De los servicios de un grupo o comunidad de la R.C. se espera siempre un servicio imprescindible para la marcha del grupo. Se trata del servicio del discernimiento.
Es relativamente fácil realizar el servicio de enseñar, dirigir Ia oración, el ministerio de los enfermos, la acogida, y todo cuanto exige la vida múltiple y variada cada vez más del grupo en constante crecimiento.
El discernimiento exige todo un conjunto de cualidades, o mejor dicho, la suma de todas las demás, porque se le presentarán problemas, acontecimientos, fenómenos que no es posible discernir si no es con la ayuda de un gran espíritu de sabiduría. A veces no es posible, inclinarse ni a un lado ni al otro y hay que buscar el difícil e incómodo equilibrio del filo de una navaja.
"Sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre” (Ga 1,16), «examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Ts 5,21) Y «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4.8).
_ Estas indicaciones de San Pablo encierran en su aparente simplicidad todo un tesoro de ciencia divina.
Nos hacen ver como el discernimiento más que para frenar es para alentar Y fomentar todo lo que surja de verdadero, justo, noble y amable y todo cuanto sea virtud. Porque Dios no hace acepción de persona” (Hch 10.34) y quiera derramar su Espíritu “sobre toda carne” (JI 3,1).
Esto supone que en ocasiones el grupo de servidores no podrá ejercer el verdadero discernimiento por sí solo. Habrá que escuchar también a los hermanos del grupo porque en cualquier momento el Señor nos puede hablar a través del más pequeño, y además, por el mero hecho de haber sino nombrados servidores, no hemos de suponer que ya tenemos de entrada todo el discernimiento que se requiere para abordar cualquier problema. La humildad como sinceridad y reconocimiento de lo que uno es ante Dios y ante los demás, esa actitud que nos dice “no os estiméis en más de lo que conviene” (Rom. 12,3) porque “¿qué tienes que no lo hayas recibido?” (Cor 1, 4,7) se opone diametralmente al pecado de presunción o de soberbia espiritual.
De aquí la necesidad de estar en comunión, porque cada uno de nosotros está siempre expuesto al engaño de de sus propios pensamientos, de sus propias seguridad o del halago de los demás. Nadie capacidad suficiente para poder afirmar rotundamente que ha hablado en nombre del Señor. Estemos siempre precavidos ante todo profeta que no acepta el juicio de los demás sobre la palabra que él ha hablado. Cierto que todo un grupo puede ser también engañado y si le falta madurez le faltará también discernimiento. Tanta mayor necesidad de que cada grupo esté en comunión con los demás.
Lo más corriente y necesario que tendrá que hacer el discernimiento en la mayoría de los casos es llegar a emitir un juicio negativo. El discernimiento en sentido negativo puede parecer poca cosa. Pero si en determinadas ocasiones se llega a ver claro y se puede afirmar: “esto no es del Señor”, «no hay indicios de que esto sea obra del Espíritu”, ya será suficiente.
Es la clase de discernimiento que emplea el Señor cuando nos dice: «entonces si alguno os dice: "mirad, el Cristo está aquí o allí", no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos" (Mt 24,23-24). Así mismo, en Mt 7.15-27. pasaje muy importante a este respecto, nos habla también de los falsos profetas y del árbol malo que da malos frutos, haciéndonos ver cómo también en contra de la voluntad del Padre se puede profetizar, expulsar demonios y hasta hacer milagros. Se puede utilizar los mismos dones y carismas en contra de la Voluntad del Padre. La piedra de toque del discernimiento aquí son los frutos del árbol y la Voluntad del Padre.
El mismo texto anterior nos hace ver que los falsos profetas no son aquellos que carecen del don de la profecía, sino aquellos que tienen un poder extraordinario, pero que no viene del Espíritu del Señor.
Los falsos profetas surgen siempre por doquier, tanto dentro como fuera del Cristianismo. El ocultismo y el orientalismo que nos está invadiendo se presentan utilizando poderes verdaderamente extraordinarios.
Siempre habrá que hacer la misma pregunta: «¿de qué espíritu procede todo esto?”.
Más difícil es el discernimiento en sentido positivo cuando se llega a afirmar: «esto procede del Señor”. Para esta clase de discernimiento están capacitados menos servidores, y para ello necesitan aun más el concurso de todos los dones del Espíritu.
En la R.C. se dan casos de servidores con discernimiento extraordinario o más bien carismático. Es don que el Señor da a quien quiere y como quiere, sin tener en cuenta las cualidades naturales de la persona y a veces ni siquiera el grado de santidad. Es lo mismo que diríamos del don de profecía: ambos dones se poseen de manera constante y habitual. Sólo en el Señor fueron permanentes. Si no necesariamente exigen la santidad de la persona, aquella siempre será uno de los mejores criterios para juzgar de la sobrenaturalidad de tal discernimiento o profecía.
Tal clase de discernimiento no se puede esperar de todos los servidores porque depende de la Voluntad del Señor.
Pero si se puede esperar una clase de discernimiento que diríamos ordinario y que se adquiere en la oración, en el estudio asiduo de la Palabra de Dios, en la experiencia de la propia vida espiritual y en la fidelidad constante al Señor. A estas cuatro fuentes han de acudir siempre todos los servidores de la R.C. y no cabe duda que el crecimiento en este don dependerá de la asiduidad en la oración, en la Palabra de Dios, de la experiencia o madurez de la propia vida espiritual y de la fidelidad con que se responde a la gracia divina.
EL DISCERNIMIENTO
Introducción.
Estudiamos aquí el problema del discernimiento.
Es uno de los dones que menciona S. Pablo cuando afirma que “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se e da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro poder de milagros; a otro profecía: a otro, discernimiento de espíritus». (1 Co 12,7-10).
Es uno de los dones más necesarios en la R.C. La vida de cualquier grupo por pequeño que sea exige un constante discernimiento. Personas, acontecimientos, fenómenos, la marcha del grupo, la reunión de oración de cada semana, los problemas de cualquier hermano o del grupo entero: todo esto exige discernimiento para evitar desviaciones o enfoques torcidos.
Siempre habrá que determinar cuál es el origen de los fenómenos que juzgamos: ¿es Dios?, ¿es nuestra naturaleza?, ¿es el espíritu del mal? El hombre puede estar abierto a influencias que proceden de uno de estos tres orígenes. Las Inspiraciones o impulsos que llegan a nuestra alma proceden: o de Dios, o de nosotros mismos, o del espíritu del mal.
Este discernimiento lo podemos ejercer sobre cosas que se refieren o a nosotros mismos o a otro hermano: es un DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Puede ser sobre fenómenos o acontecimientos que afectan a todo un grupo o comunidad y entre todos tratamos de discernir: es el DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Puede ser algo que afecte a una gran parte de la Iglesia o a toda la Iglesia: es el DISCERNIMIENTO ECLESIAL.
De acuerdo con esta distinción, sigue la exposición del tema en tres artículos distintos.
DISCERNIMIENTO ECLESIAL
EN EL ESPIRITU SANTO Y EN LA IGLESIA
Por MANUEL CASANOVA
El 18 de junio de 1974, último día del Congreso Internacional de la R.C., Ralph Martin anunció en el estadio de la Universidad de Notre Dame, USA, que el Congreso Internacional de 1975 se celebraría en Roma. Razones: el Año Santo, y siguiendo las consignas marcadas por Pablo VI había que hacer una peregrinación a la Sede de Pedro buscando un gran objetivo: reconciliación y renovación personal, comunitaria, eclesial y universal Ya con anterioridad, en octubre de 1973, se había celebrado en Roma un encuentro de dirigentes nacionales de la R.C. Cuantos concurrieron a aquella celebración de Grottaferrata pudieron escuchar en la audiencia general del miércoles día 10 cómo el Papa mencionaba a los congresistas de Grottaferrata. Trece representantes de varías países serían después recibidos en audiencia privada y escucharían del sucesor de Pedro unas palabras de reconocimiento y exhortación. La R.C. no tenía aun carta de ciudadanía dentro de la Iglesia Jerárquica y era vista con cierto recelo por parte de muchos obispos y cristianos en general no sólo en Roma sino en el mundo entero.
Existía por tanto un profundo deseo en representantes de centenares de grupos de oración de todos los países de demostrar a la Iglesia, en la persona del Obispo de Roma, todo su espíritu de amor, fidelidad y obediencia y ser, a su vez, reconocidos como verdaderos hijos no sólo individualmente sino también como grupo para poder así colaborar a la renovación de la Iglesia universal.
Este deseo se vino a cumplir con motivo de Pentecostés de 1975. Unos 10.000 miembros de la R,C. y muchos de nosotros entre ellos; nos reunimos en la explanada de las Catacumbas de San Calixto. Hoy recordamos con emoción aquella celebración eucarística presidida por el Papa en el día de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, así como la del día siguiente, lunes,presidida por el Cardenal Suenens y concelebrada por doce Obispos y 700 presbíteros y la audiencia especial que en la misma Basílica nos dispensó el Papa. Como Pastor Universal nos aceptó y recibió y nos dirigió la palabra como un padre habla a sus hijos dejando vislumbrar un gran amor y alegría al hallarse entre nosotros.
Allí el Papa reconoció en la R.C. una fuerza viva de renovación dentro de la Iglesia. Y dio unas palabras de exhortación y orientación para que “esta renovación espiritual siga siendo una "suerte" para la Iglesia y para el mundo”. (Alocución del Papa al Congreso Internacional Católico de la R.C ., el 19 de mayo, Lunes de Pentecostés, de 1975).
LA ACCION DEL ESPIRITU EN LA IGLESIA
El árbol exuberante debe ser cuidado y podado para dar un fruto sazonado. En un campo de buen trigo es fácil que nazcan también malas hierbas Como declara el Señor en sus palabras (Mt 13,24 s).
Pablo VI nos da unos principios de discernimiento sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Y la R.C. que busca la acción y el poder del Espíritu en la vida cristiana debe recordarlos y tenerlos presentes como criterio de rectitud y normas de vida.
?”Es el mismo Espíritu quien os lo indicará -, dice el Papa, - de acuerdo con la prudencia de aquellos a quienes Él mismo ha constituido Obispos para apacentar la Iglesia de Dios (Hch 20,28) “. Con ellos, pues, hay que “probarlo todo y quedarse con lo bueno” (1 Ts 5,21).
La R.C. recibe su nombre de los carismas, de los dones espirituales que el Espíritu Santo derrama sobre los miembros del Cuerpo de Cristo para la edificación y el buen ser de todo el Cuerpo (1 Co 12.7). Los dones del Espíritu son muchos y variados, y Pablo no pretende ser exhaustivo en las listas que nos da (1 Co 12.4•10,28•30; Rm 12,6•8; El 6,111
Tres son los criterios que da el Papa, siguiendo a San Pablo, para un discernimiento dentro de la comunidad cristiana:
l." Fidelidad a la doctrina auténtica de la fe.
2." Todos los dones han de ser recibidos con gratitud y, concedidos para el bien común, no contribuyen todos en la misma medida.
3." Todos los dones del Espíritu Santo se ordenan al amor.
No basta decir: “yo tengo tales dones, el Espíritu Santo me ha dicho, tal hermana no tiene aquel carisma, en este grupo hay muchas profecías, allí se dieron tales curaciones, etc.”. Estas cosas por sí mismas no son garantía de la presencia del Espíritu Santo.
Las lenguas, los milagros, las profecías son precisamente las cosas que hay que discernir y juzgar. (Declaración del Comité de Investigación y práctica pastoral de la Conferencia Episcopal de EE.UU., Nov. 1974, núm. 3).
SIEMPRE EN EL AMOR
El fruto del Espíritu es “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza o control de si mismo" (Ga 5,22).
Los dones auténticos del Espíritu tienden siempre a la construcción de la Iglesia en la unidad y en la caridad. – Poned empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz- (Ef 4,3).
Es necesario recordar que entre los capitulas 12 y 14 de la 1.ª a los Corintios, Pablo ha colocado el capitulo 13 en el que nos habla de la primacía de la caridad: -Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o cimbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha”. Y la caridad y el amor auténtico de que habla San Pablo es así: “La caridad es paciente, es servicial: la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia: se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo soporta”. [13.1-7) .
Fundado en estos criterios, en conformidad con la enseñanza del Evangelio en su totalidad de reconocer el fruto del Espíritu en la vida y actuación de los cristianos, en la caridad como garantía suprema de la presencia del Espíritu, todos los dones llevarán a dar testimonio de Jesús y a construir el Cuerpo de Cristo en el vinculo de la paz.
FRUTOS DE LA RENOVACION
Tanto el Papa como los Obispos reconocen los frutos que ha producido y está produciendo la R.C. "interés renovado por la oración, tanto individual como en gru¬po. Muchos de los que pertenecen al movimiento han experimentado un sentido nuevo de los valores espirituales, una conciencia más viva de la acción del Espíritu Santo, de la alabanza a Dios y un compromiso personal más profundo con Cristo. Igualmente, numerosos son los que han visto crecer en ellos la piedad eucarística y participan con más fruto de la vida sacramental de la Iglesia. La devoción a la Madre de Dios reviste una significación nueva y muchos reconocen que han adquirido un sentido más profundo de la Iglesia y están más unidos a ella-.
Así se descubre la conformidad con los criterios arriba mencionados.
ELEMENTOS NEGATIVOS
Es preciso tener en cuenta algunos elementos que podrían impedir el sano crecimiento de la renovación.
El “elitismo” y el "fundamentalismo bíblico», dicen los Obispos, son dos manifestaciones que se han dado y pueden darse en la R.C. El elitismo es creerse cristianos superiores a los demás, lo cual crea un medio cerrado y hace nacer divi¬siones en vez de la unidad y caridad. El fundamentalismo bíblico que toma tan literalmente la palabra de la Biblia que no es fiel a la misión del Espíritu de dar testimonio de “todo lo que Jesús ha enseñado”. Hay que evitar también el menospreciar el contenido intelectual y doctrinal de la fe y de reducirla a una experiencia religiosa subjetiva.
No es con deseo de coartar, pero si de encaminar toda la fuerza de la renovación del movimiento que los Obispos añaden: “Otros aspectos de la R.C., como la curación, la profecía, la oración en lenguas, y la interpretación de lenguas exigen prudencia. No quisiéramos negar que tales fenómenos puedan ser auténticas manifestaciones del Espíritu. Pero deben ser cuidadosamente examinadas, y su importancia, aun si son auténticas, no debería ser exagerada”.
COMPROMISO CON LOS MÁS NECESITADOS
Quiero concluir con las palabras del Papa que, hablando a los peregrinos de habla inglesa, lanzaba un reto y en ellos también a nosotros: .Abrid vuestros corazones a los hermanos necesitados. No hay limites para el reto del amor: los pobres, los necesitados, los afligidos y los que sufren en el mundo y a vuestro lado, todos os dirigen su clamor como hermanos y hermanas en Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios, pidiendo pan, pidiendo vida. Quieren ver un reflejo del amor inmolado y generoso del propio Cristo al Padre y a los hermanos “.
Por eso, continúa el Papa, no cesamos de exhortaros vehementemente a “aspi¬rar a los mejores dones" (1 Co 12,31). Este fue ayer nuestro pensamiento cuando dijimos en la solemnidad de Pentecostés: .. Sí, ésta es una jornada de alegría pero también de resoluciones y propósitos: abrimos al Espíritu Santo, eliminar todo lo que se opone a su acción, y proclamar, en la autenticidad cristiana de nuestra vida diaria que JESUS ES EL SEÑOR”.
DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Por Palmyra de Orovio
La R.C. es, según el Cardenal Suenens, “una corriente de gracias que hace brotar en todas partes, de modo espontáneo, reuniones de oración de un tipo nuevo.
Estos grupos de oración, sin estructuras preconcebidas, necesitan para existir y sobrevivir una razón de ser. Esta razón es Cristo. Nada puede reemplazarlo. Él dijo: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt 18,20). Y, como dice San Pedro, “la Palabra de Dios es viva y permanente”. [1 P 1,23). Esta Palabra se nos comunica a través de su Espíritu. No puede fallar porque el Señor no promete sino lo que quiere cumplir.
Antes del Concilio Vaticano en las relaciones comunitarias se sometía la inspiración personal a un discernimiento de tipo ignaciano, contrastado exclusivamente con el dirigente de la comunidad.
Hoy las cosas han cambiado. Los miembros de una comunidad se sienten interdependientes unos de otros y así mismo corresponsables. El Señor no está únicamente en el centro para actuar y dirigir, sino que también se halla actuando y dirigiendo en cada hermano. Cada uno recibe, en virtud del Espíritu, un caudal de gracia, capaz de convertirse en vida abundante por la fuerza latente que llevan en si los dones de Dios.
El primer discernimiento comunitario lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles (1,15-26) donde se narra la elección de Matías. Estaban reunidos con los Apóstoles los “hermanos”, es decir, los fieles convertidos el día de Pentecostés.
Nosotros también nos reunimos para orar y buscamos al mismo Señor. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Es palabra de Dios y creemos en ella. A nivel de razón estamos convencidos que el Espíritu está en nosotros. Pero esto no basta. Es preciso vivirlo y experimentarlo. San Pablo nos dice: “Transformaos mediante la renovación de vuestra mente de modo que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios”. (Rm 12,2).
Puede suceder que un grupo de oración siga durante un tiempo indefinido actuando de un modo más o menos rutinario. Pero de pronto EL SEÑOR HABLA. Ha sido en forma de profecía, de moción interna, o por un acontecimiento o a través de una crisis en el mismo grupo. De muchos modos y maneras nos habló el Señor" (Hb 1,1).
¿A DONDE OUIERE CONDUCIRNOS?
Es el momento de un discernimiento comunitario. Es el momento en que todo el esfuerzo del grupo ha de concentrase para descubrir lo que quiere el Señor AHORA. El seguirá hablando. Hay que traspasar la barrera del razonamiento para “penetrar más allá del velo asiéndonos a lo esperanza propuesta” [Hb 6.19).
REQUISITOS PARA ESTE DISCERNIMIENTO
Pero. ¿Qué exige este discernimiento? He aquí lo más urgente:
a) PREPARACION: Instrucciones en el grupo, tiempos largos de oración privada y reunión en grupos pequeños donde nos resultará más fácil escuchar la voz del Señor para discernir ante todo su presencia en nosotros.
b) LIBERTAD INTERIOR: ”Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Ca 3,17). Esta libertad interior es condición previa, sin la cual es imposible el discernimiento comunitario. Hay que desvincularse de personas, situaciones, ideas propias preconcebidas. Hay que llegar a la limpidez necesaria para ser transparencia de Dios, porque "todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen”. (2 Co 3,18). Si estamos dispuestos a pagar el precio de esta libertad, el Espíritu obrará en nosotros.
c) ORACION: El Espíritu nos impulsará a orar. "Mi casa es casa de oración" (Is 56,7: Mt 21.13). Y "esta casa somos nosotros, si es que mantenemos la entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza" (Hb 3.6). Al entrar cada uno en lo más profundo de su intimidad, pero recibirá la presencia del "dulce huésped del alma “, como dice la Secuencia de Pentecostés. Al realizarlo se actualizará aquella corriente inicial de gracia que tuvo eficacia para reunimos en nuestro primer encuentro. Y entonces se moverá cada uno a nivel de Espíritu, "no hablando con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales”. (1 Co 2,13).
d) INTERDEPENDENCIA F R A T E R N A:
Es la actitud a la que se llega, porque el Señor se nos da como miembros que forman parte de una comunidad. "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”. (1 Co 12,7) . ”Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. (1 Co 12.13). El Espíritu siempre nos guiará de acuerdo con el contexto de la comunidad. Debemos tener conciencia clara de que el Espíritu no puede contradecirse.
¿COMO CONFIRMARLO?
Lo que se ha discernido en el grupo ha de aceptarse con carácter provisional EL SEÑOR HA DE CONFIRMARLO. Si es El quien ha tomado la iniciativa, han de manifestarse el gozo y la paz. No como algo emocional, sino como algo transcendente, algo que nosotros no podríamos conseguir con el esfuerzo humano. Es el Espíritu quien actúa dentro de nosotros mismos convirtiendo en llama el rescoldo que llevábamos dentro.
Se requiere luego el CONSENSUS de toda la comunidad reunida con su equipo de servidores en los que se presume una mayor capacidad de discernimiento. Los servidores solos por sí mismos no pueden garantizar que el discernimiento comunitario sea un éxito. En ocasiones tendrán que estar dispuestos a sacrificar puntos de vista personales y dar luz verde de forma que el Señor nos despeje el camino que El ha escogido. No todo el mundo es capaz de discernir de la forma como nos dice San Pablo: “A nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu. Y el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios. Sólo el Espíritu puede juzgarlas... ¿Quién conoció al Señor para instruirle? Pero noso¬tros poseemos el Espíritu de Cristo (1 Cl) 2.10).
La CONSECUENCIA inmediata es llegar a una PAZ PROFUNDA entre todos los miembros de la comunidad y a un incremento de la armonía en ese concierto unánime, de lo que surgirá un canto de ALABANZA porque “el Señor ha obrado maravillas".
DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Por Luis Martín
El cristiano que se abre a la vida del Espíritu empieza muy pronto a encontrarse con fenómenos nuevos, intervenciones y acciones de la gracia en su vida, a las que no puede juzgar puramente con la luz de su inteligencia o de su propia formación y experiencia humana.
”No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado... El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y no las puede entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas-. (1 Co 2,12-14).
Por otra parte, siempre que tratamos de acercarnos más al Señor, siempre que se intensifica en nosotros la vida espiritual, se produce como una reacción infalible: nos enfrentamos con un nuevo combate espiritual. Una forma de este combate son la serie de inspiraciones, mociones, deseos, tentaciones, e incluso fenómenos extraordinarios que nos pueden ocurrir de una forma u otra y que tienen su origen o en nuestra propia naturaleza o en el espíritu del mal, pero que no podemos caer en la trampa de atribuírselos al Señor, a pesar de que muchas veces imitan las inspiraciones de Dios y se presentan bajo capa de bien “Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz”. (2 Co 11,14).
Lo que primeramente necesitamos es saber que esto es así y no asustarnos porque es algo completamente normal. Pablo en Rom 7,14-25 nos habla de la lucha interior que todos tenemos; y en Ef 6,10-20 nos presenta este combate espiritual. No es necesario dar más textos de la abundante literatura que nos ofrece el Nuevo Testamento.
EXAMINAD LOS ESPIRITUS
“No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios...” (1 Jn 4,11.)
Todo lo que procede del espíritu del mal viene envuelto en oscuridad y falsedad y con algún matiz de tinieblas, angustia o inquietud. Nunca nos puede dejar en paz, pues del espíritu del mal no puede derivar ninguno de los frutos del Espíritu.
De nuestra propia naturaleza, es decir, de nuestra psicología, pueden surgir estados anímicos que fácilmente atribuimos a Dios, cuando en realidad es obra más de nuestras emociones o sentimientos que se exaltan o se abaten. Cuando es cosa del Señor es algo bastante más permanente que cuando es emocionalismo que muy pronto puede cambiar. Hay personas muy impresionables o muy sugestionables y otras con apetito desordenado de estar buscando siempre lo preternatural o experiencias nuevas.
Aquí el discernimiento nos hará ver cómo todo esto, por más revestido que se nos presente de piedad o de santidad, no hay que atribuirlo a Dios y más bien hay que tratar de superar la tensión de los sentimientos y emociones. Esto nos explica cómo puede haber personas que de la oración salen fatigadas, o con dolores de cabeza o molestias en otras partes del cuerpo. Aun siendo auténtica su oración y habiendo llegado a verdadera unión con el Señor, puede haber estado lastrada por una carga de emocionalismo o sentimiento que sin duda tiene su repercusión somática en forma de dolor. La oración íntima, la acción de la gracia, la fe profunda y la verdadera experiencia del Señor operan a niveles más profundos y estables de nuestra persona, en la mayoría de los casos más allá del alcance de nuestra conciencia y de nues¬tra sensibilidad.
INSPIRACION ORDINARIA Y EXTRAORDINARIA
El Señor nos puede hablar a través de dos tipos diferentes de inspiración: ordinaria y extraordinaria. Cada una de ellas es de gran importancia para nuestra vida espiritual.
La inspiración ordinaria, aunque surge en nuestro corazón en forma de inclinaciones naturales, es muy distinta de las inclinaciones naturales. Siempre procede de Dios y apreciaremos la diferencia de los impulsos naturales de nuestra mente o de nuestra voluntad por el amor que siempre infunde en nuestra alma, amor muy distinto de cualquier tipo de afección humana y que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
El problema puede estar a veces en confundir el impulso de nuestras afeccio¬nes naturales con la inspiración del Espíritu Santo.
Las inspiraciones ordinarias están llegando constantemente a nuestra alma si estamos viviendo en clima de oración y fidelidad a Dios. No suponen algo milagroso o preternatural, y en este sentido son menos peligrosas que las inspiraciones extraordinarias, pero también más divinas y preciosas, porque son el modo preferido que el Señor tiene de actuar en aquellos que le son dóciles. El Espíritu del Amor prefiere guiarnos y actuar en nosotros por el camino del amor más que por el camino de las inspiraciones extraordinarias.
Esta clase de inspiración surge constantemente de la Palabra viva de Dios, verdadera fuente de inspiración, y también de la oración personal y comunitaria, de la celebración de la Eucaristía, del compartir con los hermanos en el Señor, y de cualquier tipo de ministerio y servicio que tanto podamos dar como recibir.
Respecto a la Sagrada Escritura, como fuente de inspiración ordinaria para nuestra vida, pensemos que no es un libro de adivinación con el que descubrir la voluntad de Dios por el texto que nos sale al azar. Nunca Dios se puede someter a nuestros antojos o a nuestras manipulaciones; Él hablará cuando quiera y como quiera y Él será quien escoja el procedimiento de hablarnos y no nosotros.
LA INSPIRACION EXTRAORDINARIA
La inspiración extraordinaria, y que otros llaman carismática, se puede presentar bajo las siguientes formas:
Visión, palabra hablada (no importa si la palabra es percibida con el oído o tan sólo interiormente, ni si la visión es percibida con los ojos del cuerpo o tan sólo interiormente) .
Idea o intención que de pronto se forma en la mente sin intervención de causa natural.
Estas tres formas de inspiración extraordinaria nos llegan como si fueran mensajes de alguien, como un impulso para hacer una cosa determinada sin que se den palabras o imágenes.
Este tipo de inspiración es el que decimos que es más peligroso que el ordinario por la facilidad con que nos podemos engañar, sobre todo si somos inclinados a formarnos ilusiones o porque nosotros mismos las buscamos y hasta nos las inventamos.
Por consiguiente el discernimiento se hace aquí más necesario, y nadie debe ser juez de su propia causa por lo que siempre será muy precavido y circunspecto en decir: “Es que el Señor me ha dicho a mí... "
Si la inspiración viene de Dios vendrá siempre envuelta en verdad, luz, docilidad, paz, desconfianza de nosotros mismos y confianza en el Señor, paciencia, sinceridad, libertad de espíritu, y por supuesto un gran amor a Dios y a todos los demás.
EN CONSTANTE SINTONIA CON EL ESPIRITU
El Señor usa la inspiración extraordinaria para comunicar mensajes especiales que no se pueden dar de un modo ordinario, bien sea porque no somos suficientemente dóciles a Él o porque el mismo mensaje representa ya en sí algo extraordinario.
Pero la perfección de la vida cristiana, la de los que son “guiados por el Espíritu del Señor”, consiste en estar de tal modo sintonizados con el Espíritu y tan sensibles a sus mociones, que sin necesidad de medios fuertes y forzosos, por así decirlo, podamos ser guiados por el más suave toque del Espíritu. A medida que crecemos en la unión con el Señor, las inspiraciones ordinarias que vamos recibiendo se van convirtiendo en una atmósfera que envuelve toda nuestra vida y dejan ya de ser mociones separadas o esporádicas. Podríamos decir que se llega a un estado en que ya no se tiene que consultar al Espíritu para cada caso concreto que se presenta, porque se vive en constante atención a Él, en total sintonía con Él. Y por consiguiente en constante apertura y en identificación con el Señor.
Este estado maravilloso es más bien una meta a la que apenas llegamos, un ideal por el que constantemente tenemos que trabajar.
Sea cual sea el punto en el que nosotros nos encontramos, creo que nadie llega a un estado en el que no tenga que preguntarse muchas veces qué quiere el Señor de él, teniendo que ejercer el discernimiento sobre las inspiraciones que parece recibir.
AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS
(Tomado de •• New Covenant», noviembre de 1976)
El amor cristiano se basa en el compromiso. Pero este amor no florece si no se expresa activamente.
Hace años vivía yo en una casa con ocho cristianos más. Una noche, al sentamos a cenar, uno de los compañeros empezó a hablar sobre un problema que había en su vida. No fue una confesión que fácilmente se sacara de la manga. Había vivido el problema durante años y de él habló con dificultad. Cuando hubo terminado dijo: “Es la primera vez que he podido hablar a alguien sobre este problema y si ahora he podido compartirlo ha sido por vuestra entrega para conmigo».
Siguió diciendo que por primera vez en su vida veía que se hallaba en un grupo de personas que le amarían sin reparar en lo que él tenía de malo. Tenía razón. El que viviéramos juntos se basaba en el compromiso que habíamos hecho de tratamos unos a otros como hermanos y de ayudamos en nuestra vida cristiana. Pues nos habíamos comprometido a amarnos sin tener en cuenta los propios sentimientos, por lo que este hombre experimentó una gran libertad para abrirse a los demás.
Para mucha gente de hoy día el amor se basa en una mutua atracción y en intereses comunes. Pero en la Sagrada Escritura el amor se fundamenta en la entrega. Jesús nos vio con nuestros propios pecados, sin embargo nos amó hasta el punto de morir por nosotros. Su entrega a nosotros fue inquebrantable. Esta clase de amor firme es la que debería estar en el corazón de nuestras relaciones con los demás. Los cristianos deben amarse no por sentimientos de simpatía, sino porque se comprometen a amarse como miembros del mismo cuerpo.
Pero no sólo hemos de comprometernos a amarnos unos a otros, sino que también debemos expresar este amor. El amor entre marido y esposa apenas si crecerá si no lo expresan el uno al otro. De la misma manera el amor dentro de un grupo o co¬munidad cristiana no llegará a crecer si no tiene una expresión activa entre sus miembros. Esto lo pueden hacer de varios modos: manifestándose afecto y respeto, con el servicio de unos a otros, utilizando un lenguaje de afecto y que edifique la fe. De esta forma los cristianos se ayudan y fortalecen y manifiestan su compromiso de amarse.
EXPRESIONES DE AFECTO
De ordinario las personas sólo tienen conjeturas ante la pregunta de si los demás los aman. "Esta gente parece que se interesa por mí, no me han dicho que marche, no me ignoran, ni me han excluido de ninguno de sus planes, parece que me encuentran aceptable». Pero Pablo escribió: «Amaos cordialmente los unos a los otros» (Rm 12,10). En otras palabras, amaos unos a otros de forma abierta y sincera, expresando vuestro amor al otro, abrazaos, saludad a los demás de forma que vean que os sentís contentos al verlos, decidles que los amáis.
Saber expresar afecto es de una gran importancia en la vida cristiana, y no es un aspecto puramente opcional que podemos poner en nuestras relaciones si tenemos tiempo o si nos acordamos. Cuando expresamos afecto hacemos que los demás sepan sin género de duda que los amamos. Este conocimiento produce una gran paz y seguridad en sus vidas y en nuestras mismas relaciones con ellos.
Yo solía pensar que el expresar amor era algo muy importante si se trataba de amigos a los que veía con poca frecuencia y no así para con aquellos que tenía constantemente de cerca. En consecuencia no me preocupaba por expresar mi afecto a las personas con las que vivía. Y pensaba: «Bien, ya saben que las quiero. Estamos juntos constantemente y durante mucho tiempo no hemos tenido una discusión». Después comprendí que si el afecto pone paz y seguridad en nuestras relaciones debería jugar un papel muy relevante en la forma de relacionarme con aquellos a los que estoy viendo de ordinario. Es importante expresar afecto a las personas que no conozco bien, pero lo es todavía más importante saberlo expresar a aquellas con quienes convivimos, como marido, esposa, hijos, compañeros.
RESPETO
No hace mucho hallándome en una conferencia a la que asistía gente de varios países me llamó la atención ver cómo personas de otras culturas daban una gran importancia a la forma de expresar su respeto. Los japoneses, por ejemplo, hacían una profunda inclinación a las personas que saludaban. Me sorprendió el que nosotros los americanos apenas si nos esforzamos en honrarnos unos a otros si no es cuando enseñamos a nuestros hijos a decir «por favor» y «gracias».
Pablo escribe: «honrándoos a porfía unos a otros»; nosotros diríamos: «respetándoos». Podría haber escrito no más que «es bueno mostrar respeto», pero escribió: «A porfía unos a otros». ¿Por qué es Pablo tan insistente? Porque toda persona a la que nos acercamos está hecha a imagen de Dios y es digna de honor.
Podemos hacer muchas cosas para exteriorizar nuestro respeto. Hemos de prestar atención a los demás cuando hablan. Cuando terminen de hablar hemos de responder a sus afirmaciones y no ignorarlas o precipitarnos en exponer nuestra opinión. Tampoco debemos interrumpir a los demás cuando están hablando.
Si estamos leyendo el periódico cuando alguien entra en la habitación, debemos levantarnos y saludar. Cuando estamos en un grupo de personas debemos asegurarnos de que nadie en el grupo queda desatendido o que se le pasa por alto como si esta persona no tuviera importancia. Debemos hablar de los ausentes de la misma forma que hablaríamos de ellos si estuvieran presentes. Hemos de estar an¬siosos de prestarnos favores unos a otros. En todo debemos otorgar a los demás el respeto que se merecen como seres hu¬manos creados a imagen de Dios.
SERVICIO
En la Ultima Cena, Jesús realizó deliberadamente una tarea impropia de quien preside la mesa. "Se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13,5). Una acción sin precedentes: el anfitrión de un banquete nunca lavaba los pies de los individuos. Sin embargo Jesús escogió servir a sus discípulos bajo una de las formas más humillantes y después les dijo que hicieran lo mismo, "pues si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,14-15).
Amarse unos a otros significa estar prontos para prestar los más bajos e insignificantes servicios. Debemos servir nos unos a otros en aquellas tareas que se nos han confiado e ir todavía más allá de nuestras obligaciones en aquello que no se nos ha pedido. Una voluntad de servicio es signo de nuestro amor mutuo, ayuda a edificar el grupo de oración o la comunidad.
FORMAS DE LENGUAJE
Cuando iniciamos la vida cristiana descubrimos que necesitamos eliminar de nuestro lenguaje un conjunto de paganismo, cinismo, insultos y otros malos hábitos. Una vez eliminadas las faltas más salientes e importantes, solemos pensar que nuestro lenguaje está en orden. Sin embargo, en su carta a los Efesios escribe Pablo: «No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen» (Ef 4,29). Pablo no dice simplemente: «eliminad los malos hábitos», sino que exhorta a los cristianos a decir solamente aquello que pueda edificar a los demás en la fe y fortalecerlos en el Señor. Pablo presenta el ideal de cómo los cristianos debieran hablar, ideal muy superior al que la mayoría de nosotros hemos escogido.
Por ejemplo, muchas personas son propensas, o a ser demasiado habladoras y dicen todo lo que les viene a la mente, o a ser demasiado reservadas y apenas si dicen algo. Ambas formas de lenguaje son un problema porque ninguna edifica al oyente. La persona que sea demasiado habladora o demasiado reservada debería seguir los consejos de Pablo y aprender a decir solamente lo que edifica y es oportuno.
Hace varios años, una vez que algunos nos reuníamos para dialogar, empezamos a hablar de los momentos en que el Señor nos había demostrado su amor a cada uno de una manera especial. Algunas personas dieron testimonio de acontecimientos en los que se sintieron singularmente cerca de Dios, otros hablaron de cómo habían experimentado el amor de Dios en la oración. Enseguida pude darme cuenta cómo todos nos sentíamos más cerca del Señor y más cerca unos de otros. Hablar del Señor y de nuestros deseos de amarle y servirle es algo que «comunica gracia» a nuestros oyentes y que nos ayudará a controlar nuestro lenguaje.
El ideal de lenguaje de San Pablo incluye el animarse unos a otros. No se requiere hacer elogios siempre que alguien hace algo bien. Pero deberíamos aprender a decir a las personas con franqueza que las apreciamos y que han hecho algo bien. Un marido debe hacer saber a su mujer cómo aprecia el trabajo que realiza en la casa. Un empresario debe alabar a sus empleados por su trabajo. Si una persona muy tímida saca suficiente coraje para dar un testimonio en la reunión de oración, alguien debería buscarla después de la reunión y hacerle saber lo acertada que estuvo su intervención. Unas palabras de aliento pueden contribuir a fortalecer y aumentar el deseo de servir.
Alentar a los demás es uno de los mayores actos de amor que podemos hacer. Y hemos de hacerla de forma que fortalezca a los demás incitándolos a amar al Señor.
HUMOR NEGATIVO V QUEJAS
El hablar con afecto de forma que comunique gracia y edifique al oyente exige evitar todo lenguaje destructivo y negativo. Una de las formas más corrientes pero menos reconocidas de semejante lenguaje es lo que se llama «humor negativo». Humor que contiene alguna pulla o comentario zahiriente. Por ejemplo, alguien en la conversación deja deslizar un comentario intempestivo y uno de los amigos le dice: «oye, cada vez que abres la boca metes el pie». El comentario del compañero trata de ser humorístico, pero es negativo. Cuando se hacen comentarios como éste, cuando en la conversación se ironiza o bromea a propósito" de las debilidades de alguien, la intención es buena: tratamos de ser afectuosos y abiertos.
En nuestra sociedad el humor negativo es de los pocos medios socialmente aceptados para expresar afecto. No se nos estimula a abrazar a los demás para manifestarles que los queremos, pero sí podemos hacer comentarios en tono humorístico, aunque negativo, para demostrarles nuestro afecto. Con todo, por muy buenas que puedan ser las intenciones del que así habla y lo ingenioso de su comentario, el humor negativo es inamistoso. Se centra en las faltas y debilidades de alguien, por lo que no es la forma apropiada por la que un cristiano debe demostrar afecto. Si alguien nos dice «afectuosamente» q u e constantemente estamos desbarrando, quizá nos riamos y lo tomemos a bien, pero lo más seguro es que no nos sintamos adecuadamente amados y aceptados.
Por otra parte, el expresar afecto de una forma sincera comunica seguridad, paz y un sentido de dignidad ante el Señor. Aunque en nuestra cultura es difícil y también embarazoso ser abiertamente afectuoso en la conversación, los cristianos debemos abandonar toda forma de humor negativo y aprender a ser afectuosos con espontaneidad.
El murmurar y el quejarse son otras formas de lenguaje negativo que no caben en la vida cristiana. Lo mismo que el humor negativo son habituales en nuestra sociedad. Uno se queja cuando tiene que esperar a que el semáforo rojo cambie a verde, otros se quejan del trabajo y de los salarios, se murmura de la mujer, del marido, de los hijos. Murmurar y quejarse puede ser algo socialmente aceptable, pero nos indispone para amar y servir. Cuando nos tenemos que levantar a media noche para alimentar al bebé, cuando tenemos que pasar el día entero de reuniones, si murmuramos y nos quejamos lo ponemos todo aun más difícil para nosotros mismos y también para los que nos oyen. Cuando nos encontramos en una situación difícil debiéramos exclamar: «Alabado sea Dios, otra oportunidad para servir, otra oportunidad para levantarnos a media noche, otra oportunidad para andar una milla extra. Esto es lo que Dios me pide ahora y por tanto es lo que yo quiero hacer». Cuanto más expresemos nuestra voluntad de servir y alabar a Dios en medio de las pruebas, tanto adoptaremos la actitud que tuvo el Señor de servir.
El lenguaje positivo significa también mantener una actitud de fe cuando hablamos. Nunca debiéramos decir: «jamás aprenderé a controlar mi temperamento». Hablad con fe y esperad a que el Señor actúe. Así mismo hemos de evitar los chismes y el criticar a los demás. Es decir, hemos de quitar todos los elementos negativos de nuestro lenguaje y substituidos por palabras positivas de amor y de fe. Esto no quiere decir que ignoremos las dificultades. Significa que si surge un problema, tenemos que evitar el quejarnos y tratar más bien de encajar la situación de un modo correcto de forma que todo quede subsanado.
Los cristianos hemos de ayudarnos de manera activa unos a otros en nuestra vida cristiana y estimularnos hacia un amor más profundo al Señor y a los demás. Aunque las formas como nos manifestamos afecto y respeto y los modos como servimos y hablamos unos con otros puedan parecer relativamente insignificantes se hallan sin embargo en el corazón de nuestra vida común.
Es relativamente fácil realizar el servicio de enseñar, dirigir Ia oración, el ministerio de los enfermos, la acogida, y todo cuanto exige la vida múltiple y variada cada vez más del grupo en constante crecimiento.
El discernimiento exige todo un conjunto de cualidades, o mejor dicho, la suma de todas las demás, porque se le presentarán problemas, acontecimientos, fenómenos que no es posible discernir si no es con la ayuda de un gran espíritu de sabiduría. A veces no es posible, inclinarse ni a un lado ni al otro y hay que buscar el difícil e incómodo equilibrio del filo de una navaja.
"Sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre” (Ga 1,16), «examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Ts 5,21) Y «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4.8).
_ Estas indicaciones de San Pablo encierran en su aparente simplicidad todo un tesoro de ciencia divina.
Nos hacen ver como el discernimiento más que para frenar es para alentar Y fomentar todo lo que surja de verdadero, justo, noble y amable y todo cuanto sea virtud. Porque Dios no hace acepción de persona” (Hch 10.34) y quiera derramar su Espíritu “sobre toda carne” (JI 3,1).
Esto supone que en ocasiones el grupo de servidores no podrá ejercer el verdadero discernimiento por sí solo. Habrá que escuchar también a los hermanos del grupo porque en cualquier momento el Señor nos puede hablar a través del más pequeño, y además, por el mero hecho de haber sino nombrados servidores, no hemos de suponer que ya tenemos de entrada todo el discernimiento que se requiere para abordar cualquier problema. La humildad como sinceridad y reconocimiento de lo que uno es ante Dios y ante los demás, esa actitud que nos dice “no os estiméis en más de lo que conviene” (Rom. 12,3) porque “¿qué tienes que no lo hayas recibido?” (Cor 1, 4,7) se opone diametralmente al pecado de presunción o de soberbia espiritual.
De aquí la necesidad de estar en comunión, porque cada uno de nosotros está siempre expuesto al engaño de de sus propios pensamientos, de sus propias seguridad o del halago de los demás. Nadie capacidad suficiente para poder afirmar rotundamente que ha hablado en nombre del Señor. Estemos siempre precavidos ante todo profeta que no acepta el juicio de los demás sobre la palabra que él ha hablado. Cierto que todo un grupo puede ser también engañado y si le falta madurez le faltará también discernimiento. Tanta mayor necesidad de que cada grupo esté en comunión con los demás.
Lo más corriente y necesario que tendrá que hacer el discernimiento en la mayoría de los casos es llegar a emitir un juicio negativo. El discernimiento en sentido negativo puede parecer poca cosa. Pero si en determinadas ocasiones se llega a ver claro y se puede afirmar: “esto no es del Señor”, «no hay indicios de que esto sea obra del Espíritu”, ya será suficiente.
Es la clase de discernimiento que emplea el Señor cuando nos dice: «entonces si alguno os dice: "mirad, el Cristo está aquí o allí", no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos" (Mt 24,23-24). Así mismo, en Mt 7.15-27. pasaje muy importante a este respecto, nos habla también de los falsos profetas y del árbol malo que da malos frutos, haciéndonos ver cómo también en contra de la voluntad del Padre se puede profetizar, expulsar demonios y hasta hacer milagros. Se puede utilizar los mismos dones y carismas en contra de la Voluntad del Padre. La piedra de toque del discernimiento aquí son los frutos del árbol y la Voluntad del Padre.
El mismo texto anterior nos hace ver que los falsos profetas no son aquellos que carecen del don de la profecía, sino aquellos que tienen un poder extraordinario, pero que no viene del Espíritu del Señor.
Los falsos profetas surgen siempre por doquier, tanto dentro como fuera del Cristianismo. El ocultismo y el orientalismo que nos está invadiendo se presentan utilizando poderes verdaderamente extraordinarios.
Siempre habrá que hacer la misma pregunta: «¿de qué espíritu procede todo esto?”.
Más difícil es el discernimiento en sentido positivo cuando se llega a afirmar: «esto procede del Señor”. Para esta clase de discernimiento están capacitados menos servidores, y para ello necesitan aun más el concurso de todos los dones del Espíritu.
En la R.C. se dan casos de servidores con discernimiento extraordinario o más bien carismático. Es don que el Señor da a quien quiere y como quiere, sin tener en cuenta las cualidades naturales de la persona y a veces ni siquiera el grado de santidad. Es lo mismo que diríamos del don de profecía: ambos dones se poseen de manera constante y habitual. Sólo en el Señor fueron permanentes. Si no necesariamente exigen la santidad de la persona, aquella siempre será uno de los mejores criterios para juzgar de la sobrenaturalidad de tal discernimiento o profecía.
Tal clase de discernimiento no se puede esperar de todos los servidores porque depende de la Voluntad del Señor.
Pero si se puede esperar una clase de discernimiento que diríamos ordinario y que se adquiere en la oración, en el estudio asiduo de la Palabra de Dios, en la experiencia de la propia vida espiritual y en la fidelidad constante al Señor. A estas cuatro fuentes han de acudir siempre todos los servidores de la R.C. y no cabe duda que el crecimiento en este don dependerá de la asiduidad en la oración, en la Palabra de Dios, de la experiencia o madurez de la propia vida espiritual y de la fidelidad con que se responde a la gracia divina.
EL DISCERNIMIENTO
Introducción.
Estudiamos aquí el problema del discernimiento.
Es uno de los dones que menciona S. Pablo cuando afirma que “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se e da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro poder de milagros; a otro profecía: a otro, discernimiento de espíritus». (1 Co 12,7-10).
Es uno de los dones más necesarios en la R.C. La vida de cualquier grupo por pequeño que sea exige un constante discernimiento. Personas, acontecimientos, fenómenos, la marcha del grupo, la reunión de oración de cada semana, los problemas de cualquier hermano o del grupo entero: todo esto exige discernimiento para evitar desviaciones o enfoques torcidos.
Siempre habrá que determinar cuál es el origen de los fenómenos que juzgamos: ¿es Dios?, ¿es nuestra naturaleza?, ¿es el espíritu del mal? El hombre puede estar abierto a influencias que proceden de uno de estos tres orígenes. Las Inspiraciones o impulsos que llegan a nuestra alma proceden: o de Dios, o de nosotros mismos, o del espíritu del mal.
Este discernimiento lo podemos ejercer sobre cosas que se refieren o a nosotros mismos o a otro hermano: es un DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Puede ser sobre fenómenos o acontecimientos que afectan a todo un grupo o comunidad y entre todos tratamos de discernir: es el DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Puede ser algo que afecte a una gran parte de la Iglesia o a toda la Iglesia: es el DISCERNIMIENTO ECLESIAL.
De acuerdo con esta distinción, sigue la exposición del tema en tres artículos distintos.
DISCERNIMIENTO ECLESIAL
EN EL ESPIRITU SANTO Y EN LA IGLESIA
Por MANUEL CASANOVA
El 18 de junio de 1974, último día del Congreso Internacional de la R.C., Ralph Martin anunció en el estadio de la Universidad de Notre Dame, USA, que el Congreso Internacional de 1975 se celebraría en Roma. Razones: el Año Santo, y siguiendo las consignas marcadas por Pablo VI había que hacer una peregrinación a la Sede de Pedro buscando un gran objetivo: reconciliación y renovación personal, comunitaria, eclesial y universal Ya con anterioridad, en octubre de 1973, se había celebrado en Roma un encuentro de dirigentes nacionales de la R.C. Cuantos concurrieron a aquella celebración de Grottaferrata pudieron escuchar en la audiencia general del miércoles día 10 cómo el Papa mencionaba a los congresistas de Grottaferrata. Trece representantes de varías países serían después recibidos en audiencia privada y escucharían del sucesor de Pedro unas palabras de reconocimiento y exhortación. La R.C. no tenía aun carta de ciudadanía dentro de la Iglesia Jerárquica y era vista con cierto recelo por parte de muchos obispos y cristianos en general no sólo en Roma sino en el mundo entero.
Existía por tanto un profundo deseo en representantes de centenares de grupos de oración de todos los países de demostrar a la Iglesia, en la persona del Obispo de Roma, todo su espíritu de amor, fidelidad y obediencia y ser, a su vez, reconocidos como verdaderos hijos no sólo individualmente sino también como grupo para poder así colaborar a la renovación de la Iglesia universal.
Este deseo se vino a cumplir con motivo de Pentecostés de 1975. Unos 10.000 miembros de la R,C. y muchos de nosotros entre ellos; nos reunimos en la explanada de las Catacumbas de San Calixto. Hoy recordamos con emoción aquella celebración eucarística presidida por el Papa en el día de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, así como la del día siguiente, lunes,presidida por el Cardenal Suenens y concelebrada por doce Obispos y 700 presbíteros y la audiencia especial que en la misma Basílica nos dispensó el Papa. Como Pastor Universal nos aceptó y recibió y nos dirigió la palabra como un padre habla a sus hijos dejando vislumbrar un gran amor y alegría al hallarse entre nosotros.
Allí el Papa reconoció en la R.C. una fuerza viva de renovación dentro de la Iglesia. Y dio unas palabras de exhortación y orientación para que “esta renovación espiritual siga siendo una "suerte" para la Iglesia y para el mundo”. (Alocución del Papa al Congreso Internacional Católico de la R.C ., el 19 de mayo, Lunes de Pentecostés, de 1975).
LA ACCION DEL ESPIRITU EN LA IGLESIA
El árbol exuberante debe ser cuidado y podado para dar un fruto sazonado. En un campo de buen trigo es fácil que nazcan también malas hierbas Como declara el Señor en sus palabras (Mt 13,24 s).
Pablo VI nos da unos principios de discernimiento sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Y la R.C. que busca la acción y el poder del Espíritu en la vida cristiana debe recordarlos y tenerlos presentes como criterio de rectitud y normas de vida.
?”Es el mismo Espíritu quien os lo indicará -, dice el Papa, - de acuerdo con la prudencia de aquellos a quienes Él mismo ha constituido Obispos para apacentar la Iglesia de Dios (Hch 20,28) “. Con ellos, pues, hay que “probarlo todo y quedarse con lo bueno” (1 Ts 5,21).
La R.C. recibe su nombre de los carismas, de los dones espirituales que el Espíritu Santo derrama sobre los miembros del Cuerpo de Cristo para la edificación y el buen ser de todo el Cuerpo (1 Co 12.7). Los dones del Espíritu son muchos y variados, y Pablo no pretende ser exhaustivo en las listas que nos da (1 Co 12.4•10,28•30; Rm 12,6•8; El 6,111
Tres son los criterios que da el Papa, siguiendo a San Pablo, para un discernimiento dentro de la comunidad cristiana:
l." Fidelidad a la doctrina auténtica de la fe.
2." Todos los dones han de ser recibidos con gratitud y, concedidos para el bien común, no contribuyen todos en la misma medida.
3." Todos los dones del Espíritu Santo se ordenan al amor.
No basta decir: “yo tengo tales dones, el Espíritu Santo me ha dicho, tal hermana no tiene aquel carisma, en este grupo hay muchas profecías, allí se dieron tales curaciones, etc.”. Estas cosas por sí mismas no son garantía de la presencia del Espíritu Santo.
Las lenguas, los milagros, las profecías son precisamente las cosas que hay que discernir y juzgar. (Declaración del Comité de Investigación y práctica pastoral de la Conferencia Episcopal de EE.UU., Nov. 1974, núm. 3).
SIEMPRE EN EL AMOR
El fruto del Espíritu es “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza o control de si mismo" (Ga 5,22).
Los dones auténticos del Espíritu tienden siempre a la construcción de la Iglesia en la unidad y en la caridad. – Poned empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz- (Ef 4,3).
Es necesario recordar que entre los capitulas 12 y 14 de la 1.ª a los Corintios, Pablo ha colocado el capitulo 13 en el que nos habla de la primacía de la caridad: -Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o cimbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha”. Y la caridad y el amor auténtico de que habla San Pablo es así: “La caridad es paciente, es servicial: la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia: se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo soporta”. [13.1-7) .
Fundado en estos criterios, en conformidad con la enseñanza del Evangelio en su totalidad de reconocer el fruto del Espíritu en la vida y actuación de los cristianos, en la caridad como garantía suprema de la presencia del Espíritu, todos los dones llevarán a dar testimonio de Jesús y a construir el Cuerpo de Cristo en el vinculo de la paz.
FRUTOS DE LA RENOVACION
Tanto el Papa como los Obispos reconocen los frutos que ha producido y está produciendo la R.C. "interés renovado por la oración, tanto individual como en gru¬po. Muchos de los que pertenecen al movimiento han experimentado un sentido nuevo de los valores espirituales, una conciencia más viva de la acción del Espíritu Santo, de la alabanza a Dios y un compromiso personal más profundo con Cristo. Igualmente, numerosos son los que han visto crecer en ellos la piedad eucarística y participan con más fruto de la vida sacramental de la Iglesia. La devoción a la Madre de Dios reviste una significación nueva y muchos reconocen que han adquirido un sentido más profundo de la Iglesia y están más unidos a ella-.
Así se descubre la conformidad con los criterios arriba mencionados.
ELEMENTOS NEGATIVOS
Es preciso tener en cuenta algunos elementos que podrían impedir el sano crecimiento de la renovación.
El “elitismo” y el "fundamentalismo bíblico», dicen los Obispos, son dos manifestaciones que se han dado y pueden darse en la R.C. El elitismo es creerse cristianos superiores a los demás, lo cual crea un medio cerrado y hace nacer divi¬siones en vez de la unidad y caridad. El fundamentalismo bíblico que toma tan literalmente la palabra de la Biblia que no es fiel a la misión del Espíritu de dar testimonio de “todo lo que Jesús ha enseñado”. Hay que evitar también el menospreciar el contenido intelectual y doctrinal de la fe y de reducirla a una experiencia religiosa subjetiva.
No es con deseo de coartar, pero si de encaminar toda la fuerza de la renovación del movimiento que los Obispos añaden: “Otros aspectos de la R.C., como la curación, la profecía, la oración en lenguas, y la interpretación de lenguas exigen prudencia. No quisiéramos negar que tales fenómenos puedan ser auténticas manifestaciones del Espíritu. Pero deben ser cuidadosamente examinadas, y su importancia, aun si son auténticas, no debería ser exagerada”.
COMPROMISO CON LOS MÁS NECESITADOS
Quiero concluir con las palabras del Papa que, hablando a los peregrinos de habla inglesa, lanzaba un reto y en ellos también a nosotros: .Abrid vuestros corazones a los hermanos necesitados. No hay limites para el reto del amor: los pobres, los necesitados, los afligidos y los que sufren en el mundo y a vuestro lado, todos os dirigen su clamor como hermanos y hermanas en Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios, pidiendo pan, pidiendo vida. Quieren ver un reflejo del amor inmolado y generoso del propio Cristo al Padre y a los hermanos “.
Por eso, continúa el Papa, no cesamos de exhortaros vehementemente a “aspi¬rar a los mejores dones" (1 Co 12,31). Este fue ayer nuestro pensamiento cuando dijimos en la solemnidad de Pentecostés: .. Sí, ésta es una jornada de alegría pero también de resoluciones y propósitos: abrimos al Espíritu Santo, eliminar todo lo que se opone a su acción, y proclamar, en la autenticidad cristiana de nuestra vida diaria que JESUS ES EL SEÑOR”.
DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Por Palmyra de Orovio
La R.C. es, según el Cardenal Suenens, “una corriente de gracias que hace brotar en todas partes, de modo espontáneo, reuniones de oración de un tipo nuevo.
Estos grupos de oración, sin estructuras preconcebidas, necesitan para existir y sobrevivir una razón de ser. Esta razón es Cristo. Nada puede reemplazarlo. Él dijo: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt 18,20). Y, como dice San Pedro, “la Palabra de Dios es viva y permanente”. [1 P 1,23). Esta Palabra se nos comunica a través de su Espíritu. No puede fallar porque el Señor no promete sino lo que quiere cumplir.
Antes del Concilio Vaticano en las relaciones comunitarias se sometía la inspiración personal a un discernimiento de tipo ignaciano, contrastado exclusivamente con el dirigente de la comunidad.
Hoy las cosas han cambiado. Los miembros de una comunidad se sienten interdependientes unos de otros y así mismo corresponsables. El Señor no está únicamente en el centro para actuar y dirigir, sino que también se halla actuando y dirigiendo en cada hermano. Cada uno recibe, en virtud del Espíritu, un caudal de gracia, capaz de convertirse en vida abundante por la fuerza latente que llevan en si los dones de Dios.
El primer discernimiento comunitario lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles (1,15-26) donde se narra la elección de Matías. Estaban reunidos con los Apóstoles los “hermanos”, es decir, los fieles convertidos el día de Pentecostés.
Nosotros también nos reunimos para orar y buscamos al mismo Señor. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Es palabra de Dios y creemos en ella. A nivel de razón estamos convencidos que el Espíritu está en nosotros. Pero esto no basta. Es preciso vivirlo y experimentarlo. San Pablo nos dice: “Transformaos mediante la renovación de vuestra mente de modo que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios”. (Rm 12,2).
Puede suceder que un grupo de oración siga durante un tiempo indefinido actuando de un modo más o menos rutinario. Pero de pronto EL SEÑOR HABLA. Ha sido en forma de profecía, de moción interna, o por un acontecimiento o a través de una crisis en el mismo grupo. De muchos modos y maneras nos habló el Señor" (Hb 1,1).
¿A DONDE OUIERE CONDUCIRNOS?
Es el momento de un discernimiento comunitario. Es el momento en que todo el esfuerzo del grupo ha de concentrase para descubrir lo que quiere el Señor AHORA. El seguirá hablando. Hay que traspasar la barrera del razonamiento para “penetrar más allá del velo asiéndonos a lo esperanza propuesta” [Hb 6.19).
REQUISITOS PARA ESTE DISCERNIMIENTO
Pero. ¿Qué exige este discernimiento? He aquí lo más urgente:
a) PREPARACION: Instrucciones en el grupo, tiempos largos de oración privada y reunión en grupos pequeños donde nos resultará más fácil escuchar la voz del Señor para discernir ante todo su presencia en nosotros.
b) LIBERTAD INTERIOR: ”Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Ca 3,17). Esta libertad interior es condición previa, sin la cual es imposible el discernimiento comunitario. Hay que desvincularse de personas, situaciones, ideas propias preconcebidas. Hay que llegar a la limpidez necesaria para ser transparencia de Dios, porque "todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen”. (2 Co 3,18). Si estamos dispuestos a pagar el precio de esta libertad, el Espíritu obrará en nosotros.
c) ORACION: El Espíritu nos impulsará a orar. "Mi casa es casa de oración" (Is 56,7: Mt 21.13). Y "esta casa somos nosotros, si es que mantenemos la entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza" (Hb 3.6). Al entrar cada uno en lo más profundo de su intimidad, pero recibirá la presencia del "dulce huésped del alma “, como dice la Secuencia de Pentecostés. Al realizarlo se actualizará aquella corriente inicial de gracia que tuvo eficacia para reunimos en nuestro primer encuentro. Y entonces se moverá cada uno a nivel de Espíritu, "no hablando con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales”. (1 Co 2,13).
d) INTERDEPENDENCIA F R A T E R N A:
Es la actitud a la que se llega, porque el Señor se nos da como miembros que forman parte de una comunidad. "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”. (1 Co 12,7) . ”Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. (1 Co 12.13). El Espíritu siempre nos guiará de acuerdo con el contexto de la comunidad. Debemos tener conciencia clara de que el Espíritu no puede contradecirse.
¿COMO CONFIRMARLO?
Lo que se ha discernido en el grupo ha de aceptarse con carácter provisional EL SEÑOR HA DE CONFIRMARLO. Si es El quien ha tomado la iniciativa, han de manifestarse el gozo y la paz. No como algo emocional, sino como algo transcendente, algo que nosotros no podríamos conseguir con el esfuerzo humano. Es el Espíritu quien actúa dentro de nosotros mismos convirtiendo en llama el rescoldo que llevábamos dentro.
Se requiere luego el CONSENSUS de toda la comunidad reunida con su equipo de servidores en los que se presume una mayor capacidad de discernimiento. Los servidores solos por sí mismos no pueden garantizar que el discernimiento comunitario sea un éxito. En ocasiones tendrán que estar dispuestos a sacrificar puntos de vista personales y dar luz verde de forma que el Señor nos despeje el camino que El ha escogido. No todo el mundo es capaz de discernir de la forma como nos dice San Pablo: “A nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu. Y el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios. Sólo el Espíritu puede juzgarlas... ¿Quién conoció al Señor para instruirle? Pero noso¬tros poseemos el Espíritu de Cristo (1 Cl) 2.10).
La CONSECUENCIA inmediata es llegar a una PAZ PROFUNDA entre todos los miembros de la comunidad y a un incremento de la armonía en ese concierto unánime, de lo que surgirá un canto de ALABANZA porque “el Señor ha obrado maravillas".
DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Por Luis Martín
El cristiano que se abre a la vida del Espíritu empieza muy pronto a encontrarse con fenómenos nuevos, intervenciones y acciones de la gracia en su vida, a las que no puede juzgar puramente con la luz de su inteligencia o de su propia formación y experiencia humana.
”No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado... El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y no las puede entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas-. (1 Co 2,12-14).
Por otra parte, siempre que tratamos de acercarnos más al Señor, siempre que se intensifica en nosotros la vida espiritual, se produce como una reacción infalible: nos enfrentamos con un nuevo combate espiritual. Una forma de este combate son la serie de inspiraciones, mociones, deseos, tentaciones, e incluso fenómenos extraordinarios que nos pueden ocurrir de una forma u otra y que tienen su origen o en nuestra propia naturaleza o en el espíritu del mal, pero que no podemos caer en la trampa de atribuírselos al Señor, a pesar de que muchas veces imitan las inspiraciones de Dios y se presentan bajo capa de bien “Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz”. (2 Co 11,14).
Lo que primeramente necesitamos es saber que esto es así y no asustarnos porque es algo completamente normal. Pablo en Rom 7,14-25 nos habla de la lucha interior que todos tenemos; y en Ef 6,10-20 nos presenta este combate espiritual. No es necesario dar más textos de la abundante literatura que nos ofrece el Nuevo Testamento.
EXAMINAD LOS ESPIRITUS
“No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios...” (1 Jn 4,11.)
Todo lo que procede del espíritu del mal viene envuelto en oscuridad y falsedad y con algún matiz de tinieblas, angustia o inquietud. Nunca nos puede dejar en paz, pues del espíritu del mal no puede derivar ninguno de los frutos del Espíritu.
De nuestra propia naturaleza, es decir, de nuestra psicología, pueden surgir estados anímicos que fácilmente atribuimos a Dios, cuando en realidad es obra más de nuestras emociones o sentimientos que se exaltan o se abaten. Cuando es cosa del Señor es algo bastante más permanente que cuando es emocionalismo que muy pronto puede cambiar. Hay personas muy impresionables o muy sugestionables y otras con apetito desordenado de estar buscando siempre lo preternatural o experiencias nuevas.
Aquí el discernimiento nos hará ver cómo todo esto, por más revestido que se nos presente de piedad o de santidad, no hay que atribuirlo a Dios y más bien hay que tratar de superar la tensión de los sentimientos y emociones. Esto nos explica cómo puede haber personas que de la oración salen fatigadas, o con dolores de cabeza o molestias en otras partes del cuerpo. Aun siendo auténtica su oración y habiendo llegado a verdadera unión con el Señor, puede haber estado lastrada por una carga de emocionalismo o sentimiento que sin duda tiene su repercusión somática en forma de dolor. La oración íntima, la acción de la gracia, la fe profunda y la verdadera experiencia del Señor operan a niveles más profundos y estables de nuestra persona, en la mayoría de los casos más allá del alcance de nuestra conciencia y de nues¬tra sensibilidad.
INSPIRACION ORDINARIA Y EXTRAORDINARIA
El Señor nos puede hablar a través de dos tipos diferentes de inspiración: ordinaria y extraordinaria. Cada una de ellas es de gran importancia para nuestra vida espiritual.
La inspiración ordinaria, aunque surge en nuestro corazón en forma de inclinaciones naturales, es muy distinta de las inclinaciones naturales. Siempre procede de Dios y apreciaremos la diferencia de los impulsos naturales de nuestra mente o de nuestra voluntad por el amor que siempre infunde en nuestra alma, amor muy distinto de cualquier tipo de afección humana y que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
El problema puede estar a veces en confundir el impulso de nuestras afeccio¬nes naturales con la inspiración del Espíritu Santo.
Las inspiraciones ordinarias están llegando constantemente a nuestra alma si estamos viviendo en clima de oración y fidelidad a Dios. No suponen algo milagroso o preternatural, y en este sentido son menos peligrosas que las inspiraciones extraordinarias, pero también más divinas y preciosas, porque son el modo preferido que el Señor tiene de actuar en aquellos que le son dóciles. El Espíritu del Amor prefiere guiarnos y actuar en nosotros por el camino del amor más que por el camino de las inspiraciones extraordinarias.
Esta clase de inspiración surge constantemente de la Palabra viva de Dios, verdadera fuente de inspiración, y también de la oración personal y comunitaria, de la celebración de la Eucaristía, del compartir con los hermanos en el Señor, y de cualquier tipo de ministerio y servicio que tanto podamos dar como recibir.
Respecto a la Sagrada Escritura, como fuente de inspiración ordinaria para nuestra vida, pensemos que no es un libro de adivinación con el que descubrir la voluntad de Dios por el texto que nos sale al azar. Nunca Dios se puede someter a nuestros antojos o a nuestras manipulaciones; Él hablará cuando quiera y como quiera y Él será quien escoja el procedimiento de hablarnos y no nosotros.
LA INSPIRACION EXTRAORDINARIA
La inspiración extraordinaria, y que otros llaman carismática, se puede presentar bajo las siguientes formas:
Visión, palabra hablada (no importa si la palabra es percibida con el oído o tan sólo interiormente, ni si la visión es percibida con los ojos del cuerpo o tan sólo interiormente) .
Idea o intención que de pronto se forma en la mente sin intervención de causa natural.
Estas tres formas de inspiración extraordinaria nos llegan como si fueran mensajes de alguien, como un impulso para hacer una cosa determinada sin que se den palabras o imágenes.
Este tipo de inspiración es el que decimos que es más peligroso que el ordinario por la facilidad con que nos podemos engañar, sobre todo si somos inclinados a formarnos ilusiones o porque nosotros mismos las buscamos y hasta nos las inventamos.
Por consiguiente el discernimiento se hace aquí más necesario, y nadie debe ser juez de su propia causa por lo que siempre será muy precavido y circunspecto en decir: “Es que el Señor me ha dicho a mí... "
Si la inspiración viene de Dios vendrá siempre envuelta en verdad, luz, docilidad, paz, desconfianza de nosotros mismos y confianza en el Señor, paciencia, sinceridad, libertad de espíritu, y por supuesto un gran amor a Dios y a todos los demás.
EN CONSTANTE SINTONIA CON EL ESPIRITU
El Señor usa la inspiración extraordinaria para comunicar mensajes especiales que no se pueden dar de un modo ordinario, bien sea porque no somos suficientemente dóciles a Él o porque el mismo mensaje representa ya en sí algo extraordinario.
Pero la perfección de la vida cristiana, la de los que son “guiados por el Espíritu del Señor”, consiste en estar de tal modo sintonizados con el Espíritu y tan sensibles a sus mociones, que sin necesidad de medios fuertes y forzosos, por así decirlo, podamos ser guiados por el más suave toque del Espíritu. A medida que crecemos en la unión con el Señor, las inspiraciones ordinarias que vamos recibiendo se van convirtiendo en una atmósfera que envuelve toda nuestra vida y dejan ya de ser mociones separadas o esporádicas. Podríamos decir que se llega a un estado en que ya no se tiene que consultar al Espíritu para cada caso concreto que se presenta, porque se vive en constante atención a Él, en total sintonía con Él. Y por consiguiente en constante apertura y en identificación con el Señor.
Este estado maravilloso es más bien una meta a la que apenas llegamos, un ideal por el que constantemente tenemos que trabajar.
Sea cual sea el punto en el que nosotros nos encontramos, creo que nadie llega a un estado en el que no tenga que preguntarse muchas veces qué quiere el Señor de él, teniendo que ejercer el discernimiento sobre las inspiraciones que parece recibir.
AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS
(Tomado de •• New Covenant», noviembre de 1976)
El amor cristiano se basa en el compromiso. Pero este amor no florece si no se expresa activamente.
Hace años vivía yo en una casa con ocho cristianos más. Una noche, al sentamos a cenar, uno de los compañeros empezó a hablar sobre un problema que había en su vida. No fue una confesión que fácilmente se sacara de la manga. Había vivido el problema durante años y de él habló con dificultad. Cuando hubo terminado dijo: “Es la primera vez que he podido hablar a alguien sobre este problema y si ahora he podido compartirlo ha sido por vuestra entrega para conmigo».
Siguió diciendo que por primera vez en su vida veía que se hallaba en un grupo de personas que le amarían sin reparar en lo que él tenía de malo. Tenía razón. El que viviéramos juntos se basaba en el compromiso que habíamos hecho de tratamos unos a otros como hermanos y de ayudamos en nuestra vida cristiana. Pues nos habíamos comprometido a amarnos sin tener en cuenta los propios sentimientos, por lo que este hombre experimentó una gran libertad para abrirse a los demás.
Para mucha gente de hoy día el amor se basa en una mutua atracción y en intereses comunes. Pero en la Sagrada Escritura el amor se fundamenta en la entrega. Jesús nos vio con nuestros propios pecados, sin embargo nos amó hasta el punto de morir por nosotros. Su entrega a nosotros fue inquebrantable. Esta clase de amor firme es la que debería estar en el corazón de nuestras relaciones con los demás. Los cristianos deben amarse no por sentimientos de simpatía, sino porque se comprometen a amarse como miembros del mismo cuerpo.
Pero no sólo hemos de comprometernos a amarnos unos a otros, sino que también debemos expresar este amor. El amor entre marido y esposa apenas si crecerá si no lo expresan el uno al otro. De la misma manera el amor dentro de un grupo o co¬munidad cristiana no llegará a crecer si no tiene una expresión activa entre sus miembros. Esto lo pueden hacer de varios modos: manifestándose afecto y respeto, con el servicio de unos a otros, utilizando un lenguaje de afecto y que edifique la fe. De esta forma los cristianos se ayudan y fortalecen y manifiestan su compromiso de amarse.
EXPRESIONES DE AFECTO
De ordinario las personas sólo tienen conjeturas ante la pregunta de si los demás los aman. "Esta gente parece que se interesa por mí, no me han dicho que marche, no me ignoran, ni me han excluido de ninguno de sus planes, parece que me encuentran aceptable». Pero Pablo escribió: «Amaos cordialmente los unos a los otros» (Rm 12,10). En otras palabras, amaos unos a otros de forma abierta y sincera, expresando vuestro amor al otro, abrazaos, saludad a los demás de forma que vean que os sentís contentos al verlos, decidles que los amáis.
Saber expresar afecto es de una gran importancia en la vida cristiana, y no es un aspecto puramente opcional que podemos poner en nuestras relaciones si tenemos tiempo o si nos acordamos. Cuando expresamos afecto hacemos que los demás sepan sin género de duda que los amamos. Este conocimiento produce una gran paz y seguridad en sus vidas y en nuestras mismas relaciones con ellos.
Yo solía pensar que el expresar amor era algo muy importante si se trataba de amigos a los que veía con poca frecuencia y no así para con aquellos que tenía constantemente de cerca. En consecuencia no me preocupaba por expresar mi afecto a las personas con las que vivía. Y pensaba: «Bien, ya saben que las quiero. Estamos juntos constantemente y durante mucho tiempo no hemos tenido una discusión». Después comprendí que si el afecto pone paz y seguridad en nuestras relaciones debería jugar un papel muy relevante en la forma de relacionarme con aquellos a los que estoy viendo de ordinario. Es importante expresar afecto a las personas que no conozco bien, pero lo es todavía más importante saberlo expresar a aquellas con quienes convivimos, como marido, esposa, hijos, compañeros.
RESPETO
No hace mucho hallándome en una conferencia a la que asistía gente de varios países me llamó la atención ver cómo personas de otras culturas daban una gran importancia a la forma de expresar su respeto. Los japoneses, por ejemplo, hacían una profunda inclinación a las personas que saludaban. Me sorprendió el que nosotros los americanos apenas si nos esforzamos en honrarnos unos a otros si no es cuando enseñamos a nuestros hijos a decir «por favor» y «gracias».
Pablo escribe: «honrándoos a porfía unos a otros»; nosotros diríamos: «respetándoos». Podría haber escrito no más que «es bueno mostrar respeto», pero escribió: «A porfía unos a otros». ¿Por qué es Pablo tan insistente? Porque toda persona a la que nos acercamos está hecha a imagen de Dios y es digna de honor.
Podemos hacer muchas cosas para exteriorizar nuestro respeto. Hemos de prestar atención a los demás cuando hablan. Cuando terminen de hablar hemos de responder a sus afirmaciones y no ignorarlas o precipitarnos en exponer nuestra opinión. Tampoco debemos interrumpir a los demás cuando están hablando.
Si estamos leyendo el periódico cuando alguien entra en la habitación, debemos levantarnos y saludar. Cuando estamos en un grupo de personas debemos asegurarnos de que nadie en el grupo queda desatendido o que se le pasa por alto como si esta persona no tuviera importancia. Debemos hablar de los ausentes de la misma forma que hablaríamos de ellos si estuvieran presentes. Hemos de estar an¬siosos de prestarnos favores unos a otros. En todo debemos otorgar a los demás el respeto que se merecen como seres hu¬manos creados a imagen de Dios.
SERVICIO
En la Ultima Cena, Jesús realizó deliberadamente una tarea impropia de quien preside la mesa. "Se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13,5). Una acción sin precedentes: el anfitrión de un banquete nunca lavaba los pies de los individuos. Sin embargo Jesús escogió servir a sus discípulos bajo una de las formas más humillantes y después les dijo que hicieran lo mismo, "pues si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,14-15).
Amarse unos a otros significa estar prontos para prestar los más bajos e insignificantes servicios. Debemos servir nos unos a otros en aquellas tareas que se nos han confiado e ir todavía más allá de nuestras obligaciones en aquello que no se nos ha pedido. Una voluntad de servicio es signo de nuestro amor mutuo, ayuda a edificar el grupo de oración o la comunidad.
FORMAS DE LENGUAJE
Cuando iniciamos la vida cristiana descubrimos que necesitamos eliminar de nuestro lenguaje un conjunto de paganismo, cinismo, insultos y otros malos hábitos. Una vez eliminadas las faltas más salientes e importantes, solemos pensar que nuestro lenguaje está en orden. Sin embargo, en su carta a los Efesios escribe Pablo: «No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen» (Ef 4,29). Pablo no dice simplemente: «eliminad los malos hábitos», sino que exhorta a los cristianos a decir solamente aquello que pueda edificar a los demás en la fe y fortalecerlos en el Señor. Pablo presenta el ideal de cómo los cristianos debieran hablar, ideal muy superior al que la mayoría de nosotros hemos escogido.
Por ejemplo, muchas personas son propensas, o a ser demasiado habladoras y dicen todo lo que les viene a la mente, o a ser demasiado reservadas y apenas si dicen algo. Ambas formas de lenguaje son un problema porque ninguna edifica al oyente. La persona que sea demasiado habladora o demasiado reservada debería seguir los consejos de Pablo y aprender a decir solamente lo que edifica y es oportuno.
Hace varios años, una vez que algunos nos reuníamos para dialogar, empezamos a hablar de los momentos en que el Señor nos había demostrado su amor a cada uno de una manera especial. Algunas personas dieron testimonio de acontecimientos en los que se sintieron singularmente cerca de Dios, otros hablaron de cómo habían experimentado el amor de Dios en la oración. Enseguida pude darme cuenta cómo todos nos sentíamos más cerca del Señor y más cerca unos de otros. Hablar del Señor y de nuestros deseos de amarle y servirle es algo que «comunica gracia» a nuestros oyentes y que nos ayudará a controlar nuestro lenguaje.
El ideal de lenguaje de San Pablo incluye el animarse unos a otros. No se requiere hacer elogios siempre que alguien hace algo bien. Pero deberíamos aprender a decir a las personas con franqueza que las apreciamos y que han hecho algo bien. Un marido debe hacer saber a su mujer cómo aprecia el trabajo que realiza en la casa. Un empresario debe alabar a sus empleados por su trabajo. Si una persona muy tímida saca suficiente coraje para dar un testimonio en la reunión de oración, alguien debería buscarla después de la reunión y hacerle saber lo acertada que estuvo su intervención. Unas palabras de aliento pueden contribuir a fortalecer y aumentar el deseo de servir.
Alentar a los demás es uno de los mayores actos de amor que podemos hacer. Y hemos de hacerla de forma que fortalezca a los demás incitándolos a amar al Señor.
HUMOR NEGATIVO V QUEJAS
El hablar con afecto de forma que comunique gracia y edifique al oyente exige evitar todo lenguaje destructivo y negativo. Una de las formas más corrientes pero menos reconocidas de semejante lenguaje es lo que se llama «humor negativo». Humor que contiene alguna pulla o comentario zahiriente. Por ejemplo, alguien en la conversación deja deslizar un comentario intempestivo y uno de los amigos le dice: «oye, cada vez que abres la boca metes el pie». El comentario del compañero trata de ser humorístico, pero es negativo. Cuando se hacen comentarios como éste, cuando en la conversación se ironiza o bromea a propósito" de las debilidades de alguien, la intención es buena: tratamos de ser afectuosos y abiertos.
En nuestra sociedad el humor negativo es de los pocos medios socialmente aceptados para expresar afecto. No se nos estimula a abrazar a los demás para manifestarles que los queremos, pero sí podemos hacer comentarios en tono humorístico, aunque negativo, para demostrarles nuestro afecto. Con todo, por muy buenas que puedan ser las intenciones del que así habla y lo ingenioso de su comentario, el humor negativo es inamistoso. Se centra en las faltas y debilidades de alguien, por lo que no es la forma apropiada por la que un cristiano debe demostrar afecto. Si alguien nos dice «afectuosamente» q u e constantemente estamos desbarrando, quizá nos riamos y lo tomemos a bien, pero lo más seguro es que no nos sintamos adecuadamente amados y aceptados.
Por otra parte, el expresar afecto de una forma sincera comunica seguridad, paz y un sentido de dignidad ante el Señor. Aunque en nuestra cultura es difícil y también embarazoso ser abiertamente afectuoso en la conversación, los cristianos debemos abandonar toda forma de humor negativo y aprender a ser afectuosos con espontaneidad.
El murmurar y el quejarse son otras formas de lenguaje negativo que no caben en la vida cristiana. Lo mismo que el humor negativo son habituales en nuestra sociedad. Uno se queja cuando tiene que esperar a que el semáforo rojo cambie a verde, otros se quejan del trabajo y de los salarios, se murmura de la mujer, del marido, de los hijos. Murmurar y quejarse puede ser algo socialmente aceptable, pero nos indispone para amar y servir. Cuando nos tenemos que levantar a media noche para alimentar al bebé, cuando tenemos que pasar el día entero de reuniones, si murmuramos y nos quejamos lo ponemos todo aun más difícil para nosotros mismos y también para los que nos oyen. Cuando nos encontramos en una situación difícil debiéramos exclamar: «Alabado sea Dios, otra oportunidad para servir, otra oportunidad para levantarnos a media noche, otra oportunidad para andar una milla extra. Esto es lo que Dios me pide ahora y por tanto es lo que yo quiero hacer». Cuanto más expresemos nuestra voluntad de servir y alabar a Dios en medio de las pruebas, tanto adoptaremos la actitud que tuvo el Señor de servir.
El lenguaje positivo significa también mantener una actitud de fe cuando hablamos. Nunca debiéramos decir: «jamás aprenderé a controlar mi temperamento». Hablad con fe y esperad a que el Señor actúe. Así mismo hemos de evitar los chismes y el criticar a los demás. Es decir, hemos de quitar todos los elementos negativos de nuestro lenguaje y substituidos por palabras positivas de amor y de fe. Esto no quiere decir que ignoremos las dificultades. Significa que si surge un problema, tenemos que evitar el quejarnos y tratar más bien de encajar la situación de un modo correcto de forma que todo quede subsanado.
Los cristianos hemos de ayudarnos de manera activa unos a otros en nuestra vida cristiana y estimularnos hacia un amor más profundo al Señor y a los demás. Aunque las formas como nos manifestamos afecto y respeto y los modos como servimos y hablamos unos con otros puedan parecer relativamente insignificantes se hallan sin embargo en el corazón de nuestra vida común.