LA NOVEDAD DEL ESPIRITU
Nacer a la vida del Espíritu es nacer a una vida nueva.
Vida Nueva en el Espíritu de la que constantemente nos habla la Palabra de Dios. Dos pasajes muy significativos del Nuevo Testamento nos ofrecen toda la densa riqueza de esta vida nueva.
Se trata de Ef 4,17-22 con 5,1-7 y Col 3,1-17.
En ambos textos tenemos por una parte el contraste del “hombre viejo”, que sin duda es el hombre que no ha nacido a la vida del Espíritu y está bajo el dominio del pecado, “que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias” (Ef 4,22) Y está condenado a morir porque “el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne.” (Jn 3,5.6).
Pero tenemos también la realidad del HOMBRE NUEVO, el que ha nacido del Espíritu, “Lo nacido del Espíritu es espíritu” (Jn 3,6) y “el Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada” (Jn6,63).
Este hombre, nacido del Espíritu para gozar una vida nueva:
- Es «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,24).
- "Se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su creador” (Co 1,3,10).
Si el hombre viejo pertenece al mundo de las “tinieblas”, “en otro tiempo fuisteis tinieblas" (Ef 5,8), el hombre nuevo es del mundo, de la luz, de la vida, de la verdad y de la justicia o santidad de Dos: “ahora sois luz en el Señor: vivid como hijos de la luz”, (Ef 5,8). Él es la verdadera imagen de Dios, él es el único, en el que de verdad, se llega a “reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8.29.
Si la vida nueva del Espíritu así nos hace en relación con Dios, necesariamente tenía que crear también dimensiones nuevas en relación con los hombres. En efecto, desaparecen las barreras que los hombres han establecido y que son elemento de discordia o división, como son las distancias de raza, cultura, religión, clase social, para dar paso a una unidad que es restauración de la unidad primitiva de la creación, “donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión... sino que Cristo es todo y en “. (Col 3,11). Esta unidad tan sólo es posible por la fuerza del Espíritu.
Otra manifestación inconfundible de esta vida nueva es el Amor. Por esto Pablo tenía necesariamente que hablar del amor en los dos pasajes:
- “Vivid en el amor como Cristo os amó” (Ef 5,22).
- “Revestíos como elegidos de Dios, santos, amados, de entrañas de misericordia... y por encima de todo esto revestíos del amor” (Col 3,12-14).
La consecuencia es lógica también en los dos pasajes: la alabanza y el gozo:
- “ Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados ...” (Ef 5,19-20) .
- “Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados...” (Col 3,16-17).
Esta novedad del Espíritu, que empieza ya aquí ahora al «ser derramado sobre toda carne”, llegará a tener un día una culminación asombrosa con la manifestación plena del Espíritu en toda la creación, llamada también a “participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). Entonces se cumplirá la palabra: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5) Y aparecerá «un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1 y 2 Pe 3,13).
El Espíritu crea y recrea, siempre es original, nunca se repite.
Cada hermano que nace a la vida del Espíritu es una nueva creación, una vida totalmente nueva, “el hombre interior se va renovando de día en día” (2 Co 4,16).
Y es que esta es la realidad: "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Co 5,17).
El COMPROMISO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA.
Al hablar de compromiso de la R.C. nos queremos referir a la exigencia que entraña de fidelidad y de renovación.
Este compromiso es muy grande:
a) Para la Iglesia entera, porque el Espíritu la conduce hacia una profunda renovación de forma que irradie verdaderamente ante todo el mundo la presencia salvadora del Señor.
b) En la vida personal de cada uno de nosotros, por la transformación que comienza el Espíritu y que nunca tiene fin.
c) Se manifiesta en actitudes concretas ante Dios, los hermanos y el mundo entero.
d) Y no se puede desentender del ambiente o contexto social y político en que nos toque vivir, porque seria cómodo egoísmo que nos impide ser luz del mundo y sal de la tierra.
Los cuatro artículos que siguen a continuación nos ayudarán a reflexionar y profundizar en estos cuatro aspectos.
Esta exigencia es ya don y gracia del Señor que nos ha querido llamar a la Renovación para colmarnos de vida y gozo y para que nosotros podamos transmitir esto mismo a otros hermanos.
RENOVACION CARISMATICA DE TODA LA IGLESIA
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
¿QUE QUIERE DECIR RENOVACION?
Continuamente están naciendo grupos y movimientos dentro de la Iglesia y cada cristiano, de acuerdo con sus preferencias o necesidades, se va integrando en ellos. Algunos son efímeros, otros sobreviven varios años. Ciertas asociaciones, como las congregaciones religiosas, perduran siglos. Cuando hablamos de la Renovación Carismática nada tiene de extraño que se nos pregunte: ¿otro movimiento? ¿A qué os dedicáis?
Para comprender bien la Renovación es muy útil distinguir entre movimiento-asociación y movimiento-renovación. El movimiento-asociación tiene como finalidad el ayudar a un grupo de cristianos en el mantenimiento de unas formas de vida; lo principal de estas asociaciones es la organización y la perseverancia. Podemos citar, como ejemplo, la Acción Católica, las Conferencias de S. Vicente, la mayor parte de las congregaciones religiosas, etcétera. Pero junto a estas asociaciones nacen de cuando en cuando en la Iglesia movimientos de renovación, en los que, con un cambio de lo pasado en mayor o menor grado, algo se pone en marcha hacia una “segunda conversión” efectiva de las personas. Lo que aglutina a tales individuos no es una amistad o un orden jurídico, sino una experiencia común que los impulsa hacia un futuro nuevo. Los movimientos de renovación no son propiamente algo que pertenece a un grupo de personas, sino momentos privilegiados de toda la Iglesia en los que se produce una transformación, un cambio de época, la superación de un período de estancamiento y decadencia (Cfr.: H. MOHLEN. Espíritu, carisma, liberación, Edt. Secretariado Trinitario, Salamanca, pág. 12 ss.).
Por eso, “los movimientos de renovación son algo constitutivo de la esencia más honda de la Iglesia en cuanto Iglesia" (H. Míihlen) y van marcando las distintas épocas de su historia.
UN NUEVO PENTECOSTES
El año 1959 el Papa Juan XXIII invita a todos los católicos a que hagan la siguiente invocación al Espíritu Santo: renueva tus maravillas en nuestros día como en un nuevo Pentecostés. Esta oración profética del Papa había sido precedida por la inspiración de convocar un concilio.
¿Un nuevo Pentecostés? Sí. El Espíritu Santo había ido preparando a su Iglesia poco a poco para una gran renovación. A finales de siglo había surgido un movimiento de renovación litúrgica, seguido muy pronto de un movimiento de renovación bíblica y ecuménica. Toda esta dinámica del Espíritu iba a cristalizar en el Concilio Vaticano II.
Pero el Concilio no fue un Pentecostés.
Para unos sus decretos se están aplicando muy lentamente, para otros los cambios se realizan con demasiada precipitación, sin suficiente preparación. El Concilio era el principio de la Renovación, el principio del Pentecostés. Al concluir la gran Asamblea, el 8 dc diciembre de 1965, quedaban toneladas de papel escrito, una colección de decretos y muchas esperanzas. Teníamos la palabra, necesitábamos el Espíritu que nos la hiciera comprender y posibilitara esta renovación.
Con la Renovación Carismática llega a su culminación el cambio de época que supone la Iglesia del siglo XX; es la culminación del movimiento litúrgico, bíblico, ecuménico, la culminación del Concilio: la Iglesia renovada por el Espíritu. Se comprende entonces que digamos que la renovación carismática no es un movimiento-asociación, ni algo que afecte a unos pocos. Es un movimiento de renovación cuya vocación es desaparecer cuando, como ha ocurrido con el bíblico, toda la Iglesia recobre la conciencia de ser toda ella carismática: obra del Espíritu.
CUATRO ZONAS DE RENOVACION
Esta renovación de toda la Iglesia afecta principalmente a cuatro zonas de relación:
a) Renovación personal: el amor de Dios manifestado en Jesucristo y derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo nos confiere el don de la aceptación de nosotros mismos, de la unidad y renovación de nuestra persona.
b) Renovación eclesial y comunitaria: el Espíritu nos hace tomar conciencia de la pluralidad de carismas; la parroquia se construye como comunidad; el gobierno pastoral adquiere su pleno sentido como discernimiento; el ministerio sacerdotal aparece bajo una nueva luz al encontrar su equilibrio con los carismas de los demás creyentes; la liturgia se hace viva, como fiesta en el Espíritu; el magisterio se convierte en exhortación y se recibe con docilidad.
c) Renovación ecuménica: la experiencia de la vida en un mismo Espiritau acelera y abre caminos insospechados para la unidad ya cercana de todas las Iglesias. La existencia de una misma vida carismática en todas las Iglesias hace que, permaneciendo todos firmes en la propia tradición, se eliminen las exageraciones y absolutizaciones y que nos abramos hacia la recuperación de todos los carismas dispersos en las distintas Iglesias.
d) Renovación universal: la sensibilidad a la presencia del Señor en medio de nosotros nos hace tomar conciencia de la unidad de todo el plan de salvación, de la unidad de todo lo creado. La corriente secularizadora, que reivindica la autonomía de la creación, ha realizado una fractura entre lo sagrado y lo secular, entre la fe y la razón. La experiencia del Espíritu de Jesús nos hace tomar nueva conciencia de la encarnación de Dios: Jesucristo plenamente Dios y plenamente hombre. Ante unos ojos renovados la humanidad y la creación aparecen también como plenamente autónomas y totalmente sometidas al señorío de Jesucristo.
ESPERANZA DE LA IGLESIA
No podemos concluir sin recordar las palabras de Pablo VI en Pentecostés de 1975 a los diez años de la conclusión del Concilio:
¿En cuántos de los que continúan, por tradición, profesando la existencia de Dios, por deber, rindiéndole culto, Dios ha llegado a ser un extraño en su vida? Nada le es más necesario a un mundo así, cada día más secularizado, que el testimonio de esta "renovación espiritual»...
Debe ser una renovación: volver a abrir los labios cerrados a la oración y abrirlos al canto, a la alegría, al himno, al testimonio. Será una gran suerte para nuestro tiempo que haya una generación que grite al mundo las glorias, las grandezas de Dios en Pentecostés.
Que el Señor nos conceda realmente entrar en esta renovación. Que no sea un nombre, sino una realidad. Y sepamos desaparecer, para que no existan sólo unos grupitos de oración, sino que todas las parroquias, las congregaciones religiosas, las familias, los movimientos, en una palabra: toda la Iglesia reciba el don de una renovación en el Espíritu.
LA R.C. EN LA VIDA PERSONAL DEL CRISTIANO:
MADUREZ DE LA FE
Por LUIS MARTIN
Lo más admirable de la R.C. es el cambio profundo que se opera en las personas.
Es todo un cambio de mentalidad, de actitud y de comportamiento. El Bautismo en el Espíritu Santo no es más que el comienzo de algo que nunca se sabe en qué puede terminar o hasta dónde nos ha de llevar. Es una aventura de compromiso y entrega tal que, si prestamos oídos a lo que hay en nosotros del espíritu calculador, nos volveremos atrás.
La acción del Espíritu siempre es algo dinámico, que purifica, libera, ilumina y transforma.
Esta renovación de la vida personal se da en el ser y en el pensar del cristiano. Para una mayor claridad sigamos el siguiente orden de exposición:
- el área de nuestras creencias, es decir, nuestra fe o profesión cristiana:
- el área de nuestra acción, de la propia vida.
BUSCANDO EL CENTRO DE LA FE
A) Si nos fijamos en el contenido de la fe cristiana, en las verdades o misterios que dan consistencia a toda la vida cristiana, se hace preciso distinguir con claridad entre lo que es más esencial y lo que no es tan importante, o sea, entre el núcleo de la fe y lo que es más o menos adyacente o periférico.
Esta distinción no es para admitir unas verdades de fe y rechazar o minimizar otras, ya que todas tienen su importancia, sino para poner el acento allí donde hay que ponerlo. Esto es de singular importancia.
Si, por ejemplo, examinamos cristianos de una misma denominación, y quizá sea en la Iglesia Católica donde más se agudiza este fenómeno hoy día, veremos que, si todos profesan el mismo cuerpo de verdades cristianas, hay, sin embargo, una gran diferencia en la forma de profesar esta fe y, sobre todo, en el estilo, en la autenticidad y en el dinamismo de la vida cristiana.
Esta diferencia viene dada por las verdades en las que se pone el acento, que son las que definen la propia vida e imponen una característica y estilo.
No es lo mismo poner el acento o el centro de gravedad en la realidad del Misterio Pascual (Muerte-Resurrección-Exaltación del Señor-Efusión del Espíritu) que ponerlo en otro grupo de verdades, como pudiera ser: pecado-arrepentimiento-conversión-perdón-salvación eterna.
La resultante serán dos espiritualidades distintas, dos estilos de vida cristiana muy diferenciados, y el sentirse o no sentirse salvado ya, aquí, ahora, mientras peregrinamos.
Muchos cristianos, por desgracia, no llegan a descubrir cuál es el centro o el núcleo de su fe: aquellas verdades de las cuales irradian todas las demás, y a las que en última instancia se reduce toda la fe. Y la consecuencia es bien triste: su vida cristiana se nutre de devociones, o de tradiciones, o de prácticas religiosas de tal o cual estilo. Es una fe inmadura.
Creo que la R.C., por esta presencia y actuación del “Espíritu de la verdad que os guiará hasta la verdad completa...” ¬(Jo 16.13), nos centra en unos puntos muy concretos de la fe. Serán las palabras del N.T. el mejor modo de expresarlo:
EN EL MISTERIO TRINITARIO
a) Jesús-Hijo: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ¬(Rm 10,9);
«Conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios- (Ef 3,19);
“A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa” (1 Pe 1,8).
b) El Padre: Jesús nos lleva al Padre:
“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. (Jo 8,19);
“El que me ve a mi, ve a Aquél que me ha enviado” (Jo 12.45);
“Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre” (Jo 14,7);
“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. (Jo 14,11).
c) El Espíritu Santo:
“En Él... sellados con el Espíritu Santo de la Promesa ... para alabanza de su gloria” (Ef 1,13-14);
_ “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre- (Jo 14,16).
El centro de nuestra fe es el Misterio Trinitario a partir del Cristo Resucitado presente por la acción del Espíritu entre los discípulos.
POR Él... TENEMOS ACCESO AL PADRE EN UN MISMO ESPIRITU (Ef 2,18).
Para nosotros el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son una abstracción, o una idea vaga y lejana, sino personas que amamos, que conocemos, a las que alabamos gozosos, con las que establecemos una relación muy intima que llena y define toda nuestra vida y da sentido a todos los demás misterios de la fe.
Nunca habrá fe adulta si seguimos considerando al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo como algo muy lejano o ajeno a nuestros intereses más profundos. Si esto pasa, la vida cristiana se nutre estérilmente a base de sentimentalismo o de una idea vaga de Dios con sus connotaciones de moralismo y de miedo.
Por una parte esto es muy sencillo, porque no es cuestión de esfuerzo intelectual o de razonamientos o de cultura teológica, sino que depende de la sabiduría divina y del don de inteligencia que el Espíritu pone en nosotros ya que “nadie conoce lo intimo de Dios sino el Espíritu de Dios”, (1 Co 2,11) y el Padre oculta estas cosas a los sabios y prudentes de este mundo y se lo “ha revelado a los pequeños” (Mt 11,25), a “los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. (Mt 5,8).
Pero por otra parte para muchos resulta muy difícil, porque con esfuerzos a veces titánicos y no poco de autosuficiencia, fiados en la propia fuerza y en los recursos puramente humanos, pretenden llegar a Aquél a quien nadie puede llegar “si el Padre que me ha enviado no le atrae” (Jo 6.44).
SER DISCIPULO DE JESUS
B) Una fe adulta y madura no es posible si en el plano de vida, o de la praxis cristiana no llegamos a aceptar el Señorío de Cristo Jesús Resucitado, o lo que es lo mismo, si no somos verdaderos discípulos de Jesús.
Ser discípulo de Jesús es seguirle, es decir, aceptar su presencia y dominio en nosotros, sintonizar con Él, ser “santuario de Dios vivo” (1 Co 6,19: 2 Co 6,16), tener “los mismos sentimientos que tuvo Cristo” [Flp 2,5) de forma que “É1 sea glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo” (Flp 1,20-21).
¿En cuántos cristianos se puede reconocer la presencia de Jesús?
¿Ante cuántos podemos exclamar: aquí está Jesús?
¿Ante cuántos grupos o comunidades cristianas “un infiel o un no iniciado... postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente presente entre vosotros?” (1 Co 14.24-25).
Personalmente es lo que siempre más me ha impresionado de la R.C. Más que la manifestación de tales dones o de tales maravillas realizadas, lo que verdaderamente me ha movido ha sido el descubrir a Jesús en aquellos hermanos, en sus gestos, en sus detalles, en su capacidad de amar, en su envidiable paz y gozo, en la fortaleza que hallaban en el Señor para salir de las propias debilidades o decaimientos o ante la contrariedad.
La explicación tan sólo la he podido encontrar en lo que Jesús dice al referirse a todo aquel que vive en Él:
"permanece en Mí y yo en Él” (Jo 6,56) .
“ tendrá la luz de la vida” (Jo 8.12).
“seréis realmente libres” (Jo 8.36),
“el Espiritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” [1 Pe 4.14),
Esto es tener luz, creer en la luz, ser hijos de la luz (Jo 12.36).
En el cristiano lo que verdaderamente cuenta es lo que él es, más que lo que él hace o dice. Lo que él es: esto es lo importante, porque de ello depende lo que él haga o pueda hacer.
Entonces, cuando se trata de llegar a la acción, a una acción determinada por el Reino de Dios, bien sea trabajar por la propia comunidad, por una obra de evangelización o de promoción de los marginados, o cualquier tipo de acción social o política, lo que cuenta es la preferencia que se da a la acción del Espíritu más que a las propias cualidades o resortes humanos.
Ante asombrosos planes de acción que programan y realizan muchos cristianos, ante una ejemplar dosis de entrega y generosidad, surge la pregunta con respecto a las decisiones que se toman, que es donde siempre está el poder, ¿qué margen se deja a la acción del Espíritu, quién lleva la iniciativa, de dónde procede la fuerza, de “la sabiduría de los hombres o del poder de Díos?” (1 Co 2.5).
TRIPLE DIMENSION DEL COMPROMISO CRISTIANO EN LA R.C.
Por CARLOS CALVENTE
Toda renovación de la Iglesia comporta un aumento de fidelidad hacia su propia vocación, fidelidad que se opera no sólo a nivel eclesial, estructuras, comunidades, etc., sino también en la vida personal del cristiano concreto.
La renovación personal supone conversión del corazón y un encuentro con Jesús al que se acepta como Salvador y Señor, al que se ofrece la propia vida en actitud de servicio y de amor.
Esto es precisamente lo que realiza la Renovación Carismática en cada uno de nosotros situándonos en una relación personal con el Cristo Resucitado, presente en la Iglesia como su Cuerpo, y haciéndonos sentir la vocación y la urgencia de edificar este Cuerpo y de vivir como testigos de la Resurrección.
Podríamos concretar este compromiso en tres actitudes muy características de la Renovación Carismática.
ACTITUD ANTE DIOS
Lo que mejor define la verdadera actitud del cristiano ante Dios es la alabanza al Señor en todo momento y circunstancia. Es algo muy espontáneo motivado por la presencia de Dios en la propia vida, presencia en forma de amor que lo llena todo. Ante semejan1e experiencia hay una admiración y un gozo exultante por lo que Dios es en sí mismo y hace en nosotros y un dejarse acoger y abandonarse en su providencia.
Esta alabanza más que en las palabras consiste en una actitud de afecto, de respuesta y de entrega al Padre.
La alabanza es una nota característica en la Renovación Carismática. El gesto de alzar los brazos es un signo de apertura a Dios, de rendimiento ante Él. En la alabanza encontramos la fuerza y el poder del Espíritu que nos libera de nuestras cargas.
ACTITUD ANTE lOS HOMBRES
La alabanza no seria auténtica, esto es, sincera, si no tuviera una correspondencia en nuestra relación con los hombres. Necesariamente ha de ir acompañada de una actitud do corazón abierto ante todos los hombres, y de manera especial ante los hermanos de la comunidad.
La experiencia del Espíritu, si bien puede ser individual, tiene una fuerza especial en el seno de la comunidad. Cuando un conjunto de hermanos experimenta la acción del Espíritu aparece en toda su profundidad la comunidad cristiana.
Esta comunidad llevará siempre en sí el signo de la acogida. Los grupos de la Renovación Carismática no pueden ser nunca grupos cerrados o grupos de selectos. Toda persona que se acerca a nosotros viene enviada por el Señor. Si somos capaces de acogerla con la mirada puesta en Jesús seremos signo para los demás porque “verán cómo se aman”.
ACTITUD ANTE El MUNDO
El mundo de hoy necesita desesperadamente un signo de salvación, y éste solamente se lo puede ofrecer la comunidad cristiana.
El cristiano, lo mismo que la Iglesia, de cara al mundo de hoy tiene que ofrecerle una primicia del Reino de Dios ya presente entre nosotros. La misión evangelizadora es hoy más urgente que en otros tiempos. La Renovación Carismática que está penetrando hoy en la Iglesia habrá de renovar todas sus estructuras para poder ofrecer este anuncio y este testimonio al mundo de hoy.
El cristiano que vive la Renovación no puede separar oración y conversión personal, oración y testimonio, oración y evangelización, oración, servicio y transformación del mundo.
Todos han de ser testigos de la presencia del Reino. Todos han de vivir en actitud de servicio, y del servicio especifico para el que sean llamados. Este servicio puede ser multiforme, bien sea en una parcela silenciosa y anónima, bien sea en el campo social y político.
LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y EL COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO.
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
¿UN GRUPO REACCIONARIO?
Hay una pregunta que mucha gente se hace al tomar contacto con la R.C.: ¿qué tipo de compromiso social existe en los grupos? Algunos dicen: “parece que estéis en las nubes”, “todo está muy bien, pero ¿a qué os comprometéis?”.
Se tiene miedo de que la Renovación sea una forma de espiritualismo. Algunos han llegado a decir que se trata de un movimiento norteamericano para mantener adormecidas las masas de Sudamérica. Una revista italiana llegó a afirmar que la Renovación está financiada por la C.I.A.
Para entender la R.C, debemos situarnos en la perspectiva postconciliar de la renovación de la Iglesia. Dentro de esta perspectiva, hablar de compromiso socio¬político de la Renovación no es sino hablar del compromiso socio-político de las comunidades en cuanto tales, es decir, de la Iglesia.
Ahora bien, ¿qué compromiso socio- político supone el bautismo? Ya vemos cómo la pregunta no es muy precisa. El bautismo nos introduce dentro de una nueva comunidad, nos da una nueva vida. Si se vive con intensidad, la fe en Jesús lleva a muchos compromisos concretos, pero no podemos reducirla sin más a un simple compromiso socio-político.
Nos recordaba hace poco el cardenal Suenens que, aceptando el Evangelio entero, no puede haber ningún cristiano que no sea carismático, ni puede haber ningún cristiano que no esté comprometido socialmente (cf. KOINONIA, n." 4, p. 101. Sin embargo, hay que saber distinguir entre la comunidad cristiana (o el grupo de oración) -que ha de mantenerse siempre como signo de hermandad universal - y el compromiso concreto de cada miembro o conjunto de ellos.
UN EQUIVOCO
El mundo en que nos movemos está lleno de injusticias, unas injusticias que no están sólo en el egoísmo personal, sino cristalizadas en las mismas estructuras sociales, en las leyes, en la historia. Hablando en lenguaje cristiano diremos que estamos inmersos en un mundo de pecado, el pecado del mundo nos rodea y nos llena. Nuestra fe en Jesucristo que quita el pecado, que salva del pecado, ha de llevar la liberación a todos los campos de nuestra vida.
La experiencia carismática ha supuesto para todos nosotros una renovación en nuestra sensibilidad cristiana. La vida del Espíritu nos hace mucho más sensibles a la injusticia y mucho más sensibles a la acción de Dios. Por eso me parece que en nuestra acción concreta debemos evitar tres graves equívocos:
a) Confundir lo que falta por hacer con lo que yo he de hacer. No basta con ser conscientes de una injusticia, hay que saber discernir la aportación que el Señor quiere que cada uno realice para hacer desaparecer esta injusticia. Sin este discernimiento es muy fácil dejar la propia misión sin cumplir e intentar mal cumplir una misión que no es la nuestra. Esta conciencia del impulso del Espíritu Santo es el centro del enfoque carismá¬tico de los problemas sociales.
b) Considerar la transformación de la sociedad como algo puramente externo. El mal está enraizado en nuestras leyes y en nuestra estructura social, pero está también enraizado en nuestro corazón. Una verdadera transformación de la sociedad, si no quiere edificar sobre arena, exige una conversión del corazón, una renovación de nuestra relación con Dios y los demás.
c) Considerar la división entre las personas como una fuerza revolucionaria. El camino del amor es muy comprometido y supone siempre una donación total; por eso, cuando se trata de conseguir beneficios propios, el camino del odio o de la división, parece a veces el más rápido y eficaz. Para el carismático el amor es el valor principal que permanece y, por lo tanto, construir en el amor es el único camino válido. Hay que cambiar la protesta llena de amargura en protesta llena de discernimiento, paz, humildad y espíritu constructivo.
Jesús dijo: la Verdad os hará libres (Jn 8.32). El camino de la verdad parece a veces oscuro, a veces radical, a veces lento, pero es el único que nos llevará realmente a la libertad.
EL COMPROMISO DEl GRUPO DE ORACION
A mi modo de ver, el grupo de oración carismática debe permanecer siempre en la línea de la comunidad cristiana. Para ello debe reunir tres características: 1) lugar donde resuene la Palabra de Dios, renueve los corazones, ponga en evidencia el egoísmo y la mentira, impulse a todos a la generosidad y al amor; 2) lugar donde reine el amor y la unidad: con un verdadero compartir material y espiritual entre los miembros; y 3) lugar abierto a todos: con la conciencia de la hermandad universal nacida del Espíritu de Cristo.
De esta forma el grupo de oración nos hace crecer en la realidad de la comunidad cristiana. Es la comunidad de fe, que nos ayuda a trascender las limitaciones de lugar y situación. Por una parte, al ser un grupo concreto, con unos hermanos concretos, se convierte para nosotros en una escuela de amor, de compartir, de comprensión, de donación. Por otra, al ser un grupo abierto, nos lanza continuamente al compromiso en nuestros propios am¬bientes y lugares de vida, en comunión universal. El amor de Dios, la fuerza de su Espíritu Santo, se hace así presente en la comunidad de hermanos.
Mantener el grupo de oración como Iglesia, es decir, como presencia del amor salvador de Dios parece impedir la existcncia de un compromiso político por parte del grupo en cuanto tal. El compromiso político del Grupo, aunque a primera vista pueda parecer más “concreto”, más “eficaz”, no hace sino reducir al grupo en su potencial salvífico. Una comunidad cristiana es algo muy importante, motor de muchas acciones. Dentro de una comunidad caben muchas acciones concretas, muchas asociaciones concretas, no podemos empequeñecer el compromiso cristiano.
El COMPROMISO SOCIO-POLlTICO DEL CARISMATlCO.
Todo miembro de un grupo de oración, en cuanto quiere ser dócil al Espíritu Santo, debe estar muy a la escucha de todo lo que el Señor le pida, sea a nivel social o político.
La fuerza del Espíritu nos sensibiliza de un modo especial a las necesidades del prójimo, a las injusticias, a la necesidad de una transformación de la sociedad. Al mismo tiempo nos libera, nos hace capaces de perdonar, de poner al servicio de los demás todos los bienes y toda nuestra vida, de renovar las ideas de nuestra mente, de mantener encendida la antorcha do la esperanza, de abrir nuevos caminos.
Aunque la finalidad de un grupo de oración no sea el compromiso socio-político, seria muy extraño que una persona que llevase varios años en la Renovación no se fuera abriendo cada vez más a una serie de compromisos concretos para con el prójimo, según el Señor le llame. El amor del Señor es un amor concreto, y así debe ser el nuestro. Ya nos lo recuerda Santiago: Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? La fe, si no tiene obras, está realmente muerta (St. 2,15-17) .
DOS TESTIMONIOS DE SUDAMERICA
Recogemos estos dos testimonios concretos que nos ofrece Mons. Carlos Talavera (cl. “New Covenant”, agosto 1976, pp. 4-8):
”Alrededor de la ciudad de Méjico abundan los chabolistas, pueblo pobre que ocupa tierras sin permiso legal. Los chabolistas del aeropuerto forman el estrato más bajo de la clase social más inferior, y son rechazados hasta por otros chabolistas. Sin embargo en 1972 llegó a ser el lugar inesperado de una renovación espiritual.
Un grupo del secretariado archidiocesano comenzó un grupo de oración carismática. Jesús ha transformado las vidas y las relaciones de los chabolistas, y les está enseñando a confiar en Él. Dos años después de comenzar el grupo de oración, vino la policía para expulsar a los chabolistas del campo. Inmediatamente se reunió el grupo de oración y Dios les dio su palabra en el salmo 24: Del Señor es la tierra y todo lo que contiene, el mundo y todos los que lo habitan. Esta palabra ha sostenido al grupo en todas sus luchas. Ahora no sólo siguen allí, sino que han conseguido el titulo legal para ello.
Una situación similar ocurrió entre las personas que viven junto al basurero de ciudad Juárez y se ganan la vida escarbando entre los desperdicios buscando materiales que se puedan vender. Aunque desde hacia algún tiempo había allí un grupo de asistentes sociales muy activos, no se notó ninguna consecuencia hasta que algunos asistentes no entregaron totalmente sus vidas al Señor. Este cambio en la manera de ver las cosas los hizo mucho más efectivos y ayudó a poner en acción otros cambios sorprendentes.
En 1972, el grupo de oración decidió compartir una comida de fiesta con las personas más pobres que conocían: las personas que vivían en el basurero resolvieron sus diferencias y vencieron viejas divisiones, volvieron a tener sentido de su dignidad personal, sus hijos fueron curados de muchas enfermedades. Y. una vez más, el Señor mostró su misericordia y su poder: el gobernador entregó los ingresos del basurero de la ciudad a las personas que vivían allí.
Estoy convencido de que el Señor quiere usar a los más pobres para enseñarnos cómo vivir más completamente en Él.”
Nacer a la vida del Espíritu es nacer a una vida nueva.
Vida Nueva en el Espíritu de la que constantemente nos habla la Palabra de Dios. Dos pasajes muy significativos del Nuevo Testamento nos ofrecen toda la densa riqueza de esta vida nueva.
Se trata de Ef 4,17-22 con 5,1-7 y Col 3,1-17.
En ambos textos tenemos por una parte el contraste del “hombre viejo”, que sin duda es el hombre que no ha nacido a la vida del Espíritu y está bajo el dominio del pecado, “que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias” (Ef 4,22) Y está condenado a morir porque “el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne.” (Jn 3,5.6).
Pero tenemos también la realidad del HOMBRE NUEVO, el que ha nacido del Espíritu, “Lo nacido del Espíritu es espíritu” (Jn 3,6) y “el Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada” (Jn6,63).
Este hombre, nacido del Espíritu para gozar una vida nueva:
- Es «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,24).
- "Se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su creador” (Co 1,3,10).
Si el hombre viejo pertenece al mundo de las “tinieblas”, “en otro tiempo fuisteis tinieblas" (Ef 5,8), el hombre nuevo es del mundo, de la luz, de la vida, de la verdad y de la justicia o santidad de Dos: “ahora sois luz en el Señor: vivid como hijos de la luz”, (Ef 5,8). Él es la verdadera imagen de Dios, él es el único, en el que de verdad, se llega a “reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8.29.
Si la vida nueva del Espíritu así nos hace en relación con Dios, necesariamente tenía que crear también dimensiones nuevas en relación con los hombres. En efecto, desaparecen las barreras que los hombres han establecido y que son elemento de discordia o división, como son las distancias de raza, cultura, religión, clase social, para dar paso a una unidad que es restauración de la unidad primitiva de la creación, “donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión... sino que Cristo es todo y en “. (Col 3,11). Esta unidad tan sólo es posible por la fuerza del Espíritu.
Otra manifestación inconfundible de esta vida nueva es el Amor. Por esto Pablo tenía necesariamente que hablar del amor en los dos pasajes:
- “Vivid en el amor como Cristo os amó” (Ef 5,22).
- “Revestíos como elegidos de Dios, santos, amados, de entrañas de misericordia... y por encima de todo esto revestíos del amor” (Col 3,12-14).
La consecuencia es lógica también en los dos pasajes: la alabanza y el gozo:
- “ Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados ...” (Ef 5,19-20) .
- “Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados...” (Col 3,16-17).
Esta novedad del Espíritu, que empieza ya aquí ahora al «ser derramado sobre toda carne”, llegará a tener un día una culminación asombrosa con la manifestación plena del Espíritu en toda la creación, llamada también a “participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). Entonces se cumplirá la palabra: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5) Y aparecerá «un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1 y 2 Pe 3,13).
El Espíritu crea y recrea, siempre es original, nunca se repite.
Cada hermano que nace a la vida del Espíritu es una nueva creación, una vida totalmente nueva, “el hombre interior se va renovando de día en día” (2 Co 4,16).
Y es que esta es la realidad: "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Co 5,17).
El COMPROMISO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA.
Al hablar de compromiso de la R.C. nos queremos referir a la exigencia que entraña de fidelidad y de renovación.
Este compromiso es muy grande:
a) Para la Iglesia entera, porque el Espíritu la conduce hacia una profunda renovación de forma que irradie verdaderamente ante todo el mundo la presencia salvadora del Señor.
b) En la vida personal de cada uno de nosotros, por la transformación que comienza el Espíritu y que nunca tiene fin.
c) Se manifiesta en actitudes concretas ante Dios, los hermanos y el mundo entero.
d) Y no se puede desentender del ambiente o contexto social y político en que nos toque vivir, porque seria cómodo egoísmo que nos impide ser luz del mundo y sal de la tierra.
Los cuatro artículos que siguen a continuación nos ayudarán a reflexionar y profundizar en estos cuatro aspectos.
Esta exigencia es ya don y gracia del Señor que nos ha querido llamar a la Renovación para colmarnos de vida y gozo y para que nosotros podamos transmitir esto mismo a otros hermanos.
RENOVACION CARISMATICA DE TODA LA IGLESIA
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
¿QUE QUIERE DECIR RENOVACION?
Continuamente están naciendo grupos y movimientos dentro de la Iglesia y cada cristiano, de acuerdo con sus preferencias o necesidades, se va integrando en ellos. Algunos son efímeros, otros sobreviven varios años. Ciertas asociaciones, como las congregaciones religiosas, perduran siglos. Cuando hablamos de la Renovación Carismática nada tiene de extraño que se nos pregunte: ¿otro movimiento? ¿A qué os dedicáis?
Para comprender bien la Renovación es muy útil distinguir entre movimiento-asociación y movimiento-renovación. El movimiento-asociación tiene como finalidad el ayudar a un grupo de cristianos en el mantenimiento de unas formas de vida; lo principal de estas asociaciones es la organización y la perseverancia. Podemos citar, como ejemplo, la Acción Católica, las Conferencias de S. Vicente, la mayor parte de las congregaciones religiosas, etcétera. Pero junto a estas asociaciones nacen de cuando en cuando en la Iglesia movimientos de renovación, en los que, con un cambio de lo pasado en mayor o menor grado, algo se pone en marcha hacia una “segunda conversión” efectiva de las personas. Lo que aglutina a tales individuos no es una amistad o un orden jurídico, sino una experiencia común que los impulsa hacia un futuro nuevo. Los movimientos de renovación no son propiamente algo que pertenece a un grupo de personas, sino momentos privilegiados de toda la Iglesia en los que se produce una transformación, un cambio de época, la superación de un período de estancamiento y decadencia (Cfr.: H. MOHLEN. Espíritu, carisma, liberación, Edt. Secretariado Trinitario, Salamanca, pág. 12 ss.).
Por eso, “los movimientos de renovación son algo constitutivo de la esencia más honda de la Iglesia en cuanto Iglesia" (H. Míihlen) y van marcando las distintas épocas de su historia.
UN NUEVO PENTECOSTES
El año 1959 el Papa Juan XXIII invita a todos los católicos a que hagan la siguiente invocación al Espíritu Santo: renueva tus maravillas en nuestros día como en un nuevo Pentecostés. Esta oración profética del Papa había sido precedida por la inspiración de convocar un concilio.
¿Un nuevo Pentecostés? Sí. El Espíritu Santo había ido preparando a su Iglesia poco a poco para una gran renovación. A finales de siglo había surgido un movimiento de renovación litúrgica, seguido muy pronto de un movimiento de renovación bíblica y ecuménica. Toda esta dinámica del Espíritu iba a cristalizar en el Concilio Vaticano II.
Pero el Concilio no fue un Pentecostés.
Para unos sus decretos se están aplicando muy lentamente, para otros los cambios se realizan con demasiada precipitación, sin suficiente preparación. El Concilio era el principio de la Renovación, el principio del Pentecostés. Al concluir la gran Asamblea, el 8 dc diciembre de 1965, quedaban toneladas de papel escrito, una colección de decretos y muchas esperanzas. Teníamos la palabra, necesitábamos el Espíritu que nos la hiciera comprender y posibilitara esta renovación.
Con la Renovación Carismática llega a su culminación el cambio de época que supone la Iglesia del siglo XX; es la culminación del movimiento litúrgico, bíblico, ecuménico, la culminación del Concilio: la Iglesia renovada por el Espíritu. Se comprende entonces que digamos que la renovación carismática no es un movimiento-asociación, ni algo que afecte a unos pocos. Es un movimiento de renovación cuya vocación es desaparecer cuando, como ha ocurrido con el bíblico, toda la Iglesia recobre la conciencia de ser toda ella carismática: obra del Espíritu.
CUATRO ZONAS DE RENOVACION
Esta renovación de toda la Iglesia afecta principalmente a cuatro zonas de relación:
a) Renovación personal: el amor de Dios manifestado en Jesucristo y derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo nos confiere el don de la aceptación de nosotros mismos, de la unidad y renovación de nuestra persona.
b) Renovación eclesial y comunitaria: el Espíritu nos hace tomar conciencia de la pluralidad de carismas; la parroquia se construye como comunidad; el gobierno pastoral adquiere su pleno sentido como discernimiento; el ministerio sacerdotal aparece bajo una nueva luz al encontrar su equilibrio con los carismas de los demás creyentes; la liturgia se hace viva, como fiesta en el Espíritu; el magisterio se convierte en exhortación y se recibe con docilidad.
c) Renovación ecuménica: la experiencia de la vida en un mismo Espiritau acelera y abre caminos insospechados para la unidad ya cercana de todas las Iglesias. La existencia de una misma vida carismática en todas las Iglesias hace que, permaneciendo todos firmes en la propia tradición, se eliminen las exageraciones y absolutizaciones y que nos abramos hacia la recuperación de todos los carismas dispersos en las distintas Iglesias.
d) Renovación universal: la sensibilidad a la presencia del Señor en medio de nosotros nos hace tomar conciencia de la unidad de todo el plan de salvación, de la unidad de todo lo creado. La corriente secularizadora, que reivindica la autonomía de la creación, ha realizado una fractura entre lo sagrado y lo secular, entre la fe y la razón. La experiencia del Espíritu de Jesús nos hace tomar nueva conciencia de la encarnación de Dios: Jesucristo plenamente Dios y plenamente hombre. Ante unos ojos renovados la humanidad y la creación aparecen también como plenamente autónomas y totalmente sometidas al señorío de Jesucristo.
ESPERANZA DE LA IGLESIA
No podemos concluir sin recordar las palabras de Pablo VI en Pentecostés de 1975 a los diez años de la conclusión del Concilio:
¿En cuántos de los que continúan, por tradición, profesando la existencia de Dios, por deber, rindiéndole culto, Dios ha llegado a ser un extraño en su vida? Nada le es más necesario a un mundo así, cada día más secularizado, que el testimonio de esta "renovación espiritual»...
Debe ser una renovación: volver a abrir los labios cerrados a la oración y abrirlos al canto, a la alegría, al himno, al testimonio. Será una gran suerte para nuestro tiempo que haya una generación que grite al mundo las glorias, las grandezas de Dios en Pentecostés.
Que el Señor nos conceda realmente entrar en esta renovación. Que no sea un nombre, sino una realidad. Y sepamos desaparecer, para que no existan sólo unos grupitos de oración, sino que todas las parroquias, las congregaciones religiosas, las familias, los movimientos, en una palabra: toda la Iglesia reciba el don de una renovación en el Espíritu.
LA R.C. EN LA VIDA PERSONAL DEL CRISTIANO:
MADUREZ DE LA FE
Por LUIS MARTIN
Lo más admirable de la R.C. es el cambio profundo que se opera en las personas.
Es todo un cambio de mentalidad, de actitud y de comportamiento. El Bautismo en el Espíritu Santo no es más que el comienzo de algo que nunca se sabe en qué puede terminar o hasta dónde nos ha de llevar. Es una aventura de compromiso y entrega tal que, si prestamos oídos a lo que hay en nosotros del espíritu calculador, nos volveremos atrás.
La acción del Espíritu siempre es algo dinámico, que purifica, libera, ilumina y transforma.
Esta renovación de la vida personal se da en el ser y en el pensar del cristiano. Para una mayor claridad sigamos el siguiente orden de exposición:
- el área de nuestras creencias, es decir, nuestra fe o profesión cristiana:
- el área de nuestra acción, de la propia vida.
BUSCANDO EL CENTRO DE LA FE
A) Si nos fijamos en el contenido de la fe cristiana, en las verdades o misterios que dan consistencia a toda la vida cristiana, se hace preciso distinguir con claridad entre lo que es más esencial y lo que no es tan importante, o sea, entre el núcleo de la fe y lo que es más o menos adyacente o periférico.
Esta distinción no es para admitir unas verdades de fe y rechazar o minimizar otras, ya que todas tienen su importancia, sino para poner el acento allí donde hay que ponerlo. Esto es de singular importancia.
Si, por ejemplo, examinamos cristianos de una misma denominación, y quizá sea en la Iglesia Católica donde más se agudiza este fenómeno hoy día, veremos que, si todos profesan el mismo cuerpo de verdades cristianas, hay, sin embargo, una gran diferencia en la forma de profesar esta fe y, sobre todo, en el estilo, en la autenticidad y en el dinamismo de la vida cristiana.
Esta diferencia viene dada por las verdades en las que se pone el acento, que son las que definen la propia vida e imponen una característica y estilo.
No es lo mismo poner el acento o el centro de gravedad en la realidad del Misterio Pascual (Muerte-Resurrección-Exaltación del Señor-Efusión del Espíritu) que ponerlo en otro grupo de verdades, como pudiera ser: pecado-arrepentimiento-conversión-perdón-salvación eterna.
La resultante serán dos espiritualidades distintas, dos estilos de vida cristiana muy diferenciados, y el sentirse o no sentirse salvado ya, aquí, ahora, mientras peregrinamos.
Muchos cristianos, por desgracia, no llegan a descubrir cuál es el centro o el núcleo de su fe: aquellas verdades de las cuales irradian todas las demás, y a las que en última instancia se reduce toda la fe. Y la consecuencia es bien triste: su vida cristiana se nutre de devociones, o de tradiciones, o de prácticas religiosas de tal o cual estilo. Es una fe inmadura.
Creo que la R.C., por esta presencia y actuación del “Espíritu de la verdad que os guiará hasta la verdad completa...” ¬(Jo 16.13), nos centra en unos puntos muy concretos de la fe. Serán las palabras del N.T. el mejor modo de expresarlo:
EN EL MISTERIO TRINITARIO
a) Jesús-Hijo: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ¬(Rm 10,9);
«Conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios- (Ef 3,19);
“A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa” (1 Pe 1,8).
b) El Padre: Jesús nos lleva al Padre:
“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. (Jo 8,19);
“El que me ve a mi, ve a Aquél que me ha enviado” (Jo 12.45);
“Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre” (Jo 14,7);
“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. (Jo 14,11).
c) El Espíritu Santo:
“En Él... sellados con el Espíritu Santo de la Promesa ... para alabanza de su gloria” (Ef 1,13-14);
_ “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre- (Jo 14,16).
El centro de nuestra fe es el Misterio Trinitario a partir del Cristo Resucitado presente por la acción del Espíritu entre los discípulos.
POR Él... TENEMOS ACCESO AL PADRE EN UN MISMO ESPIRITU (Ef 2,18).
Para nosotros el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son una abstracción, o una idea vaga y lejana, sino personas que amamos, que conocemos, a las que alabamos gozosos, con las que establecemos una relación muy intima que llena y define toda nuestra vida y da sentido a todos los demás misterios de la fe.
Nunca habrá fe adulta si seguimos considerando al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo como algo muy lejano o ajeno a nuestros intereses más profundos. Si esto pasa, la vida cristiana se nutre estérilmente a base de sentimentalismo o de una idea vaga de Dios con sus connotaciones de moralismo y de miedo.
Por una parte esto es muy sencillo, porque no es cuestión de esfuerzo intelectual o de razonamientos o de cultura teológica, sino que depende de la sabiduría divina y del don de inteligencia que el Espíritu pone en nosotros ya que “nadie conoce lo intimo de Dios sino el Espíritu de Dios”, (1 Co 2,11) y el Padre oculta estas cosas a los sabios y prudentes de este mundo y se lo “ha revelado a los pequeños” (Mt 11,25), a “los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. (Mt 5,8).
Pero por otra parte para muchos resulta muy difícil, porque con esfuerzos a veces titánicos y no poco de autosuficiencia, fiados en la propia fuerza y en los recursos puramente humanos, pretenden llegar a Aquél a quien nadie puede llegar “si el Padre que me ha enviado no le atrae” (Jo 6.44).
SER DISCIPULO DE JESUS
B) Una fe adulta y madura no es posible si en el plano de vida, o de la praxis cristiana no llegamos a aceptar el Señorío de Cristo Jesús Resucitado, o lo que es lo mismo, si no somos verdaderos discípulos de Jesús.
Ser discípulo de Jesús es seguirle, es decir, aceptar su presencia y dominio en nosotros, sintonizar con Él, ser “santuario de Dios vivo” (1 Co 6,19: 2 Co 6,16), tener “los mismos sentimientos que tuvo Cristo” [Flp 2,5) de forma que “É1 sea glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo” (Flp 1,20-21).
¿En cuántos cristianos se puede reconocer la presencia de Jesús?
¿Ante cuántos podemos exclamar: aquí está Jesús?
¿Ante cuántos grupos o comunidades cristianas “un infiel o un no iniciado... postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente presente entre vosotros?” (1 Co 14.24-25).
Personalmente es lo que siempre más me ha impresionado de la R.C. Más que la manifestación de tales dones o de tales maravillas realizadas, lo que verdaderamente me ha movido ha sido el descubrir a Jesús en aquellos hermanos, en sus gestos, en sus detalles, en su capacidad de amar, en su envidiable paz y gozo, en la fortaleza que hallaban en el Señor para salir de las propias debilidades o decaimientos o ante la contrariedad.
La explicación tan sólo la he podido encontrar en lo que Jesús dice al referirse a todo aquel que vive en Él:
"permanece en Mí y yo en Él” (Jo 6,56) .
“ tendrá la luz de la vida” (Jo 8.12).
“seréis realmente libres” (Jo 8.36),
“el Espiritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” [1 Pe 4.14),
Esto es tener luz, creer en la luz, ser hijos de la luz (Jo 12.36).
En el cristiano lo que verdaderamente cuenta es lo que él es, más que lo que él hace o dice. Lo que él es: esto es lo importante, porque de ello depende lo que él haga o pueda hacer.
Entonces, cuando se trata de llegar a la acción, a una acción determinada por el Reino de Dios, bien sea trabajar por la propia comunidad, por una obra de evangelización o de promoción de los marginados, o cualquier tipo de acción social o política, lo que cuenta es la preferencia que se da a la acción del Espíritu más que a las propias cualidades o resortes humanos.
Ante asombrosos planes de acción que programan y realizan muchos cristianos, ante una ejemplar dosis de entrega y generosidad, surge la pregunta con respecto a las decisiones que se toman, que es donde siempre está el poder, ¿qué margen se deja a la acción del Espíritu, quién lleva la iniciativa, de dónde procede la fuerza, de “la sabiduría de los hombres o del poder de Díos?” (1 Co 2.5).
TRIPLE DIMENSION DEL COMPROMISO CRISTIANO EN LA R.C.
Por CARLOS CALVENTE
Toda renovación de la Iglesia comporta un aumento de fidelidad hacia su propia vocación, fidelidad que se opera no sólo a nivel eclesial, estructuras, comunidades, etc., sino también en la vida personal del cristiano concreto.
La renovación personal supone conversión del corazón y un encuentro con Jesús al que se acepta como Salvador y Señor, al que se ofrece la propia vida en actitud de servicio y de amor.
Esto es precisamente lo que realiza la Renovación Carismática en cada uno de nosotros situándonos en una relación personal con el Cristo Resucitado, presente en la Iglesia como su Cuerpo, y haciéndonos sentir la vocación y la urgencia de edificar este Cuerpo y de vivir como testigos de la Resurrección.
Podríamos concretar este compromiso en tres actitudes muy características de la Renovación Carismática.
ACTITUD ANTE DIOS
Lo que mejor define la verdadera actitud del cristiano ante Dios es la alabanza al Señor en todo momento y circunstancia. Es algo muy espontáneo motivado por la presencia de Dios en la propia vida, presencia en forma de amor que lo llena todo. Ante semejan1e experiencia hay una admiración y un gozo exultante por lo que Dios es en sí mismo y hace en nosotros y un dejarse acoger y abandonarse en su providencia.
Esta alabanza más que en las palabras consiste en una actitud de afecto, de respuesta y de entrega al Padre.
La alabanza es una nota característica en la Renovación Carismática. El gesto de alzar los brazos es un signo de apertura a Dios, de rendimiento ante Él. En la alabanza encontramos la fuerza y el poder del Espíritu que nos libera de nuestras cargas.
ACTITUD ANTE lOS HOMBRES
La alabanza no seria auténtica, esto es, sincera, si no tuviera una correspondencia en nuestra relación con los hombres. Necesariamente ha de ir acompañada de una actitud do corazón abierto ante todos los hombres, y de manera especial ante los hermanos de la comunidad.
La experiencia del Espíritu, si bien puede ser individual, tiene una fuerza especial en el seno de la comunidad. Cuando un conjunto de hermanos experimenta la acción del Espíritu aparece en toda su profundidad la comunidad cristiana.
Esta comunidad llevará siempre en sí el signo de la acogida. Los grupos de la Renovación Carismática no pueden ser nunca grupos cerrados o grupos de selectos. Toda persona que se acerca a nosotros viene enviada por el Señor. Si somos capaces de acogerla con la mirada puesta en Jesús seremos signo para los demás porque “verán cómo se aman”.
ACTITUD ANTE El MUNDO
El mundo de hoy necesita desesperadamente un signo de salvación, y éste solamente se lo puede ofrecer la comunidad cristiana.
El cristiano, lo mismo que la Iglesia, de cara al mundo de hoy tiene que ofrecerle una primicia del Reino de Dios ya presente entre nosotros. La misión evangelizadora es hoy más urgente que en otros tiempos. La Renovación Carismática que está penetrando hoy en la Iglesia habrá de renovar todas sus estructuras para poder ofrecer este anuncio y este testimonio al mundo de hoy.
El cristiano que vive la Renovación no puede separar oración y conversión personal, oración y testimonio, oración y evangelización, oración, servicio y transformación del mundo.
Todos han de ser testigos de la presencia del Reino. Todos han de vivir en actitud de servicio, y del servicio especifico para el que sean llamados. Este servicio puede ser multiforme, bien sea en una parcela silenciosa y anónima, bien sea en el campo social y político.
LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y EL COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO.
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
¿UN GRUPO REACCIONARIO?
Hay una pregunta que mucha gente se hace al tomar contacto con la R.C.: ¿qué tipo de compromiso social existe en los grupos? Algunos dicen: “parece que estéis en las nubes”, “todo está muy bien, pero ¿a qué os comprometéis?”.
Se tiene miedo de que la Renovación sea una forma de espiritualismo. Algunos han llegado a decir que se trata de un movimiento norteamericano para mantener adormecidas las masas de Sudamérica. Una revista italiana llegó a afirmar que la Renovación está financiada por la C.I.A.
Para entender la R.C, debemos situarnos en la perspectiva postconciliar de la renovación de la Iglesia. Dentro de esta perspectiva, hablar de compromiso socio¬político de la Renovación no es sino hablar del compromiso socio-político de las comunidades en cuanto tales, es decir, de la Iglesia.
Ahora bien, ¿qué compromiso socio- político supone el bautismo? Ya vemos cómo la pregunta no es muy precisa. El bautismo nos introduce dentro de una nueva comunidad, nos da una nueva vida. Si se vive con intensidad, la fe en Jesús lleva a muchos compromisos concretos, pero no podemos reducirla sin más a un simple compromiso socio-político.
Nos recordaba hace poco el cardenal Suenens que, aceptando el Evangelio entero, no puede haber ningún cristiano que no sea carismático, ni puede haber ningún cristiano que no esté comprometido socialmente (cf. KOINONIA, n." 4, p. 101. Sin embargo, hay que saber distinguir entre la comunidad cristiana (o el grupo de oración) -que ha de mantenerse siempre como signo de hermandad universal - y el compromiso concreto de cada miembro o conjunto de ellos.
UN EQUIVOCO
El mundo en que nos movemos está lleno de injusticias, unas injusticias que no están sólo en el egoísmo personal, sino cristalizadas en las mismas estructuras sociales, en las leyes, en la historia. Hablando en lenguaje cristiano diremos que estamos inmersos en un mundo de pecado, el pecado del mundo nos rodea y nos llena. Nuestra fe en Jesucristo que quita el pecado, que salva del pecado, ha de llevar la liberación a todos los campos de nuestra vida.
La experiencia carismática ha supuesto para todos nosotros una renovación en nuestra sensibilidad cristiana. La vida del Espíritu nos hace mucho más sensibles a la injusticia y mucho más sensibles a la acción de Dios. Por eso me parece que en nuestra acción concreta debemos evitar tres graves equívocos:
a) Confundir lo que falta por hacer con lo que yo he de hacer. No basta con ser conscientes de una injusticia, hay que saber discernir la aportación que el Señor quiere que cada uno realice para hacer desaparecer esta injusticia. Sin este discernimiento es muy fácil dejar la propia misión sin cumplir e intentar mal cumplir una misión que no es la nuestra. Esta conciencia del impulso del Espíritu Santo es el centro del enfoque carismá¬tico de los problemas sociales.
b) Considerar la transformación de la sociedad como algo puramente externo. El mal está enraizado en nuestras leyes y en nuestra estructura social, pero está también enraizado en nuestro corazón. Una verdadera transformación de la sociedad, si no quiere edificar sobre arena, exige una conversión del corazón, una renovación de nuestra relación con Dios y los demás.
c) Considerar la división entre las personas como una fuerza revolucionaria. El camino del amor es muy comprometido y supone siempre una donación total; por eso, cuando se trata de conseguir beneficios propios, el camino del odio o de la división, parece a veces el más rápido y eficaz. Para el carismático el amor es el valor principal que permanece y, por lo tanto, construir en el amor es el único camino válido. Hay que cambiar la protesta llena de amargura en protesta llena de discernimiento, paz, humildad y espíritu constructivo.
Jesús dijo: la Verdad os hará libres (Jn 8.32). El camino de la verdad parece a veces oscuro, a veces radical, a veces lento, pero es el único que nos llevará realmente a la libertad.
EL COMPROMISO DEl GRUPO DE ORACION
A mi modo de ver, el grupo de oración carismática debe permanecer siempre en la línea de la comunidad cristiana. Para ello debe reunir tres características: 1) lugar donde resuene la Palabra de Dios, renueve los corazones, ponga en evidencia el egoísmo y la mentira, impulse a todos a la generosidad y al amor; 2) lugar donde reine el amor y la unidad: con un verdadero compartir material y espiritual entre los miembros; y 3) lugar abierto a todos: con la conciencia de la hermandad universal nacida del Espíritu de Cristo.
De esta forma el grupo de oración nos hace crecer en la realidad de la comunidad cristiana. Es la comunidad de fe, que nos ayuda a trascender las limitaciones de lugar y situación. Por una parte, al ser un grupo concreto, con unos hermanos concretos, se convierte para nosotros en una escuela de amor, de compartir, de comprensión, de donación. Por otra, al ser un grupo abierto, nos lanza continuamente al compromiso en nuestros propios am¬bientes y lugares de vida, en comunión universal. El amor de Dios, la fuerza de su Espíritu Santo, se hace así presente en la comunidad de hermanos.
Mantener el grupo de oración como Iglesia, es decir, como presencia del amor salvador de Dios parece impedir la existcncia de un compromiso político por parte del grupo en cuanto tal. El compromiso político del Grupo, aunque a primera vista pueda parecer más “concreto”, más “eficaz”, no hace sino reducir al grupo en su potencial salvífico. Una comunidad cristiana es algo muy importante, motor de muchas acciones. Dentro de una comunidad caben muchas acciones concretas, muchas asociaciones concretas, no podemos empequeñecer el compromiso cristiano.
El COMPROMISO SOCIO-POLlTICO DEL CARISMATlCO.
Todo miembro de un grupo de oración, en cuanto quiere ser dócil al Espíritu Santo, debe estar muy a la escucha de todo lo que el Señor le pida, sea a nivel social o político.
La fuerza del Espíritu nos sensibiliza de un modo especial a las necesidades del prójimo, a las injusticias, a la necesidad de una transformación de la sociedad. Al mismo tiempo nos libera, nos hace capaces de perdonar, de poner al servicio de los demás todos los bienes y toda nuestra vida, de renovar las ideas de nuestra mente, de mantener encendida la antorcha do la esperanza, de abrir nuevos caminos.
Aunque la finalidad de un grupo de oración no sea el compromiso socio-político, seria muy extraño que una persona que llevase varios años en la Renovación no se fuera abriendo cada vez más a una serie de compromisos concretos para con el prójimo, según el Señor le llame. El amor del Señor es un amor concreto, y así debe ser el nuestro. Ya nos lo recuerda Santiago: Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? La fe, si no tiene obras, está realmente muerta (St. 2,15-17) .
DOS TESTIMONIOS DE SUDAMERICA
Recogemos estos dos testimonios concretos que nos ofrece Mons. Carlos Talavera (cl. “New Covenant”, agosto 1976, pp. 4-8):
”Alrededor de la ciudad de Méjico abundan los chabolistas, pueblo pobre que ocupa tierras sin permiso legal. Los chabolistas del aeropuerto forman el estrato más bajo de la clase social más inferior, y son rechazados hasta por otros chabolistas. Sin embargo en 1972 llegó a ser el lugar inesperado de una renovación espiritual.
Un grupo del secretariado archidiocesano comenzó un grupo de oración carismática. Jesús ha transformado las vidas y las relaciones de los chabolistas, y les está enseñando a confiar en Él. Dos años después de comenzar el grupo de oración, vino la policía para expulsar a los chabolistas del campo. Inmediatamente se reunió el grupo de oración y Dios les dio su palabra en el salmo 24: Del Señor es la tierra y todo lo que contiene, el mundo y todos los que lo habitan. Esta palabra ha sostenido al grupo en todas sus luchas. Ahora no sólo siguen allí, sino que han conseguido el titulo legal para ello.
Una situación similar ocurrió entre las personas que viven junto al basurero de ciudad Juárez y se ganan la vida escarbando entre los desperdicios buscando materiales que se puedan vender. Aunque desde hacia algún tiempo había allí un grupo de asistentes sociales muy activos, no se notó ninguna consecuencia hasta que algunos asistentes no entregaron totalmente sus vidas al Señor. Este cambio en la manera de ver las cosas los hizo mucho más efectivos y ayudó a poner en acción otros cambios sorprendentes.
En 1972, el grupo de oración decidió compartir una comida de fiesta con las personas más pobres que conocían: las personas que vivían en el basurero resolvieron sus diferencias y vencieron viejas divisiones, volvieron a tener sentido de su dignidad personal, sus hijos fueron curados de muchas enfermedades. Y. una vez más, el Señor mostró su misericordia y su poder: el gobernador entregó los ingresos del basurero de la ciudad a las personas que vivían allí.
Estoy convencido de que el Señor quiere usar a los más pobres para enseñarnos cómo vivir más completamente en Él.”