comunitaria de una u otra ?manera. Y cuando así no esté ocurriendo ya, nos proponemos insertarnos en la dinámica de las Pequeñas Comunidades Cristianas del modo más adecuado y dentro de las circunstancias concretas de cada uno de nosotros, en cuanto nos sea posible (N. 35).
Acompañamiento pastoral
Dando por supuesto el empeño común para llegar a establecer unas relaciones cercanas, sinceras y cordiales entre los obispos-vicarios y las pequeñas comunidades, nos proponemos ofrecer nuestra ayuda positiva, en las formas que la misma vida pastoral y la situación concreta de cada Iglesia local pueda ir sugiriéndonos, con el fin de estimular el dinamismo y el crecimiento de las comunidades. Entre otras, que en cada lugar puedan surgir por motivos y circunstancias muy concretas, nos proponemos prestar una atención más particular y continuada a las siguientes actividades:
- Extremar nuestro interés por el adecuado acompañamiento pedagógico de cada comunidad o grupo de comunidades, según sus características o circunstancias...
- Promover y facilitar la presencia y la participación corresponsable de las Pequeñas Comunidades Cristianas en el conjunto de la actividad pastoral diocesana; en la elaboración, realización y revisión de los programas de pastoral de conjunto, y, en general, mediante su intervención en las actividades catequéticas, litúrgicas, evangelizadoras y testimoniales de la diócesis.
- Estimular la información, el contacto y el diálogo entre las diversas comunidades y entre ellas y las demás instituciones eclesiales...
- Prestar toda la colaboración que sea posible y conveniente para resolver los conflictos que puedan producirse al interior de las comunidades, o en la relación de unas con otras, o con otras instituciones eclesiales, así como para proporcionarles locales, ayudas materiales o respaldos morales.
- Exponerles con franqueza y sencillez, cuando se presente la ocasión, nuestros interrogantes sobre sus posibles ambigüedades, nuestro parecer sobre los pasos que van dando, nuestra corrección fraterna sobre sus defectos... (N. 38).
Promoción de nuevas comunidades
Por último, queremos proponernos y proponer a nuestros hermanos obispos y vicarios de pastoral la promoción de nuevas comunidades como un compromiso preferencial, reconociendo así, con toda la Iglesia universal, la importancia de este movimiento que el Espíritu ha suscitado en nuestro tiempo para que muchos hermanos puedan reencontrar el sentido de la fe y crecer y madurar en la autenticidad de su vivir cristiano.
Es éste un objetivo que desde luego excede los límites del compromiso personal de obispos y vicarios de pastoral, por lo que invitamos a asumirlo a todos nuestros hermanos sacerdotes y también a los demás agentes de pastoral. Sugerimos a este respecto un triple nivel de actuación:
- En primer lugar, será necesario iluminar y clarificar en nuestras diócesis la imagen de las Pequeñas Comunidades Cristianas en general, subrayando las grandes posibilidades que ofrecen, tanto para la adecuada maduración de la vida cristiana individual como para el crecimiento de la vida comunitaria y de compromiso eclesial con el mundo. Siendo plenamente personal, la fe es también plenamente comunitaria. La fe no es una mera vivencia de Dios, sino una vivencia compartida, una convivencia: se cree "en Iglesia". En este sentido, hay que aclarar que las Pequeñas Comunidades Cristianas no son fruto de una moda o de un capricho o hasta, si se quiere, de una llamada especial para unos pocos; es por el contrario, una realidad estructural de la Iglesia de Jesús, que en nuestra sociedad actual aparece como muy adecuada para que el creyente pueda vivir la fe como una opción a la vez libre, personal y comunitaria; es decir, como una realidad eclesial. Esta mentalización es un trabajo que tal vez pueda realizarse sin grandes dificultades por medio de la predicación y los demás medios de formación y de información ordinarios... (N. 39)
Tema 2:
Primeros pasos hacia la comunidad
El comienzo de una comunidad es como poner los cimientos sobre los que se ha de asentar después. En cualquier edificación los cimientos no tienen vistosidad ni están expuestos a la admiración de los demás, pero son los que mantienen todo el conjunto de la obra.
Para que salga adelante y perdure después una comunidad, deben quedar muy definidos desde el principio su objetivo, estilo y espíritu, y un poco también su configuración, de forma que todos los que hayan de entrar en ella acepten desde el principio unánimemente y de corazón todas sus exigencias.
Un punto crítico es el despegue. En algunos grupos de oración se puede experimentar cierta dificultad, casi siempre por alguno de los siguientes casos:
- no llegan a ponerse de acuerdo los que desearían formar comunidad: unos la conciben de una forma y otros de otra;
- quizá se hayan puesto fácilmente de acuerdo, pero al cabo de cierto tiempo aquel comienzo y proyecto resulta inviable, terminando por disgregarse, quedando un deje de disgusto e indisposición para nuevas tentativas;
- En otros casos la dificultad podría residir en el hecho de que los miembros del grupo, al conocerse con todos sus defectos, se fijan más en que tal hermano será siempre así y no cabe esperar un cambio, o en la incompatibilidad o rechazo entre unos y otros, que desisten del proyecto comunitario.
Ante situaciones como estas que ponen muy de manifiesto nuestros pecados y miserias, más que desanimarnos, lo que debemos hacer es reflexionar y tomar conciencia de dónde estamos y dónde nos quiere el Señor.
He aquí algunos puntos que nunca hemos de olvidar:
1- ) "Si el Señor no construye la casa...”. Antes que amar a la comunidad hay que amar a los hermanos. Si llega a surgir la comunidad, no va a ser como resultado de nuestro esfuerzo o del gran interés que tengamos por ella, sino como fruto del amor que nos tengamos en el Señor. El es el que crea la comunidad de acuerdo con los planes que El tiene sobre nuestras vidas. A nosotros corresponde seguir fielmente la invitación del Señor. Por muchas dificultades que podamos encontrar, allí donde hay fidelidad a la Palabra y a la voluntad del Señor, surge la verdadera comunidad.
2-) En la raíz de todos los fracasos podemos hallar siempre nuestra falta de espíritu de reconciliación, de compasión, de aceptación y amor al hermano tal cual es.
3-) Los hermanos de la comunidad no los escogemos nosotros. El Señor nos ha puesto providencialmente juntos, no para que nos quedemos parados, sino para que caminemos unidos. Cuando la selección se quiere hacer de forma muy particular y tendenciosa el fracaso es inevitable.
4- ) A pesar de todas las dificultades e intentos fallidos, sigue siendo posible el formar comunidad si se llega a proceder con rectitud y sinceridad en verdadero arrepentimiento, lo cual es un cambio importante de actitud, buscando el apoyo más en el Señor que en nosotros mismos.
ACIERTO EN EL VERDADERO ENFOQUE
l. En el comienzo de una comunidad suele haber cierta inspiración o carisma, cierta manifestación o gracia del Espíritu. Así pasó con la primera comunidad en Jerusalén que dio comienzo a la Iglesia, y así ha pasado con las verdaderas comunidades a lo largo de la historia. El Señor utiliza a personas concretas, dotándolas de los dones necesarios o haciéndoles sentir una llamada, una moción del Espíritu, y después han sabido contagiar este fuego a otros hermanos.
Siempre, pero sobre todo en los comienzos, se necesita mucha oración, personal y comunitaria. Los que se sienten llamados a empezar han de orar perseverantemente unidos.
Para dar el verdadero enfoque al proyecto comunitario evitemos idealizar la comunidad. Esta no va a ser un paraíso de delicias, sino una forma de consagración y servicio al Señor y a los hermanos.
2. En los que van a empezar la comunidad se requiere un mínimo de madurez humana: es decir, cierto equilibrio y estabilidad afectiva y emotiva, vida familiar sana. No se puede buscar la comunidad como un refugio de problemas de soledad, de falta de trabajo, de mala situación económica, o como evasión de los deberes del propio estado de vida.
La comunidad no es para solucionar estos problemas, aunque si se encuentra con ellos, no los debe desatender. Si un hermano quisiera entrar en comunidad por alguna de estas razones, habría que orientarle y disuadirle adecuadamente en su propio beneficio.
La motivación principal no puede ser otra más que un deseo sincero y maduro de entregarse más al Señor y ponerse más al servicio de los hermanos. Es una donación, una entrega, consecuencia de un amor maduro.
3. No tiene objeto pensar en la comunidad si no se ha llegado en el crecimiento espiritual a un nivel de madurez cristiana, de la que forman parte elementos tan imprescindibles, para lo que aquí nos interesa, como la sumisión y obediencia, la transparencia, la corrección fraterna, la reconciliación constante, el amar y aceptar a todos por igual sin acepción de personas hasta el punto de querer uno para sí mismo lo más humilde, sin afán de protagonismo.
4. Desde el primer momento debe haber cierto liderato, es decir, dirección o autoridad, o como lo queramos llamar, encarnada en un equipo pastoral. Esto quiere decir que desde el comienzo debe funcionar muy bien la sumisión y obediencia a los dirigentes de la comunidad. Sin sometimiento es inútil pensar en la comunidad.
Querer darle un enfoque democrático, de forma que todas las decisiones se tomen de acuerdo con el sentir de la mayoría, sería una ingenuidad y una forma de rehuir el esfuerzo de la obediencia. Una comunidad no se puede mantener así.
5. Hay que ser realistas en el planteamiento. No tratar de empezar por lo más difícil, sino por lo más fácil y asequible a todos. Es decir, para que haya verdadera comunidad no es necesario incluir desde el comienzo todos o alguno de los siguientes elementos:
- convivir bajo el mismo techo,
- compartir totalmente los bienes,
- tener todos el mismo compromiso,
- ser muy perfectos en todo.
Ninguno de estos elementos se requiere para formar comunidad, aunque todos o alguno se puedan dar.
Convivir bajo el mismo techo supone mucha más dificultad y exigencia. Si algunos o todos los hermanos de una comunidad llegan a esto es un testimonio maravilloso. A veces en una misma comunidad hay hermanos que viven en convivencia, y otros, no.
El compartir totalmente bienes no es necesario para formar comunidad; basta cierto grado, un tanto por ciento, el diezmo. etc. Sin embargo la comunidad que llegue a compartir totalmente bienes es de un gran impacto evangélico para creyentes y no creyentes... Cada familia debe sopesar la situación en que se encuentra respecto a sus hijos...
Dentro de una misma comunidad carismática puede haber diversidad de compromisos. En principio debe haber un compromiso común para todos, según el cual todos se comprometan a ser hermanos unos de otros, a aceptar la autoridad de la comunidad, el estilo y las normas que tenga establecidas. Pero, además de esto, puede haber hermanos que se sientan llamados a hacer una mayor consagración al Señor, por ejemplo, con los tres votos de obediencia, pobreza y castidad, como la mejor expresión de vivir los consejos evangélicos.
UNA ETAPA INTERMEDIA:
LOS GRUPOS DE CRECIMIENTO
Ante las dificultades que para las relaciones interpersonales se originan en el grupo de oración a medida que crece numéricamente, se han comprobado, la bondad y conveniencia de los grupos de profundización, llamados también grupos de crecimiento o de compartir.
No se trata de un grupo más de oración, ni tampoco de sustituir el grupo grande por otros más pequeños, sino de dar más fuerza y consistencia al grupo grande, y al mismo tiempo, ofrecer una atención pastoral más personalizada a cada uno de los hermanos.
El grupo de profundización puede estar formado por un número de seis a diez, con un coordinador que tiene la solicitud de que se logre siempre el clima de unidad y amor entre todos, procurando que cada participante se abra a la comunicación. La distribución por grupos de profundización se hace según el discernimiento de los servidores, entre ellos mismos y con cada uno de los hermanos.
El grupo de profundización se puede reunir cada semana, o, si no es posible, al menos cada quince días, tratando de responder a un triple objetivo: orar juntos, profundizar en la Palabra de Dios o en algún tema de formación y relacionarse más entre ellos, en verdadero compartir espiritual, para llegar a conocerse mejor y conseguir mayor unidad y afinidad espiritual.
Ha de ser ya una pequeña fraternidad, como etapa intermedia y de aprendizaje de todo lo que hay que practicar y vivir en una comunidad. La apertura, la transparencia, la ayuda mutua, la corrección fraterna, el interceder unos por otros, el compartir lo que se es y lo que se tiene, han de encontrar su expresión de una forma sencilla y natural. Los problemas, los sufrimientos y las necesidades de cada uno han de ser asumidos por todo el grupo.
Esto no quiere decir que se tengan que manifestar hasta los problemas más íntimos, que solamente se deben exponer al confesor o al director espiritual, pues esto no haría más que problematizar y agobiar al grupo obstaculizando su crecimiento y buena marcha.
Con el tiempo quizá todos, o al menos algunos, se sentirán dispuestos a dar un paso más hacia la comunidad. Pero aún en el caso de que no se llegara a esto, si todos o casi todos los que asisten al grupo grande se integran en grupos pequeños de profundización, se notará enseguida la fuerza y consistencia que adquiere el grupo grande, y cómo cada uno se mostrará más identificado y responsable, con más facilidad para participar en los distintos ministerios, y, por añadidura, se habrá logrado una mayor perseverancia en todos los que vayan llegando.
¿CUAL HA DE SER LA META?
Llegar a formar cuanto antes una verdadera fraternidad en la que ya se viva el espíritu de la comunidad.
La celebración eucarística, que de vez en cuando puede tener cada grupo como uno de lo momentos más intensos, los tiempos de convivencia y de oración asidua, todo lo que juntos vivan y hagan les irá dando paulatinamente una configuración comunitaria.
Muy pronto cada grupo sentirá la necesidad de hacer algún compromiso de dimensión comunitaria. Los servidores del grupo grande han de estar muy atentos para guiar y pastorear a los grupos de profundización por este camino.
En los hermanos que al cabo de algún tiempo quieran empezar a formar comunidad habría que tener en cuenta los siguientes elementos:
- asiduidad, de dos o más años, al grupo de R.C., con integración plena y participación en los servicios y ministerios;
- deseo sincero de servir al Señor en la comunidad;
- espíritu fraternal, que se manifieste en actitudes de preconciliación, misericordia y compasión para con todos, y, de manera especial, en una conciencia rectamente formada, que sepa evitar críticas, murmuraciones, chismes y discusiones;
- equilibrio y estabilidad en la vida familiar y en la afectividad, y responsabilidad en el propio trabajo o profesión;
- humildad y docilidad manifestadas en la práctica del sometimiento y en la aceptación plena del Magisterio de la Iglesia;
- oración personal diaria de al menos media hora;
- vida sacramental frecuente en cuanto a la Penitencia y Eucaristía;
- haber asimilado el espíritu de la R.C., que casi se la viva como una vocación;
- los casados, si ambos esposos están en la R.C., han de ir muy unidos y de común acuerdo, tanto para integrarse en un grupo de profundización como a la hora de hacer un compromiso comunitario. Cualquier forma de divergencia o divorcio espiritual en la pareja matrimonial no sólo atenta contra la unidad del matrimonio y de la familia, sino que para la comunidad sería un lastre. En esto hay que ser claros y precisos.
Tema 3:
LA COMUNIDAD FRUTO DE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU
por Miguel A. Vilchez, O.P.
Cuando una persona ha vivido en profundidad la efusión del Espíritu y siente muy dentro el hambre y la sed de Dios que el Espíritu pone en su corazón, no puede por menos cada día de buscar el alimento y el agua de la Palabra para encontrar cauces cada vez más claros para calcar en su vida el proyecto de Jesús. Por ello, el creyente tiene que seguir profundizando en su experiencia fundamental para conseguir que de una forma progresiva pero continua las consecuencias de la irrupción del Espíritu en su vida llegue hasta la vivencia de una fe madura conforme a la estatura de Cristo: “....hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del Mesías" (Ef 4,13).
Por ello, una mirada atenta al relato de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver que la descripción del acontecimiento de Pentecostés no termina con lo ocurrido aquella mañana dando cumplimiento a las promesas contenidas en las profecías de Joel (Hch 2, 2-21), sino que el apóstol sigue escribiendo para que el lector descubra, como cosa lógica, que ese relato termina con la forma de vida de los nuevos creyentes: la comunidad. "Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones...“ (Hch 2,41-42).
La conclusión de la venida del Espíritu es la forma concreta de vida de la comunidad. La efusión del Espíritu conduce al descubrimiento de la comunidad. El autor de los Hechos resalta la consecuencia de la vida en el Espíritu. La comunidad es una de las señales más claras de la actuación del Espíritu en la vida de los creyentes.
LA COMUNIDAD SE REALIZA EN JESÚS...
Es Jesús, por medio de su Espíritu, el que nos convoca a vivir formando comunidad. Y cuando Jesús nos llama de una forma concreta a vivir la unidad, es siempre por algún designio especial, que redunda en beneficio nuestro. Tenemos que ahondar en este designio de su misterio de amor para llegar a descubrir cada vez con más nitidez cuál es nuestro cometido concreto. Jesús nos inunda de carismas y dones comunitarios porque no hemos sido llamados a vivir la vida del Espíritu separados.
En la medida en que mantenemos nuestra fidelidad a Jesús viviremos su plan comunitario. La comunidad no la realizamos nosotros, la comunidad que Jesús quiere, muy distinta de la meramente humana, sólo se puede realizar si El está en medio. En una comunidad humana la fuerza de cohesión viene dada o por los lazos de la sangre o por otros lazos de simpatía, homogeneidad, de tareas a realizar, etc. Pero la comunidad evangélica es distinta. Lo que une es Jesús.
Por eso, en el relato de los Hechos no se llama a los que forman la comunidad hermanos, para no confundirla con agrupaciones humanas no dimanadas del Espíritu, sino que se les denomina creyentes, la comunidad de los creyentes; para recalcar que lo que une es la misma fe en Jesús. El que nos convoca a vivir en comunidad es el Espíritu de Jesús. No formamos parte de una comunidad movidos por la simpatía de las personas que la forman, ni movidos por las tareas u objetivos que hay que realizar, ni por la coincidencia de intereses. No formamos comunidad por los lazos de la sangre o por la afinidad de caracteres o sentimientos, sino que es Jesús el que nos llama a vivir comunidad y la realiza.
Por ello, si una comunidad falla, es porque los creyentes no han sido fieles a Jesús, han comenzado a mirarse unos a otros y han desviado su mirada de Jesús. Han dejado de estar tensos hacia El y han surgido entonces otras tensiones que la minarán por dentro. La unidad de la comunidad se mantiene en la medida en que todos sus miembros están tensos hacia Cristo. Cuando los miembros de una comunidad dejan de tener el objetivo de Cristo y cada uno se fija en su propio objetivo, la comunidad se rompe. Cuando los miembros de una comunidad en vez de estar mirando y tendiendo hacia Cristo, se ponen a mirarse unos a otros, comienzan a verse sus propias diferencias, sus propios defectos, las cosas que separan y entonces surgen los problemas. El único problema grave de una comunidad es dejar de mirarse todos en Cristo.
Hay problemas cuando cada uno comienza a mirarse a sí mismo o a mirar a otros sin pasar por la mirada de Cristo. Ya no miramos con la mirada de Jesús, sino con la nuestra, cargada de prejuicios, y es normal que se vean los problemas. Sólo en Cristo se pueden superar las diferencias. La comunidad no es mirarse unos a otros, sino mirar todos hacia Cristo. En El se funden todas las miradas y todas las tendencias. En El confluyen armonizándose todas las diferencias en una unidad que nos supera. Si la comunidad está fundada en nuestras cosas, siempre estará fundada sobre arena. Si está cimentada en El estará segura. ¡Nadie puede quitar el fundamento auténtico! Si la unidad se cimenta en otra cosa que no sea Cristo, la comunidad vivirá siempre en un equilibrio inestable.
LA COMUNIDAD UNIDA EN LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO JESÚS...
San Pablo en su carta a los Filipenses, capítulo 2, dice lo siguiente: ''Tened entre todos los mismos sentimientos que tuvo Cristo", a continuación entona un himno que canta el abajamiento de Jesús. Si no cultivamos en nuestro corazón los sentimientos de Jesús, si no vamos calcando sus actitudes, estaremos siempre en nuestras cosas y bajo el influjo de nuestros propios sentimientos que son dispares y a veces inarmonizables. La conversión a Jesús y a la vida de su Espíritu supone que continuamente cada uno va asimilando los gestos, actitudes y sentimientos de Jesús y en esa misma medida va estrechando la unión entre los miembros de la comunidad. Una comunidad basada en los propios sentimientos de cada uno dura muy poco. Por ello, si queremos mantener la unidad y cohesión de unos con otros, encontrémonos en Jesús. La fidelidad a Jesús es fidelidad a la comunidad, no se da la una sin la otra.
Cuando nos dejamos llevar por nuestros arrebatos, por nuestras ideas sobre los demás, por nuestro concepto estrecho de justicia, por nuestro puritanismo en la verdad, corremos el riesgo de juzgar al otro dejándonos llevar por nuestros prejuicios; mientras que si tratamos de sentir al otro como lo siente Jesús, todo será distinto. Venceremos a nuestra justicia con la misericordia de Jesús y a la verdad con la entrega y la generosidad de nuestra vida.
La comunidad de fe representa una nueva forma de vivir en comunión con los demás, superando todas las barreras y encontrándose en Jesús -sin agruparse por tendencias-o sabiendo que el encuentro cristiano con el otro tiende a realizarse en la medida de nuestro encuentro con el Señor. La comunidad eclesial significa la realidad y el reconocimiento de estar unidos mediante y en Cristo. Cualquier otro grupo humano puede estar generado y expresado por la palabra humana. La comunidad cristiana, sólo por la Palabra divina, que es Jesús. Por eso, la comunidad cristiana trasciende a las personas que la integran, ya que nos hace penetrar en la vida mistérica de Dios en Cristo. Un grupo de personas se transforma en comunidad eclesial cuando se congrega como comunidad de la Palabra, del culto y de vida evangélica, instaurada en el nombre del Señor Jesús.
LA COMUNIDAD ME COMPROMETE CON LOS HERMANOS...
Es necesario comenzar con las palabras del mismo apóstol Pablo que en el capítulo 12 de su carta a los Romanos dice lo siguiente: "En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero, teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los demás; con un celo sin negligencia: con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12).
La fidelidad al Señor es fidelidad a la comunidad. Una comunidad formada por hombres de carne y hueso que viven unas situaciones concretas y que no podemos soslayar. Si el camino del Señor pasa por el camino de los hombres, mis hermanos, yo no puedo hacer mi camino independiente de los demás. El compromiso se da en los bienes materiales, pero también, y muy importante, en los bienes espirituales. Yo no puedo desentenderme de las cosas espirituales de mi hermano, siendo así que demuestro en muchas ocasiones que sus aspectos materiales sí me interesan. Caminar juntos no permite hacer de las cosas espirituales un asunto exclusivamente personal. Ellas tienen que suponer un continuo encuentro en profundidad con cada hermano.
Compartir con los hermanos es signo de fidelidad al Señor y a la comunidad. No venimos a la comunidad cada uno a iluminar un pequeño rincón de la casa, sino que estamos llamados a unir nuestras pequeñas llamas para fundirla en una sola en Cristo. Sólo así la comunidad se convertirá en una gran luz puesta sobre un monte que ilumina a todos los que se acercan a ella. No podemos formar una playa si no juntamos todas nuestras arenas. No podemos hacer un pan si mantenemos nuestros granos de trigo, separados y sin moler. No podemos vivir ni hacer Eucaristía si no fundimos el zumo de nuestras uvas.
La fidelidad al Señor y a la comunidad nos hace ver que la tarea que tenemos en común no es sólo el cometido de realizar el carisma que el Espíritu nos confía a cada uno y el atender a sus necesidades materiales, sino también el realizar el camino hacia la casa del Padre juntos. Para ello sé que tengo que entregar todo a mi hermano: disponibilidad. Todo lo nuestro queda a disposición del hermano, sin guardarnos nada.
Ni lo material ni lo espiritual. No se pueden compartir las cosas materiales con autenticidad, no podemos estar auténticamente a disposición de los hermanos que me comprometen, si no compartimos también la Palabra de Dios y la experiencia de su paso por nuestra vida. A veces, nos atrevemos a compartirlo todo, pero somos muy celosos de la Palabra, la guardamos para nosotros solos, y el Señor nos la da gratis.
El gran compromiso contraído con los hermanos en la comunidad es la tarea de ayudarnos todos a la identificación con Cristo y esto no puede hacerse si no unimos las pequeñas capacidades de nuestras particulares identificaciones con Cristo. Y esto yo no puedo hacerlo si no tengo la oportunidad de poder alabar a Dios con mi hermano por las maravillas que Dios hace en él y viceversa. No estamos sólo para orar junto a mi hermano, sino también para orar con mi hermano, para orar con su oración y entregar mi oración, cederle mi oración.
La comunidad de la que formo parte, con sus limitaciones y su pobreza de compartir y sus pecados, es un don que me ha hecho Dios, no la he escogido yo. Debo dar gracias diarias por ella y por cada hermano en particular. Sabiendo que después de la fe es el don más grande que me ha hecho. La comunidad es el lugar de salvación para mí. Nunca agradeceremos suficientemente el pertenecer a ella.
Tema 4
Aceptación de sí mismo
y equilibrio afectivo
por Pedro Femández, O.P.
El proceso de la identidad y de la realización de la persona, en sus diversos niveles individuales y sociales, es una realidad siempre inacabada, como aparece en la crisis de identidad del adulto hacia la mitad de su vida. La maduración o desarrollo normal de la persona implica principalmente la mente y el corazón, como nos sugieren estas palabras que encontramos al comienzo del Libro de la Sabiduría: "Pensad rectamente del Señor y buscadle con un corazón entero" (SI 1,1). En consecuencia, este proceso de la madurez personal se apoya principalmente en el interior de uno mismo, y se manifiesta como conocimiento y aceptación de uno mismo, como capacidad de asumir la vida con sus maravillas y sus dificultades, y como fuerza para el perdón y para la esperanza ante uno mismo y ante los demás. La reconciliación es la clave, en personas tan vulnerables como los humanos, para llegar a tener un espíritu de bronce y un corazón de carne.
La madurez es, pues, un crecimiento equilibrado de la mente y del corazón que se manifiesta en unas relaciones sanas con los demás y con el mundo. La salud corporal y psicológica tienen su importancia en este proceso, y la calidad de las personas que le rodean a uno influyen también mucho para bien o para mal. Pero, en nosotros cristianos, existe otra realidad, que es la fundamental, en este proceso de crecimiento interior y social de la persona. Me refiero al amor de Dios derramado en nuestros corazones lastimados ya desde la concepción. Por tanto, es la fe en el poder y fuerza de la gracia de Dios lo que nos anima en esta continua transformación y perfeccionamiento al que Dios nos llama a cada uno según la vocación que El nos haya concedido. Recordemos aquellas palabras de San Agustín: "Nos hiciste para tí, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en tí.
1. -MADUREZ HUMANA Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL
Los cristianos, en consecuencia, no separamos la maduración humana del crecimiento espiritual, como don o capacitación del Espíritu Santo. El Señor nos dice también a nosotros:
"Si quieres ser un hombre perfecto... (M t 19,21). Y creer en Dios, todopoderoso, Señor y Salvador, es la obra más perfecta que podemos y debemos hacer. ¿Qué haremos, pues, para producir obras de vida eterna? La respuesta clave del Evangelio es aceptar, desde nuestra humillación humana, la mirada compasiva de Dios, que se acuerda de su misericordia de generación en generación. Con otras palabras, hay que nacer de nuevo; nacer del agua y del Espíritu. Hay que dejarse salvar por Dios, abandonando ya de una vez la confianza en las propias obras buenas. ¡Maldito el hombre que confía en sí mismo, en la fuerza de su propia carne, apartando el corazón de su Señor! Mas, ¡bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces! (Jr 17,5-8).
En conclusión, el principio de la maduración o crecimiento espiritual del cristiano es el Espíritu Santo, el don de Jesús, concedido a quienes se dejan salvar por El y bendicen incesantemente al Padre, de donde procede todo bien, por el Cuerpo entregado y por la Sangre derramada. ¡El Cuerpo y la Sangre de Jesucristo! El Israelita se consideraba maduro cuando era capaz de comprender la Ley de Dios y de vivirla. Nosotros, los cristianos, llegamos a la madurez, cuando advertimos en nuestros corazones la presencia consoladora y fortalecedora del Espíritu. "Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán que enseñarse unos a otros, ni los hermanos entre sí, diciendo: Conoced a Yahvé, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes, oráculo del Señor; porque les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados" (Jr 31,33-34). En esta perspectiva, aparece cómo la Renovación Carismática no es meramente un método pastoral, sino la transformación o maduración personal, manifestada en el don de la conversión teologal, como aceptación de Jesús y de su Iglesia, y en la capacidad Pentecostal de la evangelización. Pentecostés fue la maduración de la Iglesia, y el don permanente de Pentecostés, actualizado en la Renovación Carismática, está llamado a ser nuestra maduración cristiana personal y comunitaria.
Estamos hablando de una realidad interior, en relación con aquellas palabras del Señor: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Luc 17, 21). Y este es el misterio: entrar en el reino de Dios, cuya puerta es Jesucristo, levantado en Cruz, para que todos podamos mirarle traspasado, y confesar nuestros pecados ante Dios tan abiertamente como Jesús se manifestó crucificado ante los hombres. Así, nos atrae el Señor hacia su corazón. ¡Este es el misterio de la iniciación cristiana al misterio de la salvación en Cristo Jesús! Quien tenga la experiencia de este nuevo y definitivo nacimiento advertirá en su corazón las señales de la madurez espiritual: la sensibilidad a las cosas de Dios y a los caminos de Dios para los hombres; la docilidad a las inspiraciones y mociones más pequeñas del Espíritu en nuestros corazones; la capacidad de comprometerse eficazmente en los proyectos nacidos de Dios y no de nuestro propio protagonismo, buscando solo la gloria de Dios. Por consiguiente, este proceso de maduración cristiana que intentamos describir se identifica con el proceso de la iniciación cristiana, sacramental, naciendo del agua (en un momento) y del Espíritu (en un proceso).
2. -LA ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO
La maduración cristiana coincide, como hemos visto anteriormente, con la experiencia del nuevo nacimiento del agua y del Espíritu; es un acontecimiento concreto, con el que se intenta un largo camino de luz y de lucha. Todo comienza con la conversión, palabra clave y don de Dios, que consiste en gozarse en esa alegría grande que hay en el cielo por un pecador que se convierte. La conversión se puede describir de formas diferentes. Por ejemplo, como luz que puede manifestarse también visiblemente. "Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo será tenebroso, pues si la luz que hay es tinieblas, ¡qué tales serán las tinieblas!" (Mat. 6, 22-23). También puede describirse como libertad interior, traducida a veces en una espontaneidad profunda y nueva en palabras y gestos con una gran eficacia apostólica. Igualmente, la conversión se manifiesta como la advertencia iluminadora de que Dios nos ama y que estamos llamados a amar a Dios por encima de toda otra persona y realidad, para ser verdaderos discípulos de Jesús.
Esta experiencia del don teologal de la conversión implica, con otras palabras, la aceptación de sí mismo. Cuando se acepta a Dios que me ama, desaparece la agresividad, porque las heridas del corazón, dejadas por la vida, comienzan a ser ungidas por la ternura compasiva de Dios.
¿Qué sentido tiene, por tanto, la aceptación de sí mismo? ?La aceptación cristiana de sí mismo significa verdaderamente la aceptación de Jesús como nuestro (mi) Señor y nuestro (mi) Salvador. Como Señor y Salvador único. ¡Qué bueno es darse cuenta de que uno se encuentra necesitado y que Jesús se acerca para salvarme! Es preciso advertir cómo el proceso de la sanación interior es necesario recorrerlo en cada una de nuestras vidas. Sin la experiencia humillante de la propia pobreza, no llegaremos a ser humildes, lo que nos permitirá decir al Señor con el corazón entero: ¡Señor, puedes hacer lo que quieras! Con frecuencia, ahogamos en nosotros la voz interior que nos llama a liberar esa fuente que hay en cada uno de nosotros. Tenemos miedo a encontramos con esa corriente que mana del interior, que somos nosotros mismos, y que es Dios en nosotros.
Recuerda algunos momentos de tu vida y algunos hechos, cuando no has sido capaz de actuar con libertad; cuando no has sido capaz de controlar tus palabras, tus sentimientos, tus deseos, tu misma vida. Examina las causas de estas esclavitudes, cadenas, y no cierres los ojos a la verdad, aunque sea dura. Salta la frontera, y no tengas miedo a conocer tu verdad; no tengas miedo a manifestar tu verdad a quien pueda transmitirte la palabra y la luz de Dios. Sobre todo, cuando estés frente a tu verdad, no dudes en acercarte a Jesús y decirle de verdad: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3). Para estar en armonía con los demás y también con Dios, necesitamos estar igualmente en armonía con nosotros mismos. Necesitamos encontrar el cauce de ese río, interior, que salta hasta la vida eterna; tiene que decantarse la presencia de Dios en el corazón. "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a tí agua viva" (Jn 4, 10). La aceptación de sí mismo es lo que nos hace capaces también de estar por encima del agobio, y cantar con el profeta: "Yahvé, mi Señor, es mi fortaleza, que me da pies como de ciervo y me hace volar por las alturas" (Ha 3, 19). Esta es la libertad de los hijos de Dios, que nos da la capacidad de ser uno mismo, aunque por algún tiempo tuviera que quedarse uno aparentemente solo.
3. -EL EQUILIBRIO AFECTIVO
La aceptación de sí mismo nos lleva a la aceptación de los demás en cuanto dones de Dios. Además esta maduración espiritual, fundada en ser nuevas criaturas por el nuevo nacimiento, nos concede ese raro equilibrio entre el espíritu y la carne: el temple del corazón cristiano. Hablamos de la entereza del corazón, propia de quien lleva dentro el canto de los redimidos. Nos referimos al corazón transformado por el amor de Dios y lleno de los frutos del Espíritu, que son: "Caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza" (Ga 5, 22-23). Esta es la perspectiva donde planteamos la cuestión del equilibrio afectivo o equilibrio emocional, advirtiendo que la afectividad influye en las realidades más profundas de nuestro ser y de nuestra conducta humana y cristiana.
Cuando hablamos de afectividad, no nos quedamos en el sentimiento o en la emoción superficial, sino que intentamos llegar al amor y a sus consecuencias en la persona humana, tanto en el nivel ideológico como en el comportamiento. Este es el interrogante que debemos plantearnos: ¿Existe armonía o división entre tantas fuerzas como llevamos dentro? Por otra parte, ya sabemos que "solo se ve bien con el corazón", y "donde está tu tesoro allí está nuestro corazón" (Mt 6, 21). Son tantas las realidades que nos jugamos en el campo de la afectividad, que no debemos olvidar aquellas palabras de Jesús: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Ciertamente, no debemos equivocarnos en el camino; estamos pidiendo al Señor su amor en orden a superar toda clase de frustración, todo vacío afectivo, toda apariencia masoquista, toda agresividad...
¿Cuál es el método para asumir y orientar la afectividad en nuestra vida cristiana, como uno de los dones con los que Dios ha enriquecido la vida humana?
Primero: debemos conocer nuestra afectividad con sus cualidades propias para aceptarnos como somos y cómo los acontecimientos de la vida, positivos y adversos, nos han ido configurando.
Segundo: asumir las alegrías y también las heridas que la vida ha dejado en nuestro corazón; aceptar a quienes nos han amado y a quienes nos han odiado, despreciado o marginado, hiriendo profundamente nuestra afectividad. Dios nos llama a dejarnos curar, abandonándonos en sus manos, que nos llevan hacia nuestra vida interior para descubrir quizá derrumbamientos donde tendría que haber esperanza. Dios llena el vacío de no haber sido amados o de haber sido mal amados.
Tercero: debemos escuchar la voz de Dios en la oración, que nos dice: "Hijo, dame tu corazón" (Pr 23, 26). En la oración debemos pedir a Dios un corazón nuevo para ser criaturas nuevas; las criaturas que viven en la nueva tierra y en los nuevos cielos.
Cuarto: una vez que hayamos experimentado que Dios nos ama, comenzaremos ya a amar desde el corazón de Dios, con el amor de Dios (que es un don, no un sentimiento), a Dios y a los hermanos que El nos vaya dando.
La afectividad tiene mucho que ver con la oración cristiana, y, además, será en la oración donde el Señor nos irá conduciendo en medio de las amistades que vayan surgiendo en nuestro camino. Nos referimos especialmente a la oración comunitaria; donde se manifiestan más claramente los verdaderos hermanos que Dios nos va dando. Hablando Santa Teresa de Jesús sobre la ternura y los contentos, que no gustos, de la oración, como regalos de Dios, escribe: "Solo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho: y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéramos, no ofenderle y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido" (Moradas IV, 1, 7). Este amor de Dios, experimentado en la oración, nos dará la clarividencia sobre las motivaciones auténticas de nuestras amistades con otras personas, sobre todo con personas del otro sexo. Esta clase de amistades son posibles y buenas, siempre que las motivaciones sean cristianas, lo cual se advertirán en los frutos, que deben manifestar el amor fraternal sin despertar el amor carnal. En este sentido, lo más decisivo es la carga anímica (para nosotros, carga de amor cristiano) que se ponga en las palabras y en los gestos. Con todo, la sobriedad en gestos, como el abrazo y el beso, es algo que Dios exige, sin perder, por ello, la espontaneidad sanamente fraternal.
4. -HACIA EL PROYECTO DE VIDA CRISTIANA
No me refiero a la necesidad de hacerse un programa de vida, con un conjunto de propósitos y sus revisiones periódicas. En absoluto. Aludo, por el contrario, al descubrimiento discernido de la vocación que Dios nos concede como don, y que se concreta necesariamente en un estilo de vida, claro y distinto, al que debemos de ser fieles, no a fuerza de buena voluntad, ni de esfuerzo de voluntad (cosas que valen muy poco en la vida cristiana), sino por la gracia de Dios. Es decir, es preciso descubrir la voluntad de Dios para cada uno, para sí mismo, y caminar con la confianza puesta plenamente en el Señor, sin idolatrar a nadie ni a nada. Este proyecto de Vida Cristiana, fundado en un compromiso serio (estemos atentos, pues hay personas acostumbradas a tomar superficialmente la palabra dada), se levanta sobre la gracia de Dios, manifestada, por ejemplo, en la oración y en la ascesis. La oración nos da la medida en nuestra relación con Dios; la ascesis, la medida en nuestra relación con el mundo y con los hombres y mujeres. Este proyecto, no es algo puramente intimista, pues tiene necesariamente unas consecuencias para la vida comunitaria, e, incluso, socio-política. De todas maneras, recordemos cómo las estructuras y las personas pasan, y a veces los protagonismos y los proyectos ocultan los caminos de Dios.
La oración debemos entenderla carismáticamente. Es cuestión de obedecer al impulso del Espíritu en nuestros corazones. Por eso, la oración consiste en llegar a conocer a Jesús, y advertir que El nos conoce. La oración, como ejercitación espiritual que es, se manifiesta en un tiempo y transforma toda la vida. La oración son lágrimas (Sal 80, 6); es gozo (Sa 36, 9); es ese río de agua viva (Jn 7, 38; Is 55, 1-3). "Tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, ¡oh Señor, Dios de los ejércitos!" (Jr 15, 16). "Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones con acción de gracias" (Flp 4, 6). La oración no es cuestión de pasarlo bien, ni tampoco de ir a ver qué sucede, puesto que la oración es un don de Dios que exige por nuestra parte disponibilidad y disciplina. En la oración nos damos cuenta de que el amor de Dios nos rodea por todas partes, pues en El vivimos y en El existimos.
La ascesis o disciplina espiritual, nos ayuda a superar la posible frivolidad espiritual. Como somos débiles y vulnerables, necesitamos ejercitarnos (eso significa su etimología) en los caminos de Dios para ir mejorando en fortaleza. La ascesis, sobre todo espiritual, nos ayuda a ir dejando las cosas o personas que nos esclavizan; nos ayuda a pedir a Dios con el corazón "que nos libre del mal", del pecado que hay en nosotros y en el mundo. Para vencer al mal con el bien, hay que morir como el grano de trigo a nosotros mismos; hay que desaparecer en Jesús, como el río desaparece en el mar. Una gran dificultad nuestra es la hipocresía: nos gustaría ser buenos, y, a veces, nos gusta aparentar que somos buenos, y nos gozamos en las alabanzas de los demás. Todo esto es veneno, que se evita sobre todo cuando aceptamos con paciencia y gozo las incomprensiones de los demás; cuando no buscamos la propia defensa (1 Co 6, 7); cuando asumimos lo que el Señor nos va quitando y lo que El, en correspondencia, nos va regalando. Necesitamos vivir una vida ascética, pues, por fuera, a veces parecemos justos, pero, por dentro, estamos llenos todavía de hipocresía y de iniquidad (Mt 23, 28).
La Biblia en la comunidad cristiana
por Santiago Guijarro
Santiago Guijarro, sacerdote que pertenece a la Hermandad de Sacerdotes Operarios, Licenciado en Teología por Salamanca y en Sagrada Escritura por el Bíblico de Roma, es el actual Director de la Casa de la Biblia, en Madrid, la cual en colaboración con PPC imparte los Cursos Bíblicos por correspondencia para España y numerosos países del extranjero.
"Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace mi voluntad y cumple su misión." (Is 55, 10-11)
Esta fuerza de la palabra que procede de Dios, y que hace germinar nuestras comunidades para que den fruto, es la que nos convoca a una reflexión sobre la función de la Biblia en nuestros grupos, y en la Iglesia en general. El objetivo de estas líneas es contribuir a esta acción misteriosa, haciendo una descripción de la situación actual de la Biblia dentro de nuestras comunidades y proponiendo algunas sugerencias para que esta presencia sea cada vez mayor.
Entiendo por "comunidad cristiana" el grupo de los creyentes en Jesús resucitado, que, animados por la fuerza del Espíritu, viven con alegría su fe, la comparten, la hacen eficaz y la transmiten a los demás. Desde la parroquia hasta el pequeño grupo familiar, pasando por los brotes más recientes de distintos tipos de comunidades que son, a mi modo de ver, uno de los signos más claros de la vitalidad de la Iglesia hoy. Todos estos grupos tienen en común el reconocimiento de la Sagrada Escritura como palabra normativa para interpretarse a sí mismos e iluminar el camino que deben seguir.
Para responder a la pregunta planteada implícitamente en el título: ¿Cuál es o ha de ser el papel de la Biblia en la comunidad cristiana?, dividiré la exposición en tres etapas. En la primera hago un breve balance de la si?tuación actual bajo el signo de la pregunta: ¿Qué papel está desempeñando la Biblia hoy en nuestras comunidades? La segunda parte es una invitación a volver la mirada hacia los primeros siglos de la historia de la Iglesia, y, muy en concreto, a la época apostólica, para descubrir los rasgos perennes de esta presencia. Finalmente ofrezco algunas propuestas para el futuro, con la esperanza de que sean enriquecidas con la creatividad de las distintas comunidades.
l. LA BIBLIA EN LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE HOY:
ANHELO Y SEPARACION
En términos generales la situación actual es contradictoria. Por un lado los estudios bíblicos y el ansia de conocer más la Biblia están cada vez más presentes entre los creyentes. Puede decirse que la Biblia está de moda, que todo pretende buscarse en la Biblia. Al mismo tiempo, y no con menor verdad, puede decirse que los cristianos estamos aún lejos de una lectura asidua y detenida de la palabra de Dios. La Biblia resulta muchas veces difícil de comprender y la sentimos lejos de nuestro lenguaje y de nuestras preocupaciones. La situación actual, es, pues, una mezcla de anhelo y de separación.
El termómetro para medir esta separación es muy sencillo. Hagámonos algunas preguntas. ¿Cuántos cristianos leen la Biblia fuera de las celebraciones litúrgicas? ¿Cuántos se han propuesto en serio comprender mejor la palabra de Dios a través de una lectura seguida o de un estudio constante? Y, sin embargo, la Biblia se encuentra en casi todos los hogares. ¿Qué es lo que falla aquí? Falla la motivación, el ambiente eclesial y la falta de animadores y orientadores en su lectura y estudio.
Y junto a la separación, el anhelo, la búsqueda y la inquietud por una mayor comprensión y un mayor conocimiento. El deseo de enfocar todos los problemas consultando antes a las raíces de nuestra fe, de buscar en la palabra de Dios la orientación decisiva, la palabra adecuada para esta o aquella situación que vive nuestra comunidad o que vivimos personalmente.
También este anhelo y esta búsqueda son fácilmente constatables. Ante cualquier problema o situación nueva, enseguida se trata de buscar la palabra autorizada de la Sagrada Escritura. Ante la reciente visita del Papa, una escuela de catequistas me invitó a que les hablara sobre "lo que el Nuevo Testamento dice sobre el Papa." Traté de hacerles comprender que el Nuevo Testamento no lo decía todo sobre este ministerio; sin embargo ellos seguían interesados en conocer lo que la Biblia decía acerca de la función de Pedro. Casos como éste, que denotan un interés creciente por la Biblia, se repiten a menudo. En los grupos parroquiales y en los nuevos tipos de comunidades (neocatecumenales, carismáticos, populares...) se advierte claramente un cambio muy importante en el papel que juega la Biblia. Al contrario de lo que ha ocurrido en tiempos recientes, hoy sería impensable un creyente sin un contacto asiduo y una referencia constante a la Biblia, sea en la celebración litúrgica o a través de la lectura y meditación personal o por grupos.
Sobre el transfondo de un divorcio secular entre la palabra y el pueblo de Dios, se dibuja la esperanza de un anhelo creciente. La constatación de estas dos realidades es, me parece, la mejor plataforma para plantearse con seriedad cuál ha de ser en el futuro el camino a seguir para lograr la "reconciliación" entre ambos. Para iluminar nuestra situación, vamos a describir brevemente el uso que hacían las primeras comunidades de la palabra de Dios.
2. LA BIBLIA EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS:
LA FUERZA DE LA PALABRA NORMATIVA
2.1. PARA ENTENDER MEJOR LO SUCEDIDO EN JESÚS
La preocupación más urgente de los primeros creyentes no fue la de entender la Biblia, sino la de entender el acontecimiento de Jesús. Trataban de comprender el anuncio fundamental, resumido por Pablo de modo admirable en la carta primera a los Corintios: " ... yo os transmití lo que a mi vez había recibido: que Cristo murió según las Escrituras y fue sepultado; que resucitó según las Escrituras y que se apareció ... " (1 Co 15, 3-5). La muerte y la resurrección de Jesús fueron las primeras preocupaciones y las más urgentes. Para ellos, que tenían esta experiencia de la resurrección, era fácil comprender su sentido, pero se sentían impulsados a transmitir a otros lo que ellos habían experimentado.
Precisamente para hacer comprender el sentido de estas afirmaciones fundamentales hubieron de recurrir enseguida a la Escritura. Tenían que mostrar a aquellos que no tenían la experiencia de la resurrección que todo lo ocurrido en Jesús había sido predicho por Dios a través de la Ley y los profetas. De este modo el Antiguo Testamento se convertía para ellos en palabra normativa y era contemplado como anuncio o promesa de todo lo sucedido en Jesús. Sintieron necesidad de comprender la Biblia para comprender mejor a Jesús y el significado de su vida, muerte y resurrección.
Voy a poner un ejemplo concreto para ilustrar este uso de la Escritura, y me voy a referir al problema más importante y decisivo que tuvo la Iglesia naciente: el anuncio de un Mesías que murió en la cruz, necedad para los griegos y escándalo para los judíos (1 Co 1, 23). ¿Cómo explicar que el Mesías tenía que padecer? El Mesías esperado por los judíos era, ante todo, un Mesías triunfante y victorioso que liberaría al pueblo de la opresión romana. Era el Mesías-Rey, Hijo de David. ¿Cómo explicar y mostrar que Jesús, muerto en la cruz como un malhechor, era el Mesías esperado por Israel y prometido por Dios desde antiguo? Para responder a esta pregunta contaban con tres datos: en primer lugar, los hechos ocurridos; en segundo, la experiencia profunda e inequívoca de la resurrección del Señor y del envío del Espíritu a los creyentes; y, en tercer lugar, la prueba de que lo sucedido en Jesús correspondía al anuncio de las Escrituras. Los dos primeros datos eran para ellos evidentes, pero era necesario el tercero para entrar en con?tacto con sus destinatarios, que generalmente eran de origen judío. Era un puente necesario, pues ambos, judíos y cristianos, concedían a la palabra de la Escritura un valor decisivo; era para ellos una palabra normativa. Buscaron y encontraron una explicación al sufrimiento de Jesús en los designios amorosos de Dios.
Esto es sólo un ejemplo, que podría multiplicarse, para mostrar cómo desde muy temprano la Escritura fue un factor decisivo en la explicación de la fe cristiana. En él observamos el mecanismo que seguían los primeros creyentes para llegar a tal explicación y los tres factores decisivos de esta reflexión creyente: los hechos ocurridos en Jesús, la experiencia profunda de la resurrección y de la salvación, y la iluminación desde la Palabra de Dios. Vayamos anotando todos estos elementos: también nuestro acercamiento a la palabra de Dios debe ser desde la fe en Jesús resucitado, y para comprender mejor lo que El significa para nuestra vida.
2.2. PRESENTE EN TODA SU VIDA
La Iglesia apostólica desarrolló su actividad principalmente en tres ámbitos: en el anuncio del mensaje cristiano fundamental, en la catequesis o enseñanza y en la celebración litúrgica. En estos tres contextos la palabra de Dios tenía un papel principal.
- Con el ejemplo anterior quedaría ilustrado el uso de la Biblia que los cristianos hacían en el contexto del anuncio del mensaje central de la fe cristiana. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). En él también la explicación de los hechos a la luz de las Escrituras es la clave para el reconocimiento de Jesús, y a su vez el reconocimiento de Jesús es la clave para comprender las Escrituras.
- El uso en la catequesis estaba muy extendido. La Escritura era la clave para explicar y apoyar muchos de los comportamientos cristianos o para iluminar el sentido de tal o cual actividad que los cristianos realizaban. Esta catequesis era el segundo momento de la instrucción de los que se habían acogido a la fe. En el Nuevo Testamento encontramos muchos vestigios de esta catequesis primitiva (p. e. Mt 5-7).
- Finalmente el uso en el culto. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que los primeros cristianos se reunían asiduamente para partir el pan en las casas. Por otros escritos de aquella época sabemos que el culto era una de las actividades principales de la primera Iglesia. Sabemos también que la lectura de la palabra de Dios era uno de los elementos importantes de éste. En esto, las primeras comunidades debieron copiar el sistema de lecturas usado en las sinagogas judías. San Justino nos informa en el primer libro de su Apología (Apol. 1, 66-67) que hacia el año 160 los cristianos solían reunirse el día del Señor para celebrar la Eucaristía, y que la primera parte consistía en la lectura de pasajes de los profetas y de los "recuerdos de los apóstoles." El Antiguo Testamento envolvía las celebraciones cristianas, y, para comprobarlo, sólo tenemos que visitar las catacumbas romanas y contemplar las pinturas que representan escenas del Antiguo Testamento, entendidas como promesa de lo ocurrido en Jesús y en las primeras comunidades.
Dejemos por ahora otras muchas cosas interesantes que podrían recordarse del uso que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras y quedémonos con el dato fundamental. Y el dato fundamental es: que las comunidades cristianas de la edad apostólica estaban impregnadas totalmente de la meditación y la lectura de la palabra de Dios; que se sentían imbuidas de sus conceptos y sus promesas. La lectura y meditación del Antiguo Testamento hizo posible la reflexión sobre el significado de lo ocurrido en Jesús y en los primeros cristianos. Sin él no habría sido posible el Nuevo Testamento. Así pues, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, como palabra normativa, fue uno de los motores que impulsaron la consolidación de los primeros creyentes en torno a Jesús resucitado, cumplimiento y plenitud de toda la Escritura.
Después de esta mirada hacia atrás, volvamos de nuevo a nuestra realidad eclesial. Tras la contemplación de la situación actual y el juicio que sobre ella emite la época fundante de nuestra fe, llega el momento de mirar hacia el futuro y proyectar.
3. LA BIBLIA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA. SUGERENCIAS PARA UN FUTURO MEJOR
3.1. LA B1BLIA PERTENECE A TODA LA COMUNIDAD
Simplificando un poco las cosas podemos decir que la interpretación de la Escritura ha sido durante mucho tiempo patrimonio exclusivo del magisterio eclesiástico. Más recientemente la exclusiva de la interpretación parecían tenerla los estudiosos de la Biblia. No se podía decir nada sobre tal o cual pasaje, sin antes haber consultado la opinión del magisterio o del especialista. Se pasó de una hegemonía a otra, dejando siempre a un lado al pueblo de Dios. Ahora que los cristianos se acercan con más frecuencia a la Palabra de Dios, la leen y la interpretan, se plantea de nuevo la cuestión: ¿A quién corresponde la interpretación auténtica de la Escritura?
La respuesta es sencilla. La palabra de Dios, como dice el Concilio Vat. II, ha de ser leída con el mismo Espíritu con que fue escrita. Si el Espíritu se ha derramado sobre toda la Iglesia, eso significa que toda la Iglesia, y no sólo parte de ella, es el sujeto de la interpretación. Ahora bien, en la Iglesia existen diversos carismas, y la interpretación ha de hacerse atendiendo a la peculiaridad de cada uno de ellos. Podríamos concebir imaginativamente la interpretación ideal de la Escritura como un triángulo construido con tres lados: la ?interpretación magisterial, la interpretación de los estudiosos y la interpretación del pueblo de Dios. La confluencia de estas tres aportaciones, cada uno desde su campo, compondría la interpretación ideal de la Palabra de Dios a la luz del mismo Espíritu con que fue escrita.
3.2 LA COMUNIDAD HA DE ACERCARSE MAS A LA BIBLIA
Vamos a dejar a un lado, sin olvidarlas, las otras dos partes, y vamos a fijarnos en la que nos corresponde a nosotros, que formamos la comunidad de los creyentes y no tenemos encomendada ni la misión magisterial ni la de ser doctores o entendidos en materia de escritura. Tenemos el Espíritu y esta credencial es título suficiente como para arrogarnos el derecho de poder decir una palabra sobre el sentido de la Escritura, y para recordarnos que tenemos la obligación y el deber de leer y meditar esta gran Carta de nuestro Padre. Voy a proponer algunas postas que a mí me parecen adecuadas para que la Biblia llegue a impregnar la vida de nuestras comunidades, como ocurría con las comunidades apostólicas.
l. La lectura y meditación personal de la Palabra de Dios es un hábito difícil de conseguir, probablemente por falta de orientación. En vez de leer otros libros, aunque sean muy recomendables, los cristianos deberíamos leer más la Biblia. No en grandes dosis, sino en pequeñas y orientadas dosis. Sin la orientación, la lectura puede ser insoportable. Se comprende perfectamente a aquél que empieza a leer la Biblia por el principio y con gran esfuerzo pasa los libros del Génesis y del Éxodo, pero al llegar al de los Números o al Levítico desiste de su empeño ante el maremágnum de leyes cúlticas o rituales que en ellos encuentra. Completamente natural. En este caso el fallo está en que hay que comenzar por otra parte, quizás por el N.T. Aparte de estas dificultades de forma, yo creo que lo más importante es una de fondo: falta un profundo convencimiento de que esta lectura y meditación personales son muy importantes para el crecimiento cristiano. Si tuviéramos este convencimiento, arbitraríamos los medios para l1evarla a cabo. Para l1egar a una lectura y meditación personales sería necesario, pues, un mayor compromiso y una mayor concienciación entre los miembros de las comunidades cristianas de que es algo importante.
2. La presencia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica es un dato adquirido. En toda celebración está presente la palabra de Dios de una u otra forma. El problema radica en el efecto que la escucha de esta palabra produce. Yo tengo la impresión, puede que equivocada, de que muchas veces los oyentes quedan como el cristal atravesado por la luz: ni rotos, ni manchados... como antes de escucharla. Esta situación puede paliarse con moniciones introductorias a dichas lecturas, las cuales desgraciadamente terminan cayendo en la misma rutina; o por medio de la explicación diligente del celebrante. Sin embargo la solución más radical está en otro sitio. Lo que habría que hacer es caer en la cuenta de lo importante que es la proclamación de la palabra de Dios en el contexto de la celebración y estar atentos para recoger todas las resonancias y alusiones a nuestras vidas como individuos y como comunidad, para dirigir nuestros pasos en el sentido en que ella nos orienta. Es necesario que nos digamos y nos repitamos que en la celebración litúrgica, con los fieles reunidos en el nombre del Señor Jesús, para compartir y alimentar su fe, se encuentra el lugar más adecuado de la proclamación de la palabra de Dios. ¿Cómo hacer que algo que se ha convertido en rutinario, vuelva a ser sorprendente y exigente?
3. En tercer lugar la lectura, meditación y estudio en grupos. Este es un fenómeno más reciente que puede recoger un amplio espectro de iniciativas. Desde los círculos o grupos Bíblicos propiamente dichos, hasta otro tipo de grupos que conceden a la lectura y estudio común de la Biblia un puesto importante. Pienso aquí en las comunidades de base, comunidades de renovación carismática, comunidades neocatecumenales y escuelas de catequistas. En estos grupos a veces se combina el estudio y la meditación de la Biblia con otro tipo de instrucción, pero siempre está presente ésta como pieza clave. El problema en este ámbito radica en la falta de un itinerario o un método, que pedagógicamente vaya conduciendo a los miembros de estos grupos a un mayor conocimiento e interiorización del mensaje bíblico. No obstante, con todos los de?fectos e inconvenientes que pueda tener, creo que es uno de los cauces más válidos hoy para llevar a cabo este acercamiento de la palabra de Dios al pueblo cristiano. Deberían promocionarse estos grupos a todos los niveles: en las parroquias, en el interior de los diversos movimientos, etc.
4. El último aspecto que quiero considerar viene exigido por los anteriores. Se trata de la necesidad de formar dirigentes para que orienten y animen estos grupos. Dentro del ámbito ministerial de la Iglesia latina sería el ministerio típico de los "lectores". No son especialistas de altos vuelos, pero tienen un conocimiento suficientemente profundo para orientar a otros. Su nivel de preparación equivaldría al de las escuelas de teología, que ofrecen una formación bíblica suficiente para este nivel; por otro lado tenemos instituciones como la Escuela Bíblica de Madrid, dedicadas exclusivamente a esta tarea; finalmente, para aquellos que no tienen la posibilidad de asistir a unas clases, existen diversas instituciones de enseñanza a distancia, entre las que sobresale en el campo bíblico, la patrocinada por PPC y la Casa de la Biblia de Madrid (Cursos
Bíblicos a Distancia). Las diversas comunidades cristianas deberían encargar a algunos de sus miembros la tarea de formarse en el estudio de la Biblia a este nivel, y, luego, encargarles estas tareas que son propias del ministerio de lector, y que sin duda contribuirían enormemente a esta reconciliación tan anhelada entre la Palabra de Dios y el Pueblo cristiano.
Estas son sólo algunas pistas de solución que pueden y deben ser ampliadas y corregidas en la discusión y en el contraste con la realidad que viven nuestras comunidades. Por mi parte, me sentiría muy contento si estas reflexiones no sirvieran para solucionar ningún problema concreto, sino para suscitar un interés creciente por el estudio y el conocimiento en profundidad de la palabra de Dios, que es como la lluvia y la nieve que no vuelve nunca vacía a las manos del Padre, sino después de haber infundido fuerza y ánimo en nuestros corazones y en nuestras comunidades.
Santiago Guijarro
Casa de la Biblia
Santa Engracia, 20
MADRID-10
A partir del Vaticano II han empezado a aparecer pequeñas comunidades cristianas un poco por todas partes. Estas pueden ser de signo muy diverso unas respecto de otras e incluso contrapuestas. Igualmente varía mucho el nombre que se les da: comunidades de base, comunidades eclesiales, etc. En todo este fenómeno cabe destacar un hecho importante: un fuerte movimiento comunitario ha empezado entre los cristianos de hoy y cunde cada vez más. Sólo en Brasil se admite que hay unas 70.000 comunidades de base.
Tal florecimiento de comunidades, considerado como una primavera de la Iglesia, ha llamado la atención de teólogos, pastoralistas, y en hora muy oportuna de la misma jerarquía.
Baste recordar que la Exhortación sobre la Evangelización de Pablo VI (N°. 58), resumiendo las reflexiones del Sínodo de los Obispos de 1974, nos ofrece una abundante enseñanza sobre las pequeñas comunidades "que se forman en la Iglesia para unirse a la Iglesia y hacer crecer a la Iglesia", las cuales, afirma, "serán una esperanza para la Iglesia universal". La Conferencia del CELAM en sus reuniones de Medellín (1968) y de Puebla (1979) da una gran importancia a las comunidades eclesiales. La Comisión de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española publicó el 15 de Marzo de 1982 un muy elaborado documento sobre el Servicio Pastoral a las Pequeñas Comunidades Cristianas.
Esto nos hace ver hasta qué punto el fenómeno comunitario está adquiriendo carta de naturaleza en la Iglesia de hoy.
Hay una gran coincidencia en reconocer que la pequeña comunidad, en orden a la maduración de la fe y para profundizar en la Palabra de Dios, es un lugar privilegiado de comunión, de compromiso de sus miembros entre sí y para con sus respectivos pastores, plataforma de nuevos ministerios y servicios en los que se manifiesta la participación y corresponsabilidad de los cristianos ante las tareas de la Iglesia.
Una verdadera comunidad de hermanos es algo que rebasa los sentimientos de amistad o simpatía. Es un milagro del Espíritu de Cristo Resucitado, un don de Dios. En ella se supeditan los intereses de cada uno a la voluntad de Dios, la independencia individualista al sometimiento y la obediencia, el afán de poseer y acaparar bienes materiales al espíritu de compartir y de vivir en sobriedad evangélica, y se fomentan otros muchos valores humanos, la apertura al hermano, la corrección fraterna, etc. Sólo la fe en Jesucristo, al ?que se quiere seguir comunitariamente, nos puede dar la clave para entender lo que es una comunidad.
De acuerdo con esta realidad que constatamos a nivel de Iglesia universal, la R.C. también ha dado origen a numerosas y florecientes comunidades en las que se vive un gran deseo de escuchar y seguir las inspiraciones del Espíritu Santo, de acoger todos sus dones. Las comunidades carismáticas son una realidad muy original por la forma como se vive la fraternidad cristiana, muy en línea con la primitiva tradición cristiana, pues algunos de sus miembros comparten totalmente bienes, otros viven con voto los tres consejos evangélicos en total consagración al Señor, siendo norma comúnmente aceptada la transparencia y la reconciliación.
Llama también la atención el que se encuentren en ellas familias enteras, el que algunas sean ecuménicas y otras de orientación apostólica, de evangelización, de asistencia a los pobres y enfermos, de acogida, o de vida contemplativa y monástica, y la forma como crecen y se ramifican algunas de ellas en nuevas células comunitarias en las que Cristo se hace visible en medio del mundo.
Para muchos puede parecer esto una utopía, y sin embargo ahí están, a la vista de todo el que las quiera visitar y gozar de su acogida. Ello no es más que llevar la vida del Espíritu hasta sus últimas consecuencias, lo cual pone de manifiesto cómo el don más maravilloso que el Señor nos da a través de la R. C. es la misma comunidad, síntesis de todos los demás dones y manifestaciones del Espíritu.
Para todos los grupos de la R.C. esto es una invitación o una interpelación. ¿Estamos dispuestos a escuchar esta llamada y seguir adelante en el compromiso de entrega al Señor que posiblemente ya hayamos empezado?
En cada grupo, si no avanzamos en este sentido, si no somos más moldeables a la acción del Espíritu en todo lo que nos ha de curar y cambiar para llegar a la verdadera fraternidad, si nos instalamos cómodamente en lo que ya hemos recibido, si no afrontamos los cambios necesarios, nos quedaremos al final en una realidad que tiene más de asociación o de club, y aun lo poco que tenemos se nos quitará (Mt 13,12. 25,29).
El Espíritu sopla constantemente y a nosotros corresponde el adaptar nuestras velas conforme a su rumbo. Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. El puede convertir nuestra utopía cristiana en realidad.
Seminario sobre
el crecimiento espiritual
CICLO III
LA COMUNIDAD
Siguiendo con el SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL dedicamos el Ciclo III al tema de la Comunidad. Después de haber presentado en el Ciclo I el aspecto de la vida espiritual profunda de cara a Dios, y en el Ciclo II, cómo esta relación con Dios tiene que ser a través de la Iglesia y en la Iglesia, sacramento universal de salvación y de unidad en Cristo, trataremos de ver a lo largo de este Seminario cómo el lugar adecuado para el crecimiento y maduración de la relación con Dios y del compromiso eclesial es la comunidad cristiana.
La Comunidad es la que verdaderamente nos ofrece el clima y la posibilidad de vivir en intensidad y constancia nuestra entrega al Señor.
Es el lugar donde somos conocidos y aceptados por los hermanos por lo que somos y tales como somos, el marco en el que descubrimos nuestro carisma personal y realizamos los servicios y ministerios para los que hemos recibido dones.
En la Comunidad pasamos por el proceso de ser limados, quebrantados, corregidos y purificados en nuestras relaciones interpersonales con los hermanos, de forma que más fácilmente vaya desapareciendo en nosotros el hombre viejo y se manifieste el hombre nueva creación del Espíritu, el verdadero discípulo y seguidor de Jesús.
Desde que recibimos la efusión o bautismo en el Espíritu hemos emprendido un nuevo caminar, nos hemos encontrado con otros hermanos junto a los que nos ha puesto el Señor, hemos compartido muchas cosas, y surgido entre nosotros una relación de hermanos en Cristo. El Señor nos va llevando siempre hacia una mayor unidad y compromiso.
La comunidad es la meta hacia la que cada grupo debe orientar sus esfuerzos, a pesar de que pueda parecer que nunca se llega. Pasa lo mismo que con la santidad: aunque nunca se llegue de verdad, lo importante es tender siempre hacia ella.
¿UN GRUPO DE ORACION NO ES UNA COMUNIDAD?
Un grupo de oración de la R.C. de ordinario tiene todos los elementos imprescindibles que se encuentran en lo que de ordinario se entiende por comunidad eclesial.
Estos elementos son poco más o menos los siguientes:
- sus miembros se reúnen semanalmente una o dos veces; celebran juntos la fe en oración, en la alabanza, en la escucha de la Palabra y en la enseñanza;
- comparten la eucaristía;
- se establece entre ellos unos lazos de amor mutuo y alguna forma de compartir;
- hay una dirección pastoral (servidores o líderes) que todos aceptan y siguen;
- se organizan algunos ministerios;
- viven de acuerdo con la doctrina de la Iglesia en comunión con su Obispo y con otras comunidades.
Además poseen estos elementos de una forma mucho más definida y estable que muchas comunidades eclesiales de otro tipo.
Por tanto, de cara a la Jerarquía, a las parroquias y ante los diversos movimientos cristianos se puede considerar a los grupos de oración como comunidades eclesiales.
Así lo entiende el Documento Servicio a las pequeñas comunidades cristianas, publicado con fecha del 15 de Marzo de 1982 por la Comisión de pastoral de la Conferencia Episcopal Española, en el cual se reconoce a los grupos de la R.C. entre las demás comunidades cristianas de la Iglesia española. Si estudiamos las diversas comunidades que allí se mencionan y clasifican veremos que los grupos de la R.C. (7,61 por ciento) son comunidades con el mismo fundamento teológico y eclesial que las demás.
Este es un hecho que no debemos minimizar, y que debemos hacer valer a la hora de presentar la R.C. en los distintos ambientes.
UNA COMUNIDAD MAS COMPROMETIDA
Supuesto lo anterior, procuremos tener una visión muy clara del plan hacia el que nos conduce el Señor en los grupos de R.C. Sin duda hacia una forma de comunidad más firme, consistente y comprometida, más testimonial y evangelizadora, en la que vayamos mucho más lejos de lo que comúnmente se hace en los grupos de oración.
Ante los muchos hermanos que constantemente vienen, entran y salen en los grupos de la Renovación, ante otros para los que la Renovación no es más que su asistencia regular al grupo, hemos de saber organizar mejor todas nuestras actividades, utilizando para ello bajo la acción del Espíritu todos los dones y talentos que hemos recibido, de forma que no lleguemos a quedarnos en lo más inmediato, en la reunión semanal, en los retiros y convivencias, sino que lleguemos a formar una comunidad en la que los hermanos más antiguos y de cierta madurez espiritual lleguen a comprometerse más unos con otros, en orden a una mayor entrega de su vida al Señor.
Siempre habrá, como los hay en todos los grupos, hermanos que nunca se quieran comprometer o que no llegan a entender la verdadera libertad del Espíritu, confundiéndola con su propia independencia. Tampoco faltarán por parte de otros pretextos y excusas para no aspirar a más.
Pero nada de esto importa. Aquellos pocos que estén dispuestos deben seguir adelante y llegar a formar un núcleo fuerte que más tarde atraerá a otros y será un fermento en todo el grupo.
"Comunidad cristiana es la respuesta individual y colectiva de un pueblo a la palabra de Dios, una decisión de someterse totalmente a esa palabra juntos, consciente y explícitamente, y dejar que el Señor construya un pueblo, una comunidad" (Ralph Martin).
¿Qué clase de comunidad se ha de buscar? En la R.C. han surgido muchas formas de comunidad, y dentro de una misma comunidad encontramos diversidad de compromisos, todo lo cual nos habla de la creatividad del Espíritu.
En cada país, y más concretamente en cada grupo, si nos mantenemos unidos en oración y en escucha de la Palabra de Dios, llegaremos a descubrir el tipo de comunidad que el Señor desea crear entre nosotros.
Generalmente para empezar hay que valerse de la experiencia y ayuda de otras comunidades que ya llevan cierto tiempo funcionando, no sólo para evitar errores que ingenuamente podemos cometer, sino también para llegar a acertar en los pasos y etapas que se han de ir recorriendo. Para ello será bueno visitar alguna comunidad y pasar allí algunos días haciendo su misma vida.
Esto no quiere decir que haya que copiar necesariamente el mismo patrón. Pero sin duda que nos ayudará a descubrir el compromiso comunitario por donde podemos empezar y ciertos puntos prácticos.
LOS TEMAS
Tema 1: Una Comunidad eclesial y carismática.
Tema 2: Primeros pasos hacia la comunidad.
Tema 3: La Comunidad fruto de la Efusión del Espíritu Santo.
Tema 4: La relación consigo mismo
a) aceptación de sí mismo
b) equilibrio afectivo
Terna 5: La relación con los demás
a) respeto y aceptación del otro
b) reconciliación y amor
Tema 6: La transparencia comunitaria.
Tema 7: Obediencia y sometimiento.
PEQUEÑA BIBLIOGRAFIA SOBRE EL TEMA DE LA COMUNIDAD
WALTER SMET, Comunidades carismáticas, Editorial Roma, Barcelona 1978, 204 pgs. Ofrece doctrina sobre la comunidad y testimonios de algunas comunidades concretas.
KOINONIA, N° 9 dedicado al tema de la Comunidad, Se puede consultar también el N° 8.
TYCHIQUE, Revista publicada bajo la responsabilidad de la Communauté du Chemin Neuf de Lyon. Dirección: 10, rue Henri IV- 69002 LYON. El N° 31 está dedicado al tema de la vida comunitaria.
LAURENT FABRE, Comunidad y vida comunitaria en la Renovación, en "Presencia de la Renovación Carismática", Editorial Roma, Barcelona 1981, pgs. 49-69.
JEAN VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid 1980, 221 pgs. Libro escrito en forma de reflexión y testimonio. Todo lo que dice el autor, fundador de El Arca, está sacado de la experiencia de sus comunidades. Sus reflexiones nos introducen en el corazón de una comunidad.
DIETRICH BONHOEFFER, Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982, 99 pgs. También en Editorial La Aurora, Buenos Aires 1966, 124 pgs. -Si exceptuamos lo que dice en el último capítulo a propósito de la confesión, la cual, según la doctrina protestante que no admite el Sacramento de la Penitencia, se puede hacer con cualquier hermano, todo lo demás encierra una gran enseñanza sobre el espíritu que se ha de vivir en una comunidad. Aunque publicado por primera vez en 1939 como manual para estudiantes del Seminario que presidía el autor por cuenta de la Iglesia Confesante de Pomerania, su espíritu coincide con el de la R.C.
Literatura general teológica y pastoral.
COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, EDICE, Madrid 1982. Es un documento doctrinal de gran interés en el que los Obispos españoles toman conciencia de la importancia de las pequeñas comunidades, entre las que consideran también a los grupos de la R.C., y ofrecen sabias orientaciones.
SECUNDINO MOVILLA, Del catecumenado a la comunidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1982, pgs. 228. Los dos últimos capítulos están dedicados a la Comunidad cristiana como meta del catecumenado. Es una obra de formación doctrinal que merece figurar en todas las bibliotecas de los grupos de R.C.
JOSE RAMON GARCIA-MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu, liberación, Marova, Madrid 1977, 145 pgs. Enfoca el tema de la Comunidad desde el aspecto de la experiencia cristiana del Espíritu.
LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis, Edil. Sal Terrae 1980. En las primeras cincuenta páginas analiza la comunidad de base y lo que puede contribuir a la renovación de la Iglesia.
TEMA 1
UNA COMUNIDAD ECLESIAL
1.- Ya hemos visto en el Tema 1 del Ciclo II cómo la Iglesia es un misterio de comunión, una comunidad.
La Iglesia es comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, comunidad en el Espíritu, comunidad sacramental reunida en Cristo, comunidad de fe, esperanza y caridad.
La Iglesia empieza existiendo como una pequeña comunidad que enseguida se acrecienta y desarrolla para expandirse y formar otras pequeñas comunidades.
La configuración de la Iglesia empieza por pequeñas comunidades. Desde el principio siempre fue así. Allí donde hay un grupo de creyentes que comparten la misma fe en Jesús y el mismo don del Espíritu se forma una comunidad. Son cristianos que se reúnen para celebrar la fe, manteniéndose asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2. 42).
Cada comunidad sentía, por otra parte, la necesidad lógica y vital de permanecer en comunión con las demás comunidades. Si alguna perdía la comunión quedaba cortada del árbol vital.
2.- La palabra que emplea el Nuevo Testamento para designar una comunidad es ecclesia. Con el mismo término se expresa lo que hoy día nosotros queremos designar al hablar de dos realidades que nos parecen distintas: Iglesia y comunidad.
La palabra ecclesia adquirió los siguientes significados, yendo de menos a más:
- la asamblea reunida para escuchar la Palabra y celebrar la fracción del pan
- la comunidad que reside en un lugar determinado, lo cual equivale a lo que hoy entendemos por iglesia local
- la comunidad universal de todos los que creen en Cristo, formando el Pueblo de Dios, que es lo que hoy entendemos por Iglesia universal.
La Iglesia universal se realiza y se expresa en y desde las comunidades concretas. Por esto en la mayoría de los pasajes del Nuevo Testamento el término Iglesia se refiere a la comunidad particular o local.
3.- Por tanto, una comunidad pequeña, cualquiera que sea, debe realizar en sí misma por medio de la palabra y de los signos, y, sobre todo, por su vivencia de fe, esperanza y amor, todo lo que se dice de la comunidad universal o Iglesia, manteniéndose así mismo en comunión con todas las iglesias que forman el Pueblo de Dios.
Una expresión comúnmente aceptada en la teología de hoy es que comunidad es la reproducción de lo que el Nuevo Testamento llama Iglesia.
La Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia.
"Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de Iglesias... En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en las dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (Vat II. LG 26).
“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos" (GS 1). “Esta identificación de contenido teológico lleva a decir, ?con toda verdad, que la Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia, destacando por una parte el carácter comunitario de la Iglesia y, por otra, el carácter ec1esial de la comunidad... No hay, pues, lugar para oponer Iglesia universal y comunidad, sino todo lo contrario: en ambas se da una mutua referencia implicante o constitutiva, ya que si la Iglesia universal existe de algún modo porque existen las comunidades, éstas existen como comunidades eclesiales porque existe la Iglesia "(1).
4.- Sea cual sea la comunidad cristiana que deseemos formar, nos ha de preocupar siempre el guardar y mantener su carácter eclesial, su referencia a la Iglesia universal permaneciendo para ello en comunión con la Iglesia local y con toda la Iglesia de Cristo.
Para esto se requiere:
a) que tenga una conciencia muy clara de formar parte de la Iglesia de Cristo, que es carismática y jerárquica al mismo tiempo, y que no se quede reducida en una especie de ghetto;
b) y que en su seno se dé la Iglesia, se realice la Iglesia, ?se tome conciencia de ser Iglesia, se viva, en una palabra, el misterio de la Iglesia.
La comunión con los pastores de la Iglesia local y la sumisión a ellos será la mejor garantía de estar en comunión con la Iglesia universal y con las demás comunidades que forman esta Iglesia.
ELEMENTOS DE ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD CRISTIANA
Para que una comunidad sea verdaderamente eclesial debe, al menos, reunir las condiciones que se contienen en los cuatro elementos que nos da el Nuevo Testamento respecto a la primera comunidad cristiana:
- asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles,
- la comunión fraterna,
- la fracción del pan,
- las oraciones.
1- La asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles la convertirá ante todo en comunidad de la Palabra. A partir de la Palabra se va configurando el ser y el actuar de toda comunidad, tanto hacia dentro como hacia fuera de sí misma en forma de testimonio, servicio y evangelización. Con gran acierto se ha dicho que el Evangelio es el carnet de identidad de la comunidad cristiana.
Si es comunidad de Palabra ha de ser también comunidad de fe. "La fe constituye la realidad mínima constitutiva de la Iglesia particular"(2).
Esta fe es ante todo la fe en Cristo Jesús Resucitado.
Esto es precisamente lo más específico de toda comunidad cristiana, pues el elemento fuerza que congrega y mantiene a sus miembros es Cristo Jesús Resucitado mediante el don de su Espíritu.
A esta realidad se han de aferrar firmemente, éste es el núcleo de la comunidad. Cristo Jesús es quien los llama y mantiene en la unidad.
"El primer fundamento teológico de la comunidad cristiana como tal es reunirse en nombre de Cristo. Esto implica dos dimensiones, aparentemente contradictorias: relación personal de la comunidad y de sus miembros a Jesús, el Señor, y, por otra parte, identificación con El"(3),
Por otra parte, la asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles exige también fidelidad a todo lo que ellos recibieron, "la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre" (Judas 3), pues, como escribía San Pablo, "yo recibí del Señor lo que os he transmitido" (1 Co 11.23): todo esto ha quedado fielmente consignado en la Palabra escrita y en la Palabra transmitida mediante la Sagrada Tradición, que nos llega a nosotros a través de la sucesión apostólica.
"La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en el mismo caudal, corren hacia el mismo fin" y "constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia" (4) .
2.- La comunidad fraterna incluye varios elementos a tener en cuenta:
a) Para que una comunidad sea verdaderamente una comunidad de Jesús y una comunidad de fe tendrá que mantenerse en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia local.
Ha de ser comunión de fe, de doctrina y de práctica de vida, o, lo que es lo mismo, confesión de la misma fe cristiana y ec1esial, aceptación del Magisterio de la Iglesia y sumisión a sus normas y preceptos.
La fidelidad a la Sagrada Tradición y al Magisterio constituyen una garantía firme de permanencia en la comunión eclesial, por encima de las opiniones individuales o de grupo.
Si la Iglesia es comunión, también debe serlo cada comunidad.
San Pablo utiliza la palabra comunión tanto cuando habla de la comunidad como cuando habla de la Iglesia partiendo siempre de la comunión con Cristo (Rm 6, 3s; Ef 2,ss). La Eucaristía es comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (1 Co 10, 16).
b) La comunión que es concordia de cada uno de los creyentes con los demás y con Dios (1 Jn 1, 3) lleva a partir el pan de la Eucaristía (Hch 2, 42) y se manifiesta en la comunidad de bienes y en la colecta a favor de las comunidades necesitadas.
Aquí se contiene un elemento básico de toda comunidad: el compartir.
3.- Por la fracción del pan tenemos una comunidad que celebra los sacramentos, una comunidad eucarística.
"La Iglesia hace la eucaristía, y la eucaristía hace la Iglesia" "Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima eucaristía, por lo que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad"(5).
La Eucaristía es la máxima expresión de la comunidad cristiana.
4.- La asiduidad a la oración crea una comunidad de oración, en la que se hace sentir la presencia de Cristo entre los que se reúnen en su nombre (Mt 18,20).
Esta presencia invisible del Resucitado une, fortalece, guía, hace madurar, realiza entre ellos la reconciliación constante, la transparencia y la unidad verdadera: una mente, un corazón, un mismo espíritu.
CONSECUENCIAS DE LA ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD
Si una comunidad es eclesial de verdad, las consecuencias que se derivan para su propia vida y crecimiento son de suma importancia.
Son unos derechos y unas obligaciones que se han de tener siempre en cuenta, y que derivan de los derechos y obligaciones que tienen todos los cristianos, tal como están reconocidos en el Nuevo Código de Derecho Canónico (6).
1.- Podemos destacar los siguientes DERECHOS que son válidos no solamente para cualquier cristiano sino también para las comunidades eclesiales:
a) Derecho de petición o derecho de exponer a los Pastores sus propias necesidades, principalmente espirituales, así como también sus deseos (c, 212,2).
b) Derecho de opinión pública o derecho de manifestar a los Pastores sus propias opiniones en lo que se refiere al bien de la Iglesia, cada uno según su ciencia, competencia y prestigio, y también a darlos a conocer a los demás cristianos, salva siempre la integridad de la fe y costumbres, y a tendiendo a la utilidad común y a la dignidad de las personas (c. 212,3).
c) Derecho de reunión y de asociación, pues los fieles tienen el derecho de fundar y dirigir libremente asociaciones, para dedicarse a la caridad, a la piedad, al fomento de la vocación cristiana en el mundo. También el de reunirse para trabajar en común esos mismos fines (c. 2 I 5).
d) Derecho a ser reconocida como comunidad eclesial por la jerarquía aquella comunidad que reúna las debidas condiciones, "derecho básico a que se les reconozca como parte de la diócesis a todos los efectos; una ciudadanía eclesial análoga -no necesariamente idéntica por diferencia de circunstancias a la que tienen las parroquias y otras instituciones y organizaciones pastorales de la Iglesia local..."(7).
e) Derecho de atención espiritual o derecho de recibir ayuda espiritual, principalmente la Palabra de Dios y los Sacramentos (c. 213).
Una comunidad tiene derecho a recibir por parte de su Obispo el pastoreo y acompañamiento espiritual que al menos recibe cualquier grupo o comunidad (lb. N. 38).
f) Derecho a evangelizar y a ejercer el apostolado: tienen el derecho y el deber de trabajar para que el mensaje cristiano de salvación llegue más y más a todos los hombres, de todos los tiempos y de todos los lugares (c. 21 1).
Partícipes de la misión de la Iglesia todos tienen el derecho de promover el apostolado, aportando sus propios planes, cada uno según su estado y condición (c. 216).
2.- En cuanto a las OBLIGACIONES hemos de recordar las siguientes:
a) Ante todo guardar la comunión con la Iglesia (c. 209.
En virtud de esta comunión han de responder también a las necesidades materiales de la Iglesia para atender a lo necesario para el culto divino, obras de apostolado y sustento de los ministros (c. 222, 1).
Deben también promover la justicia social y cumplir con el mandato del Señor de ayudar a los pobres con sus propios ingresos.
b) Cumplir los deberes eclesiales tanto con la Iglesia universal como con la particular a la que pertenecen (c. 209, 2).
"Si una comunidad o un grupo de comunidades viven aisladas, sin conexión práctica con el cuerpo de la Iglesia diocesana, que constituye el entorno sociológico y teológico de la pequeña comunidad, ésta no puede sobrevivir como “comunidad eclesial” a la larga. Las pequeñas comunidades cristianas deben sentirse afectiva y efectivamente, parte integrante de la Iglesia local o diocesana" (lb.N.42).
c) En asuntos de fe y costumbre obediencia a la Iglesia a través de sus Pastores que son maestros y guías del Pueblo de Dios.
d) Presencia y participación en el conjunto de la actividad pastoral diocesana, de manera especial en las actividades catequéticas, litúrgicas, evangelizadoras y testimoniales.
Una comunidad que viva ajena a los Pastores del Pueblo de Dios, a la parroquia, al Magisterio de la Iglesia, no es una comunidad eclesial ni carismática.
e) Mantenerse también en contacto y diálogo con las demás comunidades e instituciones eclesiales.
NOTAS:
1) DIONISIO BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales, DDB, Bilbao1982, p. 153-154.
2) LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la Iglesia, Sal Terrae, Santander 1980, p. 32.
3) J.R. GARCIA MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu, liberación, Morova, Madrid 1977, p. 51.
4) Vat. II, Constitución “Dei Verbum”, 9 y 10.
5) Vat. II, Presbyterorum Ordinis, 6.
6) J.M. PIÑERO CARRION, Nuevo Derecho Canónico. Manual practico, Edit. Atenas, Madrid 1983, pgs.118-119.
7) CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA – COMISIÓN DE PASTORAL,Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, EDICE, Madrid 1982, n.34.
RECONOCIMIENTO ECLESIAL DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES
Del Documento Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas de la Comisión Episcopal de Pastoral entresacamos algunos puntos que no se pueden ignorar aquí. Recomendamos encarecidamente la lectura de este documento. Se puede pedir a: EDICE (Editorial de la Conferencia Episcopal Española) Vía de los Poblados, 75 (Hortaleza) MADRID - 33.
En esta línea, nos parece necesario reconocer públicamente con realismo que, en general, las Pequeñas Comunidades Cristianas no sólo no han nacido por iniciativa de los obispos y vicarios de pastoral, sino que durante mucho tiempo han vivido ignoradas o meramente toleradas por nosotros; que no siem?pre hemos sabido acercarnos a ellas con comprensión y acompañarlas en su camino con paciencia, mirándolas, por el contrario, con ojos demasiado críticos, o manteniéndonos a tal distancia que nos ha impedido ejercer la corrección fraterna de manera cercana, realista y pastoral.
Si expresamos aquí esta constatación -que no afecta por igual a todos los obispos y vicarios, pero que asumimos lealmente como colectivo- es para que sea ante la Iglesia un signo de cambio de actitud, de conversión y de renovado compromiso por ayudar con empeño a todos los grupos cristianos, respetando el legítimo pluralismo que representen; como quisiera ser también invitación a los hermanos de las comunidades cristianas a un discernimiento de sus posibles defectos y a la consiguiente conversión (N. 33).
Reconocimiento de la eclesialidad de las Pequeñas Comunidades Cristianas
Las Pequeñas Comunidades Cristianas constituyen una expresión más entre otras de la vida de la Iglesia. En cuanto comunidad de bautizados que se reúnen para compartir y celebrar su fe y su compromiso con la Iglesia y con el mundo, tienen un derecho básico a que se les reconozca como parte de la diócesis a todos los efectos; una ciudadanía eclesial análoga -no necesariamente idéntica, por diferencia de circunstancias- a la que tienen las parroquias y otras instituciones u organizaciones pastorales de la Iglesia local. Tanto la Parroquia territorial como la Pequeña Comunidad Cristiana, los movimientos apostólicos y las demás agrupaciones pastorales, son expresiones diferentes y legítimas de la misma Iglesia diocesana, presidida por el obispo. Este reconocimiento no debe quedar por parte del obispo y de las demás instituciones diocesanas en una actitud meramente teórica o distante, sino traducirse en concreto apoyo, afectivo y moral, jurídico y material (N. 34).
Actitud de diálogo
Como primer paso y el más urgente trataremos, por todos los medios a nuestro alcance, de iniciar contactos con las Comunidades Cristianas de nuestras diócesis, si no lo hemos hecho ya, y de continuarlos y profundizarlos en todo caso. Comprenderemos que quizá sea preciso dedicar un largo tiempo a entablar relaciones sinceras y cordiales para desbloquear prejuicios mutuos, para buscar una comprensión que facilite la colaboración, sin que nosotros las pretendamos forzar con actitudes autoritarias ni juridicistas, sino conducirlas con espíritu pastoral, que debe presuponer la libertad, el respeto y el amor ...
En este sentido, reconocemos como una situación deseable para nosotros, obispos y vicarios de pastoral, la de vivir la experiencia comunitaria de una u otra ?manera. Y cuando así no esté ocurriendo ya, nos proponemos insertarnos en la dinámica de las Pequeñas Comunidades Cristianas del modo más adecuado y dentro de las circunstancias concretas de cada uno de nosotros, en cuanto nos sea posible (N. 35).
Acompañamiento pastoral
Dando por supuesto el empeño común para llegar a establecer unas relaciones cercanas, sinceras y cordiales entre los obispos-vicarios y las pequeñas comunidades, nos proponemos ofrecer nuestra ayuda positiva, en las formas que la misma vida pastoral y la situación concreta de cada Iglesia local pueda ir sugiriéndonos, con el fin de estimular el dinamismo y el crecimiento de las comunidades. Entre otras, que en cada lugar puedan surgir por motivos y circunstancias muy concretas, nos proponemos prestar una atención más particular y continuada a las siguientes actividades:
- Extremar nuestro interés por el adecuado acompañamiento pedagógico de cada comunidad o grupo de comunidades, según sus características o circunstancias...
- Promover y facilitar la presencia y la participación corresponsable de las Pequeñas Comunidades Cristianas en el conjunto de la actividad pastoral diocesana; en la elaboración, realización y revisión de los programas de pastoral de conjunto, y, en general, mediante su intervención en las actividades catequéticas, litúrgicas, evangelizadoras y testimoniales de la diócesis.
- Estimular la información, el contacto y el diálogo entre las diversas comunidades y entre ellas y las demás instituciones eclesiales...
- Prestar toda la colaboración que sea posible y conveniente para resolver los conflictos que puedan producirse al interior de las comunidades, o en la relación de unas con otras, o con otras instituciones eclesiales, así como para proporcionarles locales, ayudas materiales o respaldos morales.
- Exponerles con franqueza y sencillez, cuando se presente la ocasión, nuestros interrogantes sobre sus posibles ambigüedades, nuestro parecer sobre los pasos que van dando, nuestra corrección fraterna sobre sus defectos... (N. 38).
Promoción de nuevas comunidades
Por último, queremos proponernos y proponer a nuestros hermanos obispos y vicarios de pastoral la promoción de nuevas comunidades como un compromiso preferencial, reconociendo así, con toda la Iglesia universal, la importancia de este movimiento que el Espíritu ha suscitado en nuestro tiempo para que muchos hermanos puedan reencontrar el sentido de la fe y crecer y madurar en la autenticidad de su vivir cristiano.
Es éste un objetivo que desde luego excede los límites del compromiso personal de obispos y vicarios de pastoral, por lo que invitamos a asumirlo a todos nuestros hermanos sacerdotes y también a los demás agentes de pastoral. Sugerimos a este respecto un triple nivel de actuación:
- En primer lugar, será necesario iluminar y clarificar en nuestras diócesis la imagen de las Pequeñas Comunidades Cristianas en general, subrayando las grandes posibilidades que ofrecen, tanto para la adecuada maduración de la vida cristiana individual como para el crecimiento de la vida comunitaria y de compromiso eclesial con el mundo. Siendo plenamente personal, la fe es también plenamente comunitaria. La fe no es una mera vivencia de Dios, sino una vivencia compartida, una convivencia: se cree "en Iglesia". En este sentido, hay que aclarar que las Pequeñas Comunidades Cristianas no son fruto de una moda o de un capricho o hasta, si se quiere, de una llamada especial para unos pocos; es por el contrario, una realidad estructural de la Iglesia de Jesús, que en nuestra sociedad actual aparece como muy adecuada para que el creyente pueda vivir la fe como una opción a la vez libre, personal y comunitaria; es decir, como una realidad eclesial. Esta mentalización es un trabajo que tal vez pueda realizarse sin grandes dificultades por medio de la predicación y los demás medios de formación y de información ordinarios... (N. 39)
Tema 2:
Primeros pasos hacia la comunidad
El comienzo de una comunidad es como poner los cimientos sobre los que se ha de asentar después. En cualquier edificación los cimientos no tienen vistosidad ni están expuestos a la admiración de los demás, pero son los que mantienen todo el conjunto de la obra.
Para que salga adelante y perdure después una comunidad, deben quedar muy definidos desde el principio su objetivo, estilo y espíritu, y un poco también su configuración, de forma que todos los que hayan de entrar en ella acepten desde el principio unánimemente y de corazón todas sus exigencias.
Un punto crítico es el despegue. En algunos grupos de oración se puede experimentar cierta dificultad, casi siempre por alguno de los siguientes casos:
- no llegan a ponerse de acuerdo los que desearían formar comunidad: unos la conciben de una forma y otros de otra;
- quizá se hayan puesto fácilmente de acuerdo, pero al cabo de cierto tiempo aquel comienzo y proyecto resulta inviable, terminando por disgregarse, quedando un deje de disgusto e indisposición para nuevas tentativas;
- En otros casos la dificultad podría residir en el hecho de que los miembros del grupo, al conocerse con todos sus defectos, se fijan más en que tal hermano será siempre así y no cabe esperar un cambio, o en la incompatibilidad o rechazo entre unos y otros, que desisten del proyecto comunitario.
Ante situaciones como estas que ponen muy de manifiesto nuestros pecados y miserias, más que desanimarnos, lo que debemos hacer es reflexionar y tomar conciencia de dónde estamos y dónde nos quiere el Señor.
He aquí algunos puntos que nunca hemos de olvidar:
1- ) "Si el Señor no construye la casa...”. Antes que amar a la comunidad hay que amar a los hermanos. Si llega a surgir la comunidad, no va a ser como resultado de nuestro esfuerzo o del gran interés que tengamos por ella, sino como fruto del amor que nos tengamos en el Señor. El es el que crea la comunidad de acuerdo con los planes que El tiene sobre nuestras vidas. A nosotros corresponde seguir fielmente la invitación del Señor. Por muchas dificultades que podamos encontrar, allí donde hay fidelidad a la Palabra y a la voluntad del Señor, surge la verdadera comunidad.
2-) En la raíz de todos los fracasos podemos hallar siempre nuestra falta de espíritu de reconciliación, de compasión, de aceptación y amor al hermano tal cual es.
3-) Los hermanos de la comunidad no los escogemos nosotros. El Señor nos ha puesto providencialmente juntos, no para que nos quedemos parados, sino para que caminemos unidos. Cuando la selección se quiere hacer de forma muy particular y tendenciosa el fracaso es inevitable.
4- ) A pesar de todas las dificultades e intentos fallidos, sigue siendo posible el formar comunidad si se llega a proceder con rectitud y sinceridad en verdadero arrepentimiento, lo cual es un cambio importante de actitud, buscando el apoyo más en el Señor que en nosotros mismos.
ACIERTO EN EL VERDADERO ENFOQUE
l. En el comienzo de una comunidad suele haber cierta inspiración o carisma, cierta manifestación o gracia del Espíritu. Así pasó con la primera comunidad en Jerusalén que dio comienzo a la Iglesia, y así ha pasado con las verdaderas comunidades a lo largo de la historia. El Señor utiliza a personas concretas, dotándolas de los dones necesarios o haciéndoles sentir una llamada, una moción del Espíritu, y después han sabido contagiar este fuego a otros hermanos.
Siempre, pero sobre todo en los comienzos, se necesita mucha oración, personal y comunitaria. Los que se sienten llamados a empezar han de orar perseverantemente unidos.
Para dar el verdadero enfoque al proyecto comunitario evitemos idealizar la comunidad. Esta no va a ser un paraíso de delicias, sino una forma de consagración y servicio al Señor y a los hermanos.
2. En los que van a empezar la comunidad se requiere un mínimo de madurez humana: es decir, cierto equilibrio y estabilidad afectiva y emotiva, vida familiar sana. No se puede buscar la comunidad como un refugio de problemas de soledad, de falta de trabajo, de mala situación económica, o como evasión de los deberes del propio estado de vida.
La comunidad no es para solucionar estos problemas, aunque si se encuentra con ellos, no los debe desatender. Si un hermano quisiera entrar en comunidad por alguna de estas razones, habría que orientarle y disuadirle adecuadamente en su propio beneficio.
La motivación principal no puede ser otra más que un deseo sincero y maduro de entregarse más al Señor y ponerse más al servicio de los hermanos. Es una donación, una entrega, consecuencia de un amor maduro.
3. No tiene objeto pensar en la comunidad si no se ha llegado en el crecimiento espiritual a un nivel de madurez cristiana, de la que forman parte elementos tan imprescindibles, para lo que aquí nos interesa, como la sumisión y obediencia, la transparencia, la corrección fraterna, la reconciliación constante, el amar y aceptar a todos por igual sin acepción de personas hasta el punto de querer uno para sí mismo lo más humilde, sin afán de protagonismo.
4. Desde el primer momento debe haber cierto liderato, es decir, dirección o autoridad, o como lo queramos llamar, encarnada en un equipo pastoral. Esto quiere decir que desde el comienzo debe funcionar muy bien la sumisión y obediencia a los dirigentes de la comunidad. Sin sometimiento es inútil pensar en la comunidad.
Querer darle un enfoque democrático, de forma que todas las decisiones se tomen de acuerdo con el sentir de la mayoría, sería una ingenuidad y una forma de rehuir el esfuerzo de la obediencia. Una comunidad no se puede mantener así.
5. Hay que ser realistas en el planteamiento. No tratar de empezar por lo más difícil, sino por lo más fácil y asequible a todos. Es decir, para que haya verdadera comunidad no es necesario incluir desde el comienzo todos o alguno de los siguientes elementos:
- convivir bajo el mismo techo,
- compartir totalmente los bienes,
- tener todos el mismo compromiso,
- ser muy perfectos en todo.
Ninguno de estos elementos se requiere para formar comunidad, aunque todos o alguno se puedan dar.
Convivir bajo el mismo techo supone mucha más dificultad y exigencia. Si algunos o todos los hermanos de una comunidad llegan a esto es un testimonio maravilloso. A veces en una misma comunidad hay hermanos que viven en convivencia, y otros, no.
El compartir totalmente bienes no es necesario para formar comunidad; basta cierto grado, un tanto por ciento, el diezmo. etc. Sin embargo la comunidad que llegue a compartir totalmente bienes es de un gran impacto evangélico para creyentes y no creyentes... Cada familia debe sopesar la situación en que se encuentra respecto a sus hijos...
Dentro de una misma comunidad carismática puede haber diversidad de compromisos. En principio debe haber un compromiso común para todos, según el cual todos se comprometan a ser hermanos unos de otros, a aceptar la autoridad de la comunidad, el estilo y las normas que tenga establecidas. Pero, además de esto, puede haber hermanos que se sientan llamados a hacer una mayor consagración al Señor, por ejemplo, con los tres votos de obediencia, pobreza y castidad, como la mejor expresión de vivir los consejos evangélicos.
UNA ETAPA INTERMEDIA:
LOS GRUPOS DE CRECIMIENTO
Ante las dificultades que para las relaciones interpersonales se originan en el grupo de oración a medida que crece numéricamente, se han comprobado, la bondad y conveniencia de los grupos de profundización, llamados también grupos de crecimiento o de compartir.
No se trata de un grupo más de oración, ni tampoco de sustituir el grupo grande por otros más pequeños, sino de dar más fuerza y consistencia al grupo grande, y al mismo tiempo, ofrecer una atención pastoral más personalizada a cada uno de los hermanos.
El grupo de profundización puede estar formado por un número de seis a diez, con un coordinador que tiene la solicitud de que se logre siempre el clima de unidad y amor entre todos, procurando que cada participante se abra a la comunicación. La distribución por grupos de profundización se hace según el discernimiento de los servidores, entre ellos mismos y con cada uno de los hermanos.
El grupo de profundización se puede reunir cada semana, o, si no es posible, al menos cada quince días, tratando de responder a un triple objetivo: orar juntos, profundizar en la Palabra de Dios o en algún tema de formación y relacionarse más entre ellos, en verdadero compartir espiritual, para llegar a conocerse mejor y conseguir mayor unidad y afinidad espiritual.
Ha de ser ya una pequeña fraternidad, como etapa intermedia y de aprendizaje de todo lo que hay que practicar y vivir en una comunidad. La apertura, la transparencia, la ayuda mutua, la corrección fraterna, el interceder unos por otros, el compartir lo que se es y lo que se tiene, han de encontrar su expresión de una forma sencilla y natural. Los problemas, los sufrimientos y las necesidades de cada uno han de ser asumidos por todo el grupo.
Esto no quiere decir que se tengan que manifestar hasta los problemas más íntimos, que solamente se deben exponer al confesor o al director espiritual, pues esto no haría más que problematizar y agobiar al grupo obstaculizando su crecimiento y buena marcha.
Con el tiempo quizá todos, o al menos algunos, se sentirán dispuestos a dar un paso más hacia la comunidad. Pero aún en el caso de que no se llegara a esto, si todos o casi todos los que asisten al grupo grande se integran en grupos pequeños de profundización, se notará enseguida la fuerza y consistencia que adquiere el grupo grande, y cómo cada uno se mostrará más identificado y responsable, con más facilidad para participar en los distintos ministerios, y, por añadidura, se habrá logrado una mayor perseverancia en todos los que vayan llegando.
¿CUAL HA DE SER LA META?
Llegar a formar cuanto antes una verdadera fraternidad en la que ya se viva el espíritu de la comunidad.
La celebración eucarística, que de vez en cuando puede tener cada grupo como uno de lo momentos más intensos, los tiempos de convivencia y de oración asidua, todo lo que juntos vivan y hagan les irá dando paulatinamente una configuración comunitaria.
Muy pronto cada grupo sentirá la necesidad de hacer algún compromiso de dimensión comunitaria. Los servidores del grupo grande han de estar muy atentos para guiar y pastorear a los grupos de profundización por este camino.
En los hermanos que al cabo de algún tiempo quieran empezar a formar comunidad habría que tener en cuenta los siguientes elementos:
- asiduidad, de dos o más años, al grupo de R.C., con integración plena y participación en los servicios y ministerios;
- deseo sincero de servir al Señor en la comunidad;
- espíritu fraternal, que se manifieste en actitudes de preconciliación, misericordia y compasión para con todos, y, de manera especial, en una conciencia rectamente formada, que sepa evitar críticas, murmuraciones, chismes y discusiones;
- equilibrio y estabilidad en la vida familiar y en la afectividad, y responsabilidad en el propio trabajo o profesión;
- humildad y docilidad manifestadas en la práctica del sometimiento y en la aceptación plena del Magisterio de la Iglesia;
- oración personal diaria de al menos media hora;
- vida sacramental frecuente en cuanto a la Penitencia y Eucaristía;
- haber asimilado el espíritu de la R.C., que casi se la viva como una vocación;
- los casados, si ambos esposos están en la R.C., han de ir muy unidos y de común acuerdo, tanto para integrarse en un grupo de profundización como a la hora de hacer un compromiso comunitario. Cualquier forma de divergencia o divorcio espiritual en la pareja matrimonial no sólo atenta contra la unidad del matrimonio y de la familia, sino que para la comunidad sería un lastre. En esto hay que ser claros y precisos.
Tema 3:
LA COMUNIDAD FRUTO DE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU
por Miguel A. Vilchez, O.P.
Cuando una persona ha vivido en profundidad la efusión del Espíritu y siente muy dentro el hambre y la sed de Dios que el Espíritu pone en su corazón, no puede por menos cada día de buscar el alimento y el agua de la Palabra para encontrar cauces cada vez más claros para calcar en su vida el proyecto de Jesús. Por ello, el creyente tiene que seguir profundizando en su experiencia fundamental para conseguir que de una forma progresiva pero continua las consecuencias de la irrupción del Espíritu en su vida llegue hasta la vivencia de una fe madura conforme a la estatura de Cristo: “....hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del Mesías" (Ef 4,13).
Por ello, una mirada atenta al relato de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver que la descripción del acontecimiento de Pentecostés no termina con lo ocurrido aquella mañana dando cumplimiento a las promesas contenidas en las profecías de Joel (Hch 2, 2-21), sino que el apóstol sigue escribiendo para que el lector descubra, como cosa lógica, que ese relato termina con la forma de vida de los nuevos creyentes: la comunidad. "Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones...“ (Hch 2,41-42).
La conclusión de la venida del Espíritu es la forma concreta de vida de la comunidad. La efusión del Espíritu conduce al descubrimiento de la comunidad. El autor de los Hechos resalta la consecuencia de la vida en el Espíritu. La comunidad es una de las señales más claras de la actuación del Espíritu en la vida de los creyentes.
LA COMUNIDAD SE REALIZA EN JESÚS...
Es Jesús, por medio de su Espíritu, el que nos convoca a vivir formando comunidad. Y cuando Jesús nos llama de una forma concreta a vivir la unidad, es siempre por algún designio especial, que redunda en beneficio nuestro. Tenemos que ahondar en este designio de su misterio de amor para llegar a descubrir cada vez con más nitidez cuál es nuestro cometido concreto. Jesús nos inunda de carismas y dones comunitarios porque no hemos sido llamados a vivir la vida del Espíritu separados.
En la medida en que mantenemos nuestra fidelidad a Jesús viviremos su plan comunitario. La comunidad no la realizamos nosotros, la comunidad que Jesús quiere, muy distinta de la meramente humana, sólo se puede realizar si El está en medio. En una comunidad humana la fuerza de cohesión viene dada o por los lazos de la sangre o por otros lazos de simpatía, homogeneidad, de tareas a realizar, etc. Pero la comunidad evangélica es distinta. Lo que une es Jesús.
Por eso, en el relato de los Hechos no se llama a los que forman la comunidad hermanos, para no confundirla con agrupaciones humanas no dimanadas del Espíritu, sino que se les denomina creyentes, la comunidad de los creyentes; para recalcar que lo que une es la misma fe en Jesús. El que nos convoca a vivir en comunidad es el Espíritu de Jesús. No formamos parte de una comunidad movidos por la simpatía de las personas que la forman, ni movidos por las tareas u objetivos que hay que realizar, ni por la coincidencia de intereses. No formamos comunidad por los lazos de la sangre o por la afinidad de caracteres o sentimientos, sino que es Jesús el que nos llama a vivir comunidad y la realiza.
Por ello, si una comunidad falla, es porque los creyentes no han sido fieles a Jesús, han comenzado a mirarse unos a otros y han desviado su mirada de Jesús. Han dejado de estar tensos hacia El y han surgido entonces otras tensiones que la minarán por dentro. La unidad de la comunidad se mantiene en la medida en que todos sus miembros están tensos hacia Cristo. Cuando los miembros de una comunidad dejan de tener el objetivo de Cristo y cada uno se fija en su propio objetivo, la comunidad se rompe. Cuando los miembros de una comunidad en vez de estar mirando y tendiendo hacia Cristo, se ponen a mirarse unos a otros, comienzan a verse sus propias diferencias, sus propios defectos, las cosas que separan y entonces surgen los problemas. El único problema grave de una comunidad es dejar de mirarse todos en Cristo.
Hay problemas cuando cada uno comienza a mirarse a sí mismo o a mirar a otros sin pasar por la mirada de Cristo. Ya no miramos con la mirada de Jesús, sino con la nuestra, cargada de prejuicios, y es normal que se vean los problemas. Sólo en Cristo se pueden superar las diferencias. La comunidad no es mirarse unos a otros, sino mirar todos hacia Cristo. En El se funden todas las miradas y todas las tendencias. En El confluyen armonizándose todas las diferencias en una unidad que nos supera. Si la comunidad está fundada en nuestras cosas, siempre estará fundada sobre arena. Si está cimentada en El estará segura. ¡Nadie puede quitar el fundamento auténtico! Si la unidad se cimenta en otra cosa que no sea Cristo, la comunidad vivirá siempre en un equilibrio inestable.
LA COMUNIDAD UNIDA EN LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO JESÚS...
San Pablo en su carta a los Filipenses, capítulo 2, dice lo siguiente: ''Tened entre todos los mismos sentimientos que tuvo Cristo", a continuación entona un himno que canta el abajamiento de Jesús. Si no cultivamos en nuestro corazón los sentimientos de Jesús, si no vamos calcando sus actitudes, estaremos siempre en nuestras cosas y bajo el influjo de nuestros propios sentimientos que son dispares y a veces inarmonizables. La conversión a Jesús y a la vida de su Espíritu supone que continuamente cada uno va asimilando los gestos, actitudes y sentimientos de Jesús y en esa misma medida va estrechando la unión entre los miembros de la comunidad. Una comunidad basada en los propios sentimientos de cada uno dura muy poco. Por ello, si queremos mantener la unidad y cohesión de unos con otros, encontrémonos en Jesús. La fidelidad a Jesús es fidelidad a la comunidad, no se da la una sin la otra.
Cuando nos dejamos llevar por nuestros arrebatos, por nuestras ideas sobre los demás, por nuestro concepto estrecho de justicia, por nuestro puritanismo en la verdad, corremos el riesgo de juzgar al otro dejándonos llevar por nuestros prejuicios; mientras que si tratamos de sentir al otro como lo siente Jesús, todo será distinto. Venceremos a nuestra justicia con la misericordia de Jesús y a la verdad con la entrega y la generosidad de nuestra vida.
La comunidad de fe representa una nueva forma de vivir en comunión con los demás, superando todas las barreras y encontrándose en Jesús -sin agruparse por tendencias-o sabiendo que el encuentro cristiano con el otro tiende a realizarse en la medida de nuestro encuentro con el Señor. La comunidad eclesial significa la realidad y el reconocimiento de estar unidos mediante y en Cristo. Cualquier otro grupo humano puede estar generado y expresado por la palabra humana. La comunidad cristiana, sólo por la Palabra divina, que es Jesús. Por eso, la comunidad cristiana trasciende a las personas que la integran, ya que nos hace penetrar en la vida mistérica de Dios en Cristo. Un grupo de personas se transforma en comunidad eclesial cuando se congrega como comunidad de la Palabra, del culto y de vida evangélica, instaurada en el nombre del Señor Jesús.
LA COMUNIDAD ME COMPROMETE CON LOS HERMANOS...
Es necesario comenzar con las palabras del mismo apóstol Pablo que en el capítulo 12 de su carta a los Romanos dice lo siguiente: "En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero, teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los demás; con un celo sin negligencia: con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12).
La fidelidad al Señor es fidelidad a la comunidad. Una comunidad formada por hombres de carne y hueso que viven unas situaciones concretas y que no podemos soslayar. Si el camino del Señor pasa por el camino de los hombres, mis hermanos, yo no puedo hacer mi camino independiente de los demás. El compromiso se da en los bienes materiales, pero también, y muy importante, en los bienes espirituales. Yo no puedo desentenderme de las cosas espirituales de mi hermano, siendo así que demuestro en muchas ocasiones que sus aspectos materiales sí me interesan. Caminar juntos no permite hacer de las cosas espirituales un asunto exclusivamente personal. Ellas tienen que suponer un continuo encuentro en profundidad con cada hermano.
Compartir con los hermanos es signo de fidelidad al Señor y a la comunidad. No venimos a la comunidad cada uno a iluminar un pequeño rincón de la casa, sino que estamos llamados a unir nuestras pequeñas llamas para fundirla en una sola en Cristo. Sólo así la comunidad se convertirá en una gran luz puesta sobre un monte que ilumina a todos los que se acercan a ella. No podemos formar una playa si no juntamos todas nuestras arenas. No podemos hacer un pan si mantenemos nuestros granos de trigo, separados y sin moler. No podemos vivir ni hacer Eucaristía si no fundimos el zumo de nuestras uvas.
La fidelidad al Señor y a la comunidad nos hace ver que la tarea que tenemos en común no es sólo el cometido de realizar el carisma que el Espíritu nos confía a cada uno y el atender a sus necesidades materiales, sino también el realizar el camino hacia la casa del Padre juntos. Para ello sé que tengo que entregar todo a mi hermano: disponibilidad. Todo lo nuestro queda a disposición del hermano, sin guardarnos nada.
Ni lo material ni lo espiritual. No se pueden compartir las cosas materiales con autenticidad, no podemos estar auténticamente a disposición de los hermanos que me comprometen, si no compartimos también la Palabra de Dios y la experiencia de su paso por nuestra vida. A veces, nos atrevemos a compartirlo todo, pero somos muy celosos de la Palabra, la guardamos para nosotros solos, y el Señor nos la da gratis.
El gran compromiso contraído con los hermanos en la comunidad es la tarea de ayudarnos todos a la identificación con Cristo y esto no puede hacerse si no unimos las pequeñas capacidades de nuestras particulares identificaciones con Cristo. Y esto yo no puedo hacerlo si no tengo la oportunidad de poder alabar a Dios con mi hermano por las maravillas que Dios hace en él y viceversa. No estamos sólo para orar junto a mi hermano, sino también para orar con mi hermano, para orar con su oración y entregar mi oración, cederle mi oración.
La comunidad de la que formo parte, con sus limitaciones y su pobreza de compartir y sus pecados, es un don que me ha hecho Dios, no la he escogido yo. Debo dar gracias diarias por ella y por cada hermano en particular. Sabiendo que después de la fe es el don más grande que me ha hecho. La comunidad es el lugar de salvación para mí. Nunca agradeceremos suficientemente el pertenecer a ella.
Tema 4
Aceptación de sí mismo
y equilibrio afectivo
por Pedro Femández, O.P.
El proceso de la identidad y de la realización de la persona, en sus diversos niveles individuales y sociales, es una realidad siempre inacabada, como aparece en la crisis de identidad del adulto hacia la mitad de su vida. La maduración o desarrollo normal de la persona implica principalmente la mente y el corazón, como nos sugieren estas palabras que encontramos al comienzo del Libro de la Sabiduría: "Pensad rectamente del Señor y buscadle con un corazón entero" (SI 1,1). En consecuencia, este proceso de la madurez personal se apoya principalmente en el interior de uno mismo, y se manifiesta como conocimiento y aceptación de uno mismo, como capacidad de asumir la vida con sus maravillas y sus dificultades, y como fuerza para el perdón y para la esperanza ante uno mismo y ante los demás. La reconciliación es la clave, en personas tan vulnerables como los humanos, para llegar a tener un espíritu de bronce y un corazón de carne.
La madurez es, pues, un crecimiento equilibrado de la mente y del corazón que se manifiesta en unas relaciones sanas con los demás y con el mundo. La salud corporal y psicológica tienen su importancia en este proceso, y la calidad de las personas que le rodean a uno influyen también mucho para bien o para mal. Pero, en nosotros cristianos, existe otra realidad, que es la fundamental, en este proceso de crecimiento interior y social de la persona. Me refiero al amor de Dios derramado en nuestros corazones lastimados ya desde la concepción. Por tanto, es la fe en el poder y fuerza de la gracia de Dios lo que nos anima en esta continua transformación y perfeccionamiento al que Dios nos llama a cada uno según la vocación que El nos haya concedido. Recordemos aquellas palabras de San Agustín: "Nos hiciste para tí, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en tí.
1. -MADUREZ HUMANA Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL
Los cristianos, en consecuencia, no separamos la maduración humana del crecimiento espiritual, como don o capacitación del Espíritu Santo. El Señor nos dice también a nosotros:
"Si quieres ser un hombre perfecto... (M t 19,21). Y creer en Dios, todopoderoso, Señor y Salvador, es la obra más perfecta que podemos y debemos hacer. ¿Qué haremos, pues, para producir obras de vida eterna? La respuesta clave del Evangelio es aceptar, desde nuestra humillación humana, la mirada compasiva de Dios, que se acuerda de su misericordia de generación en generación. Con otras palabras, hay que nacer de nuevo; nacer del agua y del Espíritu. Hay que dejarse salvar por Dios, abandonando ya de una vez la confianza en las propias obras buenas. ¡Maldito el hombre que confía en sí mismo, en la fuerza de su propia carne, apartando el corazón de su Señor! Mas, ¡bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces! (Jr 17,5-8).
En conclusión, el principio de la maduración o crecimiento espiritual del cristiano es el Espíritu Santo, el don de Jesús, concedido a quienes se dejan salvar por El y bendicen incesantemente al Padre, de donde procede todo bien, por el Cuerpo entregado y por la Sangre derramada. ¡El Cuerpo y la Sangre de Jesucristo! El Israelita se consideraba maduro cuando era capaz de comprender la Ley de Dios y de vivirla. Nosotros, los cristianos, llegamos a la madurez, cuando advertimos en nuestros corazones la presencia consoladora y fortalecedora del Espíritu. "Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán que enseñarse unos a otros, ni los hermanos entre sí, diciendo: Conoced a Yahvé, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes, oráculo del Señor; porque les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados" (Jr 31,33-34). En esta perspectiva, aparece cómo la Renovación Carismática no es meramente un método pastoral, sino la transformación o maduración personal, manifestada en el don de la conversión teologal, como aceptación de Jesús y de su Iglesia, y en la capacidad Pentecostal de la evangelización. Pentecostés fue la maduración de la Iglesia, y el don permanente de Pentecostés, actualizado en la Renovación Carismática, está llamado a ser nuestra maduración cristiana personal y comunitaria.
Estamos hablando de una realidad interior, en relación con aquellas palabras del Señor: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Luc 17, 21). Y este es el misterio: entrar en el reino de Dios, cuya puerta es Jesucristo, levantado en Cruz, para que todos podamos mirarle traspasado, y confesar nuestros pecados ante Dios tan abiertamente como Jesús se manifestó crucificado ante los hombres. Así, nos atrae el Señor hacia su corazón. ¡Este es el misterio de la iniciación cristiana al misterio de la salvación en Cristo Jesús! Quien tenga la experiencia de este nuevo y definitivo nacimiento advertirá en su corazón las señales de la madurez espiritual: la sensibilidad a las cosas de Dios y a los caminos de Dios para los hombres; la docilidad a las inspiraciones y mociones más pequeñas del Espíritu en nuestros corazones; la capacidad de comprometerse eficazmente en los proyectos nacidos de Dios y no de nuestro propio protagonismo, buscando solo la gloria de Dios. Por consiguiente, este proceso de maduración cristiana que intentamos describir se identifica con el proceso de la iniciación cristiana, sacramental, naciendo del agua (en un momento) y del Espíritu (en un proceso).
2. -LA ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO
La maduración cristiana coincide, como hemos visto anteriormente, con la experiencia del nuevo nacimiento del agua y del Espíritu; es un acontecimiento concreto, con el que se intenta un largo camino de luz y de lucha. Todo comienza con la conversión, palabra clave y don de Dios, que consiste en gozarse en esa alegría grande que hay en el cielo por un pecador que se convierte. La conversión se puede describir de formas diferentes. Por ejemplo, como luz que puede manifestarse también visiblemente. "Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo será tenebroso, pues si la luz que hay es tinieblas, ¡qué tales serán las tinieblas!" (Mat. 6, 22-23). También puede describirse como libertad interior, traducida a veces en una espontaneidad profunda y nueva en palabras y gestos con una gran eficacia apostólica. Igualmente, la conversión se manifiesta como la advertencia iluminadora de que Dios nos ama y que estamos llamados a amar a Dios por encima de toda otra persona y realidad, para ser verdaderos discípulos de Jesús.
Esta experiencia del don teologal de la conversión implica, con otras palabras, la aceptación de sí mismo. Cuando se acepta a Dios que me ama, desaparece la agresividad, porque las heridas del corazón, dejadas por la vida, comienzan a ser ungidas por la ternura compasiva de Dios.
¿Qué sentido tiene, por tanto, la aceptación de sí mismo? ?La aceptación cristiana de sí mismo significa verdaderamente la aceptación de Jesús como nuestro (mi) Señor y nuestro (mi) Salvador. Como Señor y Salvador único. ¡Qué bueno es darse cuenta de que uno se encuentra necesitado y que Jesús se acerca para salvarme! Es preciso advertir cómo el proceso de la sanación interior es necesario recorrerlo en cada una de nuestras vidas. Sin la experiencia humillante de la propia pobreza, no llegaremos a ser humildes, lo que nos permitirá decir al Señor con el corazón entero: ¡Señor, puedes hacer lo que quieras! Con frecuencia, ahogamos en nosotros la voz interior que nos llama a liberar esa fuente que hay en cada uno de nosotros. Tenemos miedo a encontramos con esa corriente que mana del interior, que somos nosotros mismos, y que es Dios en nosotros.
Recuerda algunos momentos de tu vida y algunos hechos, cuando no has sido capaz de actuar con libertad; cuando no has sido capaz de controlar tus palabras, tus sentimientos, tus deseos, tu misma vida. Examina las causas de estas esclavitudes, cadenas, y no cierres los ojos a la verdad, aunque sea dura. Salta la frontera, y no tengas miedo a conocer tu verdad; no tengas miedo a manifestar tu verdad a quien pueda transmitirte la palabra y la luz de Dios. Sobre todo, cuando estés frente a tu verdad, no dudes en acercarte a Jesús y decirle de verdad: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3). Para estar en armonía con los demás y también con Dios, necesitamos estar igualmente en armonía con nosotros mismos. Necesitamos encontrar el cauce de ese río, interior, que salta hasta la vida eterna; tiene que decantarse la presencia de Dios en el corazón. "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a tí agua viva" (Jn 4, 10). La aceptación de sí mismo es lo que nos hace capaces también de estar por encima del agobio, y cantar con el profeta: "Yahvé, mi Señor, es mi fortaleza, que me da pies como de ciervo y me hace volar por las alturas" (Ha 3, 19). Esta es la libertad de los hijos de Dios, que nos da la capacidad de ser uno mismo, aunque por algún tiempo tuviera que quedarse uno aparentemente solo.
3. -EL EQUILIBRIO AFECTIVO
La aceptación de sí mismo nos lleva a la aceptación de los demás en cuanto dones de Dios. Además esta maduración espiritual, fundada en ser nuevas criaturas por el nuevo nacimiento, nos concede ese raro equilibrio entre el espíritu y la carne: el temple del corazón cristiano. Hablamos de la entereza del corazón, propia de quien lleva dentro el canto de los redimidos. Nos referimos al corazón transformado por el amor de Dios y lleno de los frutos del Espíritu, que son: "Caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza" (Ga 5, 22-23). Esta es la perspectiva donde planteamos la cuestión del equilibrio afectivo o equilibrio emocional, advirtiendo que la afectividad influye en las realidades más profundas de nuestro ser y de nuestra conducta humana y cristiana.
Cuando hablamos de afectividad, no nos quedamos en el sentimiento o en la emoción superficial, sino que intentamos llegar al amor y a sus consecuencias en la persona humana, tanto en el nivel ideológico como en el comportamiento. Este es el interrogante que debemos plantearnos: ¿Existe armonía o división entre tantas fuerzas como llevamos dentro? Por otra parte, ya sabemos que "solo se ve bien con el corazón", y "donde está tu tesoro allí está nuestro corazón" (Mt 6, 21). Son tantas las realidades que nos jugamos en el campo de la afectividad, que no debemos olvidar aquellas palabras de Jesús: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Ciertamente, no debemos equivocarnos en el camino; estamos pidiendo al Señor su amor en orden a superar toda clase de frustración, todo vacío afectivo, toda apariencia masoquista, toda agresividad...
¿Cuál es el método para asumir y orientar la afectividad en nuestra vida cristiana, como uno de los dones con los que Dios ha enriquecido la vida humana?
Primero: debemos conocer nuestra afectividad con sus cualidades propias para aceptarnos como somos y cómo los acontecimientos de la vida, positivos y adversos, nos han ido configurando.
Segundo: asumir las alegrías y también las heridas que la vida ha dejado en nuestro corazón; aceptar a quienes nos han amado y a quienes nos han odiado, despreciado o marginado, hiriendo profundamente nuestra afectividad. Dios nos llama a dejarnos curar, abandonándonos en sus manos, que nos llevan hacia nuestra vida interior para descubrir quizá derrumbamientos donde tendría que haber esperanza. Dios llena el vacío de no haber sido amados o de haber sido mal amados.
Tercero: debemos escuchar la voz de Dios en la oración, que nos dice: "Hijo, dame tu corazón" (Pr 23, 26). En la oración debemos pedir a Dios un corazón nuevo para ser criaturas nuevas; las criaturas que viven en la nueva tierra y en los nuevos cielos.
Cuarto: una vez que hayamos experimentado que Dios nos ama, comenzaremos ya a amar desde el corazón de Dios, con el amor de Dios (que es un don, no un sentimiento), a Dios y a los hermanos que El nos vaya dando.
La afectividad tiene mucho que ver con la oración cristiana, y, además, será en la oración donde el Señor nos irá conduciendo en medio de las amistades que vayan surgiendo en nuestro camino. Nos referimos especialmente a la oración comunitaria; donde se manifiestan más claramente los verdaderos hermanos que Dios nos va dando. Hablando Santa Teresa de Jesús sobre la ternura y los contentos, que no gustos, de la oración, como regalos de Dios, escribe: "Solo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho: y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéramos, no ofenderle y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido" (Moradas IV, 1, 7). Este amor de Dios, experimentado en la oración, nos dará la clarividencia sobre las motivaciones auténticas de nuestras amistades con otras personas, sobre todo con personas del otro sexo. Esta clase de amistades son posibles y buenas, siempre que las motivaciones sean cristianas, lo cual se advertirán en los frutos, que deben manifestar el amor fraternal sin despertar el amor carnal. En este sentido, lo más decisivo es la carga anímica (para nosotros, carga de amor cristiano) que se ponga en las palabras y en los gestos. Con todo, la sobriedad en gestos, como el abrazo y el beso, es algo que Dios exige, sin perder, por ello, la espontaneidad sanamente fraternal.
4. -HACIA EL PROYECTO DE VIDA CRISTIANA
No me refiero a la necesidad de hacerse un programa de vida, con un conjunto de propósitos y sus revisiones periódicas. En absoluto. Aludo, por el contrario, al descubrimiento discernido de la vocación que Dios nos concede como don, y que se concreta necesariamente en un estilo de vida, claro y distinto, al que debemos de ser fieles, no a fuerza de buena voluntad, ni de esfuerzo de voluntad (cosas que valen muy poco en la vida cristiana), sino por la gracia de Dios. Es decir, es preciso descubrir la voluntad de Dios para cada uno, para sí mismo, y caminar con la confianza puesta plenamente en el Señor, sin idolatrar a nadie ni a nada. Este proyecto de Vida Cristiana, fundado en un compromiso serio (estemos atentos, pues hay personas acostumbradas a tomar superficialmente la palabra dada), se levanta sobre la gracia de Dios, manifestada, por ejemplo, en la oración y en la ascesis. La oración nos da la medida en nuestra relación con Dios; la ascesis, la medida en nuestra relación con el mundo y con los hombres y mujeres. Este proyecto, no es algo puramente intimista, pues tiene necesariamente unas consecuencias para la vida comunitaria, e, incluso, socio-política. De todas maneras, recordemos cómo las estructuras y las personas pasan, y a veces los protagonismos y los proyectos ocultan los caminos de Dios.
La oración debemos entenderla carismáticamente. Es cuestión de obedecer al impulso del Espíritu en nuestros corazones. Por eso, la oración consiste en llegar a conocer a Jesús, y advertir que El nos conoce. La oración, como ejercitación espiritual que es, se manifiesta en un tiempo y transforma toda la vida. La oración son lágrimas (Sal 80, 6); es gozo (Sa 36, 9); es ese río de agua viva (Jn 7, 38; Is 55, 1-3). "Tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, ¡oh Señor, Dios de los ejércitos!" (Jr 15, 16). "Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones con acción de gracias" (Flp 4, 6). La oración no es cuestión de pasarlo bien, ni tampoco de ir a ver qué sucede, puesto que la oración es un don de Dios que exige por nuestra parte disponibilidad y disciplina. En la oración nos damos cuenta de que el amor de Dios nos rodea por todas partes, pues en El vivimos y en El existimos.
La ascesis o disciplina espiritual, nos ayuda a superar la posible frivolidad espiritual. Como somos débiles y vulnerables, necesitamos ejercitarnos (eso significa su etimología) en los caminos de Dios para ir mejorando en fortaleza. La ascesis, sobre todo espiritual, nos ayuda a ir dejando las cosas o personas que nos esclavizan; nos ayuda a pedir a Dios con el corazón "que nos libre del mal", del pecado que hay en nosotros y en el mundo. Para vencer al mal con el bien, hay que morir como el grano de trigo a nosotros mismos; hay que desaparecer en Jesús, como el río desaparece en el mar. Una gran dificultad nuestra es la hipocresía: nos gustaría ser buenos, y, a veces, nos gusta aparentar que somos buenos, y nos gozamos en las alabanzas de los demás. Todo esto es veneno, que se evita sobre todo cuando aceptamos con paciencia y gozo las incomprensiones de los demás; cuando no buscamos la propia defensa (1 Co 6, 7); cuando asumimos lo que el Señor nos va quitando y lo que El, en correspondencia, nos va regalando. Necesitamos vivir una vida ascética, pues, por fuera, a veces parecemos justos, pero, por dentro, estamos llenos todavía de hipocresía y de iniquidad (Mt 23, 28).
La Biblia en la comunidad cristiana
por Santiago Guijarro
Santiago Guijarro, sacerdote que pertenece a la Hermandad de Sacerdotes Operarios, Licenciado en Teología por Salamanca y en Sagrada Escritura por el Bíblico de Roma, es el actual Director de la Casa de la Biblia, en Madrid, la cual en colaboración con PPC imparte los Cursos Bíblicos por correspondencia para España y numerosos países del extranjero.
"Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace mi voluntad y cumple su misión." (Is 55, 10-11)
Esta fuerza de la palabra que procede de Dios, y que hace germinar nuestras comunidades para que den fruto, es la que nos convoca a una reflexión sobre la función de la Biblia en nuestros grupos, y en la Iglesia en general. El objetivo de estas líneas es contribuir a esta acción misteriosa, haciendo una descripción de la situación actual de la Biblia dentro de nuestras comunidades y proponiendo algunas sugerencias para que esta presencia sea cada vez mayor.
Entiendo por "comunidad cristiana" el grupo de los creyentes en Jesús resucitado, que, animados por la fuerza del Espíritu, viven con alegría su fe, la comparten, la hacen eficaz y la transmiten a los demás. Desde la parroquia hasta el pequeño grupo familiar, pasando por los brotes más recientes de distintos tipos de comunidades que son, a mi modo de ver, uno de los signos más claros de la vitalidad de la Iglesia hoy. Todos estos grupos tienen en común el reconocimiento de la Sagrada Escritura como palabra normativa para interpretarse a sí mismos e iluminar el camino que deben seguir.
Para responder a la pregunta planteada implícitamente en el título: ¿Cuál es o ha de ser el papel de la Biblia en la comunidad cristiana?, dividiré la exposición en tres etapas. En la primera hago un breve balance de la si?tuación actual bajo el signo de la pregunta: ¿Qué papel está desempeñando la Biblia hoy en nuestras comunidades? La segunda parte es una invitación a volver la mirada hacia los primeros siglos de la historia de la Iglesia, y, muy en concreto, a la época apostólica, para descubrir los rasgos perennes de esta presencia. Finalmente ofrezco algunas propuestas para el futuro, con la esperanza de que sean enriquecidas con la creatividad de las distintas comunidades.
l. LA BIBLIA EN LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE HOY:
ANHELO Y SEPARACION
En términos generales la situación actual es contradictoria. Por un lado los estudios bíblicos y el ansia de conocer más la Biblia están cada vez más presentes entre los creyentes. Puede decirse que la Biblia está de moda, que todo pretende buscarse en la Biblia. Al mismo tiempo, y no con menor verdad, puede decirse que los cristianos estamos aún lejos de una lectura asidua y detenida de la palabra de Dios. La Biblia resulta muchas veces difícil de comprender y la sentimos lejos de nuestro lenguaje y de nuestras preocupaciones. La situación actual, es, pues, una mezcla de anhelo y de separación.
El termómetro para medir esta separación es muy sencillo. Hagámonos algunas preguntas. ¿Cuántos cristianos leen la Biblia fuera de las celebraciones litúrgicas? ¿Cuántos se han propuesto en serio comprender mejor la palabra de Dios a través de una lectura seguida o de un estudio constante? Y, sin embargo, la Biblia se encuentra en casi todos los hogares. ¿Qué es lo que falla aquí? Falla la motivación, el ambiente eclesial y la falta de animadores y orientadores en su lectura y estudio.
Y junto a la separación, el anhelo, la búsqueda y la inquietud por una mayor comprensión y un mayor conocimiento. El deseo de enfocar todos los problemas consultando antes a las raíces de nuestra fe, de buscar en la palabra de Dios la orientación decisiva, la palabra adecuada para esta o aquella situación que vive nuestra comunidad o que vivimos personalmente.
También este anhelo y esta búsqueda son fácilmente constatables. Ante cualquier problema o situación nueva, enseguida se trata de buscar la palabra autorizada de la Sagrada Escritura. Ante la reciente visita del Papa, una escuela de catequistas me invitó a que les hablara sobre "lo que el Nuevo Testamento dice sobre el Papa." Traté de hacerles comprender que el Nuevo Testamento no lo decía todo sobre este ministerio; sin embargo ellos seguían interesados en conocer lo que la Biblia decía acerca de la función de Pedro. Casos como éste, que denotan un interés creciente por la Biblia, se repiten a menudo. En los grupos parroquiales y en los nuevos tipos de comunidades (neocatecumenales, carismáticos, populares...) se advierte claramente un cambio muy importante en el papel que juega la Biblia. Al contrario de lo que ha ocurrido en tiempos recientes, hoy sería impensable un creyente sin un contacto asiduo y una referencia constante a la Biblia, sea en la celebración litúrgica o a través de la lectura y meditación personal o por grupos.
Sobre el transfondo de un divorcio secular entre la palabra y el pueblo de Dios, se dibuja la esperanza de un anhelo creciente. La constatación de estas dos realidades es, me parece, la mejor plataforma para plantearse con seriedad cuál ha de ser en el futuro el camino a seguir para lograr la "reconciliación" entre ambos. Para iluminar nuestra situación, vamos a describir brevemente el uso que hacían las primeras comunidades de la palabra de Dios.
2. LA BIBLIA EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS:
LA FUERZA DE LA PALABRA NORMATIVA
2.1. PARA ENTENDER MEJOR LO SUCEDIDO EN JESÚS
La preocupación más urgente de los primeros creyentes no fue la de entender la Biblia, sino la de entender el acontecimiento de Jesús. Trataban de comprender el anuncio fundamental, resumido por Pablo de modo admirable en la carta primera a los Corintios: " ... yo os transmití lo que a mi vez había recibido: que Cristo murió según las Escrituras y fue sepultado; que resucitó según las Escrituras y que se apareció ... " (1 Co 15, 3-5). La muerte y la resurrección de Jesús fueron las primeras preocupaciones y las más urgentes. Para ellos, que tenían esta experiencia de la resurrección, era fácil comprender su sentido, pero se sentían impulsados a transmitir a otros lo que ellos habían experimentado.
Precisamente para hacer comprender el sentido de estas afirmaciones fundamentales hubieron de recurrir enseguida a la Escritura. Tenían que mostrar a aquellos que no tenían la experiencia de la resurrección que todo lo ocurrido en Jesús había sido predicho por Dios a través de la Ley y los profetas. De este modo el Antiguo Testamento se convertía para ellos en palabra normativa y era contemplado como anuncio o promesa de todo lo sucedido en Jesús. Sintieron necesidad de comprender la Biblia para comprender mejor a Jesús y el significado de su vida, muerte y resurrección.
Voy a poner un ejemplo concreto para ilustrar este uso de la Escritura, y me voy a referir al problema más importante y decisivo que tuvo la Iglesia naciente: el anuncio de un Mesías que murió en la cruz, necedad para los griegos y escándalo para los judíos (1 Co 1, 23). ¿Cómo explicar que el Mesías tenía que padecer? El Mesías esperado por los judíos era, ante todo, un Mesías triunfante y victorioso que liberaría al pueblo de la opresión romana. Era el Mesías-Rey, Hijo de David. ¿Cómo explicar y mostrar que Jesús, muerto en la cruz como un malhechor, era el Mesías esperado por Israel y prometido por Dios desde antiguo? Para responder a esta pregunta contaban con tres datos: en primer lugar, los hechos ocurridos; en segundo, la experiencia profunda e inequívoca de la resurrección del Señor y del envío del Espíritu a los creyentes; y, en tercer lugar, la prueba de que lo sucedido en Jesús correspondía al anuncio de las Escrituras. Los dos primeros datos eran para ellos evidentes, pero era necesario el tercero para entrar en con?tacto con sus destinatarios, que generalmente eran de origen judío. Era un puente necesario, pues ambos, judíos y cristianos, concedían a la palabra de la Escritura un valor decisivo; era para ellos una palabra normativa. Buscaron y encontraron una explicación al sufrimiento de Jesús en los designios amorosos de Dios.
Esto es sólo un ejemplo, que podría multiplicarse, para mostrar cómo desde muy temprano la Escritura fue un factor decisivo en la explicación de la fe cristiana. En él observamos el mecanismo que seguían los primeros creyentes para llegar a tal explicación y los tres factores decisivos de esta reflexión creyente: los hechos ocurridos en Jesús, la experiencia profunda de la resurrección y de la salvación, y la iluminación desde la Palabra de Dios. Vayamos anotando todos estos elementos: también nuestro acercamiento a la palabra de Dios debe ser desde la fe en Jesús resucitado, y para comprender mejor lo que El significa para nuestra vida.
2.2. PRESENTE EN TODA SU VIDA
La Iglesia apostólica desarrolló su actividad principalmente en tres ámbitos: en el anuncio del mensaje cristiano fundamental, en la catequesis o enseñanza y en la celebración litúrgica. En estos tres contextos la palabra de Dios tenía un papel principal.
- Con el ejemplo anterior quedaría ilustrado el uso de la Biblia que los cristianos hacían en el contexto del anuncio del mensaje central de la fe cristiana. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). En él también la explicación de los hechos a la luz de las Escrituras es la clave para el reconocimiento de Jesús, y a su vez el reconocimiento de Jesús es la clave para comprender las Escrituras.
- El uso en la catequesis estaba muy extendido. La Escritura era la clave para explicar y apoyar muchos de los comportamientos cristianos o para iluminar el sentido de tal o cual actividad que los cristianos realizaban. Esta catequesis era el segundo momento de la instrucción de los que se habían acogido a la fe. En el Nuevo Testamento encontramos muchos vestigios de esta catequesis primitiva (p. e. Mt 5-7).
- Finalmente el uso en el culto. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que los primeros cristianos se reunían asiduamente para partir el pan en las casas. Por otros escritos de aquella época sabemos que el culto era una de las actividades principales de la primera Iglesia. Sabemos también que la lectura de la palabra de Dios era uno de los elementos importantes de éste. En esto, las primeras comunidades debieron copiar el sistema de lecturas usado en las sinagogas judías. San Justino nos informa en el primer libro de su Apología (Apol. 1, 66-67) que hacia el año 160 los cristianos solían reunirse el día del Señor para celebrar la Eucaristía, y que la primera parte consistía en la lectura de pasajes de los profetas y de los "recuerdos de los apóstoles." El Antiguo Testamento envolvía las celebraciones cristianas, y, para comprobarlo, sólo tenemos que visitar las catacumbas romanas y contemplar las pinturas que representan escenas del Antiguo Testamento, entendidas como promesa de lo ocurrido en Jesús y en las primeras comunidades.
Dejemos por ahora otras muchas cosas interesantes que podrían recordarse del uso que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras y quedémonos con el dato fundamental. Y el dato fundamental es: que las comunidades cristianas de la edad apostólica estaban impregnadas totalmente de la meditación y la lectura de la palabra de Dios; que se sentían imbuidas de sus conceptos y sus promesas. La lectura y meditación del Antiguo Testamento hizo posible la reflexión sobre el significado de lo ocurrido en Jesús y en los primeros cristianos. Sin él no habría sido posible el Nuevo Testamento. Así pues, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, como palabra normativa, fue uno de los motores que impulsaron la consolidación de los primeros creyentes en torno a Jesús resucitado, cumplimiento y plenitud de toda la Escritura.
Después de esta mirada hacia atrás, volvamos de nuevo a nuestra realidad eclesial. Tras la contemplación de la situación actual y el juicio que sobre ella emite la época fundante de nuestra fe, llega el momento de mirar hacia el futuro y proyectar.
3. LA BIBLIA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA. SUGERENCIAS PARA UN FUTURO MEJOR
3.1. LA B1BLIA PERTENECE A TODA LA COMUNIDAD
Simplificando un poco las cosas podemos decir que la interpretación de la Escritura ha sido durante mucho tiempo patrimonio exclusivo del magisterio eclesiástico. Más recientemente la exclusiva de la interpretación parecían tenerla los estudiosos de la Biblia. No se podía decir nada sobre tal o cual pasaje, sin antes haber consultado la opinión del magisterio o del especialista. Se pasó de una hegemonía a otra, dejando siempre a un lado al pueblo de Dios. Ahora que los cristianos se acercan con más frecuencia a la Palabra de Dios, la leen y la interpretan, se plantea de nuevo la cuestión: ¿A quién corresponde la interpretación auténtica de la Escritura?
La respuesta es sencilla. La palabra de Dios, como dice el Concilio Vat. II, ha de ser leída con el mismo Espíritu con que fue escrita. Si el Espíritu se ha derramado sobre toda la Iglesia, eso significa que toda la Iglesia, y no sólo parte de ella, es el sujeto de la interpretación. Ahora bien, en la Iglesia existen diversos carismas, y la interpretación ha de hacerse atendiendo a la peculiaridad de cada uno de ellos. Podríamos concebir imaginativamente la interpretación ideal de la Escritura como un triángulo construido con tres lados: la ?interpretación magisterial, la interpretación de los estudiosos y la interpretación del pueblo de Dios. La confluencia de estas tres aportaciones, cada uno desde su campo, compondría la interpretación ideal de la Palabra de Dios a la luz del mismo Espíritu con que fue escrita.
3.2 LA COMUNIDAD HA DE ACERCARSE MAS A LA BIBLIA
Vamos a dejar a un lado, sin olvidarlas, las otras dos partes, y vamos a fijarnos en la que nos corresponde a nosotros, que formamos la comunidad de los creyentes y no tenemos encomendada ni la misión magisterial ni la de ser doctores o entendidos en materia de escritura. Tenemos el Espíritu y esta credencial es título suficiente como para arrogarnos el derecho de poder decir una palabra sobre el sentido de la Escritura, y para recordarnos que tenemos la obligación y el deber de leer y meditar esta gran Carta de nuestro Padre. Voy a proponer algunas postas que a mí me parecen adecuadas para que la Biblia llegue a impregnar la vida de nuestras comunidades, como ocurría con las comunidades apostólicas.
l. La lectura y meditación personal de la Palabra de Dios es un hábito difícil de conseguir, probablemente por falta de orientación. En vez de leer otros libros, aunque sean muy recomendables, los cristianos deberíamos leer más la Biblia. No en grandes dosis, sino en pequeñas y orientadas dosis. Sin la orientación, la lectura puede ser insoportable. Se comprende perfectamente a aquél que empieza a leer la Biblia por el principio y con gran esfuerzo pasa los libros del Génesis y del Éxodo, pero al llegar al de los Números o al Levítico desiste de su empeño ante el maremágnum de leyes cúlticas o rituales que en ellos encuentra. Completamente natural. En este caso el fallo está en que hay que comenzar por otra parte, quizás por el N.T. Aparte de estas dificultades de forma, yo creo que lo más importante es una de fondo: falta un profundo convencimiento de que esta lectura y meditación personales son muy importantes para el crecimiento cristiano. Si tuviéramos este convencimiento, arbitraríamos los medios para l1evarla a cabo. Para l1egar a una lectura y meditación personales sería necesario, pues, un mayor compromiso y una mayor concienciación entre los miembros de las comunidades cristianas de que es algo importante.
2. La presencia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica es un dato adquirido. En toda celebración está presente la palabra de Dios de una u otra forma. El problema radica en el efecto que la escucha de esta palabra produce. Yo tengo la impresión, puede que equivocada, de que muchas veces los oyentes quedan como el cristal atravesado por la luz: ni rotos, ni manchados... como antes de escucharla. Esta situación puede paliarse con moniciones introductorias a dichas lecturas, las cuales desgraciadamente terminan cayendo en la misma rutina; o por medio de la explicación diligente del celebrante. Sin embargo la solución más radical está en otro sitio. Lo que habría que hacer es caer en la cuenta de lo importante que es la proclamación de la palabra de Dios en el contexto de la celebración y estar atentos para recoger todas las resonancias y alusiones a nuestras vidas como individuos y como comunidad, para dirigir nuestros pasos en el sentido en que ella nos orienta. Es necesario que nos digamos y nos repitamos que en la celebración litúrgica, con los fieles reunidos en el nombre del Señor Jesús, para compartir y alimentar su fe, se encuentra el lugar más adecuado de la proclamación de la palabra de Dios. ¿Cómo hacer que algo que se ha convertido en rutinario, vuelva a ser sorprendente y exigente?
3. En tercer lugar la lectura, meditación y estudio en grupos. Este es un fenómeno más reciente que puede recoger un amplio espectro de iniciativas. Desde los círculos o grupos Bíblicos propiamente dichos, hasta otro tipo de grupos que conceden a la lectura y estudio común de la Biblia un puesto importante. Pienso aquí en las comunidades de base, comunidades de renovación carismática, comunidades neocatecumenales y escuelas de catequistas. En estos grupos a veces se combina el estudio y la meditación de la Biblia con otro tipo de instrucción, pero siempre está presente ésta como pieza clave. El problema en este ámbito radica en la falta de un itinerario o un método, que pedagógicamente vaya conduciendo a los miembros de estos grupos a un mayor conocimiento e interiorización del mensaje bíblico. No obstante, con todos los de?fectos e inconvenientes que pueda tener, creo que es uno de los cauces más válidos hoy para llevar a cabo este acercamiento de la palabra de Dios al pueblo cristiano. Deberían promocionarse estos grupos a todos los niveles: en las parroquias, en el interior de los diversos movimientos, etc.
4. El último aspecto que quiero considerar viene exigido por los anteriores. Se trata de la necesidad de formar dirigentes para que orienten y animen estos grupos. Dentro del ámbito ministerial de la Iglesia latina sería el ministerio típico de los "lectores". No son especialistas de altos vuelos, pero tienen un conocimiento suficientemente profundo para orientar a otros. Su nivel de preparación equivaldría al de las escuelas de teología, que ofrecen una formación bíblica suficiente para este nivel; por otro lado tenemos instituciones como la Escuela Bíblica de Madrid, dedicadas exclusivamente a esta tarea; finalmente, para aquellos que no tienen la posibilidad de asistir a unas clases, existen diversas instituciones de enseñanza a distancia, entre las que sobresale en el campo bíblico, la patrocinada por PPC y la Casa de la Biblia de Madrid (Cursos
Bíblicos a Distancia). Las diversas comunidades cristianas deberían encargar a algunos de sus miembros la tarea de formarse en el estudio de la Biblia a este nivel, y, luego, encargarles estas tareas que son propias del ministerio de lector, y que sin duda contribuirían enormemente a esta reconciliación tan anhelada entre la Palabra de Dios y el Pueblo cristiano.
Estas son sólo algunas pistas de solución que pueden y deben ser ampliadas y corregidas en la discusión y en el contraste con la realidad que viven nuestras comunidades. Por mi parte, me sentiría muy contento si estas reflexiones no sirvieran para solucionar ningún problema concreto, sino para suscitar un interés creciente por el estudio y el conocimiento en profundidad de la palabra de Dios, que es como la lluvia y la nieve que no vuelve nunca vacía a las manos del Padre, sino después de haber infundido fuerza y ánimo en nuestros corazones y en nuestras comunidades.
Santiago Guijarro
Casa de la Biblia
Santa Engracia, 20
MADRID-10