PROCLAMAR LA PALABRA DE DIOS

Proclamar la palabra de Dios

Por Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.

Sí, la Palabra de Dios, y sobre todo la Liturgia de la Palabra reúne al Pueblo sacerdotal y lo santifica. Y la razón es clara, pues la Palabra de Dios, cuando es proclamada, congrega a los hombres (Mc 2, 2; 4, 1-2), Y como es Palabra santa -ya que el Espíritu Santo está en su origen comunica santidad y vida (Jn 6, 63) (1).

Por otra parte, sabemos que Jesús es a la vez la Palabra del Padre y la "santificación" de Dios: él es "el Santo de Dios" (Jn 1, 1; 3, 34; 6, 69; 1Co 1, 30). Hay, pues, una relación muy estrecha entre Cristo Jesús, la Palabra de Dios y la santidad.

San Jerónimo solía decir: "Desconocer la Escritura es ignorar a Cristo"; y en consecuencia podemos decir, a la inversa, que conocer la Palabra de Dios en la Escritura será también conocer a Cristo. En efecto, Jesús mismo invitaba a sus contemporáneos a que lo descubrieran en los Libros Santos:

"Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son también las que dan testimonio de mí" (Jn 5, 39).

Nuestro ministerio sacerdotal se ordena en forma muy directa a la proclamación de la Palabra y a la santificación del Pueblo de Dios. Hagamos, pues, a este propósito algunas reflexiones, guiados por la luz del Espíritu Santo.

I. MISION DEL SACERDOTE:
PROCLAMAR LA PALABRA SANTIFICADORA

1. "Id y proclamad la Buena Nueva"

Han transcurrido ya casi 20 siglos desde aquel día feliz en que Jesús resucitado y glorificado se apareció a los Discípulos en el cenáculo y les dijo: "Como mi Padre me envió, también Yo os envío" (Jn 20, 21); y poco después, en una montaña de Galilea, les ordenaba con solemnidad:

"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20).

A partir de entonces, la Iglesia de Cristo ha estado siempre empeñada en la tarea urgente de evangelizar y santificar al mundo; y, por lo que respecta a nuestra época, todos somos conscientes de que vivimos un momento privilegiado de esa sublime misión. En nuestros oídos resuena con todo su vigor el mandato de Jesús: "Id por el mundo entero y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15); y están vivas en nuestra mente las luminosas directivas de las Exhortaciones Apostólicas "Evangelii nuntiandi" del papa Pablo VI, y "Catechesi tradendae" de S.S. Juan Pablo II..

Es, pues, nuestra tarea proclamar al mundo entero la Palabra del Señor para que se convierta, se salve y viva (Lc 5, 32; 19, 10; Jn 3, 17; l Tim 2, 4). También para nosotros vale la convicción del Apóstol Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no proclamara el Evangelio!" (l Co 9, 16) (2).

2. Los Presbíteros, ministros de la Palabra de Dios

La noble y urgente misión de proclamar la Palabra de Dios, confiada por Jesús a sus Apóstoles, ha sido recogida nuevamente en nuestros días por el Concilio Vaticano II, y expuesta en varios documentos conciliares (3). Entre ellos llama particularmente la atención el nº 4 de "Presbyterorum ordinis", en el que se destacan claramente algunas ideas importantes:

1º. El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la Palabra de Dios vivo. Por tanto, los presbíteros tienen por deber primero el anunciar a todos el Evangelio de Dios, de manera que... constituyan y acrecienten el Pueblo de Dios.

2°. Con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no-creyentes y se nutre en el corazón de los fieles.

3°. Los presbíteros se deben a todos para comunicarles la verdad del Evangelio, de que gozan en el Señor: a los gentiles, a los no-creyentees, a los fieles todos.

4°. Su deber es enseñar no su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios, e invitar a todos instantáneamente a la conversión y a la santidad.

5°. El ministerio de la Palabra se ce de forma múltiple según las diversas necesidades de los oyentes, y los carismas de los predicadores.

6°. La predicación de la Palabra se requiere para el ministerio de los sacramentos, ya que son sacramentos de la fe, la cual nace de la palabra y de ella se alimenta; esto hay que decirlo señaladamente de la Liturgia de la Palabra en la celebración de la Misa, en la que se unen inseparablemente:

• el anuncio de la muerte y resurrección del Señor,
• la respuesta del Pueblo que oye,
• y la oblación misma, por la que Cristo confirmó con su sangre la Nueva Alianza, oblación en la que los fieles comulgan de deseo y por la percepción del sacramento.


Il. LA PALABRA DE DIOS


1. La Palabra de Dios en la Escritura

La misión del sacerdote es proclamar la Palabra de Dios, y ésta se encuentra tanto en la Tradición Apostólica como en la Sagrada Escritura (4). Refiriéndonos a la Escritura, es útil recordar algunos pasajes particularmente significativos.

Pablo escribía a Timoteo:
"Las Sagradas Letras pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús; ya que toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, argüir, corregir y educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (2 Tim. 3, 15-17).

Y el autor de la Carta a los Hebreos insistía:
"Ciertamente la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible; todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta" (He 4, 12-13).

2. La Palabra de Dios en la proclamación

Sin embargo, para nosotros es de suma importancia saber que la Escritura llama Palabra de Dios no únicamente a aquello que se lee en la Biblia, sino también a la proclamación misma que brota de nuestros labios de evangelizadores. En esta línea, las aportaciones del Apóstol Pablo son decisivas.

El escribe a los Tesalonicenses:
"Al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes" (l Ts 2, 13).

Y a los Romanos:
"No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16).

Y a los Corintios:
"La Palabra de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios" (l Co 1, 18).

"Mi palabra y mi proclamación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder, para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (l Co 2, 4-5).

3. Características de la Palabra de Dios

No queremos ser interminables citando multitud de textos. Bástenos decir que, recogiendo testimonios tanto de los Profetas y de los Sabios del AT., como de Jesús y de los Apóstoles en el N. T., la Palabra de Dios, ya sea escrita como proclamada, aparece con una impresionante riqueza de matices: ante todo es "verdadera palabra de Dios"; y luego: creadora, viva, vivificante, eficaz, operante, interpeladora, justiciera, penetrante, iluminadora, fecunda, perenne, gloriosa; portadora de fuerza y de poder, demostración del Espíritu de Dios, fuente de sabiduría divina, manantial de vida eterna, comunicadora de espíritu y verdad, principio de felicidad, mensajera de paz; purificadora, santificadora, permanente, generadora de vida nueva, liberadora, consoladora, garantía de salvación y anunciadora de eternidad (5).

4. La Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia

Ante tal abundancia de prerrogativas, no es de extrañar que el Concilio, refiriéndose a la Sagrada Escritura, haya condensado la tradición de la Iglesia en fórmulas preñadas de sentido.

"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara, tal como es (1 Jn 3, 2)" (6).

"Escritura y Tradición son la regla suprema de la fe. Las Escrituras, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la Palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles" (7).

"El alimento de las Escrituras ilumina la mente, robustece la voluntad, enciende los corazones de los hombres en el amor a Dios" (8).

5. Jesús, Palabra de Dios

Pues bien, todos los atributos de la Palabra de Dios a que hemos aludido se sintetizan y se personalizan admirablemente en la persona de Jesús: Mesías, Hijo de Dios y Palabra del Padre, quien es a la vez mediador y plenitud de toda la revelación (9). En efecto, "Jesu-Cristo, ver al cual es ver al Padre (Jn 14, 9), con su propia presencia personal y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del Espíritu de la Verdad, completa la revelación y confirma con testimonio divino que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y resucitarnos a la vida eterna" (10).

III. EL SACERDOTE Y LA RIQUEZA DE LA ESCRITURA

1. Orar con la Palabra de Dios, leer la Escritura, estudiar la Biblia

¿Cómo podrá el sacerdote beneficiarse de tanta riqueza como existe en la Divina Escritura? En la Constitución sobre la Divina Revelación se lee: "Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la Palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse 'predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro'; y han de comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la Palabra de Dios" (11).

Y poco más adelante: "Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras'" (12).

Este importante texto del Concilio subraya tres verbos: leer, estudiar y orar. De aquí brota todo un programa con diferentes enfoques con los que se puede y debe entrar en contacto con la Escritura, Palabra de Dios.

Nadie da lo que no tiene, ni habla de lo que no conoce, ni hace gustar lo que no ama. Por eso, para comunicar eficazmente la Palabra de Dios nos es necesario en primer lugar conocerla, poseerla y gustarla. Es preciso que tengamos "experiencia" de lo que es y produce la Palabra de Dios. Jesús decía: "Yo hablo lo que he visto donde mi Padre" (Jn 8, 38). Y San Juan escribía: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca del Verbo de la Vida... os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros" (l Jn 1, 13) (13).

2. Tres principios para nuestro contacto con la Palabra de Dios.

Es un hecho evidente que el Pueblo de Dios en el mundo entero tiene "hambre y sed de la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Día con día se multiplican diferentes métodos de aproximación a la Escritura. La Biblia se lee por todas partes y en diferentes grupos de apostolado y de vida cristiana, tanto en los grandes movimientos de renovación en la Iglesia, como en asambleas de oración y en grupos de reflexión. La Biblia se lee y se comenta en público, principalmente en la Liturgia de la Palabra durante la celebración eucarística, pero también se lee y se ora con ella en forma privada.

Esta feliz realidad, "signo de los tiempos", es una grande gracia de Dios para nuestro mundo tan convulsionado y tan necesitado de lo divino, de lo trascendente y de lo sobrenatural. Pero, ¿quién no sabe de las dificultades que han existido siempre para una comprensión correcta de los Libros Santos? Sin una orientación adecuada en la lectura de la Biblia, es muy fácil caer en una interpretación literalista de la Escritura, o en una hermenéutica selectiva de textos que sirva para apoyar ideas personales o propias ideologías.

En estas circunstancias, y dado nuestro oficio de "maestros, santificadores y pastores del Pueblo de Dios" (14), nosotros sacerdotes tenemos la seria responsabilidad de orientar a los fieles en el recto uso de la Palabra de Dios.

Para esta delicada tarea, hay que tener presentes tres principios importantes que nos ofrece el magisterio de la Iglesia: un principio "fundamental", un principio "vital" y un principio "eclesial".

1º. Conocer el sentido literal histórico de la Escritura
Este principio es "fundamental". La razón es obvia. "Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por tanto, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos se debe estudiar con atención lo que los autores querían decir, y Dios quería dar a conocer con dichas palabras" (15).

Para lograr esto, se requiere nuestro estudio y esfuerzo. Podría presentarse una tentación, a saber: pensar que esta lectura es inútil, estéril, difícil. Sin embargo, para una recta interpretación de la Escritura este principio es básico. Así se evita un cierto "literalismo fundamentalista" en que siempre hay posibilidad de caer.


2°. "Leer o interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue Escrita"(16)
Este principio es "vital", es decir, fuente de vida. Antes de leer o estudiar la Palabra de Dios, es necesario invocar la asistencia actuante del Espíritu Santo. Solamente a la luz y al calor del fuego del Espíritu podremos descubrir y gustar los tesoros escondidos en la Palabra de Dios. Aquí está el secreto para ese "sentido espiritual o pneumático" que siempre Dios ha querido que busquemos en su Palabra. Este sentido espiritual se percibe gracias a la acción del Espíritu Santo. El Espíritu que inspiró a los autores para escribir, ahora nos asiste iluminando nuestro entendimiento para comprender y re-interpretar vitalmente el mensaje revelado, y enardece nuestro corazón para que la palabra caiga en tierra fecunda y produzca fruto centuplicado de vida eterna.

La luz de nuestra razón iluminada por la fe es ya indispensable para un acercamiento adecuado a la Escritura, pero, para que la comprensión de la revelación sea más profunda y provechosa, hay que pedir al Espíritu Santo que perfeccione constantemente nuestra fe por medio de sus dones (17).

Así interpretaron ya la Escritura los autores del N. T.: el autor del Evangelio de San Mateo, San Pablo, el teólogo que escribió la Epístola a los Hebreos, el Apóstol Juan, etc.; así utilizaron los Libros Sagrados los Santos Padres y así los leyeron los grandes Maestros de la espiritualidad.

Este principio es vital porque libera del "historicismo". Dios nos ha querido dar la Escritura como alimento que produce "espíritu y vida" (Jn 6, 63), y esto no sólo para los contemporáneos de los escritores sagrados, sino también para los creyentes de todos los tiempos. Y así, la Palabra re-leída y re-interpretada en cada época es "apoyo y vigor de la Iglesia, fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Excelentemente se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras, "pues la Palabra de Dios es viva y eficaz" (He 4, 12), y "puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hch 20, 32; 1 Ts 2, 13) (18).

3°. Leer la Escritura dentro de la Tradición viva de la Iglesia
Este principio es "eclesial", y nos protege para no correr riesgo de "iluminismo" o de "falsas interpretaciones". Dios ha dado la Escritura a la Iglesia y es dentro de ella y de su Tradición secular como hay que leer e interpretar la Palabra de Dios.

Por esa razón, en la interpretación de la Escritura se debe tener muy en cuenta "el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, y la analogía de la fe" (19). Esto quiere decir que la verdad de la Escritura no brota de un texto particular sino de la totalidad de la Escritura; que la verdad revelada ha sido percibida por la Iglesia gracias a la asistencia continua del Espíritu Santo, y que los textos difíciles deben ser comprendidos a la luz de la claridad del conjunto.

3. Acción del Espíritu Santo en la comunidad de creyentes

La Palabra y el Espíritu son inseparables. Hay entre el Verbo y el Espíritu una relación muy íntima y estrecha. Cristo envía el Espíritu, pero el Espíritu manifiesta a Cristo (Jn 15, 26). La Escritura entera habla de Cristo, pero es el Espíritu quien lo da a conocer (20).

El Espíritu Santo nos hace re-leer, reinterpretar, actualizar, aplicar la Palabra para el "hic et nunc" (aquí y ahora) de nuestra vida personal y comunitaria. El Espíritu Santo comunica vida a la Palabra para que ella penetre en la comunidad de los fieles y en el corazón de cada cristiano, de acuerdo a los diferentes ambientes culturales y a las diversas circunstancias de la historia concreta.

En esta perspectiva, cómo cobran sentido y valor las palabras del testamento de Jesús:

"Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre. El Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque con vosotros mora y en vosotros está (Jn 14, 16-17).

"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26).

"Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa..." (Jn 16, 13a).

Y lo que el Espíritu Santo hizo vivir a nuestros primeros hermanos en la fe (Jn 2, 22; 12, 16), y ha hecho experimentar a lo largo de los siglos de cristianismo, lo realiza también hoy entre nosotros y lo seguirá haciendo en lo inédito de la historia.

4. La Tradición Apostólica crece en la Iglesia

Mas no sólo los pastores, sino la comunidad cristiana entera se beneficia de la asistencia del Espíritu Santo en la reinterpretación y actualización de la Palabra siempre antigua y siempre nueva. El Espíritu Santo actúa suave y fuertemente (suaviter ac fortiter) en toda la Iglesia, Pueblo santo de Dios: la vivifica, la gobierna, la conduce y la ilumina de continuo de acuerdo a las promesas del Señor Jesús. Y, en virtud de esa asistencia iluminadora del Espíritu, es como se comprende bien una palabra audaz del Concilio:

"Esta Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la ?asistencia del Espíritu Santo; ya que crece la comprensión tanto de las cosas como de las palabras transmitidas:

- ya sea por la contemplación y el estudio de los fieles, que las repasan en su corazón (cf Lc 2, 19.51);

- ya sea por la íntima penetración que experimentan de las realidades espirituales;

- ya sea por la proclamación de aquéllos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad.

En esta forma, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios" (21).

Como claramente se percibe, en esta tarea de penetración en la verdad participa toda la Iglesia en sus diferentes niveles:

1°. Los fieles (y allí tenemos cabida absolutamente todos: laicos, religiosos, clérigos) con su contemplación y meditación.

2°. Los teólogos: con su íntima penetración de las realidades espirituales. Nótese que no sólo se trata de un estudio penetrante, sino de una verdadera "experiencia espiritual".

3°. Los obispos: con su oficio de maestros de la verdad y proclamadores de la misma.

No se trata en nuestro caso de una revelación "fundadora o constitutiva" como lo fue la de la era apostólica; pero sí de una acción constante y positivamente iluminadora del Espíritu sobre la Iglesia fundada por Cristo y por el Espíritu Santo (22). La Constitución "Dei Verbum" dice que "por el Espíritu Santo la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por la Iglesia en el mundo" (23).

El Espíritu Santo inspiró las Escrituras; y Jesús a su impulso, proclamó el Evangelio e instituyó la Eucaristía; pues bien, el Espíritu Santo actualiza las Escrituras y la Eucaristía día con día en la Iglesia, a través de los siglos. Jesús y el Espíritu son inseparables, como inseparables son del Padre Jesús y el Espíritu Santo (Jn 10, 30.38; 14, 11.16.17; 15, 16; 16, 14-16; 17, 21).

5. Oración y estudio; estudio y oración

Hermoso panorama para nuestra oración personal y para nuestra acción sacerdotal como "maestros" de las cosas de Dios. Jesús decía a Nicodemo: "Nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto" (Jn 3, 11). No podemos entregar sino lo que primeramente hayamos contemplado. No podemos incendiar a otros, si primero no ardemos dentro de nosotros mismos. (24)

Y la Palabra de Dios, primero se recibe, es decir, es leída y escuchada (25); después, penetrando en el corazón, allí es acogida (26); luego, gracias a la luz del Espíritu Santo, esa Palabra es comprendida (27); y finalmente produce frutos de vida eterna (28).


IV. EL SACERDOTE, SACRAMENTO DE CRISTO E INSTRUMENTO DEL ESPIRITU

1. La presencia de Cristo en la Liturgia

La Constitución "Sacrosanctum Concilium" nos estimula ardientemente a cumplir con alegría y entusiasmo nuestro ministerio de la Palabra, particularmente en la Liturgia Sagrada. En ella leemos:

"Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica.

- Está presente en el sacrificio de la Misa,
• sea en la persona del ministro, 'ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz',
• sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.

- Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza.

- Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla.

- Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: 'Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18, 20)" (29).

2. El sacerdote, sacramento de Cristo-Palabra

De aquí se sigue que así como el sacerdote es sacramento de la mediación de Cristo-Sacerdote (30); así es también sacramento de Cristo-Palabra de Dios. En efecto, él dijo: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo... Como tú, Padre, en mí y yo en tí, que ellos también sean uno en nosotros... Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectamente uno" (Jn 17, 18.21.23). De esa unión estrecha entre Jesús y el sacerdote, se deduce la verdad de esa palabra del Señor: "Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10, 16).

Somos Cristo en medio de los hermanos, y él es la Palabra del Padre. Dejémosle que sea él quien hable por nuestros labios. Que sea una realidad la palabra que el sacerdote recita antes de proclamar el Evangelio: "Que el Señor esté en mi corazón y en mis labios para que yo pueda anunciar digna y competentemente su Evangelio" (31).

El Espíritu Santo llenó a Jesús en plenitud, lo impulsó, lo condujo, lo iluminó y con su fuerza "in virtute eius" llevó a cabo su obra evangelizadora y santificadora, y su sacrificio redentor (Lc 3, 21-22; 4, 1.14.18; He 9, 14).

Que ese mismo Espíritu, en el momento en que proclamemos la Palabra de Dios, nos conduzca, derrame en nosotros el amor de Dios, unja nuestro entendimiento con su luz de sabiduría, de inteligencia, de ciencia, de consejo; y robustezca nuestra voluntad con la fortaleza, la piedad, el santo temor de Dios que es respeto, veneración y obediencia incondicional a la voluntad del Padre de los Cielos (32). Que él nos asista con su oficio de Paráclito permanente, dando vida a la palabra que proclamamos.

Cuando leamos y prediquemos la Palabra, seamos conscientes que es verdadera Palabra de Dios (1 Ts 2, 13), y dejemos que pase por nosotros -como el agua pasa a través de un canal- con toda su divina eficacia, y que cumpla la misión que Dios ha puesto en ella (Is 55,10-11); que penetre y toque los corazones (Hch 2, 37); que purifique y santifique los espíritus (Jn 15, 3; He 4, 12); que llegue a lo profundo del ser con todo su poder y persuasión (l Ts 1, 5).

3. Profetas de Cristo y del Espíritu

En otros términos, nuestro ministerio de la Palabra debe ser "profético", esto es, que sea Cristo Jesús quien hable a través de nuestros labios; que sean sus palabras y no las nuestras las que broten de nuestra boca. Jesús fue "profeta del Padre" porque habló, no por su cuenta, sino lo que su Padre, que lo había enviado, le ordenó decir: "Lo que Yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12, 50; cf Jn 3, 34; 8, 38).

Y también que nuestro ministerio de la Palabra sea "profético", porque la palabra que brote de nosotros sea lo que el Espíritu quiera decir por nuestros labios, ya que "en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles que nosotros proclamamos, resuena la voz misma del Espíritu Santo" (33).

Si somos "profetas de Cristo y del Espíritu", la palabra proclamada por nosotros será operante y eficaz, producirá vida, proyectará luz, comunicará pureza, educará en la virtud y en la justicia, y mostrará los caminos de la santidad (34).

Y a propósito de la Liturgia de las Horas, hay que percibirla -pues lo es en realidad- como un elemento eficaz de santificación: que Cristo, nuestra Cabeza, hable y alabe al Padre por nuestros labios, al impulso del Espíritu: "Al Padre por Jesús en la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13, 13).

CONCLUSION:
Jesús, modelo y maestro en el arte de proclamar y de enseñar las Escrituras.

San Pablo escribía a los Romanos: "¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!" (Rm 11, 33).

Eso mismo podemos decir acerca de los tesoros escondidos en la Palabra de Dios. Y esos tesoros Dios los ha puesto en nuestras manos sacerdotales. Son para nosotros, y para que los distribuyamos a nuestros hermanos los hombres. ¿Los aprovechamos suficientemente?

¡Manos a la obra, y bebamos de esa fuente inagotable de la Palabra de Dios! No pensemos que un día llegaremos a poseerla en su totalidad. San Efrén decía refiriéndose a la Sagrada Escritura:

"Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella... Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia" (35).

El mismo Jesús es nuestro modelo y "maestro" en el arte de proclamar y de enseñar las Escrituras. Ello hizo al impulso del Espíritu; hagámoslo nosotros de la misma manera. Que el Señor, a través de nuestro ministerio de la Palabra, abra las inteligencias de los fieles para que comprendan las Escrituras (cf Lc 24, 45).

Qué gracia del Señor tan grande no será cuando nuestros fieles comenten, como los discípulos de Emaús, después de escuchar nuestra proclamación:

"¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32).

¡Que para el Padre sea todo el honor y toda la gloria por Cristo-Jesús en el Espíritu Santo! Amén.

NOTAS:

(1) Ya el Pueblo de Israel, al ser escogido por Dios-Santo, era un "Pueblo santo" (Ex 19, 6). La comunidad de los tiempos mesiánicos es anunciada como una comunidad de santos (Dn 7, 18). Los cristianos, consagrados como nuevo "Pueblo santo" de Dios (l P 2, 9) y reengendrados por la Palabra de Dios viva y permanente (l P 1, 23; 1 Co 4, 15), son llamados a ser santos, puros, sin mancha (l Co 7, 34; Ef 1, 4; 5, 3; Col 1, 22). La exigencia de santidad del cristiano se origina en su bautismo (Ef 5, 26-27) y su ideal es la santidad misma de Dios (l P 1,15•16; Mt 5, 48; 1 Jn 3, 3).

(2) Cf "Evangelii nuntiandi" n. 14: La evangelización, vocación propia de la Iglesia; nº. 42-44: Una predicación viva; la Liturgia de la Pa?labra; la Catequesis.
"Catechesi tradendae" n. 27: La Escritura como fuente de la catequesis; nn. 35-45: Necesidad de la catequesis.

Hacia el año 600, san Gregorio Magno escribía: "Hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan en cambio quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio" (Homilía 17, 3.14: PL 76,1139 s).

(3) "Lumen Gentium" n. 25; "Presbyterorum Ordinis" n. 4; "Sacrosanctum Concilium" nn. 33.35.48.52.

(4) Cf "Dei Verbum" nn.9-1O."La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia" (DV 10).

(5) Gn 1, 3; Is 6, 3-10;40, 9; 52, 7; 55, 10-11; Jr l,7-8.18-19; 20, 9; Mi 3, 8; Sal 119; Pr 8; Eclo 24; Sab 7-8; Mt 13, 16-17; Jn 1, 1-3; 6-37-40.63; 12, 48-50; 15, 3; 17, 17; Rm 1, 16; Rm 15, 4; 1 Co 1, 18.23-24; 2, 4-5; 2 Co 5, 18-21; l Ts 2, 13; 2 Ts 3, 1; He 4, 12-13; Sant 1, 18.21-25; 1 P 1, 23-25.

(6) "Dei Verbum" n. 7.

(7) "Dei Verbum" n. 21.

(8) "Dei Verbum" n. 23.

(9) "Dei Verbum" n. 2.

(10) "Dei Verbum" n. 4.

(11) "Dei Verbum" n. 25.

(12) "Dei Verbum" n. 25.

(13) Según el N.T., para poder "ser testigo" es necesario "haber visto y oído", lo cual equivale a haber tenido un conocimiento experiencial de alguien o de algo: cf Mt 11, 4; 13, 13; Mc 4, 24; Lc 1, 2; 2, 20; 7, 22; Jn 1, 18.33-34; 3, 11.32; Hch 2, 33; 4, 20; 8, 6; 19, 26; 22, 15; 26, 16; 1 Co 9, 1; 1 Jn 1, 2-3.

(14) "Presbyterorum Ordinis" nn. 4-6.

(15) Cf "Dei Verbum" n. 12c.

(16) S. Hipólito, Orígenes, S. Agustín, S. Jerónimo, S. Tomás_-Benedicto XV, Enc. "Spiritus Paraclitus" (15 Sept 1920): EB 469; CV II: ?"Dei Verbum" n. 12c.

(17) "Dei Verbum" n.5- Santo Tomás de Aquino enseña que los dones son ciertas disposiciones o perfecciones o hábitos, más elevados que las virtudes, que Dios infunde en el hombre y lo disponen para ser movido fácilmente por la inspiración divina, y para obedecer prontamente la acción del Espíritu Santo: Summa Theologica I-II q.68 a.1-3.

(18) "Dei Verbum" n. 21.

(19) "Dei Verbum" n. 12c.
"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas; porque, surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. De donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad" (DV n. 9)

(20) CI Jn 5, 39.46; 12, 41; 15, 26; Lc 24, 25•27; Hch 1, 8; 10, 43.

(21) "Dei Verbum" n. 8b.

(22) Y. Congar. El Espíritu Santo. Herder, Barcelona 1983: "La Iglesia es hecha por el Espíritu. El es su cofundador": pp. 207-217.

(23) "Dei Verbum" n. 8e.

(24) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica: II.II qq. 179-182, sobre la vida contemplativa y activa.- San Gregario Magno escribe en su Regla Pastoral: "Sit rector actione praecipuus; prae cunctis in contemplatione suspensus" = "Sea el pastor el primero en la acción; y entréguese más que nadie a la contemplación" (P. 2 c.l: MI 77,26). Y en sus Moralia dice: "Neque enimres, quae in se ipsa non arserit, aliud incendit" (Mor. VII, 44.72).

(25) Cf l Ts 1, 13; 4, 1; STs 3, 6; 1 Co 11, 23; 15, 1.3; Ga1, 9; Rm 10, 17; Fip 4, 9; Col 2, 6; Ef 1, 13.

(26) Cf l Ts 1, 6; 2 Ts 2, 10; 2 Co 11, 4; Rm 10, 8-10.

(27) Cf 1 Co 2, 6-16.

(28) Mc 4, 20; Lc 8, 15; Mt 13, 23.

(29) "Sacrosanctum Concilium" n. 7; cf SC 33. 35.48.52.

(30) Cf. A. Vanhoye. El Sacerdocio de Cristo y nuestro sacerdocio. En 'La llamada en la Biblia'. Ed. Atenas, Madrid 1983, pp. 226-233.

(31) Missale Romanum: "Dominus sit in carde meo et in labiis meis ut digne et competender annutiem Evangelium suum".

(32) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II q.8 a.6: Los dones de sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo perfeccionan la inteligencia; en tanto que los dones de piedad, fortaleza y temor perfeccionan la voluntad.

33) "Dei Verbum" n.21b.

(34) Cf He 4, 12; Jn 1, 4; 6, 63.68; 15, 3; 2 Tim 3, 16-17.

(35) S. Efrén, Sobre el Diatéssaron: Cap. 1,18-19. SC 121, 52-53. (Liturgia de las Horas, Domingo VI del Tiempo ordinario).






La corrección fraterna
Crítica constructiva y crítica negativa

Por John W. Alexander

La crítica expresada o no-expresada, concreta o vaga, válida o inválida, es algo corriente dentro de la Iglesia, en grupos y fuera. Con frecuencia es malsana. Puede enfrentar a las personas y destruir la comunidad. Puede traer división en el seno de una comunidad de testimonio y de amor, secar su vida, a arruinar su culto a Dios y su ministerio a las personas.

Pero la crítica puede ser sana. Puede ser el bisturí del médico que extirpa el cáncer en tu vida y te prepara para una vida sana de nuevo. Necesitamos aprender cómo ofrecer este tipo de crítica, o corrección fraterna, y cómo recibirla.

A continuación damos algunas normas para que la crítica negativa se haga más constructiva, y algunas reglas para aquellos que reciben críticas negativas.

I - PARA EL QUE HACE LA CRITICA

1ª regla: ORA. "Señor, ayúdame a controlar y dirige tú mi expresión de crítica negativa. Dame dominio para no propasarme ni llegar a la adulación. Ayúdame para que no me calle cuando debería hablar. Guía mis palabras para que mis palabras de crítica sean constructivas, y guárdame de sembrar discordia entre mis hermanos."

2ª regla: DILO DIRECTAMENTE AL INTERESADO. "Si tu hermano peca contra ti, ve y díselo a él, para que quede entre los dos" (Mt 18, 15). Esto vale para cualquiera, sea padre o hijo, vecino o amigo, sacerdote o seglar, profesor o alumno, director o empleado. Y esté donde esté, lejos o cerca. Es válida también dentro de una organización: Si desapruebo algo de un colega, mi crítica debería dirigirse a él directamente (independientemente de su posición), a no ser que el procedimiento de la organización sugiera que es más adecuado ir por los mandos intermedios.

3ª regla: DÍSELO EN PRIVADO. "Que sea entre tú y él sólo." (Mt 18, 15). Criticar a una persona delante de los demás, sin haber ido antes a tratarlo en privado con él, no sólo es ofensivo sino que va contra lo que dice 1 Cor, 13, 4: "El amor es paciente y benigno". Si él no lo acepta, dile que vas a decirlo a un tercero -probablemente uno que tenga autoridad sobre él- quien, contigo, procurará hacerle entender. "Pero si no te escucha, toma uno o dos testigos contigo, para que toda palabra quede confirmada por boca de dos o tres testigos" (Mt. 18, 15).

Se requiere mucha valentía para criticar directamente y en privado a uno. Lo fácil es criticar por detrás de la persona. Es fácil hablar mal de otro a un superior. Si el que critica no puede ir directamente a la persona, que busque a un tercero en el que confíe, y a quien la persona implicada respete, y entonces le pida que se lo diga. Esta manera de proceder no es tan satisfactoria como la comunicación directa, pero es mejor que dejar de decirlo o airearlo en habladurías.

A veces es necesario decírselo en privado por escrito. Cuando una relación es tensa, puede ser que te des cuenta que hablar cara a cara: o que te quita el valor, y no puedes expresar la crítica, o bien que la otra persona se pone tensa para defenderse, y su mecanismo de autodefensa le impide comprender tu corrección.

También es importante que ayudemos a esas personas a ver las quejas que hay contra ellos -por escrito.

En otras palabras, si una persona es sorda a la corrección verbal, escríbele una carta expresando claramente tu crítica, las quejas que hay, e insiste que te dé la oportunidad de dialogar con él sobre el tema.

Una nota para los dirigentes: si uno de los que están a tu cargo, o grupo, no está contento en su relación contigo, insiste que te ponga por escrito sus quejas, para que después juntos en clima de oración podáis buscar la solución. Esto puede contribuir a transformar una crítica negativa en constructiva.

4ª regla: SOLO LOS HECHOS: EMPIEZA CON PREGUNTAS POSITIVAS. Una buena manera de proceder es hacer preguntas sinceras a la persona a quien se ofrece la crítica, para que: 1°) el que la da, pueda tener más información y asegurarse que tiene suficiente evidencia en la que apoyar su crítica, 2°) el que recibe la crítica, pueda explicar su posición, y 3°) el que la da, pueda preguntar al otro si ha pensado en soluciones. Las preguntas tienen que ser positivas: es posible que se usen preguntas negativas o mal intencionadas, que sólo producen resultados negativos.

Hay buenas razones para proceder así. Primera: la persona criticada puede tener información que no tiene el que critica. Si éste segundo va al primero, el que es criticado puede darle una información y satisfacer al que preguntaba. Segunda: el que ofrece la crítica puede tener información que el otro no tiene, y en ese caso puede compartirla con él.

Pero, ¿qué hacer en el caso en que la persona criticada no tenga libertad para divulgar la información? En tal caso el problema se reduce a ganar la confianza, o darle nuestra confianza. Si uno confía en su colega, su hermano, volverá a su puesto de trabajo y seguirá en la lucha contra el enemigo, no contra su compañero.

5a regla: COMPRUEBA TUS MOTIVACIONES. Pregúntate: ¿Por qué expreso crítica negativa? ¿Me he sentido herido y quiero demostrárselo a alguien? ¿El motivo es pagar con la misma moneda, o un deseo de promocionarme a mí mismo? ¿O, de verdad, mi deseo es ayudar a la persona y fortalecer nuestro grupo cristiano?

La honradez aquí puede que te obligue a olvidar tus planes de crítica. Mira con cuidado cómo pasas el test.

6a regla: HABLA CON CLARIDAD! Sé sincero. Comuniquemos verbalmente y con la expresión de toda la persona lo que sinceramente pensamos y sentimos, y por qué. Puedo llevar mis quejas directamente, puedo empezar con preguntas, y, sin embargo, no comunicar mis verdaderos sentimientos.

¡Cuánta gente deja la Iglesia, o el grupo, y, al dar sus razones, se esconden detrás de una cortina de humo que no expresa la verdadera razón! ¡Cuántas veces un dirigente se da cuenta que un miembro del grupo falla, pero no tiene la valentía de decírselo!

Cuando tienes que ofrecer corrección, pídele al Señor que te dé valentía para ser sincero. Reservarse información, o no revelar una crítica que el otro necesita, es insinceridad.

Hay ocasiones, naturalmente, en las que no es prudente decir todo lo que pensamos o sentimos. Es importante saber ser oportuno. Pero, que lo que digamos, sea sincero. ¡Qué tentación más grande la de decir a una persona una cosa, y, sin embargo, decir algo completamente diferente sobre él a los demás! Delante de él expresamos crítica positiva; detrás somos negativos. Eso es engaño.

7a regla: DI LA VERDAD CON AMOR. Las seis primeras reglas no bastan. Puedo ir a una persona, empezar preguntando, hablar y decir la verdad, pero hacerlo de una manera que le hiera, le aplaste. Uno puede aparentar sinceridad y dar rienda suelta a la hostilidad. La regla 7 es la aplicación de 1 Cor 13, 4-7: "El amor es paciente y benigno; no tiene envidia ni se engríe; no es arrogante o mal educado. El amor no busca el interés propio: no se irrita ni guarda rencor: no se alegra del mal, sino que se alegra en la verdad". Es esencial que "digamos la verdad con amor" (Ef 4. 15)

¿Cuántas veces mi crítica sobre los demás está basada en mi propia impaciencia, falta de bondad, envidia, orgullo, placer diabólico de descubrir y hablar de las faltas de los demás? El amor que nace de Dios es la única cura y remedio para esos impulsos. La caridad auténtica suaviza la verdad que se expresa en la crítica.

8ª regla: SE OBJETIVO Y CONCRETO. Apoya tu crítica con evidencia objetiva, más que con opiniones sujetivas. Haz tu tarea obteniendo datos concretos, para que sepas de qué están hablando. Mucha crítica negativa proviene de personas que no conocen los hechos reales y simplemente vocean opiniones. Aquí la palabra objetivo quiere decir evidencia, que cualquiera puede observar si lo desea; evidencia que es la misma, independientemente de quien lo mire, y, por tanto, no depende de los prejuicios o sentimientos del observador.

La evidencia objetiva debería ser también concreta. ¿Estás insatisfecho con el crecimiento de tu comunidad o grupo? En tal caso busca información objetiva, para ver cuál ha sido el crecimiento, y después indica concretamente qué es un crecimiento satisfactorio. ¿No te gusta la música en tu grupo o parroquia? Entonces, habla con las personas responsables, y diles por qué no estás satisfecho. Una crítica negativa expresada en términos sujetivos y vagos no produce ningún bien, a no ser que prepare el camino para una evaluación objetiva.

9a regla: GANATE EL DERECHO DE SER ESCUCHADO. Si tu intención al ofrecer crítica es que se consiga un cambio (más que airear tus quejas o dejar mal a la persona criticada), es importante que te ganes el derecho de ser escuchado. El que te oye dará más valor a tu evaluación si él te respeta.

Hay una manera y sólo una por la que puedes obtener su respeto: presenta una lista de obras bien hechas. Lo cual lleva tiempo. Esta es la razón fundamental por la que es peligroso para un neófito, no importa sus méritos y credenciales en otras partes, presentarse demasiado pronto con crítica negativa. Lo cual no quiere decir que tengas que callarte al inicio de tu trabajo. Pero la verdad es ésta: tu crítica negativa será mejor recibida (y por tanto más fácilmente se tomarán medidas según ella), si tú te has ganado primero el derecho de ser escuchado.

10ª regla: SUGIERE ALTERNATIVAS. Acompaña tu crítica con sugerencias positivas. Condenar a una persona y no ofrecer un remedio o una alternativa es inmaduro. Todo el mundo puede señalar debilidades; se necesita creatividad para proponer soluciones.

Podría ser algo así:
"Mira, esto es lo que pienso debería evitarse."
"Esto es lo que creo podrías hacer."
"Esto es lo que creo deberías seguir haciendo, pero tal vez sería mejor de esta manera."

Apoya las sugerencias diciendo que vas a orar por él. Y también ofrécete para ayudar en lo que puedas.


II. ONCE REGLAS PARA RECIBIR CRÍTICA NEGATIVA O CORRECCION FRATERNA

1ª regla: ORA. Pídele al Señor que te guíe para responder a la crítica, atento para escuchar lo que debe ser oído, firme para desechar lo que no debieras pensar, y capaz de controlar tu genio y tu ira.

2a regla: CUIDADO CON PONERTE A LA DEFENSIVA. La reacción natural es reaccionar con tácticas defensivas, explicaciones y excusas. La ansiedad brota rápidamente cuando la crítica negativa da en el clavo. Es como si un muelle bien comprimido de repente se dispara desde dentro en defensa propia. Rohrer, Hibler, y ReplogIe dicen: "Es humano defendernos. Todos defendemos nuestro yo en grados diversos. Es casi tan automático como la acción refleja que cierra el párpado cuando algún objeto extraño se acerca al ojo. Así, cuando nuestro yo es atacado por la crítica... nuestra reacción automática es buscar alguna manera de proteger ese yo íntimo". (You are what you do, pag. 5).

3a regla: DEJALE QUE TERMINE. No le interrumpas. Las interrupciones en auto-defensa pueden privarle de decir lo que quiere decir y tú no recibirías toda la historia. Cuando parezca que ya terminó, anímale a seguir para que no quede nada por decir. Pregúntale: "¿Ya terminaste?". Si él sigue, y luego se para otra vez, puedes preguntarle: "¿Hay algo más que quisieras decirme?" Muestra sinceramente que deseas oír todo lo que tiene en la mente acerca de tus limitaciones o de lo que él crea es criticable.

4a regla: PIDELE LA EVIDENCIA SOBRE LA QUE BASA SU CRITICA. Puede ser que descubras que la evidencia es válida; por otra parte, puede ser un rumor o habladurías.

Si su evidencia es correcta y sus conclusiones válidas, él te ha hecho un favor ofreciéndote orientaciones para corregirte. Puede que te haya hecho caer en la cuenta de una debilidad que tú ignorabas, o una equivocación de la que no te diste cuenta, o descuidos de los que no eras consciente, o fallos que no habías visto. "¿Por qué no me lo dijeron?", decimos a veces. El crítico negativo puede que se esfuerce en hacer simplemente esto: decírnoslo.

Puede que Dios se sirva de él. Tal vez el Señor ha estado buscando por mucho tiempo hacerte caer en la cuenta de ello. Y el que te ofrece esa crítica o corrección puede que sea el último recurso del Señor para que nos humillemos y podamos cambiar.

Por otra parte, si la evidencia del crítico es insuficiente o su conclusión inválida, tienes una oportunidad para llamarle la atención sobre lo incorrecto de la crítica. Puede que no te escuche, en tal caso pide al Señor que te dé un corazón compasivo, una mente abierta, una voluntad fuerte, y piel dura.

5a regla: PUEDE QUE TENGAN RAZON. PREGUNTATE A TI MISMO: "¿Qué quiere el Señor hacer en mí o a través de mí por medio de esta crítica o corrección? ¿Sabía El de antemano que yo recibiría esto? Si es así, ¿por qué permitió que me llegara este ataque? El debe tener alguna razón. ¿Cuál será?".

Tal vez necesitas cambiar alguna actitud. Si es así, esta crítica puede ayudarte a descubrir esas actitudes y moverte a cambiar. Tal vez eres demasiado orgulloso o autosuficiente. O tal vez pasas por alto información a la que deberías prestar atención, y sólo la sacudida de esta crítica te hará ver las cosas tal como son.

6a regla: TOMA LA CRÍTICA COMO UNA OCASION DE APRENDER. "La ayuda de los demás es una ayuda poderosa para conocernos mejor a nosotros mismos. Estamos tan metidos en nosotros mismos y somos tan parciales que nos es difícil ser objetivos y exactos en nuestro auto-examen. Sabemos cómo querríamos ser, y esta imagen idealizada está siempre en pugna con lo que de verdad somos en realidad, y con lo que deberíamos esforzarnos en llegar a ser. Podemos usar medios externos que nos manifiestan lo que somos y cómo influimos en los demás.

"La crítica constructiva es una fuente muy valiosa de información para los que la aceptan. Cuántas veces empleamos más tiempo justificándonos, excusándonos o racionalizando una equivocación, que en tratar de comprender y sacar provecho de una crítica. Cuando no estamos a la defensiva, nos damos cuenta de que la crítica constructiva es un cumplido para nosotros. La persona que nos la ofrece suele sentirse mal al hacerlo, pero si está dispuesta a hacerlo para ayudarnos, deberíamos escuchar y apreciar sus sugerencias. Se toma el riesgo de provocar nuestra enemistad, pero su interés por nosotros es tal que acepta correr este riesgo".

"La manera más eficaz de crecer en auto-conocimiento desde los demás es buscar abiertamente una relación de confianza mutua con otra persona y pedirle que nos diga regularmente cómo nos ve. Según aceptemos y valoremos su consejo, sin recurrir a tácticas defensivas, él se sentirá animado o desanimado a sostener el espejo ante nosotros". (You are what you do, pag. 6-7).

7a regla: MUESTRA RESPETO: DATE CUENTA DE SI EL QUE CRITICA REVELA SUS PROPIAS NECESIDADES CON SU CRITICA. Si es así, ¿qué puedes hacer para en?cauzar y dirigir la atención a ayudarle a él más que a defenderte a ti mismo? Es posible que una persona esté pidiendo ayuda, y sea incapaz de decirlo de otra manera más que criticando a los demás. Si eres tú la persona a quien le toca recibir, necesitas la ayuda de Dios para evitar estar demasiado a la defensiva y poder darte cuenta de la necesidad del que critica.

8a regla: DETERMINA POR QUE EL CRÍTICO HA CRITICADO. ¿Tendrá él algún motivo diferente del que aparece a simple vista? Es importante determinarlo si es posible. Pero cuidado con hacer psicología. Da a cada persona el respeto que se merece, y no tengas prisa en pensar que él se equivoca al criticarte. Desgraciadamente es muy fácil engañarse a sí mismo cuando uno es criticado.

9a regla: DETERMINA CUAL ES EL PROBLEMA REAL. Lo que dice el crítico es de verdad el problema real, o más bien toca algo superficial que esconde un problema más importante que necesita solucionarse? Encuadra la crítica en el marco más amplio que puedas visualizar. Busca los factores secretos que puedan esconderse bajo el tema mencionado. Y ayuda al crítico a ver lo que hay debajo de todo el tema.

10ª regla: DETERMINA CON CALMA COMO DEBERIAS RESPONDER. ¿Una confrontación cara a cara? ¿Una llamada por teléfono? ¿O escribirle? ¿O empezar por medio de un tercero? La forma más directa es normalmente la mejor, como dijimos antes. Lo importante es responder con sinceridad y honradez. Mostrar respeto por el crítico ayudará mucho a resolver las diferencias.

11ª regla: HABLA SOBRE EL ASUNTO. Primero a Dios, y después a un amigo de confianza. Busca el consejo de amigos cuya visión y sabiduría puede aumentar la tuya. Es particularmente útil cuando el amigo conoce al crítico y el tema de que se trata. Cuando un amigo te escucha en ese momento, te ayuda a sacar provecho de "la cura por la palabra". Uno de los aspectos debilitantes de la crítica negativa es que quita energías de la persona criticada, a no ser que tenga una piel muy dura. Es especialmente verdad en el caso de dirigentes. Tengo la impresión de que la mayor parte de los dirigentes de grupos cristianos (sea de un grupo de catequesis, un grupo parroquial, o grupo regional o nacional) son gente sensible. La crítica les hiere. En verdad lo sienten. No es tanto la crítica que viene de fuera, lo que les duele, sino los comentarios de otros hermanos. El sufrimiento mayor, el que despierta a uno en medio de la noche y no le deja volver a dormir, viene de los hermanos de nuestro mismo grupo u organización.

La cuestión es cómo afrontar esos ataques. "La cura por el diálogo" es muy útil: hablado con Dios primero en la oración, y hablado después con otras personas que te van a escuchar. Si son bastante comprensivas y pueden darte alguna sugerencia, tanto mejor. Pero si no te pueden decir nada como respuesta, aun así el mero hecho de que te hayan escuchado contribuye enormemente a ayudar a la persona criticada a sobrellevar la carga.

(Reproducido con la debida autorización de PASTORAL RENEWAL, Julio-Agosto 1985, USA, Boletín para dirigentes. Tradujo Manuel Casanova)










Conocer la gloria de la eterna Trinidad

Por Luis Martín

Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la Santificación
para revelar a los hombres tu admirable misterio,
concédenos profesar la fe verdadera,
conocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar su unidad todopoderosa.


I. INICIACIÓN EN EL MISTERIO TRINITARIO

Recuerdo que una vez ante la festividad de la Santísima Trinidad oí a un sacerdote que casi se lamentaba de la siguiente manera: "Mañana es la fiesta de la Santísima Trinidad... ¿qué digo yo en la homilía? ¿Qué les puedo decir de la Trinidad?".

Este no es un hecho aislado. Ha sido bastante corriente. El misterio de la Trinidad ha quedado en la predicación cristiana reducido poco menos que a un malabarismo racional de teólogos y especialistas, de lo que sólo se podía hablar a personas muy formadas y de profunda espiritualidad.

Para muchos cristianos es un misterio desconocido, y en la práctica de su vida se relacionan con Dios como lo hiciera un monoteísta de cualquier otra religión.

Allí donde esto ocurre falta la verdadera formación en la fe cristiana, o ésta se reduce a puro contenido intelectual, mal comprendido y vivido.

Parte de la responsabilidad quizá esté en la forma como lo estuvo tratando la teología, la pastoral, y muchos autores espirituales hasta no hace muchos años, con un enfoque preferentemente especulativo.

Una cosa es conocer la metafísica del misterio y otra muy distinta es conocer la vida trinitaria, a partir de lo cual es posible aportar lo que más directamente cala en nuestro espíritu: la dimensión vivencial, tal como se puede percibir en la Liturgia, eco y alma de la Iglesia orante, y en la tradición en la que se ha condensado el alma de tantos santos que han vivido en profundidad este misterio.

El misterio de la Trinidad no es sólo una inefable y sublime verdad que sabemos de Dios porque El nos lo ha revelado, tal como se contiene en las Sagradas Escrituras y nos ha expuesto el Magisterio de la Iglesia desde los primeros siglos, por lo cual la Trinidad, juntamente con la Redención, es el misterio más importante que tenemos que creer, el núcleo de la fe cristiana, en torno al que se estructura todo el Credo.

Pero, más allá de esto, es una realidad, la realidad de Dios y de la vida del cristiano. El misterio de la Trinidad es donde ha empezado el ser del cristiano, y por tanto es lo que él tiene que vivir esencialmente en este mundo, hacia donde está siendo atraído en toda su existencia, y donde esperanzadamente ha de terminar.

Es el misterio de los misterios y lo más inasequible a la razón humana. Pero nada de esto justifica el que se le aborde con miedo, el que se rehúya tratarlo en la predicación. No sólo una vez al año, cuando llega la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el domingo después de Pentecostés, sino constantemente hay que estar hablando de este misterio, de forma que para el cristiano corriente sea lo más familiar y personal, núcleo de su fe y de toda su vida cristiana, algo que a través del desarrollo de su fe, de la vivencia espiritual, de la oración e interiorización en el contenido del misterio, se llegue a convertir en carne de su propia carne.

Otro desenfoque en el que se ha incurrido fue el considerarlo como "una devoción". La Trinidad no puede ser una devoción como otra cualquiera, sino la misma vida del cristiano, y, conforme vaya creciendo, es lo primero que tiene que descubrir, lo que más ha de amar y vivir. La verdadera espiritualidad debe estar marcada por una perspectiva cristológica y trinitaria.

Santa Isabel de la Santísima Trinidad, joven religiosa que muere a los 26 años, nos ha dejado un precioso mensaje y una demostración de cómo no es tan difícil, y está al alcance de cada cristiano que sepa responder a la gracia, el que el Misterio de la Trinidad se pueda convertir en el centro y esencia de la propia vida.

A través de los humildes y sencillos, a los que el Padre se complace en revelar estas cosas (Lc 10, 21), Dios nos hace ver cómo, para los que nos creemos sabios, El sigue siendo "el Dios desconocido" (Hch 17, 23).


II. CONFESAR NUESTRA FE EN LA TRINIDAD SANTA Y ETERNA

Con la Iglesia decimos: "Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad" (Prefacio de la solemnidad de la Santísima Trinidad).

La unidad de Dios está en la unicidad de su esencia divina, y es lo que solemos tener en el primer plano de nuestra conciencia de creyentes.

En segundo lugar solemos considerar a las Personas divinas. Como nuestro espíritu limitado no puede abarcar con una sola mirada la esencia y las Personas al mismo tiempo, miramos primero a la esencia y después a las Personas.

Pero debería ser al revés, si es que nos dirigimos a un Dios personal y no a un Dios abstracto.

Más allá de lo que es la formulación teológica, que se ha elaborado en el transcurso de los siglos, como respuesta a herejías y falsas interpretaciones, y en este sentido el Credo tiene un valor incalculable, el misterio de la Trinidad es ante todo la vida de Dios participada en nosotros, que se nos revela en plenitud a medida que aceptamos al Hijo ("creer en el Hijo"), porque "todo el que ve al Hijo y cree en El tiene la vida eterna" (Jn 6, 40). "Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Mt 11, 27). Si "el Padre está en El y El en el Padre" (Jn 10, 38;14, 10.11.20), conocer a Jesús es llegar a conocer al Padre.

Es una pena que el sentido trinitaria sea tan débil entre tantos cristianos, que la Trinidad sea una realidad tan lejana y abstracta para muchos, ausente de la psicología religiosa de cada día.

La iniciación cristiana, la catequesis y toda la pastoral deberían hacer un esfuerzo mayor para que el cristiano llegue a captar el sentido de Dios, uno en tres Personas, y pueda centrar su vida en la vivencia del misterio.

Dios es Amor, y un Amor entre personas: he aquí el secreto que nos ha sido revelado por medio de Jesucristo. En Dios el que ama (el Padre), el amado (el Hijo), y el Amor (el Espíritu Santo), viven en comunión una vida íntima y dichosa, y este Amor hace que sean una sola realidad: es lo que llamaríamos el aspecto inmanente del misterio.

Pero si contemplamos el misterio desde el aspecto económico y salvífico, es decir, desde lo que es para nuestra salvación y vida de fe, vemos que nosotros hemos conocido el Amor "porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). Nos lo ha revelado plenamente en su Hijo (Jn 3, 16) al entregarle a la muerte por nosotros. Dios nos ama con el amor que tiene a su propio Hijo.

Es más, nos comunica el don de su mismo Amor, el don del Espíritu Santo, que une amorosamente al Padre y al Hijo

Todo nos viene del Padre, por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, en la presencia en nosotros del Espíritu Santo. Es el movimiento descendente del plan de Dios.

Como consecuencia, por parte nuestra, debe responder un movimiento ascendente en el mismo sentido: todo en nosotros, en la presencia del Espíritu Santo, por medio del Hijo encarnado, Jesucristo, debe retornar al Padre.

Si todo nos viene del Padre, por medio del su Hijo Encarnado, Jesucristo, en la presencia del Espíritu Santo en nosotros, es lógico que todo nuestro movimiento hacia Dios haya de ser un retornar al Padre, por medio de su Hijo Encarnado, Jesucristo, y en la presencia del Espíritu Santo.

La tarea importante es empezar a vivirlo, empezar a amar. A Dios le conocemos por el camino del amor más pronto y con más profundidad que por el camino de la reflexión. Los santos, que son los que más han amado a Dios, son por esto los que llegaron al más alto grado de conocimiento de Dios.

Nuestra vida ha de tender a ser un himno continuo de alabanza a la Trinidad. Lo mismo que hace la Iglesia en la Liturgia, así también toda nuestra oración ha de tener presente el misterio de la Trinidad, ha de dirigirse al Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo.

Se trata de llegar a donde Dios quiere que lleguemos, de acuerdo con todo el plan de salvación: a entrar en la vida íntima del misterio, pues en el Hijo, como hijos nosotros también, "unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 3, 11). El movimiento del Espíritu en nosotros es arrastrarnos hacia esa intimidad de la misteriosa vida de la Trinidad para que también nosotros la participemos, la gocemos y vivamos.


III. LA TRINIDAD, NUESTRO ORIGEN, NUESTRA VIDA Y NUESTRA META

El Padre, en cuento origen y fuente del Hijo y del Espíritu Santo es eternidad, unidad, omnipotencia.

El Padre es la decisión. A El se atribuye la creación. "Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible".

El Hijo es el Verbo, la Palabra, la Imagen del Padre. "Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglo: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho".

El Padre se expresa en el Hijo y se contempla en El con una complacencia infinita. El Hijo, en cuanto Verbo e "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), expresa todos los tesoros de la Sabiduría de Dios. El es la Sabiduría el Verbo, la Verdad, la Belleza.

El Hijo es la realización. A El se atribuye la Redención. "Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre".

El Padre y el Hijo dan la plenitud de la vida divina al Espíritu Santo, "que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".

El círculo de la comunión de vida y de amor en Dios es sellado por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, en cuanto vínculo amoroso y personal del Padre y del Hijo, es la Bondad, la Santidad, la dicha y la bienaventuranza.

Todas las obras "ad extra", es decir, fuera de la naturaleza divina, son realizadas por las tres divinas personas en el origen de los orígenes intradivinos. Pero el Amor de Dios es el fundamento de todas las obras divinas, tanto de la Creación como de la Redención, con razón, pues, son atribuídas al Espíritu Santo y, por tanto, a El se atribuye la producción de la naturaleza humana de Cristo; y si el Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo, es también el Espíritu de la Iglesia.

El Espíritu Santo es la realización intradivina, la unión del Padre y del Hijo, y para nosotros la revelación del Amor de Dios, la consumación. "Señor y dador de vida", a El se atribuye la santificación.

De la Trinidad venimos, estamos hechos a su imagen y semejanza, y en nuestro ser se puede descubrir su presencia.

En la Trinidad vivimos y a la Trinidad vamos caminando.

Ella es nuestro gozo, nuestra misma vida.

En nuestro Bautismo fuimos regenerados, salvados, y, como sus templos vivientes, seguimos siendo santificados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Allí se trazó la cruz sobre nuestra frente como signo de salvación y de la fe que profesamos, y en adelante, cuando la hacemos sobre nuestra persona invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

El santiguarse, si se hace con fe y unción, tiene un valor y un poder inmenso: hacer la Cruz sobre nuestra persona, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo significa confesar a la vez el misterio de la Trinidad y el de la Redención, y al mismo tiempo cobijar todo nuestro ser bajo la Cruz de Cristo y la presencia en nosotros de la Trinidad.

En el Bautismo, el Hijo, hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros, nos ha lavado y regenerado con su propia sangre, nos ha hecho nacer a la misma vida de Dios, marcándonos con su sello y dándonos en arras el Espíritu en nuestros corazones (2 Co 1, 22; 5, 5), y "el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios", y "nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8, 15-16).

Todos los Sacramentos los administra la Iglesia en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Hemos quedado prendidos de un abrazo inefable de la Santísima Trinidad, envueltos en el insondable océano de Amor que fluye del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y que es el mismo Espíritu Santo.

Es más, Dios nos ha introducido en su misma intimidad hasta la relación íntima que hay entre el Padre y el Hijo, beso inefable que eternamente une al Padre y al Hijo, aspiración misteriosa de amor, el Espíritu Eterno.

Así, perdido en esa inmensidad de Amor, experimento todo el ser que El me ha dado y todo el amor con que me abraza, y que este es el seno de donde salí y a donde estoy destinado a volver para compartir la fruición del amor que es Dios.

Verdaderamente el cielo no es un lugar, sino el mismo Dios, llegar a caer ?en sus brazos amorosos y recibir sobre nuestro espíritu la luz tierna y sonriente de su rostro, paternal y maternal a la vez, que nos mira con dulzura, y al reconocer la imagen del Hijo y el sello de su Espíritu (Ef 1, 13) nos dice de nuevo: "Tú eres mi hijo amado".

He aquí el "lugar" que Jesús se fue a prepararnos para que donde El está estemos también nosotros (Jn 14, 2-3).

¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!

La vida del Espíritu es en esencia el misterio de esa intimidad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestra espiritualidad puede llegar a tal desarrollo, a través del crecimiento en el amor de la purificación, y de la contemplación, que ya en este mundo podemos tener una visión o anticipo de lo que es el cielo.

El afán de Jesús es meternos a nosotros también en el seno de la Santísima Trinidad, para que con El compartamos todo: el Padre y el Espíritu Santo. A partir de la resurrección de Jesús el Espíritu Santo fluye de su humanidad glorificada hacia nosotros. En la Cruz nos ha dado su Espíritu. Llenos de su Espíritu, Jesús nos lleva ante el rostro del Padre. Dios hace que seamos admitidos a la realización vital de las personas divinas, que en cierta manera participemos también nosotros.

Aquí en este mundo, todo esto no tiene su realización perfecta, como va a ser después en la visión de Dios. En el hombre en gracia mientras vive el tiempo de la peregrinación se realiza ya ocultamente lo que después en el cielo se revelará plenamente, el intercambio vital de las tres Divinas Personas.

Jesús nos comunica la misma gloria que recibe del Padre para que seamos una misma cosa con El, donde El esté estemos también nosotros y en El veamos su gloria (Jn 17, 22-24). Y esto es porque Dios nos creó, y nos regeneró después por su Hijo, para que llegáramos nosotros también a entrar en esa corriente de Amor que fluye del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el Espíritu Santo.

"Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).