UN INSTRUMENTO DE EVANGELIZACIÓN
I .- El Seminario de la vida en el Espíritu, o de las siete semanas, como también se le conoce, simplemente es un plan de catequesis para adultos.
Los resultados y la experiencia acumulada, después de llevar impartiendo su enseñanza durante una década de años en más de un centenar de países de entre los cinco continentes, demuestran que es un extraordinario medio de evangelización y de conversión cristiana, tanto para "los que están lejos" como para el cristiano que aspira a una renovación espiritual.
Para nosotros es la mejor iniciación a la vida del Espíritu, tal como se vive en la R.C., como preparación para llegar a una nueva efusión del Espíritu.
II.- El objetivo que se propone es el de llevar al cristiano, a través de un itinerario de interiorización de la Palabra y de conversión profunda, hasta un encuentro personal con el Señor Resucitado, que derrama sobre nosotros el Espíritu Santo prometido. O, lo que es lo mismo, trata de conducirnos a una experiencia del Espíritu de Cristo Jesús, Salvador y Señor, actualizando los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, de forma que el participante llegue a un compromiso cristiano y a su integración como miembro activo en una comunidad.
III.- Su método no consiste en ofrecernos una nueva religión, ni tampoco una catequesis completa de adultos, sino la substancia del mensaje cristiano.
Nos presenta, pues, el núcleo de la predicación cristiana, es decir, unas verdades bíblicas fundamentales, que forman el kerygma cristiano, centrando toda su enseñanza en Jesús que es la Buena Nueva y el objeto fundamental de la evangelización. No es solamente un cuerpo de doctrina, mucho menos un conjunto de verdades abstractas. Nos presenta a Cristo como la Buena Nueva, el don del Padre a cada uno de nosotros.
IV.- Los elementos de que se vale son la enseñanza, que siempre será bíblica, la oración espontánea y en la que todos participan, el testimonio de las maravillas del Señor en nuestras vidas, y el compartir espiritual, en apertura y comunicación. Todo esto es vivido en el seno de, y a partir de, una comunidad viva, que invocando la acción del Espíritu de Pentecostés, acompaña solícita a cada uno de los participantes.
V.- Una vez haya completado esta etapa del seminario, el cristiano ya integrado en una comunidad cristiana, carismática o como la queramos llamar, ha de ir recorriendo un largo camino de progresiva formación para aprender a ser auténtico discípulo de Jesús y hombre maduro en la fe. La vida del Espíritu que de forma más intensa habrá de vivir en los sacramentos y en la oración tanto individual como comunitaria, le capacitarán para el testimonio cristiano y para una acción evangelizadora.
SUGERENCIAS PRÁCTICAS
PARA EL DESARROLLO DEL SEMINARIO
EL EQUIPO
El Seminario se da en nombre de la comunidad.
Para resaltar más este hecho y por su exigencia práctica siempre se nombra un equipo de hermanos que estará formado por un coordinador, los catequistas y los animadores o acompañantes.
Entre todos ellos debe reinar desde el primer momento, y durante todo el tiempo que dura el Seminario, una gran armonía y unidad. Para esto es necesario que todo el equipo tenga una reunión al menos antes de que llegue el día de empezar el Seminario, en la que se prepare entre todos y se estudie un poco la situación de las personas que se han inscrito.
Cada día, antes de empezar, deberían orar todos juntos, como preparación y para encomendarlo todo al Señor.
Después de que haya concluido el Seminario convendrá hacer alguna evaluación y revisión de todo su desarrollo.
El coordinador es el que lleva la máxima responsabilidad y ha de procurar estar en todos los detalles, supervisando principalmente la exposición del tema de cada día, el ritmo a seguir en cada sesión y la evolución que va experimentando cada uno de los hermanos que lo reciben.
Los catequistas deben llevar muy preparado el tema que han de exponer, procurando llegar a una comprensión clara de cada uno de los puntos que han de desarrollar y al mismo tiempo tener una vivencia personal del tema.
Cada catequista debe tener muy en cuenta que va a transmitir un mensaje de salvación, que es portavoz del Señor, y que por tanto no va a predicarse a sí mismo.
Debe ser hombre de mucha oración para que su palabra no resuene como algo vacío sin vida ni contenido. Debe prepararse con la oración y el estudio, pues tiene el privilegio de actuar como instrumento de Cristo que mandó predicar el Evangelio a toda criatura para hacer discípulos y contribuir a que otros acepten el mensaje.
Al exponer el tema debe transmitir una vivencia profunda y un gran testimonio de entrega al Señor.
Los acompañantes son animadores de la oración y colaboradores en la acogida y la atención que hay que prestar a todos los que vienen a hacer el Seminario. Ellos también han de predicar con el testimonio. Entre estos deben figurar algunos del ministerio de música.
DURACION
Si el Seminario de la Vida en el Espíritu se conoce también como el Seminario de las siete semanas, esto no quiere decir que solamente deba durar siete semanas. Se puede prolongar por más tiempo.
Dada su importancia y extensión, algunos de los temas se prestan a ser desarrollados en más de una catequesis, y, tal como los presentamos aquí, se puede exponer cada uno de ellos en una sola o en varias sesiones.
El prolongado a más de siete semanas tiene la ventaja de alargar su duración en beneficio de una más fácil asimilación y mayor tiempo de preparación, sobre todo cuando los que reciben el Seminario no tienen una formación religiosa profunda.
COMO HAY QUE PRESENTAR LOS TEMAS
Ante todo hay que tener en cuenta que el catequista no puede ser un novato, pues el Seminario no es un lugar de experimentación ni de entrenamiento. Para catequista no vale cualquiera, aunque lleve muchos años en la Renovación.
El catequista no puede ir con miedo o inseguridad, pues su palabra no despertará respuesta ni confianza en el oyente.
No se trata de dar unas charlas en plan académico, ni de hacer gala de erudición. Mucho menos, hablar para agradar.
El catequista al impartir la enseñanza debe predicar con toda su persona, con gran unción de Espíritu. Lo que él diga debe llevar una gran dosis de vivencia profunda. Y para esto tengamos presente que no vamos a presentar unas verdades, sino vida, una vida para ser vivida, como un plan amoroso de Dios para cada uno de nosotros, y la respuesta que le vamos a dar. Es transmisión de un mensaje de salvación.
Hay que llevar una buena preparación y dominar muy bien el tema que se va a exponer. El catequista tiene que haber logrado una clara comprensión de la materia y haber asimilado muy bien el esquema y los diversos puntos en que tiene que desglosar el tema, de forma que a los oyentes se les quede prácticamente aprendido el tema.
En la exposición no hay que buscar decir muchas cosas. No perder el tiempo en introducciones. Evitar palabras técnicas y expresiones con las que estamos familiarizados en la R.C., pero que para los nuevos pueden resultar chocantes o ininteligibles. Hay que ir al grano resaltando y recalcando los puntos esenciales, midiendo muy bien el tiempo de que disponemos. Lo que hay que decir es algo muy concreto: unas verdades muy fundamentales y muy claras.
Al terminar la exposición hay que resumir en pocas palabras todo el tema, para que quede muy bien asimilado.
Puesto que toda la enseñanza ha de ser bíblica, el catequista debe hablar siempre
con la Biblia abierta y a partir de la Biblia, lo cual ya es en sí otra enseñanza que se transmite. Esto no quiere decir que tenga que acumular citas bíblicas o limitarse a hacer exégesis. Más que leer muchos textos, con lo cual el oyente se puede perder y no saber a qué atenerse, es mejor dar un pasaje fundamental para cada punto.
Las citas bíblicas que van en cursivas se han de leer siempre por la Biblia, nunca por los apuntes o por el manual. Cada uno de los participantes debe llevar desde el primer día su Biblia, y en cada sesión se debería dar una pequeña instrucción sobre el manejo de la Biblia.
Los acompañantes deben ayudar a los nuevos a encontrar las citas.
Después de la exposición puede haber un diálogo para pedir aclaraciones, hacer preguntas y escuchar algún testimonio. A las preguntas debe responder solamente el catequista o el coordinador.
Cada día hay que hacer ver la ligazón del tema con los precedentes, así como las consecuencias y exigencias a donde nos lleva.
EL MENSAJE Y SU ESQUEMA
La primera parte, o semanas 1, 2 y 3, nos presenta el kerygrama cristiano. Los temas se distribuyen de la siguiente manera:
1) El Amor de Dios
a) manifestado en su Hijo Jesucristo
b) y en la salvación que por El recibimos.
2) - Reconocimiento de Jesús, muerto y resucitado, como Señor.
3) - La conversión a Jesús
a) por el arrepentimiento
b) por la curación interior.
Toda esta parte podríamos resumirla en el siguiente enunciado fundamental: Dios Padre nos ha amado siempre en su Hijo, Salvador y Señor nuestro, y nos llama a compartir con El su vida divina por el don de su Espíritu Santo.
Este mensaje es la piedra angular de las demás verdades de la vida cristiana y constituye el contenido esencial de la Buena Nueva.
Más que una teoría o un conjunto de principios, tratamos de presentar un acontecimiento: que Dios nos ama y nos salva a través de Cristo.
La segunda parte, o semanas 4, 5, 6 Y 7, nos presentan la obra del Espíritu de Jesús resucitado en nosotros:
4 - - La Promesa del Padre
a) Pentecostés y transformación de los primeros discípulos
b) nuestra acogida al Espíritu. Una nueva efusión.
5.- El fruto de Pentecostés: la Comunidad cristiana.
6.- Los dones para la construcción de la Comunidad cristiana
7,- Crecimiento en la vida del Espíritu
a) Oración, sacramentos y lectura de la Sgda. Escritura
b) Vida comunitaria
c) Testimonio y compromiso cristiano.
LA SESION DE CADA DIA
Procurar que ninguno de los participantes se salte alguna semana o se sume al Seminario habiendo omitido algunos de los temas precedentes.
El primer día hay que procurar que cada uno de los participantes se presente y diga algo de sí mismo, con qué inquietud viene, algo de su vida, de forma que cuanto antes, se llegue a crear una atmósfera de familiaridad y de hermanos que facilite el compartir espiritual. Ese día conviene también hacer una presentación general de la R.C., de lo que es el Seminario y cómo va a discurrir.
Cada día se empezará haciendo oración durante un cuarto de hora, al menos. A continuación se expone el tema, resumiendo antes el tema del día anterior. En el diálogo que sigue después es de desear que todos los nuevos participen. Algún día se pueden formar grupos para dialogar sobre el tema, de acuerdo con algunas preguntas que haya planteado el catequista.
Cada día puede haber un testimonio importante de algún hermano antiguo al que se haya invitado. Unas veces será un testimonio que confirme e ilustre la enseñanza, y otras veces que haga descubrir lo que significa haber empezado una vida de relación profunda con el Señor. El que da el testimonio evite el predicarse a sí mismo, evite el triunfalismo o el exagerar ni lo bueno ni lo malo. Proclame la grandeza, el amor y la misericordia del Señor, y sea sencillo, humilde y breve.
PRIMERA SEMANA
El Amor de Dios
INTRODUCCION
"El Dios del amor" (2Co 13, 11), desde el origen de la humanidad, busca compartir con el hombre su propia vida y damos a conocer su poder y amor.
Dios empezó enseguida a revelarnos un misterio de salvación para el hombre, que Israel fue acogiendo a través de la fe y del diálogo con Yahveh. Es así como Dios nos ha revelado también su propia vida divina. Si Dios nos habla es porque quiere darnos a conocer su plan de salvación, diciéndonos, más que lo que El es en sí, lo que El significa para nosotros.
Dios se nos ha manifestado, pues, más con hechos que con palabras o, mejor dicho, por gestos y acciones salvadoras.
Es así como toda la Revelación, toda la historia de este plan de salvación que Dios empieza a realizar desde los comienzos de la humanidad, nos conduce a una conclusión que lo resume todo: DIOS ES AMOR (J Jn 4, 8.16).
I.- El amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo
OBJETIVO: Con este tema tratamos de descubrir el amor que Dios nos tiene para empezar a bendecirle y alabarle.
1.- Nuestro corazón y todo nuestro ser presienten que hay algo muy superior a todo lo que conocemos de este mundo, a lo cual estamos destinados. La necesidad que hay en todo ser humano de amar y ser amado es una expresión de la meta a la que Dios nos ha destinado.
La historia de cada uno de nosotros, desde que fuimos concebidos en el seno materno pasando por nuestra infancia, la educación que hemos recibido, nuestra vocación personal y hasta las pruebas y sufrimientos que hayamos vivido, todo nos habla de una providencia y amor muy personal de Dios, como si sintiéramos que nos dirige la misma frase que al profeta Jeremías: "Con amor eterno te he amado" (Jr 31 ,3).
Lo que Dios dice de su pueblo en el profeta Oseas, el amor de Dios como causa de la elección de Israel, es nuestra misma historia:
"Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ... Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11, 14).
El deseo ardiente de Dios es que cada uno lleguemos a ser plenamente aquello para lo que El nos ha destinado: felices compartiendo su misma vida. Llegar a ser yo mismo es llegar a realizar en mí el plan de Dios, el plan que desde antes de la ?creación ya Dios se había trazado:
"Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado"(Ef 1, 3-6)
2. - Por su gracia divina y su gran misericordia, sin ningún mérito de nuestra parte, un día fuimos introducidos en la fe de la Iglesia y al recibir el Bautismo empezamos a compartir la vida de Dios y algo del esplendor de la gloria venidera.
El nos atrae siempre "con lazos de amor". Si el hombre busca acercarse a Dios no es por simple sentimiento o necesidad psicológica, como quieren interpretar algunos psicólogos, sino para responder a la llamada del amor que Dios constantemente nos lanza y que de muchas maneras podemos percibir.
Cuando a la palabra de Dios responde la palabra del hombre, y al amor de Dios el amor del hombre, es cuando éste entra en la verdadera comunión personal con su Creador.
Todo lo que Dios busca es atraernos hacia Sí para comunicarnos su misma Vida. Por esto Dios es "el Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45), que "da cosas buenas a los que se las piden" (Mt 7, 11), que "es compasivo (Lc 6, 36), "Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34, 6-7).
3.- Y este amor ha sido siempre gratuito, sin que preceda ningún mérito de mi parte, como fue el amor de Dios para su pueblo elegido: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene ... Has de saber, pues, que Yahveh, tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a todos los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 7-9).
El hombre alcanza toda su dignidad de persona humana cuando llega a responder a este amor. Todo el Antiguo Testamento nos insiste en que Dios no mira tanto las acciones exteriores, la oración de los labios o los sacrificios externos como el corazón del hombre. Lo que Dios, por tanto, quiere de nosotros es nuestro corazón. "Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos" (Pr 23, 26).
AL ENVIARNOS A SU PROPIO HIJO DIOS NOS LO DIO TODO
"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él"(Jn 3, 16-l7).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4, 9-11). "El nos amó primero" (4, 19).
El amor de Dios se ha manifestado en la Encarnación de su Hijo. La venida de su Hijo al mundo es una donación de Dios, pues Dios nos da lo mejor y nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3, 17).
La venida de Jesús al mundo es la forma más clara y radiante como Dios se da a conocer y sale al encuentro del hombre. Jesús viviendo como Dios y como hombre en medio de nosotros es la máxima expresión del diálogo de amor entre Dios y el hombre.
Pero Cristo no es solamente la presencia de Dios entre nosotros, el "Emmanuel". Nos trae el Reino de los Cielos y nos lleva al Padre: estas son las dos ideas centrales de todo su mensaje.
El Reino de los Cielos nos llega por El, y El mismo es, para los que le acogen por la fe, el Reino. De todas las parábolas que empleó para hacernos comprender lo que es el reino, la más expresiva es la parábola del banquete de bodas, la cual nos resume la historia de Dios con los hombres en la que El busca compartir su vida divina y revelarnos su bondad y amor. ..
Este banquete de bodas alcanza su plena realización en la Nueva Alianza con la humanidad que Dios sellará con la sangre de su Hijo, Alianza por la que El se compromete a ser nuestro Padre y darnos abundantemente su vida, a vivir El en nosotros y nosotros en El, y después, como herencia, la plena posesión del Reino de los Cielos, con tal que aceptemos a su propio Hijo como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Es así como el hombre puede llegar a la plena felicidad, al convertirse en hijo de Dios por la salvación que alcanza en Jesucristo, en el cual somos redimidos y salvados y tenemos "libre acceso al Padre" (Ef 2, 18). Es la forma como Jesús cumple su promesa: "El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 34).
Es en Cristo donde conocemos a Dios de verdad. El nos revela lo que es Dios y lo que han de ser nuestras relaciones con El. Cristo es "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia" (Hb 1, 3).
JESUS NOS DIO LA PRUEBA SUPREMA DEL AMOR DE DIOS
Al empezar a describir la última Cena de Jesús con sus discípulos, el evangelista Juan nos presenta el lavatorio de los pies y nos dice de Jesús: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
En el final de la cena Jesús se desahoga con sus discípulos y manifiesta:
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor... Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado... Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... “(Jn 15, 9-15).
Y en el pasaje en el que Jesús se presenta como el Buen ?Pastor que da su vida por sus ovejas nos ofrece la misma idea:
"Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 17-18).
"Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2, 20).
La Pasión y Muerte de Jesús, Hijo de Dios, como grano de trigo que cae en tierra para morir y dar fruto (Jn 12, 24), como cordero sin defecto ni mancha, es la medida del Amor, y también la victoria del Amor.
El quiso aceptar el tormento de la Cruz, y entregándose se sometió a la muerte y a una muerte de Cruz (Flp 2, 8), hasta el punto de no parecer ya hombre ni tener aspecto humano. Es así como fue "el testigo fiel" (Ap 1, 5) de la Verdad y del Amor de Dios.
Dios en su Hijo nos ha dado testimonio del Amor con sus palabras, pero sobre todo con su sangre: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8), "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
"Como yo os he amado" (Jn 13, 34): he ahí hasta donde puede llegar el gran Amor de Dios.
CONCLUSION
Señor, Tú has querido revelarnos la profundidad de tu amor divino por medio de tu Hijo. El nos manifestó los secretos de tu amor de Padre. El nos enseñó que debemos asemejarnos a tí en el Amor (Mt 5, 48). Que tu Espíritu me ayude a penetrar en el primer mandamiento que nos diste: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te confío las guardarás escritas en tu corazón" (Dt 6, 5-6).
Textos para meditar en la semana:
1. - Os 11, 14
2.- Mt 6, 25-34
3. - Rm 8, 31-39
4.- Dt 7, 6-13
5.- Sal 25, 1-22
6.- Sal 27, 1-14
7.- Si 43, 27-33
II.- El amor de Dios en el plan de salvación
OBJETIVO: Recibir con fe la salvación que Dios me ofrece en su Hijo y llegar a sentirme salvado.
La salvación que recibimos de Dios a través de su Hijo es una prueba, aun más personal, del amor de Dios. En sus designios eternos Dios, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4), concibió un plan de salvación que su Hijo llevó a término.
Jesús vino al mundo "para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 17). Su mismo nombre significa "Yahveh salva", y "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12).
A) JESUS VINO PARA SALVAR AL MUNDO
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11): fue el mensaje venido del cielo al aparecer el Hijo de Dios en medio de nosotros.
En su vida de ministerio procuraría Jesús aprovechar todas las ocasiones posibles para recalcar su misión salvadora: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 9-10), "no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo" (Jn 12,47).
El es la única puerta de salvación (Jn 10, 9).
Leyendo atentamente el Evangelio llegamos a concluir que la misión principal de Jesús, como Hijo de Dios venido al mundo, es la salvación de los hombres. En su predicación expresa de diversas maneras en qué consiste la salvación y cómo se ofrece a todos, aun a los más alejados de la casa del Padre.
Los Evangelios subrayan desde la infancia de Jesús su función salvadora, como ya estaba anunciado en toda la Escritura; "Todos verán la salvación de Dios" (Lc 3,6), y de forma detallada nos van presentando el desarrollo y la manifestación de esta salvación, que en la Cruz y en la Resurrección tuvo su punto culminante.
Cuando nosotros escuchamos hoy este mensaje del Evangelio a través de la Iglesia, que nos lo trasmite fielmente, recibimos lo que para todos los hombres es "palabra de salvación" (Hch 13, 26), y podemos nosotros también afirmar con S. Pablo: "Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo" (1 Tm 1, 15).
B) ¿COMO ES LA SALVACION QUE OFRECE?
1.- La salvación que Jesús me ofrece es actual, para mí en concreto aquí y ahora, para hoy, para mañana y para siempre. No es solamente para después de la muerte. El quiere que me sienta salvado todos los días de mi vida: "ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2). Si yo le dejo entrar en mi mundo, en mis problemas y negocios, en mi casa, escucharé con gozo que me dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lc 19,9).
2.-- Si bien ya es aquí y ahora cuando El "me salva, me saca de las garras del abismo y me lleva consigo" (Sal 49, 16), sin embargo mi salvación no alcanza toda su plenitud y consumación hasta que no haya llegado a la casa del Padre y obtenga la herencia de los santos y "la gloria del reino preparado", desde la creación del mundo, para los que se salvan (Mt 25,34).
3.-- No procede hablar solamente de la salvación de mi alma, sino de todo mi ser, de toda mi persona. La salvación es algo global que afecta a todas las áreas de mi persona, y por tanto también a mi cuerpo, en el que siempre se da una manifestación de cuanto ocurre en mi espíritu, para llegar un día a resucitar como incorrupción, gloria, fortaleza y "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 42-44).
4.- No soy yo el que me salvo. El Señor es el autor de la salvación y es El, el que me salva de una forma gratuita, sin que yo haya merecido nada de mi parte, "y si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la gracia no sería ya gracia" (Rm 11, 6).
Cada día tengo que dar gracias a Dios por esta salvación que recibo con tanta misericordia y amor. Un dÍa espero yo también unirme al canto de alabanza de los elegidos: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 6. 10).
5. - A mí me corresponde disponerme, apartándome del pecado y convirtiéndome al Señor, y como un pobre, como un enfermo, como un niño, acoger por la fe en Jesucristo el don que graciosa y abundantemente me ofrece la misericordia amorosa del Padre. La fe es el principio de mi salvación y el fundamento de mi justificación ante Dios, pues "el justo vivirá por la fe" (Ga 3, 11).
6.- Esta fe no es sólo asentimiento intelectual, sino un SI total de todo mi ser a Cristo Salvador, una acogida de su palabra y de su persona, lo cual supone un rendirme a El, que así me libera y quiere conservarme sano y salvo para el día de la resurrección. No es tampoco una simple creencia o una vaga persuasión, es un creer con la inteligencia y también con el corazón (Rm 10, 10), lo cual implica mi incorporación por el Bautismo a Cristo, Verdad y Vida, y el que yo empiece a vivir en El y por El. Es así como por la fe habita Cristo en mi corazón (Ef 3, 17), y también por la fe recibo "el Espíritu de la Promesa" (Ga 3, 14), las "arras" puestas en mi corazón de la herencia prometida (2 Co 1, 22 y 5, 5).
C) ¿EN QUE CONSISTE ESTA SALVACION?
1. -. La salvación que Jesús nos trae es:
-un pasar de la muerte a la vida. Jesús nos dice: "El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24);
-pasar de las tinieblas a la Luz. "Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas" (Jn 12,46);
-pasar de la situación de esclavo y de ruptura con Dios, con los demás y consigo mismo, a un estado de armonía y comunión consigo mismo, con los demás y con Dios, como verdadero hijo de Dios;
-pasar de la tristeza, ruina y desesperación al gozo, paz y esperanza plenas.
2.-- Es esencialmente una liberación:
-del poder de Satanás,
-del pecado,
-de la muerte.
a) El poder de Satanás, el maligno, el señor de la muerte o el acusador, como le llama la Escritura, que se opone a Dios y a la salvación de los hombres, sufrió su gran derrota con la muerte de Jesús en la Cruz. Esta victoria de Jesucristo anula el acta de acusación destinada a perder a la humanidad (Col 2, 14-15).
El cristiano, que por el Bautismo quedó incorporado al Cuerpo del Señor, nada tiene que temer al poder del maligno, a no ser que él mismo deliberadamente quisiera entregarse a su acción; y, por la gracia que recibe de Jesucristo, siempre puede triunfar sobre Satanás, desbaratando su actuación y maniobras (2 Co 2, 11; Ef 6, 11). Por el poder del Espíritu Santo podrá discernir todo cuanto del espíritu maligno va en contra de Jesucristo, tanto si es magia o supersticiones, como si se trata de ocultismo, idolatría u otras prácticas. Por más que se vista de luz, Satán, ya vencido, no tiene más que un poder muy limitado, y al final de los tiempos verá su derrota definitiva (Ap 20,1-10).
b) "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8 33-36).
En efecto, por el poder de Cristo resucitado somos liberados y salvados del pecado:
- ante todo, el mayor beneficio que obra Jesús es el perdón del pecado. Su muerte es un sacrificio salvador para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. (Mt 26,28). Habiendo resucitado tiene toda po?testad en el cielo y en la tierra y comunica a su Iglesia el poder de perdonar los pecados (Jn 20, 23).
- También nos libera de los efectos nocivos y consecuencias del pecado: de su poder esclavizante, de la debilidad y ceguera que produce, de todo estado de culpabilidad y tristeza. Sus sacramentos tienen todos un maravilloso poder sanador, y por ellos experimentamos cómo Cristo es la luz del mundo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn I, 5.9); y por la fe y la gracia somos convertidos en "luz en el Señor" (Ef 5,8).
c) Nos libera de la muerte. La resurrección de Jesús es la prueba de su victoria sobre una de las consecuencias más dolorosas del pecado: la muerte. "El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies... “(1 Co 15,26). "La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1 Co 15, 54-55).
Cristo "aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno" (Prefacio de difuntos, II). Su victoria sobre la muerte, garantía de nuestra futura resurrección, nos infunde una gran seguridad ante el hecho de la destrucción de nuestro cuerpo, haciéndonos ver que lo que los hombres llamamos muerte no es más que el paso a la verdadera vida, porque la vida de los que creen en el Señor no termina; se transforma.
Para el cristiano que vive en serio su fe y unión con el Señor, nada tiene de terrible la muerte; al contrario, la espera con paz y hasta con gozo indecible, como vemos en los santos y en hermanos que nos han precedido, cuya muerte envidiamos. La hermana Isabel de la Trinidad en el momento de su muerte dijo: "¡Me voy a la luz, a la vida, al amor'"
3.- Si la salvación, como hemos dicho antes, es perdón del pecado, también es:
reconciliación con Dios, por la muerte de su Hijo, siendo nosotros justificados por su sangre, por la cual Dios nos comunica el don del Espíritu Santo, y nos hace hijos suyos adoptivos.
"Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). Entonces habremos alcanzado una liberación y victoria total sobre la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y todos los males, "porque el mundo viejo habrá pasado" (Ap 21,4).
En el amor que Dios nos ha manifestado a través de su Hijo como salvador nuestro se contiene toda nuestra salvación; y la glorificación del Hijo se consumará en nosotros cuando definitivamente formemos parte del pueblo adquirido para la alabanza de su gloria (Ef 1 , 14).
4. La salvación de Cristo, si quisiéramos resumir, diríamos que es una liberación de la muerte eterna y entrar en posesión de la vida eterna;
En el Evangelio de Juan hay numerosos pasajes que nos hablan constantemente de vida eterna:
unas veces a propósito de todo el que cree en Jesús: Jn 3, 16-36; 5,24 6,47; 10,28; 12,25; 17,3;
otras veces al hablar de aquel que come el pan vivo que Jesús nos ofrece: .Jn 6, 51-58. Hablando del pan vivo es cuando Jesús más nos habla de la resurrección en el último día: Jn 6, 39.40.44.54, en correspondencia con la vida eterna;
otras veces cuando nos habla de la luz de la vida: Jn 8, 12;
de no ver la muerte jamás: Jn 8, 51; 11,26;
o de cómo El nos da su gloria para ser todos unos con El en el Padre: Jn 17, 21-22;y estar donde El está: Jn 17, 24.
D) CRISTO JESUS, NUESTRO SALVADOR (Tt 1,4)
Nunca como hoy se ha encontrado el hombre con una oferta tan variada y abundante de fórmulas y medios de salvación. Líderes de todo tipo, corrientes y religiones orientales que se nos presentan como un nuevo mesías para occidente, reformadores sociales, hallazgos de la técnica y de la ciencia, de la medicina, de la psiquiatría, ete.
El cristiano tiene la verdadera "palabra de salvación" (Hch 13, 26; 11,14) para todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Y porque ha sido salvado debe proclamar en nombre de Jesús el mensaje de la Buena Nueva, el Evangelio que es "fuerza de Dios para salvación de todo el que cree"(Rm 1, 16). Recuérdalo siempre: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch4,12).
Textos para meditar en la semana:
1.- 1 P 1, 17-25
2.- Ef 1, 3-14
3. - Hch 2, 32-41
4. - Rm 10, 5-13
5.- Rm 5, 8-10
6.- Ap 7,1-17
7.- 1 Jn 4, 7 -2 1.
SEGUNDA SEMANA
Jesús es Señor
OBJETIVO: Llegar a tomar conciencia, por la acción del Espíritu Santo, de lo que significa confesar y proclamar que Jesús es Señor, y reconocerle como el único Señor de mi vida.
INTRODUCCION
Después de haber descubierto hasta qué punto Dios me ama y lo ha manifestado de manera especial en su plan de salvación por medio de su Hijo, Salvador del mundo, intentaremos esta semana llegar a un conocimiento más profundo del misterio de Jesús, "para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos" (Ef 1, 17-20).
Para el cristiano verdadero todo está definido por su fe en Cristo Jesús, Salvador y Señor. Su Dios no es el Dios de los filósofos, ni el Dios lejano de la religión natural. Toda su relación con Dios, toda experiencia sobrenatural que pueda vivir en este mundo será siempre a través de Jesús, "constituido por Dios juez de vivos y muertos" (Hch 10,42), "Señor y Cristo" (Hch 2,36), "el Señor de todos" (Hch 10,36).
Es, pues, de máxima importancia confesar y reconocer a Jesús como Señor, lo cual significa aceptarle como Señor de todas las cosas y sobre todo, por lo que a mí concierne, Señor de toda mi persona, de toda mi vida, de todo cuanto yo soy y hago.
“Todo fue creado por El y para El: El existe con anterioridad a todo, y todo tiene en El su consistencia. El es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia; El es el principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea el primero en todo" (Col 1, 16-18).
¡JESUS ES SEÑOR!: he aquí la confesión fundamental de la fe cristiana.
Es una fórmula que en su simplicidad encierra todo el contenido de nuestra fe. Para la Iglesia primitiva fue el primer credo o símbolo de fe: confesando a Jesús, como Señor, es como expresaban todo el misterio de Cristo, hijo del hombre e Hijo de Dios, muerto y resucitado por nosotros.
Para el creyente del siglo XX tiene la misma fuerza y actualidad, y en tomo a este misterio se pueden agrupar todos los demás artículos de la fe.
A) EL CRISTO DE NUESTRA FE
Hoy día se admira y contempla a Jesús bajo muy diversos aspectos. Son muchos los que se entusiasman con Jesús visto tan sólo como liberador social, un gran reformista, un revolucionario, un líder, un profeta... Pero, nada de reconocerle como Señor.
Todo esto no es más que presentar a Jesús bajo su aspecto puramente humano, sin llegar a la esencia de su misterio.
A nosotros también nos podría dirigir Jesús la misma pregunta que formuló a sus discípulos:
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos le dijeron: 'Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas: Díceles él: 'Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo '. Replicando Jesús les dijo: 'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 13-17)
Reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, confesarle como Señor es algo que no podemos hacer por nosotros mismos; necesitamos la fe, la acción del Espíritu Santo.
Es el Espíritu de la verdad el que nos revela interiormente el Cristo de nuestra fe y nos da "en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios (de Cristo), en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,2-3).
Este es el Cristo con el que nos relacionamos a través de la fe, de la oración y de los sacramentos. Es el eterno viviente, a quien amamos sin haberle visto, en quien creemos, aunque de momento no le veamos, rebosando de alegría inefable y gloriosa (1 P. 1, 8). Es el que está sentado a la diestra de Dios Padre (Me 16, 19) y permanece con nosotros todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20).
Si el cristiano no vive en profundidad su fe, corre el riesgo de quedarse solamente con Jesús tal como vivió y predicó en Palestina, con el "Cristo según la carne" (2 Co 5,16), en frase de S. Pablo, y su relación con el Señor resulta fría, lejana y superficial, sin llegar a entrar en la atmósfera de su intimidad y sin llegar en realidad a conocerle.
B) ¿QUE SIGNIFICA CONFESAR Y PROCLAMAR QUE JESUS ES SEÑOR?
1.- El discurso que Pedro pronuncia el día de Pentecostés se centra en el kerigma cristiano, es decir, en el anuncio de Jesús, hecho Cristo, hecho Señor y Salvador por su resurrección:
"Ha este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 32-36).
Por su resurrección Jesús fue constituido en el Señor de que habla el Salmo 110, con el que había tratado Jesús de enseñar a sus oyentes que, a pesar de ser hijo de David, le era superior y anterior (Mt. 22,43).
Es así como Pedro, y con él toda la Iglesia primitiva, a partir de este Salmo proclamó en su predicación el Señorío de Jesús, actualizado por la resurrección, con lo cual se afirmaba que Dios, al resucitar y exaltar a Jesús, le había entronizado como el Señor a su derecha, como el Cristo, es decir, el Rey Mesías anunciado por la Escritura.
Tal como podemos ver por el libro de los Hechos, la Iglesia primitiva llamó a Dios Señor, como consecuencia de la versión griega del Antiguo Testamento en la que se tradujo la palabra Yahveh, el nombre propio de Dios, por la palabra Señor. Pero dieron también este nombre a Jesús y se usó la expresión Señor Jesucristo (Hch 28, 31), y se daba testimonio y se predicaba "tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesucristo" (Hch 20, 21).
2.- En la Epístola a los Filipenses tenemos un precioso fragmento, que seguramente fue un himno anterior a San Pablo, en el que se nos exponen las diversas etapas del Misterio de Cristo: su preexistencia divina, su humillación en la Encarnación y el anonadamiento total de su muerte, su glorificación celestial, la adoración del universo y el nuevo título de Señor conferido a Cristo (Cf. Biblia de Jerusalén, nota a Flp 2,5):
"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ?el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de si mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a s' mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
"Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre”. (Flp 2, 6-11).
Proclamar que Jesús es Señor es confesar que merece el título supremo de Señor o Kyrios, "en cuanto mesías entronizado en el cielo, que inaugura su reinado por el don del Espíritu y está siempre presente a su Iglesia en la asamblea eucarística en tanto llega el juicio" (León-Dufour).
C ) ¿QUE IMPORTANCIA TIENE ESTO EN MI VIDA?
Hay un texto fundamental de la Palabra de Dios que nos lo aclara todo:
"Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de fe que nosotros profesamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rm 10,8-10).
Esta es la palabra de fe que nosotros profesamos: Jesús es el Señor. Confesando con la boca y creyendo con el corazón tenemos la adhesión interna del corazón y la profesión externa: las dos dimensiones de la fe por la que nos abandonamos en Dios como único autor de la salvación en Cristo Jesús.
El objeto propio de la fe es el misterio de Cristo, a quien Dios ha resucitado de los muertos y le ha hecho Señor y único Salvador de todos los hombres,
De una forma más inmediata: es reconocer que en mí todo ha de ser suyo, que todo le pertenece y debe estar sometido al imperio y señorío de su amor.
Cada vez que proclamo que Jesús es Señor debo expresar mi fe y mi decisión de ser todo para El y de ofrecerle toda mi vida. Toda la existencia cristiana consiste en consagrar la vida a nuestro Señor Jesucristo.
D) ESTO SOLO ES POSIBLE POR LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO
Jesús afirma rotundamente: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae; y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 44).
Y San Pablo escribe:
"Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! sino en el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).
Como hemos visto, confesar que Jesús es Señor es el acto de fe por excelencia, y es además un acto que compromete nuestra vida.
Reconocer a Jesús como Hijo de Dios, lo mismo que confesarle como Señor, es un acto de salvación, algo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.
No importa repetirlo: sólo por el Espíritu es posible descubrir a Cristo como el Hijo de Dios, que ha sido constituido Señor.
Sólo por el Espíritu es posible confesarle como Señor. Sólo por el Espíritu es posible entregarle nuestra vida y desear que El se instale en nuestra vida y en nuestro ser como el Señor de todo.
Una consecuencia de toda efusión del Espíritu sobre nosotros es la toma de conciencia de que Jesús es el Señor y la necesidad que pone en nosotros de proclamarlo y aceptarlo como Señor de nuestra vida.
El Espíritu es el que verdaderamente nos introduce en el misterio de Jesús y nos lleva a vivir sometidos a su señorío.
E) JESUS ES EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL PADRE
He aquí un texto muy profundo que con frecuencia debe?mos hacer objeto de oración:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre... El que me ha visto a mí, ha visto al Padre ... Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí'' (Jn 14, 6-11 ).
1.- EL CAMINO: El pueblo de Israel había orado con los salmos anhelando marchar por el verdadero camino, por las vías del Señor (Sal 119), por "sendas de vida" (Pr 2, 19; 5, 6; 6, 23, etc.). El camino de vida era el camino de la justicia, de la verdad y de la paz.
Al presentarse Jesús como el CAMINO nos ofrece una nueva forma de caminar según Dios. Quizá esto dio origen a que en el libro de los Hechos se llame camino al cristianismo, al ser discípulo de Jesús (Hch 9, 2; 18, 25.26; 19, 9.23; 22, 4).
Jesús es el CAMINO no sólo porque sus palabras nos conducen a la Vida, sino también porque El mismo nos lleva al Padre.
¿Cómo nos lleva al Padre?
a) Revelándonos al Padre: "El que me ve a mí, ve al Padre"(Jn 14,9; 12,45);
b) Mostrándonos el camino hacia el Padre;
c) El mismo es nuestro acceso al Padre: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo nico que está en el seno del Padre, El lo ha contado" (Jn 1, 18);
d) Viene del Padre y va al Padre, y es uno con El. "Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre"(Jn 16,28).
2.- El es la VERDAD: Y lo manifiesta con su palabra y con su obra: "Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8. 31-32).
3.-- Por ser la expresión del Padre, nos introduce en la comunión con el Padre, en lo cual consiste la plenitud de la verdadera Vida. El Padre le ha enviado "para que todo el que cree en El tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).
F) ESUS NOS INTRODUCE EN EL MISTERIO DE LA TRINIDAD
Toda la vida de Jesús, su persona, su palabra y su actividad son el lugar de la manifestación perfecta del Padre, por estar unido a El en una comunión inefable.
El acontecimiento pascual nos trae una nueva efusión del Espíritu, y, como consecuencia, un conocimiento más íntimo del misterio de Jesús y de su unión con el Padre.
Es el Espíritu el que nos introduce en el misterio de la persona de Jesucristo, Verbo de Dios, Hijo del Padre, y el que también nos introduce en el misterio de Dios Padre. En otras palabras, el Espíritu nos revela a Jesús y Jesús nos revela al Padre, "que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver" (1 Tm 6,16).
Por Jesús "unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2, 18), pues El es la imagen del Dios invisible (Col 1 , 15).
La vida cristiana esencialmente consiste en:
-vivir nuestra comunión con Dios Padre, en sumisión a su voluntad y sintiéndose en Cristo hijos muy amados del Padre;
-nuestra comunión con el Hijo, incorporados a El por el bautismo y constantemente tocados, curados y transformados por su gracia en los sacramentos;
-esta doble relación es obra del Espíritu Santo, que nos revela el verdadero rostro de Jesús.
La auténtica vida del cristiano consiste en vivir el misterio de la Trinidad. Si Dios se nos ha revelado como uno en la Trinidad de personas, y si queremos amar a Dios, debemos adorarle y amarle como El quiere ser adorado y amado. Por eso en nuestra oración tratemos de vivir este misterio y nos dirijamos a Dios tal cual El es:
-alabemos al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es bondad y misericordia,
-alabemos al Hijo hecho hombre, que es "el hijo de su Amor" (Col 1 ,13),
-alabemos al Espíritu Santo que es el Amor del Padre y del Hijo y que ha sido derramado en nuestros corazones. Amén.
Textos para meditar y orar en la semana
1.-1Co 15,3-28
2.- Flp 2, 5-11
3.-Ap 1, 4-18
4.- Col 1, 13-20
5.-Ef 3, 1-2l
6.- Mc 8, 34-38
7.-Jn 14, 1-13.
TERCERA SEMANA
La conversión a Jesús
INTRODUCCION
Juan El Bautista empezó su vida de ministerio con una llamada a la conversión (Mt 3, 2; Mc 1,4; Lc 3, 3-18).
Jesús da comienzo también a su predicación con el mismo mensaje: " ¡Convertíos porque ha llegado el Reino de los cielos!" (Mt 3, 2; 4, 17; Mc 1,4; 1,15).
Este mismo llamamiento se nos dirige también hoy a nosotros.
¿A quienes interesa? A los que están alejados de Dios y a los que se encuentran ya en camino de salvación. Hay una insistencia constante en el Evangelio de que también necesitan convertirse los que se creen "justos". Si ya éstos, por definición, son convertidos, sin embargo el Señor siempre nos llama a más. El que haya más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesitad de conversión, denota más bien que los noventa y nueve justos son llamados también a conversión (Lc 15,7).
En forma muy concreta Dios nos dirige hoy este llamamiento a cada uno de nosotros. A todos nos llama de un modo general por el Evangelio, por su Iglesia que en la Palabra, en los sacramentos y en su oración nos lo recuerda.
De una forma más particular Dios nos llama a cada uno por nuestro propio nombre. En la vida de cualquiera de nosotros podemos distinguir toda una sucesión de pequeñas y grandes llamadas, de gracias constantes. Es siempre una llamada que resuena en el interior. Todos sin duda hemos sentido más de una vez alguna llamada de Dios, una mirada de Jesús sobre nosotros. No siempre nos hemos interesado, y más de una vez hemos tratado de eludir el encuentro con El. Nuestras ocupaciones, el deseo de novedades, incluso nuestros fracasos, son muchas veces la forma de escapar de Dios, y de dejar que alguien o algo le suplante, ocupando la atención que le corresponde.
Estas llamadas son los acontecimientos, los momentos dolorosos y los momentos felices que vivimos, las personas, que para el que vive en una gran fe son siempre un mensaje y un don de Dios, los testimonios y buenos ejemplos, y en general todo lo que nos trae el recuerdo del Señor.
I.- Conversión y arrepentimiento
OBJETIVO: Profundizar en el arrepentimiento para llegar a rendirme más decididamente a Jesús como mi único Señor.
A) ¿QUE ES CONVERSION?
1.- En nuestra vida podemos siempre distinguir una primera conversión, que para muchos puede haber sido su misma educación cristiana como consecuencia del Bautismo que para nosotros pidieron un día nuestros padres, y para otros, quizá, un momento decisivo en su vida que ha marcado todo el tiempo posterior.
Pero siempre cabe esperar una segunda conversión, y hasta una tercera, en el sentido de que el Señor nos invita hoy a una entrega mayor, a tomar una decisión, que, como ocurrió en la vida de los santos, cambie aún más nuestra vida. Siempre será para ahondar más en lo que empezó con la primera conversión. La invitación será entonces a vivir lo que ya somos, como si nos dijera: eres ya salvo y fuiste colocado en el Reino de mi Hijo, vive, por tanto, lo que has recibido; has resucitado con mi Hijo, busca más las cosas de arriba; fuiste hecho templo del Espíritu Santo, vive más la vida del Espíritu.
Toda la vida cristiana es conversión, y como cristiano debo buscar llegar a ser cada día en cada momento lo que ya soy por vocación: renacido a la vida de Dios. ¿Hasta qué punto estoy tomando en serio mi condición de discípulo de Jesús?, ¿estoy de verdad dispuesto a seguirle y vivir por El?
2.- La conversión es algo inacabado. Es un largo camino a recorrer que no tiene fin, ni se termina al empezar una vida nueva en Cristo, sino más bien comienza ahí. Lo que hay que vivir es una conversión continua.
Ese paso fundamental, por el que con la gracia de Dios llegué a dar un viraje en mi existencia, debe seguir iluminando mi vida posterior y a él debo remitirme muchas veces como un punto de referencia en los momentos de turbación, vacilación, decaimiento, y sobre todo cuando advierta que no estoy siendo fiel a la marcha que emprendí. Siempre habrá que renovar el don total de sí a Dios.
Si mi conversión fue poco firme, todo se esfumará enseguida y lo consideraré como una emoción del momento.
3.- ¿De qué conversión se trata?
Tanto si la llamada va dirigida al que está viviendo en el pecado, como si es para el que sigue fiel en su vocación, la conversión no es simplemente un cambio de conducta o de comportamientos.
Tampoco es solamente un cambio de pensar, aunque esto significa literalmente la palabra metanoia, tal como se emplea en el Nuevo Testamento.
Ambos aspectos deben estar incluidos, pero es necesario algo más. La esencia de la conversión es el cambio del corazón. Así como para Israel era un retomar al amor primero de Dios o a una amistad más íntima, así también para mí en concreto significa reanudar una relación más íntima y amorosa con Dios, una relación que quizá se había cortado o no había llegado a cristalizar a pesar de tantas invitaciones.
Este cambio del corazón implica:
a) un sincero arrepentimiento ante mi alejamiento de Dios o ante la dejadez y mediocridad con que estoy viviendo mi relación con El;
b) una actuación de mi fe, por la que se me representará claramente el valor de lo que el Señor me ofrece; lo que es el tesoro escondido o la perla preciosa (Mt 13,41-46) ante todas las demás cosas;
c) una decisión a entregarme en serio y volver a vivir más de lleno la transformación realizada por la gracia en mi primera conversión.
B) LA CONVERSION ESENCIALMENTE ES ARREPENTIMIENTO
1.- Cuando el hombre se encuentra con Dios o ha sido tocado profundamente por la gracia, siempre hace la misma pregunta: "¿Qué he de hacer, Señor?" (Hch 22,10), "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (Hch 2,37).
Y la respuesta puede ser la misma que dio Pedro el día de ?Pentecostés: " ¡Arrepentíos!".
El arrepentimiento es siempre el elemento decisivo. En la Escritura encontramos unidos:
-arrepentimiento y conversión: "Arrepentíos para que vuestros pecados sean borrados" (Hch 3 , 19; 26, 20; M c 1,4) ;
-arrepentimiento y perdón (Lc 17, 3; 24, 47; Hch 2,38);
-arrepentimiento y fe (Hch 20,21);
-arrepentimiento y curación (Mc 6, 12-13).
2.- El arrepentimiento es un don de Dios
Ante la incompatibilidad de la vida que Dios nos ofrece y el amor o apego que estamos teniendo a otras cosas, a mi pecado, a lo que sea, y bajo una luz interior del Espíritu Santo, que nos ilumina con una gran claridad la realidad verdadera, sentimos un suave impulso hacia la salvación, al cual podemos acceder o resistir. Es el Señor que nos atrae hacia Sí', respetando siempre nuestra libertad. "O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión?" (Rm 2,4).
Sólo el poder del Espíritu Santo, "el Espíritu de la verdad" (Jn 15, 26; 16, 13), es el que convence verdaderamente al hombre de su pecado (Jn 16, 8-9). Y nos convence de nuestro pecado, no para acusarnos o para condenarnos, sino para liberarnos y curarnos.
3.- Con frecuencia se entabla una lucha interior entre el bien y el mal, muchas veces dramática, hasta que llegamos a rendirnos a la gracia.
Pero cuántas veces nos desentendemos, o buscamos una evasión, para no tener que enfrentarnos con nosotros mismos y mirar en nuestro interior toda nuestra miseria y fealdad.
Si es grande la dureza del corazón, por constantes infidelidades, aún se hace más difícil el arrepentimiento.
El grado de arrepentimiento a que llegamos nos da la medida de nuestra conversión. Si con frecuencia sigo cometiendo los mismos pecados, mi arrepentimiento es insuficiente. Cuando es profundo, corta todo brote posible.
Siempre debemos dar una gran importancia al arrepentimiento. La autenticidad y sinceridad de nuestra oración depende de ordinario del arrepentimiento que tengamos. Nunca lo demos por supuesto, ya que nuestro corazón cambia constantemente.
Puesto que yo por mí mismo no puedo arrepentirme ni librarme de mi egoísmo, que es la raíz de mis pecados, debo pedir al Espíritu Santo el don del arrepentimiento, sobre todo al acercarme a los sacramentos o cuando intente encontrarme de verdad con el Señor.
4.- Cuando nos dejamos mover por ese impulso suave del Señor, cuando nos decidimos por el bien, el arrepentimiento nos hace sentir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz (Ga 5, 22). El arrepentimiento en sí ya es liberación del pecado y encuentro con Dios en el amor y en su gran misericordia.
Por eso la conversión, lo mismo que el arrepentimiento, si bien en ciertos momentos puede revestir una lucha encarnizada, sin embargo, una vez que llegamos a acceder al don de la gracia, se convierte en una verdadera fiesta (Lc 5, 27-29; 15, 20-24), y las lágrimas que pueden sobrevenir no se sabe si son de dolor o de gozo en el Señor.
C) IMPLICADOS ASPECTOS ESENCIALES
1.- Un aspecto negativo: que es rechazo de todo lo que se opone a la llamada del Señor, del pecado en general y de cuanto diga relación al mismo, no sólo los actos realizados, sino también y de manera especial los comportamientos y actitudes antievangélicas, los criterios y escala de valores tributarios más bien del espíritu y sabiduría de este mundo y en abierta oposición al sentir del Señor.
En los actos causados principalmente por mi egoísmo o por falta de amor se pone de manifiesto la maldad que se ha ido acumulando en mi corazón que me definen como tal pecador y enfermo que soy.
Debo rechazar también hábitos y costumbres opuestos a las actitudes del Señor, así como el apego a cosas y personas que coartan la libertad de espíritu.
En definitiva se trata del abandono de mis propios ídolos, que hasta pueden ser cosas lícitas y buenas: "Todo es lícito, más no todo conviene. 'Todo es lícito', mas no todo edifica" (1 Co 10,23).
La conversión significa liberación del pecado, y esta liberación en una gran parte de casos será gradual a medida que vaya entrando en una relación cada vez más íntima con el Señor.
2.- Tenemos también el aspecto positivo de la conversión: volver al Señor, rendirme totalmente a la invitación de su Espíritu.
Es el aspecto verdaderamente decisivo, pues, más que los males presentes o que se temen para después de la muerte, lo que influye y provoca un cambio radical en toda conversión es la experiencia del Reino de Dios, de su vida en nosotros, el encuentro con El, cualquier manifestación de su amor. En Zaqueo fue la visita de Jesús (Lc 19, 1-10), en la pecadora perdonada fue el Amor de Jesús (Lc 7, 36-50), en Pablo la visión del Cristo resucitado, en los enfermos la experiencia que tuvieron de salvación.
Este aspecto puede significar empezar a vivir como hijo de Dios, como muerto y resucitado con Cristo, como renacido del Espíritu Santo, querer acoger a Jesús como mi Señor y con El también su espíritu, sus criterios, sus bienaventuranzas, su mansedumbre, humildad, pobreza y amor.
En el fondo la conversión se reduce a una humilde aceptación del Señorío de Jesús, o, lo que es lo mismo, a dejar que El se convierta en el centro de mi propia vida. Y esto exige aprender a ser como El, llegar a conocerle de verdad para imitarle y amarle de corazón.
3.- Toda la ley revelada y todo el Evangelio se reduce a ?un mandamiento de amor:
"Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: 'Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es el único y que no hay otro fuera de El, y que amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12, 29-33).
La vida cristiana es lucha constante entre el amor de Dios y el amor a nosotros mismos y a las cosas de este mundo. Los santos son los que supieron morir a sí mismos para lograr el verdadero amor de Dios.
El grado de mi conversión se reducirá al final al grado de amor a que yo haya llegado, porque lo que esencial y primordialmente me pide el Señor es que le ame. Y si llego a amarle de corazón es cuando todo mi ser habrá alcanzado su estabilidad y realización.
Textos para meditar y orar en la semana
1.- Lc 7, 36-50
2. - Mc 7, 14-23
3. - Lc 15, 11-32
4. - Lc 19, 1-10
5. - Lc 18, 9-14
6.- 2 Co 5, 14-21 y 6, 1-2
7.- Flp 3, 7-21
CELEBRACION PENITENCIAL
Después de la exposición del tema se puede hacer una simple celebración penitencial del estilo de las que señala el Ritual, pgs. 127 -188, con vistas a una preparación más fructuosa del sacramento.
Se ha de poner especial insistencia en el arrepentimiento. Si se aprecia ya un ambiente propicio se puede tener más bien una celebración comunitaria del sacramento de la penitencia, con confesión y absolución individual, de acuerdo con el Ritual, pgs. 55-82.
II.- Conversión y curación interior
OBJETIVO: Descubrir los aspectos de mi personalidad que más necesitan la liberación del Señor. (Es importante poder recuperar la palabra "liberación" en el sentido de Jesús que rompe las cadenas que nos atan, y no en el sentido de alejamiento de "malos espíritus", como a veces, por desgracia, se intenta reducir el caso).
INTRODUCCION
A muchos la conversión es el comienzo de un nuevo caminar en el Señor. Con ella se inicia en nosotros un proceso de transformación que se irá operando conforme vamos viviendo intensamente la vida del Señor en nosotros.
A muchos sorprende la forma como se acentúa en nosotros, y ahora más que antes, la lucha anterior entre el bien y el mal. Apreciamos claramente que la vida cristiana es un duro combate (Ef 6, 10-20).
San Pablo ha sabido exponer con rasgos muy vivos la lucha y la división interior que sentimos en nuestra naturale?za:
"Realmente, mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... En realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí... Descubro pues esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta... “(Rm 7, 14-25).
Es Jesús el que mejor conoce nuestro corazón cuando nos dice que "de dentro, del corazón de los hombres, salen las tentaciones malas... todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7, 20-23).
Si El ha triunfado sobre el pecado y sobre todos sus efectos nocivos, podrá El atacar el mal en su verdadera raíz y realizar en nosotros toda una curación espiritual de ciertos males y enfermedades que sólo la fe puede ayudarnos a detectar en el corazón del hombre, cuyo sentido él no puede descubrir por sí mismo.
A) NECESITO UNA CURACION INTERIOR
1.- Si con la fe y la luz del Espíritu escrutamos dentro de nosotros mismos empezaremos a descubrir cuáles son los mayores escollos con que tropezamos en la vida del Espíritu. Apreciaremos algunos obstáculos más salientes, pero sin duda que habrá muchos que quedarán en la penumbra o que hunden sus raíces hasta las capas más profundas de nuestro ser.
El origen de cada una de estas dificultades suele ser múltiple y a veces muy complejo, pero para más fácil comprensión los podemos reducir a tres grupos:
a) los que proceden de nuestra naturaleza, es decir, de nuestra constitución psíquico-somática, en la que se encuentran las huellas del pecado original, nuestra inclinación al mal, nuestra debilidad moral y la obnubilación que tenemos para todo lo espiritual.
b) Todo aquello que pertenece a nuestra historia personal, como el medio en que nos criamos, la familia de donde procedemos, la herencia, la educación, la infancia que hemos vivido y en general todo el contexto histórico que nos ha rodeado. Todo esto nos ha condicionado de una forma muy determinada que explica muchos de nuestros comportamientos.
c) Los recuerdos y vivencias desagradables, muchas veces soterrados en el subconsciente pero desde donde siguen actuando en la conducta, juntamente con los traumas que se mantienen latentes, y su secuela de comportamientos neuróticos, frustraciones, agresividad, emotividad y afectividad inma?duras, enfermedad de escrúpulos, afecciones psicosomáticas.
El pecado deja siempre una huella en el hombre interior, la cual coarta la libertad de espíritu y puede persistir en forma de odio, envidia, resentimiento, amargura, angustia, complejos de culpabilidad, etc.
2.- ¿Cuáles pueden ser los escollos que resultan insalvables para mí? ¿En qué área particular de mi personalidad necesito más la acción del Señor? ¿ Cómo verme liberado de esta y aquella tara que tanto frenan mi caminar en el Espíritu?
Algunas de estas enfermedades interiores requieren el tratamiento de la psicoterapia para que se pueda restablecer el equilibrio afectivo perturbado.
Pero en multitud de casos, y sin descartar el recurso al tratamiento médico, no cabe duda que el Señor puede ejercer su poder de curación, si sabemos someterlo con fe a su acción.
En todo aquello que me impida crecer en la vida del Espíritu o que para mí represente una dificultad especial, el Señor quiere realizar una curación interior. El, más que yo, anhela que la salvación que recibo de su misericordia sea lo más completa posible, de forma que toda mi persona quede integrada en su armonía divina y me aproxime cada vez más al ideal del hombre perfecto, del "hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4, 24), de acuerdo con el plan que Dios se propuso al crearme.
La acción de la gracia tiende siempre a restablecer el equilibrio de la primera creación, y verdaderamente "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2Co 5, 17).
3.- Todos necesitamos curación interior en alguna zona determinada de nuestra personalidad, pues nadie se encuentra inmune de pecado ni de cualquier anormalidad. Quizá hasta ahora he vivido una imagen perfeccionista de mí mismo, complaciéndome en mi propia bondad y en los logros de mi esfuerzo, por lo que tengo reparo en verme como enfermo.
Pero dejémonos transparentar por la luz de la verdad y escuchemos lo que también a nosotros nos dice el Espíritu: "Tú dices: 'Soy rico; me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre ciego y desnudo" (Ap 3, 17).
Sólo se puede curar el que se reconoce enfermo y tiene voluntad de curarse.
"¿Es que también nosotros somos ciegos?" -le preguntaron a Jesús algunos fariseos y El respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece" (Jn 9, 40-41).
Cuando ante el Señor nos presentamos como los leprosos, como los ciegos, como los paralíticos del Evangelio, y así lo reconocemos ante los hermanos, es cuando la curación empieza de verdad para nosotros.
B) IMPORTANCIA DE LACURACION INTERIOR EN EL EVANGELIO
Las curaciones que realiza Jesús no son simplemente milagros para demostrar su divinidad o para obtener credibilidad ante sus desconcertantes palabras y contrarrestar el escándalo que provocan.
a) Ante todo son un signo de la presencia del Reino de los Cielos en medio de nosotros, tal como lo habían anunciado los profetas (Is 42, 1-9; 61, 1-2; Mt 11, 2-6; Lc 7, 18-23; 10, 9) un anticipo del estado de perfección que la humanidad alcanzará plenamente cuando el Señor haga nuevas todas las cosas (Ap 21, 3-5).
b) Son también manifestaciones de la salvación que ha venido a traer y que aquí, en concreto, con este enfermo se opera ahora, de acuerdo con su misión mesiánica (Lc 4, 16-22). El triunfo de Jesús sobre Satán, sobre el pecado y todas sus consecuencias tiene esta proyección de curación. Son signo de gracia y bendición, de bendición gratuita, por lo que los Evangelios al hablar de los que son curados dice que fueron "salvados"(Mt 9,22; Mc 5,34; 6, 54-56;10, 52; Lc 17, 19).
c) Tal como anunció Isaías en su Cuarto Canto del Siervo, el Mesías realizaría la curación cargando El mismo con la enfermedad: “¡Eran nuestras dolencias las que El llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53, 4-5; Mt 8, 16-17).
No perdamos nunca de vista esta relación profunda de las curaciones con la redención por el sacrificio expiatorio de la Cruz: Jesús, que rehusó curarse a sí mismo (Lc 4,23) se hizo el Buen Samaritano de la humanidad (Lc 10, 29-37) y se identificó con todos los enfermos (Mt 25, 36). De aquí deriva el sentido de expiación y redención que puede adquirir todo nuestro sufrimiento si se asocia al suyo.
d) En consonancia con el lenguaje del Evangelio, al decir que fueron "salvados" los que quedaron curados, debemos recalcar que Jesús cuando cura, salva, es decir, cura a toda la persona.
Por tanto, la curación física no es más que manifestación o exteriorización de la curación que se espera en toda la persona, de manera especial de la curación ocurrida en su espíritu. En otras palabras: la salvación abarca a toda la persona humana y la curación actúa de dentro hacia afuera. En muchas curaciones vemos que esencialmente libera del pecado, y la curación exterior es una consecuencia o repercusión de la sanción interior, como, por ejemplo, en el paralítico (Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), en la pecadora perdonada (Lc 7, 36-50), en la mujer encorvada (Lc 13, 10-17).
Esto nos da idea de dónde se enmarca la curación interior y la importancia que tiene. Es la curación interior lo que todos necesitamos, y lo que el Señor quiere primordialmente dar a todos los enfermos por los que podemos orar, pues en la curación interior es la que trae "la libertad a los oprimidos" (Lc 4, 17-19).
C) ¿COMO SE PUEDE RECIBIR LA CURACION INTERIOR?
1.- La curación interior, puesto que tan profundamente afecta a la persona, es algo sumamente delicado y que exige un gran discernimiento y experiencia.
El primer discernimiento que hay que hacer es ver si no es más bien competencia del confesor o del psiquiatra. Si así es, remitamos al hermano al tratamiento competente, sin interferencias por nuestra parte.
2. La forma ordinaria como se realiza la curación interior y que está al alcance de todos es en el trato sincero y profundo con el Señor. El contacto con el Señor siempre cura.
Cualquier vicio, trauma o malformación que tengamos, si empezamos una relación más íntima con el Señor, abriéndonos a su Espíritu, experimentaremos una sorprendente curación a medida que vayamos creciendo en este diálogo de amor, alabanza y donación total.
Muchos hermanos de la R.C. pueden dar testimonio de cómo sin esfuerzo pudieron dejar el tabaco o la droga, o de cómo se vieron libres del resentimiento y llegaron a perdonar de verdad a quien antes no habían podido durante años.
La oración personal es un medio extraordinario para la curación interior de cualquier mal. Si te decides por fin a hacer oración diaria, comprobarás cómo todo empieza a cambiar dentro de ti y como el trato con el Señor te hace más equilibrado.
Si la oración no produjera un cambio apreciable, sería señal de que no se hace oración de verdad, de que la oración es rutinaria, fría, formalista u oración muerta en la que se busca a sí mismo y se centra en sí, sin llegar al encuentro vivo con Dios.
Acércate a la zarza ardiente y descálzate de ti mismo porque el Dios vivo te habla, te ilumina, te calienta y te transforma.
3.-- Los Sacramentos son el lugar privilegiado para la curación interior. Cada sacramento produce la curación según la gracia que comunica.
El Bautismo no sólo perdona todos los pecados cometidos sino que también cura y transforma en nueva creatura, pues es despojo del hombre viejo y revestimiento del hombre nuevo (Rm 6, 6: Col 3, 9; Ef 4, 24), nueva creación según la imagen de Dios (Ga 6, 15).
La Eucaristía es también sacramento de curación, medicamento del cuerpo y del alma, ya que nos pone en íntimo contacto con Cristo médico y salvador. Recibir la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor es recibir el abrazo de la humanidad gloriosa de Cristo que fue inmolado por nuestra salvación. Este abrazo inefable necesariamente nos cura, aunque en esto influye mucho la disposición con que se recibe, la acogida, la fe y la atención que prestamos a la presencia del Señor.
El Sacramento de la Penitencia es el remedio contra el pecado, origen de tantas heridas y desarreglos causados en nuestro espíritu.
Para sacar el máximo partido de sus virtualidades, de manera que se actualice nuestra fe y el arrepentimiento sea más profundo, damos especial importancia a la forma de su celebración: con calma, y con tiempo suficiente, al menos de media hora, confesor y penitente oran juntos. El penitente se acusa después ante el Señor, y luego oran de nuevo para pedir al Señor discernimiento sobre la raíz principal de los pecados confesados. El confesor hace después una oración de curación interior, con especial insistencia en el arrepentimiento y la liberación interior, dando a continuación la absolución. El efecto que produce así el sacramento es muy profundo.
Se puede consultar: M. SCANLAN, La fuerza de la reconciliación, en KOINONIA, Núm. 16, pgs. 11-13.
La Unción de enfermos es sacramento de curación, principalmente interior, en forma de fortalecimiento, consuelo, aliento e iluminación.
4.- La oración de curación interior la puede hacer sobre mí o un sacerdote, o un grupo de intercesión, o un hermano con especial discernimiento y carisma para este ministerio.
Después del discernimiento adecuado para identificar la raíz del mal interior, se hace esta oración que esencialmente consiste en presentar al Señor no sólo la enfermedad interior, sino también todo el contexto histórico en que se pudo originar, y todas las ramificaciones que pueda tener en las distintas áreas de la personalidad.
Para que la oración de curación sea efectiva se requiere a veces repetida en distintas sesiones, pues se trata de todo un proceso regenerador que progresivamente se irá operando.
Es de gran importancia que el hermano por el que se ora ponga todo lo que se precisa de su parte y se comprometa entregándose totalmente al Señor.
(Se puede consultar el artículo de M. SCANLAN, Fallos posibles en el ministerio de la curación interior, KOINONIA, Núm. 12, pgs. 12-16. Ver también Ph. VERHAEGEN, Introducción a la Renovación en el Espíritu, Colección Nuevo Pentecostés 1, Ed. Roma, Barcelona 1979, p. 86-89).
CELEBRACION DE LA ORACION DE CURACION INTERIOR
Sobre todo el grupo que recibe el Seminario se puede hacer una oración general de curación interior, quizá después de la exposición del tema o bien otro día.
Ayudará a todos a tomar conciencia por primera vez de aquello en lo que más necesitan la curación del Señor.
Textos para orar y meditar en la semana
1.- Mc5, 21-43
2.- Jn 4, 1-42
3.- 2 Co 11, 24-33 y 12, 1-10
4.- Ef 4, 17-32
5. - Ga 5, 13 -26
6.- Mt 5, 1-12
7.- Rm 12, 14-21 y 13, 8-10.
I .- El Seminario de la vida en el Espíritu, o de las siete semanas, como también se le conoce, simplemente es un plan de catequesis para adultos.
Los resultados y la experiencia acumulada, después de llevar impartiendo su enseñanza durante una década de años en más de un centenar de países de entre los cinco continentes, demuestran que es un extraordinario medio de evangelización y de conversión cristiana, tanto para "los que están lejos" como para el cristiano que aspira a una renovación espiritual.
Para nosotros es la mejor iniciación a la vida del Espíritu, tal como se vive en la R.C., como preparación para llegar a una nueva efusión del Espíritu.
II.- El objetivo que se propone es el de llevar al cristiano, a través de un itinerario de interiorización de la Palabra y de conversión profunda, hasta un encuentro personal con el Señor Resucitado, que derrama sobre nosotros el Espíritu Santo prometido. O, lo que es lo mismo, trata de conducirnos a una experiencia del Espíritu de Cristo Jesús, Salvador y Señor, actualizando los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, de forma que el participante llegue a un compromiso cristiano y a su integración como miembro activo en una comunidad.
III.- Su método no consiste en ofrecernos una nueva religión, ni tampoco una catequesis completa de adultos, sino la substancia del mensaje cristiano.
Nos presenta, pues, el núcleo de la predicación cristiana, es decir, unas verdades bíblicas fundamentales, que forman el kerygma cristiano, centrando toda su enseñanza en Jesús que es la Buena Nueva y el objeto fundamental de la evangelización. No es solamente un cuerpo de doctrina, mucho menos un conjunto de verdades abstractas. Nos presenta a Cristo como la Buena Nueva, el don del Padre a cada uno de nosotros.
IV.- Los elementos de que se vale son la enseñanza, que siempre será bíblica, la oración espontánea y en la que todos participan, el testimonio de las maravillas del Señor en nuestras vidas, y el compartir espiritual, en apertura y comunicación. Todo esto es vivido en el seno de, y a partir de, una comunidad viva, que invocando la acción del Espíritu de Pentecostés, acompaña solícita a cada uno de los participantes.
V.- Una vez haya completado esta etapa del seminario, el cristiano ya integrado en una comunidad cristiana, carismática o como la queramos llamar, ha de ir recorriendo un largo camino de progresiva formación para aprender a ser auténtico discípulo de Jesús y hombre maduro en la fe. La vida del Espíritu que de forma más intensa habrá de vivir en los sacramentos y en la oración tanto individual como comunitaria, le capacitarán para el testimonio cristiano y para una acción evangelizadora.
SUGERENCIAS PRÁCTICAS
PARA EL DESARROLLO DEL SEMINARIO
EL EQUIPO
El Seminario se da en nombre de la comunidad.
Para resaltar más este hecho y por su exigencia práctica siempre se nombra un equipo de hermanos que estará formado por un coordinador, los catequistas y los animadores o acompañantes.
Entre todos ellos debe reinar desde el primer momento, y durante todo el tiempo que dura el Seminario, una gran armonía y unidad. Para esto es necesario que todo el equipo tenga una reunión al menos antes de que llegue el día de empezar el Seminario, en la que se prepare entre todos y se estudie un poco la situación de las personas que se han inscrito.
Cada día, antes de empezar, deberían orar todos juntos, como preparación y para encomendarlo todo al Señor.
Después de que haya concluido el Seminario convendrá hacer alguna evaluación y revisión de todo su desarrollo.
El coordinador es el que lleva la máxima responsabilidad y ha de procurar estar en todos los detalles, supervisando principalmente la exposición del tema de cada día, el ritmo a seguir en cada sesión y la evolución que va experimentando cada uno de los hermanos que lo reciben.
Los catequistas deben llevar muy preparado el tema que han de exponer, procurando llegar a una comprensión clara de cada uno de los puntos que han de desarrollar y al mismo tiempo tener una vivencia personal del tema.
Cada catequista debe tener muy en cuenta que va a transmitir un mensaje de salvación, que es portavoz del Señor, y que por tanto no va a predicarse a sí mismo.
Debe ser hombre de mucha oración para que su palabra no resuene como algo vacío sin vida ni contenido. Debe prepararse con la oración y el estudio, pues tiene el privilegio de actuar como instrumento de Cristo que mandó predicar el Evangelio a toda criatura para hacer discípulos y contribuir a que otros acepten el mensaje.
Al exponer el tema debe transmitir una vivencia profunda y un gran testimonio de entrega al Señor.
Los acompañantes son animadores de la oración y colaboradores en la acogida y la atención que hay que prestar a todos los que vienen a hacer el Seminario. Ellos también han de predicar con el testimonio. Entre estos deben figurar algunos del ministerio de música.
DURACION
Si el Seminario de la Vida en el Espíritu se conoce también como el Seminario de las siete semanas, esto no quiere decir que solamente deba durar siete semanas. Se puede prolongar por más tiempo.
Dada su importancia y extensión, algunos de los temas se prestan a ser desarrollados en más de una catequesis, y, tal como los presentamos aquí, se puede exponer cada uno de ellos en una sola o en varias sesiones.
El prolongado a más de siete semanas tiene la ventaja de alargar su duración en beneficio de una más fácil asimilación y mayor tiempo de preparación, sobre todo cuando los que reciben el Seminario no tienen una formación religiosa profunda.
COMO HAY QUE PRESENTAR LOS TEMAS
Ante todo hay que tener en cuenta que el catequista no puede ser un novato, pues el Seminario no es un lugar de experimentación ni de entrenamiento. Para catequista no vale cualquiera, aunque lleve muchos años en la Renovación.
El catequista no puede ir con miedo o inseguridad, pues su palabra no despertará respuesta ni confianza en el oyente.
No se trata de dar unas charlas en plan académico, ni de hacer gala de erudición. Mucho menos, hablar para agradar.
El catequista al impartir la enseñanza debe predicar con toda su persona, con gran unción de Espíritu. Lo que él diga debe llevar una gran dosis de vivencia profunda. Y para esto tengamos presente que no vamos a presentar unas verdades, sino vida, una vida para ser vivida, como un plan amoroso de Dios para cada uno de nosotros, y la respuesta que le vamos a dar. Es transmisión de un mensaje de salvación.
Hay que llevar una buena preparación y dominar muy bien el tema que se va a exponer. El catequista tiene que haber logrado una clara comprensión de la materia y haber asimilado muy bien el esquema y los diversos puntos en que tiene que desglosar el tema, de forma que a los oyentes se les quede prácticamente aprendido el tema.
En la exposición no hay que buscar decir muchas cosas. No perder el tiempo en introducciones. Evitar palabras técnicas y expresiones con las que estamos familiarizados en la R.C., pero que para los nuevos pueden resultar chocantes o ininteligibles. Hay que ir al grano resaltando y recalcando los puntos esenciales, midiendo muy bien el tiempo de que disponemos. Lo que hay que decir es algo muy concreto: unas verdades muy fundamentales y muy claras.
Al terminar la exposición hay que resumir en pocas palabras todo el tema, para que quede muy bien asimilado.
Puesto que toda la enseñanza ha de ser bíblica, el catequista debe hablar siempre
con la Biblia abierta y a partir de la Biblia, lo cual ya es en sí otra enseñanza que se transmite. Esto no quiere decir que tenga que acumular citas bíblicas o limitarse a hacer exégesis. Más que leer muchos textos, con lo cual el oyente se puede perder y no saber a qué atenerse, es mejor dar un pasaje fundamental para cada punto.
Las citas bíblicas que van en cursivas se han de leer siempre por la Biblia, nunca por los apuntes o por el manual. Cada uno de los participantes debe llevar desde el primer día su Biblia, y en cada sesión se debería dar una pequeña instrucción sobre el manejo de la Biblia.
Los acompañantes deben ayudar a los nuevos a encontrar las citas.
Después de la exposición puede haber un diálogo para pedir aclaraciones, hacer preguntas y escuchar algún testimonio. A las preguntas debe responder solamente el catequista o el coordinador.
Cada día hay que hacer ver la ligazón del tema con los precedentes, así como las consecuencias y exigencias a donde nos lleva.
EL MENSAJE Y SU ESQUEMA
La primera parte, o semanas 1, 2 y 3, nos presenta el kerygrama cristiano. Los temas se distribuyen de la siguiente manera:
1) El Amor de Dios
a) manifestado en su Hijo Jesucristo
b) y en la salvación que por El recibimos.
2) - Reconocimiento de Jesús, muerto y resucitado, como Señor.
3) - La conversión a Jesús
a) por el arrepentimiento
b) por la curación interior.
Toda esta parte podríamos resumirla en el siguiente enunciado fundamental: Dios Padre nos ha amado siempre en su Hijo, Salvador y Señor nuestro, y nos llama a compartir con El su vida divina por el don de su Espíritu Santo.
Este mensaje es la piedra angular de las demás verdades de la vida cristiana y constituye el contenido esencial de la Buena Nueva.
Más que una teoría o un conjunto de principios, tratamos de presentar un acontecimiento: que Dios nos ama y nos salva a través de Cristo.
La segunda parte, o semanas 4, 5, 6 Y 7, nos presentan la obra del Espíritu de Jesús resucitado en nosotros:
4 - - La Promesa del Padre
a) Pentecostés y transformación de los primeros discípulos
b) nuestra acogida al Espíritu. Una nueva efusión.
5.- El fruto de Pentecostés: la Comunidad cristiana.
6.- Los dones para la construcción de la Comunidad cristiana
7,- Crecimiento en la vida del Espíritu
a) Oración, sacramentos y lectura de la Sgda. Escritura
b) Vida comunitaria
c) Testimonio y compromiso cristiano.
LA SESION DE CADA DIA
Procurar que ninguno de los participantes se salte alguna semana o se sume al Seminario habiendo omitido algunos de los temas precedentes.
El primer día hay que procurar que cada uno de los participantes se presente y diga algo de sí mismo, con qué inquietud viene, algo de su vida, de forma que cuanto antes, se llegue a crear una atmósfera de familiaridad y de hermanos que facilite el compartir espiritual. Ese día conviene también hacer una presentación general de la R.C., de lo que es el Seminario y cómo va a discurrir.
Cada día se empezará haciendo oración durante un cuarto de hora, al menos. A continuación se expone el tema, resumiendo antes el tema del día anterior. En el diálogo que sigue después es de desear que todos los nuevos participen. Algún día se pueden formar grupos para dialogar sobre el tema, de acuerdo con algunas preguntas que haya planteado el catequista.
Cada día puede haber un testimonio importante de algún hermano antiguo al que se haya invitado. Unas veces será un testimonio que confirme e ilustre la enseñanza, y otras veces que haga descubrir lo que significa haber empezado una vida de relación profunda con el Señor. El que da el testimonio evite el predicarse a sí mismo, evite el triunfalismo o el exagerar ni lo bueno ni lo malo. Proclame la grandeza, el amor y la misericordia del Señor, y sea sencillo, humilde y breve.
PRIMERA SEMANA
El Amor de Dios
INTRODUCCION
"El Dios del amor" (2Co 13, 11), desde el origen de la humanidad, busca compartir con el hombre su propia vida y damos a conocer su poder y amor.
Dios empezó enseguida a revelarnos un misterio de salvación para el hombre, que Israel fue acogiendo a través de la fe y del diálogo con Yahveh. Es así como Dios nos ha revelado también su propia vida divina. Si Dios nos habla es porque quiere darnos a conocer su plan de salvación, diciéndonos, más que lo que El es en sí, lo que El significa para nosotros.
Dios se nos ha manifestado, pues, más con hechos que con palabras o, mejor dicho, por gestos y acciones salvadoras.
Es así como toda la Revelación, toda la historia de este plan de salvación que Dios empieza a realizar desde los comienzos de la humanidad, nos conduce a una conclusión que lo resume todo: DIOS ES AMOR (J Jn 4, 8.16).
I.- El amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo
OBJETIVO: Con este tema tratamos de descubrir el amor que Dios nos tiene para empezar a bendecirle y alabarle.
1.- Nuestro corazón y todo nuestro ser presienten que hay algo muy superior a todo lo que conocemos de este mundo, a lo cual estamos destinados. La necesidad que hay en todo ser humano de amar y ser amado es una expresión de la meta a la que Dios nos ha destinado.
La historia de cada uno de nosotros, desde que fuimos concebidos en el seno materno pasando por nuestra infancia, la educación que hemos recibido, nuestra vocación personal y hasta las pruebas y sufrimientos que hayamos vivido, todo nos habla de una providencia y amor muy personal de Dios, como si sintiéramos que nos dirige la misma frase que al profeta Jeremías: "Con amor eterno te he amado" (Jr 31 ,3).
Lo que Dios dice de su pueblo en el profeta Oseas, el amor de Dios como causa de la elección de Israel, es nuestra misma historia:
"Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ... Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11, 14).
El deseo ardiente de Dios es que cada uno lleguemos a ser plenamente aquello para lo que El nos ha destinado: felices compartiendo su misma vida. Llegar a ser yo mismo es llegar a realizar en mí el plan de Dios, el plan que desde antes de la ?creación ya Dios se había trazado:
"Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado"(Ef 1, 3-6)
2. - Por su gracia divina y su gran misericordia, sin ningún mérito de nuestra parte, un día fuimos introducidos en la fe de la Iglesia y al recibir el Bautismo empezamos a compartir la vida de Dios y algo del esplendor de la gloria venidera.
El nos atrae siempre "con lazos de amor". Si el hombre busca acercarse a Dios no es por simple sentimiento o necesidad psicológica, como quieren interpretar algunos psicólogos, sino para responder a la llamada del amor que Dios constantemente nos lanza y que de muchas maneras podemos percibir.
Cuando a la palabra de Dios responde la palabra del hombre, y al amor de Dios el amor del hombre, es cuando éste entra en la verdadera comunión personal con su Creador.
Todo lo que Dios busca es atraernos hacia Sí para comunicarnos su misma Vida. Por esto Dios es "el Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45), que "da cosas buenas a los que se las piden" (Mt 7, 11), que "es compasivo (Lc 6, 36), "Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34, 6-7).
3.- Y este amor ha sido siempre gratuito, sin que preceda ningún mérito de mi parte, como fue el amor de Dios para su pueblo elegido: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene ... Has de saber, pues, que Yahveh, tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a todos los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 7-9).
El hombre alcanza toda su dignidad de persona humana cuando llega a responder a este amor. Todo el Antiguo Testamento nos insiste en que Dios no mira tanto las acciones exteriores, la oración de los labios o los sacrificios externos como el corazón del hombre. Lo que Dios, por tanto, quiere de nosotros es nuestro corazón. "Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos" (Pr 23, 26).
AL ENVIARNOS A SU PROPIO HIJO DIOS NOS LO DIO TODO
"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él"(Jn 3, 16-l7).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4, 9-11). "El nos amó primero" (4, 19).
El amor de Dios se ha manifestado en la Encarnación de su Hijo. La venida de su Hijo al mundo es una donación de Dios, pues Dios nos da lo mejor y nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3, 17).
La venida de Jesús al mundo es la forma más clara y radiante como Dios se da a conocer y sale al encuentro del hombre. Jesús viviendo como Dios y como hombre en medio de nosotros es la máxima expresión del diálogo de amor entre Dios y el hombre.
Pero Cristo no es solamente la presencia de Dios entre nosotros, el "Emmanuel". Nos trae el Reino de los Cielos y nos lleva al Padre: estas son las dos ideas centrales de todo su mensaje.
El Reino de los Cielos nos llega por El, y El mismo es, para los que le acogen por la fe, el Reino. De todas las parábolas que empleó para hacernos comprender lo que es el reino, la más expresiva es la parábola del banquete de bodas, la cual nos resume la historia de Dios con los hombres en la que El busca compartir su vida divina y revelarnos su bondad y amor. ..
Este banquete de bodas alcanza su plena realización en la Nueva Alianza con la humanidad que Dios sellará con la sangre de su Hijo, Alianza por la que El se compromete a ser nuestro Padre y darnos abundantemente su vida, a vivir El en nosotros y nosotros en El, y después, como herencia, la plena posesión del Reino de los Cielos, con tal que aceptemos a su propio Hijo como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Es así como el hombre puede llegar a la plena felicidad, al convertirse en hijo de Dios por la salvación que alcanza en Jesucristo, en el cual somos redimidos y salvados y tenemos "libre acceso al Padre" (Ef 2, 18). Es la forma como Jesús cumple su promesa: "El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 34).
Es en Cristo donde conocemos a Dios de verdad. El nos revela lo que es Dios y lo que han de ser nuestras relaciones con El. Cristo es "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia" (Hb 1, 3).
JESUS NOS DIO LA PRUEBA SUPREMA DEL AMOR DE DIOS
Al empezar a describir la última Cena de Jesús con sus discípulos, el evangelista Juan nos presenta el lavatorio de los pies y nos dice de Jesús: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
En el final de la cena Jesús se desahoga con sus discípulos y manifiesta:
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor... Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado... Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... “(Jn 15, 9-15).
Y en el pasaje en el que Jesús se presenta como el Buen ?Pastor que da su vida por sus ovejas nos ofrece la misma idea:
"Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 17-18).
"Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2, 20).
La Pasión y Muerte de Jesús, Hijo de Dios, como grano de trigo que cae en tierra para morir y dar fruto (Jn 12, 24), como cordero sin defecto ni mancha, es la medida del Amor, y también la victoria del Amor.
El quiso aceptar el tormento de la Cruz, y entregándose se sometió a la muerte y a una muerte de Cruz (Flp 2, 8), hasta el punto de no parecer ya hombre ni tener aspecto humano. Es así como fue "el testigo fiel" (Ap 1, 5) de la Verdad y del Amor de Dios.
Dios en su Hijo nos ha dado testimonio del Amor con sus palabras, pero sobre todo con su sangre: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8), "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
"Como yo os he amado" (Jn 13, 34): he ahí hasta donde puede llegar el gran Amor de Dios.
CONCLUSION
Señor, Tú has querido revelarnos la profundidad de tu amor divino por medio de tu Hijo. El nos manifestó los secretos de tu amor de Padre. El nos enseñó que debemos asemejarnos a tí en el Amor (Mt 5, 48). Que tu Espíritu me ayude a penetrar en el primer mandamiento que nos diste: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te confío las guardarás escritas en tu corazón" (Dt 6, 5-6).
Textos para meditar en la semana:
1. - Os 11, 14
2.- Mt 6, 25-34
3. - Rm 8, 31-39
4.- Dt 7, 6-13
5.- Sal 25, 1-22
6.- Sal 27, 1-14
7.- Si 43, 27-33
II.- El amor de Dios en el plan de salvación
OBJETIVO: Recibir con fe la salvación que Dios me ofrece en su Hijo y llegar a sentirme salvado.
La salvación que recibimos de Dios a través de su Hijo es una prueba, aun más personal, del amor de Dios. En sus designios eternos Dios, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4), concibió un plan de salvación que su Hijo llevó a término.
Jesús vino al mundo "para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 17). Su mismo nombre significa "Yahveh salva", y "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12).
A) JESUS VINO PARA SALVAR AL MUNDO
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11): fue el mensaje venido del cielo al aparecer el Hijo de Dios en medio de nosotros.
En su vida de ministerio procuraría Jesús aprovechar todas las ocasiones posibles para recalcar su misión salvadora: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 9-10), "no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo" (Jn 12,47).
El es la única puerta de salvación (Jn 10, 9).
Leyendo atentamente el Evangelio llegamos a concluir que la misión principal de Jesús, como Hijo de Dios venido al mundo, es la salvación de los hombres. En su predicación expresa de diversas maneras en qué consiste la salvación y cómo se ofrece a todos, aun a los más alejados de la casa del Padre.
Los Evangelios subrayan desde la infancia de Jesús su función salvadora, como ya estaba anunciado en toda la Escritura; "Todos verán la salvación de Dios" (Lc 3,6), y de forma detallada nos van presentando el desarrollo y la manifestación de esta salvación, que en la Cruz y en la Resurrección tuvo su punto culminante.
Cuando nosotros escuchamos hoy este mensaje del Evangelio a través de la Iglesia, que nos lo trasmite fielmente, recibimos lo que para todos los hombres es "palabra de salvación" (Hch 13, 26), y podemos nosotros también afirmar con S. Pablo: "Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo" (1 Tm 1, 15).
B) ¿COMO ES LA SALVACION QUE OFRECE?
1.- La salvación que Jesús me ofrece es actual, para mí en concreto aquí y ahora, para hoy, para mañana y para siempre. No es solamente para después de la muerte. El quiere que me sienta salvado todos los días de mi vida: "ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2). Si yo le dejo entrar en mi mundo, en mis problemas y negocios, en mi casa, escucharé con gozo que me dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lc 19,9).
2.-- Si bien ya es aquí y ahora cuando El "me salva, me saca de las garras del abismo y me lleva consigo" (Sal 49, 16), sin embargo mi salvación no alcanza toda su plenitud y consumación hasta que no haya llegado a la casa del Padre y obtenga la herencia de los santos y "la gloria del reino preparado", desde la creación del mundo, para los que se salvan (Mt 25,34).
3.-- No procede hablar solamente de la salvación de mi alma, sino de todo mi ser, de toda mi persona. La salvación es algo global que afecta a todas las áreas de mi persona, y por tanto también a mi cuerpo, en el que siempre se da una manifestación de cuanto ocurre en mi espíritu, para llegar un día a resucitar como incorrupción, gloria, fortaleza y "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 42-44).
4.- No soy yo el que me salvo. El Señor es el autor de la salvación y es El, el que me salva de una forma gratuita, sin que yo haya merecido nada de mi parte, "y si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la gracia no sería ya gracia" (Rm 11, 6).
Cada día tengo que dar gracias a Dios por esta salvación que recibo con tanta misericordia y amor. Un dÍa espero yo también unirme al canto de alabanza de los elegidos: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 6. 10).
5. - A mí me corresponde disponerme, apartándome del pecado y convirtiéndome al Señor, y como un pobre, como un enfermo, como un niño, acoger por la fe en Jesucristo el don que graciosa y abundantemente me ofrece la misericordia amorosa del Padre. La fe es el principio de mi salvación y el fundamento de mi justificación ante Dios, pues "el justo vivirá por la fe" (Ga 3, 11).
6.- Esta fe no es sólo asentimiento intelectual, sino un SI total de todo mi ser a Cristo Salvador, una acogida de su palabra y de su persona, lo cual supone un rendirme a El, que así me libera y quiere conservarme sano y salvo para el día de la resurrección. No es tampoco una simple creencia o una vaga persuasión, es un creer con la inteligencia y también con el corazón (Rm 10, 10), lo cual implica mi incorporación por el Bautismo a Cristo, Verdad y Vida, y el que yo empiece a vivir en El y por El. Es así como por la fe habita Cristo en mi corazón (Ef 3, 17), y también por la fe recibo "el Espíritu de la Promesa" (Ga 3, 14), las "arras" puestas en mi corazón de la herencia prometida (2 Co 1, 22 y 5, 5).
C) ¿EN QUE CONSISTE ESTA SALVACION?
1. -. La salvación que Jesús nos trae es:
-un pasar de la muerte a la vida. Jesús nos dice: "El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24);
-pasar de las tinieblas a la Luz. "Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas" (Jn 12,46);
-pasar de la situación de esclavo y de ruptura con Dios, con los demás y consigo mismo, a un estado de armonía y comunión consigo mismo, con los demás y con Dios, como verdadero hijo de Dios;
-pasar de la tristeza, ruina y desesperación al gozo, paz y esperanza plenas.
2.-- Es esencialmente una liberación:
-del poder de Satanás,
-del pecado,
-de la muerte.
a) El poder de Satanás, el maligno, el señor de la muerte o el acusador, como le llama la Escritura, que se opone a Dios y a la salvación de los hombres, sufrió su gran derrota con la muerte de Jesús en la Cruz. Esta victoria de Jesucristo anula el acta de acusación destinada a perder a la humanidad (Col 2, 14-15).
El cristiano, que por el Bautismo quedó incorporado al Cuerpo del Señor, nada tiene que temer al poder del maligno, a no ser que él mismo deliberadamente quisiera entregarse a su acción; y, por la gracia que recibe de Jesucristo, siempre puede triunfar sobre Satanás, desbaratando su actuación y maniobras (2 Co 2, 11; Ef 6, 11). Por el poder del Espíritu Santo podrá discernir todo cuanto del espíritu maligno va en contra de Jesucristo, tanto si es magia o supersticiones, como si se trata de ocultismo, idolatría u otras prácticas. Por más que se vista de luz, Satán, ya vencido, no tiene más que un poder muy limitado, y al final de los tiempos verá su derrota definitiva (Ap 20,1-10).
b) "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8 33-36).
En efecto, por el poder de Cristo resucitado somos liberados y salvados del pecado:
- ante todo, el mayor beneficio que obra Jesús es el perdón del pecado. Su muerte es un sacrificio salvador para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. (Mt 26,28). Habiendo resucitado tiene toda po?testad en el cielo y en la tierra y comunica a su Iglesia el poder de perdonar los pecados (Jn 20, 23).
- También nos libera de los efectos nocivos y consecuencias del pecado: de su poder esclavizante, de la debilidad y ceguera que produce, de todo estado de culpabilidad y tristeza. Sus sacramentos tienen todos un maravilloso poder sanador, y por ellos experimentamos cómo Cristo es la luz del mundo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn I, 5.9); y por la fe y la gracia somos convertidos en "luz en el Señor" (Ef 5,8).
c) Nos libera de la muerte. La resurrección de Jesús es la prueba de su victoria sobre una de las consecuencias más dolorosas del pecado: la muerte. "El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies... “(1 Co 15,26). "La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1 Co 15, 54-55).
Cristo "aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno" (Prefacio de difuntos, II). Su victoria sobre la muerte, garantía de nuestra futura resurrección, nos infunde una gran seguridad ante el hecho de la destrucción de nuestro cuerpo, haciéndonos ver que lo que los hombres llamamos muerte no es más que el paso a la verdadera vida, porque la vida de los que creen en el Señor no termina; se transforma.
Para el cristiano que vive en serio su fe y unión con el Señor, nada tiene de terrible la muerte; al contrario, la espera con paz y hasta con gozo indecible, como vemos en los santos y en hermanos que nos han precedido, cuya muerte envidiamos. La hermana Isabel de la Trinidad en el momento de su muerte dijo: "¡Me voy a la luz, a la vida, al amor'"
3.- Si la salvación, como hemos dicho antes, es perdón del pecado, también es:
reconciliación con Dios, por la muerte de su Hijo, siendo nosotros justificados por su sangre, por la cual Dios nos comunica el don del Espíritu Santo, y nos hace hijos suyos adoptivos.
"Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). Entonces habremos alcanzado una liberación y victoria total sobre la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y todos los males, "porque el mundo viejo habrá pasado" (Ap 21,4).
En el amor que Dios nos ha manifestado a través de su Hijo como salvador nuestro se contiene toda nuestra salvación; y la glorificación del Hijo se consumará en nosotros cuando definitivamente formemos parte del pueblo adquirido para la alabanza de su gloria (Ef 1 , 14).
4. La salvación de Cristo, si quisiéramos resumir, diríamos que es una liberación de la muerte eterna y entrar en posesión de la vida eterna;
En el Evangelio de Juan hay numerosos pasajes que nos hablan constantemente de vida eterna:
unas veces a propósito de todo el que cree en Jesús: Jn 3, 16-36; 5,24 6,47; 10,28; 12,25; 17,3;
otras veces al hablar de aquel que come el pan vivo que Jesús nos ofrece: .Jn 6, 51-58. Hablando del pan vivo es cuando Jesús más nos habla de la resurrección en el último día: Jn 6, 39.40.44.54, en correspondencia con la vida eterna;
otras veces cuando nos habla de la luz de la vida: Jn 8, 12;
de no ver la muerte jamás: Jn 8, 51; 11,26;
o de cómo El nos da su gloria para ser todos unos con El en el Padre: Jn 17, 21-22;y estar donde El está: Jn 17, 24.
D) CRISTO JESUS, NUESTRO SALVADOR (Tt 1,4)
Nunca como hoy se ha encontrado el hombre con una oferta tan variada y abundante de fórmulas y medios de salvación. Líderes de todo tipo, corrientes y religiones orientales que se nos presentan como un nuevo mesías para occidente, reformadores sociales, hallazgos de la técnica y de la ciencia, de la medicina, de la psiquiatría, ete.
El cristiano tiene la verdadera "palabra de salvación" (Hch 13, 26; 11,14) para todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Y porque ha sido salvado debe proclamar en nombre de Jesús el mensaje de la Buena Nueva, el Evangelio que es "fuerza de Dios para salvación de todo el que cree"(Rm 1, 16). Recuérdalo siempre: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch4,12).
Textos para meditar en la semana:
1.- 1 P 1, 17-25
2.- Ef 1, 3-14
3. - Hch 2, 32-41
4. - Rm 10, 5-13
5.- Rm 5, 8-10
6.- Ap 7,1-17
7.- 1 Jn 4, 7 -2 1.
SEGUNDA SEMANA
Jesús es Señor
OBJETIVO: Llegar a tomar conciencia, por la acción del Espíritu Santo, de lo que significa confesar y proclamar que Jesús es Señor, y reconocerle como el único Señor de mi vida.
INTRODUCCION
Después de haber descubierto hasta qué punto Dios me ama y lo ha manifestado de manera especial en su plan de salvación por medio de su Hijo, Salvador del mundo, intentaremos esta semana llegar a un conocimiento más profundo del misterio de Jesús, "para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos" (Ef 1, 17-20).
Para el cristiano verdadero todo está definido por su fe en Cristo Jesús, Salvador y Señor. Su Dios no es el Dios de los filósofos, ni el Dios lejano de la religión natural. Toda su relación con Dios, toda experiencia sobrenatural que pueda vivir en este mundo será siempre a través de Jesús, "constituido por Dios juez de vivos y muertos" (Hch 10,42), "Señor y Cristo" (Hch 2,36), "el Señor de todos" (Hch 10,36).
Es, pues, de máxima importancia confesar y reconocer a Jesús como Señor, lo cual significa aceptarle como Señor de todas las cosas y sobre todo, por lo que a mí concierne, Señor de toda mi persona, de toda mi vida, de todo cuanto yo soy y hago.
“Todo fue creado por El y para El: El existe con anterioridad a todo, y todo tiene en El su consistencia. El es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia; El es el principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea el primero en todo" (Col 1, 16-18).
¡JESUS ES SEÑOR!: he aquí la confesión fundamental de la fe cristiana.
Es una fórmula que en su simplicidad encierra todo el contenido de nuestra fe. Para la Iglesia primitiva fue el primer credo o símbolo de fe: confesando a Jesús, como Señor, es como expresaban todo el misterio de Cristo, hijo del hombre e Hijo de Dios, muerto y resucitado por nosotros.
Para el creyente del siglo XX tiene la misma fuerza y actualidad, y en tomo a este misterio se pueden agrupar todos los demás artículos de la fe.
A) EL CRISTO DE NUESTRA FE
Hoy día se admira y contempla a Jesús bajo muy diversos aspectos. Son muchos los que se entusiasman con Jesús visto tan sólo como liberador social, un gran reformista, un revolucionario, un líder, un profeta... Pero, nada de reconocerle como Señor.
Todo esto no es más que presentar a Jesús bajo su aspecto puramente humano, sin llegar a la esencia de su misterio.
A nosotros también nos podría dirigir Jesús la misma pregunta que formuló a sus discípulos:
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos le dijeron: 'Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas: Díceles él: 'Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo '. Replicando Jesús les dijo: 'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 13-17)
Reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, confesarle como Señor es algo que no podemos hacer por nosotros mismos; necesitamos la fe, la acción del Espíritu Santo.
Es el Espíritu de la verdad el que nos revela interiormente el Cristo de nuestra fe y nos da "en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios (de Cristo), en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,2-3).
Este es el Cristo con el que nos relacionamos a través de la fe, de la oración y de los sacramentos. Es el eterno viviente, a quien amamos sin haberle visto, en quien creemos, aunque de momento no le veamos, rebosando de alegría inefable y gloriosa (1 P. 1, 8). Es el que está sentado a la diestra de Dios Padre (Me 16, 19) y permanece con nosotros todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20).
Si el cristiano no vive en profundidad su fe, corre el riesgo de quedarse solamente con Jesús tal como vivió y predicó en Palestina, con el "Cristo según la carne" (2 Co 5,16), en frase de S. Pablo, y su relación con el Señor resulta fría, lejana y superficial, sin llegar a entrar en la atmósfera de su intimidad y sin llegar en realidad a conocerle.
B) ¿QUE SIGNIFICA CONFESAR Y PROCLAMAR QUE JESUS ES SEÑOR?
1.- El discurso que Pedro pronuncia el día de Pentecostés se centra en el kerigma cristiano, es decir, en el anuncio de Jesús, hecho Cristo, hecho Señor y Salvador por su resurrección:
"Ha este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 32-36).
Por su resurrección Jesús fue constituido en el Señor de que habla el Salmo 110, con el que había tratado Jesús de enseñar a sus oyentes que, a pesar de ser hijo de David, le era superior y anterior (Mt. 22,43).
Es así como Pedro, y con él toda la Iglesia primitiva, a partir de este Salmo proclamó en su predicación el Señorío de Jesús, actualizado por la resurrección, con lo cual se afirmaba que Dios, al resucitar y exaltar a Jesús, le había entronizado como el Señor a su derecha, como el Cristo, es decir, el Rey Mesías anunciado por la Escritura.
Tal como podemos ver por el libro de los Hechos, la Iglesia primitiva llamó a Dios Señor, como consecuencia de la versión griega del Antiguo Testamento en la que se tradujo la palabra Yahveh, el nombre propio de Dios, por la palabra Señor. Pero dieron también este nombre a Jesús y se usó la expresión Señor Jesucristo (Hch 28, 31), y se daba testimonio y se predicaba "tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesucristo" (Hch 20, 21).
2.- En la Epístola a los Filipenses tenemos un precioso fragmento, que seguramente fue un himno anterior a San Pablo, en el que se nos exponen las diversas etapas del Misterio de Cristo: su preexistencia divina, su humillación en la Encarnación y el anonadamiento total de su muerte, su glorificación celestial, la adoración del universo y el nuevo título de Señor conferido a Cristo (Cf. Biblia de Jerusalén, nota a Flp 2,5):
"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ?el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de si mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a s' mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
"Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre”. (Flp 2, 6-11).
Proclamar que Jesús es Señor es confesar que merece el título supremo de Señor o Kyrios, "en cuanto mesías entronizado en el cielo, que inaugura su reinado por el don del Espíritu y está siempre presente a su Iglesia en la asamblea eucarística en tanto llega el juicio" (León-Dufour).
C ) ¿QUE IMPORTANCIA TIENE ESTO EN MI VIDA?
Hay un texto fundamental de la Palabra de Dios que nos lo aclara todo:
"Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de fe que nosotros profesamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rm 10,8-10).
Esta es la palabra de fe que nosotros profesamos: Jesús es el Señor. Confesando con la boca y creyendo con el corazón tenemos la adhesión interna del corazón y la profesión externa: las dos dimensiones de la fe por la que nos abandonamos en Dios como único autor de la salvación en Cristo Jesús.
El objeto propio de la fe es el misterio de Cristo, a quien Dios ha resucitado de los muertos y le ha hecho Señor y único Salvador de todos los hombres,
De una forma más inmediata: es reconocer que en mí todo ha de ser suyo, que todo le pertenece y debe estar sometido al imperio y señorío de su amor.
Cada vez que proclamo que Jesús es Señor debo expresar mi fe y mi decisión de ser todo para El y de ofrecerle toda mi vida. Toda la existencia cristiana consiste en consagrar la vida a nuestro Señor Jesucristo.
D) ESTO SOLO ES POSIBLE POR LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO
Jesús afirma rotundamente: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae; y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 44).
Y San Pablo escribe:
"Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! sino en el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).
Como hemos visto, confesar que Jesús es Señor es el acto de fe por excelencia, y es además un acto que compromete nuestra vida.
Reconocer a Jesús como Hijo de Dios, lo mismo que confesarle como Señor, es un acto de salvación, algo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.
No importa repetirlo: sólo por el Espíritu es posible descubrir a Cristo como el Hijo de Dios, que ha sido constituido Señor.
Sólo por el Espíritu es posible confesarle como Señor. Sólo por el Espíritu es posible entregarle nuestra vida y desear que El se instale en nuestra vida y en nuestro ser como el Señor de todo.
Una consecuencia de toda efusión del Espíritu sobre nosotros es la toma de conciencia de que Jesús es el Señor y la necesidad que pone en nosotros de proclamarlo y aceptarlo como Señor de nuestra vida.
El Espíritu es el que verdaderamente nos introduce en el misterio de Jesús y nos lleva a vivir sometidos a su señorío.
E) JESUS ES EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL PADRE
He aquí un texto muy profundo que con frecuencia debe?mos hacer objeto de oración:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre... El que me ha visto a mí, ha visto al Padre ... Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí'' (Jn 14, 6-11 ).
1.- EL CAMINO: El pueblo de Israel había orado con los salmos anhelando marchar por el verdadero camino, por las vías del Señor (Sal 119), por "sendas de vida" (Pr 2, 19; 5, 6; 6, 23, etc.). El camino de vida era el camino de la justicia, de la verdad y de la paz.
Al presentarse Jesús como el CAMINO nos ofrece una nueva forma de caminar según Dios. Quizá esto dio origen a que en el libro de los Hechos se llame camino al cristianismo, al ser discípulo de Jesús (Hch 9, 2; 18, 25.26; 19, 9.23; 22, 4).
Jesús es el CAMINO no sólo porque sus palabras nos conducen a la Vida, sino también porque El mismo nos lleva al Padre.
¿Cómo nos lleva al Padre?
a) Revelándonos al Padre: "El que me ve a mí, ve al Padre"(Jn 14,9; 12,45);
b) Mostrándonos el camino hacia el Padre;
c) El mismo es nuestro acceso al Padre: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo nico que está en el seno del Padre, El lo ha contado" (Jn 1, 18);
d) Viene del Padre y va al Padre, y es uno con El. "Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre"(Jn 16,28).
2.- El es la VERDAD: Y lo manifiesta con su palabra y con su obra: "Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8. 31-32).
3.-- Por ser la expresión del Padre, nos introduce en la comunión con el Padre, en lo cual consiste la plenitud de la verdadera Vida. El Padre le ha enviado "para que todo el que cree en El tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).
F) ESUS NOS INTRODUCE EN EL MISTERIO DE LA TRINIDAD
Toda la vida de Jesús, su persona, su palabra y su actividad son el lugar de la manifestación perfecta del Padre, por estar unido a El en una comunión inefable.
El acontecimiento pascual nos trae una nueva efusión del Espíritu, y, como consecuencia, un conocimiento más íntimo del misterio de Jesús y de su unión con el Padre.
Es el Espíritu el que nos introduce en el misterio de la persona de Jesucristo, Verbo de Dios, Hijo del Padre, y el que también nos introduce en el misterio de Dios Padre. En otras palabras, el Espíritu nos revela a Jesús y Jesús nos revela al Padre, "que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver" (1 Tm 6,16).
Por Jesús "unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2, 18), pues El es la imagen del Dios invisible (Col 1 , 15).
La vida cristiana esencialmente consiste en:
-vivir nuestra comunión con Dios Padre, en sumisión a su voluntad y sintiéndose en Cristo hijos muy amados del Padre;
-nuestra comunión con el Hijo, incorporados a El por el bautismo y constantemente tocados, curados y transformados por su gracia en los sacramentos;
-esta doble relación es obra del Espíritu Santo, que nos revela el verdadero rostro de Jesús.
La auténtica vida del cristiano consiste en vivir el misterio de la Trinidad. Si Dios se nos ha revelado como uno en la Trinidad de personas, y si queremos amar a Dios, debemos adorarle y amarle como El quiere ser adorado y amado. Por eso en nuestra oración tratemos de vivir este misterio y nos dirijamos a Dios tal cual El es:
-alabemos al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es bondad y misericordia,
-alabemos al Hijo hecho hombre, que es "el hijo de su Amor" (Col 1 ,13),
-alabemos al Espíritu Santo que es el Amor del Padre y del Hijo y que ha sido derramado en nuestros corazones. Amén.
Textos para meditar y orar en la semana
1.-1Co 15,3-28
2.- Flp 2, 5-11
3.-Ap 1, 4-18
4.- Col 1, 13-20
5.-Ef 3, 1-2l
6.- Mc 8, 34-38
7.-Jn 14, 1-13.
TERCERA SEMANA
La conversión a Jesús
INTRODUCCION
Juan El Bautista empezó su vida de ministerio con una llamada a la conversión (Mt 3, 2; Mc 1,4; Lc 3, 3-18).
Jesús da comienzo también a su predicación con el mismo mensaje: " ¡Convertíos porque ha llegado el Reino de los cielos!" (Mt 3, 2; 4, 17; Mc 1,4; 1,15).
Este mismo llamamiento se nos dirige también hoy a nosotros.
¿A quienes interesa? A los que están alejados de Dios y a los que se encuentran ya en camino de salvación. Hay una insistencia constante en el Evangelio de que también necesitan convertirse los que se creen "justos". Si ya éstos, por definición, son convertidos, sin embargo el Señor siempre nos llama a más. El que haya más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesitad de conversión, denota más bien que los noventa y nueve justos son llamados también a conversión (Lc 15,7).
En forma muy concreta Dios nos dirige hoy este llamamiento a cada uno de nosotros. A todos nos llama de un modo general por el Evangelio, por su Iglesia que en la Palabra, en los sacramentos y en su oración nos lo recuerda.
De una forma más particular Dios nos llama a cada uno por nuestro propio nombre. En la vida de cualquiera de nosotros podemos distinguir toda una sucesión de pequeñas y grandes llamadas, de gracias constantes. Es siempre una llamada que resuena en el interior. Todos sin duda hemos sentido más de una vez alguna llamada de Dios, una mirada de Jesús sobre nosotros. No siempre nos hemos interesado, y más de una vez hemos tratado de eludir el encuentro con El. Nuestras ocupaciones, el deseo de novedades, incluso nuestros fracasos, son muchas veces la forma de escapar de Dios, y de dejar que alguien o algo le suplante, ocupando la atención que le corresponde.
Estas llamadas son los acontecimientos, los momentos dolorosos y los momentos felices que vivimos, las personas, que para el que vive en una gran fe son siempre un mensaje y un don de Dios, los testimonios y buenos ejemplos, y en general todo lo que nos trae el recuerdo del Señor.
I.- Conversión y arrepentimiento
OBJETIVO: Profundizar en el arrepentimiento para llegar a rendirme más decididamente a Jesús como mi único Señor.
A) ¿QUE ES CONVERSION?
1.- En nuestra vida podemos siempre distinguir una primera conversión, que para muchos puede haber sido su misma educación cristiana como consecuencia del Bautismo que para nosotros pidieron un día nuestros padres, y para otros, quizá, un momento decisivo en su vida que ha marcado todo el tiempo posterior.
Pero siempre cabe esperar una segunda conversión, y hasta una tercera, en el sentido de que el Señor nos invita hoy a una entrega mayor, a tomar una decisión, que, como ocurrió en la vida de los santos, cambie aún más nuestra vida. Siempre será para ahondar más en lo que empezó con la primera conversión. La invitación será entonces a vivir lo que ya somos, como si nos dijera: eres ya salvo y fuiste colocado en el Reino de mi Hijo, vive, por tanto, lo que has recibido; has resucitado con mi Hijo, busca más las cosas de arriba; fuiste hecho templo del Espíritu Santo, vive más la vida del Espíritu.
Toda la vida cristiana es conversión, y como cristiano debo buscar llegar a ser cada día en cada momento lo que ya soy por vocación: renacido a la vida de Dios. ¿Hasta qué punto estoy tomando en serio mi condición de discípulo de Jesús?, ¿estoy de verdad dispuesto a seguirle y vivir por El?
2.- La conversión es algo inacabado. Es un largo camino a recorrer que no tiene fin, ni se termina al empezar una vida nueva en Cristo, sino más bien comienza ahí. Lo que hay que vivir es una conversión continua.
Ese paso fundamental, por el que con la gracia de Dios llegué a dar un viraje en mi existencia, debe seguir iluminando mi vida posterior y a él debo remitirme muchas veces como un punto de referencia en los momentos de turbación, vacilación, decaimiento, y sobre todo cuando advierta que no estoy siendo fiel a la marcha que emprendí. Siempre habrá que renovar el don total de sí a Dios.
Si mi conversión fue poco firme, todo se esfumará enseguida y lo consideraré como una emoción del momento.
3.- ¿De qué conversión se trata?
Tanto si la llamada va dirigida al que está viviendo en el pecado, como si es para el que sigue fiel en su vocación, la conversión no es simplemente un cambio de conducta o de comportamientos.
Tampoco es solamente un cambio de pensar, aunque esto significa literalmente la palabra metanoia, tal como se emplea en el Nuevo Testamento.
Ambos aspectos deben estar incluidos, pero es necesario algo más. La esencia de la conversión es el cambio del corazón. Así como para Israel era un retomar al amor primero de Dios o a una amistad más íntima, así también para mí en concreto significa reanudar una relación más íntima y amorosa con Dios, una relación que quizá se había cortado o no había llegado a cristalizar a pesar de tantas invitaciones.
Este cambio del corazón implica:
a) un sincero arrepentimiento ante mi alejamiento de Dios o ante la dejadez y mediocridad con que estoy viviendo mi relación con El;
b) una actuación de mi fe, por la que se me representará claramente el valor de lo que el Señor me ofrece; lo que es el tesoro escondido o la perla preciosa (Mt 13,41-46) ante todas las demás cosas;
c) una decisión a entregarme en serio y volver a vivir más de lleno la transformación realizada por la gracia en mi primera conversión.
B) LA CONVERSION ESENCIALMENTE ES ARREPENTIMIENTO
1.- Cuando el hombre se encuentra con Dios o ha sido tocado profundamente por la gracia, siempre hace la misma pregunta: "¿Qué he de hacer, Señor?" (Hch 22,10), "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (Hch 2,37).
Y la respuesta puede ser la misma que dio Pedro el día de ?Pentecostés: " ¡Arrepentíos!".
El arrepentimiento es siempre el elemento decisivo. En la Escritura encontramos unidos:
-arrepentimiento y conversión: "Arrepentíos para que vuestros pecados sean borrados" (Hch 3 , 19; 26, 20; M c 1,4) ;
-arrepentimiento y perdón (Lc 17, 3; 24, 47; Hch 2,38);
-arrepentimiento y fe (Hch 20,21);
-arrepentimiento y curación (Mc 6, 12-13).
2.- El arrepentimiento es un don de Dios
Ante la incompatibilidad de la vida que Dios nos ofrece y el amor o apego que estamos teniendo a otras cosas, a mi pecado, a lo que sea, y bajo una luz interior del Espíritu Santo, que nos ilumina con una gran claridad la realidad verdadera, sentimos un suave impulso hacia la salvación, al cual podemos acceder o resistir. Es el Señor que nos atrae hacia Sí', respetando siempre nuestra libertad. "O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión?" (Rm 2,4).
Sólo el poder del Espíritu Santo, "el Espíritu de la verdad" (Jn 15, 26; 16, 13), es el que convence verdaderamente al hombre de su pecado (Jn 16, 8-9). Y nos convence de nuestro pecado, no para acusarnos o para condenarnos, sino para liberarnos y curarnos.
3.- Con frecuencia se entabla una lucha interior entre el bien y el mal, muchas veces dramática, hasta que llegamos a rendirnos a la gracia.
Pero cuántas veces nos desentendemos, o buscamos una evasión, para no tener que enfrentarnos con nosotros mismos y mirar en nuestro interior toda nuestra miseria y fealdad.
Si es grande la dureza del corazón, por constantes infidelidades, aún se hace más difícil el arrepentimiento.
El grado de arrepentimiento a que llegamos nos da la medida de nuestra conversión. Si con frecuencia sigo cometiendo los mismos pecados, mi arrepentimiento es insuficiente. Cuando es profundo, corta todo brote posible.
Siempre debemos dar una gran importancia al arrepentimiento. La autenticidad y sinceridad de nuestra oración depende de ordinario del arrepentimiento que tengamos. Nunca lo demos por supuesto, ya que nuestro corazón cambia constantemente.
Puesto que yo por mí mismo no puedo arrepentirme ni librarme de mi egoísmo, que es la raíz de mis pecados, debo pedir al Espíritu Santo el don del arrepentimiento, sobre todo al acercarme a los sacramentos o cuando intente encontrarme de verdad con el Señor.
4.- Cuando nos dejamos mover por ese impulso suave del Señor, cuando nos decidimos por el bien, el arrepentimiento nos hace sentir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz (Ga 5, 22). El arrepentimiento en sí ya es liberación del pecado y encuentro con Dios en el amor y en su gran misericordia.
Por eso la conversión, lo mismo que el arrepentimiento, si bien en ciertos momentos puede revestir una lucha encarnizada, sin embargo, una vez que llegamos a acceder al don de la gracia, se convierte en una verdadera fiesta (Lc 5, 27-29; 15, 20-24), y las lágrimas que pueden sobrevenir no se sabe si son de dolor o de gozo en el Señor.
C) IMPLICADOS ASPECTOS ESENCIALES
1.- Un aspecto negativo: que es rechazo de todo lo que se opone a la llamada del Señor, del pecado en general y de cuanto diga relación al mismo, no sólo los actos realizados, sino también y de manera especial los comportamientos y actitudes antievangélicas, los criterios y escala de valores tributarios más bien del espíritu y sabiduría de este mundo y en abierta oposición al sentir del Señor.
En los actos causados principalmente por mi egoísmo o por falta de amor se pone de manifiesto la maldad que se ha ido acumulando en mi corazón que me definen como tal pecador y enfermo que soy.
Debo rechazar también hábitos y costumbres opuestos a las actitudes del Señor, así como el apego a cosas y personas que coartan la libertad de espíritu.
En definitiva se trata del abandono de mis propios ídolos, que hasta pueden ser cosas lícitas y buenas: "Todo es lícito, más no todo conviene. 'Todo es lícito', mas no todo edifica" (1 Co 10,23).
La conversión significa liberación del pecado, y esta liberación en una gran parte de casos será gradual a medida que vaya entrando en una relación cada vez más íntima con el Señor.
2.- Tenemos también el aspecto positivo de la conversión: volver al Señor, rendirme totalmente a la invitación de su Espíritu.
Es el aspecto verdaderamente decisivo, pues, más que los males presentes o que se temen para después de la muerte, lo que influye y provoca un cambio radical en toda conversión es la experiencia del Reino de Dios, de su vida en nosotros, el encuentro con El, cualquier manifestación de su amor. En Zaqueo fue la visita de Jesús (Lc 19, 1-10), en la pecadora perdonada fue el Amor de Jesús (Lc 7, 36-50), en Pablo la visión del Cristo resucitado, en los enfermos la experiencia que tuvieron de salvación.
Este aspecto puede significar empezar a vivir como hijo de Dios, como muerto y resucitado con Cristo, como renacido del Espíritu Santo, querer acoger a Jesús como mi Señor y con El también su espíritu, sus criterios, sus bienaventuranzas, su mansedumbre, humildad, pobreza y amor.
En el fondo la conversión se reduce a una humilde aceptación del Señorío de Jesús, o, lo que es lo mismo, a dejar que El se convierta en el centro de mi propia vida. Y esto exige aprender a ser como El, llegar a conocerle de verdad para imitarle y amarle de corazón.
3.- Toda la ley revelada y todo el Evangelio se reduce a ?un mandamiento de amor:
"Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: 'Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es el único y que no hay otro fuera de El, y que amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12, 29-33).
La vida cristiana es lucha constante entre el amor de Dios y el amor a nosotros mismos y a las cosas de este mundo. Los santos son los que supieron morir a sí mismos para lograr el verdadero amor de Dios.
El grado de mi conversión se reducirá al final al grado de amor a que yo haya llegado, porque lo que esencial y primordialmente me pide el Señor es que le ame. Y si llego a amarle de corazón es cuando todo mi ser habrá alcanzado su estabilidad y realización.
Textos para meditar y orar en la semana
1.- Lc 7, 36-50
2. - Mc 7, 14-23
3. - Lc 15, 11-32
4. - Lc 19, 1-10
5. - Lc 18, 9-14
6.- 2 Co 5, 14-21 y 6, 1-2
7.- Flp 3, 7-21
CELEBRACION PENITENCIAL
Después de la exposición del tema se puede hacer una simple celebración penitencial del estilo de las que señala el Ritual, pgs. 127 -188, con vistas a una preparación más fructuosa del sacramento.
Se ha de poner especial insistencia en el arrepentimiento. Si se aprecia ya un ambiente propicio se puede tener más bien una celebración comunitaria del sacramento de la penitencia, con confesión y absolución individual, de acuerdo con el Ritual, pgs. 55-82.
II.- Conversión y curación interior
OBJETIVO: Descubrir los aspectos de mi personalidad que más necesitan la liberación del Señor. (Es importante poder recuperar la palabra "liberación" en el sentido de Jesús que rompe las cadenas que nos atan, y no en el sentido de alejamiento de "malos espíritus", como a veces, por desgracia, se intenta reducir el caso).
INTRODUCCION
A muchos la conversión es el comienzo de un nuevo caminar en el Señor. Con ella se inicia en nosotros un proceso de transformación que se irá operando conforme vamos viviendo intensamente la vida del Señor en nosotros.
A muchos sorprende la forma como se acentúa en nosotros, y ahora más que antes, la lucha anterior entre el bien y el mal. Apreciamos claramente que la vida cristiana es un duro combate (Ef 6, 10-20).
San Pablo ha sabido exponer con rasgos muy vivos la lucha y la división interior que sentimos en nuestra naturale?za:
"Realmente, mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... En realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí... Descubro pues esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta... “(Rm 7, 14-25).
Es Jesús el que mejor conoce nuestro corazón cuando nos dice que "de dentro, del corazón de los hombres, salen las tentaciones malas... todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7, 20-23).
Si El ha triunfado sobre el pecado y sobre todos sus efectos nocivos, podrá El atacar el mal en su verdadera raíz y realizar en nosotros toda una curación espiritual de ciertos males y enfermedades que sólo la fe puede ayudarnos a detectar en el corazón del hombre, cuyo sentido él no puede descubrir por sí mismo.
A) NECESITO UNA CURACION INTERIOR
1.- Si con la fe y la luz del Espíritu escrutamos dentro de nosotros mismos empezaremos a descubrir cuáles son los mayores escollos con que tropezamos en la vida del Espíritu. Apreciaremos algunos obstáculos más salientes, pero sin duda que habrá muchos que quedarán en la penumbra o que hunden sus raíces hasta las capas más profundas de nuestro ser.
El origen de cada una de estas dificultades suele ser múltiple y a veces muy complejo, pero para más fácil comprensión los podemos reducir a tres grupos:
a) los que proceden de nuestra naturaleza, es decir, de nuestra constitución psíquico-somática, en la que se encuentran las huellas del pecado original, nuestra inclinación al mal, nuestra debilidad moral y la obnubilación que tenemos para todo lo espiritual.
b) Todo aquello que pertenece a nuestra historia personal, como el medio en que nos criamos, la familia de donde procedemos, la herencia, la educación, la infancia que hemos vivido y en general todo el contexto histórico que nos ha rodeado. Todo esto nos ha condicionado de una forma muy determinada que explica muchos de nuestros comportamientos.
c) Los recuerdos y vivencias desagradables, muchas veces soterrados en el subconsciente pero desde donde siguen actuando en la conducta, juntamente con los traumas que se mantienen latentes, y su secuela de comportamientos neuróticos, frustraciones, agresividad, emotividad y afectividad inma?duras, enfermedad de escrúpulos, afecciones psicosomáticas.
El pecado deja siempre una huella en el hombre interior, la cual coarta la libertad de espíritu y puede persistir en forma de odio, envidia, resentimiento, amargura, angustia, complejos de culpabilidad, etc.
2.- ¿Cuáles pueden ser los escollos que resultan insalvables para mí? ¿En qué área particular de mi personalidad necesito más la acción del Señor? ¿ Cómo verme liberado de esta y aquella tara que tanto frenan mi caminar en el Espíritu?
Algunas de estas enfermedades interiores requieren el tratamiento de la psicoterapia para que se pueda restablecer el equilibrio afectivo perturbado.
Pero en multitud de casos, y sin descartar el recurso al tratamiento médico, no cabe duda que el Señor puede ejercer su poder de curación, si sabemos someterlo con fe a su acción.
En todo aquello que me impida crecer en la vida del Espíritu o que para mí represente una dificultad especial, el Señor quiere realizar una curación interior. El, más que yo, anhela que la salvación que recibo de su misericordia sea lo más completa posible, de forma que toda mi persona quede integrada en su armonía divina y me aproxime cada vez más al ideal del hombre perfecto, del "hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4, 24), de acuerdo con el plan que Dios se propuso al crearme.
La acción de la gracia tiende siempre a restablecer el equilibrio de la primera creación, y verdaderamente "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2Co 5, 17).
3.- Todos necesitamos curación interior en alguna zona determinada de nuestra personalidad, pues nadie se encuentra inmune de pecado ni de cualquier anormalidad. Quizá hasta ahora he vivido una imagen perfeccionista de mí mismo, complaciéndome en mi propia bondad y en los logros de mi esfuerzo, por lo que tengo reparo en verme como enfermo.
Pero dejémonos transparentar por la luz de la verdad y escuchemos lo que también a nosotros nos dice el Espíritu: "Tú dices: 'Soy rico; me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre ciego y desnudo" (Ap 3, 17).
Sólo se puede curar el que se reconoce enfermo y tiene voluntad de curarse.
"¿Es que también nosotros somos ciegos?" -le preguntaron a Jesús algunos fariseos y El respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece" (Jn 9, 40-41).
Cuando ante el Señor nos presentamos como los leprosos, como los ciegos, como los paralíticos del Evangelio, y así lo reconocemos ante los hermanos, es cuando la curación empieza de verdad para nosotros.
B) IMPORTANCIA DE LACURACION INTERIOR EN EL EVANGELIO
Las curaciones que realiza Jesús no son simplemente milagros para demostrar su divinidad o para obtener credibilidad ante sus desconcertantes palabras y contrarrestar el escándalo que provocan.
a) Ante todo son un signo de la presencia del Reino de los Cielos en medio de nosotros, tal como lo habían anunciado los profetas (Is 42, 1-9; 61, 1-2; Mt 11, 2-6; Lc 7, 18-23; 10, 9) un anticipo del estado de perfección que la humanidad alcanzará plenamente cuando el Señor haga nuevas todas las cosas (Ap 21, 3-5).
b) Son también manifestaciones de la salvación que ha venido a traer y que aquí, en concreto, con este enfermo se opera ahora, de acuerdo con su misión mesiánica (Lc 4, 16-22). El triunfo de Jesús sobre Satán, sobre el pecado y todas sus consecuencias tiene esta proyección de curación. Son signo de gracia y bendición, de bendición gratuita, por lo que los Evangelios al hablar de los que son curados dice que fueron "salvados"(Mt 9,22; Mc 5,34; 6, 54-56;10, 52; Lc 17, 19).
c) Tal como anunció Isaías en su Cuarto Canto del Siervo, el Mesías realizaría la curación cargando El mismo con la enfermedad: “¡Eran nuestras dolencias las que El llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53, 4-5; Mt 8, 16-17).
No perdamos nunca de vista esta relación profunda de las curaciones con la redención por el sacrificio expiatorio de la Cruz: Jesús, que rehusó curarse a sí mismo (Lc 4,23) se hizo el Buen Samaritano de la humanidad (Lc 10, 29-37) y se identificó con todos los enfermos (Mt 25, 36). De aquí deriva el sentido de expiación y redención que puede adquirir todo nuestro sufrimiento si se asocia al suyo.
d) En consonancia con el lenguaje del Evangelio, al decir que fueron "salvados" los que quedaron curados, debemos recalcar que Jesús cuando cura, salva, es decir, cura a toda la persona.
Por tanto, la curación física no es más que manifestación o exteriorización de la curación que se espera en toda la persona, de manera especial de la curación ocurrida en su espíritu. En otras palabras: la salvación abarca a toda la persona humana y la curación actúa de dentro hacia afuera. En muchas curaciones vemos que esencialmente libera del pecado, y la curación exterior es una consecuencia o repercusión de la sanción interior, como, por ejemplo, en el paralítico (Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), en la pecadora perdonada (Lc 7, 36-50), en la mujer encorvada (Lc 13, 10-17).
Esto nos da idea de dónde se enmarca la curación interior y la importancia que tiene. Es la curación interior lo que todos necesitamos, y lo que el Señor quiere primordialmente dar a todos los enfermos por los que podemos orar, pues en la curación interior es la que trae "la libertad a los oprimidos" (Lc 4, 17-19).
C) ¿COMO SE PUEDE RECIBIR LA CURACION INTERIOR?
1.- La curación interior, puesto que tan profundamente afecta a la persona, es algo sumamente delicado y que exige un gran discernimiento y experiencia.
El primer discernimiento que hay que hacer es ver si no es más bien competencia del confesor o del psiquiatra. Si así es, remitamos al hermano al tratamiento competente, sin interferencias por nuestra parte.
2. La forma ordinaria como se realiza la curación interior y que está al alcance de todos es en el trato sincero y profundo con el Señor. El contacto con el Señor siempre cura.
Cualquier vicio, trauma o malformación que tengamos, si empezamos una relación más íntima con el Señor, abriéndonos a su Espíritu, experimentaremos una sorprendente curación a medida que vayamos creciendo en este diálogo de amor, alabanza y donación total.
Muchos hermanos de la R.C. pueden dar testimonio de cómo sin esfuerzo pudieron dejar el tabaco o la droga, o de cómo se vieron libres del resentimiento y llegaron a perdonar de verdad a quien antes no habían podido durante años.
La oración personal es un medio extraordinario para la curación interior de cualquier mal. Si te decides por fin a hacer oración diaria, comprobarás cómo todo empieza a cambiar dentro de ti y como el trato con el Señor te hace más equilibrado.
Si la oración no produjera un cambio apreciable, sería señal de que no se hace oración de verdad, de que la oración es rutinaria, fría, formalista u oración muerta en la que se busca a sí mismo y se centra en sí, sin llegar al encuentro vivo con Dios.
Acércate a la zarza ardiente y descálzate de ti mismo porque el Dios vivo te habla, te ilumina, te calienta y te transforma.
3.-- Los Sacramentos son el lugar privilegiado para la curación interior. Cada sacramento produce la curación según la gracia que comunica.
El Bautismo no sólo perdona todos los pecados cometidos sino que también cura y transforma en nueva creatura, pues es despojo del hombre viejo y revestimiento del hombre nuevo (Rm 6, 6: Col 3, 9; Ef 4, 24), nueva creación según la imagen de Dios (Ga 6, 15).
La Eucaristía es también sacramento de curación, medicamento del cuerpo y del alma, ya que nos pone en íntimo contacto con Cristo médico y salvador. Recibir la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor es recibir el abrazo de la humanidad gloriosa de Cristo que fue inmolado por nuestra salvación. Este abrazo inefable necesariamente nos cura, aunque en esto influye mucho la disposición con que se recibe, la acogida, la fe y la atención que prestamos a la presencia del Señor.
El Sacramento de la Penitencia es el remedio contra el pecado, origen de tantas heridas y desarreglos causados en nuestro espíritu.
Para sacar el máximo partido de sus virtualidades, de manera que se actualice nuestra fe y el arrepentimiento sea más profundo, damos especial importancia a la forma de su celebración: con calma, y con tiempo suficiente, al menos de media hora, confesor y penitente oran juntos. El penitente se acusa después ante el Señor, y luego oran de nuevo para pedir al Señor discernimiento sobre la raíz principal de los pecados confesados. El confesor hace después una oración de curación interior, con especial insistencia en el arrepentimiento y la liberación interior, dando a continuación la absolución. El efecto que produce así el sacramento es muy profundo.
Se puede consultar: M. SCANLAN, La fuerza de la reconciliación, en KOINONIA, Núm. 16, pgs. 11-13.
La Unción de enfermos es sacramento de curación, principalmente interior, en forma de fortalecimiento, consuelo, aliento e iluminación.
4.- La oración de curación interior la puede hacer sobre mí o un sacerdote, o un grupo de intercesión, o un hermano con especial discernimiento y carisma para este ministerio.
Después del discernimiento adecuado para identificar la raíz del mal interior, se hace esta oración que esencialmente consiste en presentar al Señor no sólo la enfermedad interior, sino también todo el contexto histórico en que se pudo originar, y todas las ramificaciones que pueda tener en las distintas áreas de la personalidad.
Para que la oración de curación sea efectiva se requiere a veces repetida en distintas sesiones, pues se trata de todo un proceso regenerador que progresivamente se irá operando.
Es de gran importancia que el hermano por el que se ora ponga todo lo que se precisa de su parte y se comprometa entregándose totalmente al Señor.
(Se puede consultar el artículo de M. SCANLAN, Fallos posibles en el ministerio de la curación interior, KOINONIA, Núm. 12, pgs. 12-16. Ver también Ph. VERHAEGEN, Introducción a la Renovación en el Espíritu, Colección Nuevo Pentecostés 1, Ed. Roma, Barcelona 1979, p. 86-89).
CELEBRACION DE LA ORACION DE CURACION INTERIOR
Sobre todo el grupo que recibe el Seminario se puede hacer una oración general de curación interior, quizá después de la exposición del tema o bien otro día.
Ayudará a todos a tomar conciencia por primera vez de aquello en lo que más necesitan la curación del Señor.
Textos para orar y meditar en la semana
1.- Mc5, 21-43
2.- Jn 4, 1-42
3.- 2 Co 11, 24-33 y 12, 1-10
4.- Ef 4, 17-32
5. - Ga 5, 13 -26
6.- Mt 5, 1-12
7.- Rm 12, 14-21 y 13, 8-10.