El ministerio de Maria

«LA BIENAVENTURADA MARIA ORA POR LA IGLESIA»
UNA ESPERANZA ECUMENICA

Tal como entrecomillamos el título de este editorial, así quedó reconocido por la Iglesia Protestante en la Confesión de Augsburgo, redactada por Melanchton en 1530 con el asentimiento de Lutero.

Desde entonces se han ido sucediendo las incomprensiones y alejamientos entre la Iglesia Católica y la Protestante, recrudeciéndose siempre en los dos puntos de oposición más profundos: el primado pontificio y el culto mariano.

Hoy en cambio, desde hace apenas unos doce años, nos estamos encontrando en muchos grupos de oración y comunidades de la R.C. hermanos de la confesión Católica y de la Protestante. Sentimos muy vivamente que «en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13), pero al mismo tiempo, escribía Pablo VI, “somos conscientes de que existen no leves desacuerdos entre el pensamiento de muchos hermanos de otras Iglesias y comunidades eclesiales y la doctrina católica en torno a la función de María en la obra de la salvación, y, por tanto, sobre el culto que le es debido” (Marialis cultus. n. 33).

Ante tales diferencias y dificultades y queriendo ser todos fieles a la propia conciencia, descubrimos que el Señor nos llama, con una vocación muy especial, a trabajar y orar por la restauración entre todos los cristianos del Amor y la Unidad. Esta es la voluntad de Cristo Jesús, el Maestro a quien todos queremos seguir y servir, y ésta es la forma de que “la Buena Nueva sea proclamada a toda la creación” (Mc 16,15), para llegar a hacer “discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19; Rm 11.25).

En relación con el culto a Santa María, «la Madre de Jesús" (Jn 2,1; Hch 1,14), además de los diálogos que en el campo académico mantienen especialistas y pastores, ¿qué podemos hacer nosotros en respuesta a semejante reto y exigencia del Espíritu?

- Lo primero que necesitamos unos y otros es fidelidad total al Espíritu Santo, “el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,17), que, según prometió Jesús, “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). Es así como será posible realizar una búsqueda común de la verdad total.

- Esto nos lleva a un examen de conciencia en humildad y apertura, para distinguir bien entre dogma y opiniones, entre piedad auténtica y formas abusivas o la mentalidad particular de una época o región, y que los católicos nos cuestionemos, al menos, ante el reproche que nos hacen los hermanos separados de sustitución o de eclipse del Espíritu Santo en provecho de María, que “no puede dejarnos indiferentes y bien merece nos detengamos estudiándolo” (C. SUENENS, ¿Un Nuevo Pentecostés?, p. 199).

- Así podremos adquirir una nueva actitud de diálogo, no de discusión y polémica, es decir, actitud de caridad en la verdad, “sinceros en el amor” (Ef 4,15), para llegar a conocernos mutuamente, a comprendernos, a comprender también las situaciones, los condicionamientos históricos y la dinámica de unión, de forma que desaparezcan los equívocos y prejuicios, y, en lo posible, lleguemos también nosotros a las raíces de las oposiciones que hay que resolver.

- Toda renovación es una vuelta a las fuentes: Cristo revelador, su Palabra y la Iglesia carismática de Pentecostés. Esto exige no disminuir la auténtica doctrina para facilitar la unión, ya que el oportunismo no debe ser el criterio a seguir. Tampoco el criterio verdadero ha de ser el ecumenismo, sino que éste tiene que ser sometido a criterios. En este sentido «los grupos católicos no deben temer expresar ante la presencia de los protestantes aquello que creen respecto a María. Pero deben evitar el vincular la expresión de la devoción marial a ciertas formas particulares de la misma, que tienen su origen en alguna revelación privada” (Documento Segundo de Malinas, n." 62).

En tales condiciones podemos confiar que “la veneración a la humilde Esclava del Señor, en la que el Todopoderoso obró tales maravillas, será aunque lentamente, no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los que creen en Cristo” (PABLO VI, MC. 33).


LA FIGURA DE MARIA EN LA BIBLIA

RODOLFO PUIGDOLLERS

Un buen conocimiento de la figura de María debe basarse en lo que de ella nos dice la Biblia. En este artículo no vamos a presentar una enseñanza completa sobre María, sino que nos limitaremos a presentar los textos bíblicos que hablan de ella.

ESCRITOS DE SAN PABLO

Si San Pablo nos habla muy poco de la vida terrena de Jesús, no nos ha de extrañar que no haga ninguna referencia explícita a María o a la concepción virginal de Jesús. La expresión nacido de mujer (Ga 4,4) es una expresión habitual en el lenguaje bíblico (cf. Jb 14.1: Mt 11.11) Y no es sino una referencia a la debilidad de la naturaleza humana: Jesús apareció entre nosotros como un recién nacido, como todos los humanos. La expresión nacido del linaje de David según la carne (Rm 1,3) no indica una concepción de modo carnal, sino que Jesús en cuanto hombre pertenece al linaje de David: de ahí que el Nuevo Testamento Inter-confesional traduzca “descendiente de David en cuanto hombre”.

Sin embargo, hay que reconocer que cuando S. Pablo hace referencia al nacimiento de Jesús (Ga 4,4; Rm 1,3; Flp 2,7) se aparta del vocabulario bíblico normal sobre el nacimiento de las demás personas: no hay nunca referencia al padre terreno y, en vez del verbo habitual “ser engendrado” (gennaomai), emplea el verbo “llegar a ser” (ginomai).

Sobre la referencia a los "hermanos” de Jesús [Ga 1 ,19; 1 Co 9,5) ya hablaremos más adelante; señalemos ahora solamente que en S. Pablo aparece claramente como un título honorífico referido a Santiago [Ga 1,19) o a un circulo cristiano concreto (1 Co 9.5). Este elemento honorífico se ve en el empleo de la expresión "hermanos del Señor” y no “hermanos de Jesús”.

Otro punto a destacar es el paralelismo que establece S. Pablo entre Jesús y el primer Adán [cf. Rm 5; 1 Co 15): de modo que Adán es figura del que había de venir [Rm 5,14). Normalmente se interpreta que la desobediencia de Adán es por contraste figura de la obediencia de Jesucristo (así Orígenes), sin embargo, otros autores han apuntado que el nacimiento de Adán es una figura del nacimiento de Jesús (así Sto. Tomás de Aquino).

En conclusión: si bien S. Pablo no nos dice nada directamente sobre María, hay indicios para pensar que el nacimiento del Espíritu no se refiere exclusivamente a la resurrección, sino que hay que situarlo en la concepción (es decir, la concepción virginal).

EVANGELIO DE S. MARCOS
En el evangelio de S. Marcos encontramos dos referencias a María. Algunos autores las han considerado como los restos históricos más antiguos referentes a María, sin embargo, como veremos, no es así.

La primera referencia es el episodio sobre el verdadero parentesco de Jesús (3,31-35). Todo este fragmento está confeccionado para conservar la frase de Jesús el que hiciere la voluntad de Dios éste es mi hermano y hermana y madre (vs. 35). Recoge dos tradiciones anteriores: a) una, reflejada en los vs. 20-21 y que establece una tensión entre la familia de Jesús según la carne y su nueva familia, sin una referencia explícita a su madre; y b) otra (cf. Lc 8,19-21) que establece una tensión semejante a la de Lc 11,27-28. Históricamente se puede afirmar una tensión entre Jesús y su familia (cf 3,20-21; Jn 7,5), pero no entre Jesús y su madre; la referencia a su madre se debe a una influencia de la frase "éste es mi hermano y hermana y madre” (vs. 35). Así en el vs. 21 se habla de “los suyos", en el vs. 31 de "su madre y sus hermanos” y en el vs. 32 (en algunos códices) de “su madre y sus hermanos y sus hermanas”.

El segundo texto es 6,3: ¿No es éste el carpintero, el hijo de Maria? Algunos autores quieren ver en la expresión “el hijo de María” una referencia a un nacimiento ilegítimo (como en Jc 11,2). Sin embargo, la denominación por la madre aparece en el Antiguo Testamento en los casos de poligamia (cf. Gn 36.10) y en el Nuevo Testamento cuando el padre ha muerto y la viuda no tiene más hijos (cf. Lc 7,12): éste último es el caso de Jesús. Por otra parte, el texto de Marcos no es aquí el más primitivo, sino que es una corrección de Mt 13.55: reemplaza la expresión el hijo del carpintero, por el carpintero, el hijo de María. De este modo este texto de San Marco hace una referencia indirecta a la concepción virginal (cf. M-E. BOISMARD, Synopse II, nota 144, II 4).

La expresión “los hermanos de Jesús” (Mc 3,20.21.31-35=Mt 12,46-50=Lc 8,19-21; Mc 6,3=Mt 13,55-56; Jn 2,12; 7,3.5.10; Hch 1,14; 1 Co 9,5; Ga 1,19) indica para algunos a los hijos de José y María (Helvidio y muchos autores protestantes), a los hijos de un matrimonio anterior de José (S. Epifanio y la tradición oriental), a los primos de Jesús (S. Jerónimo y la tradición católica). El término “hermano” (adelfós) no indica sin más a los primos, pero sí en hebreo, arameo y griego bíblico, "en el lenguaje abreviado (para evitar largos circunloquios) y en el honorífico (revalorización terminológica del grado efectivo de parentela)" (J. Blinzler). El Nuevo Testamento llama “hermanos" a los primos de Jesús; es un uso honorífico (cf. claramente en Ga 1,19) y no es preciso referirse a la muerte prematura de José (J. Blinzler) o de Clopás (J. B. Belser) para imaginar que Jesús y sus primos crecieron juntos. En cuanto al verdadero grado de parentela de Santiago y Joset, parecen ser hijos de una María, hermana de San José (J. McHugh) o bien casada con un hermano de la Virgen Maria [J. Blinzler); Simeón y Judas parece ser hijos de Clopás, hermano de S. José (J. Blinzler, J. McHugh).

EVANGELIO DE SAN MATEO
El evangelio de San Mateo habla de María sobre todo en los dos primeros capítulos. Estos se diferencian del resto del evangelio en cuanto son, sobre todo, una reflexión teológica midráshica (midrash = explicación edificante a partir del Antiguo Testamento) sobre la persona de Jesús.

En 1,16 utiliza una expresión inusitada: José, el esposo de María, de la que nació Jesús; cambia así la fórmula habitual de la genealogía “X engendró a Y". María, que por su virginidad no debía figurar en la genealogía del Mesías, es incluida por la misericordia de Dios que mira la pobreza de los hombres (cf. la inclusión en la genealogía de tres mujeres, todas ellas no judías).

En 1,18-25 se nos narra la concepción virginal de Jesús. Esta no es presentada como un privilegio mariano, sino como una afirmación cristológica: Jesús es un hombre de nuestro pueblo (1,1-17), pero nacido del Espíritu Santo (1,18-25).

Expliquemos algunas expresiones de esta perícopa: a) desposada [vs. 18): entre los judíos se celebraban en primer lugar los desposorios, y, al cabo de un año, el matrimonio; los desposorios, sin embargo, suponían ya un compromiso real, de forma que se llamaban ya "marido” y “mujer” y toda infidelidad era considerada un adulterio; las relaciones sexuales durante el tiempo de desposorios no estaban permitidas, sobre todo en Galilea. b) Antes de empezar a estar junto (vs. 18): no indica las relaciones sexuales sino el acto del matrimonio por el que marido y mujer empezaban a vivir bajo el mismo techo. c) Como era justo (vs. 19): el texto no indica que San José desconociese la concepción extraordinaria, y por lo tanto, su justicia no consiste en no quererse mezclar en la supuesta falta de María o en querer cumplir la ley sobre los adulterios; el texto supone que San José está al corriente del origen del niño (el aviso del ángel del vs. 20 hay que traducirlo así: "ciertamente lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” ) y, por lo tanto, su justicia consiste en no querer aparecer como padre de un hijo que procede del Espíritu; San José quiere respetar plenamente la obra de Dios: María pertenece a Dios y él se retira ("no tengas miedo de tomar contigo a María" vs. 20); pero, para no tener que llevar la separación a los tribunales o bien para no tener que explicar la maravilla obrada en Maria antes de que Dios mismo la manifestase, “decidió separarse de ella en secreto” (vs. 19). Este pensamiento de San José indica que María pertenece plenamente a Dios; si él debe tenerla en casa es con la misión de dar un nombre al niño (cf. Vs.21): ¿no presupone esto la idea de la virginidad perpetua de María? La obra del Espíritu en María la consagra para siempre. d) No la conocía hasta que ella dio a luz un hijo(vs. 25): la conjunción griega heos (hasta que) indica sólo la perspectiva en la que se sitúa el autor, no afirma que después sí; el uso del imperfecto (y no del aoristo) indica la permanencia en esta actitud, de ahí que la mejor traducción es la de J. Mateos: "sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo”.

El capítulo segundo de San Mateo presenta una serie de narraciones midráshicas sin fundamento histórico (adoración de los magos, huida a Egipto, matanza de los inocentes). No podemos deducir, por lo tanto, de estos episodios ningún dato sobre María. Sólo un dato teológico: María acompaña siempre a Jesús, en las alegrías y en las penas. El capítulo concluye dejándonos a Jesús en Nazaret, que es la ciudad donde pasó toda su infancia y juventud.

Aparte de estos dos primeros capítulos, el primer evangelio sólo nos habla de María en 12,46-50 y 13.55-56. Sobre estos textos ya hemos hablado en el apartado dedicado al evangelio de San Marcos. Señalemos únicamente que en 12,46 la madre y los “hermanos” de Jesús quieren sólo hablar con él y no "hacerse cargo de él" como en Mc 3,21 (cf. 3,22).

LA OBRA DE SAN LUCAS
Cuando se estudia el tercer evangelio hay que tener en cuenta que los Hechos de los Apóstoles constituían primitivamente una misma obra con éste. Por eso hemos de estudiarlos juntos.

El evangelio de San Lucas se abre con dos capítulos -el relato de la infancia - en que se nos habla abundantemente de Maria. Estos hay que relacionarlos con los dos primeros capítulos del evangelio de San Mateo, ya que seguramente San Lucas se inspira aquí en San Mateo, al mismo tiempo que lo corrige. Su género literario es histórico con abundantes elementos midráshicos: no tiene fundamento histórico, sin embargo, el parentesco entre Maria e Isabel, la visitación, la escena de los pastores, el encuentro con Simeón y Ana, y la pérdida de Jesús en el Templo.

María es presentada en toda su pobreza (virgen no es aquí un título de honor, sino la incapacidad radical para engendrar: más que la esterilidad de Isabel). Pero Dios ha puesto los ojos en esta pobreza (1.48); sin ningún mérito por su parte (cf. en cambio la justicia de Zacarías e Isabel: “caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor” 1.6), ha hallado gracia delante de Dios (1,30), es “llena de gracia”. (1,28; Beda, el Venerable escribió: .. con justo titulo es llamada llena de gracia, ya que ha recibido la gracia que ninguna otra mujer ha merecido, es decir, la de concebir y dar a luz al autor mismo de la gracia.). Su respuesta es única y exclusivamente la fe: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (1,38). “¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (1.45).

Esta descripción de María como “virgen”, “pobre de Yahvé”, cuya única actitud es la fe, y que recibirá al “salvador” y será “madre” - coincide completamente con la descripción profética de la “Hija de Sion”. Se discute esta afirmación desde su presentación en 1945 por parte del exégeta luterano H. Sahlín, pero hay que reconocer que la salutación del ángel (“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo... No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios” 1,28.30) está reproduciendo el oráculo escatológico de Sofonías 3,14-17 (cf, también Jl 2,21; Za 9,9): .Alégrate, hija de Sion,... el Señor está en medio de ti... No temas, Sion,... el Señor, tu Dios está en medio de ti”.

En paralelismo con María, la pobre y la creyente, que recibe el Espíritu Santo en la Anunciación (principio del evangelio), debemos situar a la comunidad cristiana,
pobre y creyente, que recibe el Espíritu Santo en el Pentecostés (principio de los Hechos de los Apóstoles). La presencia de María, “la madre de Jesús”, en Hch 1,14 establece la unión entre ambos episodios. De este modo hemos de afirmar que, para San Lucas, María es modelo y tipo de la Iglesia, no sólo por su fe, sino por su fe y su maternidad gratuita; fe y recepción del Espíritu son inseparables.

Añadamos algunas anotaciones más: a) ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? (1,34): algunos autores antiguos han querido ver en esta frase la existencia de un voto de virginidad por parte de María; sin embargo, esta frase no es más que un modo literario de resaltar la concepción virginal y permitir la siguiente frase del ángel (también Zacarías hace una pregunta: 1,18). b) A ti misma una espada te atravesará el alma (2.35): María es aquí símbolo del pueblo de Israel y la espada una metáfora que indica la revelación que trae Jesús (cl. Ef 6,17: ?Hb 4.12) en cuanto realizadora del juicio que muestra "las intenciones de muchos corazones". c) En el texto da Lucas hay dos restos de himnos de la primitiva comunidad cristiana (hacia el 75-80 o antes) que ensalzan a María; el primero de ellos es la frase de Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (1,42), inspirada en Jdt 13,18; y el segundo la frase del Magnificat “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (1.48) y que podría hacer referencia a lo dicho anteriormente por Isabel: “¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (1,45).

Sobre la denominación “los hermanos de Jesús” (8,19•20; Hch 1,14) hemos hablado ya al estudiar el evangelio de San Marcos. El episodio sobre el verdadero parentesco de Jesús (8,19-21) presenta en Lucas una forma muy condensada, sin ningún rasgo polémico contra la familia (vienen sólo a verle: vs. 20). Presenta así un significado paralelo al episodio sobre la verdadera dicha (11,27•28). María es dichosa no por una simple maternidad física, sino por haber escuchado y guardado la Palabra de Dios (11,28), por haber escuchado y cumplido la Palabra de Dios (8.21): es exactamente lo dicho por María en la anunciación (1 38; “hágase en mí según tu palabra”) y por Isabel ?(1.45: “¡bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”). La maternidad de María es el don completamente gratuito de las gracias de Dios, el fruto de la fe.

EL EVANGELIO DE SAN JUAN
Para estudiar rectamente los textos sobre María en el cuarto evangelio hay que leerlos teniendo en cuenta la obra de Lucas, en la que seguramente se inspiran. Hay sólo dos referencias a la madre de Jesús, la primera al principio del evangelio (2,1-11) y que, por lo tanto, hay que ponerla en paralelismo con la anunciación; y la segunda al final(19,25-30) y que hay que ponerla en relación con el Pentecostés.

María en Caná es presentada como símbolo de la comunidad cristiana, constituida por judíos, samaritanos y griegos, que por la muerte y resurrección de Jesús (“la hora”) recibirá el gran don escatológico: el Espíritu Santo (simbolizado por el vino). María, como la comunidad cristiana, invita a la fe: “haced lo que él os diga” (2,5: cf. Hch 2,37-38).

El episodio de la madre de Jesús y el discípulo junto a la Cruz ha sido diversamente interpretado: a) expresaría el cariño filial de Jesús para con su madre (Santo Tomás de Aquino); b) María sería un símbolo de la Iglesia, madre de los cristianos (San Efrén y San Ambrosio); c) María simbolizaría la Iglesia judeocristiana y el discípulo amado, la Iglesia paganocristiana (Bultmann); d) indicaría la maternidad espiritual de Maria (F. M. Braun). Si la frase, mujer, ahí tienes a tu hijo, podría indicar a la madre de Jesús como símbolo de la fecundidad de la Iglesia; la frase ahí tienes a tu madre, no puede indicar esto. Es María misma, como persona histórica, la que es designada aquí como madre. Hace bien F. M. Braun cuando parafrasea el vs. 27 del siguiente modo: “a partir de esta hora el discípulo la recibió en su casa y la acogió como a su propia madre, como una parte de la herencia espiritual que le legaba su Señor”.

EL APOCALIPSIS

En el Apocalipsis hay un texto muy discutido: el capítulo 12, en el que se describe auna mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de estrellas sobre su cabeza. Son muchas las interpretaciones: a) se refiere al Pueblo de Dios (del AT o del NT o a ambos) sin referencia a Maria; b) se refiere primariamente a la Iglesia bajo los rasgos de María: c) describe sobre todo a Maria, pero como arquetipo de la Iglesia.

También se discute si el nacimiento del Mesías a que hace referencia el texto es el nacimiento en Belén o el nacimiento escatológico por la cruz y la resurrección.

Parece que el texto hay que referirlo al nacimiento escatológico por la cruz y la resurrección. La referencia a la Iglesia (concebida como el pueblo del Antiguo y del Nuevo Testamento) parece también clara (cf. Vs. 6ss). En tal caso es difícil negar un cierto paralelismo con el episodio de la madre de Jesús junto a la Cruz y, por lo tanto, una posible lectura mariana del texto. Si el texto del Apocalipsis se inspira en el evangelio de Juan, la referencia mariana sería indiscutible: en caso contrario, como es lo más probable, es fácil que el texto propiamente dicho no suponga ninguna referencia explícita a la persona histórica de Maria. Escribe el teólogo protestante Max Thurian: “el gran signo en el cielo es la Iglesia-madre, que avanza hacia el Reino glorioso del Resucitado a través de las tribulaciones de este mundo, simbolizada en la historia y particularmente al pie de la cruz, por María, madre del Crucificado y del Resucitado”.

ANTIGUO TESTAMENTO
Como es natural, el Antiguo Testamento no dice nada sobre María. Sin embargo, “estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de la ulterior y plena revelación, evidencian poco a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del Redentor” (LG 55). De este modo podemos leer proféticamente Gn 3,15 (promesa de victoria sobre la serpiente), Is 7,14 (“la virgen concebirá”) y Mi 5,2-3 (“y dará a luz”). En cuanto a los temas teológicos, tienen una importancia profética el tema de “los pobres de Yahvé” (cf. Lc 1,48.52) y el tema de la “Hija de Sion” (Sof 3,14-17: cf. Lc 1,28-38)



MARÍA LA MADRE DE JESUS


RODOLFO PUIGDOLLERS


1. MADRE DEL SEÑOR

La Sagrada Escritura nos dice que Jesús es el Hijo de Dios, primicia de la nueva creación, nacido del Espíritu Santo. El evangelio de San Mateo nos dice que María, cuando sólo estaba prometida con José, “quedó embarazada por la acción del Espíritu Santo” (2,18) y el evangelio de San Lucas pone en boca del ángel las siguientes palabras: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti” (1,35). Esto es lo que la Iglesia está expresando cuando dice que María es la Madre de Dios (Concilio de Efeso) y que Jesús “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen” (Credo), es decir la concepción virginal.

2. LLENA DE GRACIA

La obra del Espíritu Santo en María la consagra completamente en su dedicación a Jesús. Esto viene ya insinuado por el temor de José a casarse con María (cf. Mt 1,19•21). Ella es la “kejaritomene” como la llama en griego el ángel (Lc 1,28), es decir, “la más favorecida de Dios” (NT 1), “la llena de gracia” (Vulgata). Y es lo que la Iglesia expresa cuando habla de la virginidad perpetua de María.

Es más, la gran maravilla que el Espíritu Santo realiza en ella inunda toda su vida. Escribe una autora evangélica: "es lógico, pues, entender que después de ser fecundada por el Espíritu se mantuviera pura y viviera en la presencia de Dios. Incluso con anterioridad, puesto que Dios prepara durante largo tiempo y educa a los que le han de servir como instrumentos” (M.B. Schlink). De ahí que la Iglesia llama a María “totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado” o “enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular” (Concilio Vaticano II): es lo que en la tradición católica expresamos con la afirmación de la inmaculada concepción (Pío IX, 8 diciembre 1854). Del mismo modo, la gracia completamente gratuita de Dios se manifiesta en María hasta el final, en que “terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Pío XII, 1 noviembre 1950): es lo que en la tradición católica expresamos con la asunción de María.

3. MADRE NUESTRA

Pero la Sagrada Escritura no solamente nos habla de la maternidad de María y de su virginidad (es decir, de su consagración a Dios), sino que nos la presenta como la “pobre de Yahvéh”, la “hija de Sion”, es decir, como figura y modelo de la Iglesia. Con esto la Sagrada Escritura no nos está mostrando solamente una imagen, como si se tratase simplemente de un artificio literario. María misma es un carisma, un don del Espíritu para la Iglesia. Esto queda expresado muy claramente en el evangelio de San Juan con las palabras de Jesús en la cruz: “Aquí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Esto es lo que la Iglesia quiere decir cuando habla de la maternidad espiritual de María, cuando dice que “Maria, en tanto que Madre de Cristo, ha de ser considerada también como madre de los fieles y de los pastores, es decir, de la Iglesia” (Pablo VI. 21 noviembre 1964). María, por don completamente gratuito de Dios, en cuanto Madre de Jesús, tiene una influencia efectiva y ejemplar sobre todo cristiano (es lo que a veces se quiere expresar con expresiones como “auxiliadora”, “abogada”, “medianera”, “reina”). Maria es para el cristiano, modelo de fe, pero no un modelo meramente externo, sino un modelo que es ayuda (“haced lo que él os diga”) y es madre (“Aquí tienes a tu madre”).

4. ¡BENDITA TU!

Por último, la Sagrada Escritura nos enseña también a invocar a María: “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48), “¡bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!” (Lc 1,42). Esta invocación difiere totalmente de la adoración, debida solamente a Dios (Concilio Vaticano II), de la tendencia a quedarse en simples elusiones de sentimiento (Juan XXIII) y de toda superstición. La verdadera invocación a María es un canto a la gratuidad plena del amor de Dios manifestado en ella. Invocar a Maria es acoger su carisma.

BIBLlOGRAFIA MARIANA

1. ESTUDIOS CATÓLICOS: para la parte bíblica: J. McHUGH, La madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, 1979, p. 552; para un estudio general del tema: R. GUARDINI, La Madre del Señor, Madrid 1960; E. H. SCHILLEBEECKX. María, madre de la redención, Madrid 1971 (hay trad. catalana, en Col.leció Blanquerna, Barcelona 1966); K. RAHNER, María, Madre del Señor; para una antología de textos: María del Evangelio, Misión abierta, núm. 2, abril 1976; B. DALMAU, Pregar a la Mare de Déu, Montserrat 1978; para la doctrina del Concilio Vaticano II: R. LAURENTIN, La Vierge au Concile, París, 1965 (hay trad. catalana en Ed. Litúrgica Espanyola, Barcelona, 1968).

11. ESTUDIOS NO CATOLlCOS: M. LUTERO, El Magníficat traducido y comentado, en Obras, Salamanca, 1977, pp. 176-204: M. THURIAN, María, madre del Señor, figura de la Iglesia, Zaragoza, 1966 (hay trad. catalana Barcelona, 1965); B. SCHLINK, Maria, el Camino de la Madre del Señor, Terrassa, 1978.




COMENTARIO AL MAGNIFICAT

MARTIN LUTERO


Entre noviembre de 1520 y junio de 1521, escribió Lutero un emocionado y ferviente comentario al Magnificat. Seleccionamos algunos fragmentos.

Para la ordenada comprensión del Magnificat es preciso tener en cuenta que la bienaventurada Virgen María habla en fuerza de una experiencia peculiar por la que el Espíritu Santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra de Dios, si no es por mediación del Espíritu Santo...

Precisamente porque la Santa Virgen ha experimentado en si misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu Santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y hacer lo que está roto...

Por el ejemplo de su experiencia y por medio de su palabra María nos dice la forma en que se tiene que reconocer, amar y alabar a Dios... Es una lástima que cántico tan precioso como éste se utilice con tanto desmayo por parte nuestra, si le entonamos sólo mientras nos van bien las cosas. Si salen mal, se deja de cantar, se deja de estimar a Dios, se piensa que no puede, que no quiere hacer nada por nosotros y se prescinde del Magnificat...

¿No te parece maravilloso el corazón de María? Se sabe madre de Dios, ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello permanece tan tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más humilde criada... El corazón de María permanece fuerte y ecuánime en todas las circunstancias, deja que Dios actúe en ella según su voluntad, sin tomarse más que el buen consuelo y el gozo de la confianza en Dios. ¡Qué hermoso Magnificat entonaríamos nosotros si siguiésemos su ejemplo!...

Quien recta y únicamente ama y alaba a Dios, le alaba sólo porque es bueno, se fija exclusivamente en su bondad, y en ésta, no en otra cosa, encuentra su placer y su gozo. He aquí una forma sublime, limpia y delicada de amar y de alabar, perfectamente adecuada a un espíritu sublime y delicado como el de esta Virgen...

¿Cómo tenemos que dirigirnos a Maria? Fíjate bien en las palabras; te dicen que tienes que hablarla de la siguiente manera: “¡Oh, tú, bienaventurada Virgen y Madre de Dios; qué nada e insignificante eres, qué despreciada has sido, y, sin embargo, qué graciosa y abundantemente te ha mirado Dios y qué grandes cosas ha realizado contigo! Nada do eso has merecido, pero la rica y sobreabundante gracia que Dios ha depositado en ti es mucho más alta y más grande que todos tus méritos. ¡Dichosa de ti! Desde este momento eres eternamente bienaventurada, porque has hallado a un Dios así”...

Quien la quiera honrar correctamente, debe no representársela aislada, sola, sino colocarla en relación con Dios y muy por debajo de él, despojarla de toda excelencia y contemplar su nada, como ella dice. Después vendrá la admiración ante esta maravilla de la sobreabundante gracia de Dios, que tan pródiga y bondadosamente mira, abraza y bendice a un ser tan pequeño e insignificante. La contemplación de este ser te conducirá a amar y alabar a Dios en tales gracias, te llenará de entusiasmo y confianza para esperar toda suerte de bienes de este Dios que tan graciosamente se fija en los pequeños, insignificantes y despreciados sin que los desprecie. Tu corazón se reforzará en la fe, esperanza y caridad a los ojos divinos. ¿Piensas que puede haber otra cosa que le resulte más grata que este llegar tú a Dios por medio suyo, que aprender por su ejemplo a confiar y esperar en Dios, aunque sea a costa de ser despreciado y anonadado? De todas formas, suceda durante la vida o en la muerte, lo que desea no es que acudas a ella, sino que por su medio te dirijas a Dios...

Las “grandes cosas” que ha realizado en ella no son más que el haber sido la madre de Dios: con ello le han sido otorgados tantos y tales bienes, que nadie es capaz de abarcarlos. De ahí provienen todo honor, toda la felicidad, el ser una persona tan excepcional entre todo el género humano, que nadie se le puede equiparar, porque, con el Padre celestial, ha tenido un Hijo. ¡Y qué Hijo! Tan grande, que ni darle nombre puede por esa magnitud súper excelente, y se ve precisada a quedarse proclamando balbuciente que es algo muy grande, que no puede expresarse ni mensurarse. Y de esta suerte ha encerrado en una palabra todo su honor, porque quien la llama madre de Dios no puede decirle nada más grande, aunque contase con tantas lenguas como hojas y hierbas hay en la tierra, estrellas en el firmamento y arenas en el mar...

Dejemos esto aquí por el momento, y pidamos a Dios que nos conceda la correcta inteligencia de este Magnificat: que no se contente con iluminar y hablar, sino que inflame y viva en el cuerpo y en el alma. Que Cristo nos lo conceda por la intercesión y la voluntad de su querida madre Maria. Amén.





JESÚS ESPERA QUE LA VENEREMOS Y QUE LA AMEMOS

M. BASILEA SCHLINK


Este texto está tomado de la obra “Maria, el camino de la Madre del Señor”. La M. Basilea Schlink es evangélica y fundadora de la Hermandad Evangélica de María, en Darmstadt (Alemania).

Martín Lutero escribe sobre María: “¿Quiénes son todas las muchachas, siervos, señores, mujeres, príncipes, reyes, monarcas de la tierra en comparación con la Virgen María, que, nacida de descendencia real, es, además, madre de Dios, la mujer más sublime de toda la tierra? Ella es, en la cristiandad entera, el más noble tesoro después de Cristo, a quien nunca podemos ensalzar bastante: la más noble esperadora y reina, exaltada y bendita sobre toda la nobleza, con sabiduría y santidad.(Comentario al Magnificat).

?Quien lea estas palabras de Lutero, de quien es notorio que hasta el fin de su vida honraba a Maria, santificaba sus fiestas y cantaba diariamente el Magnificat, se dará perfecta cuenta de cuánto nos hemos alejado del recto enfoque hacia ella como Martin Lutero nos lo mostró desde la perspectiva de la Sagrada Escritura. Por tal razón, los herederos de la Reforma en cuyas confesiones leemos frases como ésta: “Maria es digna del más supremo honor en la más grande medida”(art. IX de la Apología en torno de la Confesión de Augsburgo), tenemos el deber de preguntarnos si no hemos sido nosotros enrollados más o menos conscientemente en una actitud o manera de pensar racionalista.

En efecto, el racionalismo no acepta nada del misterio de la concepción sobrenatural de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, ante cuyo misterio no cabe más que una postura: la humilde adoración. Porque no resulta fácil de comprender el misterio de cómo el Creador de cielos y tierra pudo hacerse hombre, lo rechaza olímpicamente el cristianismo llamado “modernista”. Sin embargo, la Sagrada Escritura afirma explícitamente el sublime misterio y lo expone con todo detalle y delicadeza.

Porque el racionalismo solamente deja en pie lo que puede explicar con la razón humana, se han suprimido en la Iglesia Evangélica, en tiempos posteriores a la Reforma, todas las fiestas de María y todo lo que nos traía el recuerdo de ella: es decir, se ha perdido toda clase de relación bíblica en torno a la Virgen Maria. Y todavía estamos padeciendo las consecuencias de esta herencia de recelo y temor.

Sin embargo, si Martín Lutero nos dice en aquella frase antes citada que nunca podremos ensalzar suficientemente a la mujer que constituye el mejor tesoro para la cristiandad después de Cristo, yo misma debo contarme entre aquellas personas que no lo han hecho durante los largos años de su vida, y que, por consiguiente, no han seguido la invitación de la Sagrada Escritura según la cual “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones de la tierra” (Lc 1,48).

Yo no me había incluido entre esas generaciones. Es verdad que había leído en la Escritura cómo Isabel -la mujer bendecida por Dios- había hablado inspirada por el Espíritu Santo y la había reconocido como madre de su Señor. Su anciana prima le tributó la más grande alabanza diciendo: “De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Ciertamente hubiese yo podido aprender mucho antes a honrar a María, pero nunca lo hice por espacio de largos años, no teniendo ningún pensamiento de especial afecto para ella en mi corazón, ni haciéndola objeto de ningún cántico en memoria de ella, a pesar de lo que Lutero escribe de que no se la puede ensalzar bastante.

?El señor me concedió la gracia, en los últimos decenios, de amar y venerar a María, tanto más cuanto más profundamente intentaba imitar su conducta sumergiéndome en la consideración de aquellos duros caminos por los cuales fue conducida por la especial providencia de Dios, según nos revela la Sagrada Escritura. Es, por tanto, un deseo profundo de mi corazón poder ayudar ahora a que de parte de nosotros, los cristianos evangélicos, Maria sea nuevamente amada y venerada como madre de nuestro Señor. Y esto como corresponde al testimonio de la Sagrada Escritura y también a lo que nuestro reformador Martín Lutero nos había indicado.

El temor a aminorar la gloria de Jesús fue la causa de que en nuestras Iglesias evangélicas se negara a Maria la veneración y la alabanza debidas. Y, sin embargo, hemos de afirmar que a través de la recta veneración que a los apóstoles y a ella corresponde se multiplica la gloria y la alabanza del Señor, porque El es quien la eligió y la convirtió por su gracia en instrumento suyo. Por medio de su fe, de su amor y de su entrega a Dios a quien servía, Dios mismo vuelve a ser colocado en el centro y a ser verdaderamente glorificado.

Jesús espera que la veneremos y que la amemos. Así nos lo dice la Palabra de Dios, y ésta es, por tanto, su voluntad. Y sólo aquellos que guardan su palabra son los que aman verdaderamente a Jesús (Jn 14.23).




MARIA Y LA IGLESIA

ENTREVISTANDO A MAX THURIAN. TEOLOGO PROTESTANTE DE TAIZE.


Esta entrevista con el teólogo Max Thurian, de la comunidad de Taizé, ha sido realizada por H. M. Catta y publicada en “Il es vivant", núm. 16.

- Con algunos teólogos protestantes usted cree que la reflexión teológica debería dedicar un lugar más grande a Maria.


La reflexión cristiana sobre la Virgen María es para mí motivo de alegría y fuente de oración. Demasiado a menudo, por miedo o por oposición, el protestantismo no se ha atrevido a meditar libremente sobre lo que el Evangelio nos enseña sobre la Madre de Nuestro Señor. Ya que ella ha tenido una función eminente en la Encarnación del Hijo de Dios, es teológicamente necesario y espiritualmente provechoso reflexionar libremente sobre la vocación de María.

- Muchas veces se dice que los protestantes siguen la “Escritura sola”, mientras los católicos tendrían dos fuentes de la revelación: la Escritura y la Tradición


Hay que disipar este malentendido histórico. En 1963, la Conferencia Ecuménica de Monyreal (ortodoxos, anglicanos y protestantes) criticó fuertemente el principio de la "Escritura sola» y defendió una concepción viva de las relaciones entre Escritura y Tradición. Por otra parte, el Concilio Vaticano II ha subrayado que la Tradición no puede oponerse a la Escritura.

La Tradición es el Espíritu Santo que explica el Evangelio a la Iglesia. Pero, por otra parte, sin la Escritura, la Tradición no tendría ni normas ni límites. La Tradición viva nos autoriza a acoger lo que no es contradictorio con el testimonio de la Sagrada Escritura, todo lo que manifiesta la vida del Evangelio en la Iglesia guiada por el Espíritu.

En lo concerniente a la doctrina y piedad mariana, hay que estar muy atentos a lo que el Espíritu ha permitido a la Iglesia profundizar en la vocación y función de María en la historia de salvación y en la vida de los cristianos.

¿Aceptan los protestantes la virginidad de María?


Toda la tradición de la Iglesia ha creído en la virginidad perpetua de María como signo de su consagración y del don pleno de Dios que ella ha recibido.
Los mismos Reformadores han respetado esta convicción. Lutero predicó la virginidad perpetua de María durante toda su vida. El 2 de febrero de 1546, en la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo, dijo: "Virgen antes de la concepción y antes del parto, ella permaneció virgen también en el parto y después del parto»

Zvinglio afirmó lo mismo. Habló muchas veces de la virginidad perpetua de María. En enero de 1528, declaró: "Apelo a la piadosa Iglesia de Zurich y a todos mis escritos: reconozco a María como siempre virgen y santa». Calvino también afirma que María no tuvo más que un hijo, el Hijo de Dios, que fue su plenitud de gracia y de alegría.



- A pesar de que doctrinalmente parece que no hay grandes divergencias, sin embargo, en la práctica, muchos protestantes se escandalizan al ver honrar a María en la liturgia y en la oración católica.


Usted sabe que en este punto se trata en primer lugar de una cuestión de sensibilidad. Y esta sensibilidad, más o menos refractaria a María, se debe a una educación fundamentalmente «contra». Sin embargo, el reconocimiento de la función de la Virgen María en la historia de salvación y en la vida de la Iglesia implica una piedad que sea consecuente con la verdad. Y la fe se traduce necesariamente en la liturgia comunitaria y en la oración personal.
?El mismo Lutero conservó las fiestas marianas de la liturgia tradicional y en ellas pronunció hermosos sermones sobre María.

- ¿Hay objeciones graves a pedir la intercesión de María o a dirigirle directamente una oración?


Si en la tierra yo pido a un amigo que pida por mi, ¿por qué no podré recurrir a la intercesión de un santo que vive en Cristo y, sobre todo, a María, nuestra madre espiritual? Lutero indica cómo ve él esta petición de intercesión: "Se la debe invocar para que, por su voluntad, Dios dé y haga lo que pedimos: así hay que invocar a todos los santos, para que todo sea obra de Dios solamente» (Magnificat).

En cuanto a la petición directa a María, está atestiguada desde los primeros siglos de la Iglesia. Así, por ejemplo, esta oración de un papiro conservado en Manchester: «Bajo el amparo de tu misericordia nos acogemos, oh Madre de Dios; no dejes caer en la tentación a los que te piden, mas líbranos de todo peligro, oh única pura y bendita». Creo que esta oración dirigida a María debe dejarse a la libertad del cristiano, en la medida en que es consciente de que la Virgen María no hace otra cosa que ensalzar la gloria del Señor y pedirle que derrame su gracia





¿COMO INTERPRETAR Y VIVIR HOY LA DEVOCION A MARIA?


LUIS MARTIN

La R.C. ha venido a renovar nuestro cristianismo y a purificarlo de toda desviación, para centrar la atención en lo que es la realidad medular de la vida cristiana: Cristo Jesús, Salvador y Señor.

Un problema grave que se da en muchos cristianos es no saber distinguir, según su importancia, entre la jerarquía de verdades y realidades que tenemos en el cristianismo. Este puede ser el caso de aquellos que acudieran en todo a la Intercesión de Maria sin que se llegue a dar en ellos una relación de amor y entrega al Señor. Sería poner a María en el puesto que en sus vidas debe corresponder a Jesús.

Son numerosas las razones que han contribuido a que disminuya el énfasis que se ponía en la figura de María por parte de los católicos. Una de las más importantes sin duda es que no se daba un enfoque adecuado al culto mariano.

Así se puso de manifiesto en algunas sesiones del Concilio Vaticano II, en las que el debate mariano se agudizó ante una alternativa: o redactar un documento especial sobre la Virgen Maria, que prácticamente resumiera toda la doctrina mariológica, como pretendía el ala más conservadora, o que se incluyera en la Constitución sobre la Iglesia, como un capítulo de la misma, la enseñanza del Concilio sobre María. La asamblea optó por esta segunda proposición, a pesar de la insistencia contraria en que tal decisión restaría importancia a la figura de María en la Iglesia.

Posteriormente se ha demostrado lo infundado de tales temores. Pues si bien la doctrina mariológica del Vaticano II no representa un progreso cuantitativo, como algunos deseaban, en el sentido de que se llegara a nuevas formulaciones y definiciones, es un progreso cualitativo de considerable importancia por el nuevo enfoque que se ha dado a la figura de la Virgen Maria dentro de la perspectiva general de la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia de acuerdo con una visión más profunda, bíblica. Patrística y litúrgica. En el proceso no faltó la preocupación ecuménica, teniendo siempre muy presentes a los hermanos de otras Iglesias cristianas.

Unos años más tarde, el 2 de febrero de 1974, Pablo VI publicaba su famosa Exhortación Apostólica "Marialis Cultus” (MC), para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen.

LA FIGURA DE MARIA
EN SU VERDADERA PERSPECTIVA

El capitulo octavo de la Constitución sobre la Iglesia (LG), dedicado a la Santísima Virgen, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la Exhortación «Marialis Cultus” (MC), de Pablo VI, nos ofrecen la línea más acertada para interpretar y vivir hoy la devoción a María en la R.C.

La fuente auténtica donde hallar el retrato de la Virgen es el Evangelio.

"El Concilio Vaticano II ha denunciado ya de manera autorizada, tanto la exageración que llega a falsear la doctrina, como la estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María. Ha reprobado asimismo, algunas formas de devoción: la vana credulidad, que busca más las prácticas exteriores que el empeño serio; el estéril y pasajero sentimentalismo, tan ajeno al estilo del Evangelio, que exige obras perseverantes y activas. Repetimos aquí esta denuncia, porque se trata de formas de devoción que no están en armonía con la fe católica y por tanto no deberían encontrar lugar en el culto. La defensa vigilante contra estos errores y desviaciones hará que el culto a la Virgen sea más vigoroso y genuino. Un culto sólido en sus fundamentos, de modo que el estudio de las fuentes reveladas y la atención a los documentos del Magisterio prevalezcan sobre la desmedida búsqueda de novedades o de hechos extraordinarios. Un culto objetivo, basado en la verdad histórica, eliminando todo aquello que sea manifiestamente legendario o falso. Un culto acorde con la verdadera doctrina, evitando presentaciones unilaterales de la figura de María que, insistiendo excesivamente sobre un elemento, comprometen el conjunto de la imagen evangélica. Un culto, por fin, diáfano en sus motivaciones, de modo que se mantenga cuidadosamente lejos del santuario todo aquello que pueda interpretarse como mezquino interés” (MC. 38).

Aquellos cantos y oraciones sentimentales del pasado, toda devoción basada en leyendas, apariciones, milagros o en toda una serie de privilegios que casi llegan a endiosar a la Virgen son desviaciones o exageraciones contra las que Pablo VI levanta su denuncia. Es lamentable que se siga incurriendo en los mismos defectos en ciertos ambientes y regiones, y todos sabemos que a la mentalidad popular no se la cambia tan fácilmente. Pero es necesario que nosotros sepamos adoptar el verdadero enfoque.

En el fondo todas las exageraciones se deben principalmente a la dificultad de nuestro espíritu humano, siempre necesitado de conversión, para aceptar la sencillez y pobreza como Dios se ha querido encarnar. Los judíos del tiempo de Jesús no podían aceptar que el Mesías fuera precisamente “el Hijo del carpintero" (Mt 13,55), “el Hijo de María... y se escandalizaban a causa de El" (Lc 6.3).

Hoy también nos cuesta a nosotros aceptar la sencillez y simplicidad evangélica de “la esclava del Señor" (Lc 1.38). Vestiduras, joyas y coronas: ¿responde todo esto al espíritu del Evangelio y al deseo del Padre de ser adorado “en Espíritu y en Verdad”? (Jn 4,23).

La religiosidad, cosa muy distinta de la fe, necesita alimentarse de lo maravilloso, de lo sensacional y milagroso, y siempre perseguiré una “desmedida búsqueda de novedades o de hechos extraordinarios" (MC, 83). La fe, en cambio, confronta siempre la realidad con la Palabra de Dios y sabe ver sus maravillas en la pequeñez de su Esclava. No necesita pedir “una señal del cielo" (Mt 16.1).

Para evitar todo esto es necesario que consideremos la figura de María dentro de una perspectiva muy distinta. La veneración de la Virgen debe expresar el caráctertrinitario y cristológico que le es esencial.

María en sí sola y por sí sola no tiene sentido.

“En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él. En vistas a Él, Dios Padre la eligió desde la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro. Ciertamente la auténtica devoción cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Divino Salvador. Sin embargo, nos parece particularmente conforme con la espiritualidad de nuestra época, plenamente centrada en la figura de Cristo, que en las expresiones de culto a la Virgen se ponga particular énfasis en el aspecto cristológico y se haga que reflejen el mismo plan de Dios, que preestableció con un mismo decreto el origen de Maria y la encarnación de la divina Sabiduría” (MC, 25).

La reflexión teológica lo mismo que la Liturgia han puesto de manifiesto la acción del Espíritu Santo en la Virgen María. Esto nos ayudará a comprender la función de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

La nota trinitaria, cristológica y eclesial debe marcar toda forma de veneración mariana.

CUATRO DIMENSIONES IMPORTANTES DE LA PIEDAD MARIANA

1) Siempre hemos de mantener una clara visión bíblica de todo lo que decimos de María.

Si leemos atentamente los Evangelios, hallamos una mujer muy distinta de la virgencita acaramelada de los cuadros florentinos y de las estampas y devocionarios antiguos. Encontramos a "la primera y la más perfecta discípula de Cristo" (MC. 35), que supo escuchar siempre la Palabra de Dios, caminar en fe y sumisión a la voluntad del Padre, que fue alabada por haber “creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1 ,45), que supo seguir fiel a su Hijo hasta los últimos momentos en que “los discípulos le abandonaron todos y huyeron” (Mt 26,56), y que en los comienzos de la Iglesia naciente perseveró con todos en la oración, “con un mismo espíritu" (Hch 1,14) hasta la efusión del día de Pentecostés.

2) Tal como se celebra en la Liturgia el culto a María para nosotros es el verdadero modelo de la devoción mariana, no sólo por su equilibrio, sino por el contenido teológico y la forma como nos presenta a María: siempre a partir de las Escrituras.
Los tiempos litúrgicos, como el Adviento y la Navidad, lo mismo que el día de Pentecostés en que aparece Maria con la comunidad apostólica, nos ayudarán a vivir el debido recuerdo.

En nuestras reuniones y asambleas de oración hemos de seguir este mismo espíritu de la Iglesia en la Liturgia.

En efecto, nuestra alabanza de ordinario se centra en la persona de Cristo Jesús, el Señor resucitado, y por Él asciende al Padre en el Espíritu Santo.

“El culto cristiano es por su misma naturaleza un culto dirigido al Padre y al Espíritu, o, como se dice en la Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu. En esta perspectiva se extiende también legítimamente, aunque de un modo radicalmente distinto, a la Madre del Señor de manera singular, y después a todos los Santos, en quienes la Iglesia proclama el Misterio Pascual, porque ellos han sufrido con y con Él han sido glorificados” (MC, 25).

3) En nuestras reuniones también hemos de mantener la dimensión ecuménica en lo que se refiere al culto mariano, “porque es voluntad de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello se debilite su carácter particular, se evite con cuidado toda clase de exageración que pueda inducir a error a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica y se haga desaparecer toda forma de culto contraria a la recta práctica católica" (MC, 32).

Esto exige observar cierta consideración con los hermanos de otras Iglesias y tener en cuenta sus creencias y sentimientos. La voluntad del Señor es que sus hijos nos unamos cuanto antes en la oración y en el amor, aceptándonos en espíritu de “mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4,2-3).

4) Por último hemos de tener en cuenta la dimensión humana o antropológica, de acuerdo con “las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas. Esto ayudará a eliminar una de las causas de la inquietud que se advierte en el campo del culto mariano: es decir, la distancia entre algunos aspectos del mismo y las actuales concepciones antropológicas y la realidad psicosociológica, profundamente cambiada, en que viven y actúan los hombres de nuestro tiempo” (MC, 34).

Si veneramos e imitamos a Maria “no es precisamente por el tipo de vida que llevó y mucho menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios, porque acogió su Palabra y la puso en práctica, porque su conducta estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio, porque fue la primera y más perfecta discípula de Cristo. Y todo esto tiene un valor universal y permanente” (MC, 35).


ALGUNOS ASPECTOS CONCRETOS

Como puntos prácticos en que concretar todo lo dicho anteriormente, podemos observar los siguientes aspectos:

- Ante todo debe ser para nosotros modelo y objeto de imitación en su apertura a la Palabra y a la acción del Espíritu. Ella fue “la primera cristiana, la primera carismática” y, como enseña Pablo VI, virgen oyente, virgen orante, virgen madre, virgen oferente y maestra de vida espiritual.

- En lo que se refiere a su invocación hemos de mantener el equilibrio necesario. No ha de ser considerada principalmente como el medio o instrumento de pedir cosas al cielo, lo cual seria un desenfoque de la verdadera devoción. El rosario, por ejemplo, “oración inspirada en el misterio de la Encarnación y de la Redención, debe considerarse una oración profundamente cristológica” (MC, 46), en la que hay que “recalcar, al mismo tiempo que el valor que tiene como alabanza y súplica, la importancia de otro elemento: la contemplación. Sin ésta es como un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas” (MC, 47).

- Un aspecto bastante olvidado, pero quizá el que más nos pueda ayudar a situamos en la verdadera línea, es el de los motivos y múltiples posibilidades que nos ofrece para la alabanza a Dios “porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava... y ha hecho en (su) favor maravillas el Poderoso” (Lc 1,48-49).

Todo culto mariano, más que centrarse en Maria, se debe dirigir a Dios Padre por medio de su Hijo y en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




JUAN PABLO II DA TESTIMONIO DE MARÍA COMO MADRE DE LA IGLESIA.


Al final de su admirable Encíclica Redemptor Hominis, Juan Pablo II, tras haber hecho una ferviente exposición de lo que es su fe en Cristo Redentor y de su fe en el hombre liberado por el Hijo de Dios vivo, explica por qué se dirige a María como Madre de la Iglesia.

Si somos conscientes de esta incumbencia, entonces nos parece comprender mejor lo que significa decir que la Iglesia es madre y más aún lo que significa que la Iglesia, siempre y en especial en nuestros tiempos, tiene necesidad de una Madre. Debemos una gratitud particular a los Padres del Concilio Vaticano II, que han expresado esta verdad en la Constitución Lumen Gentium con la rica doctrina mariológica contenida en ella. Dado que Pablo VI, inspirado por esta doctrina, proclamó a la Madre de Cristo "Madre de la Iglesia”, y dado que tal denominación ha encontrado una gran resonancia, sea permitido también a su indigno Sucesor dirigirse a María, como Madre de la Iglesia, al final de las presentes consideraciones, que era oportuno exponer al comienzo de su ministerio pontifical. María es Madre de la Iglesia, porque en virtud de la inefable elección del mismo Padre Eterno y bajo la acción particular del Espíritu de Amor, ella ha dado la vida al Hijo de Dios, “por el cual y en el cual son todas las cosas” y del cual todo el Pueblo de Dios recibe la gracia y la dignidad de la elección. Su propio Hijo quiso explícitamente extender la maternidad de su Madre -y extenderla de manera fácilmente accesible a todas las almas y corazones- confiando a ella desde lo alto de la Cruz a su discípulo predilecto como hijo. El Espíritu Santo le sugirió que se quedase también ella, después de la Ascensión de Nuestro Señor, en el Cenáculo, recogida en oración y en espera junto con los Apóstoles hasta el día de Pentecostés, en que debía casi visiblemente nacer la Iglesia, saliendo de la oscuridad. Posteriormente todas las generaciones de discípulos y de cuantos confiesan y aman a Cristo -al igual que el apóstol Juan- acogieron espiritualmente en su casa a esta Madre, que así, desde los mismos comienzos, es decir, desde el momento de la Anunciación, quedó inserida en la historia de la salvación y en la misión de la Iglesia. Así, pues, todos nosotros, que formamos la generación contemporánea de los discípulos de Cristo, deseamos unirnos a ella de manera particular. Lo hacemos con toda adhesión a la tradición antigua y, al mismo tiempo, con pleno respeto y amor para con todos los miembros de todas las comunidades cristianas.

Lo hacemos impulsados por la profunda necesidad de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, si en esta difícil y responsable fase de la historia de la Iglesia y de la humanidad advertimos una especial necesidad de dirigirnos a Cristo, que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia del hombre en virtud del misterio de la Redención, creemos que ningún otro sabrá introducirnos como María en la dimensión divina y humana de este misterio. Nadie como María ha sido introducido en él por Dios mismo. En esto consiste el carácter excepcional de la gracia de la Maternidad divina. No sólo es única e irrepetible la dignidad de esta Maternidad en la historia del género humano, sino también única por su profundidad y por su radio de acción en la participación de Maria, imagen de la misma Maternidad, en el designio divino de la salvación del hombre, a través del misterio de la Redención.