Sensibilidad del líder ante la acción del Espíritu
Por Heribert Muhlen
Introducción
Desde el comienzo de la Renovación Carismática, sus líderes se convencieron que la dinámica de la Renovación no tiende a formar la nueva Iglesia Carismática sino una Iglesia Católica carismáticamente renovada.
Todos sufrimos por el hecho de que la única Iglesia, fundada por Cristo, esté dividida en muchas Iglesias y reconocemos que la Renovación Carismática es un instrumento ecuménico serio que podría unificar las diferentes tradiciones espirituales. No hablo de Iglesias, sino de tradiciones espirituales, según el querer de Cristo. Empero, esta unidad no sería posible si en esas tradiciones no penetra una dinámica de Renovación espiritual que, ampliándoles la visión lleve a las Iglesias a integrarse y comprenderse más. El tiempo y el modo de esta integración no pueden establecerse racionalmente sino que han de ser fruto de la acción del Espíritu Santo, en todo el mundo y en todas las Iglesias.
Quiero hablar de esta sensibilidad ante la acción del Espíritu en dos fases:
l. La experiencia de la aridez espiritual que sigue a la experiencia inicial y nos sensibiliza ante la acción del Espíritu Santo, y
2. La sensibilidad hacia toda la Iglesia y hacia las estructuras que ella ha ido desarrollando gradualmente y que, en líneas generales también provienen del Espíritu Santo.
1. La aridez espiritual
La experiencia inicial de fe, dada en la fase inicial de Pentecostés, pertenece a la naturaleza histórica de la Iglesia. También en la vida personal del cristiano auténtico se da una experiencia inicial, es un acontecimiento en el cual el hombre perceptiblemente afectado e influenciado en su corazón por el Espíritu de Dios encuentra a Cristo de modo personal. Como dice el documento de Malinas (1.74): "La experiencia espiritual que se vive hoy en el mundo entero es el resultado de la acción de Dios captada y vivida por el hombre a nivel personal". El corazón es tocado por el Espíritu Santo de modo sensible, todo el hombre es alcanzado por Dios: su mente, su voluntad, sus sentimientos.
Es importante subrayar que el Espíritu Santo no se reduce a dar una manifestación emocional, sino que fortalece la verdad y da una nueva visión interior a la mente. Al afirmar que el Espíritu puede ser percibido por el hombre, queremos decir que éste, con su mente, su voluntad y sus sentimientos, percibe la presencia de Dios. Esta experiencia, por lo tanto, no es completamente irracional, sino que incluye elementos racionales, contiene en sí misma una interpretación y una explicación. Al experimentar esa vivencia espiritual, aunque al principio no tengamos plena conciencia de ella, podemos interpretarla, y explicarla.
Esta experiencia, que algunos llaman "Bautismo en el Espíritu Santo", "Liberación del Espíritu Santo" o "Efusión del Espíritu Santo" puede suceder en un momento cumbre o vivirse a lo largo de un período de crecimiento espiritual. En ambos casos, Dios mueve los corazones a fin de que capten los elementos racionales latentes en esa experiencia. Al respecto podemos apreciar mucho de San Juan de la Cruz, maestro espiritual del siglo XVI, quien enseña que pertenece al orden creado que el conocimiento del hombre se realice a través de la percepción de los sentidos.
La percepción sensorial nos permite captar mejor la experiencia. Dios mueve el alma en lo profundo y el resultado de su acción llega hasta la captación por los sentidos. San Juan de la Cruz llama la atención acerca de que esas experiencias sensibles y las emociones son dadas por Dios, y son buenas para los principiantes. Esto debe tenerlo en cuenta el líder carismático, pues lo importante no es la mayor o menor intensidad de la experiencia sensible, sino el encuentro personal de Cristo. Pero este encuentro implica que seamos afectados por Dios en nuestros aspectos sensibles y en nuestras emociones. Esto nos puede hacer más sensibles ante la acción del Espíritu Santo, en nosotros y en los demás y el plan de Dios para cada persona.
Los líderes de la Renovación Carismática y los grupos de oración se inclinan al principio a procurar que los demás vivan pronto la experiencia del Espíritu, quizá ejerciendo alguna presión sobre la gente, el resultado es el conocido efecto de "la puerta giratoria", estudiada por Kevin Ranaghan en la revista "New Covenant", que indica cómo en el primer entusiasmo muchos acuden a la Renovación, pero al cabo de uno o dos años, se alejan de ella, porque no viven en profundidad. Todos lo hemos observado. Sin embargo las afirmaciones de San Juan de la Cruz nos pueden ayudar.
La noche del espíritu
Dios, a veces, lleva a los hombres a superar la experiencia del Espíritu, para que vayan más lejos hasta "el no conocer, el no querer y el no sentir". Este es un paso que puede llevar hasta las profundidades del mismo misterio de Dios. Según la primera carta a los Corintios las profundidades de Dios son oscuras para el hombre (1Cor 2, 10). Es la noche de los sentidos y la noche del Espíritu, donde se permanece "sin querer ver o sentir alguna cosa". Según el Nuevo Testamento la fe no es sólo una experiencia, es también "la certeza de las cosas que no vemos" (Hb 11, I).
Por tanto al período de la primera experiencia gozosa de la unión con Dios suele seguir una fase de aridez espiritual en la que Dios enseña que el hombre no debe asistir a sus experiencias ni satisfacerse con ellas, sino que debe confiar firmemente en la promesa de la permanente presencia de Dios. Solo entonces el hombre puede experimentar la presencia del Señor en la vida cotidiana. Es esencial que todo líder experimente y conozca por sí mismo esa ley básica de la vida espiritual.
La sensibilidad a la acción del Espíritu Santo nos capacita para reconocer cuándo llega el momento de superar la primera experiencia. San Juan de la Cruz afirma que no debemos abandonar algo que nos fortalece, pero da criterios que guían el actuar cuando debamos dejarlo. Esos criterios son dos:
1.1. Gozo y sufrimiento
A veces llega el tiempo en que la primera experiencia ya no produce gozo. O se vive una exultación espiritual que ya no hace progresar. Esta es una observación importante para todos los avivamientos. En la Renovación Carismática muchos se inclinan a mantener constantemente viva la experiencia inicial y a luchar por preservarla como si fuese un estilo de oración. San Juan de la Cruz nos dice que cuanto más ansiosamente el hombre quiere permanecer en la experiencia inicial y en la percepción inicial de la proximidad de Dios, tanto menos capacitado está para penetrar en el abismo y en la oscuridad de la fe. Una frase crucial de San Juan de la Cruz dice que no podemos aspirar a vivir activamente lo que recibimos pasivamente de Dios. Esto debemos repetirlo muchas veces. Quien de modo constante y consciente, se empeña en permanecer en la experiencia inicial, sucumbe con rapidez en la desilusión fatal, por buscar sus propios sentimientos y no la fe en Cristo crucificado y resucitado. Es como si la experiencia del Espíritu se tomase en una pecaminosa autoestima, que ciega al hombre, ante la dura realidad de la cruz. Esta no es un acontecimiento entusiasta. Solo la oscuridad de la fe sensibiliza al hombre ante las realidades de la Iglesia, del sufrimiento, del hombre y la injusticia del mundo.
Los primeros discípulos no se mantuvieron fervorosamente apegados a la experiencia de Pentecostés. Pedro no predica acerca de sus sentimientos, sino acerca de Cristo muerto y resucitado. El entusiasmo exagerado y consciente deseado, nos vuelve incapaces, con el correr del tiempo, de prestar atención al trabajo del Espíritu. Cuando más cosas aspire el hombre a realizar por su propio capricho, tantas menos podrá hacer el Espíritu Santo.
1.2. Paz y Adoración
San Juan de la Cruz dice que cuando llega el tiempo de superar la experiencia inicial en el camino de crecer en la fe, el hombre recibe la gracia de permanecer en el sosiego, en la paz y en la silenciosa adoración. Vivir en este ambiente es signo de que Dios nos está ayudando a superar la experiencia inicial.
San Juan de la Cruz acentúa, además, que al principio las acciones del Espíritu Santo son muy suaves y casi incomprensibles, y el hombre no las percibe o no las comprende. Es como la habitación silenciosa de Dios en el Corazón, que sólo poco a poco se va conociendo. Así se descubre nuestra condición de criaturas y se supera el peligro de refugiarnos en Jesús, como en el compañero que debe solucionarnos todos nuestros problemas. Jesús no soluciona por completo todos nuestros problemas, sino que nos capacita para que vivamos con otras personas que tampoco tienen todas las soluciones. En la profundidad de la fe percibimos a la vez la cercanía de Dios y su distancia...
Pidamos al Señor que nos dé, como líderes espirituales la sensibilidad profunda a la acción del Espíritu Santo y nos capacite para discernir cuándo llega el tiempo de ayudar a otros a superar la experiencia inicial. Esto lo hará Dios oportunamente, no lo haremos nosotros con nuestros esfuerzos.
Personalmente opino que llegó la hora, Dios la mandó, en que la Renovación Carismática, tras quince años de avivamiento, viva una pausa. Hace quince años fue la experiencia inicial. Ahora la Renovación Carismática va a transformarse, en profundidad, por su plena integración en la Iglesia Católica e igualmente, en las Iglesias Protestantes.
2. Sensibilidad hacia la Iglesia
Deseo, en esta segunda parte, ocuparme de la sensibilidad del líder, carismático hacia la Iglesia, como manifestación del actuar del Espíritu Santo.
En la experiencia inicial se requiere la subjetividad, porque el individuo es un hombre comprometido e influenciado por Dios que se reúne con otros que tuvieron la misma experiencia. Para que crezca en la vida espiritual necesita relacionarse con otros. La experiencia inicial es, ante todo, un encuentro personal con Jesús. La pregunta acerca de si un grupo pertenece a la Iglesia, viene mucho tiempo después. En los seminarios de vida en el Espíritu se dice acertadamente que la persona debe relacionarse con quienes haya tenido la misma experiencia espiritual, pero la frase debería completarse, añadiendo: "Y que, bajo la dirección del Espíritu Santo, estén dispuestos a superar la experiencia inicial".
Solamente cuando un individuo o un grupo salgan de la subjetividad necesaria en la primera experiencia, pueden crecer en su sensibilidad a la acción del Espíritu que se realiza en la Iglesia y en las estructuras eclesiales.
Sentir con la Iglesia
En latín se llama "sentire cum Ecclesia", al sentir, querer y pensar con la Iglesia. Sensibilizarse a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia es tan importante para el líder carismático como sensibilizarse a lo que el Espíritu hace en cada persona. Si no hay un desarrollo paralelo en estos dos niveles: Eclesial y Personal, la Renovación no le serviría a la Iglesia. Por el contrario estaríamos llevando a los grupos a separarse, al menos emocionalmente, de la Iglesia, y estaríamos preparando futuras divisiones en la cristiandad, corno lo demuestra la historia eclesiástica.
Hay una inquietud acerca del futuro de la Renovación Católica Mundial. Toda vida espiritual tiene necesariamente una estructura corno se demuestra claramente en el Nuevo Testamento. Aun si al principio las estructuras no estaban bien delineadas, se fueron desarrollando con el curso de los años. La pregunta es: ¿A qué clase de estructuras dará origen la Renovación Carismática? ¿Se tratará de una nueva Iglesia Carismática? ¿O deberíamos caminar desde la periferia hacia el corazón de la Iglesia? Este es un planteamiento que debe ser respondido por la Renovación Carismática Católica.
Pienso que ha llegado la hora de preguntar más explícitamente a Dios acerca de su plan para la Renovación y pedirle nos revele cómo va a integrarla, como vida espiritual renovada, en la realidad total de la Iglesia Católica y de las Iglesias Protestantes.
No me ocuparé en detalle del problema ecuménico. Trabajo en muchos campos ecuménicos y estoy convencido de que no hay ecumenismo sin Iglesias. La experiencia del Espíritu no separa al individuo de los grupos, que brotan en las Iglesias y que lo hacen miembro activo de una Iglesia o de una Comunidad. No se puede confesar a Jesús y luego cuestionar la Iglesia. La conversión a Jesús incluye la conversión a la Iglesia a que se pertenece. Además, como lo demuestra la historia, las nuevas Iglesias nacen sin que lo hayan deseado explícitamente sus fundadores. Voy a cumplir estas ideas en tres puntos:
2.1. La experiencia del Espíritu y la Iglesia
Corno cualquier experiencia humana, la experiencia del Espíritu tiene siempre dos polos: la Realidad y la Dinámica del Espíritu Santo, de una parte, y de otra, el elemento humano que vive esa realidad.
Esto significa que la persona o los grupos viven esta experiencia según todo lo que ellos son. Por lo tanto, a pesar de la presencia de Cristo y del encuentro personal con El, las experiencias espirituales serán influenciadas por las vivencias que hayamos vivido anteriormente: esperanza, carácter, maneras de pensar y de sentir, estilo de vida y también por la tradición de la Iglesia de donde venimos. La experiencia del Espíritu se vive, por lo tanto, como una experiencia que se interpreta. Al interpretar la experiencia no se logra separarla del propio modo de actuar del que la vive. Por eso en las diferentes Iglesias se acentúa diferentemente, tanto en el plano individual como en el colectivo. Esa acentuación diferente es necesaria.
El Espíritu Santo va a integrar, con su dinámica renovadora y unificadora, las diferentes tradiciones espirituales de la Iglesia. Este no es un trabajo de interpretación teológica, sino que es el mismo Espíritu que penetra en la vida de las Iglesias para reorientar con las experiencias espirituales históricamente condicionadas, y mostrar los errores de su desarrollo. En la medida en que superemos nuestra experiencia espiritual subjetiva, reconoceremos la experiencia del Espíritu que nos ha sido dada, por medio de la Iglesia, comunidad de fieles.
Es importante que lo afirmemos: como católicos, estamos convencidos de que la Iglesia, a pesar de todos sus pecados y limitaciones es obra del Espíritu Santo quien acentúa a través de sus estructuras fundamentales, como por ejemplo el colegio de los Obispos, y también cada Iglesia en particular.
Esto significa que un grupo de oración no puede reducirse a ser una reunión de cristianos que tratan de regresar a los tiempos del Nuevo Testamento, resucitando un modelo de Iglesia naciente como la que el Nuevo Testamento ?describe, y rechazando cualquier tradición o, en otras palabras, prescindiendo de toda interpretación eclesial y de toda estructura. Si ello fuese así, la experiencia del pentecostalismo llevaría a la unidad.
2.2. Renovación y parroquia
Podemos afirmar que forma parte del plan divino el que se hayan formado al principio, y que se sigan formado, comunidades y que se formen dentro de las estructuras existentes, y por lo tanto también dentro de las actuales parroquias.
Creo que este es el próximo paso, ya hay ejemplo en varios países. La Renovación Carismática tiende a ser, cada vez más, una Renovación parroquial. No sabemos si la estructura parroquial que históricamente se ha desarrollado, como hoy se da, seguirá siendo la estructura que quiere el Espíritu Santo, pero la sensibilidad de los líderes Carismáticos hacia la Iglesia lleva hoy día, a que también en las parroquias existentes se integre la experiencia del Espíritu. En el Nuevo Testamento, el término "Ecclesia" alude a toda la Iglesia: la Iglesia local, la diocesana, la familiar. Todo ello es la Iglesia. Toda esa realidad concreta debe integrarse con sensibilidad y habilidad profunda: la habilidad de la Renovación para integrarse en la Iglesia, y para animar todos los aspectos de ésta.
En un documento preparado por los Obispos Alemanes, se dice:
"La Renovación en el Espíritu Santo, de acuerdo con la ley de desarrollo, comenzó por pequeños grupos. Las formas exteriores que permitieron manifestarse a esta experiencia espiritual capacitaron a los participantes para actuar en los grupos. Ciertas formas o expresiones, estilos de oración y gestos son fenómenos marginales y no pueden ser considerados como algo típico de la Renovación. La palabra "carismático" no está en oposición con "sobrio" ni denota una emoción, sino un ministerio en la Iglesia y en la sociedad, bajo la guía del Espíritu Santo". Esto nos lleva a comprender cómo las formas externas que asume la Renovación pueden insertarse en la vida parroquial y no deben provocar antagonismos ajenos a la experiencia del Espíritu.
Los responsables de los grupos de oración deben prestar cuidadosa atención a cualquier peligro posible: exceso de interés por la experiencia, ansiedad misionera, autosuficiencia, peculariedades excesivas en la oración y los cantos, dificultades de inserción en la parroquia que dificulta el crecimiento comunitario. No ejerzan presión espiritual en nadie con vocabulario y expresiones que él no comprenda.
2.3. Dos criterios de crecimiento
Me gustaría describir la sensibilidad espiritual de modo más concreto, en dos partes: Para la mayoría, el camino de la Renovación empieza por una llamada personal de Dios. Quienes la reciben se unen al comenzar, a las demás personas del grupo de oración parroquial. Así todas las gracias del Espíritu Santo sc tornan fructuosas para la parroquia y para la comunidad. La habilidad del grupo de la renovación en volverse provechoso para la vida parroquial aparece cuando se evitan las exageraciones que brotan del deseo humano. La oposición a la renovación no es contra su mensaje sino contra los excesos humanos. A veces es bueno pensar en quienes se ofenden aunque no tengan razón objetiva para ello. Se aplica entonces la palabra de San Pablo: "Todo me es lícito, pero no todo me conviene. Todo me es lícito pero no todo me edifica" (1 Cor 10, 23).
El primer criterio es la construcción del reino de Cristo, que ninguno busque su propio bien sino el de los demás. Originalmente, en esto hay un proceso de pensamiento, a largo plazo. Debemos pensar en períodos de 10, 20 ó 30 años.
El segundo aspecto es la habilidad de los sacerdotes, muchas veces, ellos buscan el contacto con la renovación porque ven en ella un cambio para salir de la crisis actual. Frecuentan grupos y seminarios, esperando encontrar ideas nuevas para su labor pastoral. Pero ello entraña el peligro de considerar la renovación un nuevo método de trabajo parroquial. Algunos comienzan introduciendo elementos de la Renovación en el servicio parroquial y en los grupos existentes. Pero el Espíritu lleva a muchos cristianos a comprender que la renovación no se basa en métodos, sino en la conversión personal del individuo y también del sacerdote. En caso contrario, la Renovación parecería sólo una empresa humana. Tras el fracaso del esfuerzo inicial, muchos descubren que se requiere una entrega más profunda al Señor, que termina en un proceso espiritual personal. Si éste se da subsiste la tentación de hablar de esta experiencia para convencer a los demás de que la aceptan cuanto antes, y el resultado es provocar una oposición, que no necesariamente es contra el Espíritu Santo, en párrocos que se sienten presionados o rechazados.
La habilidad de la renovación en el trabajo parroquial guiada por un pensamiento que planee a largo plazo, debe probarse según las leyes espirituales. El fruto de la paciencia no es el resultado del esfuerzo humano sino que es un don de Dios.
Los dos aspectos anteriores muestran que la habilidad parroquial se torna en criterio, de la genuina experiencia del Espíritu. Opongámonos a cualquier limitación que conduzca a excluir a otros, y pidamos a Dios comprensión de su plan para la Renovación Carismática y sensibilidad a El.
Publicado en "Fuego", Junio 1982)
El retorno de los brujos
por Tomás Gálvez Campos
A veces hemos oído decir que los carismáticos practican la adivinación, el curanderismo e incluso el espiritismo, llevados sin duda por una interpretación errónea de lo que son para nosotros el don de sanación, el de profecía y la invocación del Espíritu Santo. Otras veces, individuos aficionados a tales prácticas ocultas acuden a nuestros grupos guiados por el mismo error de apreciación, con lo que nos plantean ciertas dudas y problemas que no sabemos cómo resolver. Por todo esto y porque el ocultismo es un tema que está en la calle y nos ha cogido a todos desprevenidos, hemos creído conveniente poner un poco de luz donde suele ser tan escasa. No temamos acercamos a la verdad, porque, como dice Jesús: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32).
El sueño de la razón produce monstruos
Paseo por una céntrica avenida. En la acera, un hombre sentado delante de una mesita plegable echa las cartas del Tarot a una señora. No es el único en esta calle. Sigo adelante: en un portal veo una placa con el horario de una adivina. En el interior se distinguen algunas personas que esperan su turno. Me acerco a un quiosco y observo que venden unos folletos dedicados a cada uno de los signos del zodíaco, y también postales, llaveros y otros objetos con los mismos signos. Me he comprado una revista y empiezo a hojearla: dos páginas enteras están dedicadas al horóscopo de la semana. En otra página se anuncia una cruz maravillosa prometiendo grandes beneficios a quien la lleve puesta. Me he detenido ante un cine, atraído por la cartelera; en ella se muestran a unos horribles seres de ultratumba con sus cuerpos hechos gironés y a una mujer con el rostro desencajado por el miedo. En el videoclub de al lado se anuncian películas como "El Exorcista", "La noche de los muertos vivientes", "Poltergeit" y "El Resplandor"... Más adelante hay una juguetería donde venden extraños y monstruosos muñecos, mezcla de extraterrestres y demonios. Me acerco a una tienda de discos: en un lugar bien visible han expuesto varios elepés de música heavy con título claramente religioso, pero sus portadas están llenas de demonios. Más allá hay una librería. Se ve de todo, pero no son raros los libros de parapsicología, astrología, magia y fenómenos paranormales. Tampoco faltan los que mezclan lo religioso con lo extraterrestre, o le dan un marcado acento misterioso. En la esquina hay un grupo de jóvenes. Al pasar por su lado les he oído contar algo de una sesión de espiritismo...
Nada más llegar a casa me he puesto a pensar: ¿Es éste el año dos mil que predecían los futuristas? Aún recuerdo el interés de mis compañeros de seminario por la teología de la secularización y de la muerte de Dios. Al calor de los prodigiosos avances de la técnica y la ciencia -de la razón, en definitiva-, se nos anunciaba el nacimiento de la ciudad secular, donde todas las supersticiones habrían desaparecido y ya no serían necesarias ni tan siquiera las formas religiosas para expresar y vivir la fe; una fe ?que debería consistir fundamentalmente en entregarse en cuerpo y alma a la construcción de un mundo mejor y más justo. Fueron aquellos años que, en nombre de la razón, del progreso y de la mayoría de edad del hombre moderno, nos entregábamos alegremente a demostrar tantas y tantas formas de religiosidad, por considerarlas una pesada herencia del oscuro pasado medieval.
Pero, hete aquí que después de unos años nuestra avanzada sociedad, privada ya de tales "supersticiones" de la religión, se ha buscado un sucedáneo en otras formas que parecían ya desterradas para siempre de nuestro mundo occidental. Se cumple una vez más aquella frase de Gaya, testigo de la crisis del racionalismo ilustrado de su tiempo, que él supo plasmar genialmente en muchos de sus cuadros y aguafuertes: "El sueño de la razón produce monstruos". Algo muy grave debe estar ocurriendo en nuestra sociedad cuando asistimos, en el umbral del siglo XXI, al despertar de miedos ancestrales.
Entre el miedo y la ignorancia
Hemos avanzado mucho en el terreno material, es cierto, pero a costa de dar de lado a la componente espiritual que todos llevamos dentro. Somos capaces de descifrar las leyes que rigen el universo, pero desconocemos las que gobiernan el espíritu humano.
Ante problemas tan elementales como el sufrimiento humano, el mal y el bien o la misma muerte, preferimos cerrar los ojos porque nos produce una sensación de vértigo e impotencia, saber que hay unas fuerzas superiores que sobrepasan nuestra capacidad. Sin embargo, a pesar del pánico y la angustia que sentimos, hay algo que nos atrae, que nos empuja acercarnos a ellas con intención de dominarlas o, al menos, de aplicarlas, poniéndolas a nuestro favor, de manera que consigamos protección, ayuda, seguridad, bienestar, gracia o indulgencia. Cuando el mal o el bien se entrecruzan en nuestro camino y no somos capaces de dominarlos, si nos falla la fe, es fácil atribuir nuestras desgracias y fortunas a unos seres superiores, buenos y malos, a quienes hay que rendir culto para que nos sean propicios y aplaquen su furor contra nosotros. Este es el origen de todas las idolatrías que han existido, existen y existirán en el mundo. El temor y el respeto que nos producen dichas fuerzas está en el origen y es la causa primera de tantas supersticiones idolátricas.
Si muchas de tales superticiones vuelven a cobrar fuerza en nuestro tiempo es porque se dan algunos factores y circunstancias que contribuyen a reavivar el temor más o menos solapado que todos llevamos dentro. El Concilio Vaticano II ponía el dedo en la llaga de nuestro tiempo cuando decía: "Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con otros desequilibrios fundamentales que hunden sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Es más, como enfermo y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y que deje de hacer lo que quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves dicordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo... Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Que es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de la vida temporal?" (GS, 10).
El Concilio, como es natural, propone a Jesucristo resucitado como respuesta a todos los interrogantes, pero ¿cuántos creen hoy en él de una manera coherente? La fe de muchos se ha ido enfriando progresivamente. Sería muy largo de explicar las causas, pero podemos indicar, entre otras, el desenfrenado materialismo que nos rodea y el abandono de toda práctica religiosa. Sin una vida interior, sin una experiencia religiosa, la imagen de Dios se va desdibujando y. aunque sigamos creyendo en él teóricamente, en la práctica es un perfecto desconocido a quien podremos temer, a lo sumo, pero no amar, pues no se ama aquello que no se conoce.
La ignorancia es otro elemento importante a tener a cuenta. En nuestra sociedad el nivel cultural ha aumentado y se ha extendido a mayores capas de la población, pero la formación está orientada sobre todo al conocimiento científico y práctico, al tiempo que se descuida el pensamiento humano, la ética o la religión. Esta laguna es la que ha llevado a muchos a buscarse un sucedáneo de Dios en las sectas y prácticas supersticiosas.
El creciente desarrollo de las comunicaciones entre pueblos de diferentes culturas, nos ha puesto en contacto con otras creencias y prácticas supersticiones -orientales y africanas, sobre todo-, que han comenzado a extenderse entre nosotros: reencarnación, vudú, sincretismo, etc.
El culto que Dios reprueba
Llamamos superstición tanto a las creencias religiosas que favorecen las prácticas ocultas como a las diferentes formas de culto que falsean la verdadera religión. Es una actitud irracional del corazón y la mente humana, provocada, como hemos dicho, por el miedo a lo misterioso y la ignorancia. Va en contra de la religión en cuanto no ofrece a la divinidad el culto que le corresponde sino, que lo hace por medios ilícitos o se dirige a falsas divinidades -ídolos o espíritus- y, sobre todo, al demonio.
En la Biblia hay gran cantidad de textos en los que queda claro que Dios reprueba las prácticas supersticiosas e idolátricas. La ley del Antiguo Testamento era particularmente severa al respecto: Moisés ordena en el libro del Éxodo: "No dejarás con vida a la hechicera" (Ex 22, 17). En el Deuteronomio se previene al pueblo de contaminarse con dichos errores: "Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor tu Dios, no imites la abominación de estos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que practica eso es abominable para el Señor... Sé íntegro en el trato con el Señor tu Dios" (Dt 18. 10-12).
A pesar de una prohibición tan rotunda, el pueblo cayó en semejantes prácticas, a las cuales achacaban los profetas la causa de tantos males que sobrevinieron sobre Israel, por lo que tenían de rebeldía contra el único y verdadero Dios: "El vidente de Efraín profetiza sin contar con Dios, es trampa de furtivo en sus caminos, subversión en la casa de Dios" (Os 9, 8). Para Ezequiel está claro que "tanto el profeta como quien lo consulta serán reos de la misma culpa" (Ez 14.10).
Es impresionante el relato que nos cuenta cómo Saúl luego de intentar en vano conocer la voluntad de Dios por medios legítimos, decidió acudir a una nigromante -de las que él mismo había ordenado expulsar del reino- para que le invocase el espíritu del difunto profeta Samuel (Sm 28). La ira del Señor se cierne sobre su pueblo, pero también sobre otros pueblos, en especial Babilonia, de donde provenían muchas de las prácticas supersticiosas adoptadas por el pueblo de Dios, descritas en Is 47, 9-14.
Lo que para el pueblo judío fue considerado siempre un abominable pecado que Dios reprueba, era práctica normal en los pueblos de la antigüedad, incluidas las civilizaciones griega y romana. Por eso, San Pablo y los demás apóstoles tuvieron que vérselas en más de una ocasión con magos y adivinos. En Samaría vivía un mago famoso llamado Simón, que se bautizó, impresionado por los grandes prodigios que realizaba el diácono Felipe. Cuando llegaron Pedro y Juan a la ciudad, "al ver Simón que imponiendo las manos los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero". La reacción de Pedro fue fulminante: "¡Púdrete tú con tus cuartos por haberte imaginado que el don de Dios se compra con dinero!" (Hch 8, 9-24).
Cuando Pablo llegó a Pafos (Chipre), encontró a un falso profeta judío, que vivía con el procónsul Sergio Pablo. Como aquél intentase persuadir al procónsul de que no escuchara a Pablo, éste le dijo: "Tú, plagado de trampas y fraudes, secuaz del diablo, enemigo de todo lo bueno: ¿cuándo dejarás de torcer los caminos derechos de Dios? Pues ahora mismo va a descargar sobre ti la mano del Señor, te quedarás ciego y no verás la luz del sol hasta su momento" (Hch 13, 6-12).
En Filipos, una criada adivina proporcionaba grandes beneficios a sus amos. Al llegar Pablo y los suyos a dicha ciudad, ella los seguía a todas partes gritando:
"Estos hombres son siervos de Dios soberano y os anuncian el camino de la salvación". Hasta que Pablo se volvió un día a ella y le dijo al espíritu que la poseía:
"En el nombre de Jesucristo, te mando que salgas de ella", y al instante salió, lo que provocó la ira de sus amos, los cuales, viendo perdido su negocio, levantaron tal alboroto que Pablo y sus compañeros acabaron en prisión (Hch 16, 16-24 ).
En Efeso había siete hermanos, hijos de un sumo sacerdote judío, exorcistas ambulantes, los cuales intentaron arrojar un demonio "en el nombre de ese Jesús que Pablo predica", pero el poseído se abalanzó sobre ellos, haciéndoles huir desnudos y malheridos (Hch 19,11-16). Judíos y griegos de Corinto se espantaron del hecho y muchos creyeron y se bautizaron: "Muchos de los que ya creían, iban a confesar públicamente sus malas prácticas y buen número de los que habían practicado la magia hicieron un montón con los libros y los quemaron a la vista de todos" (Hch 19,17-19).
Formas de superstición
Fundamentalmente sólo existen dos formas de superstición: la primera, menos grave, no vuelve la espalda a Dios, pero corrompe el verdadero espíritu religioso con prácticas inútiles y vanas que no conducen a nada, con ritos que Dios reprueba o con formas de culto que la Iglesia desaprueba. La segunda forma es más grave, porque el culto ya no se dirige a Dios, sino a seres creados, como son los espíritus, personajes divinizados, fuerzas de la naturaleza, etc., con vistas a conseguir objetivos que escapan de las posibilidades humanas (magia negra), para hacer daño a otros (maleficio), para conocer las cosas futuras u ocultas (adivinación) o contactar con los difuntos ( espiritismo).
Lo que en teoría puede resultar bastante claro, en la práctica es difícil de discernir, pues normalmente se entremezclan unas formas con otras, a lo que hay que añadir la extraordinaria habilidad que tienen para engañar y convencer a los ingenuos quienes realizan tales prácticas. A ello se añade otra dificultad: el empleo de los poderes de la mente (hipnosis, telepatía, telecinesia), que sin tener nada de sobrenatural no deja de aparentar algo mágico y misterioso. El ocultismo con que se hacen estas cosas pone aún más difícil cualquier intento de desentrañar lo que hay en el fondo de cada práctica supersticiosa.
Magia Blanca
En muchos casos no se puede hablar de auténtica superstición, pues hay prácticas que se basan en capacidades psicológicas y habilidades naturales que poseen algunas personas, y no se pretende en ningún momento manipular o desviar el curso de los acontecimientos o de las fuerzas de la naturaleza. Es el caso de los prestigiditadores, magos de circo, zahoríes, parapsicólogos y algunos psiquiatras que aplican dichas facultades a la medicina. Todo lo más, nos encontramos ante prácticas temerarias.
En el apartado de la magia blanca podemos incluir lo que se conoce más comúnmente por superstición: la creencia de que algunos objetos o algunas acciones traen buena o mala suerte o nos protegen de algún mal: herraduras, rabos de conejo, gatos negros, pasar por debajo una escalera, hacer girar el paraguas o una silla, derramar sal o vino, etc. Son cosas que parecen ridículas, pero muchas personas sencillas, necesitan rodearse de amuletos y fetiches que les protejan. Todo esto está muy lejos de lo que se, repite en la Biblia hasta la saciedad: No temáis, el Señor es refugio, protector, escudo y armadura, roca y baluarte, poderoso defensor en el peligro... ¿Qué más podemos necesitar? Haríamos una buena labor ayudando a estas personas a salir de sus miedos y de su ignorancia, haciéndoles ver, desde la fe, lo absurdo de tales creencias. Jesucristo ha venido a liberarnos también de eso.
Curanderismo
El curanderismo puede ser incluido también en el apartado de la magia blanca, siempre que no recurra a fuerzas ocultas y se limite al empleo de hierbas o de ciertos ritos supersticiosos como echar sal en determinados lugares, encender velas de un determinado modo o recitar determinadas oraciones, así como imponer las manos sobre la parte enferma, etc. Con todo, no es ni conveniente ni necesario acudir a los curanderos, pues los ritos que ellos realizan o prescriben no tienen ningún poder para curar y carecen de toda base objetiva y racional. Lo más que se consigue es que el enfermo mejore por la acción de las hierbas medicinales o por autosugestión. También aquí la ignorancia y la capacidad de persuasión de los curanderos hace que mucha gente acuda a ellos con una fe que más bien harían en ponerla en los médicos y en el poder sanador del Señor.
En la Renovación Carismática, donde es frecuente orar por la salud de los enfermos, se debe evitar por todos los medios cualquier expresión, gesto, palabras, oraciones, fórmula u objeto que pueda tener resonancias mágicas. No hay que olvidar nunca que lo que sana es la fe del enfermo y de quienes oran por él, no el rito o las palabras con que lo hacemos. Si el Señor actúa, lo hará movido por la fe, por nuestra actitud interior, y no por unos simples ritos externos. Ahí está la diferencia entre la verdadera y la falsa actitud cristiana.
Magia negra
Es una de las formas más graves de superstición. Consiste en invocar expresamente al diablo para conseguir de él aquello que no es posible por otros medios. En los últimos años han surgido entre nosotros sectas satánicas que adoran al diablo y celebran misas negras en su honor. Algunos grupos ingleses de música rock fomentan entre los jóvenes la curiosidad y el interés por el diablo. A veces aparecen en la calle algunas pintadas con palabras misteriosas, cuyas letras, leídas ordenadamente, componen el nombre de Lucifer. Una cruz invertida es la firma de quienes las escriben.
Cuando la magia negra se emplea con la finalidad de hacer daño a algunas personas, recibe el nombre de maleficio. Hay videntes o curanderos que los practican por encargo o por propia iniciativa, cuando quieren vengarse de alguien que no les cae bien. La inmigración de africanos a nuestro país en estos últimos años ha favorecido la introducción del "vudú", que se practica en aquel continente y entre los negros de algunos países sudamericanos. Para el maleficio se suelen servir de fotografías u otras representaciones de la persona a quien se quiere dañar, a las que se le aplican alfileres y otros objetos punzantes o cortantes representativos del mal que se le desea.
Hay videntes y curanderos que se dedican a contrarrestar los efectos de un maleficio utilizando la magia blanca, pero nosotros sabemos que no existe mejor arma para combatir al diablo que Jesucristo, porque "el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3, 8). Aunque todos podemos orar al Señor para que libere a un hermano de cualquier maleficio y de las molestias del maligno, la oración tendrá más eficacia si la dirige un sacerdote, por los poderes inherentes a su ministerio.
No hablemos aquí de posesiones diabólicas y exorcismos, pues es un tema más delicado que requiere un tratamiento aparte.
Adivinación
Entendemos por adivinación cualquier intento de conocer cosas ocultas del pasado, del presente o del futuro por medios ocultos o improporcionados, prohibidos por Dios, o invocando expresa o implícitamente al demonio, o atribuyendo a determinados signos o suertes un valor adivinatorio que no tienen. Es querer entrar en los misterios de Dios no por la puerta, sino furtivamente corno un ladrón. Es, pues, una grave injuria contra el Señor. Mucho más grave cuando se recurre a la magia negra. En la práctica no suele constituir falta grave pues se suele obrar más bien por ligereza, curiosidad e ignorancia que por mala fe.
¿Qué criterio debemos seguir para valorar un caso concreto de adivinación? Mientras no esté totalmente exc1uída una causa natural, debemos atribuirla a una causa natural oculta desconocida. En muchos de los casos se trata simplemente de fenómenos telepáticos. Es lo que suele ocurrir cuando el adivino o adivina conoce nuestro problema sin que se lo contemos. Cuando se haya excluido cualquier explicación natural del fenómeno, es preferible atribuirlo a la intervención del maligno, aunque nos digan que la adivinación procede de algún difunto o de una intervención o de la Virgen o de algún santo.
En el caso de adivinaciones por suertes, corno son las cartas del Tarot o incluso la astrología, debemos desecharlas como lo que son: pura superchería. La experiencia demuestra que los adivinos suelen embrollar a la gente más de lo que podamos imaginar, abusando de la buena fe de quienes confían en ellos.
El asunto de las adivinaciones nos plantea el problema de su relación con el espíritu profético que se da en la Iglesia y, muy en particular, en la Renovación Carismática. La diferencia es bien patente: el don de profecía es una gracia, un don gratuito que el Señor concede cuando y como quiere y a quien quiere, sin intervención alguna por nuestra parte, excepto nuestra actitud de apertura generosa a los carismas que él libremente quiere darnos. Por otra parte, las revelaciones que el Señor nos hace no son para satisfacer nuestra curiosidad, sino para animar, corregir, enseñar o manifestar su voluntad a la persona o personas que él desea. En el don de profecía la iniciativa es siempre del Señor. En el caso de los videntes, en cambio, las adivinaciones se consiguen por iniciativa humana, sin contar en absoluto con la voluntad de Dios y empleando medios que él rechaza. Es importante que tengamos siempre presentes estos criterios para no equivocamos, pues no es raro que a nuestros grupos acudan personas que practican las artes adivinatorias o que tienen ciertas facultades paranormales que les permiten penetrar en algunos misterios. A estas personas se les ha de imponer que se abstengan absolutamente de tales prácticas mientras formen parte de la Renovación.
Espiritismo
El espiritismo es el arte de invocar a los espíritus para comunicarse con ellos. Suele haber un espiritista, el cual, personalmente o a través de un médium puesto en trance, convoca a los espíritus por procedimientos ocultos. Muchos fenómenos que se dan en las sesiones espiritistas (movimiento de la mesa, de un vaso, de una llama, levitaciones, etc.) se deben a la habilidad de personas particularmente sensibles y con facilidad para la puesta en escena. Aunque a los no iniciados les pueda resultar creíble la manifestación de los espíritus, dichos fenómenos no tienen nada de sobrenaturales.
La participación en sesiones de espiritismo está prohibida a todo creyente, aunque sólo sea como espectador. Falta gravemente quien acude al espiritismo con ánimo de comunicarse con algún espíritu, en cuanto va contra la voluntad divina y pretenda subvertir sus planes. Además, se expone a un serio peligro, tanto para su fe como para la sana religiosidad.
La magia se mezcla también a veces con la práctica del espiritismo, lo que lo hace aún más peligroso. El diablo no tiene inconveniente en hacerse pasar por el espíritu de cualquier difunto si con ello consigue sembrar confusión e inquietud.
Alguien ha comentado que lo que hacemos en la Renovación Carismática es también espiritismo, pues invocamos al Espíritu Santo. En este sentido hemos de cuidar mucho nuestro vocabulario. En la Renovación, como se hace en toda la Iglesia, nos abrimos a la acción del Espíritu con todas nuestras fuerzas, quitando obstáculos para que pueda obrar en nosotros a su gusto y dejando que sea él quien lleve en todo momento la iniciativa, sin intención de manipularlo o de hacerle actuar a nuestro antojo. Esa es la gran diferencia con el espiritismo, el cual, por otro lado, nunca invoca al Espíritu Santo, sino a espíritus creados, de los que se pretende algo que nunca podrán hacer sin el consentimiento de Dios, porque la vida de los difuntos está en sus manos (Sb 3, 1).
Tanto en las adivinaciones como en el espiritismo es frecuente que aparezca el tema de las reencarnaciones, doctrina procedente del hinduismo que es abiertamente contraria a nuestra fe cristiana. Bastaría leer la entrevista de Jesús con Nicodemo (Jn 3) para darnos cuenta de que el hombre nace una sola vez en este mundo. Nicodemo interpretó el nuevo nacimiento anunciado por Jesús en el sentido de la reencarnación material, pero éste le corrigió inmediatamente, pues el nuevo nacimiento debe ser obra del Espíritu Santo por el bautismo. Porque, como dice San Pablo: "Esto corruptible tiene que vestirse de incorruptibilidad y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad" (1 Co 15, 53).
Por Heribert Muhlen
Introducción
Desde el comienzo de la Renovación Carismática, sus líderes se convencieron que la dinámica de la Renovación no tiende a formar la nueva Iglesia Carismática sino una Iglesia Católica carismáticamente renovada.
Todos sufrimos por el hecho de que la única Iglesia, fundada por Cristo, esté dividida en muchas Iglesias y reconocemos que la Renovación Carismática es un instrumento ecuménico serio que podría unificar las diferentes tradiciones espirituales. No hablo de Iglesias, sino de tradiciones espirituales, según el querer de Cristo. Empero, esta unidad no sería posible si en esas tradiciones no penetra una dinámica de Renovación espiritual que, ampliándoles la visión lleve a las Iglesias a integrarse y comprenderse más. El tiempo y el modo de esta integración no pueden establecerse racionalmente sino que han de ser fruto de la acción del Espíritu Santo, en todo el mundo y en todas las Iglesias.
Quiero hablar de esta sensibilidad ante la acción del Espíritu en dos fases:
l. La experiencia de la aridez espiritual que sigue a la experiencia inicial y nos sensibiliza ante la acción del Espíritu Santo, y
2. La sensibilidad hacia toda la Iglesia y hacia las estructuras que ella ha ido desarrollando gradualmente y que, en líneas generales también provienen del Espíritu Santo.
1. La aridez espiritual
La experiencia inicial de fe, dada en la fase inicial de Pentecostés, pertenece a la naturaleza histórica de la Iglesia. También en la vida personal del cristiano auténtico se da una experiencia inicial, es un acontecimiento en el cual el hombre perceptiblemente afectado e influenciado en su corazón por el Espíritu de Dios encuentra a Cristo de modo personal. Como dice el documento de Malinas (1.74): "La experiencia espiritual que se vive hoy en el mundo entero es el resultado de la acción de Dios captada y vivida por el hombre a nivel personal". El corazón es tocado por el Espíritu Santo de modo sensible, todo el hombre es alcanzado por Dios: su mente, su voluntad, sus sentimientos.
Es importante subrayar que el Espíritu Santo no se reduce a dar una manifestación emocional, sino que fortalece la verdad y da una nueva visión interior a la mente. Al afirmar que el Espíritu puede ser percibido por el hombre, queremos decir que éste, con su mente, su voluntad y sus sentimientos, percibe la presencia de Dios. Esta experiencia, por lo tanto, no es completamente irracional, sino que incluye elementos racionales, contiene en sí misma una interpretación y una explicación. Al experimentar esa vivencia espiritual, aunque al principio no tengamos plena conciencia de ella, podemos interpretarla, y explicarla.
Esta experiencia, que algunos llaman "Bautismo en el Espíritu Santo", "Liberación del Espíritu Santo" o "Efusión del Espíritu Santo" puede suceder en un momento cumbre o vivirse a lo largo de un período de crecimiento espiritual. En ambos casos, Dios mueve los corazones a fin de que capten los elementos racionales latentes en esa experiencia. Al respecto podemos apreciar mucho de San Juan de la Cruz, maestro espiritual del siglo XVI, quien enseña que pertenece al orden creado que el conocimiento del hombre se realice a través de la percepción de los sentidos.
La percepción sensorial nos permite captar mejor la experiencia. Dios mueve el alma en lo profundo y el resultado de su acción llega hasta la captación por los sentidos. San Juan de la Cruz llama la atención acerca de que esas experiencias sensibles y las emociones son dadas por Dios, y son buenas para los principiantes. Esto debe tenerlo en cuenta el líder carismático, pues lo importante no es la mayor o menor intensidad de la experiencia sensible, sino el encuentro personal de Cristo. Pero este encuentro implica que seamos afectados por Dios en nuestros aspectos sensibles y en nuestras emociones. Esto nos puede hacer más sensibles ante la acción del Espíritu Santo, en nosotros y en los demás y el plan de Dios para cada persona.
Los líderes de la Renovación Carismática y los grupos de oración se inclinan al principio a procurar que los demás vivan pronto la experiencia del Espíritu, quizá ejerciendo alguna presión sobre la gente, el resultado es el conocido efecto de "la puerta giratoria", estudiada por Kevin Ranaghan en la revista "New Covenant", que indica cómo en el primer entusiasmo muchos acuden a la Renovación, pero al cabo de uno o dos años, se alejan de ella, porque no viven en profundidad. Todos lo hemos observado. Sin embargo las afirmaciones de San Juan de la Cruz nos pueden ayudar.
La noche del espíritu
Dios, a veces, lleva a los hombres a superar la experiencia del Espíritu, para que vayan más lejos hasta "el no conocer, el no querer y el no sentir". Este es un paso que puede llevar hasta las profundidades del mismo misterio de Dios. Según la primera carta a los Corintios las profundidades de Dios son oscuras para el hombre (1Cor 2, 10). Es la noche de los sentidos y la noche del Espíritu, donde se permanece "sin querer ver o sentir alguna cosa". Según el Nuevo Testamento la fe no es sólo una experiencia, es también "la certeza de las cosas que no vemos" (Hb 11, I).
Por tanto al período de la primera experiencia gozosa de la unión con Dios suele seguir una fase de aridez espiritual en la que Dios enseña que el hombre no debe asistir a sus experiencias ni satisfacerse con ellas, sino que debe confiar firmemente en la promesa de la permanente presencia de Dios. Solo entonces el hombre puede experimentar la presencia del Señor en la vida cotidiana. Es esencial que todo líder experimente y conozca por sí mismo esa ley básica de la vida espiritual.
La sensibilidad a la acción del Espíritu Santo nos capacita para reconocer cuándo llega el momento de superar la primera experiencia. San Juan de la Cruz afirma que no debemos abandonar algo que nos fortalece, pero da criterios que guían el actuar cuando debamos dejarlo. Esos criterios son dos:
1.1. Gozo y sufrimiento
A veces llega el tiempo en que la primera experiencia ya no produce gozo. O se vive una exultación espiritual que ya no hace progresar. Esta es una observación importante para todos los avivamientos. En la Renovación Carismática muchos se inclinan a mantener constantemente viva la experiencia inicial y a luchar por preservarla como si fuese un estilo de oración. San Juan de la Cruz nos dice que cuanto más ansiosamente el hombre quiere permanecer en la experiencia inicial y en la percepción inicial de la proximidad de Dios, tanto menos capacitado está para penetrar en el abismo y en la oscuridad de la fe. Una frase crucial de San Juan de la Cruz dice que no podemos aspirar a vivir activamente lo que recibimos pasivamente de Dios. Esto debemos repetirlo muchas veces. Quien de modo constante y consciente, se empeña en permanecer en la experiencia inicial, sucumbe con rapidez en la desilusión fatal, por buscar sus propios sentimientos y no la fe en Cristo crucificado y resucitado. Es como si la experiencia del Espíritu se tomase en una pecaminosa autoestima, que ciega al hombre, ante la dura realidad de la cruz. Esta no es un acontecimiento entusiasta. Solo la oscuridad de la fe sensibiliza al hombre ante las realidades de la Iglesia, del sufrimiento, del hombre y la injusticia del mundo.
Los primeros discípulos no se mantuvieron fervorosamente apegados a la experiencia de Pentecostés. Pedro no predica acerca de sus sentimientos, sino acerca de Cristo muerto y resucitado. El entusiasmo exagerado y consciente deseado, nos vuelve incapaces, con el correr del tiempo, de prestar atención al trabajo del Espíritu. Cuando más cosas aspire el hombre a realizar por su propio capricho, tantas menos podrá hacer el Espíritu Santo.
1.2. Paz y Adoración
San Juan de la Cruz dice que cuando llega el tiempo de superar la experiencia inicial en el camino de crecer en la fe, el hombre recibe la gracia de permanecer en el sosiego, en la paz y en la silenciosa adoración. Vivir en este ambiente es signo de que Dios nos está ayudando a superar la experiencia inicial.
San Juan de la Cruz acentúa, además, que al principio las acciones del Espíritu Santo son muy suaves y casi incomprensibles, y el hombre no las percibe o no las comprende. Es como la habitación silenciosa de Dios en el Corazón, que sólo poco a poco se va conociendo. Así se descubre nuestra condición de criaturas y se supera el peligro de refugiarnos en Jesús, como en el compañero que debe solucionarnos todos nuestros problemas. Jesús no soluciona por completo todos nuestros problemas, sino que nos capacita para que vivamos con otras personas que tampoco tienen todas las soluciones. En la profundidad de la fe percibimos a la vez la cercanía de Dios y su distancia...
Pidamos al Señor que nos dé, como líderes espirituales la sensibilidad profunda a la acción del Espíritu Santo y nos capacite para discernir cuándo llega el tiempo de ayudar a otros a superar la experiencia inicial. Esto lo hará Dios oportunamente, no lo haremos nosotros con nuestros esfuerzos.
Personalmente opino que llegó la hora, Dios la mandó, en que la Renovación Carismática, tras quince años de avivamiento, viva una pausa. Hace quince años fue la experiencia inicial. Ahora la Renovación Carismática va a transformarse, en profundidad, por su plena integración en la Iglesia Católica e igualmente, en las Iglesias Protestantes.
2. Sensibilidad hacia la Iglesia
Deseo, en esta segunda parte, ocuparme de la sensibilidad del líder, carismático hacia la Iglesia, como manifestación del actuar del Espíritu Santo.
En la experiencia inicial se requiere la subjetividad, porque el individuo es un hombre comprometido e influenciado por Dios que se reúne con otros que tuvieron la misma experiencia. Para que crezca en la vida espiritual necesita relacionarse con otros. La experiencia inicial es, ante todo, un encuentro personal con Jesús. La pregunta acerca de si un grupo pertenece a la Iglesia, viene mucho tiempo después. En los seminarios de vida en el Espíritu se dice acertadamente que la persona debe relacionarse con quienes haya tenido la misma experiencia espiritual, pero la frase debería completarse, añadiendo: "Y que, bajo la dirección del Espíritu Santo, estén dispuestos a superar la experiencia inicial".
Solamente cuando un individuo o un grupo salgan de la subjetividad necesaria en la primera experiencia, pueden crecer en su sensibilidad a la acción del Espíritu que se realiza en la Iglesia y en las estructuras eclesiales.
Sentir con la Iglesia
En latín se llama "sentire cum Ecclesia", al sentir, querer y pensar con la Iglesia. Sensibilizarse a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia es tan importante para el líder carismático como sensibilizarse a lo que el Espíritu hace en cada persona. Si no hay un desarrollo paralelo en estos dos niveles: Eclesial y Personal, la Renovación no le serviría a la Iglesia. Por el contrario estaríamos llevando a los grupos a separarse, al menos emocionalmente, de la Iglesia, y estaríamos preparando futuras divisiones en la cristiandad, corno lo demuestra la historia eclesiástica.
Hay una inquietud acerca del futuro de la Renovación Católica Mundial. Toda vida espiritual tiene necesariamente una estructura corno se demuestra claramente en el Nuevo Testamento. Aun si al principio las estructuras no estaban bien delineadas, se fueron desarrollando con el curso de los años. La pregunta es: ¿A qué clase de estructuras dará origen la Renovación Carismática? ¿Se tratará de una nueva Iglesia Carismática? ¿O deberíamos caminar desde la periferia hacia el corazón de la Iglesia? Este es un planteamiento que debe ser respondido por la Renovación Carismática Católica.
Pienso que ha llegado la hora de preguntar más explícitamente a Dios acerca de su plan para la Renovación y pedirle nos revele cómo va a integrarla, como vida espiritual renovada, en la realidad total de la Iglesia Católica y de las Iglesias Protestantes.
No me ocuparé en detalle del problema ecuménico. Trabajo en muchos campos ecuménicos y estoy convencido de que no hay ecumenismo sin Iglesias. La experiencia del Espíritu no separa al individuo de los grupos, que brotan en las Iglesias y que lo hacen miembro activo de una Iglesia o de una Comunidad. No se puede confesar a Jesús y luego cuestionar la Iglesia. La conversión a Jesús incluye la conversión a la Iglesia a que se pertenece. Además, como lo demuestra la historia, las nuevas Iglesias nacen sin que lo hayan deseado explícitamente sus fundadores. Voy a cumplir estas ideas en tres puntos:
2.1. La experiencia del Espíritu y la Iglesia
Corno cualquier experiencia humana, la experiencia del Espíritu tiene siempre dos polos: la Realidad y la Dinámica del Espíritu Santo, de una parte, y de otra, el elemento humano que vive esa realidad.
Esto significa que la persona o los grupos viven esta experiencia según todo lo que ellos son. Por lo tanto, a pesar de la presencia de Cristo y del encuentro personal con El, las experiencias espirituales serán influenciadas por las vivencias que hayamos vivido anteriormente: esperanza, carácter, maneras de pensar y de sentir, estilo de vida y también por la tradición de la Iglesia de donde venimos. La experiencia del Espíritu se vive, por lo tanto, como una experiencia que se interpreta. Al interpretar la experiencia no se logra separarla del propio modo de actuar del que la vive. Por eso en las diferentes Iglesias se acentúa diferentemente, tanto en el plano individual como en el colectivo. Esa acentuación diferente es necesaria.
El Espíritu Santo va a integrar, con su dinámica renovadora y unificadora, las diferentes tradiciones espirituales de la Iglesia. Este no es un trabajo de interpretación teológica, sino que es el mismo Espíritu que penetra en la vida de las Iglesias para reorientar con las experiencias espirituales históricamente condicionadas, y mostrar los errores de su desarrollo. En la medida en que superemos nuestra experiencia espiritual subjetiva, reconoceremos la experiencia del Espíritu que nos ha sido dada, por medio de la Iglesia, comunidad de fieles.
Es importante que lo afirmemos: como católicos, estamos convencidos de que la Iglesia, a pesar de todos sus pecados y limitaciones es obra del Espíritu Santo quien acentúa a través de sus estructuras fundamentales, como por ejemplo el colegio de los Obispos, y también cada Iglesia en particular.
Esto significa que un grupo de oración no puede reducirse a ser una reunión de cristianos que tratan de regresar a los tiempos del Nuevo Testamento, resucitando un modelo de Iglesia naciente como la que el Nuevo Testamento ?describe, y rechazando cualquier tradición o, en otras palabras, prescindiendo de toda interpretación eclesial y de toda estructura. Si ello fuese así, la experiencia del pentecostalismo llevaría a la unidad.
2.2. Renovación y parroquia
Podemos afirmar que forma parte del plan divino el que se hayan formado al principio, y que se sigan formado, comunidades y que se formen dentro de las estructuras existentes, y por lo tanto también dentro de las actuales parroquias.
Creo que este es el próximo paso, ya hay ejemplo en varios países. La Renovación Carismática tiende a ser, cada vez más, una Renovación parroquial. No sabemos si la estructura parroquial que históricamente se ha desarrollado, como hoy se da, seguirá siendo la estructura que quiere el Espíritu Santo, pero la sensibilidad de los líderes Carismáticos hacia la Iglesia lleva hoy día, a que también en las parroquias existentes se integre la experiencia del Espíritu. En el Nuevo Testamento, el término "Ecclesia" alude a toda la Iglesia: la Iglesia local, la diocesana, la familiar. Todo ello es la Iglesia. Toda esa realidad concreta debe integrarse con sensibilidad y habilidad profunda: la habilidad de la Renovación para integrarse en la Iglesia, y para animar todos los aspectos de ésta.
En un documento preparado por los Obispos Alemanes, se dice:
"La Renovación en el Espíritu Santo, de acuerdo con la ley de desarrollo, comenzó por pequeños grupos. Las formas exteriores que permitieron manifestarse a esta experiencia espiritual capacitaron a los participantes para actuar en los grupos. Ciertas formas o expresiones, estilos de oración y gestos son fenómenos marginales y no pueden ser considerados como algo típico de la Renovación. La palabra "carismático" no está en oposición con "sobrio" ni denota una emoción, sino un ministerio en la Iglesia y en la sociedad, bajo la guía del Espíritu Santo". Esto nos lleva a comprender cómo las formas externas que asume la Renovación pueden insertarse en la vida parroquial y no deben provocar antagonismos ajenos a la experiencia del Espíritu.
Los responsables de los grupos de oración deben prestar cuidadosa atención a cualquier peligro posible: exceso de interés por la experiencia, ansiedad misionera, autosuficiencia, peculariedades excesivas en la oración y los cantos, dificultades de inserción en la parroquia que dificulta el crecimiento comunitario. No ejerzan presión espiritual en nadie con vocabulario y expresiones que él no comprenda.
2.3. Dos criterios de crecimiento
Me gustaría describir la sensibilidad espiritual de modo más concreto, en dos partes: Para la mayoría, el camino de la Renovación empieza por una llamada personal de Dios. Quienes la reciben se unen al comenzar, a las demás personas del grupo de oración parroquial. Así todas las gracias del Espíritu Santo sc tornan fructuosas para la parroquia y para la comunidad. La habilidad del grupo de la renovación en volverse provechoso para la vida parroquial aparece cuando se evitan las exageraciones que brotan del deseo humano. La oposición a la renovación no es contra su mensaje sino contra los excesos humanos. A veces es bueno pensar en quienes se ofenden aunque no tengan razón objetiva para ello. Se aplica entonces la palabra de San Pablo: "Todo me es lícito, pero no todo me conviene. Todo me es lícito pero no todo me edifica" (1 Cor 10, 23).
El primer criterio es la construcción del reino de Cristo, que ninguno busque su propio bien sino el de los demás. Originalmente, en esto hay un proceso de pensamiento, a largo plazo. Debemos pensar en períodos de 10, 20 ó 30 años.
El segundo aspecto es la habilidad de los sacerdotes, muchas veces, ellos buscan el contacto con la renovación porque ven en ella un cambio para salir de la crisis actual. Frecuentan grupos y seminarios, esperando encontrar ideas nuevas para su labor pastoral. Pero ello entraña el peligro de considerar la renovación un nuevo método de trabajo parroquial. Algunos comienzan introduciendo elementos de la Renovación en el servicio parroquial y en los grupos existentes. Pero el Espíritu lleva a muchos cristianos a comprender que la renovación no se basa en métodos, sino en la conversión personal del individuo y también del sacerdote. En caso contrario, la Renovación parecería sólo una empresa humana. Tras el fracaso del esfuerzo inicial, muchos descubren que se requiere una entrega más profunda al Señor, que termina en un proceso espiritual personal. Si éste se da subsiste la tentación de hablar de esta experiencia para convencer a los demás de que la aceptan cuanto antes, y el resultado es provocar una oposición, que no necesariamente es contra el Espíritu Santo, en párrocos que se sienten presionados o rechazados.
La habilidad de la renovación en el trabajo parroquial guiada por un pensamiento que planee a largo plazo, debe probarse según las leyes espirituales. El fruto de la paciencia no es el resultado del esfuerzo humano sino que es un don de Dios.
Los dos aspectos anteriores muestran que la habilidad parroquial se torna en criterio, de la genuina experiencia del Espíritu. Opongámonos a cualquier limitación que conduzca a excluir a otros, y pidamos a Dios comprensión de su plan para la Renovación Carismática y sensibilidad a El.
Publicado en "Fuego", Junio 1982)
El retorno de los brujos
por Tomás Gálvez Campos
A veces hemos oído decir que los carismáticos practican la adivinación, el curanderismo e incluso el espiritismo, llevados sin duda por una interpretación errónea de lo que son para nosotros el don de sanación, el de profecía y la invocación del Espíritu Santo. Otras veces, individuos aficionados a tales prácticas ocultas acuden a nuestros grupos guiados por el mismo error de apreciación, con lo que nos plantean ciertas dudas y problemas que no sabemos cómo resolver. Por todo esto y porque el ocultismo es un tema que está en la calle y nos ha cogido a todos desprevenidos, hemos creído conveniente poner un poco de luz donde suele ser tan escasa. No temamos acercamos a la verdad, porque, como dice Jesús: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32).
El sueño de la razón produce monstruos
Paseo por una céntrica avenida. En la acera, un hombre sentado delante de una mesita plegable echa las cartas del Tarot a una señora. No es el único en esta calle. Sigo adelante: en un portal veo una placa con el horario de una adivina. En el interior se distinguen algunas personas que esperan su turno. Me acerco a un quiosco y observo que venden unos folletos dedicados a cada uno de los signos del zodíaco, y también postales, llaveros y otros objetos con los mismos signos. Me he comprado una revista y empiezo a hojearla: dos páginas enteras están dedicadas al horóscopo de la semana. En otra página se anuncia una cruz maravillosa prometiendo grandes beneficios a quien la lleve puesta. Me he detenido ante un cine, atraído por la cartelera; en ella se muestran a unos horribles seres de ultratumba con sus cuerpos hechos gironés y a una mujer con el rostro desencajado por el miedo. En el videoclub de al lado se anuncian películas como "El Exorcista", "La noche de los muertos vivientes", "Poltergeit" y "El Resplandor"... Más adelante hay una juguetería donde venden extraños y monstruosos muñecos, mezcla de extraterrestres y demonios. Me acerco a una tienda de discos: en un lugar bien visible han expuesto varios elepés de música heavy con título claramente religioso, pero sus portadas están llenas de demonios. Más allá hay una librería. Se ve de todo, pero no son raros los libros de parapsicología, astrología, magia y fenómenos paranormales. Tampoco faltan los que mezclan lo religioso con lo extraterrestre, o le dan un marcado acento misterioso. En la esquina hay un grupo de jóvenes. Al pasar por su lado les he oído contar algo de una sesión de espiritismo...
Nada más llegar a casa me he puesto a pensar: ¿Es éste el año dos mil que predecían los futuristas? Aún recuerdo el interés de mis compañeros de seminario por la teología de la secularización y de la muerte de Dios. Al calor de los prodigiosos avances de la técnica y la ciencia -de la razón, en definitiva-, se nos anunciaba el nacimiento de la ciudad secular, donde todas las supersticiones habrían desaparecido y ya no serían necesarias ni tan siquiera las formas religiosas para expresar y vivir la fe; una fe ?que debería consistir fundamentalmente en entregarse en cuerpo y alma a la construcción de un mundo mejor y más justo. Fueron aquellos años que, en nombre de la razón, del progreso y de la mayoría de edad del hombre moderno, nos entregábamos alegremente a demostrar tantas y tantas formas de religiosidad, por considerarlas una pesada herencia del oscuro pasado medieval.
Pero, hete aquí que después de unos años nuestra avanzada sociedad, privada ya de tales "supersticiones" de la religión, se ha buscado un sucedáneo en otras formas que parecían ya desterradas para siempre de nuestro mundo occidental. Se cumple una vez más aquella frase de Gaya, testigo de la crisis del racionalismo ilustrado de su tiempo, que él supo plasmar genialmente en muchos de sus cuadros y aguafuertes: "El sueño de la razón produce monstruos". Algo muy grave debe estar ocurriendo en nuestra sociedad cuando asistimos, en el umbral del siglo XXI, al despertar de miedos ancestrales.
Entre el miedo y la ignorancia
Hemos avanzado mucho en el terreno material, es cierto, pero a costa de dar de lado a la componente espiritual que todos llevamos dentro. Somos capaces de descifrar las leyes que rigen el universo, pero desconocemos las que gobiernan el espíritu humano.
Ante problemas tan elementales como el sufrimiento humano, el mal y el bien o la misma muerte, preferimos cerrar los ojos porque nos produce una sensación de vértigo e impotencia, saber que hay unas fuerzas superiores que sobrepasan nuestra capacidad. Sin embargo, a pesar del pánico y la angustia que sentimos, hay algo que nos atrae, que nos empuja acercarnos a ellas con intención de dominarlas o, al menos, de aplicarlas, poniéndolas a nuestro favor, de manera que consigamos protección, ayuda, seguridad, bienestar, gracia o indulgencia. Cuando el mal o el bien se entrecruzan en nuestro camino y no somos capaces de dominarlos, si nos falla la fe, es fácil atribuir nuestras desgracias y fortunas a unos seres superiores, buenos y malos, a quienes hay que rendir culto para que nos sean propicios y aplaquen su furor contra nosotros. Este es el origen de todas las idolatrías que han existido, existen y existirán en el mundo. El temor y el respeto que nos producen dichas fuerzas está en el origen y es la causa primera de tantas supersticiones idolátricas.
Si muchas de tales superticiones vuelven a cobrar fuerza en nuestro tiempo es porque se dan algunos factores y circunstancias que contribuyen a reavivar el temor más o menos solapado que todos llevamos dentro. El Concilio Vaticano II ponía el dedo en la llaga de nuestro tiempo cuando decía: "Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con otros desequilibrios fundamentales que hunden sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Es más, como enfermo y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y que deje de hacer lo que quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves dicordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo... Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Que es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de la vida temporal?" (GS, 10).
El Concilio, como es natural, propone a Jesucristo resucitado como respuesta a todos los interrogantes, pero ¿cuántos creen hoy en él de una manera coherente? La fe de muchos se ha ido enfriando progresivamente. Sería muy largo de explicar las causas, pero podemos indicar, entre otras, el desenfrenado materialismo que nos rodea y el abandono de toda práctica religiosa. Sin una vida interior, sin una experiencia religiosa, la imagen de Dios se va desdibujando y. aunque sigamos creyendo en él teóricamente, en la práctica es un perfecto desconocido a quien podremos temer, a lo sumo, pero no amar, pues no se ama aquello que no se conoce.
La ignorancia es otro elemento importante a tener a cuenta. En nuestra sociedad el nivel cultural ha aumentado y se ha extendido a mayores capas de la población, pero la formación está orientada sobre todo al conocimiento científico y práctico, al tiempo que se descuida el pensamiento humano, la ética o la religión. Esta laguna es la que ha llevado a muchos a buscarse un sucedáneo de Dios en las sectas y prácticas supersticiosas.
El creciente desarrollo de las comunicaciones entre pueblos de diferentes culturas, nos ha puesto en contacto con otras creencias y prácticas supersticiones -orientales y africanas, sobre todo-, que han comenzado a extenderse entre nosotros: reencarnación, vudú, sincretismo, etc.
El culto que Dios reprueba
Llamamos superstición tanto a las creencias religiosas que favorecen las prácticas ocultas como a las diferentes formas de culto que falsean la verdadera religión. Es una actitud irracional del corazón y la mente humana, provocada, como hemos dicho, por el miedo a lo misterioso y la ignorancia. Va en contra de la religión en cuanto no ofrece a la divinidad el culto que le corresponde sino, que lo hace por medios ilícitos o se dirige a falsas divinidades -ídolos o espíritus- y, sobre todo, al demonio.
En la Biblia hay gran cantidad de textos en los que queda claro que Dios reprueba las prácticas supersticiosas e idolátricas. La ley del Antiguo Testamento era particularmente severa al respecto: Moisés ordena en el libro del Éxodo: "No dejarás con vida a la hechicera" (Ex 22, 17). En el Deuteronomio se previene al pueblo de contaminarse con dichos errores: "Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor tu Dios, no imites la abominación de estos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que practica eso es abominable para el Señor... Sé íntegro en el trato con el Señor tu Dios" (Dt 18. 10-12).
A pesar de una prohibición tan rotunda, el pueblo cayó en semejantes prácticas, a las cuales achacaban los profetas la causa de tantos males que sobrevinieron sobre Israel, por lo que tenían de rebeldía contra el único y verdadero Dios: "El vidente de Efraín profetiza sin contar con Dios, es trampa de furtivo en sus caminos, subversión en la casa de Dios" (Os 9, 8). Para Ezequiel está claro que "tanto el profeta como quien lo consulta serán reos de la misma culpa" (Ez 14.10).
Es impresionante el relato que nos cuenta cómo Saúl luego de intentar en vano conocer la voluntad de Dios por medios legítimos, decidió acudir a una nigromante -de las que él mismo había ordenado expulsar del reino- para que le invocase el espíritu del difunto profeta Samuel (Sm 28). La ira del Señor se cierne sobre su pueblo, pero también sobre otros pueblos, en especial Babilonia, de donde provenían muchas de las prácticas supersticiosas adoptadas por el pueblo de Dios, descritas en Is 47, 9-14.
Lo que para el pueblo judío fue considerado siempre un abominable pecado que Dios reprueba, era práctica normal en los pueblos de la antigüedad, incluidas las civilizaciones griega y romana. Por eso, San Pablo y los demás apóstoles tuvieron que vérselas en más de una ocasión con magos y adivinos. En Samaría vivía un mago famoso llamado Simón, que se bautizó, impresionado por los grandes prodigios que realizaba el diácono Felipe. Cuando llegaron Pedro y Juan a la ciudad, "al ver Simón que imponiendo las manos los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero". La reacción de Pedro fue fulminante: "¡Púdrete tú con tus cuartos por haberte imaginado que el don de Dios se compra con dinero!" (Hch 8, 9-24).
Cuando Pablo llegó a Pafos (Chipre), encontró a un falso profeta judío, que vivía con el procónsul Sergio Pablo. Como aquél intentase persuadir al procónsul de que no escuchara a Pablo, éste le dijo: "Tú, plagado de trampas y fraudes, secuaz del diablo, enemigo de todo lo bueno: ¿cuándo dejarás de torcer los caminos derechos de Dios? Pues ahora mismo va a descargar sobre ti la mano del Señor, te quedarás ciego y no verás la luz del sol hasta su momento" (Hch 13, 6-12).
En Filipos, una criada adivina proporcionaba grandes beneficios a sus amos. Al llegar Pablo y los suyos a dicha ciudad, ella los seguía a todas partes gritando:
"Estos hombres son siervos de Dios soberano y os anuncian el camino de la salvación". Hasta que Pablo se volvió un día a ella y le dijo al espíritu que la poseía:
"En el nombre de Jesucristo, te mando que salgas de ella", y al instante salió, lo que provocó la ira de sus amos, los cuales, viendo perdido su negocio, levantaron tal alboroto que Pablo y sus compañeros acabaron en prisión (Hch 16, 16-24 ).
En Efeso había siete hermanos, hijos de un sumo sacerdote judío, exorcistas ambulantes, los cuales intentaron arrojar un demonio "en el nombre de ese Jesús que Pablo predica", pero el poseído se abalanzó sobre ellos, haciéndoles huir desnudos y malheridos (Hch 19,11-16). Judíos y griegos de Corinto se espantaron del hecho y muchos creyeron y se bautizaron: "Muchos de los que ya creían, iban a confesar públicamente sus malas prácticas y buen número de los que habían practicado la magia hicieron un montón con los libros y los quemaron a la vista de todos" (Hch 19,17-19).
Formas de superstición
Fundamentalmente sólo existen dos formas de superstición: la primera, menos grave, no vuelve la espalda a Dios, pero corrompe el verdadero espíritu religioso con prácticas inútiles y vanas que no conducen a nada, con ritos que Dios reprueba o con formas de culto que la Iglesia desaprueba. La segunda forma es más grave, porque el culto ya no se dirige a Dios, sino a seres creados, como son los espíritus, personajes divinizados, fuerzas de la naturaleza, etc., con vistas a conseguir objetivos que escapan de las posibilidades humanas (magia negra), para hacer daño a otros (maleficio), para conocer las cosas futuras u ocultas (adivinación) o contactar con los difuntos ( espiritismo).
Lo que en teoría puede resultar bastante claro, en la práctica es difícil de discernir, pues normalmente se entremezclan unas formas con otras, a lo que hay que añadir la extraordinaria habilidad que tienen para engañar y convencer a los ingenuos quienes realizan tales prácticas. A ello se añade otra dificultad: el empleo de los poderes de la mente (hipnosis, telepatía, telecinesia), que sin tener nada de sobrenatural no deja de aparentar algo mágico y misterioso. El ocultismo con que se hacen estas cosas pone aún más difícil cualquier intento de desentrañar lo que hay en el fondo de cada práctica supersticiosa.
Magia Blanca
En muchos casos no se puede hablar de auténtica superstición, pues hay prácticas que se basan en capacidades psicológicas y habilidades naturales que poseen algunas personas, y no se pretende en ningún momento manipular o desviar el curso de los acontecimientos o de las fuerzas de la naturaleza. Es el caso de los prestigiditadores, magos de circo, zahoríes, parapsicólogos y algunos psiquiatras que aplican dichas facultades a la medicina. Todo lo más, nos encontramos ante prácticas temerarias.
En el apartado de la magia blanca podemos incluir lo que se conoce más comúnmente por superstición: la creencia de que algunos objetos o algunas acciones traen buena o mala suerte o nos protegen de algún mal: herraduras, rabos de conejo, gatos negros, pasar por debajo una escalera, hacer girar el paraguas o una silla, derramar sal o vino, etc. Son cosas que parecen ridículas, pero muchas personas sencillas, necesitan rodearse de amuletos y fetiches que les protejan. Todo esto está muy lejos de lo que se, repite en la Biblia hasta la saciedad: No temáis, el Señor es refugio, protector, escudo y armadura, roca y baluarte, poderoso defensor en el peligro... ¿Qué más podemos necesitar? Haríamos una buena labor ayudando a estas personas a salir de sus miedos y de su ignorancia, haciéndoles ver, desde la fe, lo absurdo de tales creencias. Jesucristo ha venido a liberarnos también de eso.
Curanderismo
El curanderismo puede ser incluido también en el apartado de la magia blanca, siempre que no recurra a fuerzas ocultas y se limite al empleo de hierbas o de ciertos ritos supersticiosos como echar sal en determinados lugares, encender velas de un determinado modo o recitar determinadas oraciones, así como imponer las manos sobre la parte enferma, etc. Con todo, no es ni conveniente ni necesario acudir a los curanderos, pues los ritos que ellos realizan o prescriben no tienen ningún poder para curar y carecen de toda base objetiva y racional. Lo más que se consigue es que el enfermo mejore por la acción de las hierbas medicinales o por autosugestión. También aquí la ignorancia y la capacidad de persuasión de los curanderos hace que mucha gente acuda a ellos con una fe que más bien harían en ponerla en los médicos y en el poder sanador del Señor.
En la Renovación Carismática, donde es frecuente orar por la salud de los enfermos, se debe evitar por todos los medios cualquier expresión, gesto, palabras, oraciones, fórmula u objeto que pueda tener resonancias mágicas. No hay que olvidar nunca que lo que sana es la fe del enfermo y de quienes oran por él, no el rito o las palabras con que lo hacemos. Si el Señor actúa, lo hará movido por la fe, por nuestra actitud interior, y no por unos simples ritos externos. Ahí está la diferencia entre la verdadera y la falsa actitud cristiana.
Magia negra
Es una de las formas más graves de superstición. Consiste en invocar expresamente al diablo para conseguir de él aquello que no es posible por otros medios. En los últimos años han surgido entre nosotros sectas satánicas que adoran al diablo y celebran misas negras en su honor. Algunos grupos ingleses de música rock fomentan entre los jóvenes la curiosidad y el interés por el diablo. A veces aparecen en la calle algunas pintadas con palabras misteriosas, cuyas letras, leídas ordenadamente, componen el nombre de Lucifer. Una cruz invertida es la firma de quienes las escriben.
Cuando la magia negra se emplea con la finalidad de hacer daño a algunas personas, recibe el nombre de maleficio. Hay videntes o curanderos que los practican por encargo o por propia iniciativa, cuando quieren vengarse de alguien que no les cae bien. La inmigración de africanos a nuestro país en estos últimos años ha favorecido la introducción del "vudú", que se practica en aquel continente y entre los negros de algunos países sudamericanos. Para el maleficio se suelen servir de fotografías u otras representaciones de la persona a quien se quiere dañar, a las que se le aplican alfileres y otros objetos punzantes o cortantes representativos del mal que se le desea.
Hay videntes y curanderos que se dedican a contrarrestar los efectos de un maleficio utilizando la magia blanca, pero nosotros sabemos que no existe mejor arma para combatir al diablo que Jesucristo, porque "el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3, 8). Aunque todos podemos orar al Señor para que libere a un hermano de cualquier maleficio y de las molestias del maligno, la oración tendrá más eficacia si la dirige un sacerdote, por los poderes inherentes a su ministerio.
No hablemos aquí de posesiones diabólicas y exorcismos, pues es un tema más delicado que requiere un tratamiento aparte.
Adivinación
Entendemos por adivinación cualquier intento de conocer cosas ocultas del pasado, del presente o del futuro por medios ocultos o improporcionados, prohibidos por Dios, o invocando expresa o implícitamente al demonio, o atribuyendo a determinados signos o suertes un valor adivinatorio que no tienen. Es querer entrar en los misterios de Dios no por la puerta, sino furtivamente corno un ladrón. Es, pues, una grave injuria contra el Señor. Mucho más grave cuando se recurre a la magia negra. En la práctica no suele constituir falta grave pues se suele obrar más bien por ligereza, curiosidad e ignorancia que por mala fe.
¿Qué criterio debemos seguir para valorar un caso concreto de adivinación? Mientras no esté totalmente exc1uída una causa natural, debemos atribuirla a una causa natural oculta desconocida. En muchos de los casos se trata simplemente de fenómenos telepáticos. Es lo que suele ocurrir cuando el adivino o adivina conoce nuestro problema sin que se lo contemos. Cuando se haya excluido cualquier explicación natural del fenómeno, es preferible atribuirlo a la intervención del maligno, aunque nos digan que la adivinación procede de algún difunto o de una intervención o de la Virgen o de algún santo.
En el caso de adivinaciones por suertes, corno son las cartas del Tarot o incluso la astrología, debemos desecharlas como lo que son: pura superchería. La experiencia demuestra que los adivinos suelen embrollar a la gente más de lo que podamos imaginar, abusando de la buena fe de quienes confían en ellos.
El asunto de las adivinaciones nos plantea el problema de su relación con el espíritu profético que se da en la Iglesia y, muy en particular, en la Renovación Carismática. La diferencia es bien patente: el don de profecía es una gracia, un don gratuito que el Señor concede cuando y como quiere y a quien quiere, sin intervención alguna por nuestra parte, excepto nuestra actitud de apertura generosa a los carismas que él libremente quiere darnos. Por otra parte, las revelaciones que el Señor nos hace no son para satisfacer nuestra curiosidad, sino para animar, corregir, enseñar o manifestar su voluntad a la persona o personas que él desea. En el don de profecía la iniciativa es siempre del Señor. En el caso de los videntes, en cambio, las adivinaciones se consiguen por iniciativa humana, sin contar en absoluto con la voluntad de Dios y empleando medios que él rechaza. Es importante que tengamos siempre presentes estos criterios para no equivocamos, pues no es raro que a nuestros grupos acudan personas que practican las artes adivinatorias o que tienen ciertas facultades paranormales que les permiten penetrar en algunos misterios. A estas personas se les ha de imponer que se abstengan absolutamente de tales prácticas mientras formen parte de la Renovación.
Espiritismo
El espiritismo es el arte de invocar a los espíritus para comunicarse con ellos. Suele haber un espiritista, el cual, personalmente o a través de un médium puesto en trance, convoca a los espíritus por procedimientos ocultos. Muchos fenómenos que se dan en las sesiones espiritistas (movimiento de la mesa, de un vaso, de una llama, levitaciones, etc.) se deben a la habilidad de personas particularmente sensibles y con facilidad para la puesta en escena. Aunque a los no iniciados les pueda resultar creíble la manifestación de los espíritus, dichos fenómenos no tienen nada de sobrenaturales.
La participación en sesiones de espiritismo está prohibida a todo creyente, aunque sólo sea como espectador. Falta gravemente quien acude al espiritismo con ánimo de comunicarse con algún espíritu, en cuanto va contra la voluntad divina y pretenda subvertir sus planes. Además, se expone a un serio peligro, tanto para su fe como para la sana religiosidad.
La magia se mezcla también a veces con la práctica del espiritismo, lo que lo hace aún más peligroso. El diablo no tiene inconveniente en hacerse pasar por el espíritu de cualquier difunto si con ello consigue sembrar confusión e inquietud.
Alguien ha comentado que lo que hacemos en la Renovación Carismática es también espiritismo, pues invocamos al Espíritu Santo. En este sentido hemos de cuidar mucho nuestro vocabulario. En la Renovación, como se hace en toda la Iglesia, nos abrimos a la acción del Espíritu con todas nuestras fuerzas, quitando obstáculos para que pueda obrar en nosotros a su gusto y dejando que sea él quien lleve en todo momento la iniciativa, sin intención de manipularlo o de hacerle actuar a nuestro antojo. Esa es la gran diferencia con el espiritismo, el cual, por otro lado, nunca invoca al Espíritu Santo, sino a espíritus creados, de los que se pretende algo que nunca podrán hacer sin el consentimiento de Dios, porque la vida de los difuntos está en sus manos (Sb 3, 1).
Tanto en las adivinaciones como en el espiritismo es frecuente que aparezca el tema de las reencarnaciones, doctrina procedente del hinduismo que es abiertamente contraria a nuestra fe cristiana. Bastaría leer la entrevista de Jesús con Nicodemo (Jn 3) para darnos cuenta de que el hombre nace una sola vez en este mundo. Nicodemo interpretó el nuevo nacimiento anunciado por Jesús en el sentido de la reencarnación material, pero éste le corrigió inmediatamente, pues el nuevo nacimiento debe ser obra del Espíritu Santo por el bautismo. Porque, como dice San Pablo: "Esto corruptible tiene que vestirse de incorruptibilidad y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad" (1 Co 15, 53).