LA INTERCESION UNA FORMA DE ORAClÓN

Por KATY Martínez

Al decir de Teresa de Ávila, orar es “hablar de amor con quien sabemos nos ama” o parafraseando el dicho, intercesión es presentar el dolor que padecemos en el hermano a quien sabemos que nos cuida.

Aquel que ha conocido el dolor en que viven seres humanos muy concretos, al sentirse saturado de tanto sufrimiento y tratar de olvidarlo huyendo, descubre que es imposible, y el corazón le estalla en pedazos.

¿Qué camino queda cuando se ha tomado contacto con el dolor humano, si la huida está penada con la muerte? Hay una salida viable: la intercesión.

Interceder es tanto como asumir el sufrimiento ajeno haciéndolo nuestro, palpar nuestra incapacidad para salir de él, gritar a los que están cerca: ¡ayudadnos!, y mirando al que puede salvar decirle: ¡Ven, Señor, no tardes!

Los cuatro peldaños de la oración de intercesión son: compasión, pobreza, unidad y confianza.

COMPASION

En su sentido originario quiere decir compartir una pasión, participar de ella, hacerla propia. Pero ¿hasta qué punto es real esto de hacer propio el dolor ajeno? Respondería con otra pregunta: ¿hay algo más indómito que el corazón? A la razón se la puede someter, a la inteligencia se le pueden dar órdenes; pero a tu corazón, no pierdas el tiempo, como se apasione en algún lugar allí se queda. Quien tiene un corazón misericordioso, es decir, un corazón que no puede evitar el permanecer junto al mísero (miseri-cor), que su lugar y su pasión están junto al que sufre, puede hacer suyo el dolor ajeno hasta el punto de implicar toda su existencia.

“Misericordia quiero y no sacrificios” son palabras proféticas que siguen resonando hoy cada vez que abrimos nuestros oídos a la voz del Señor. Si tenemos entrañas de misericordia, dejaremos que nuestro Corazón corra junto al que sufre para permanecer y padecer con él.

“Lo que os mando es que os améis los unos a los otros, de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15.16-17).

POBREZA

Experimentar que nada se puede hacer ante el dolor es aceptar el desgarrón de María junto a la Cruz de Jesús. Es la máxima pobreza y la máxima compasión.

”No está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados” (Jdt 9,11): Estas son nuestras credenciales para comparecer ante Díos, el ser pequeños y débiles, desvalidos, desesperados: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Lc 10.21).

UNIDAD

”Separados de mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Es necesaria la unidad en el Cuerpo del Señor. El cuerpo es la cabeza y los miembros: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18 20). Esta es la fuerza de la unidad, la fuerza que nos da el Espíritu del Señor que hace que nuestra oración sea siempre oída. “Si permanecéis en mí, pedid lo que queráis y lo conseguiréis, la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto” (Jn 15,7-8).

Esta condición y este ruego, “si permanecéis... pedid...", van dirigidos a unos cuantos, no hace falta que sean numerosos, basta que haya un mínimo, dos o tres. ¿Qué puede unir a unos cuantos, si no es el Espíritu del Señor? Donde hay unidad está el Espíritu y allí se hacen presentes los frutos. "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto” (Jn 15,8).

La unidad está representada por dos o tres, pero es unidad que se integra en toda la Iglesia orante. Es unidad que lleva a la comunión con todos los Santos, que va más allá de toda apariencia humana porque salta las barreras del: tiempo y del espacio.

CONFIANZA

¿Cómo pueden confiar los desesperados, los pobres, los desvalidos? En la desesperación de los que creen puede abrirse una ventana que da a su pasado. Es el recuerdo de los beneficios recibidos del Señor, el reconocimiento de su fidelidad a lo largo de toda su propia vida. No hay más que repasar una a una las maravillas del Señor, como solía hacer Israel cuando se veía indefenso ante un nuevo peligro. Un ejemplo es el salmo 106: “Muchas veces los libró, mas ellos, indóciles adrede, se hundían en su culpa; y los miró cuando estaban en su angustia escuchando su clamor. Se acordó en favor de ellos de su alianza, se enterneció según su inmenso amor. ¡Sálvanos, Yahvé, Dios nuestro, reúnenos de entre las naciones!” (Sal 106, 43-47).

Al recordar los favores recibidos del Señor, brotan la alegría y la paz. Con ellas es posible la confianza firme. Entonces se advierte cómo la Palabra de Dios estaba interpelando: “¿Acaso se ha vuelto mi mano demasiado corta para rescatar, o quizá no habrá en mi vigor para salvar?” (Is 50,2). Como consecuencia, el creyente no espera a ver superado su dolor; la confianza puesta en el Señor hace brotar de él un canto nuevo de alabanza y de acción de gracias.

UNA DESVIACION A PREVENIR

En el intento de superar la desesperación, en vez de abrir una ventana sobre el pasado, podemos intentar abrir una puerta sobre el futuro, como cuando marcamos el camino al Señor, indicándole cómo ha de actuar para venir a salvarnos. También Israel sucumbió en esta tentación. Leemos en el libro de Judit cómo esta mujer recrimina a los jefes de la ciudad de Getulia porque en su desesperación ante la sed que padecía el pueblo habían emplazado a Dios para que actuara en su favor en el plazo improrrogable de cinco días:

“Escuchadme, jefes de los moradores de Betulia. No están bien las palabras que habéis pronunciado hoy delante del pueblo, cuando habéis interpuesto entre vosotros y Dios un juramento, asegurando que entregaríais la ciudad a nuestros enemigos si en el plazo convenido no os enviaba socorro el Señor. ¿Quiénes sois vosotros para permitiros poner hoy a Dios a prueba y suplantar a Dios entre los hombres? ¡Así tentáis al Señor Omnipotente, vosotros que nunca llegaréis a comprender nada! Nunca llegaréis a sondear el fondo del corazón humano, ni podréis apoderaros de los pensamientos de su inteligencia, pues ¿cómo vais a escrutar a Dios que hizo todas las cosas, conocer su inteligencia y comprender sus pensamientos? No hermanos, no provoquéis la cólera del Señor, Dios nuestro. Si no quiere socorremos en el plazo de cinco días, tiene poder para protegemos en cualquier otro momento, como lo tiene para aniquilarnos en presencia de nuestros enemigos. Pero vosotros no exijáis garantías a los designios del Señor nuestro Dios, porque Dios no se somete a las amenazas como un hombre, ni se le marca como a hijo de hombre una línea de conducta. Pidámosle más bien que nos socorra, mientras esperamos confiadamente que nos salve, y El escuchará nuestra súplica, si le place hacerlo” (Jdt 8,11-17).

Este pasaje es toda una enseñanza que no necesita aclaración.

Orar, presentando el dolor que padecemos en el hermano, a quien sabemos que nos cuida, es interceder, y ello conduce a un acontecimiento sorprendente, no sabemos cuál, pero, desde luego, será algo que nos ha de llevar a la alabanza, porque veremos una nueva manifestación del amor del Señor para con nosotros.

"Todo el puebla quedó lleno de estupor, y postrándose adoraron a Dios y dijeron a una: ¡Bendito seas, Dios nuestro que has aniquilado el día de hoy a los enemigos de tu pueblo!” (Jdt 13-t 7).



LOS GRUPOS DE INTERCESION

Por BEATRIZ GRACIAS

Uno de los ministerios de máxima importancia que tenemos en nuestros grupos y comunidades para someter a la oración de los demás cualquier tipo de problema o dificultad que podamos experimentar en nuestra vida en el Espíritu son los llamados grupos de intercesión.

Todos sabemos por experiencia las maravillas que obra el Señor en las personas a través de este ministerio.

Jesús nos da verdaderamente su poder y unción para orar con fe y pedir “en el nombre del Señor” (St 5.14) la curación interior, la liberación de complejos, miedos, traumas, la fortaleza en momentos de decaimiento.

Aquí palpamos la acción del Señor y el cumplimiento de sus palabras:
"Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá... Si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu a los que se lo pidan!” (Lc 1 t .8•13).

Aquellos grupos y comunidades que han llegado a cierto grado de crecimiento y madurez organizan este ministerio mediante un grupo estable de intercesión que en momentos determinados de la semana está a disposición de los hermanos que quieran acudir. Es importante para todos, saber que, tal día y a tal hora se puede acudir al grupo, que está para ofrecer una atención espiritual muy personal a las necesidades concretas. En cualquier atasco en que nos podamos encontrar, o en cualquier dificultad para orar por nosotros mismos, tenemos este medio de experimentar que no estamos solos y que el Señor nos fortalece a través de los hermanos.

¿POR QUE UN GRUPO PERMANENTE?

Se trata de un ministerio o servicio que la comunidad ha encomendado a unos hermanos, después de haber discernido quiénes poseen los dones necesarios.
Instituir un equipo permanente es importante, tanto para los que lo forman como para los que acuden a la intercesión.

Si tenemos un grupo estable, éste podrá reservarse el día de la semana y el tiempo necesario para atender a su ministerio sin prisas, con toda la paz y tranquilidad que se necesita en ambiente de oración y recogimiento.

Se podrá también llegar a la necesaria compenetración y entendimiento entre las personas que forman el equipo. En la medida en que sean “todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos” (Flp 2,2), tendrá fuerza la oración que hagan por cada hermano.

Como grupo estable irá adquiriendo, cada vez en mayor grado la experiencia, discernimiento y, sobre todo, la sabiduría del Espíritu que tanto se precisa en este ministerio.

A veces, en los retiros, nos encontramos con mucha gente que necesita acudir al grupo de intercesión, y recurrimos, a la formación de otros grupos echando mano del equipo de servidores o de las personas que llevan mucho tiempo en el grupo de oración. Estos grupos improvisados presentan una gran desventaja, o porque a veces se pone a personas que no tienen las suficiente experiencia, o por la dificultad de que sepan compenetrarse en la oración.

De todas maneras, si se encuentran con problemas difíciles que requieren varias sesiones, deben saber remitirlos al grupo estable.

Para los que acuden a la intercesión es muy importante que se encuentren con personas que tienen experiencia en este ministerio, que conozcan otros casos y sepan cómo deben tratar el suyo y que lo puedan seguir después en las sesiones que se necesiten. Hay personas que siempre que se forma un grupo acuden a él. Esto se evitará con el grupo estable que podrá discernir qué tipo de oración necesita, si curación interior, o física o liberación, o el sacramento de la reconciliación, o una orientación y consejo más apropiados.

El encontrase con las mismas personas cuando se acude al grupo facilita la confianza y ayuda a abrirse más directamente.

CUALIDADES DE LOS QUE FORMAN EL GRUPO

Las personas que forman el grupo no conviene que sean muchas. Como máximo pueden ser cuatro. Cuantos más sean, tanto más difícil resultará abrirse a los que vienen a la intercesión, pues siempre se desea que haya pocos testigos. El grupo ha de ser mixto, ni sólo hombres ni sólo mujeres. Será bueno que haya un sacerdote.

Deben ser personas con un conjunto de cualidades humanas y espirituales. Como base humana se requiere que sean personas equilibradas, libres de problemas psicológicos y emocionales, mentalmente sanas y capaces de una relación interpersonal fácil, con el don de saber escuchar y por tanto con mucha paciencia.

Es aconsejable que posean ciertos conocimientos de psicología y que estén enteradas de todo tipo de problemas.

En cuanto a las cualidades espirituales, lo más importante es que sean personas de oración intensa y por tanto que tengan el don de la fe. Las personas que acuden al grupo muchas veces necesitan fe más que ninguna otra cosa, y los que oran por ellos deben comunicarles esta fe.

Han de estar llenas del amor del Señor que a través de ellas pase a los demás para curar.

El don del discernimiento no puede faltar. Siempre habrá que distinguir en cada hermano que viene al grupo qué clase de oración necesita, cuál es el verdadero problema, si son necesarias más sesiones, o si el tipo de ayuda que precisa es orientación y consejo. Hay personas que lo que necesitan es desahogarse, que alguien las escuche, y entonces después de esto basta una oración de fortalecimiento.

De las personas que forman el equipo debe haber una que lleve la iniciativa tanto en la entrevista como en la oración, y que sólo ella haga las preguntas, y si las demás han de intervenir, sea con parquedad y discreción. Se requiere mucho tacto, delicadeza, discernimiento y amor para saber hacer las preguntas sin herir, y apreciar cuándo no hay que insistir, cuándo hay que retroceder.

Cuando llega el momento de reunirse para este ministerio, deben orar todos juntos antes de empezar y pedir al Señor la asistencia que necesitan. Cada uno debe ir muy purificado, y si un día uno no se encuentra bien o está experimentando alguna dificultad importante, es mejor o que no participe ese día o que procure orar intensamente.

Después de la oración se debe guardar secreto sagrado sobre todo lo que en el grupo se ha dicho y oído. Entre las personas que forman el grupo no se deben hacer comentarios sobre las personas que han acudido a la intercesión, pues les encomendaron algo muy íntimo y se fiaron totalmente del grupo. Por muy difíciles y problemáticas que sean las personas que han acudido no se debe hablar de ellas fuera del grupo.

Como una prolongación del ministerio que realizan en el grupo de intercesión, cada uno de sus componentes debe seguir encomendado a los hermanos por los que oraron en su oración personal y diaria. Nuestra fidelidad en la intercesión diaria por las necesidades de los demás exige que las pongamos en primer lugar antes que nuestras conveniencias y comodidades.

Habrá veces que nuestra oración de intercesión no nos traiga gozo, o que pierda su atractivo para nosotros, o que nos sintamos tentados de dejarlo y olvidarlo todo. Pero la intercesión es precisamente esto: cargar con los problemas y enfermedades de los demás y en cierta manera también sufrirlos nosotros.

Por la Palabra del Señor sabemos que El recibe con gozo nuestras oraciones y que las oye. Y por experiencia comprobamos cómo la oración hace que todo cambie.

El orar unos por otros es una dimensión indispensable del amor que debemos tenernos, y de esta manera nos ayudamos "mutuamente a llevar nuestras cargas y a cumplir así la ley de Cristo” (Ga 6,2).

LAS PERSONAS QUE ACUDEN AL GRUPO

Deben saber ante todo para qué es el grupo de intercesión, que de ningún modo es algo que obra automáticamente, ni una especie de “agua de Lourdes”, ni que todo se soluciona con que oren por ellas imponiéndoles las manos. Deben ser conducidas a una fe profunda en el poder de Jesús, y sobre todo a aceptarle como el Señor de sus vidas.
Para esto han de comprometerse de alguna manera, principalmente en la oración personal de cada día y en la relación que están viviendo con el Señor.

De los casos que he conocido hay uno que me ha enseñado de manera especial.
Un día vino al grupo de intercesión una joven que se sentía abandonada de los suyos y era adicta a drogas. Permaneció en silencio y no manifestó nada. Su problema era tan grande y complicado que no se atrevió a exponerlo. El grupo se limitó a hacer una breve oración por ella.

Pocos días después solicité hablar personalmente con ella, y sintió confianza para abrirse al ver que yo disponía de tiempo. Durante las cuatro horas y media que estuvimos hablando yo me limité a escuchar, excepto cuando hice de vez en cuando alguna pregunta.

Al terminar yo no sabía qué decirle. Sentí un gran amor por ella, necesitaba algo más que curación de recuerdos. El Señor me iluminó para sugerir que fuera al sacramento de la penitencia. Como se manifestaba refractaria, prometí acompañarla a un sacerdote lleno de Dios y comprensivo.

En la confesión encontró a Jesús. Lo más importante es que por fin pudo perdonar, aceptó al Señor en su vida, y su odio se convirtió en amor. A partir de entonces empezó su verdadera conversión.

Después he mantenido contacto permanente con ella en sesiones complementarias, y a pesar de que no le faltan tentaciones y pequeños fracasos, está creciendo profundamente en la vida del Espíritu. y ahora es instrumento para que otras personas lleguen a conocer al Señor.

Después de todo lo dicho, no deja de tener importancia el ambiente en que se realiza este ministerio. Los factores exteriores también influyen, como el silencio, la intimidad, una luminosidad discreta, de forma que la persona que viene se sienta tranquila y relajada y todos los del grupo le inspiren confianza y seguridad.




El PODER EN LA INTERCESION EN LA “CASA DE BETANIA”

Por MANUEL CASANOVA, S. J.

En junio de 1974 tuve ocasión de participar en el Encuentro Internacional de la Renovación Carismática en la Universidad de Notre Dame, South Bend, Indiana, EE.UU. En esta Asamblea me enteré que inmediatamente después, del 18 de junio al 27 de julio, se iba a celebrar un retiro muy especial: 40 días de intercesión, abierto a sacerdotes, diáconos y obispos, y cuya finalidad era hacer intercesión, con oración y ayuno, por los sacerdotes, diáconos y obispos. Había la posibilidad de que los que no pudieran estar los 40 días se les aceptara para 15 días o una semana.

No sabía yo lo que podía sacar de todo aquello, pero queriendo aprovechar las tres semanas de estancia en EE.UU., me fui, después de estar unos días en la comunidad carismática de Ann Arbor, al seminario Sto John, en Plymouth, Michigan.

Cuando llegué allí fui recibido por unos 25 sacerdotes, la mayoría de EE.UU. y Canadá, pero también de Alemania. Japón, Méjico. Bélgica e Inglaterra. Había sacerdotes diocesanos, jesuitas, benedictinos, basilianos y un monje trapense. Su trabajo era en parroquias, colegios y universidades, casas de Ejercicios, hospitales, cargos administrativos y también en ministerios especializados: apostolado familiar, renovación carismática y “counseling”.

George Kosicki era el responsable. Un basiliano que en 10 años ha dado muchos retiros y ejercicios espirituales a sacerdotes desde Corea hasta Perú. Le pregunté cómo se les había ocurrido organizar un retiro de esta clase. "Hace unos meses -me dijo- Geral Farell, M.M. y yo estábamos de peregrinación en Asís. Gerry es misionero en Seoul, Corea. Allí, siguiendo los pasos y el recuerdo de Francisco, sentimos la llamada a hacer algo por los sacerdotes cuyos problemas llevábamos como un peso grande en nuestro corazón. Nos dimos cuenta que la solución estaba en una conversión radical a Jesucristo.

Unos días después, en la celebración de la Eucaristía, el mismo P. Kosicki nos expresaba su inquietud por los sacerdotes: “¿Es Jesús el Señor de nuestros hermanos sacerdotes? Después de más de 60 retiros con sacerdotes por todo el mundo, una de mis mayores penas es constatar qué pocos conocen realmente a Jesús. Qué pocos sacerdotes oran, qué pocos saben escuchar su voz y responder a su voluntad. Qué pocos sacerdotes realmente lo desean. Y al mismo tiempo quedé maravillado del hambre profunda que tienen de Jesús. Me decían: Enséñame a orar otra vez, enséñame a orientar mi vida de nuevo para que pueda ser libre, libre de mis tinieblas y de mi pecado, de mi ansiedad y de mis miedos! ¿Cómo puede uno liberarse?”.

Esta inspiración les vino en Asís y decidieron reservar 40 días del verano para orar por los sacerdotes. Se comprometieron el uno con el otro delante de Dios a llevar a cabo esta decisión aunque nadie más se uniera a ellos. Al final de los 40 días más de 100 sacerdotes habían pasado por "Bethany House”.

”BETANIA” ¿POR QUE BETANIA?

Al entrar en la sala-capilla donde nos reuníamos para orar se leían en la pared, escritas con grandes trazos, las palabras: “¡Desatadle y dejadle andar!" Fue en Betania donde Jesús llamó de nuevo a la vida a Lázaro, y, aquí al pedir día tras día por los sacerdotes de la Iglesia, la historia de Lázaro parecía tomar vida de nuevo entre nosotros. Jesús de pie junto a la tumba ora al Padre: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado”. Dicho esto gritó con fuerte voz "Lázaro, ¡sal fuera!”. Y salió el muerto atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: "¡Desatadle y dejadle andar!” (Jn 11, 41•44). Así pues, al interceder por nuestros hermanos sacerdotes, Jesús iba desatándonos a nosotros y a ellos, y nos liberaba.

En este retiro el acento no estaba en buscar renovarnos a nosotros mismos, sino en interceder por los demás según la inspiración del Espíritu Santo. El programa diario comprendía Laudes y Vísperas en común, dos horas de oración personal, dos horas de intercesión en común, la Eucaristía concelebrada, una hora de enseñanza, una hora de compañerismo, y, al final del día, una hora de compartir la fe en grupos.

Fue, sobre todo en los períodos de intercesión comunitaria, cuando experimentamos con más tuerza la verdad de que Dios siempre da mucho más de lo que podemos pensar o pedir. Que Dios da por añadidura lo que no le hemos pedido para nosotros. Fue en esos momentos cuando algunos sacerdotes recibieron la Efusión del Espíritu, una manifestación de los dones de curación, de enseñanza, de profecía, de lenguas o de discernimiento, o renovaron su entrega al Señor por los votos sacerdotales o religiosos. Muchos recibieron mayor libertad para alabar y adorar al Señor.

Esta experiencia de intercesión por los sacerdotes se repitió en Roma en el Año Santo, mayo-junio 1975 a continuación del Congreso Internacional de Pentecostés.

Después de esta segunda experiencia cinco de ellos se sintieron llamados a formar una comunidad de vida en una casa de oración. Así nació “Bethany House of Intercesión”, Seminario de Ntra. Señora de la Providencia, en Warwick, Rhode Island, EE.UU. Es una casa de acogida para todos los sacerdotes, diáconos y obispos que necesitan un lugar de descanso, de oración y de ayuda fraterna, sean de donde sean. Durante el año 75, 76, 300 sacerdotes de todo el mundo han pasado por allí. En una carta reciente G.Kosicki se expresaba así: “Es una alegría inmensa ver hermanos sacerdotes con la fe reconstruida y la esperanza renovada”. Y los miembros de la pequeña comunidad han prestado ayuda a centenares de sacerdotes en retiros, ejercicios y conferencias por todo el continente americano.

El haber participado en las dos ocasiones, junio 74 y mayo 75, en estos largos encuentros de intercesión me dio un gran deseo de compartir con hermanos sacerdotes de España lo que viví allí. Tal deseo se hizo concreto este año de 1078 en la primera semana para sacerdotes que tuvo lugar en el “Casal Borja”, PP. Jesuitas, de San Cugat del Vallés, Barcelona. 60 sacerdotes participaron, y pudimos experimentar la verdad de que Jesús es quien da la vida (“¡LÁZARO, SAL FUERA!”) y a nosotros nos invita a desatarnos unos a otros (“Desatadle y dejadle andar”) para poder caminar con la libertad del Espíritu en el ministerio sacerdotal.

Para el año 1979 se prevé otra semana para sacerdotes, de forma que muchos más puedan participar de esa convivencia e intercesión fraterna.