EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA

En los años que lleva desde su aparición en la Iglesia Católica, la Renovación Carismática ha estado viviendo algo así como una vida de catacumbas. Los grupos fueron apareciendo imperceptiblemente, sin ninguna iniciativa oficial, suscitando extrañezas, recelo y hasta alguna burla irónica. En sus comienzos quedó aquélla necesariamente marginada de la vida eclesial, unas veces por incomprensión o rechazo, y otras por no haber sido reconocida por la autoridad local. Algunos grupos han perdurado en verdadero desamparo del pastor local, sufriendo aquella persecución que viene de los mismos de casa (Mt. 10, 36). Ello no obstante, en algunas parroquias se ha podido constatar que el grupo verdaderamente disponible e incondicional para cualquier servicio era el de la R.C., sin que, a pesar de todo, llegara a ser aceptado.


Esta marginación ha sido un hecho innegable y los factores que la han provocado son de doble procedencia: unos provienen de la misma Renovación, cuyo lenguaje, pensamiento y estilo resultan de difícil comprensión para el que no haya pasado por la misma experiencia del Espíritu, a la vez que exige una conversión radical en forma de servicio, compromiso y vida de oración sólida, a todo lo cual la debilidad humana siempre opone resistencia. Otros factores actúan desde el exterior en forma de prejuicios en una opinión pública, no suficientemente informada y más preocupada por los problemas operativos de la acción pastoral que por el verdadero espiritualismo y la interiorización de la vida cristiana, con el contraste de aparecer entre sacerdotes y religiosos inquietudes que buscan saciar sus anhelos en corrientes espirituales orientalistas.
En el momento a que hemos llegado en la historia de la R.C. Católica nos urge a todos la necesidad de presentar su mensaje esencial en forma más decidida desde el centro de la vida de la Iglesia. Así se ha dicho solemnemente en la IV Conferencia de Líderes de Roma, pero ya era una instancia que con bastante anterioridad se empezaba a vivir en los círculos de la Renovación.




Esta urgencia no es una exigencia de táctica, para que, por ejemplo, crezca la Renovación o caso parecido, sino que es el mismo Espíritu el que hace sentir la necesidad de una renovación profunda para nuestras vidas y para toda la Iglesia, siendo El siempre aliento de vida renovador. En este sentido creemos que podemos aportar muchos elementos de renovación tanto para la acción pastoral como para la vivencia espiritual de las asambleas y comunidades. El mensaje central de la Renovación es la llamada a una nueva conversión y a aceptar de verdad y por la fuerza del Espíritu a Jesús como Salvador y Señor, y constantemente debe ser proclamado para toda la Iglesia. Siempre, pero de modo especial en los momentos actúales de la vida eclesial, es necesario que nos centremos más en la realidad de Jesús Salvador y Señor.
Una de las mayores desgracias que nos puede ocurrir, tanto a la Iglesia entera como a cualquier miembro aislado, es no sentir la necesidad de mayor perfección y de conversión, tranquilos con el anquilosamiento espiritual en que podamos haber caído. Es la situación típica de los siervos que no esperan con las lámparas encendidas la vuelta de su Señor (Lc 12,35-40) y que el Espíritu reprueba duramente en el Apocalipsis (Ap 3,14.16).



Cuando el Espíritu sopla tratemos de escuchar su voz, aquello que El dice a las iglesias, llamando a una vida más abundante, a mayor purificación y santidad.




DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A los participantes en el IV Congreso de Líderes Carismáticos.

Traducimos del inglés el discurso completo del Santo Padre tal como fue pronunciado y reproducido después en "L 'OSSERATORE ROMANO ", edición del 9 de Mayo. págs. 1 y 2. La edición semanal en lengua Española lo publica en el número del 17 de Mayo, pág. 9 y 12. Las frases subrayadas que van dentro de los paréntesis son palabras improvisadas por el Papa y que no reproduce el diario Vaticano.


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En el gozo y la paz del Espíritu Santo os doy la bienvenida a todos los que habéis venido a Roma para participar en la Cuarta Conferencia Internacional de Líderes de la Renovación Carismática Católica, y deseo que "la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co. 13, 13). (Aplausos. Todos responden: Y con tu espíritu. El Papa se para unos momentos y después añade: Esta noche vengo a enseñaros, pero también vengo a aprender algo. Más aplausos.)



1.- La elección que habéis hecho de Roma como lugar para esta conferencia es un signo especial de vuestra comprensión sobre la importancia de estar arraigados en esa unidad católica de fe y caridad que halla su centro visible en la Sede de Pedro. Vuestra reputación marcha delante de vosotros, como la de sus queridos Filipenses que impulsó al Apóstol Pablo a comenzar la Epístola que les dirigió con un sentimiento del que me siento feliz en hacerme eco: "Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros ... y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar lo mejor para ser puros y sin tacha para el día de Cristo" (Flp 1,3. 9-10).

2.- En 1975 mi venerable predecesor Pablo VI se dirigió al Congreso Carismático Internacional que se reunió aquí en Roma y subrayó los tres principios que trazó San Pablo para guiar el discernimiento de acuerdo con el mandato: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 Ts 5,21). El primero de estos principios es fidelidad a la doctrina auténtica de la fe; todo lo que contradice a esta doctrina no viene del Espíritu. El segundo principio es valorar los dones más altos -los dones otorgados para servicio del bien común. Y el tercer principio es la búsqueda de la caridad, la única que lleva al Cristiano a la perfección, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: "Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14). No es menos importante para mí en este momento subrayar estos principios fundamentales para vosotros a quienes Dios ha llamado a servir como líderes en la Renovación.


El Papa Pablo VI describió el movimiento de la renovación en el Espíritu como "una oportunidad para la Iglesia y para el mundo", y los seis años pasados desde aquel Congreso han confirmado la esperanza que inspiró aquella visión. La Iglesia ha visto los frutos de vuestra devoción a la oración en un profundo compromiso por la santidad de vida y el amor a la palabra de Dios. Con gozo particular hemos constatado cómo los líderes de la renovación han desarrollado una visión eclesial cada vez más amplia y se han esforzado para que esta visión se convierta cada vez más en realidad en aquellos que dependen de su guía. Y también hemos visto los signos de vuestra generosidad en compartir los dones de Dios en justicia y caridad con los desheredados de este mundo, de forma que todos puedan experimentar la inapreciable dignidad que poseen en Cristo. ¡Que esta obra de amor ya comenzada en vosotros se lleve a fructuoso cumplimiento! (cf. 2 Co 8,6. 11). A este respecto recordad siempre estas palabras que Pablo VI dirigió a vuestro Congreso durante el Año Santo: "No hay límites para el desafío del amor: los pobres y los necesitados y los afligidos y los que sufren por todo el mundo y a vuestro lado, todos os gritan, como hermanos y hermanas en Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios, pidiendo pan, pidiendo vida".
3.- Sí, me siento muy feliz por tener esta oportunidad de hablaras con el corazón a vosotros que habéis venido de todo el mundo a tomar parte en esta Conferencia concebida para ayudaros a cumplir vuestra función de líderes en la Renovación Carismática. De manera especial deseo hablar sobre la necesidad de enriquecer y hacer práctica aquella visión eclesial que es tan esencial para la Renovación en esta etapa de su desarrollo.



La función del líder es, en primer lugar, dar ejemplo de oración en su propia vida. Con esperanza confiada y esmerada solicitud se exige principalmente del líder que los que buscan renovación espiritual conozcan y experimenten el patrimonio multiforme de la vida de oración de la Iglesia: meditación sobre la palabra de Dios, pues "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo", como insistía San Jerónimo, apertura a los dones del Espíritu, sin exagerada concentración en los dones extraordinarios; imitar el ejemplo del mismo Jesús en asegurar el tiempo para la oración a solas con Dios; entrar más profundamente en el ciclo de los tiempos litúrgicos, de manera especial por la Liturgia de las Horas; la celebración apropiada de los sacramentos --con particular atención al Sacramento de la Penitencia- que realizan la nueva dispensación de gracia de acuerdo con la voluntad manifiesta de Cristo; y, por encima de todo, amor a la Eucaristía y una creciente comprensión de la misma como centro de toda la oración cristiana. Pues como el Concilio Vaticano II nos ha inculcado, "la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan, por la recepción de la Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo" (Presbyterorum Ordinis, 5).

En segundo lugar, debéis preocuparos de suministrar sólido alimento para la nutrición espiritual mediante el partir el pan de la verdadera doctrina. El amor a la palabra revelada de Dios, escrita bajo la guía del Espíritu Santo, es señal de vuestro deseo de "permanecer firmes en el Evangelio" predicado por los Apóstoles. Este mismo Espíritu, como nos lo asegura la Constitución Dogmática de la Divina Revelación, es el que "constantemente perfecciona la fe con sus dones, de forma que la Revelación pueda ser comprendida cada vez más profundamente" (Dei Verbum, 5). El Espíritu Santo que distribuye sus dones, ahora en mayor o ahora en menor grado, es el mismo que inspiró las Escrituras y que asiste al Magisterio viviente de la Iglesia, al cual confió Cristo la interpretación auténtica de estas Escrituras (cf. Alocución de Pablo VI, 19 de Mayo de 1975), según la promesa de Cristo a los Apóstoles: "Yo pediré al Padre y os daré otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora con vosotros y en vosotros estará" (Jn 14,16-17).

Por esto Dios quiere que todos los cristianos crezcan en la comprensión del misterio de salvación que nos revela cada vez más la propia dignidad intrínseca del hombre. Y El desea que vosotros, que sois líderes en esta Renovación, estéis cada vez más formados en la enseñanza de la Iglesia, cuya tarea bimilenial ha sido el meditar en la palabra de Dios, para sondear sus riquezas y darlas a conocer al mundo. Procurad, pues, que como líderes busquéis una formación teológica sana que pueda asegurar para vosotros y para todos los que dependan de vuestra orientación una comprensión madura y completa de la palabra de Dios: ?"La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría" (Col 3,16-17).

En tercer lugar, como líderes de la Renovación debéis tomar la iniciativa de construir lazos de confianza y cooperación con los Obispos, los cuales tienen la responsabilidad pastoral (aplausos... ¡Es una buena señal!... Más aplausos) según la providencia de Dios de pastorear todo el Cuerpo de Cristo, incluida la Renovación Carismática (aplausos calurosos... Podéis decir que el Papa hace lo mismo... Aplausos). Aun cuando ellos no compartan con vosotros las formas de oración que vosotros habéis hallado tan enriquecedoras, tomarán en serio vuestro deseo de renovación espiritual para vosotros mismos y para la Iglesia, y os ofrecerán la orientación segura, según la función que les fue encomendada. El Señor Dios no falla en ser fiel a la promesa de la oración consecratoria de su ordenación en la que se le pidió: "Derrama ahora también sobre este siervo tuyo la fuerza que procede de Ti: el Espíritu Santo que comunicaste a tu Hijo Jesucristo, y que El transmitió a los Apóstoles, que fundaron en todo lugar la Iglesia, como santuario tuyo, para alabanza y gloria de tu nombre" (Rito de la Ordenación del Obispo).

Por todo el mundo muchos Obispos, tanto individualmente como a través de declaraciones de sus respectivas Conferencias Episcopales, han alentado y han ofrecido orientaciones a la Renovación Carismática -y en ocasiones hasta una saludable palabra de precaución- y en general han ayudado a la comunidad cristiana a comprender mejor el lugar de aquélla en la Iglesia. Así, con el ejercicio de su responsabilidad pastoral, los Obispos nos han ofrecido a todos un gran servicio, en orden a asegurar para la Renovación una pauta de crecimiento y desarrollo plenamente abierta a todas las riquezas del amor de Dios en su Iglesia.




4.- En este momento me gustaría también llamar vuestra atención sobre otro punto de especial importancia para esta Conferencia de líderes: se refiere a la función del sacerdote en la Renovación Carismática. Los sacerdotes en la Iglesia han recibido el don de la ordenación como cooperadores en el ministerio pastoral de los Obispos, con los que comparten el mismo y único sacerdocio y ministerio de Jesucristo, lo cual exige su estrecha comunión jerárquica con el orden de los Obispos (Presbyterorum Ordinis, 7). Como resultado, el sacerdote tiene una función única e indispensable a realizar en y para la Renovación Carismática, lo mismo que para toda la comunidad cristiana. Su misión no está en oposición a, o paralela a, la legítima función del laicado. Por el vínculo sacramental del sacerdote con el Obispo, cuya ordenación confiere una responsabilidad pastoral de toda la Iglesia, aquél contribuye a asegurar en los movimientos de renovación espiritual y de apostolado laical su integración en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, de manera especial por medio de la participación en la Eucaristía; en ella decimos: "para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (III Plegaria Eucarística). El sacerdote participa en la responsabilidad propia del Obispo sobre la predicación del Evangelio, para la cual debe equiparlo de manera especial su formación teológica. Como resultado, él tiene una singular e indispensable función para garantizar esa integración en la vida de la Iglesia que evite la tendencia a formar estructuras marginales y alternativas, y que lleve a una más plena participación especialmente en la parroquia, en su vida apostólica y sacramental. Por su parte, el sacerdote no puede ejercer su servicio en favor de la Renovación a no ser que y hasta que no adopte una actitud acogedora respecto a ella (aplausos...), basada en el deseo que comparte con cada cristiano por el Bautismo de crecer en los dones del Espíritu Santo (aplausos).




Vosotros, pues, líderes de la Renovación, sacerdotes y laicos, debéis dar testimonio del vínculo común que tenéis en Cristo, y fijar la pauta para esa colaboración efectiva que tiene como norma el mandato del Apóstol: "poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4,3-5).
5.- Finalmente, por vuestra experiencia en muchos dones del Espíritu Santo que también son compartidos con nuestros hermanos y hermanas separados, tenéis el gozo especial de crecer en el deseo de la unidad, a la que el Espíritu nos guía, y en un compromiso por la obra seria de ecumenismo (aplausos).



¿Cómo hay que llevar a cabo esta obra? El Concilio Vaticano II nos dice: "antes que nada, los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de la doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los Apóstoles" (Unitatis Redintegratio, 4). El auténtico esfuerzo ecuménico no busca evadir las tareas difíciles, como la convergencia doctrinal, apresurándose a crear una especie de autónoma "iglesia del Espíritu" independientemente de la Iglesia visible de Cristo. Más bien, el verdadero ecumenismo contribuye a incrementar nuestro anhelo de unidad eclesial de todos los cristianos en una misma fe, para que "el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se salve para gloria de Dios (Unitatis Redintegratio, 1) (aplausos). Confiemos en que si nos rendimos a la acción de una verdadera renovación en el Espíritu, este mismo Espíritu Santo nos hará ver la estrategia para un ecumenismo (… aplausos), el cual hará realidad nuestra esperanza de "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6) (aplausos).

6.- Queridos hermanos y hermanas, la Epístola a los Gálatas nos dice que "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Gal 4,4-6) (aplausos)

Y a esta mujer, María la Madre de Dios y nuestra Madre, siempre obediente al impulso del Espíritu Santo, yo confiadamente encomiendo vuestra importante obra para la renovación en y de la Iglesia (aplausos). En el amor de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, yo gustosamente os imparto mi Bendición Apostólica.

Roma, 7 de Mayo de 1981




Tradujo KOINONIA






UNA VISIÓN PARA EL LÍDER CARISMÁTICO



Por el P. Tom Forrest




(Extracto de la charla pronunciada en la sesión de apertura del IV Congreso Internacional de líderes de la Renovación Carismática, celebrado en Roma del 4 al 9 de mayo de 198I)



No ha sido fácil hacerles venir a todos ustedes a Roma. Hemos invitado a 102 países de todo el mundo, pero no todos han podido enviar representación, bien por dificultades económicas, o bien por dificultades de tipo político o social. Están aquí representados unos 95 países, y esta presencia es prueba de lo que está haciendo el Espíritu Santo. Como me decía Ralph Martín esta tarde, el Congreso ya es un éxito aunque nada más sea por todos los que han venido.

Alabo al Señor y le doy las gracias por la venida de todos ustedes y por las cosas grandes que va a hacer aquí.

I. MOMENTO DE TRANSICION EN LA RENOVACION CARISMATICA

Durante estos días ICO (Oficina Internacional de Comunicación) ha realizado su traslado a esta ciudad de Roma. Toda mudanza es un tiempo de transición y los tiempos de transición en nuestras vidas son por lo general tiempos difíciles, pues hay que dejar seguridades y marchar a un lugar y a una vida nueva.

Pero una transición es una nueva oportunidad. Cuando uno se muda es para vivir y trabajar mejor, y así el tiempo de transición y de mudanza trae un nuevo vigor.

También es un tiempo de fe. ¿Por qué nos hemos trasladado? Porque creemos que el Señor nos llama a Roma. Al traer la Oficina a Roma lo que pretendemos hacer es seguir la llamada de Dios.

En toda transición hay cosas positivas y negativas, como ocurre en los principales momentos de transición en nuestra vida, al casarse, cuando envejecemos, y sobre todo el más importante de todos, en el que experimentamos la muerte. En todos los periodos de transición de la vida humana hay algo de negativo, pero sobre todo hay cosas buenas.

Si así es toda transición en nuestra vida, creo que al reunirnos para este IV Congreso de Líderes de la R.C debemos advertir claramente que la Renovación Carismática Católica al cabo del corto periodo de su historia de 14 años se encuentra en un momento de transición, lo cual quiere decir que hay cosas negativas, pero también hay cosas muy buenas e importantes que están sucediendo.

Decir que estamos en momento de transición es lo mismo que decir que nos hallamos ante distintas etapas, pasando de una primera etapa de la Renovación a una segunda fase o etapa quizá mucho más importante La primera etapa tal como lo hemos experimentado ha sido una etapa en la que hemos sentido nuestro poder, es decir, el poder de la Renovación en el Espíritu como poderosa fuerza de la maravillosa efusión internacional y mundial de Espíritu Santo. Ha sido la nueva era de Pentecostés en la que fuimos llamados a vivir.

En esta primera etapa parecía que todo lo que teníamos que hacer era decir: Oh Dios hazlo Tú, y todo estaba hecho. Todo lo que teníamos que hacer era decir: Ven Espíritu Santo, y cada vez que lo decíamos había una efusión del Espíritu Santo, una experiencia de Pentecostés.

Podemos decir que en esta primera etapa hemos estado funcionando y actuando de forma irrealista, con la idea de que siempre iba a ser así y de esta manera tan fácil para nosotros. Podríamos llamarla la edad del bebé. Quizá a algunos nos gustaría retornar y volver a empezar a vivir todo nuevo y a ver cómo Dios por sí solo hacía todas las cosas, mientras que nosotros no teníamos más que esperar y estar contentos de que sólo actuara El.

También podríamos llamar esta etapa, la etapa de nuestra inmadurez, porque al fin y al cabo no fue más que la etapa de los principios, y al comienzo cuando se hace algo nuevo, siempre actuamos y pensamos un poco como niños y por tanto inmaduramente.




Pero ahora estamos entrando de una forma muy decisiva en una segunda etapa. No somos tan fuertes como éramos al principio ni podemos conocer todas las respuestas, puesto que Dios todavía no ha revelado la plenitud de su plan. Lo cual quiere decir que tenemos que ser mucho más humildes de lo que somos y más conscientes de nuestras propias debilidades. Cada uno de nosotros debe ser mucho más consciente de lo débil que es, de lo poco que sabe y de lo poco que se ha rendido a la voluntad de Dios.



Si hacemos esto seremos más realistas y advertiremos que hemos sido llamados por Dios no a lo fácil sino a lo difícil. El Consejo de ICO ha vivido la semana pasada en Asís, discerniendo, dialogando y orando allí en la tierra de san Francisco. Para darles una visión más clara de la situación actual de la ? Renovación utilizaré algunas ideas de nuestro diálogo.

Si nos fijamos en la vida y llamada de san Francisco, veremos también los dos estados o etapas de que he hablado antes. En la primera etapa Francisco tuvo la alegría de su experiencia, el gozo de su Porciúncula y de oír a Cristo que le hablaba desde la cruz. Después de este gozo y experiencia se le reveló la maravilla de toda la creación, sintió el calor de la fraternidad que formó con sus primeros seguidores, gozó de la amistad de santa Clara, encontró excelente respuesta a su predicación por dondequiera que fuese, contó con la ayuda de un cardenal poderoso y hasta tuvo la oportunidad de encontrarse con el Papa. Esta fue su primera etapa: dulce, suave, fácil y maravillosa. Pero esta no es la historia de este gran santo.

Después de esto vino el momento de ser rechazado por su propia familia, vino la realidad de la pobreza total a la que fue llamado por Cristo, la experiencia de la gran debilidad de sus mismos seguidores, la enfermedad y el dolor de su propio cuerpo, la conciencia de lo inmensa que era su labor. Todo lo que él había empezado se resintió aún antes de su muerte. Pero Francisco no se quedó en lo fácil, sino que pasó a esa segunda etapa y a lo largo de ella se mantuvo fiel a su llamada. Por esto hoy, seis siglos después, san Francisco es uno de los grandes héroes que conoce este mundo. Hubo un heroísmo en su vida porque permaneció fiel a su llamada. Escuchó al Señor que le decía: "Ve, Francisco, y reconstruye mi Iglesia", y desde aquel momento hasta el día de su muerte y hasta el día de hoy, Francisco ha trabajado e intercedido por la reconstrucción de aquella Iglesia.

Para Francisco hubo también una tercera etapa. Porque permaneció fiel en la segunda pasó también a la tercera. Como nos decía un franciscano durante nuestra permanencia allí, el mundo de hoy ha descubierto a Francisco en una pequeña población de 2.000 habitantes. El año pasado la visitaron seis millones de peregrinos y este año se esperan ocho millones. Francisco perseveró a través de las dificultades y así ha llegado a ese gran fruto.

Ahora bien, ¿qué decir de nuestra transición? Nosotros no estamos aquí para pensar, analizar, reflexionar y hablar de cualquier persona. Estamos aquí para hablar de nosotros, reflexionar sobre nosotros y orar por nosotros mismos.

¿Cómo vamos a responder cuando la prueba en la que Dios nos ha introducido se vuelva difícil? ¿Cómo vamos a responder cuando Jesús nos diga: Yo te he llevado conmigo al Tabor a presenciar mi gloria, pero ahora camina conmigo hacia el Calvario? Algunos sencillamente abandonan porque, según dicen, hay bellas razones para abandonar, y empiezan a acusar la debilidad de los demás sin reconocer su propia debilidad: "Lo que me pasa es que estoy cansado, o estoy solo, o que tengo otras obligaciones ... quizá todo lo que hay que hacer no es tan importante ... etc. ".

Sabemos, hermanos, que hay una cosa que no se puede negar, es esta: que Dios nos ha tocado, que Dios nos ha llamado y que tiene unos planes para usarnos, que El conoce muy bien nuestra debilidad y que, a pesar de ella, nos utilizará para la reconstrucción de la Iglesia. Nada es más importante que esto.

Las transiciones son parte de la vida y forman parte del plan de Dios para llevarnos a la madurez. ¿Abandonó Moisés o le dijo a Dios que los israelitas eran muy débiles para salir de Egipto? Dios le dijo lo que tenía que hacer y él lo hizo exactamente. ¿Y qué pasó con Pablo? Al principio, en su camino de Damasco, hubo un momento de gloria y de vida en el que escuchó la voz del mismo Cristo. Pero cuando llegó el momento del dolor, de las lágrimas, del naufragio, de la persecución, cuando se le dijo que fuera a Roma, sabiendo que en Roma iba a encontrar la muerte, no abandonó, sino que siguió por el camino que Dios le había trazado y así se convirtió en el hombre que quizá, después de Jesús, más ha hecho cambiar el curso de la historia humana. Y porque estos héroes han perseverado a través de las dificultades, a través de la incertidumbre, siguen todavía influyendo en el mundo, en la vida humana de hoy. Lo mismo podemos decir de Jesucristo, el Hijo de Dios. Mientras caminaba sobre la tierra tuvo una vida maravillosa en Nazaret, los ángeles cantaron en su nacimiento, le acompañó la adulación de las multitudes, el esplendor de sus milagros, el amor de los discípulos, pero esto no fue más que el comienzo. Después vino la conspiración, la traición, el odio y todo el drama que terminó en la muerte. Jesús perseveró y como él mismo dijo, obedeció en todo al Padre y fue así como llegó a su tercera etapa: la Resurrección.

Lo que Dios nos pide es heroísmo, ni más ni menos. Debemos estar preparados para lo más difícil, aunque de momento no veamos claro por dónde nos lleva el Señor y qué es lo que nos va a pedir; esto no es importante. Hemos sido llamados por Dios, y si alguno aquí no cree en esto, ¿por qué ha venido? Hemos de pagar cualquier precio y afrontar cualquier dificultad y debemos seguir adelante.

Se halla aquí presente un sacerdote polaco de Poznan, a quien yo visité en su propia ciudad, y una vez preguntó al Papa actual ¿Qué hemos de hacer con la Renovación Carismática? La respuesta fue: "Canta Aleluya y sigue adelante". Esto es lo que tenemos que hacer: cantar aleluya en la primera etapa y seguir adelante en la segunda, y no andar haciendo círculos.

II.- HACIA EL CENTRO DE LA MISMA IGLESIA

El traslado de nuestro centro internacional a Roma forma parte de este momento de transición. Creo con todo mi corazón que es voluntad de Dios el que vengamos a Roma en este momento. Debo decir que no solamente ha cambiado nuestra dirección sino también el nombre. Lo que hasta ahora se llamaba Oficina Internacional de Comunicación (ICO) al servicio de la Renovación Carismática, en adelante se llamará Oficina Internacional de la Renovación Carismática Católica (ICCRO).

Mientras nos hallábamos en Asís, una de !as cosas sobre las que el Consejo Internacional ha dialogado fue el hecho de que la Renovación Carismática hasta ahora se ha mantenido más bien en la periferia de la Iglesia y que todavía no ha sido absorbida en la vida normal católica. Y uno de los miembros del Consejo dijo que a muchos Obispos y sacerdotes les gustan los frutos de la Renovación pero no les gusta la Renovación. Les gusta el que oremos, el que leamos y estudiemos la palabra de Dios, el que cantemos y animemos la Liturgia por todo el mundo. Aprecian el que estemos a su servicio, pero siempre encuentran algo extraño.

Hallándome en la parte norte de Nigeria, me alojaba en una parroquia en la que el párroco acababa de llegar y la Renovación Carismática era muy fuerte. Una noche estuvo dándome quejas sobre la Renovación y que a él no le gustaba. Al día siguiente, por la mañana me encontraba yo en la iglesia y de pronto llegó un grupo de hombres en motos y empezaron a entrar en la iglesia con escobas y cubos y a limpiar diligentemente todo el templo. Yo me quedé admirado de aquella gente que en la mañana del sábado habían madrugado para venir a limpiar la iglesia. Fui después al Párroco que me había dado tantas quejas y le pregunté quiénes eran aquellos hombres y me respondió: "¡Oh, son los carismáticos!". Los admitía por el placer de ver limpia la iglesia, pero no le gustaban las demás cosas.

Muchos católicos ven a los carismáticos como gente extraña y diferente y que no hay que aceptar necesariamente.


En Asís hemos hablado sobre las razones que explican este hecho. Los carismáticos ofrecen una teología muy ortodoxa y hay muchos en la Iglesia a los que no interesa una teología tan ortodoxa. Los carismáticos toman la Escritura como Palabra de Dios muy en serio: Dios dijo esto, debemos hacerlo; creen que los carismas de que habla la Escritura son algo real; consideran la autoridad como una necesidad; proclaman lo sobrenatural: Dios no ha muerto, Dios es real y está obrando ahora.
Tenía razón Kevin al exponer las distintas críticas que hemos ido recibiendo y cómo hemos sido distintos de los demás.
En efecto, respecto a estas cuestiones nosotros no andamos con medias tintas y no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo. Pero por otra parte utilizamos un vocabulario y un lenguaje nuevos, algunas veces hemos manifestado los dones con exceso y sin discernimiento, hablamos de haber tenido una experiencia personal, a veces somos elitistas o hablamos de nosotros mismos como si fuéramos supercristianos.



También había razones para mantenernos en la periferia de la Iglesia. Todo movimiento de renovación comienza siempre de la misma manera. Así podíamos ofrecer algo nuevo a la Iglesia sin estar completamente atados por la estructura rígida, por el tradicionalismo de algunas expresiones y devociones que había en la Iglesia. Teníamos que estar en una posición de crítica constructiva, hecha con amor pero muy realista, sobre lo que teníamos que cambiar; debíamos quedar al margen de ciertos elementos negativos que atacaban a la Iglesia en aquellos momentos, como el humanismo pagano y el espíritu secular, cierta permisividad que no llama al pecado por su único nombre que es el pecado, el confusionismo teológico y la incertidumbre en cuestiones de fe. Teníamos que reflexionar y ver dónde necesitaba la Iglesia renovación y dónde la podíamos servir mejor, de forma que en el momento oportuno pudiéramos entrar en el corazón de la Iglesia.

Creo que ha llegado el momento de ir al mismo centro de la Iglesia, y es así como la Oficina Internacional se traslada al centro geográfico, porque, según las palabras de Mons. Paul Cordes, Roma es donde palpita el corazón de la Iglesia Católica.

Cuando hablamos de tiempo de transición y de que ha llegado el momento de ser cristianos normales, Iglesia renovada no quiere decir que vayamos a tener un nuevo clericalismo, pues los sacerdotes siempre tendrán su propia función, ni que vayamos a ofrecer todos los ministerios y servicios exclusivamente a los sacerdotes, sino que el Espíritu Santo se mueve de otra forma al tratar de activar las energías de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, haciéndonos a todos cristianos y católicos activos.

La Renovación Carismática no va a poder hacer todo este trabajo por sí sola. Ya hemos hecho muchas cosas. Los grupos de oración se han multiplicado por doquier en cientos de miles, son quizá millones los que han experimentado una conversión poderosa en sus vidas. Hemos hecho un gran bien a la Iglesia. Pero no se ha renovado toda su vida, y si nos quedáramos al margen no podríamos ofrecerle una nueva corriente vital.

Cuando uso este lenguaje no quiero insinuar en modo alguno que seamos nosotros la única renovación de la Iglesia o lo único que actualmente está haciendo el Espíritu Santo para revitalizar la Iglesia. Sino que nosotros somos una parte importante en este plan de renovación y tan importante como Dios quiere que nosotros seamos, ni más ni menos. Tendremos la importancia que Dios nos quiera dar.

Como advertía el P. Diego Jaramillo en Asís, la Renovación Carismática Católica no tiene otro objetivo que el mismo objetivo de la Iglesia. No se trata de una renovación en la Iglesia, sino de una renovación de toda la Iglesia.

III.- NUESTRA RESPUESTA A LA ACCION DEL ESPIRITU EN LA IGLESIA

Durante estos días de reuniones todos juntos tenemos que hallar la forma más práctica de ser parte integral de esta acción plena del Espíritu Santo en la revitalización de su Iglesia. Tenemos una gran responsabilidad para determinar lo que podemos hacer en este servicio a la reconstrucción de la Iglesia según las normas y principios del Evangelio.

No es fácil dar una respuesta universal sobre cómo hemos de movernos para entrar dentro de las parroquias, de las diócesis y ser aceptados en la Iglesia Católica como son aceptados los demás movimientos espirituales.

A sabiendas de que no existe una única forma de actuar en todas las partes del mundo, todos hemos de responder en estos momentos de la historia de la Renovación con los siguientes puntos:

1. Siendo personalmente santos, y todo lo demás viene después de esto. Como dijo Ralph Martín en Asís, el carisma y la primera fuerza de san Francisco fue su santidad. Esta tiene que ser nuestra primera fuerza y nuestra primera meta.

2. Seguir siempre nuestra llamada y responder de una forma incondicional. No pongamos ninguna condición a Dios, sino que nos comprometamos.

3. Hemos de encontrar el lenguaje más adecuado para explicar nuestra experiencia y proclamar la función del Espíritu Santo en toda la vida cristiana y acción apostólica de la Iglesia, de forma que la Iglesia entera nos pueda escuchar y comprender.

4. Debemos continuar manifestando todos los dones y carismas sin ninguna clase de miedo más que a cualquier tipo de exageración o de sensacionalismo innecesario. Ralph Martín observó que los carismas por sí mismos no son todo, no son suficientes ni realizan toda esta tarea. Los carismas llevan funcionando durante catorce años en la Renovación Carismática, pero la manifestación de los carismas no produce por sí misma la renovación de la Iglesia. Hemos de discernir también cuando son auténticos y cuando son falsos.

5. Continuar creyendo en la Iglesia. A veces es difícil a nivel local pues hay muchos obstáculos que nos impiden tener confianza en la Iglesia local. Pero si miramos a la historia de la Iglesia, si miramos al Papa que en estos momentos nos ha dado el Espíritu Santo, si recordamos la promesa que hizo el Señor de estar siempre con la Iglesia hasta el fin del mundo, no podemos menos de creer en la Iglesia.

6. Debe buscarse una nueva fuerza y vigor, nuevas orientaciones muy claras para seleccionar los líderes. Necesitamos guía y directrices muy claras para aquellos que deben ser líderes. No podemos hacer como al principio cuando decíamos: "Dejemos que el Espíritu sople y vaya suscitando..." Siempre hay algo que debe hacerse permanentemente y no podemos permitir que cualquier persona en cualquier momento haga lo que quiera en nombre de la Renovación Carismática, sin ninguna orientación ni guía y sin que nosotros digamos cuál es la mejor manera de poner en práctica toda la experiencia que hemos ido adquiriendo.






EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y EL LIDERAZGO EN LA RENOVACIÓN



Por el Cardenal L. J. Suenens




(Reproducimos, con pequeñas acomodaciones del estilo coloquial, el texto de la Conferencia pronunciada por el Cardenal Suenens en el IV Congreso de Lideres, celebrado en Roma)



Siento una gran alegría por encontrarme con personas de fe, de esperanza y de amor. Doy gracias por este gozo de hallarme aquí y poder sentir qué profundamente estamos en el corazón de la Iglesia. Yo te doy las gracias, Señor, por el espíritu de fe que das a tu pueblo. Te pedimos que utilices el instrumento de esta fe y de este amor para el mundo de hoy.

Comenzaré con una pregunta que se hizo a un sabio de China: "Si fueras el dueño de todo el mundo y pudieras hacer una revolución, ¿qué es lo primero que harías?". Su respuesta fue: "Volvería a establecer el significado de las palabras".

Pensad en esto: el significado de las palabras.

Cuando hablamos de amor, ¿qué queremos decir? Cuando se oye hablar de amor, es todo menos amor. Habría que restaurar el carácter sagrado de la palabra "amor". Cuando utilizamos la palabra "cristiano", ¿qué queremos decir? Según estadísticas sociológicas hay cristianos que no creen en la Resurrección de Jesucristo.

Corno vemos, no todos los cristianos saben respetar la palabra.

A) EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y EL ESPÍRITU SANTO.

Me gustaría profundizar con vosotros en el significado de la palabra Iglesia. Es una cuestión fundamental. ¿Qué entendemos por Iglesia cuando oímos este nombre? En los medios de comunicación social siempre es lo mismo: la institución, la iglesia jerárquica, cualquier cosa menos Iglesia. Todo se mira con ojos humanos y no se ve más que la realidad sociológica, la realidad histórica, gentes como ustedes y como yo.

¿Qué creo cuando digo Iglesia? Recuerden lo que confesamos en el Credo: Creemos en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Pero esto no lo vemos. No vemos unidad, sino divisiones, fragmentaciones. No sé de ustedes, pero, para mí, no somos santos, santos para ser canonizados. Creemos en la Iglesia, una, santa y universal, pero no vemos que sea universal, no vemos la Iglesia Católica en los grandes países como China o la India, sino sólo pequeñas minorías.

Cuando digo creo en la Iglesia apostólica, veo la continuidad de los Apóstoles enviados por el Señor, pero también veo otros líderes que se han nombrado a sí mismos, y ésa no es mi Iglesia. Hay una dualidad entre la iglesia que veo y la iglesia en la que creo. Y sin embargo sigo diciendo: creo que es una. La unidad de la Iglesia no es algo para el futuro, sino que ya está ahí desde el comienzo en Pentecostés. Todos los Apóstoles fueron bautizados en el único Espíritu. El Espíritu y Jesús estarán ahí para siempre. Es la unidad fundamental. Tenemos que restaurar la visibilidad de la unidad de la Iglesia, pero su unidad ya está ahí.

Creo en la Iglesia, una y santa. No en la santidad de las personas, sino en la unción y en la santidad del Espíritu en su Cuerpo. Cuando digo Santo Padre, y así le hablaremos mañana al Papa, ¿quiere esto decir que él es un santo? Entre nosotros, yo diría que sí, que lo es, pero no es esto lo que yo quiero expresar. Creo en la santidad del Espíritu a través de instrumentos como el Papa y los Obispos.

Y cuando digo: creo en la Iglesia universal, en la catolicidad de la Iglesia, es porque su universalidad ya está ahí desde el primer día de Pentecostés, como también estaba el símbolo del fuego y el de las lenguas.

Pienso que sería una verdadera gracia de este Congreso si llegáramos a pronunciar la palabra Iglesia de una manera diferente, ahora y mañana, en el sentido de que sólo el Espíritu Santo nos puede enseñar a decir este nombre con profundidad, lo mismo que sabemos que sólo el Espíritu puede realmente llamar a Dios Padre.

Sólo el Espíritu Santo puede decir en nosotros: Jesús, Tú eres mi Señor, Tú eres mi salvador. Yo no puedo decir esto valiéndome de mi propia sabiduría humana. Es el Espíritu Santo en ustedes y en mí. Cuando digo Jesús, es el Espíritu Santo el que nos inspira e ilumina la imagen de Jesús, mostrándonos su proximidad y bondad. Yo te doy gracias, Señor; con el Espíritu y en el Espíritu.

Sólo el Espíritu puede decir María, porque ella estaba allí. Únicamente el Espíritu puede penetrar en los misterios de Dios, y la Encarnación lo mismo que la colaboración de María es algo que pertenece a las profundidades del misterio de Dios. Sólo el Espíritu nos puede introducir en la profundidad de lo que decimos al pronunciar la palabra María, y sólo el Espíritu nos puede introducir en la palabra Iglesia porque la Iglesia es un misterio.

Hemos olvidado leer lo más importante del Vaticano II. Como ustedes saben, la Lumen gentium, o Constitución Dogmática sobre la Iglesia, es el más importante de todos los documentos del Concilio. En él se responde a la primera pregunta: "¿quién decís vosotros que soy yo?". Es la pregunta fundamental: ?"Iglesia. ¿Tú quién eres?". La primera palabra del capítulo primero de la Lumen gentium nos habla del misterio de la Iglesia. No se habla de la Iglesia como si fuera una estructura o una organización. Es un misterio, el misterio de Dios, y en el misterio de Dios es donde encontraré el misterio de Jesucristo que hoy me llega a mí y a todos de una forma sacramental. La vida histórica de Jesucristo terminó al cabo de treinta y tres año, pero su vida mística, su vida sacramental ahí está con nosotros: es el misterio y la realidad sacramental de la Iglesia.

Es Jesús a quien encontramos en los sacramentos. Yo fui bautizado por tal o cual sacerdote, pero en realidad fue Jesús el que me bautizó. Cuando me acerco a un sacerdote para la reconciliación de los pecados, no es el sacerdote el que me da el perdón. El me dirá: yo te perdono en el nombre de Jesucristo.

Podemos tomar cualquier sacramento y siempre es Jesús el que bautiza por el ministerio de sus ministros ordenados, el que confirma por el ministerio de sus Obispos, el que sana en el sacramento de los enfermos, el que reconcilia en el sacramento de la reconciliación, el que está allí uniendo esposo y esposa, el que actuó allí el día en que fuimos ordenados para continuar su misión a través de su Espíritu enviado a nosotros.

Es así como vemos la Iglesia en la continuidad del misterio de la Encarnación y en la visibilidad de los sacramentos. En ella encontramos a Jesús nuestro Salvador. No podemos perder este encuentro. Es vital el misterio de Jesús en su cuerpo que es la Iglesia y el misterio del Espíritu presente en la Iglesia.

Hablando con propiedad podemos decir que el Espíritu Santo no es una parte de la Iglesia. Tampoco podemos presentar dos dimensiones de la Iglesia, la institucional y la carismática. Esta es una visión muy pobre y no es la realidad. La realidad es que la totalidad de la Iglesia es carismática en todos sus aspectos. Tenemos cierta dificultad para ver esto porque pensamos que lo carismático y la estructura son dos cosas distintas. Pero no es así. En lo institucional tenemos esencialmente la sacramentalidad, y cada uno de los sacramentos está lleno del Espíritu Santo. De esto deberíamos ser siempre muy conscientes.

Recordando mi propia historia veo que primero fui ordenado como diácono. ¿Qué me dijo la Iglesia, mi Obispo, cuando ante él me arrodillé y fui hecho diácono? Unas palabras un tanto extrañas: Recibe el Espíritu Santo para fortalecerte y para luchar contra el poder de las tinieblas. Y cuando fui hecho sacerdote mi Obispo me dijo: Recibe el Espíritu Santo, a quien perdones los pecados en mi nombre le serán perdonados. Y cuando fui hecho Obispo, los Obispos consagrantes dijeron: Recibe el Espíritu Santo. Hay una unción del Espíritu en el ministerio sacramental de la ordenación.

No deberíamos hablar diciendo "esto es institucional" o "nosotros somos carismáticos". Todos somos carismáticos. El Espíritu lo llena todo. Es como si dijera que este dedo no está animado por mi alma, o que parte de mi cuerpo está animada y la otra no. Mi alma anima todo el cuerpo en todos los aspectos. Así es la Iglesia y ésta es la Iglesia de mi fe.

Creo que una vez que veamos esto a la luz del Espíritu, todo va a ser mucho más fácil.

Respecto a la presencia del Espíritu en la Iglesia me gustaría recalcar el hecho de que el Espíritu Santo no vino como una visión ya cuando Jesús había establecido su Iglesia. El Espíritu Santo es parte de la estructura de la Iglesia. No de la organización, que con el tiempo puede cambiar, lo mismo que puede cambiar la ley canónica, pues todo se puede organizar de forma distinta. Es posible introducir diversos cambios y que todo sea distinto para el mundo de oriente y para el mundo latino: todo esto no es más que organización. Pero el Espíritu está dentro de la estructura. No es un aditivo, como si tuviéramos un coche al que se le acaba el carburante y el Espíritu tuviera que empujar. El es parte de la realidad total y está en todas partes.

Si entendemos esto, no hay posibilidad de oposición entre una iglesia institucional y una iglesia carismática. Esta oposición no existe. Todos estamos juntos en una realidad carismática por el poder del Espíritu de Dios, y esto es lo que hemos de cumplir en nuestra acción.

B) SUPLICA A LOS OBISPOS Y SACERDOTES QUE NO ESTAN EN LA RENOVACION CARISMATICA

Mis palabras serán ahora para los Obispos, sacerdotes y diáconos que no se hallan aquí presentes. Ellos forman parte del ministerio ordenado, ya que recibieron el Espíritu Santo. Y siento el gran gozo de que se introduzca en la Iglesia el diaconado permanente porque es una realidad sacramental.

Mi mensaje es doble: va dirigido primeramente a la parte invisible de Obispos, sacerdotes y diáconos que no están aquí, a los que desde lo más profundo de mi corazón quisiera presentar una súplica pidiéndoles tres cosas: Reconozcan la Renovación, integren la Renovación, eviten ciertas cosas. Pero también hablo para los líderes que se encuentran aquí, a los cuales pido lo mismo, pero desde el otro lado.

1.- Mi gran sufrimiento es cómo convencer a nuestros Obispos y sacerdotes. No a todos afortunadamente, pero tenemos que ser muy realistas: muchos no ven lo que está sucediendo en la Renovación Carismática.

Mi primera petición es: por favor, reconozcan la visitación del Señor. Hay una visita del Señor, una gracia dada a la Iglesia y al mundo de hoy en esta Renovación, renovación extraña porque surge de la nada de una forma muy inesperada y de América precisamente. ¿Cómo explicar esto? Yo no me lo explico, también me sorprende a mí. Pero por favor reconozcan el gran don que el Señor nos está dando.

Todo el mundo habla de los signos de los tiempos. No busquen solamente los signos de los tiempos en el mundo. Búsquenlos también en las estrellas de los cielos, pues hay algo, una gracia extraordinaria que viene a renovar a la Iglesia desde dentro, sin que pretenda tener el monopolio de ningún tipo, ya que todos somos carismáticos.

Esto es muy importante. No somos un pueblo especial, sino cristianos normales. Naturalmente se utiliza la palabra carismática porque de alguna forma se ha de caracterizar esta renovación. Es lo mismo que cuando se pregunta ¿Sois de la compañía de Jesús? ¿Sois jesuitas? Podemos responder: todos somos de la compañía de Jesús, aunque ellos han tomado el título.

Obispos, traten de abrir la mente y el corazón a las sorpresas del Espíritu Santo. Es sorpresa porque no es la forma normal. Cuando el Espíritu sopla escuchen, dejen que el Espíritu sople. Recuerden al Papa Juan XXIII cuando oró por un Nuevo Pentecostés. El Vaticano II fue el comienzo de este Nuevo Pentecostés y creo que la Renovación Carismática es una continuación del Concilio. ¿Qué pasará dentro de veinte años? De momento yo veo un movimiento muy grande del Espíritu.

Obispos, por favor, no vean la Renovación Carismática como un movimiento cualquiera, sino como un movimiento del Espíritu. No pierdan el tiempo para ver dónde se sitúa y se pone o cómo encaja dentro de sus planes. Olviden sus planes y dejen que el Espíritu los inspire.

Les contaré un hecho gracioso. Me cuesta un poco, pero lo diré en acto de humildad. Dos años antes de que llegara a ser el Papa Juan Pablo I me encontré con él en cierta ocasión en Roma y me dijo: ''He leído el libro ¿Un Nuevo Pentecostés?". Le contesté: "Se lo vaya enviar con una condición: que no me responda diciendo 'he recibido su libro y es muy interesante, ya lo leeré algún día...” Por favor, déme su reacción o de lo contrario no se lo enviaré". El era entonces Patriarca de Venecia, y unas semanas más tarde después de recibir el libro me escribió una carta muy divertida en la que comenzaba diciendo: "He leído su libro y estoy en completo desacuerdo con lo que dice en tal página y en tal línea". Miré a ver qué era y decía: “Me expreso muy mal". Y seguía diciendo: "Usted se expresa muy bien. Yo creía que conocía los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo. Pero después de leer lo que significa la Renovación Pentecostal, después de leer este libro, creo que ahora leo los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas con ojos nuevos".

Queridos Obispos, crean en esto, es Pentecostés, es lo que sucedió al comienzo de la Iglesia. No hay razón para que esto sólo sucediera al principio, lo esperemos o no lo esperemos. Yo tampoco lo esperaba. En el Vaticano II tuve un discurso en favor de los carismas y nunca pude suponer que unos años más tarde llegara a ser una cosa tan fuerte.

Esta es, pues, mi súplica a los Obispos: Sepan que el Señor está haciendo algo muy importante para la Iglesia. Estén abiertos a ello.

2.- Segundo paso: Presten su colaboración para integrar la Renovación en la vida sacramental. La Renovación ofrece maravillosas oportunidades para que cada uno de los sacramentos adquiera nueva vida.

Tomen cada uno de los sacramentos. Hemos sido bautizados y confirmados al principio, pero el cristiano de hoy sólo puede seguir siendo cristiano si encuentra a Jesús de una forma viva. No se trata de algo nuevo, sino de algo renovado. Tenemos que ver cómo el Bautismo en el Espíritu -o cualquier otro nombre que le queramos dar: esa realidad o esa experiencia del Espíritu- puede aportar una gran vida a los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación que son el principio y raíz de la vida sacramental.

Piensen en la Liturgia del Sábado Santo. Hay un diálogo entre el celebrante y los fieles a los que se les pide que renueven los compromisos bautismales y ellos responden "Sí, renovamos". La Renovación puede ofrecer a esta vida una profundidad y complementariedad de la fe. Necesitamos ambas cosas.

Miremos nuestra propia vida. Yo veo cómo ha cambiado mi manera de actuar en los sacramentos. Antes, cuando tenía que visitar a un enfermo, solía decir: "Anímate, amigo, yo oraré por ti..." Y esto era todo lo que hacía. Pero ahora cuando visito a algún sacerdote enfermo o tengo que dar el sacramento de la unción, me acompañan otros sacerdotes o un grupo de laicos y ellos oran conmigo, y entonces hay algo que cobra nueva vida. De seguro que habrá lágrimas en los ojos, porque esa es la vida, pero el sacramento es siempre el sacramento y no podemos negar la realidad de esta complementariedad.

Si tenemos esta posibilidad de aportar sangre nueva a la vida sacramental, ¿por qué no integrar esto en profundidad en la formación de los sacerdotes? En todo ello hay una oportunidad de Dios.

3.- Diría también humildemente a mis queridos hermanos, Obispos y sacerdotes: no juzguen la Renovación Carismática por algunas personas quizá no muy equilibradas.

Nunca fui a una iglesia, aun antes de que existieran los carismáticos, en la que no hallara personas que daban sus mensajes morbosos como si fueran del Señor. Si algún día se encuentran con personas de este tipo, pues las hay por todas partes y son debilidades humanas, no juzguen la Renovación Carismática ni tampoco un grupo cualquiera por estas pequeñas cosas. Sabemos que la debilidad humana es la debilidad humana.


No sean demasiado prudentes. Esto me recuerda la charla que di en Turín hace unos años. Estaba diciendo que los Obispos eran muy prudentes y junto a mí estaba el Cardenal Pellegrino. Entonces añadí: ''Todos los Obispos son demasiado prudentes menos vuestro Obispo ", y todos aplaudieron.
Estén dispuestos a dar cierta posibilidad incluso a los errores y no subrayen sólo la prudencia.



C) SUPLICA A LOS LIDERES DE LA RENOVACION CARISMATICA

Debo hablar ahora a los líderes carismáticos después de la súplica que hice al principio para ver la Iglesia como el misterio de Jesucristo y el misterio del Espíritu Santo y que fuera entendido por todos. Les diría lo mismo que dije a los Obispos y a los sacerdotes: Reconozcan, integren y mediten.

1- Reconozcan la realidad carismática que hay en la vida sacramental de la Iglesia. Reconozcan al Espíritu Santo en su Obispo, en sus sacerdotes y diáconos. Reconozcan lo que dice el Credo: "Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”-. Oigan esta palabra.

Jesús fue enviado por el Padre y después dijo a los Apóstoles: ''Como el Padre me envió, yo también os envío" (Jn 20. 21). Y desde aquel momento la Iglesia es apostólica, lo cual quiere decir que los líderes de la Iglesia son puestos por el Señor en una dimensión sacramental. Hay una unción dada por el Señor. El Obispo está ungido por el Espíritu Santo, los sacerdotes, lo mismo que el diácono, también recibieron esta unción del Espíritu en una complementariedad de este ministerio.

Reconozcan al Espíritu Santo y no miren a su Obispo, sacerdotes y diáconos como personas a las que tienen miedo porque son más o menos juristas, de esta forma o de aquella. Vayan siempre a ellos con espíritu de fe. Llamen a la puerta del Obispo con fe y si dice que no a lo que ustedes pidan vuelvan a llamar. El Señor dice: "Llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7), pero no dice cuántas veces tenemos que llamar. No se trata de ir a convencer a un sacerdote u obispo, sino de ofrecer una oportunidad, de traducir el amor de Dios y poder hacer humildemente un servicio. Hinquen la rodilla a los pies de su hermano, pues la humildad es la llave que abre las puertas.

Cuando empezó la Renovación Carismática en los Estados Unidos uno de los Obispos dijo a los carismáticos: "No acepto que oren en lenguas". ¿Qué hicieron? Obedecieron. Al cabo de tres meses estaba tan sorprendido de aquella gente tan obediente, que les dijo: "Está bien, sigan como antes, y obren en espíritu de fe",

No creemos lo suficiente, pero es muy importante cuando se obra con espíritu de fe. Puede haber algo totalmente humano, pero ésta no es la forma como creo se ha de reconocer al Espíritu en los Obispos y en su dirección, pues han sido nombrados para esto.

Yo diría "Obispos" en plural, porque la Iglesia no es sólo el Papa, y tu Obispo no representa al Papa. La Iglesia es una comunión de iglesias alrededor de la iglesia madre de Roma, de la iglesia de Pedro y de Pablo. El Papa está allí para confirmar a los hermanos en la fe. El Obispo en cada diócesis no representa al Papa. En su debilidad humana representa a Jesús para ustedes.

Esta es la realidad. El es el que preside la Eucaristía y puede autorizar para que se celebre. Esto tiene que hacerse por los sacerdotes porque él ha de autentificar y ser fiel a las palabras del Señor Haced esto en memoria mía. No se pueden hacer las cosas de cualquier modo sino en forma determinada y en conexión con el pasado. Para esto se da la jurisdicción. Antiguamente cuando un sacerdote tenía que predicar en presencia del Obispo debía arrodillarse ante él para que le diera la misión, es decir, para autentificar su misión.

Pueden equivocarse, incluso el Papa se puede equivocar alguna vez, pero se ha de obedecer no porque sea una persona infalible, sino porque el Señor lo nombró para eso, y para ello fue ungido. Los errores son humanos. Cualquier Obispo puede cometer errores.

Reconozcan al Espíritu Santo allí donde ha sido enviado. "Como el Padre me envió, yo os envío" (Jn 20. 21). Recuerden las palabras del Señor en el último momento cuando dijo a los Apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén sino que aguardasen la Promesa del Padre y que recibirían la fuerza del Espíritu Santo que vendría sobre ellos para ser testigos hasta los confines de la tierra (Hch l. 4-8). El les cubrirá a ellos, pobres hombres, al Papa, a los Obispos, a los sacerdotes. ¿Son fieles? Esto es problema de ellos, nosotros somos fieles al Señor yendo en Espíritu a ellos.


2.- El segundo deber, después de reconocer al Espíritu Santo en la Iglesia, es integrar la Renovación en la vida sacramental.
Un teólogo americano escribió hace diez años que una de las tareas por hacer en la Renovación Carismática es integrar la experiencia carismática a los sacramentos. Pues bien, esta integración hay que hacerla por ambas partes. Deben encontrarse las aguas de ambas procedencias. Para que la vida sacramental adquiera mayor vitalidad debe ir unida también la experiencia de la vida.



Podemos ver cómo realizar esta integración. Tomemos, por ejemplo, el Bautismo en el Espíritu Santo. Al principio me sentía un tanto turbado, pues solía oír a los carismáticos decir: "Hace tres años que fui bautizado". Yo les preguntaba: "¿Es que no habías sido bautizado antes?". "Ah, sí, pero....” Debes reconocer que eres cristiano desde el primer día de tu bautismo. No digas que has sido bautizado después. Di que has tomado una nueva conciencia de tu Bautismo.

Si les puedo pedir algo, será esto: que respeten el significado de las palabras y no se hable en sentido vago.

Otro ejemplo es el sacramento de la Reconciliación que está en la Biblia: "Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados" (St 5,16). Pero no olvidemos que el Señor dio explícitamente el poder para absolver los pecados a los sacerdotes. Pongan juntas ambas cosas. Yo sueño en que llegue el día en que el sacramento penitencial se celebre no solo con el sacerdote, sino con el grupo en torno a él, con todo el pueblo de Dios orando juntos.

Hay que integrar todos los aspectos de la vida cristiana en la vida de la Iglesia. Otro ejemplo puede ser la lectura de la Biblia. Por supuesto que podemos abrirla por cualquier página y leer. Siempre podemos hacerla y siempre nos hablará. Pero la Iglesia nos abre cada día la Biblia y nos da esta lectura del Evangelio o aquel pasaje del Antiguo Testamento. Es un mensaje que la santa madre Iglesia nos quiere dar a los hijos y nos dice: ¿queréis compartir el pan de la palabra y el pan de la vida? Sí, cierto, compartimos si damos prioridad a la Palabra de Dios que nos habla en el Evangelio de cada día. Es una palabra del Señor para mí en el día de hoy, y creo que el Señor me dirá algo a través de estos textos sagrados de la liturgia.

A veces me he sentido un poco incómodo en algunas reuniones en las que se oía Aleluya desde el principio del año hasta el final, incluso en Viernes Santo. Por supuesto que se puede cantar Aleluya en Viernes Santo, no hay objeción esencial en contra. Pero hay que hacer una integración en la vida litúrgica de la Iglesia. Si ustedes desean reformarse y renovarse, nos dice la Iglesia, vengan a mí y sigan el Año Litúrgico, yo tengo primero un tiempo de Adviento para fomentar la esperanza en el Señor, después seguiremos a Jesús en el camino a lo largo de la Cuaresma, y después les daré Pascua y Pentecostés, síganlos.

Tenemos un ritmo litúrgico y es preciso entrar en él. Es importante que lo comprendamos y lo hagamos. Por tanto, reconozcan la renovación en ambas partes y las integren. Para abreviarlo y hacerlo más fácil tienen ahora en tres volúmenes todas las afirmaciones y pronunciamientos de la Iglesia sobre la Renovación.

D) TEMORES DE LOS OBISPOS

Veamos lo que podemos llamar temores de los Obispos sobre la Renovación. Advertiremos que casi siempre se enuncian los mismos: cuidado con esto, cuidado con aquello o con lo de más allá.

Esto es como las luces rojas que encontramos en la carretera. Las necesitamos, no para evitar la posibilidad de seguir las luces verdes ni para impedirnos caminar, sino para reducir la velocidad en algunos momentos.

Es importante que los periódicos y revistas de la Renovación se asuman estas críticas, no como ataques, sino como invitaciones para ver que hay cosas que se pueden cambiar.

Por ejemplo, no pongamos toda nuestra atención en los dones extraordinarios, los cuales son excepcionales. No voy a entrar ahora en este análisis. Solamente quiero decir a los líderes que tomen estas palabras en serio. No miren las líneas que les agradan sino las que les desagradan.

Siempre ocurre lo mismo. Cuando el Papa publica una Encíclica la gente se fija más en las cosas que le favorecen, y omite aquellas que no les conviene. Si el Papa dice que se hable sobre liberación, en Brasil, o en cualquier parte del mundo, buscamos lo que nos gustaría leer allí. Pero hemos de acostumbrarnos también a leer aquello que nos desagrada. Evitemos, por tanto, omitir esas líneas de los pronunciamientos de la Iglesia y leámoslas completas.

Tengamos también cuidado con algunos sectores delicados. No deseo entrar en detalles, pero quisiera mencionar lo que se ve en algunas partes del mundo, por ejemplo "el descanso en el Espíritu". Un Obispo se puede preguntar: ¿qué es eso del descanso en el Espíritu? ¿Qué decir sobre ello? Sin entrar en pormenores, no llamemos a esto intervención directa del Espíritu Santo ni lo tomemos por milagro. Dejemos a la prudencia del Obispo el discernirlo.

Lo mismo diría del ministerio de liberación. Debemos afirmar la existencia del demonio, y cuando oramos por liberación "Padre nuestro que estás en los cielos ... líbranos del mal", este tipo de oración de liberación no tiene problemas. Pero el interpelar al demonio mediante el exorcismo trae muchos problemas. Pidan permiso al Obispo, no tengan miedo de hablarle, no le oculten nada y déjenlo a su prudencia y orientación. Creo que un día esto será para toda la Iglesia, pero mientras tanto tengan sumo cuidado.

Podríamos seguir, pero tenemos que trabajar por ambas partes para conseguir la integración en la única Iglesia carismática.

E) ESPERANZA EN LA UNIDAD VISIBLE

Ya que están aquí nuestros amigos de las Iglesias no católicas, con las que estamos en comunión en el Espíritu Santo, creo que en la Renovación Carismática hay una esperanza de que pueda llegar a realizarse un día la unidad visible de la Iglesia antes del año 2.000. Compartir todo lo que tenemos en común, la comunidad del amor en el único Espíritu, es algo que nos llena de esperanza.

Sugiero que en alguna conversación con los representantes de las Iglesias nos preguntemos si podemos celebrar juntos Pentecostés u orar en común durante la semana de Pentecostés para preparar el día en que volvamos al Cenáculo de Jerusalén de donde salimos.

En cierta ocasión me preguntó un sacerdote: "¿Dónde celebraría su aniversario?". "Creo que el mejor lugar para celebrar mi aniversario sería Jerusalén, en el Cenáculo", le respondí. Entonces pensé que podía ir con algunos amigos a aquel lugar en el día de Pentecostés. Hablé con algunos, y por fin allí nos encontramos unos cincuenta y dos, de los que tres cuartas partes no eran católicos. Allí estuvimos juntos cerca del Cenáculo para amarnos y orar unidos unos por otros. Es una acción simbólica por la que volvemos.

Quizá conozcan los versos de Eliot: ?No cesaremos de explorar. Y el final de toda exploración será llegar al punto de donde habíamos comenzado, ver el lugar de la primera vez.

Comenzamos en aquel Cenáculo con la Iglesia apostólica, con María, unidos no más de veinte personas. Ahora tenemos frente a nosotros una Iglesia que es una, santa, católica y apostólica. Miremos y llevemos esta visión del pasado al futuro y consigamos que Renovación Carismática nos renueve diariamente.

El sueño de los sueños debería ser que la Renovación Carismática desapareciera un día porque todas las iglesias fueran carismáticas. Llevar la conciencia de esta unidad a todos los hermanos será algo maravilloso. Yo les agradezco su fe y su esperanza. Amén.



LA MUJER EN LA IGLESIA

Por María Olga de Serna

Seminario dado en la IV Conferencia Internacional de Dirigentes de la R.C. Roma, 6 de Mayo de 1981. Cf, también "Fuego" núm. 54, págs. 4-5.




Calculo que en Colombia la Renovación Carismática Católica cuenta con alrededor de tres mujeres por cada hombre. Se podrá pensar que esto se debe a que la mujer ha sido siempre la mejor amiga que la religión ha tenido, aunque el que tal piense, sabrá que la religión no ha sido la mejor amiga de la mujer. A pesar de todo, la mujer nunca ha dejado de acercarse a Dios, porque nunca le ha tenido miedo.



En líneas generales podemos decir que las mujeres somos la mitad de la Iglesia y que tenemos la oportunidad de educar a la otra mitad, pero la verdad es que no sólo vemos una desproporción en la Renovación Carismática, sino también en la misa dominical. El 75 por cien son mujeres. ¿Por qué nosotras seguimos asistiendo a la misa y la otra mitad se margina de ella? No lo sé. Sin embargo debo agregar que esta cantidad de "hijas de Abraham" que congrega una parroquia, forman una masa inactiva, espectadora y sin ninguna influencia. Ni siquiera es eficiente en la evangelización de su propia familia. Esto continuará así a menos que estudiemos a la luz del Evangelio qué es lo que hacía Jesús para movilizar a las mujeres.

JESÚS Y LA MUJER

El nunca las consideró ciudadanas de segunda categoría. Nunca pensó en gobernarlas. Nunca implantó su masculinidad frente a ellas. Para El, las mujeres tenían la misma dignidad y la misma responsabilidad ante el Padre celestial y ante la humanidad. En esto Jesús fue un revolucionario.

El sabía que si una mujer tenía la oportunidad de contemplarlo resucitado, tendría al día siguiente un grupo de oración con los apóstoles. Mujer que lo contemplara, mujer que se volvía misionera. Sabía que a la mujer le fascina servir y, por eso, si alguna dificultad se lo estaba impidiendo, El se la quitaba. Jamás se sintió impuro porque una mujer le tocara la túnica. Se desviaba de su camino si tenía que resucitar a una niña. Decía que para seguirlo, no sólo el hombre debía renunciar a los lazos familiares, sino que la mujer también debía hacerlo.

Leemos que las mujeres lo seguían de pueblo en pueblo y seguramente las más pudientes lo vestían. Una túnica sin costuras era algo muy costoso en ese tiempo. La verdad es que la mujer jamás lo ha abandonado, así le haya tocado quedarse lejos a mirar cómo los hombres acababan con El.

LA MUJER HOY

Hoy las mujeres no podemos quedarnos lejos mirando cómo el mundo está haciendo desaparecer sistemáticamente a Jesús. Creo que las mujeres no estamos actuando en las parroquias, porque desde hace mucho tiempo se nos viene tratando como seres a medio fabricar. El hombre ha estado repudiando a la mujer desde tiempos inmemoriales. El Señor fue muy claro con nosotros cuando nos dijo que "al principio no fue así, pero por la dureza del corazón de los hombres, se habían permitido ciertas cosas". Puebla, apoyándose en el texto del Génesis: "Creó Dios al ser humano, a imagen suya, a imagen de Dios lo creó hombre y mujer lo creó", afirma que la tarea de dominar al mundo, de continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores corresponde tanto a la mujer como al hombre. Desde la creación, pues, se nos presenta en la pareja la igualdad conjuntamente con la diferencia. El pasaje no dice que todos deban casarse. Dice que para que el hombre alcance la plenitud del ser que es la imagen de Dios, tendrá que hacerla con la mujer y viceversa. Sean célibes o no. Mi experiencia ha sido que muy pocas mujeres entienden esta igualdad en la creación de Dios y que sólo esas pocas son capaces de aceptar la diferencia, diferencia que el mundo trata de borrar. La mujer, muchas veces no ve que la condición para someter la tierra es labor conjunta con el varón, y es por eso que muchas se retiran de la lucha, porque creen que el hombre solo, sin la mujer, puede alcanzar la plenitud del género humano. Pero solo no la alcanzará, a pesar de estar mejor situado que la mujer en la sociedad de hoy. Si nos fijamos en la historia, veremos que la mujer hace su aparición en momentos de necesidad, cuando el hombre no ha podido hacer frente a las demandas que se acumulan sobre él. Debe ser por eso que Puebla dice que la aparición de la mujer es "signo de los tiempos". Hoy todo está convulsionado, todo es caos. Nadie puede decir que al menos en su pueblo las cosas marchen bien.

Yo les diría a los Josés de hoy (los maridos de las mujeres carismáticas) que no teman recibir a la mujer, porque lo que hay en ellas viene del Espíritu Santo, y es salvífico. Lo mismo les diría a los jerarcas, si ellos me lo permitieran. Nunca olvidemos que Dios escogió a una mujer para devolver al ser humano la armonía en que debe vivir con su creador. La mujer cuando aparece, llega en ayuda del hombre. Toda ayuda, toda colaboración femenina forma parte del plan de Dios.

A la mujer, le hablo de la mujer por tratar de que entiendan esta igualdad, les pido que colaboremos en la salvación del mundo, les ruego que perdonen a los hombres, y como prueba de este perdón insisto en que depongan las armas, que abandonen sus sutiles venganzas, que prediquen claramente sin rodeos, porque todo lo debemos hacer sin espadas y sin ejércitos, con el Espíritu Santo de Dios. La verdad es que a la mujer no le resulta difícil identificar su función con la del Espíritu Santo, con El que se llama Abogado y Consolador, que viene a dar gloria a otro y que no habla de sí mismo. Me atrevo a decir que el pecado contra el Espíritu Santo es similar al pecado contra la mujer. Querer usarla, querer dominarla, malinterpretarla, silenciarla hasta no poder oír sus gemidos. El Espíritu Santo es el amor maternal de Dios para los hombres, que llama a nuestra puerta y no abrirle es un pecado imperdonable.

NO HAY HOMBE O MUJER

Hoy el Señor está haciendo una nueva humanidad en Cristo, donde no tiene cabida ningún tipo de división, como las hay en el mundo: divisiones entre inferiores y superiores, mejores o peores, fuertes o débiles, sometedores y sometidos. Dice que en el mundo nuevo no existe la discriminación racial porque allí no hay griegos ni judíos, dice que debemos acabar con las clases sociales porque para El no hay libre ni esclavo y que tampoco hay hombre o mujer, antagonismos éstos, típicos de una humanidad caída. Hoy el Señor Dios quiere hacernos uno solo en su Hijo, para que el mundo crea. Los cristianos lo decimos pero no damos testimonio de esta nueva humanidad que El quiere ver encarnada en nosotros.

La Iglesia ha luchado por acabar con la discriminación racial y con las diferencias de clases, pero hemos luchado muy poco para acabar con el antagonismo entre los sexos. Al menos las mujeres no vemos nada en este campo. Es increíble que el mundo nos esté dando ejemplo, a nosotros que hemos sido llamados por Dios para dar testimonio de la verdad. Hoy todo lo que se está haciendo, es por fuera de la Iglesia, con el consiguiente riesgo que tiene el dejar que sea el mundo quien abra caminos sobre un tema tan fundamental.

La injusticia, todos la vemos, es grande: madres que deben prostituirse con sus maridos para conseguir de ellos algún dinero con que alimentar a los hijos, esposas golpeadas, madres abandonadas, niños que no van a la escuela porque el padre decide que deben trabajar sin que la madre pueda oponerse. No tengo que seguir enumerando casos, pero sí quiero decir que la Iglesia no se está comportando a este respecto, en la práctica, como Madre y Maestra. Todo lo que la mujer oye es un "ten paciencia, ofréceselo a Dios como sacrificio". A Dios no se le ofrecen sacrificios manchados de injusticia. De estas cosas hay que arrepentirse, pedir perdón y clamar pidiendo misericordia.

Hoy la juventud femenina no quiere casarse ante la Iglesia. Si se casan no quieren tener hijos y si los tienen los ponen en guarderías para que otros los críen. Ellas se van a trabajar porque han visto que la mujer que obtiene su independencia económica no es maltratada. El número de hijos naturales es altísimo y aunque la mujer diga que fue engañada, en muchos casos ella lo quiso así para no tener que hacerse cargo de un marido.

LA R.C. Y LA MUJER

La Renovación Carismática llegó como un bálsamo para la mujer. Dentro de ella ha podido comprobar que Dios la ama, que no la ha abandonado, que no está sola y que con el poder del Espíritu ella puede contribuir para que las nuevas generaciones sean más justas, más acordes con el plan de Dios para el ser humano. Ha podido aprender a expresar la sabiduría de Dios, no sólo en los grupos de oración, sino dentro de su hogar. Ha podido aprender a compartir con los demás y a recibir el consuelo del Señor. Ha aprendido a evangelizar y de ahí la gran afluencia femenina.

Tarde o temprano la Iglesia tendrá que recibir a esta mujer, tal cual ella es, tal cual Dios la está redimiendo, sin tratar de hacer de ella un hombre. No somos reproducciones; para eso habría bastado con que el Señor hubiera puesto un espejo frente a Adán y le hubiera dicho: ''Hijo, cada vez que te sientas solo, mírate".

No sé si en la Iglesia es la hora de que los hombres se saquen un ojo o se corten una mano, como dice el Evangelio, pero sí sé que no podrá continuar ignorando a la mujer o postergando la solución a su discriminación.


En la Renovación Carismática, y como miembros de la Iglesia, estamos llamados a defender a la mujer, haciendo pública cualquier injusticia en este campo, hasta llegar por la ayuda de Dios a restaurar la creación original: el ser humano, hombre y mujer, portadores de la imagen de Dios en este planeta.
Si nos llamamos cristianos es porque Cristo habita en nosotros, y a Cristo nunca se le oyó ni se le vio una actitud de desprecio cuando estaba con una mujer. Muy por el contrario, todo en El era afable y nunca vimos que una mujer se sintiera en peligro de ser tratada despóticamente por El. La mujer samaritana habló con El y salió a evangelizar sin dejarle esa labor al hombre con quien vivía. María Magdalena lo vio resucitado y corrió a anunciarlo a los apóstoles, y María la Virgen Madre, se apresuró a visitar a Isabel y a cantar las alabanzas del Creador, y más tarde a buscar al niño, en compañía de José.



Las últimas palabras de Cristo para nosotras fueron: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos". Me pregunto ¿hasta cuándo tendremos que seguir llorando?

Seamos realistas, aceptemos que no estamos viviendo en el primer siglo de la Iglesia. No veo razón para mantener el "status quo" reflejado en la Iglesia del primer siglo, como si su ejemplo fuera a establecer normas rectoras para todos los tiempos y lugares.(1) Yo creo que debemos abogar más bien por los principios liberadores de que habla el Nuevo Testamento para alcanzar así el ideal de una humanidad redimida por Cristo. Por otra parte, me parece que si tratamos de insistir en la relación hombre-mujer propia del primer siglo, deberíamos restituir la esclavitud. No olvidemos que cuando el hombre se separa de su creador se enseñorea de la mujer y que cuando ésta decide abandonar a Dios, su único pensamiento es su marido y cómo dominarlo. Reflejemos pues la imagen de Dios. La humanidad es hombre-mujer y esta relación de los dos entre sí, es por el Espíritu Santo. Incluyendo al Espíritu de Dios es como seremos imagen de la Trinidad.


(1) Nota de la Redacción:
Sobre el sentido de algunos textos antifeministas del N. T. cf KOINONIA núm. 12, p. 5. Se trata de interpolaciones del siglo II, no del pensamiento de la Iglesia primitiva.








LA DIMENSIÓN HORIZONTAL DE LA R.C.




Por Mons. Carlos Talavera,
Obispo Auxiliar de México Ciudad



Conferencia pronunciada en el IV Congreso Internacional de Líderes en Roma

Hemos de partir de este pensamiento fundamental que, es la frase de san Pablo: "A quien no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros para que viniésemos a ser justicia de Dios" (2 Co. 5, 21). Somos justicia de Dios en Cristo Jesús, porque Jesús es la plenitud de la justicia.

La redención del mundo, este misterio tremendo del amor en el que la creación es renovada, es, en su más profunda raíz, la plenitud de la justicia en un corazón humano, el corazón del Hijo primogénito, para que pueda hacerse justicia en los corazones de muchos hombres, que precisamente en este Hijo primogénito han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios, llamados a la gracia y a ahora, llamados al amor. Habrá, pues, que regocijarse y creer que somos justicia de Dios, porque nuestra justicia es Jesús, en quien creemos. Esta justicia de Dios que somos, la mejor manera de creerla es vivirla.

GRATUIDAD Y HUMILDAD

Veamos cómo se fundamentan estas relaciones de justicia. Parten de esta verdad: No tenemos justicia por nosotros mismos, sino que la recibimos de Dios. La segunda verdad es que nuestro trato de justicia con los demás debe basarse en el hecho que los demás también reciben y han de recibir en abundancia la justicia del corazón mismo de Jesús. Por lo tanto, las relaciones de justicia son siempre relaciones de humildad. No están en el plano de la exigencia sino del servicio. No sentirnos superiores a los demás. Sentir a los demás superiores a uno mismo. Y esto es justicia.

Al realizar en su ida lo que es justo, el hombre va haciendo presente a Dios en su vida, en todas las circunstancias; así la paga de la justicia es la presencia de Dios en nuestras vidas. Nuestras relaciones de justicia son siempre un reflejo de las relaciones que Dios guarda con los hombres. El nos hace justos en Cristo Jesús porque él es justo, porque nosotros necesitamos la justicia.


Dios hace justicia por encima de lo que son nuestras pobres y mezquinas relaciones de justicia con nuestro prójimo. Nuestras relaciones son "yo te doy y tú me das" y a esto le llamamos justicia. Dios da sin que nadie le haya dado, "¿Quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa?" (Rm 11, 34). Así el hombre redimido, aunque ha de tener en cuenta esas relaciones de justicia conmutativa, ha de superar esas relaciones.
Nuestras relaciones de justicia han de dar el derecho a los demás, porque Dios es justo. Y lo dan porque los demás necesitan justicia, no porque los demás nos den nada. Por tanto, las relaciones de justicia siempre serán gratuitas y esto es una característica de la vida de justicia.



LA CRUZ

Una tercera reflexión. El Padre eterno en su decisión de hacer justos a los hombres no retrocede ante nada y llega, en un acto supremo de justicia, a entregar a su Hijo a la muerte. La Cruz es necesaria para la justicia. Sin Cruz no hay justicia. La Cruz, la Pasión y la Muerte de Jesús son el ejercicio supremo de la justicia de Dios para con la humanidad. Es necesario completar en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo para hacer la justicia en el mundo.

¿QUE ES LA JUSTICIA?

Dentro de todo esto quisiera entender la definición que nos da santo Tomás de Aquino sobre la justicia: "Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno según su derecho". Esta voluntad perpetua no la podemos tener sin la ayuda de Dios. La justicia siempre va acompañada de actitudes que son necesarias para mantener esa perpetuidad y esa constancia. Implica la rectitud, la prudencia, el amor, la mansedumbre, la paciencia. etc. Por eso santo Tomás la llamaba una virtud general, porque abarca todos los actos de las virtudes.

En esta misma perspectiva hay que entender este "dar el derecho a cada uno". El derecho es lo que Dios quiere para el hombre. ¿A qué cosa el hombre tiene derecho? A lo que Dios ha querido para él. Al hombre le es debido lo que Dios quiere que el hombre sea y el hombre tenga. ¿Qué se le debe al hombre? El ser hombre. Ser hijo de Dios. Se le debe el perdón de los pecados, ser santo, ser culto, estar unido a los demás, relacionarse con las cosas en santidad y justicia. El ser una sociedad con los demás.

Le es debido también el uso de las cosas materiales para su realización como hombre. Por tanto, dar a los demás lo que es necesario para ser hombre, ése es el objeto de la justicia. Dar a los demás lo que los demás necesitan para ser hombres. El hombre, dice el Papa Juan PabloII, en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social, este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión. El es el camino primero y fundamental de la Iglesia. Camino trazado por Cristo mismo. Vía inmutable que conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención.

La justicia es la virtud general que hace al hombre gratuito y en humildad. Por tanto, no hay lleno del Espíritu Santo que no ame al hombre al que tanto ha amado Dios, hasta dar a su propio Hijo.

Yo diría que uno de los criterios importantes para saber cuánto estamos llenos del Espíritu es cuánto amamos al hombre al que el Padre ama, qué tanto entregamos y disponemos libremente de nuestra vida para construir al hombre al que el Padre le ha entregado a su propio Hijo.

Yo diría que es importante que estemos atentos a todo lo que construye al hombre, y, por lo tanto, a todo lo que lo destruye. Este es un criterio de discernimiento en nuestra vida de la voluntad de Dios sobre nuestra existencia. ¿Qué cosa es lo que construye y qué cosa es lo que destruye al hombre? Porque todo lo que es auténtico bien del hombre es camino de la Iglesia, es camino trazado por Cristo Jesús. Todo el trabajo que se necesita para construir realmente al hombre es trabajo de los hijos de Dios. Igualmente, todo lo que amenaza al hombre y lo destruye procede del verdadero enemigo del hombre, de aquel que por la falsedad busca dar muerte al hombre. Y el cristiano se esfuerza en construir al hombre y en destruir las obras del enemigo y apartar y neutralizar su influencia maligna.

EL BIEN DEL HOMBRE


¿En qué consiste el bien del hombre? El bien del hombre está en su dignidad. Y la dignidad del hombre es Jesús. Sólo en Jesús se puede entender completamente la dignidad del hombre, nos dijo el Concilio Vaticano II. Jesús, que es imagen del Dios invisible, es también el hombre perfecto, el que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina perdida por el pecado. En él la naturaleza humana, asumida, no absorbida, ha sido elevada a dignidad sin igual. El Hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre, trabajó con sus manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre, nació de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Justicia, por lo tanto, va a ser construir esa dignidad humana.
Por eso hay que poner bien en claro que en cada caso, mediante un discernimiento hecho con los sentimientos de Cristo Jesús, sintiendo como Cristo, si lo que vive el hombre lo acerca más al modelo que tiene en Cristo Jesús, si lo hace más consciente, más responsable, más libre, más unido a los demás hombres. Si lo hace crecer en el amor y en respeto a los demás hombres y a los demás pueblos, si lo une de manera orgánica en la sociedad y en el Cuerpo de Cristo. Esta pregunta es clave corno punto de discernimiento para nuestra propia vida y para la vida de los demás.



Si no respondemos correctamente a esta pregunta podemos estar muy fuera del camino primero y fundamental de la Iglesia. ¿Construimos o no construimos la sociedad humana? Lo que hago, lo que vivo, ¿construye la dignidad humana en mí, la dignidad de Jesús en mi persona, en el grupo, en los demás? Con esto que estamos queriendo hacer, ¿nos hacemos más hombres, más Cristo, más como el Padre nos quiere? Cuando nos relacionamos con los demás ¿estas relaciones los hacen más hombres, más Cristo? Evidentemente que a la luz de esto no podemos seguir muchos criterios mundanos.

Justicia también significará oponerse a todo lo que daña a esa dignidad, a toda esa falsedad con la que se pretende hacer vivir al hombre, a todos los modos y formas de vida que destruyen la dignidad humana. Con mucha lealtad hemos de ver en nuestra propia existencia si seguimos los modos y formas de vida que construyen la dignidad humana)a de Cristo en nuestra vida o si seguimos otras. También a la luz de esta reflexión se tendrá que revisar lo que algunos hacen como acción social. Sólo lo que construye al hombre, lo que le hace consciente, responsable y libre, sólo lo que construye en él el amor, sólo lo que lo organiza dentro de la sociedad, sólo eso construye la dignidad humana; lo demás, aunque se llame acción social, no merece tal nombre: es una manera de destruir el hombre.

ASUMIR NO ABSORBER

Decíamos que nuestro Señor asumió, no absorbió nuestra naturaleza. Y a veces, nosotros queremos absorber a los pobres y traerlos a nosotros. Eso no. El pobre ha de ser lo que el Padre quiere que sea y yo he de ponerme a su servicio. Al servicio de lo que el Padre quiere que él sea, no hacerla a mi semejanza. Lejos de mí pensar que yo soy el hombre o la dignidad del hombre. Ese es Jesús, no soy yo.

Algunas acciones asistenciales, cuando se prolongan demasiado o se convierten en el modo normal de ayudar a los demás, minan la dignidad humana, disminuyen la responsabilidad, quitan la libertad, impiden el desarrollo de todas las capacidades que Dios quiere desarrollar en cada uno de nosotros. Y esto es un obstáculo muy serio a la voluntad del Padre, es un serio oponerse a la voluntad de Dios. Es una manera de destruir al hombre. O, diciéndolo en otro lenguaje, es un modo de dominación. Y la dominación no es de Dios.

¿Dónde se encuentra el verdadero bien del hombre? Se encuentra en sus relaciones. Sus relaciones básicas son con Dios, con los hombres y con las cosas. En estas relaciones se hace o se destruye al hombre, en estas relaciones se hace el bien o el mal del hombre. El hombre salvado se hace en relaciones de piedad para con Dios, de justicia para con los demás y de sobriedad frente a las cosas.

San Pablo escribe a Tito: "Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sobriedad, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2, 11-13). Sobriedad, justicia y piedad. Estas tres cosas son básicas para construir la dignidad humana.

EL DERECHO DE PROPIEDAD

Hemos restringido el uso de las cosas en su capacidad de servicio, por eso el hombre se apodera desesperadamente de las cosas. Y al hacerla produce injusticias para con los demás hombres; así la posesión se convierte en un instrumento de la soberbia, un instrumento del vano prestigio, un instrumento de satisfacciones desordenadas, un instrumento para entrar en competencia con otros. En cambio, el hombre redimido por Cristo y hecho en el Espíritu Santo nueva criatura, puede y debe amar a las cosas creadas por Dios, pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios, dándole gracias por ellas al Creador y, usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión de todo el mundo como quien nada tiene y es dueño de todo. Como dice San Pablo “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios".

Por eso, una de las tareas fundamentales del hombre redimido es devolverle al derecho de propiedad su auténtico sentido. Siendo las cosas bienes para el provecho de todos los hombres, los hombres pueden poseerlas en propiedad privada o colectiva -sólo con el fin de asegurar a las cosas el fin impuesto por Dios-. Esto es muy importante. Toda la teología, la filosofía y la doctrina social de la Iglesia hablan en este sentido, y es así corno justificamos la propiedad privada. No la justificamos con el sentido liberalista que hemos encontrado últimamente en todas nuestras legislaciones.

Si alguien es propietario de algo, sólo lo es para asegurar que esas cosas que son suyas alcancen el fin que Dios les ha puesto. Y si no se es capaz de asegurarles a esas cosas este sentido, esa persona no tiene capacidad para ser responsable de esos bienes.

Una de las pruebas de que nuestra vida está llena del Espíritu Santo no es precisamente la renuncia a la propiedad privada, sino el ejercicio del derecho de propiedad. Y aquí tendrá que entrar en juego una imaginación guiada por Dios y el conocimiento de las técnicas financieras para poner al servicio del desarrollo de los demás hombres la posesión de los bienes de nuestras personas y de nuestros grupos, de manera que nuestras posesiones sirvan para que esas cosas obtengan el fin que Dios les ha querido dar. Dios quiere que con ellas construyamos hombres, hijos de Dios, donde la imagen de Cristo Jesús aparezca más clara.

La comunicación cristiana de bienes no significa desprenderse de los bienes propios -de los superfluos desde luego-, sino que significa principalmente el empleo de los carismas necesarios y ciertamente concedidos por Dios -de esos carismas que llamamos comunes, pero que muchas veces no son tan comunes-, carismas para administrar los bienes en tal forma que estos bienes cumplan su destino.

LA SOLIDARIDAD

Las relaciones con los demás se hacen fundamentalmente por la solidaridad. Por la solidaridad, el hombre pone libremente toda su persona al servicio de sus hermanos. Es una libre disposición de sí mismo, de sus propias capacidades, de la responsabilidad, de la creatividad, de los propios ideales, de los propios valores, para unirlos a las libertades de los demás. Esto es solidaridad.

Cuando el hombre se solidariza se abre y se hace capaz de aceptar la suerte de los demás como propia. Y percibe que su propio desarrollo humano no puede realizarse, sino combinando su suerte con la suerte de los demás, luchando por lo que ellos luchan, sufriendo por lo que ellos sufren y permitiendo que su propia vida quede influida por la vida de los demás. Por eso el hombre solidario es sencillo y humilde; sabe que le quedan muchos mundos que descubrir, muchas historias humanas que vivir, muchas cruces que subir y muchos hombres que construir. Jesús, el solidario con cada hombre, se despojó de sí mismo y se hizo como esclavo, y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. No se construye al hombre permaneciendo en un nivel alto, se necesita la solidaridad.

EL COMPROMISO DE LA R.C.


La Renovación Carismática necesita, para ser un auténtico servicio de renovación en el mundo, tocar todos los centros vitales de lo que es la Iglesia y el hombre. Necesita tocar la dignidad humana, camino fundamental de la Iglesia y necesita tocar allí donde están todas las relaciones humanas, relaciones con Dios, con los hombres y con las cosas. El Espíritu Santo nos pide y nos capacita para colaborar con alegría en la redención, en la construcción del hombre. Nos llama a caminar con Jesús el redentor.
?No es necesario que nosotros aguardemos cruces que nos vengan de fuera, ¿no dijo Jesús "Yo tengo capacidad para dar mi vida y volverla a tomar"? Es necesario que nosotros vayamos a la cruz, porque el Padre lo quiere y decirle que yo también lo quiero. Esta cruz es la de la construcción del hombre, la cruz de todo lo que es costoso por construir al hombre. La cruz en la cual se conoce el amor que el Padre nos tiene. El primer camino y fundamental de la Iglesia es el hombre.