Por Vicente Borragán
La palabra pobreza es un término ambiguo y equívoco. No se presta a una fácil definición. Es, todavía hoy, una noción poco trabajada teológicamente y que, pese a todos los estudios realizados, permanece incierta. ¿Qué es la pobreza? ¿Existen muchos tipos de pobreza? ¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los pobres? Las reflexiones que siguen sólo pretenden orientar en ese difícil camino.
1. VOCABULARIO DE LA POBREZA
En la Biblia encontramos un vocabulario muy rico para designar la pobreza. Los términos que la describen son muy concretos. He aquí los principales:
* ras (usado 21 vez en el texto hebreo de la Biblia): es el pobre, el necesitado, el indigente.
* miskén (4): es el que depende de otro, el dependiente.
* ebyon (61): es el que desea, el mendigo, aquel a quien le falta algo y lo espera de otro.
* dal (48): es el débil, el flaco; designa la situación de la clase inferior, del pueblo pobre, desdichado, insignificante.
* aní (plural aniyyim, 80 veces): es el hombre que está siempre como en situación de subordinado, el vasallo. Cuando se trata de una relación de dependencia económica tiene el sentido de mísero, desposeído, pobre. Aní es el encorvado, el que está bajo un peso, el humillado, el disminuido en su capacidad y vigor. Es el incapaz de resistir, aquel que tiene que ceder y someterse. Es un débil y oprimido sin defensa. El acento no cae de manera especial sobre su carencia de bienes sino sobre su humillación, que le hace ser una presa fácil de los poderosos. Es como un ciudadano de segunda categoría.
*Muy próximo a aní se encuentra anaw (usado siempre en plural: anawim, usado 25 veces): es el pobre y doblado, el débil y el pequeño. Los textos donde aparece la palabra tienden a darle un colorido religioso. Los anawim serían los humildes ante Dios (pero jamás deberán ser forzados los textos en esa dirección).
En griego existen dos palabras para designar a los pobres: penes y ptojós. Penes (de la misma raíz que ponos = carga) es aplicado a la clase trabajadora, a los pequeños terratenientes, a gente que tiene que trabajar duramente para poder vivir. En el N.T. sólo aparece una vez (2 Co 9,9, cita del Sal. 112.9).
Ptojós (de la raíz pte = acurrucarse, asustarse, tímido, encogido...) designa la situación de dependencia social absoluta. Ptojós es el hombre incapaz de satisfacer sus necesidades vitales, reducido a la mendicidad, el pordiosero. Sus derivados más importantes son: ptojeuo = mendigar, llevar vida de mendigo, ser pobre; ptojeía = la actividad del mendigo, la mendicidad, la pobreza.
En el N.T. ptojós (34) es usado en el sentido de aquel que tiene necesidad de otro para vivir, el miserable obligado a la mendicidad. Sólo en seis casos el término tiene un sentido espiritual pero figurando en contextos que dan a la palabra un sentido inmediato muy concreto.
Indigente, débil, encorvado..., términos utilizados para designar la situación de muchos seres humanos. Las palabras fotografían al pobre concreto y viviente. Ese es el subsuelo para toda comprensión de la pobreza.
2. LA POBREZA: UN ESTADO ESCANDALOSO
En los primeros libros bíblicos se da como una exaltación de los bienes materiales. Los justos, los que observan la alianza eran recompensados por Dios con riquezas, larga vida, salud, hijos numerosos... Si obedeces la voz de Dios bendito serás en la ciudad y en el campo, bendito el fruto de tus entrañas.... Yahvéh te hará rebosar de bienes (Dt 28, 1-14; 8, 7-10 etc.).
Por el contrario..., si no obedeces la voz de Yahvéh..., maldito serás en la ciudad y en el campo, maldito el fruto de tus entrañas, cuando entres y cuando salgas, no serás más que un explotado y oprimido toda la vida (Dt 28. 15-46: Lv 26. 24-33 etc.). El lote de los que quebrantaban la alianza era la enfermedad, la esterilidad, la muerte prematura, la pobreza.
La pobreza era una maldición, no un ideal de vida.
Hasta el s. X a.C., el nivel de vida fue casi idéntico para todos los hombres de Israel. A partir del reinado de Salomón se produjo una gran transformación en la sociedad israelita. Los oficiales y funcionarios del reino comenzaron a enriquecerse. La antigua igualdad social y económica se rompió para siempre. Aparecieron las clases sociales, la explotación de los pobres por parte de los ricos. Así comenzó a plantearse el problema pobreza-riqueza tan importante en el Antiguo Testamento.
Tal como fue evolucionando la historia del pueblo de Dios se podía ver con claridad que la pobreza no tenía que ser necesariamente una fatalidad. En ella intervienen los hombres. Son ellos los que la causan y la mantienen, los que tuercen el juicio y venden al pobre por un par de sandalias (Am 8, 6). La pobreza de los pobres no podía ser un castigo de Dios ni la prosperidad de los ricos una bendición del Altísimo. Si hay pobres es porque hay hombres que son víctimas de otros hombres, que pisotean sus derechos y los vejan.
Los profetas denunciaron todo tipo de abuso contra las clases humildes del país, señalando con el dedo a los culpables. Se alzaron como campeones de los desheredados, condenando el comercio fraudulento y la explotación (Os 12, 8; Am 8, 5; Mi 6, 10; Jer 5, 27;6, 12 etc.); el acaparamiento de las tierras (Mi 2, 1-3; Ez 22, 29; Hab 2. 5-6); el abuso del poder y la perversión de la justicia (Am 5, 7; Is 10, 1; Jer 22, 13-17; Mi 3, 9-11); la violencia de las clases dominantes (Am 4, 1; Mi 3, 1-2; Jer 22,13-18); la esclavitud (Am 2, 6; 8. 6; Neh 5, 1-5): los impuestos injustos, la violencia y el bandidaje.
DIOS EL UNICO PROPIETARIO
Se condena la pobreza y se dan medidas concretas para impedir que se instale en la vida del pueblo de Dios. Los libros del Levítico y Deuteronomio contienen una legislación precisa orientada a impedir la acumulación de riquezas en manos de unos pocos con la consiguiente explotación de muchos:
Dt 24, 9-21: no deberá recogerse lo que queda en el campo después de la siega, de la recolección del olivo, de la vendimia.... es para el pobre (Cf. Lv 19, 9-11).
Ex 22, 24; Lv 25, 35-37: prohibición del préstamo a interés (el interés es como un "mordisco" al hermano).
Ex 23,11; Lv 25, 2-7: reposo de la tierra cada siete años para que los pobres puedan comer.
Ex 21, 2-6: el séptimo año los esclavos recobrarán la libertad.
Dt 15, 1-18: se condonarán las deudas.
Lv 25, 8-19: legislación sobre el año jubilar, que llevaba consigo la liberación de todos los habitantes del país, el reposo de la tierra, la recuperación del patrimonio familiar, etc.
La pobreza era algo que contradecía el sentido mismo de la religión de Israel. En la raíz misma del pueblo de Dios está el rechazo de toda explotación del hombre por el hombre. Todos los seres humanos son iguales. La supremacía de bienes de la tierra no da derechos a un hombre sobre otro. Dios es el único propietario de la tierra.
La esclavitud del hombre es un atentado contra la voluntad de Dios. El hombre es su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Es señor y no esclavo. El hombre que explota a otro hombre le convierte en siervo, le priva de su dignidad de imagen divina. La existencia de la pobreza refleja una ruptura de solidaridad entre los hombres y supone también una ruptura con Dios. La existencia de la pobreza es la negación misma del amor y de la comunión.
La pobreza es un mal, un estado escandaloso e intolerable. Lo fue entonces y lo sigue siendo hoy.
3. DIOS Y LOS POBRES
¿Permanecerá Dios pasivo ante el escándalo de la opresión? ¿Dejará que su imagen sea pisoteada y despreciada? Los pobres son, en el Antiguo Testamento, como los legítimos representantes de todos los que sufren: los oprimidos, los afligidos, los prisioneros, cojos, ciegos, sordos, mudos, huérfanos, viudas, extranjeros, los que andan en tinieblas, los abatidos, los corazones quebrantados.
Y Dios no permanece inactivo o silencioso ante ese espectáculo. Dios vela por ellos y manda que sus fieles se cuiden de ellos (Is 61, 13; 29, 18-19; 35, 3-6; 49, 10-13; Jer 31, 8-9; Ez 34; Dt 25, 18; Is 58, 6-7; 58, 9-10; Job 24, 2-11; 22, 6-9; 29, 12-17; Ecli 4, 1-4; etc.). Dios les ama y quiere concederles la salvación y el consuelo.
Dios hace justicia a los pobres. La expresión "hace justicia" ha de ser correctamente entendida. No debe entenderse solamente de hacer justicia como se hace en un tribunal humano. 2 Sam 18, 19-31 puede ser ilustrativo a este respecto. No se trata ahí de que David sea justo por sí mismo sino que el derecho le asiste, está de su parte; es justo por oposición a Absalom que es injusto. El pobre, análogamente, es víctima de sus opresores. Y desde este punto de vista es justo, es decir, tiene el derecho de su parte, es justo por oposición al explotador que es injusto. Puede ser que sea justo por otros motivos, pero eso importa poco en nuestro caso. El pobre espera que Dios le haga justicia. Es absolutamente necesario que Dios asegure el derecho del pobre, de aquellos a quienes nadie hace caso, de aquellos que no pueden hacerse valer. Dios es su única esperanza. Por eso Dios, como rey de Israel y en ejercicio de sus prerrogativas reales, tiene que hacer suya la causa del pobre, tiene que hacerle justicia. El es su abogado, su protector, su libertador.
EL MESIAS, ESPERANZA DE LOS POBRES
Al fin de los tiempos los pobres serán también los beneficiarios de la intervención de Dios. El Señor hará justicia a los débiles y exterminará a los opresores. Los pobres no tendrán nada que temer. Los corazones abatidos serán consolados, los ciegos verán, los sordos oirán, el cojo saltará como un ciervo, la lengua del mudo dará gritos de alegría (Is 35, 2-10; 61, 1-3; 29, 19-21 etc.).
Dios vigila para que los que ejercen el poder defiendan los derechos del pobre. Los reyes de Israel y los gobernantes fueron severamente recriminados por no hacer justicia a los débiles (1 Re 21, 2; 2 Sam 12, 1-4; Jer 21, 12; 22, 3; 22, 13-17; Prov 29, 13-17; Jer 5, 28; Am 2. 67; Is 3, 14-15; Sal 82, 2-4 etc.). Cada israelita en particular tenía una serie de obligaciones hacia los pobres (Ex 22. 20-26; Lv 19, 33-36; 25, 35- 37; Dt 10, 1 8; 23, 20; 24, 10-13; 15, 7-8; 24, 19-21). Si se quiere ser grato a Dios hay que imitar su conducta. Dios protege a los débiles. Los hombres deben hacerlo también.
Ante los fallos de la justicia humana, se comenzó a esperar en Israel al Rey ideal, a Aquel que había de nacer de la estirpe de David, al Mesías de Dios. Y el rasgo más fundamental del Ungido sería precisamente la justicia: "Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos" (Is 11. 5).
4. EL MESlAS ESTA AHI
Un buen día del año 28, probablemente, Jesús de Nazaret, que iba seguido por una gran multitud, subió a un pequeño monte y comenzó a enseñar. Y las primeras palabras que salieron de sus labios fueron ocho palabras de felicidad. Con ellas marcó a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo todas las categorías humanas. Así comenzó la Buena Nueva.
Pero existe un grave problema al acercarnos a la primera bienaventuranza. El evangelio de Mateo suena así: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos" (5, 3). En Lucas está redactada en estos términos: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (6, 20). Las diferencias son sensibles. La crítica más exigente da como seguro un texto original que sonaría así: "Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos". Resulta casi imposible explicar la omisión de la expresión "de espíritu" en Lucas, si hubiera formado parte del texto original.
El tenor original de la primera bienaventuranza es el de una gozosa proclamación de felicidad para los pobres de la tierra. Jesús enlazó con toda la esperanza y toda la expectación de los pobres de Israel. A fuerza de insistir sobre la expresión "pobres de espíritu" se ha perdido el carácter de alegre noticia que contienen esas palabras. Los destinatarios son los pobres como representantes, lo hemos visto, de todos los que sufren, de todos los "parias" del mundo. A ellos se les anuncia la fausta nueva del reino de Dios. El Ungido de Dios ha llegado, y con él el fin del dominio de los explotadores, la instauración de un reino de justicia, en el que Dios, como rey, la ejercerá por siempre. Felices los pobres porque con la llegada del Mesías sus males comienzan a tener fin.
LA BUENA NUEVA A LOS POBRES
El texto original, tal como aparece en Lucas, no contiene ninguna nota moral. No habla de las disposiciones de los pobres en favor de Dios, no se dice que sean justos o que se apoyen en su palabra. Puede ser que efectivamente sean buenos, pero el acento de las palabras de Jesús no recae sobre su bondad, sino sobre las disposiciones de Dios en favor de ellos.
Sí, esto parece cierto. Las palabras de Jesús no parten como lo ha hecho notar perfectamente D. Jacgues Dupont, de la psicología del pobre sino de la psicología de Dios. Dios debe, como rey supremo, hacer justicia a los pobres. ¡Está en juego su honor! Y está también en juego la idea que nos hacemos de Dios. Dios no es un excelente contable que calcula, mide, reparte premios o castigos de acuerdo con méritos o pecados. El Dios anunciado por Jesús no es un contable perfecto sino un Dios inmenso que se caracteriza por su ternura en favor de los más desgraciados, que tiene a gala dar la felicidad a los pobres, que toma partido en su favor. Bienaventurados los pobres. De ellos es el reino. Dios les ha concedido un privilegio enorme y nosotros no podemos discutirle a Dios sus motivos. Una inmensa esperanza y alegría se abre para la ?humanidad de todos los tiempos. ¡Dios es así de maravilloso!
Ha existido en la tradición y todavía existe una tendencia a trasponer del plan sociológico al plan espiritual la significación de los términos de las bienaventuranzas. La pobreza material se convierte en pobreza espiritual, el hambre material en hambre de justicia, etc. Cuando se trata de la pobreza la transposición es bastante fácil de hacer. Ya no es tan fácil, por ejemplo, hacerla a propósito de los afligidos. Y la dificultad parece insuperable cuando pensamos en esa larga lista de desgraciados: cojos, prisioneros, corazones abatidos... Las bienaventuranzas tienen un sentido religioso claro. Pero ¿dónde buscar ese sentido? ¿En las disposiciones espirituales de los designados por ellas? La nota moral que aparece en el texto de Mateo está ausente en el texto de Lucas. Se puede dar por seguro que es Mateo quien las ha retocado, con las precisiones "de espíritu", "de justicia", "por causa de la justicia".
Las bienaventuranzas contienen una paradoja que hay que tomar muy en serio: los pobres poseerán el reino , los hambrientos serán saciados, los afligidos serán consolados. La felicidad es prometida a situaciones que el mundo juzga como desastrosas. Las predilecciones de Dios van hacia esos seres a quienes la sociedad, los hombres, consideran como pequeños, sin importancia, despreciables. El motivo de su privilegio está en Dios y no en ellos mismos. Dios es rey y les hará justicia.
Esa es la alegre noticia para el mundo. Dios está de parte del pobre. Dios no es neutral. Estar de parte de los pobres es estar de parte de Dios. Si se quiere saber de qué lado está Dios hay que ponerse siempre de parte de los pobres.
5. DE LOS POBRES A LOS "POBRES DE ESPIRITU"
Todo lo dicho anteriormente ha de ser tenido en cuenta si se quiere entender bien una segunda corriente de pensamiento que aparece en la Palabra de Dios y que corre paralela con la pobreza material: la pobreza espiritual. Sin sus entronques con la pobreza material es difícil hablar de la pobreza espiritual. La pobreza material es como el subsuelo para la comprensión de la pobreza espiritual.
¿Por qué se expresó una actitud del alma con el término pobreza? No lo sabemos con precisión. Los autores sagrados podrían haber escogido otras palabras. A la base de la elección del término puede estar la afirmación del señorío de Dios sobre todo, que es la espina dorsal de Antiguo Testamento. La actitud de sus adoradores tenía que ser la de un profundo respeto y acatamiento, la de una obediencia y humildad total, disposiciones que hallan su expresión en la idea de pobreza. Una serie de pruebas nacionales, además, hicieron del alma judía un alma esencialmente dolorosa y atormentada, incapaz de hallar la esperanza y el descanso sino en Dios. La pobreza llegó a ser sinónimo de religión y el pobre de justo y piadoso.
Es difícil la fidelidad a Dios en la abundancia. El peligro amenaza al individuo y amenazó al pueblo de Dios a lo largo de su historia. "Cuando yo les lleve a la tierra... que mana leche y miel, y ellos, después de comer hasta hartarse y engordar bien, se vuelvan hacia otros dioses, les den culto y a mí me desprecien y rompan mi alianza" (Dt 31, 20). "Se llenó su tierra de plata y oro, y no tienen límite sus tesoros... se llenó su tierra de ídolos, ante la obra de sus manos se inclinan" (Is 2, 7-8). La abundancia de bienes materiales puede apartar al hombre de Dios. Las excesivas ganancias de unos hacen indigentes a los otros.
El tránsito de lo sociológico a lo religioso en el término "pobre" no se dio hasta bien entrada la historia de Israel, concretamente en el s. VII, unos años antes del destierro de la comunidad israelita a Babilonia, con el profeta Sofonías: "Buscad a Yahvéh, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad" (Sof 2, 3). "Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahvéh se cobijará el Resto de Israel..." (Sof 3, 12-l3). Pero nunca se olvidará el sentido primitivo de pobreza real. No hubo una sustitución sino una superposición del sentido religioso añadido al social.
LA APERTURA A DIOS
La denuncia profética contra los ricos había preparado el camino para dar ese paso. Los pobres eran atropellados. Su pobreza no podía ser un castigo de Dios. Los ricos vejaban al pobre, le explotaban. Su riqueza no gozaba del beneplácito de Dios. El rico, el explotador, se fue convirtiendo, poco a poco, en el símbolo del impío, del orgulloso, del que se aleja de Dios, se burla de sus planes, quebranta la alianza. El pobre, por el contrario, se fue convirtiendo paulatinamente en aquel que pone en Dios su esperanza. El término "pobreza" adquirió definitivamente un sentido espiritual. El libro de los Salmos nos ayuda a precisar la actitud de los pobres de Israel: es el que conoce a Dios y le busca, espera en él y le teme, observa sus mandamientos y se apoya en su palabra; es el que mira a Dios, se acoge a él; es el santo, el justo, el de corazón contrito, es el siervo, el que confía por completo en Dios (Sal 34).
En el destierro, en medio de las dificultades y las pruebas, se fue forjando el pueblo de los pobres, de los "anawim de Yahvéh”, sus "clientes". La riqueza dejó de ser un valor seguro y la pobreza fue subiendo de precio. La felicidad no se coloca en la posesión de bienes de la tierra sino sólo en Dios. Si fuéramos capaces de penetrar en el alma de aquellos hombres comprenderíamos bien lo que es la pobreza de espíritu.
La pobreza espiritual sólo se comprende bien por analogía con la pobreza material. El pobre es el indigente, el encorvado, el necesitado, el sometido, el que depende de otro para vivir. El "pobre de espíritu" es el que vive esa situación ante Dios: depende de él, le está sometido, es un indigente. Sólo Dios es la razón de su vida. Sólo Dios es su seguridad y consistencia.
Existe, sin embargo, una diferencia esencial: la pobreza material no es voluntaria, es un estado que se vive, se sufre o se padece; es un estado lastimoso y degradante, impuesto desde fuera o heredado y recibido.
La pobreza espiritual es voluntaria, aceptada, querida.
Hay una pobreza material, la del hombre de condición modesta, y una pobreza espiritual, la de aquellos hombres que son los "benditos de Dios", sus fieles y sus clientes, los que lo ponen todo en sus manos. Pobreza espiritual significa una abertura, una disponibilidad y una entrega sin límites a Dios. Es una actitud libre, una decisión vital, una opción. Y quizás y antes que todo eso un gran don que Dios da al hombre. Se diría que no es pobre quien lo desea sino aquel a quien Dios le da el poder de serlo, a quien el Señor abre el corazón y le capacita para la respuesta y la entrega. De todas las maneras, el hombre no es un sujeto puramente pasivo: acepta su pobreza, acepta su dependencia, la desea con su alma, la convierte en su estilo de estar ante Dios. La pobreza de espíritu se convierte en un compromiso a no apoyarse en los bienes de la tierra, a no buscar en ellos la seguridad, en una renuncia a toda consistencia humana hecha en función de una adhesión a Dios.
El mensaje de la Buena Nueva podría ser traducido así: el hombre es hijo de Dios, está destinado a vivir eternamente con él. La vida humana no termina a dos metros debajo de la tierra. La pobreza del hombre ante Dios consiste en reconocer la gratuidad de ese amor divino, aceptar que todo depende de él. Pobre de espíritu es aquel que tiene el corazón libre frente a todos los afectos, todos los bienes, todos los deseos de seguridad, de poder, de dominio y admite su radical insuficiencia. Pobreza espiritual no es, en definitiva, una idea, un concepto, un valor: es una Persona. Somos pobres si somos de Dios, si reconocemos en él nuestro Único bien. Pobreza espiritual es entrar en una dependencia de Dios, despojarnos de nuestras cosas, morir a nosotros mismos y a nuestra suficiencia.
6. BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPIRITU
La pobreza espiritual tiene su más alta expresión en la bienaventuranza del evangelio (Mt 5. 3). El tenor original de la bienaventuranza no contenía, como ya hemos apuntado, la precisión "de espíritu" añadida a la palabra pobre. San Mateo quien añadió esa nota moral. Al añadir "to pneúmati" (de espíritu) al término pobre, en lugar de fijar la atención sobre la clase social de los desamparados la fija en una actitud del alma, en una disposición interior. Interpreta la bienaventuranza en función de la experiencia vivida por la primera comunidad cristiana.
El añadido "de espíritu" a la palabra pobre es un dativo de relación o de modo. No se encuentra en la Biblia un caso exactamente igual, aunque sí conocemos fórmulas semejantes: "Yahvéh, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia... “(Dt 30, 6); "incircunciso de corazón" (Jer 9, 26); "puros de corazón, rectos de corazón" (Mt 5, 8; Sal 24, 4); "contritos de corazón" (Sal 34. 19), etc. En He18, 25 se habla de "fervor de espíritu"; en 20, 22 de "estar encadenado en el espíritu”.
Todas esas fórmulas intentan interiorizar una cualidad, designan una disposición del alma: de dureza o de contrición, de rectitud o de pureza. Al tratar de la pobreza significa que esta pobreza tiene su sede en el espíritu: es una pobreza interior, no una condición impuesta desde fuera; una disposición personal inspirada y nacida en el interior del alma, no un estado exterior que se sufre.
Como el pobre se muere de hambre si no tiene una mano que le dé un trozo de pan, así el pobre de espíritu depende en su vida de Dios. El es su roca y su alcázar. La palabra y la voluntad de Dios es el pan de la mesa del pobre, si le falta, se muere.
En sentido estricto es necesario interpretar esa disposición del espíritu en relación con los bienes materiales y en concreto con la riqueza. La pobreza de espíritu es una actitud de liberación frente a ella, idea que incluye todo lo anterior. Lleva consigo, como algo adherido, un impulso hacia la pobreza material, un ansia de semejanza al Cristo pobre, un impulso que libera de la esclavitud del ídolo de la riqueza y de la fascinación de la posesión, del tener, del oro. No puede existir una pobreza espiritual sin una voluntaria y progresiva independencia con respecto a la riqueza.
LA GRATUIDAD DE DIOS
Existe el peligro sutil de cambiar el sentido de la bienaventuranza espiritualizándola hasta tal extremo que no conserve de su esencia sino el nombre. No se concibe una pobreza espiritual sin una tendencia real hacia la encarnación en la vida.
La pobreza de vida, como la del corazón, es una obra del amor. El Señor nos invita a moderar nuestros apetitos, a no buscar en la ganancia ni en el dinero el mayor atractivo de nuestra vida ni en la comodidad nuestro tesoro, a no buscar nuestra seguridad en los bienes de esta tierra, que son como flor de campo, a no olvidar jamás que el sentido final de nuestra vida está en Dios.
Todos estamos llamados a vivir esta bienaventuranza. Es difícil, sin embargo, formular normas universales. No sirven las generalizaciones. Cada uno ha de responder con su generosidad personal. No se trata solamente de vivir austeramente. Jesús nunca pidió a sus seguidores que le siguieran a un vacío. No quiso aumentar el número de los pobres con sus palabras. La pobreza de espíritu es una liberación y una renuncia hecha en función de una adhesión a Dios. Sin esa voluntad de dependencia no hay posibilidad de ser pobre de espíritu.
Existe un bello relato de un asceta indio anónimo, titulado "'Las manos vacías" que quiero recordar como fin de estas reflexiones.
"'Para encontrar a Dios renuncié al mundo. Años de penitencia encorvaron mi cuerpo. Horas de meditación surcaron de arrugas mi frente. Mis ojos se hundieron a fuerza de mirar. Y por fin me atreví a llamar a las puertas del templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los hombres... mis manos vacías... ¿Vacías?... ¡pero si estaban llenas de orgullo!
Y volví a salir del templo en busca de humildad. Era verdad, era verdad. Yo había llevado una vida de penitencia, pero los hombres lo sabían bien y me honraban... y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos. Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del camino. Y volví al templo a extender mis manos ante Dios. ¡Mira tus manos! ¡Todavía están llenas de tu humildad!... No quiero ni tu humildad ni tu orgullo. Quiero tu nada.
Y volví a salir para desprenderme de mi humildad. Y ando por el mundo tratando de aprender la lección de mi nada... Y entonces, cuando mis manos estén vacías de todo..., de todo..., vacías de mí mismo, volveré al templo y Dios depositará en mis manos vacías la limosna infinita de su divinidad."
La palabra pobreza es un término ambiguo y equívoco. No se presta a una fácil definición. Es, todavía hoy, una noción poco trabajada teológicamente y que, pese a todos los estudios realizados, permanece incierta. ¿Qué es la pobreza? ¿Existen muchos tipos de pobreza? ¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los pobres? Las reflexiones que siguen sólo pretenden orientar en ese difícil camino.
1. VOCABULARIO DE LA POBREZA
En la Biblia encontramos un vocabulario muy rico para designar la pobreza. Los términos que la describen son muy concretos. He aquí los principales:
* ras (usado 21 vez en el texto hebreo de la Biblia): es el pobre, el necesitado, el indigente.
* miskén (4): es el que depende de otro, el dependiente.
* ebyon (61): es el que desea, el mendigo, aquel a quien le falta algo y lo espera de otro.
* dal (48): es el débil, el flaco; designa la situación de la clase inferior, del pueblo pobre, desdichado, insignificante.
* aní (plural aniyyim, 80 veces): es el hombre que está siempre como en situación de subordinado, el vasallo. Cuando se trata de una relación de dependencia económica tiene el sentido de mísero, desposeído, pobre. Aní es el encorvado, el que está bajo un peso, el humillado, el disminuido en su capacidad y vigor. Es el incapaz de resistir, aquel que tiene que ceder y someterse. Es un débil y oprimido sin defensa. El acento no cae de manera especial sobre su carencia de bienes sino sobre su humillación, que le hace ser una presa fácil de los poderosos. Es como un ciudadano de segunda categoría.
*Muy próximo a aní se encuentra anaw (usado siempre en plural: anawim, usado 25 veces): es el pobre y doblado, el débil y el pequeño. Los textos donde aparece la palabra tienden a darle un colorido religioso. Los anawim serían los humildes ante Dios (pero jamás deberán ser forzados los textos en esa dirección).
En griego existen dos palabras para designar a los pobres: penes y ptojós. Penes (de la misma raíz que ponos = carga) es aplicado a la clase trabajadora, a los pequeños terratenientes, a gente que tiene que trabajar duramente para poder vivir. En el N.T. sólo aparece una vez (2 Co 9,9, cita del Sal. 112.9).
Ptojós (de la raíz pte = acurrucarse, asustarse, tímido, encogido...) designa la situación de dependencia social absoluta. Ptojós es el hombre incapaz de satisfacer sus necesidades vitales, reducido a la mendicidad, el pordiosero. Sus derivados más importantes son: ptojeuo = mendigar, llevar vida de mendigo, ser pobre; ptojeía = la actividad del mendigo, la mendicidad, la pobreza.
En el N.T. ptojós (34) es usado en el sentido de aquel que tiene necesidad de otro para vivir, el miserable obligado a la mendicidad. Sólo en seis casos el término tiene un sentido espiritual pero figurando en contextos que dan a la palabra un sentido inmediato muy concreto.
Indigente, débil, encorvado..., términos utilizados para designar la situación de muchos seres humanos. Las palabras fotografían al pobre concreto y viviente. Ese es el subsuelo para toda comprensión de la pobreza.
2. LA POBREZA: UN ESTADO ESCANDALOSO
En los primeros libros bíblicos se da como una exaltación de los bienes materiales. Los justos, los que observan la alianza eran recompensados por Dios con riquezas, larga vida, salud, hijos numerosos... Si obedeces la voz de Dios bendito serás en la ciudad y en el campo, bendito el fruto de tus entrañas.... Yahvéh te hará rebosar de bienes (Dt 28, 1-14; 8, 7-10 etc.).
Por el contrario..., si no obedeces la voz de Yahvéh..., maldito serás en la ciudad y en el campo, maldito el fruto de tus entrañas, cuando entres y cuando salgas, no serás más que un explotado y oprimido toda la vida (Dt 28. 15-46: Lv 26. 24-33 etc.). El lote de los que quebrantaban la alianza era la enfermedad, la esterilidad, la muerte prematura, la pobreza.
La pobreza era una maldición, no un ideal de vida.
Hasta el s. X a.C., el nivel de vida fue casi idéntico para todos los hombres de Israel. A partir del reinado de Salomón se produjo una gran transformación en la sociedad israelita. Los oficiales y funcionarios del reino comenzaron a enriquecerse. La antigua igualdad social y económica se rompió para siempre. Aparecieron las clases sociales, la explotación de los pobres por parte de los ricos. Así comenzó a plantearse el problema pobreza-riqueza tan importante en el Antiguo Testamento.
Tal como fue evolucionando la historia del pueblo de Dios se podía ver con claridad que la pobreza no tenía que ser necesariamente una fatalidad. En ella intervienen los hombres. Son ellos los que la causan y la mantienen, los que tuercen el juicio y venden al pobre por un par de sandalias (Am 8, 6). La pobreza de los pobres no podía ser un castigo de Dios ni la prosperidad de los ricos una bendición del Altísimo. Si hay pobres es porque hay hombres que son víctimas de otros hombres, que pisotean sus derechos y los vejan.
Los profetas denunciaron todo tipo de abuso contra las clases humildes del país, señalando con el dedo a los culpables. Se alzaron como campeones de los desheredados, condenando el comercio fraudulento y la explotación (Os 12, 8; Am 8, 5; Mi 6, 10; Jer 5, 27;6, 12 etc.); el acaparamiento de las tierras (Mi 2, 1-3; Ez 22, 29; Hab 2. 5-6); el abuso del poder y la perversión de la justicia (Am 5, 7; Is 10, 1; Jer 22, 13-17; Mi 3, 9-11); la violencia de las clases dominantes (Am 4, 1; Mi 3, 1-2; Jer 22,13-18); la esclavitud (Am 2, 6; 8. 6; Neh 5, 1-5): los impuestos injustos, la violencia y el bandidaje.
DIOS EL UNICO PROPIETARIO
Se condena la pobreza y se dan medidas concretas para impedir que se instale en la vida del pueblo de Dios. Los libros del Levítico y Deuteronomio contienen una legislación precisa orientada a impedir la acumulación de riquezas en manos de unos pocos con la consiguiente explotación de muchos:
Dt 24, 9-21: no deberá recogerse lo que queda en el campo después de la siega, de la recolección del olivo, de la vendimia.... es para el pobre (Cf. Lv 19, 9-11).
Ex 22, 24; Lv 25, 35-37: prohibición del préstamo a interés (el interés es como un "mordisco" al hermano).
Ex 23,11; Lv 25, 2-7: reposo de la tierra cada siete años para que los pobres puedan comer.
Ex 21, 2-6: el séptimo año los esclavos recobrarán la libertad.
Dt 15, 1-18: se condonarán las deudas.
Lv 25, 8-19: legislación sobre el año jubilar, que llevaba consigo la liberación de todos los habitantes del país, el reposo de la tierra, la recuperación del patrimonio familiar, etc.
La pobreza era algo que contradecía el sentido mismo de la religión de Israel. En la raíz misma del pueblo de Dios está el rechazo de toda explotación del hombre por el hombre. Todos los seres humanos son iguales. La supremacía de bienes de la tierra no da derechos a un hombre sobre otro. Dios es el único propietario de la tierra.
La esclavitud del hombre es un atentado contra la voluntad de Dios. El hombre es su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Es señor y no esclavo. El hombre que explota a otro hombre le convierte en siervo, le priva de su dignidad de imagen divina. La existencia de la pobreza refleja una ruptura de solidaridad entre los hombres y supone también una ruptura con Dios. La existencia de la pobreza es la negación misma del amor y de la comunión.
La pobreza es un mal, un estado escandaloso e intolerable. Lo fue entonces y lo sigue siendo hoy.
3. DIOS Y LOS POBRES
¿Permanecerá Dios pasivo ante el escándalo de la opresión? ¿Dejará que su imagen sea pisoteada y despreciada? Los pobres son, en el Antiguo Testamento, como los legítimos representantes de todos los que sufren: los oprimidos, los afligidos, los prisioneros, cojos, ciegos, sordos, mudos, huérfanos, viudas, extranjeros, los que andan en tinieblas, los abatidos, los corazones quebrantados.
Y Dios no permanece inactivo o silencioso ante ese espectáculo. Dios vela por ellos y manda que sus fieles se cuiden de ellos (Is 61, 13; 29, 18-19; 35, 3-6; 49, 10-13; Jer 31, 8-9; Ez 34; Dt 25, 18; Is 58, 6-7; 58, 9-10; Job 24, 2-11; 22, 6-9; 29, 12-17; Ecli 4, 1-4; etc.). Dios les ama y quiere concederles la salvación y el consuelo.
Dios hace justicia a los pobres. La expresión "hace justicia" ha de ser correctamente entendida. No debe entenderse solamente de hacer justicia como se hace en un tribunal humano. 2 Sam 18, 19-31 puede ser ilustrativo a este respecto. No se trata ahí de que David sea justo por sí mismo sino que el derecho le asiste, está de su parte; es justo por oposición a Absalom que es injusto. El pobre, análogamente, es víctima de sus opresores. Y desde este punto de vista es justo, es decir, tiene el derecho de su parte, es justo por oposición al explotador que es injusto. Puede ser que sea justo por otros motivos, pero eso importa poco en nuestro caso. El pobre espera que Dios le haga justicia. Es absolutamente necesario que Dios asegure el derecho del pobre, de aquellos a quienes nadie hace caso, de aquellos que no pueden hacerse valer. Dios es su única esperanza. Por eso Dios, como rey de Israel y en ejercicio de sus prerrogativas reales, tiene que hacer suya la causa del pobre, tiene que hacerle justicia. El es su abogado, su protector, su libertador.
EL MESIAS, ESPERANZA DE LOS POBRES
Al fin de los tiempos los pobres serán también los beneficiarios de la intervención de Dios. El Señor hará justicia a los débiles y exterminará a los opresores. Los pobres no tendrán nada que temer. Los corazones abatidos serán consolados, los ciegos verán, los sordos oirán, el cojo saltará como un ciervo, la lengua del mudo dará gritos de alegría (Is 35, 2-10; 61, 1-3; 29, 19-21 etc.).
Dios vigila para que los que ejercen el poder defiendan los derechos del pobre. Los reyes de Israel y los gobernantes fueron severamente recriminados por no hacer justicia a los débiles (1 Re 21, 2; 2 Sam 12, 1-4; Jer 21, 12; 22, 3; 22, 13-17; Prov 29, 13-17; Jer 5, 28; Am 2. 67; Is 3, 14-15; Sal 82, 2-4 etc.). Cada israelita en particular tenía una serie de obligaciones hacia los pobres (Ex 22. 20-26; Lv 19, 33-36; 25, 35- 37; Dt 10, 1 8; 23, 20; 24, 10-13; 15, 7-8; 24, 19-21). Si se quiere ser grato a Dios hay que imitar su conducta. Dios protege a los débiles. Los hombres deben hacerlo también.
Ante los fallos de la justicia humana, se comenzó a esperar en Israel al Rey ideal, a Aquel que había de nacer de la estirpe de David, al Mesías de Dios. Y el rasgo más fundamental del Ungido sería precisamente la justicia: "Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos" (Is 11. 5).
4. EL MESlAS ESTA AHI
Un buen día del año 28, probablemente, Jesús de Nazaret, que iba seguido por una gran multitud, subió a un pequeño monte y comenzó a enseñar. Y las primeras palabras que salieron de sus labios fueron ocho palabras de felicidad. Con ellas marcó a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo todas las categorías humanas. Así comenzó la Buena Nueva.
Pero existe un grave problema al acercarnos a la primera bienaventuranza. El evangelio de Mateo suena así: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos" (5, 3). En Lucas está redactada en estos términos: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (6, 20). Las diferencias son sensibles. La crítica más exigente da como seguro un texto original que sonaría así: "Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos". Resulta casi imposible explicar la omisión de la expresión "de espíritu" en Lucas, si hubiera formado parte del texto original.
El tenor original de la primera bienaventuranza es el de una gozosa proclamación de felicidad para los pobres de la tierra. Jesús enlazó con toda la esperanza y toda la expectación de los pobres de Israel. A fuerza de insistir sobre la expresión "pobres de espíritu" se ha perdido el carácter de alegre noticia que contienen esas palabras. Los destinatarios son los pobres como representantes, lo hemos visto, de todos los que sufren, de todos los "parias" del mundo. A ellos se les anuncia la fausta nueva del reino de Dios. El Ungido de Dios ha llegado, y con él el fin del dominio de los explotadores, la instauración de un reino de justicia, en el que Dios, como rey, la ejercerá por siempre. Felices los pobres porque con la llegada del Mesías sus males comienzan a tener fin.
LA BUENA NUEVA A LOS POBRES
El texto original, tal como aparece en Lucas, no contiene ninguna nota moral. No habla de las disposiciones de los pobres en favor de Dios, no se dice que sean justos o que se apoyen en su palabra. Puede ser que efectivamente sean buenos, pero el acento de las palabras de Jesús no recae sobre su bondad, sino sobre las disposiciones de Dios en favor de ellos.
Sí, esto parece cierto. Las palabras de Jesús no parten como lo ha hecho notar perfectamente D. Jacgues Dupont, de la psicología del pobre sino de la psicología de Dios. Dios debe, como rey supremo, hacer justicia a los pobres. ¡Está en juego su honor! Y está también en juego la idea que nos hacemos de Dios. Dios no es un excelente contable que calcula, mide, reparte premios o castigos de acuerdo con méritos o pecados. El Dios anunciado por Jesús no es un contable perfecto sino un Dios inmenso que se caracteriza por su ternura en favor de los más desgraciados, que tiene a gala dar la felicidad a los pobres, que toma partido en su favor. Bienaventurados los pobres. De ellos es el reino. Dios les ha concedido un privilegio enorme y nosotros no podemos discutirle a Dios sus motivos. Una inmensa esperanza y alegría se abre para la ?humanidad de todos los tiempos. ¡Dios es así de maravilloso!
Ha existido en la tradición y todavía existe una tendencia a trasponer del plan sociológico al plan espiritual la significación de los términos de las bienaventuranzas. La pobreza material se convierte en pobreza espiritual, el hambre material en hambre de justicia, etc. Cuando se trata de la pobreza la transposición es bastante fácil de hacer. Ya no es tan fácil, por ejemplo, hacerla a propósito de los afligidos. Y la dificultad parece insuperable cuando pensamos en esa larga lista de desgraciados: cojos, prisioneros, corazones abatidos... Las bienaventuranzas tienen un sentido religioso claro. Pero ¿dónde buscar ese sentido? ¿En las disposiciones espirituales de los designados por ellas? La nota moral que aparece en el texto de Mateo está ausente en el texto de Lucas. Se puede dar por seguro que es Mateo quien las ha retocado, con las precisiones "de espíritu", "de justicia", "por causa de la justicia".
Las bienaventuranzas contienen una paradoja que hay que tomar muy en serio: los pobres poseerán el reino , los hambrientos serán saciados, los afligidos serán consolados. La felicidad es prometida a situaciones que el mundo juzga como desastrosas. Las predilecciones de Dios van hacia esos seres a quienes la sociedad, los hombres, consideran como pequeños, sin importancia, despreciables. El motivo de su privilegio está en Dios y no en ellos mismos. Dios es rey y les hará justicia.
Esa es la alegre noticia para el mundo. Dios está de parte del pobre. Dios no es neutral. Estar de parte de los pobres es estar de parte de Dios. Si se quiere saber de qué lado está Dios hay que ponerse siempre de parte de los pobres.
5. DE LOS POBRES A LOS "POBRES DE ESPIRITU"
Todo lo dicho anteriormente ha de ser tenido en cuenta si se quiere entender bien una segunda corriente de pensamiento que aparece en la Palabra de Dios y que corre paralela con la pobreza material: la pobreza espiritual. Sin sus entronques con la pobreza material es difícil hablar de la pobreza espiritual. La pobreza material es como el subsuelo para la comprensión de la pobreza espiritual.
¿Por qué se expresó una actitud del alma con el término pobreza? No lo sabemos con precisión. Los autores sagrados podrían haber escogido otras palabras. A la base de la elección del término puede estar la afirmación del señorío de Dios sobre todo, que es la espina dorsal de Antiguo Testamento. La actitud de sus adoradores tenía que ser la de un profundo respeto y acatamiento, la de una obediencia y humildad total, disposiciones que hallan su expresión en la idea de pobreza. Una serie de pruebas nacionales, además, hicieron del alma judía un alma esencialmente dolorosa y atormentada, incapaz de hallar la esperanza y el descanso sino en Dios. La pobreza llegó a ser sinónimo de religión y el pobre de justo y piadoso.
Es difícil la fidelidad a Dios en la abundancia. El peligro amenaza al individuo y amenazó al pueblo de Dios a lo largo de su historia. "Cuando yo les lleve a la tierra... que mana leche y miel, y ellos, después de comer hasta hartarse y engordar bien, se vuelvan hacia otros dioses, les den culto y a mí me desprecien y rompan mi alianza" (Dt 31, 20). "Se llenó su tierra de plata y oro, y no tienen límite sus tesoros... se llenó su tierra de ídolos, ante la obra de sus manos se inclinan" (Is 2, 7-8). La abundancia de bienes materiales puede apartar al hombre de Dios. Las excesivas ganancias de unos hacen indigentes a los otros.
El tránsito de lo sociológico a lo religioso en el término "pobre" no se dio hasta bien entrada la historia de Israel, concretamente en el s. VII, unos años antes del destierro de la comunidad israelita a Babilonia, con el profeta Sofonías: "Buscad a Yahvéh, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad" (Sof 2, 3). "Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahvéh se cobijará el Resto de Israel..." (Sof 3, 12-l3). Pero nunca se olvidará el sentido primitivo de pobreza real. No hubo una sustitución sino una superposición del sentido religioso añadido al social.
LA APERTURA A DIOS
La denuncia profética contra los ricos había preparado el camino para dar ese paso. Los pobres eran atropellados. Su pobreza no podía ser un castigo de Dios. Los ricos vejaban al pobre, le explotaban. Su riqueza no gozaba del beneplácito de Dios. El rico, el explotador, se fue convirtiendo, poco a poco, en el símbolo del impío, del orgulloso, del que se aleja de Dios, se burla de sus planes, quebranta la alianza. El pobre, por el contrario, se fue convirtiendo paulatinamente en aquel que pone en Dios su esperanza. El término "pobreza" adquirió definitivamente un sentido espiritual. El libro de los Salmos nos ayuda a precisar la actitud de los pobres de Israel: es el que conoce a Dios y le busca, espera en él y le teme, observa sus mandamientos y se apoya en su palabra; es el que mira a Dios, se acoge a él; es el santo, el justo, el de corazón contrito, es el siervo, el que confía por completo en Dios (Sal 34).
En el destierro, en medio de las dificultades y las pruebas, se fue forjando el pueblo de los pobres, de los "anawim de Yahvéh”, sus "clientes". La riqueza dejó de ser un valor seguro y la pobreza fue subiendo de precio. La felicidad no se coloca en la posesión de bienes de la tierra sino sólo en Dios. Si fuéramos capaces de penetrar en el alma de aquellos hombres comprenderíamos bien lo que es la pobreza de espíritu.
La pobreza espiritual sólo se comprende bien por analogía con la pobreza material. El pobre es el indigente, el encorvado, el necesitado, el sometido, el que depende de otro para vivir. El "pobre de espíritu" es el que vive esa situación ante Dios: depende de él, le está sometido, es un indigente. Sólo Dios es la razón de su vida. Sólo Dios es su seguridad y consistencia.
Existe, sin embargo, una diferencia esencial: la pobreza material no es voluntaria, es un estado que se vive, se sufre o se padece; es un estado lastimoso y degradante, impuesto desde fuera o heredado y recibido.
La pobreza espiritual es voluntaria, aceptada, querida.
Hay una pobreza material, la del hombre de condición modesta, y una pobreza espiritual, la de aquellos hombres que son los "benditos de Dios", sus fieles y sus clientes, los que lo ponen todo en sus manos. Pobreza espiritual significa una abertura, una disponibilidad y una entrega sin límites a Dios. Es una actitud libre, una decisión vital, una opción. Y quizás y antes que todo eso un gran don que Dios da al hombre. Se diría que no es pobre quien lo desea sino aquel a quien Dios le da el poder de serlo, a quien el Señor abre el corazón y le capacita para la respuesta y la entrega. De todas las maneras, el hombre no es un sujeto puramente pasivo: acepta su pobreza, acepta su dependencia, la desea con su alma, la convierte en su estilo de estar ante Dios. La pobreza de espíritu se convierte en un compromiso a no apoyarse en los bienes de la tierra, a no buscar en ellos la seguridad, en una renuncia a toda consistencia humana hecha en función de una adhesión a Dios.
El mensaje de la Buena Nueva podría ser traducido así: el hombre es hijo de Dios, está destinado a vivir eternamente con él. La vida humana no termina a dos metros debajo de la tierra. La pobreza del hombre ante Dios consiste en reconocer la gratuidad de ese amor divino, aceptar que todo depende de él. Pobre de espíritu es aquel que tiene el corazón libre frente a todos los afectos, todos los bienes, todos los deseos de seguridad, de poder, de dominio y admite su radical insuficiencia. Pobreza espiritual no es, en definitiva, una idea, un concepto, un valor: es una Persona. Somos pobres si somos de Dios, si reconocemos en él nuestro Único bien. Pobreza espiritual es entrar en una dependencia de Dios, despojarnos de nuestras cosas, morir a nosotros mismos y a nuestra suficiencia.
6. BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPIRITU
La pobreza espiritual tiene su más alta expresión en la bienaventuranza del evangelio (Mt 5. 3). El tenor original de la bienaventuranza no contenía, como ya hemos apuntado, la precisión "de espíritu" añadida a la palabra pobre. San Mateo quien añadió esa nota moral. Al añadir "to pneúmati" (de espíritu) al término pobre, en lugar de fijar la atención sobre la clase social de los desamparados la fija en una actitud del alma, en una disposición interior. Interpreta la bienaventuranza en función de la experiencia vivida por la primera comunidad cristiana.
El añadido "de espíritu" a la palabra pobre es un dativo de relación o de modo. No se encuentra en la Biblia un caso exactamente igual, aunque sí conocemos fórmulas semejantes: "Yahvéh, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia... “(Dt 30, 6); "incircunciso de corazón" (Jer 9, 26); "puros de corazón, rectos de corazón" (Mt 5, 8; Sal 24, 4); "contritos de corazón" (Sal 34. 19), etc. En He18, 25 se habla de "fervor de espíritu"; en 20, 22 de "estar encadenado en el espíritu”.
Todas esas fórmulas intentan interiorizar una cualidad, designan una disposición del alma: de dureza o de contrición, de rectitud o de pureza. Al tratar de la pobreza significa que esta pobreza tiene su sede en el espíritu: es una pobreza interior, no una condición impuesta desde fuera; una disposición personal inspirada y nacida en el interior del alma, no un estado exterior que se sufre.
Como el pobre se muere de hambre si no tiene una mano que le dé un trozo de pan, así el pobre de espíritu depende en su vida de Dios. El es su roca y su alcázar. La palabra y la voluntad de Dios es el pan de la mesa del pobre, si le falta, se muere.
En sentido estricto es necesario interpretar esa disposición del espíritu en relación con los bienes materiales y en concreto con la riqueza. La pobreza de espíritu es una actitud de liberación frente a ella, idea que incluye todo lo anterior. Lleva consigo, como algo adherido, un impulso hacia la pobreza material, un ansia de semejanza al Cristo pobre, un impulso que libera de la esclavitud del ídolo de la riqueza y de la fascinación de la posesión, del tener, del oro. No puede existir una pobreza espiritual sin una voluntaria y progresiva independencia con respecto a la riqueza.
LA GRATUIDAD DE DIOS
Existe el peligro sutil de cambiar el sentido de la bienaventuranza espiritualizándola hasta tal extremo que no conserve de su esencia sino el nombre. No se concibe una pobreza espiritual sin una tendencia real hacia la encarnación en la vida.
La pobreza de vida, como la del corazón, es una obra del amor. El Señor nos invita a moderar nuestros apetitos, a no buscar en la ganancia ni en el dinero el mayor atractivo de nuestra vida ni en la comodidad nuestro tesoro, a no buscar nuestra seguridad en los bienes de esta tierra, que son como flor de campo, a no olvidar jamás que el sentido final de nuestra vida está en Dios.
Todos estamos llamados a vivir esta bienaventuranza. Es difícil, sin embargo, formular normas universales. No sirven las generalizaciones. Cada uno ha de responder con su generosidad personal. No se trata solamente de vivir austeramente. Jesús nunca pidió a sus seguidores que le siguieran a un vacío. No quiso aumentar el número de los pobres con sus palabras. La pobreza de espíritu es una liberación y una renuncia hecha en función de una adhesión a Dios. Sin esa voluntad de dependencia no hay posibilidad de ser pobre de espíritu.
Existe un bello relato de un asceta indio anónimo, titulado "'Las manos vacías" que quiero recordar como fin de estas reflexiones.
"'Para encontrar a Dios renuncié al mundo. Años de penitencia encorvaron mi cuerpo. Horas de meditación surcaron de arrugas mi frente. Mis ojos se hundieron a fuerza de mirar. Y por fin me atreví a llamar a las puertas del templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los hombres... mis manos vacías... ¿Vacías?... ¡pero si estaban llenas de orgullo!
Y volví a salir del templo en busca de humildad. Era verdad, era verdad. Yo había llevado una vida de penitencia, pero los hombres lo sabían bien y me honraban... y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos. Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del camino. Y volví al templo a extender mis manos ante Dios. ¡Mira tus manos! ¡Todavía están llenas de tu humildad!... No quiero ni tu humildad ni tu orgullo. Quiero tu nada.
Y volví a salir para desprenderme de mi humildad. Y ando por el mundo tratando de aprender la lección de mi nada... Y entonces, cuando mis manos estén vacías de todo..., de todo..., vacías de mí mismo, volveré al templo y Dios depositará en mis manos vacías la limosna infinita de su divinidad."