LOS DIEZ PRIMEROS AÑOS DE LA R.C. EN LA IGLESIA CATOLICA
Por CARDENAL L. J. SUENENS
(Traducido de MAGNIFICAT, núms. 2, 1977)
En el presente año de 1977 se cumple el Décimo Aniversario de la R.C. en los Estados Unidos. ¿Cómo no glorificar al Señor por cuanto ha derivado de este despertar religioso que nació en Pittsburg en 1967 y como el fuego de un incendio se extendió rápidamente por todo el mundo?
¿Y cómo no tener una oración y un recuerdo emocionado para los pioneros, aquellos estudiantes, hoy amigos, que se atrevieron a caminar sobre las aguas y creer que el Espíritu sigue actuando hoy con toda la riqueza de sus dones y de su gracia?
MIRADA SOBRE El PASADO
Lo que me llama la atención en una mirada hacia el pasado es la continuidad de la R.C. con la renovación espiritual iniciada por el Vaticano II y su promotor, Juan XXIII, el Papa Carismático que “bajo la inspiración del Espíritu Santo”, según sus propias palabras, convocó un Concilio en el que el Espíritu obró poderosamente.
La Iglesia entera no oró en vano para que “surgiera un Nuevo Pentecostés”. La R.C. cumple por su parte esta oración y prosigue la renovación en el Espíritu tan deseada, a pesar de las tinieblas y dificultades de la hora presente y aun en medio de ellas. Nos trae una nueva toma de conciencia de nuestros tesoros espirituales y una valoración de nuestra herencia cristiana.
Me parece importante subrayar este aspecto de continuidad con el pasado en general y con el pasado inmediato que es el Vaticano II.
Uno de los líderes más calificados de la R.C. en los medios luteranos, Larry Christenson, ha escrito con acierto:
"El mismo término “Renovación” implica una valoración de lo antiguo.
Dios no destruye, sino que redime; no borra el pasado sino que lo renueva. No crea cosas nuevas, sino que hace nuevas todas las cosas. Se reconoce la madurez de un movimiento de renovación por el respeto que muestra hacia su propia herencia”.
(The Charismatic Renewal among the Lutherans., p. 125).
MIRADA SOBRE EL FUTURO
Un aniversario no es sólo invitación a la acción de gracias, sino también invitación a interrogarse sobre el futuro. ¿Qué puede esperarse mañana de la R.C. a nivel de Iglesia entera?
¿Tiene algo que dar a la Iglesia y ésta tiene algo que recibir?
Formular la pregunta en estos términos se presta a equívocos. Hablar de la Renovación como de un movimiento que tiene algo que dar a la Iglesia supone cierto dualismo entre la Renovación y la Iglesia. Si presentamos así la pregunta reducimos la Iglesia a una realidad puramente Institucional frente a una Iglesia carismática como complemento espiritual de algo que faltase, como una inyección de sangre nueva que le viniera desde fuera.
¡No! No existe una Iglesia institucional frente a una Iglesia carismática: no hay más que una sola Iglesia, en la que se dan diversas dimensiones que se compenetran.
La dimensión carismática está en el corazón mismo de la realidad institucional y la impregna en su totalidad, de la misma manera que la dimensión Institucional o sacramental está plenamente investida del Espíritu.
Hay que evitar el considerar a la Iglesia como una realidad en sí misma aparte del pueblo de Dios que somos nosotros. La Iglesia somos nosotros: la renovación debe penetrar en cada uno de nosotros en cuanto que somos miembros de nuestra comunión eclesial.
Hay que evitar el mirar a la Iglesia como algo abstracto: en la realidad concreta no existe la renovación sino en cuanto me renueva a mí como miembro de la Iglesia de Cristo.
NO HAY UNA DOBLE PERTENENCIA
No se pertenece por una parte a la Renovación y por otra a la Iglesia: no puede darse una doble pertenencia. Es en lo más profundo de mi Identidad como miembro de la Iglesia donde me toca el Espíritu; es en lo más específico mío, como católico, como hijo que soy de la Iglesia Católica Romana, donde he de vivir la lógica de mi vocación cristiana.
No soy primero cristiano y luego católico: soy a la vez un bautizado, un invitado a la mesa eucarística, un hermano llamado a vivir en comunión con mis hermanos, en activa unión con mi obispo, guardián y garantía de la autenticidad de nuestra comunión eclesial. Nada de esto resulta ser adventicio a mi ser de cristiano.
La Iglesia de la que soy miembro es a la vez una comunión bautismal que me abre a la Trinidad Santa, una comunión eucarística que me sumerge en el Misterio Pascual, una comunión con el Espíritu que actualiza el misterio de Pentecostés y una comunión orgánica que me vincula con el Obispo y por medio de él con las demás Iglesias y con la Iglesia de Roma que preside el Papa “al servicio de la unidad de las santas Iglesias de Dios”.
Me parece muy importante estar atentos al vocabulario que empleamos. Al hablar de la R.C. se tiende fácilmente a presentarla como un “movimiento”, como una “organización”, una especie de iglesia dentro de la misma Iglesia. Si no hay precaución se puede incurrir en la desviación de considerarla como un cristianismo sin Iglesia o como una superiglesia que estuviera sobre todas las Iglesias cristianas sirviéndoles de común denominador.
Esto seria la negación de nuestra identidad, el rechazo de la Iglesia tal como la ha querido el Señor, según las normas que le ha dado y según la ha guiado el Espíritu a través de los siglos.
Se podría acusar a la Renovación de ser un elitismo, una secta o un ghetto espiritual, cuando por el contrario lo que quiere el Espíritu Santo es una animación interna, con un dinamismo nuevo en todas las Iglesias que se llaman cristianas y ofrecerles una mutua acogida ecuménica.
UN CATECUMENADO PARA BAUTIZADOS ADULTOS
Liberados de ambigüedades verbales, podemos hablar con tranquilidad de lo que en el futuro pudiera aportar la Renovación a la Iglesia entera.
Creo que su aportación fundamental seria darnos a todos una nueva conciencia de lo que implica nuestro bautismo.
Desde que el bautismo ya no se administra a los convertidos adultos, como en los orígenes, y se administra en cambio a los niños, nos encontramos frente a cristianos que han recibido la fe por herencia y no frente a aquellos que se han adherido a Jesucristo por una plena y libre opción.
Esto ha creado un tipo de cristianos, tributarios del medio familiar y ambiental, tentados con frecuencia por una actividad pasiva más que corresponsable y comprometida en el servicio activo del Evangelio.
Hoy, y más aun mañana, será cristiano aquel que como adulto haya reencontrado a Jesucristo y se haya adherido a su misterio de salvación con pleno conocimiento de causa.
Esto supondrá una iniciación adecuada de nuevo tipo, una nueva toma de conciencia del compromiso bautismal, iniciación que deberá hacerse en distintos momentos de la vida según el avance espiritual de cada uno.
Seguir bautizando a los niños es algo vital, es una tradición bien establecida y plenamente válida, pero también es esencial que en adelante haya lugar para un nuevo descubrimiento de Jesucristo y para asumir voluntariamente los compromisos hechos en nombre del niño. En una palabra: hay que dar paso a un catecumenado para bautizados y confirmados.
Y aquí es donde el “bautismo en el Espíritu” o mejor dicho, “la efusión del Espíritu” que está en el corazón mismo de la Renovación se ofrece como una invitación a toda la Iglesia.
Bajo una forma u otra, sea cual fuere la pedagogía que se adopte, el cristiano, si ha de vivir como tal, debe rehacer el camino que a los carismáticos se invita a seguir bajo el nombre de “life in the Spirit Seminar” (Seminario de la vida en el Espíritu).
Estas reuniones de Iniciación, vividas en clima de oración y fraternidad, llevan normalmente a experimentar la presencia del Espíritu en una nueva profundidad.
Quisiera invitar a teólogos, pastores, pedagogos y a todos aquellos que se han beneficiado de esta “renovación en el Espíritu” a comunicar a otros esta gracia, en gran escala, más allá de la Renovación.
Que a partir de su propia experiencia puedan con la oración y el estudio ayudar a descubrir los caminos y medios prácticos con vistas a elaborar este catecumenado para adultos cristianos, bautizados y confirmados, y preparar a los cristianos de los nuevos tiempos.
En el Sínodo de Obispos de Roma, de octubre de 1974, la comisión que presidí formuló un deseo en este sentido.
¡Ojalá que este llamamiento se deje oír de un extremo al otro!
El texto aprobado fue el siguiente:
”Dado que en nuestro tiempo el cristianismo recibido por herencia es menos frecuente y cobra mayor sentido una decisión personal, sería deseable que se instaurase un rito cristiano para celebrar la adhesión cristiana al llegar al estado adulto. De este modo se ofrecerían posibilidades para asumir con una fe verdaderamente personal los sacramentos de la iniciación recibidos en la fe de la Iglesia durante la infancia.
Tal ratificación personal debería ir precedida normalmente de una preparación en una comunidad de oración y profundidad doctrinal: una especie de catecumenado de bautizados”.
EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO
A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO.
Por LUIS MARTIN
Trataré de ofrecer en forma de aproximaciones las sugerencias y reflexiones que me ofrece una lectura atenta del Nuevo Testamento a propósito de la expresión EL QUE BAUTIZA EN EL ESPIRITU SANTO.
He aquí los textos:
El os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mt 3,10 Lc 3,16),
Él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8).
Ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1,33).
Y en forma parecida:
Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5 y 11,16), en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados (1 Co 12,13).
El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas para llegar a una mejor comprensión de los mismos:
Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).
1) Pedro hace referencia a dos efusiones importantes del Espíritu: la de Pentecostés y la que sobrevino sobre Cornelio y su familia, considerada como el Pentecostés de los gentiles. En ambos casos se trata del cumplimiento de la promesa que hizo Jesús de ser bautizados en el Espíritu Santo, y que es “la Promesa del Padre” (Hch 1,4; 2,39).
2) Pentecostés es una superabundancia, una plenitud: “ser bautizados en el Espíritu Santo” es lo mismo que ser sumergidos en el mismo, del cual se nos presenta el agua como una imagen expresiva.
En el bautismo de Juan el hombre “exterior” era sumergido en el agua, como signo de penitencia. Ser bautizado en el Espíritu Santo indica que el Hombre “interior” es sumergido en el mismo Espíritu y queda inundado, empapado y transido. Cada parte del “hombre Interior” queda afectado por el poder transformador del Espíritu, “por la acción del Espíritu en el hombre Interior” (Ef 3,16), lo que explica el empleo tan reiterativo de la expresión “ser llenos” del Espíritu Santo (Hch 2.4: 4.8: 4,31: 7,55; 9,17; 13,9): es una verdadera plenitud.
3) Esta plenitud se da primordialmente en las facultades superiores del hombre, mente, voluntad, corazón, y es así como los cristianos quedan “sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef 1,13).
Pero afecta también a toda la persona y, consiguientemente, al cuerpo que es signo y expresión del espíritu y de cuanto en él sucede. Los efectos de la presencia del Espíritu se extienden también al cuerpo, originándose manifestaciones típicas como las curaciones, hablar en lenguas, don de lágrimas, la alabanza, la contemplación.
El cuerpo humano, que ya de por si es obra de belleza y expresividad, se convierte entonces “para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) y adquiere la gran categoría de “templo del Espíritu” (1 Co 6,19), como anticipo del “cuerpo espiritual” (1 Co 15.44), incorruptible e inmortal que será en la Consumación.
4) La recepción del Espíritu era algo que se experimentaba no sólo en Pentecostés, sino en cada efusión. (Hch 4,31). Era algo consciente y recognoscible.
Por esto Pablo consideraba la efusión del Espíritu como prueba de nuestra condición de hijos de Dios: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo... (Ga 4,6). Lo mismo Juan: En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. (1 Jn 4,13 y 3.24).
Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Como prenda y garantía de todo lo que esperamos “nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co 1.21; 5.5).
5) El ser bautizados en el Espíritu tal como Jesús prometió, se inaugura con la efusión de Pentecostés.
Fieles al mandato del Señor, los Apóstoles siguieron administrando después el bautismo de agua como iniciación al reino mesiánico, con el que se perdonaban los pecados y se recibía el Espíritu Santo: “Convertíos; que cada uno reciba el bautismo en nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hch 2,38; 9,17-18; 19,5-6).
En el Libro de los Hechos el Bautismo en el Espíritu se relaciona siempre con el bautismo Sacramental. Bautismo de agua y efusión del Espíritu son dos aspectos de la consagración cristiana, en la que el hombre renace “de agua y de Espíritu”(Jn 3.5) y, al mismo tiempo, una actualización del acontecimiento de Pentecostés.
Estos dos aspectos diríamos que son la dimensión sacramental y la dimensión carismática de una misma unidad, siendo siempre libre el Espíritu para derramarse carismáticamente fuera de todo esquema sacramental.
En ciertos momentos diríamos que predomina uno de estos aspectos o que coinciden ambos:
- Pentecostés de los Apóstoles (Hch 2.1-41) y oración de los Apóstoles en la persecución (Hch 4.23-31): predominio de la dimensión carismática.
- Pedro y Juan en la comunidad de Samaría (Hch 8,14•17), discípulos de Efeso (Hch 19,1-7): se da dimensión sacramental y experiencia carismática:
- Cornelio y familia (Hch 10,1-48): experiencia carismática seguida de dimensión sacramental.
No hay más que un solo bautismo (Ef 4,5).
6) La recepción del Espíritu fue para la Iglesia primitiva el acontecimiento más importante de la iniciación cristiana. Una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas obras de Dios y los prodigios del mundo futuro. (Hb 6,4•5): aquella recepción o efusión implicaba presencia y experiencia del Espíritu.
No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos de pie para pensar en una auténtica iniciación cristiana sin el Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).
7) A la vista de estos datos podemos apreciar la diferencia de perspectiva entre los cristianos primitivos y nosotros.
Ellos llegaban a la fe a partir de una conversión y una opción, muy personal y consciente, que hacían por el Señor, Cristo Jesús Resucitado tal como se lo presentaba el kerigma. Tras larga y profunda preparación de catecumenado, tal como se fue implantando posteriormente, se recibían los sacramentos de la iniciación cristiana. Aquella vivencia y presencia del Espíritu del Señor era algo inolvidable en la vida de aquellos cristianos. La experiencia del Señor resultaba por tanto algo normal para todos los cristianos.
En cambio el cristiano convencional de hoy día ha recibido los sacramentos de la iniciación en su más tierna infancia y difícilmente si llega a tomar conciencia de su compromiso bautismal, menos aun a una verdadera experiencia de la presencia del Señor en su vida, de su Espíritu. La experiencia del Espíritu no es algo común, por lo que se la ha considerado como algo que no es normal.
Esto se fue imponiendo de manera insensible a lo largo de la historia, motivado en parte por la normativa que se fue introduciendo de bautizar a los niños, y en no menor parte por la pérdida de la esperanza escatológica y las reacciones contra todos los movimientos espiritualistas que acentuaron lo carismático en contra de lo institucional en la Iglesia.
Resultado final: todos lo conocemos.
Para una gran mayoría de cristianos el Espíritu Santo no es más que un articulo de fe, es decir, una fe puramente confesional en el Espíritu Santo y en sus carismas, pero no una vivencia del Espíritu que lleve a una apertura a su acción, a sus dones, y a una relación de intimidad con el misterio trinitario.
8) La Renovación Carismática nos hace ver que la experiencia neotestamentaria del Espíritu del Señor ha de ser algo normal para cada cristiano y una experiencia común en la Iglesia: “la Promesa ?es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2,29) .
9) Esta experiencia carismática que falta en tantos cristianos, a pesar de toda la objetividad de la dimensión sacramental, es la que sería de desear para todos, experiencia que nos llevaría a descubrir y actualizar los sacramentos de la iniciación y su verdadera identidad cristiana. El cristiano es carismático por definición, lo mismo que la Iglesia.
El sacramento del bautismo se ha separado demasiado de la recepción del Espíritu Santo, quedando ésta como relegada a la Confirmación y fragmentada la iniciación cristiana en partes temporalmente separadas. Es preciso recuperar este aspecto carismático en el Sacramento del Bautismo.
10) La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu, de que tanto se habla en la Renovación Carismática, pretende darnos esto: tomar conciencia, experimentar y también abrirnos al Espíritu del Señor Resucitado, y a partir de aquí iniciar una relación de intimidad con el mismo, una liberación interior para dar paso a un proceso de transformación interior, crecer y caminar constantemente en el Espíritu.
EL BAUTISMO EN El ESPIRITU,
MANIFESTAClÓN DEL PODER DE DIOS.
Por PEDRO FERNANDEZ
¿UNA TERMINOLOGIA CONFUSA?
Algunos afirman que la expresión "bautismo en el Espíritu” en el uso que hace la R.C. es confusa, pues no existe otro bautismo fuera del sacramento del bautismo. Otros constatan que se trata, tal vez, de un vocabulario irreversible, que hay que aclararlo, pero que no se puede desterrar. Entiendo que nos hallamos ante una cuestión que corre el peligro de convertirse en un debate de palabras. Urge, pues, considerar sobre todo las realidades implicadas en este vocabulario.
En la Sagrada Biblia hallamos este modo de hablar, aunque en forma verbal (no substantivada): Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3.11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33). En los Hechos de los Apóstoles se repite: seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5; 11,16). Este vocabulario bíblico no es ambiguo; pero puede convertirse según las diversas interpretaciones que se den a esta expresión. La interpretación católica, por ejemplo, es diferente de la interpretación pentecostal.
La expresión "bautismo en el Espíritu" en el uso que hace la R.C. procede del Pentecostalismo clásico. El empleo de fórmulas idénticas en contextos eclesiales diferentes puede producir confusión. "La aceptación de un cierto vocabulario de origen no católico supone para la R.C. un riesgo en materia doctrinal. Se impone un discernimiento crítico” (Documento de Malinas). Este riesgo se convertiría en confusión si se llegara a afirmar que hay cristianos no bautizados en el Espíritu Santo, o que existen varios bautismos (cf. Ef 4.5), o si se hiciera creer que se trata de un superbautismo o de un complemento del sacramento del bautismo. Sin embargo, se puede admitir esta terminología si no se disocia el “bautismo en el Espíritu” del sacramento del bautismo y si se distingue entre el hecho fundamental (sacramento) y el hecho particular (la efusión del Espíritu como manifestación del poder de Dios).
En el fondo de la cuestión se halla la diferente concepción de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) en la teología sacramental católica y en la teología pentecostal clásica. La teología católica no separa el bautismo de agua del bautismo en el Espíritu, pues se trata del único sacramento del bautismo. En cambio, en el pentecostalismo clásico, el bautismo de agua es un hecho humano con valor simbólico, mientras que el bautismo en el Espíritu es obra de Dios y fuera de todo contexto sacramental. En consecuencia, para los católicos, lo que se llama en la R.C. “bautismo en el Espíritu” no es ni un sacramento, ni tampoco, propiamente y en sentido estricto, el bautismo. Sólo en sentido amplio se puede hablar de “bautismo en el Espíritu”, como cuando en la tradición se ha hablado del bautismo de conversión, de segundo bautismo (referido a la profesión religiosa), etc.
UN VOCABULARIO MAS ADECUADO
En el Documento de Malinas se lee: “En éste, como en otros puntos, la experiencia norteamericana de la Renovación no debe ser considerada como normativa. En otros lugares se ha considerado necesario sustituir la expresión ”bautismo en el Espíritu” por otras similares. En Francia y en Bélgica se habla a menudo de efusión del Espíritu; en Alemania de renovación de la Confirmación; en lengua inglesa se emplean a veces las expresiones liberación del Espíritu o renovación de los sacramentos de la iniciación. En esta búsqueda de un vocabulario adecuado. conviene vigilar para que los vocablos empleados no dañen en exceso lo que tiene de especifico la Renovación en cuanto a experiencia espiritual, es decir, el hecho de que la fuerza del Espíritu Santo, comunicada en la iniciación cristiana, llega a ser objeto de experiencia consciente y personal».
En estas expresiones nuevas se acentúa la acción de Dios, sin olvidar las disposiciones del cristiano y su relación con los sacramentos de la iniciación. La experiencia espiritual nacida a raíz del “bautismo en el Espíritu” es una efusión o manifestación del Espíritu a modo de reviviscencia o actualización o liberación o renovación de los dones ya recibidos en el sacramento del Bautismo.
LA REALIDAD DEL BAUTISMO EN EL ESPIRITU
La realidad del “bautismo en el Espíritu” es una experiencia espiritual: la experiencia de la presencia poderosa de Dios en el hombre, caracterizada por su acción maravillosa que transforma el corazón y le dota de un nuevo poder mediante los dones y carismas. Es una dimensión nueva. Es la fuerza o dynamis de Dios (cf. Lc 4,14; Hch 1,8; 6,8). Desaparecen las inhibiciones. Se liberan las energías. Se restaura la sinergia personal. El cuerpo se manifiesta en nuevos gestos. El espíritu adquiere la libertad al verse libre de las operaciones de los pecados y sus consecuencias. Se confirma cómo las virtudes, dones y carisma son regalos infundidos por Dios en nuestro espíritu. Este contenido es el tesoro escondido y la perla encontrada. Es la borrachera sobria del Espíritu, perfección del cristiano.
Para el cristiano que ha recibido el sacramento del bautismo, el “bautismo en el Espíritu” no es el inicio de la fe, sino una renovación en el modo de vivirla. Es vivencia y confirmación de la fe. La Renovación Carismática, por consiguiente, tiene sus fundamentos teológicos en la celebración de la iniciación (Bautismo y Confirmación) e invita a una renovación de la conciencia bautismal ampliamente concebida, es decir, "para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (1 Cor 2,12). (Documento de Grottaferrata).
Cómo explicar teológicamente este contenido fundamental del bautismo en el Espíritu? En primer lugar, quede claro que “no es un segundo bautismo, sino un acto simbólico que significa en el creyente la apertura al Espíritu recibido en su bautismo”. (Documento de los obispos canadienses.) En segundo lugar, diríamos que el bautismo en el Espíritu nos manifiesta una de las realidades fundamentales del sacramento del bautismo. Efectivamente, el sacramento del bautismo implica la recepción del Espíritu Santo (cuya plenitud será el sacramento de la Confirmación) que se manifiesta en la gracia, en las virtudes, en los dones y carismas, como obra perfecta de Dios; y, además, la experiencia personal o manifestación en la persona de la presencia del Espíritu y de su poder, que es obra de Dios aceptada por el hombre dispuesto y abierto a la gracia de Dios. Es la gracia permanente de Pentecostés. La manifestación en el cristiano de este segundo aspecto real del sacramento del bautismo es lo que, dentro de la R.C. católica, se llama “bautismo en el Espíritu”.
La R.C. es, por consiguiente, una llamada a dar más plenitud a la esperanza y confianza del cristiano en el poder de Dios, mediante la apertura y disponibilidad a los dones y carismas del Señor. El “bautismo del Espíritu” es, así, un gran enriquecimiento para nosotros, en cuanto supone la experiencia personal y la manifestación del poder de Dios, contenidos reales concedidos por el sacramento del bautismo. Con otras palabras, el bautismo en el Espíritu nos manifiesta las maravillas encerradas en la realidad del sacramento del bautismo.
Podemos explicarlo también teológicamente como una gracia actual, como un don de Dios al hombre, por el que nos comunica la salvación de Jesús, el consuelo del Espíritu, su amor. Así Santo Tomás de Aquino habla de un aumento de gracia por el cual uno puede realizar algo nuevo; por ejemplo, cuando uno recibe el don de milagros o de profecía, o también cuando, lleno de amor, se expone al martirio, renuncia a lo que posee o realiza algo difícil”. (Summa Theologica 1, q. 43, a. 6 ad 2.) Todas estas manifestaciones de Dios, dice el Santo Doctor, implican una experiencia.
El "bautismo en el Espíritu” es siempre una gracia actual del Señor, mediante la cual se renuevan los dones ya concedidos o se conceden nuevas manifestaciones de la misericordia divina. Como Jesús nos dice: si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11,13).
PUNTOS PRÁCTICOS SOBRE EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
Por la redacción de Koinonía.
El “Bautismo en el Espíritu” es como la puerta de entrada en la Renovación Carismática y al mismo tiempo el punto de partida de un proceso de conversión y transformación para seguir después caminando en la vida del Espíritu dentro de un grupo o comunidad.
No es, por tanto, un suceso aislado.
Para todo el que aspira a esta gracia no plantea más que una pregunta: ¿estoy verdaderamente dispuesto a abrirme a la gracia del Espíritu Santo? Esta pregunta puede ser una interpelación para toda una comunidad o para la Iglesia entera.
El Bautismo en el Espíritu no es una experiencia nueva. Tratándose de una efusión del Espíritu del Señor sobro el cristiano, es algo que siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, principalmente en la vida de los santos, coincidiendo con su primera o segunda conversión. Por la descripción de esta experiencia que algunos han dejado en sus escritos, vemos que para ellos fue la base de una vida de oración y testimonio.
Para algunos fue como una sorpresa que un día les vino del cielo, para otros fue la respuesta de la gracia a sus ardientes deseos de darse al Señor. Para nosotros hoy día es una gracia que tenemos a nuestro alcance. ¿Qué es lo que se requiere de nuestra parte?
UNA DISPOSICION MUY CONCRETA
Cuando un cristiano se decide a abrirse totalmente a la acción del Señor, a ponerse en las manos del Padre, ya se están dando en él las disposiciones adecuadas y en cierta manera ha empezado a operarse ya la efusión del Espíritu.
Quizás el rasgo más claro y determinante sea un ardiente deseo de Dios. Cierto que esto ya supone una verdadera conversión.
Pero si se busca el bautismo en el Espíritu sin un deseo más o menos consciente de Dios, es muy poco lo que se puede esperar: “Si conocieras el don de Dios… tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva…' (Jn 4,10).
Cuando el alma busca a Dios como busca la cierva los corrientes de agua, cuando “tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo”, (Sal 42,3) y responde con fe a la invitación del Señor “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mi” (Jn 7,37), entonces experimenta los “ríos de agua viva”.
?Esto supuesto, hay que encarecer a los que desean recibir el bautismo en el Espíritu unas actitudes que siempre serán la base de la vida cristiana:
a) Arrepentimiento: Ya en sí es don de Dios, una gracia del Espíritu, “os daré un corazón nuevo... un espíritu nuevo...” (Ez 36,25-27; 11,19-20) Y por tanto no hay que darlo fácilmente por supuesto, pues o falta o no es lo suficientemente completo y en muchos casos no es fácil llegar a él si no es con la oración sincera. Esta es la clave de muchos fallos de la vida cristiana y de la oración, el fundamento de la conversión y de la liberación interior.
b) Alma de niño y de pobre: sentirse pobre ante Dios y ante los hermanos, desembarazado de la propia autosuficiencia, como un mendigo, como pecador perdonado; sólo entonces es posible recibir el reino de Dios como niño y entrar en él (Mc 10,15).
c) Actitud de fe, confianza y abandono en el Señor: la mayoría de los cristianos lo que tienen es un temor reverencial de Dios y una idea muy legalista de la justicia de Dios, pero no tienen experiencia de la misericordia y el amor de Dios para con ellos o tan sólo un concepto vago y difuso, insuficiente para iluminar su fe.
La Palabra de Dios nos dice tanto de la ternura de Dios para los que en Él confían, de la eterna misericordia de Dios, que parece inexplicable que tantos cristianos no lleguen a una actitud de confianza y abandono en el Amor que el Señor nos tiene del que “ni la muerte ni la vida... ni otra criatura alguna podrá separarnos”. (Rm 8,38-39).
El SEMINARIO DE LAS SIETE SEMANAS
Respecto a la instrucción que hay que dar antes del Bautismo en el Espíritu, se sigue comúnmente el plan de las siete semanas. En España se utiliza el manual de Estados ? Unidos, el de Latinoamérica o el de Bélgica. Todos coinciden con ciertas acomodaciones a distintas áreas geográficas. Quizá pronto podamos preparar uno para los grupos de España.
Durante estas siete semanas, demos, sí, toda la iniciación e instrucción posible y que tomen parte en este ministerio todos los catequistas del grupo en distintos días para conseguir una mayor riqueza. Presentemos siempre la R.C. como “una corriente de gracia que pasa y que conduce a vivir una tensión mayor y consciente de la dimensión carismática inherente a la Iglesia” (Suenens), sin caer en el elitismo. Pero tengamos siempre puesta la mirada, más que en los conocimientos que se transmiten, en el clima espiritual y en las actitudes que hay que conseguir en aquellos que se preparan.
Hay que Insistir mucho en la integración en el grupo a partir del bautismo en el Espíritu y, a ser posible, asegurar una atención personalizada antes y después para con cada uno, de forma que ninguno ya se sienta solo en un caminar en la vida del Espíritu.
SOBRE EL CUANDO Y COMO
Tengamos discernimiento para no admitir a aquellos que vienen buscando sensacionalismo o experiencias nuevas, pues esto también se da.
Sea siempre dentro del grupo, de forma que sea toda la comunidad la que ore, “porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más que un cuerpo”. (1 Co 12,13). He aquí la fuerza de esta oración: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Supuestas las actitudes a que antes hemos hecho referencia, la fe y unción de los que oran por el hermano obtienen el cumplimiento de las palabras de Jesús: “... ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” (Lc 10,13).
Algunos siguen cierto esquema: el que desea recibir la efusión del Espíritu expresa primero su fe en Jesús, manifiesta después el arrepentimiento y el rechazo de sus pecados, perdonando las ofensas, y pide al Señor que le llene de su Espíritu: entonces un grupo de hermanos imponiendo sobre él las manos hacen una invocación, dirigida al Padre, o al Señor Jesús Resucitado, pidiendo en nombre de su Palabra que envíe abundantemente el Don de su Espíritu sobre este hermano, tal como lo prometió. Hay que expresar también la acción de gracias, porque si Jesús lo ha prometido, Jesús se ha comprometido y ahora cumple su palabra.
Se ore o se cante en lenguas, y también empiece el que recibe la efusión, pero si le resulta muy dificultoso no se le fuerce. Quizás algún hermano tenga una palabra de sabiduría de profecía para él.
Todo ha de ser con mucha sencillez, sin emocionalismo. Si alguna persona accede a dejarse llevar del emocionalismo, tratemos de tranquilizarla, porque la acción del Espíritu es paz, dominio, templanza y serenidad. En las catequesis hay que prevenir contra esto.
QUÉ OCURRE DESPUÉS.
Cuando el Espíritu del Señor se derrama abundantemente sobre un grupo de creyentes, la consecuencia inmediata y un indicio de su presencia en el grupo es que todos se convierten en expresión clara del Cuerpo de Cristo, es decir, cada miembro descubre su identidad porque despierta a la comunidad: empieza a funcionar como miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Aquellos que han estado viviendo un cristianismo individualista tardarán más en integrarse en la comunidad. Para esto necesitan liberación.
Para algunos el bautismo en el Espíritu es un impacto decisivo y es experimentar las palabras de Jesús: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos...” (Hch t ,8). Incluso sacerdotes y religiosos han confesado ser la experiencia religiosa más importante de su vida.
Que no se trata de un hecho de sugestión o de emoción lo demuestra el cambio decisivo y sus efectos que perduran años a pesar de las dificultades por las que se pasará después. La sugestión no cambia internamente a la persona, ni conduce hacia una mayor libertad, paz y amor profundos.
Las personas menos estructuradas mentalmente y más simples son las que más fácilmente sentirán la necesidad de orar en lenguas y durante largo tiempo. Hacerla ahora, si, pero en los días sucesivos no caer en la tentación de aferrarse al don de la oración buscando por si mismo o al intento de suscitar nuevamente aquel fruto sensible.
Habrá otras personas que dirán no haber experimentado nada en la efusión del Espíritu. La explicación de esto puede ser muy diversa, dejando siempre a salvo los caminos incomprensibles de Dios y su modo de actuar en nosotros de una forma imperceptible. Hay que mantenerse en la fe de que el Señor cumple siempre su palabra y esperar. En estos casos casi siempre se inicia una transformación lenta y progresiva que quizá no se interrumpa más.
Al Bautismo en el Espíritu siguen días o meses de una gran facilidad espiritual, de gozo, paz y amor, de sentir una gran necesidad y gozo por la oración a la que uno se da sin el menor esfuerzo. Incluso se puedo llegar a momentos de oración infusa o contemplación, en un alternar la vida purgativa con la iluminativa, fenómeno poco común para los tratadistas espirituales pero frecuente en la R.C.
Esta “luna de miel” espiritual puede durar mas o menos según la situación espiritual de cada uno, pero han de venir días de desierto, de aridez y tentación. Jesús fue tentado en el desierto después de su Bautismo en el que hubo una manifestación tan profunda de la presencia del Espíritu.
No Importan las dificultades e Incluso los retrocesos momentáneos con tal que la resultante final sea de progreso. El Señor será el que más haga por nuestra renovación y transformación.
¿QUE ES LA ORACION EN LENGUAS?
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
Una de las cosas que más choca a quienes se acercan a la renovación carismática es la oración o el canto en lenguas. Sin embargo, no es éste ni mucho menos su punto principal, por lo que conviene tener ideas muy claras para no deformar las aportaciones que trae la renovación.
LA ORACJON EN LENGUA NO ES...
El orar o cantar en lenguas no es ningún fenómeno extraordinario o milagroso. No se trata de un éxtasis ni de una pérdida del control consciente. Quien así ora no se siente violentado, como si una fuerza externa lo arrastrase. Todo es normal, todo es sencillo.
Tampoco es una manifestación de histerismo o de sentimentalismo.
El ambiente es de serenidad, de paz, de dominio de sí mismo. Quien ora así empieza y termina cuando quiere. No hay nada de patológico.
La expresión hablar (orar, cantar) en lenguas es una frase hecha: no quiere decir que se hable en un idioma extranjero o desconocido. No es ni siquiera propiamente un hablar, sino una emisión espontánea de sonidos para sostener la oración. A uno le vienen ganas de reír cuando lee que periodistas, y hasta estudiosos, se esfuerzan por identificar el idioma utilizado en la oración en lenguas: ¿será griego, será hebreo, será un idioma desaparecido? Nada de eso. Es una improvisación de sonidos, un canto espontáneo.
LA ORACION EN LENGUA ES...
San Pablo dice que nosotros no sabemos cómo alabar a Dios y qué pedirle, pero el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra pobreza y ora por nosotros con expresiones ininteligibles (cf. Rm B.26). ¿Cómo expresar con palabras nuestro amor, nuestra alabanza a Dios? ¿Cómo cantar el amor de Dios que "sobrepasa todo conocimiento”. (Ef 3.19).
La oración y el canto en lenguas no es sino un esfuerzo por expresar lo inexpresable (Kart Barth). Cuando se trata de expresar nuestros sentimientos religiosos profundos no encontramos generalmente formas para hacerlo. Nuestra oración se hace a veces cerebral o bien encuentra siempre los límites del lenguaje. Nuestra liturgia no consigue muchas veces romper los formalismos. En este ambiente, la oración y el canto en lengua es “una forma de desprendimiento de si mismo, de desbloqueo y de liberación interior ante Dios y los hombres. Si al comienzo de la experiencia se acepta este acto de humildad -con su riesgo de parecer infantil y ridículo- se probará la alegría de descubrir una manera de orar por encima de las palabras y más allá de todo cerebralismo”. [Cardenal Suenens).
El canto en lengua es como un aleluya o una meditación gregoriana. Es como el canto de un niño. Es como un rayo de luz, como una brisa de aire fresco. Es una expresión espontánea que puede ser de gran ayuda en nuestra oración personal o en algunos momentos de la oración comunitaria.
¿QUE DICE LA BIBLIA?
Hablar del canto en lenguas es hacer referencia a la primera explosión de alabanza de la comunidad cristiana: el canto del día de Pentecostés.
Nos explica San Lucas: todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. (Act 2,4). Se trata de la gran explosión carismática: un canto espontáneo de todos los discípulos impulsados por el Espíritu Santo. Todos cantaban “las maravillas de Dios" (2,11). Un canto de alabanza.
Algunos autores piensan que fue una oración o un canto colectivo. Los peregrinos de Jerusalén, a pesar de sus diversas procedencias, entienden todos que aquellos hombres están alabando a Dios, que el Espíritu Santo prometido se ha derramado sobre los hombres. No se trata de un entender palabras (algunos decían que estaban borrachos, y de un borracho no hay mucho qué entender), sino de entender el acontecimiento: se ha cumplido la promesa de Jesús de enviar su Espíritu.
La misma explosión carismática encontramos en la conversión de los primeros paganos. (Act 10.46; 11.15) Y con los discípulos de Juan Bautista en Efeso [Act 19.6).
San Pablo habla extensamente de esta forma de orar en los capítulos 12-14 de la primera carta a los Corintios. Dice claramente que no se trata de hablar en ningún idioma sino de orar (“no habla a los hombres, sino a Dios”. 14.2). Nadie puede entender, es sólo un canto, un himno espiritual.
San Pablo oraba mucho de esta forma (“hablo en lenguas más que todos vosotros”. 14,18) y deseaba que todos orasen así (14.4). Pero no quería que se le diese una importancia excesiva: las oraciones comunitarias no pueden estar hechas sólo de oración en lenguas (et. 14.15): hay que tener mucha prudencia y abstenerse cuando hay personas a las que puede chocar (cf. 14,23); lo que construye la comunidad es sobre todo la oración inteligible, la profecía, la enseñanza, el amor (cf. 13,1; 14.4. 17•19).
HISTORIA DE LA ORACION EN LENGUAS
Como hemos visto la oración en lenguas fue una característica de la comunidad cristiana desde sus comienzos (cf. también Mc 16,17). En la comunidad de Corinto (hacia el año 57) esta forma de oración estaba tan extendida que se prestaba a exageraciones.
Se continuó utilizando, sin embargo, de forma colectiva en las asambleas cristianas hasta principios del siglo III. San Ireneo escribe: "Oímos en la asamblea a muchos hermanos que por el Espíritu hablan en lenguas». (Adv. Haer. V, 6.1: PG 7. 1137). Pero por el uso que hacían algunos grupos algo heréticos (los montanistas) esta forma de orar y cantar espontáneamente desapareció de las asambleas y su uso quedó reducido a la oración personal. De ello nos dan testimonio muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, Santa Hildegarda, San Ignacio de Loyola, etc.
Sólo con la aparición del movimiento pentecostal se vuelve en este siglo a utilizar esta forma de oración y canto espontáneo. Quienes estuvieron en la fiesta de Pentecostés y el lunes siguiente en la basílica de San Pedro en Roma en el Año Santo (1975), todos recuerdan la explosión carismática de acción de gracias y adoración de los 10.000 peregrinos en el canto en lenguas que precedió a las palabras de Pablo VI recordando la frase de San Ambrosio: bebamos con alegría la sobria abundancia del Espíritu.
LA ORACION EN LAS ASAMBLEAS
En las reuniones de oración hay momentos en que la oración se hace más viva y no bastan las palabras para expresar la alabanza o la necesidad, y sobre todo para expresarla comunitariamente. Es en estos momentos en que suavemente, casi silenciosamente, algunos empiezan a orar en lenguas, pasando poco a poco al canto. El murmullo se va unificando, como "els castellers” construyen una torre humana. Cada uno, espontáneamente, va ocupando su lugar dentro de esta armonía improvisada. Es el amor que va uniendo las voces: el discernimiento de las necesidades de los hermanos, el no querer dominarlos, el animarlos, el saber esperarlos, el saber seguirlos...
Cuando hay divisiones en la comunidad, el canto en lenguas no puede elevarse o bien sale estridente. Por eso es tan importante no exagerar la importancia de este canto, pues de lo contrario no nos sentimos libres ante él y podemos tener la tentación de forzarlo. El canto en lenguas es gratuito, como todo lo que es del Espíritu. Es un don de cada momento.
En las asambleas, sin embargo, no se cantará normalmente en lenguas más que uno o dos minutos. Y esto cuando el discernimiento y la inspiración nos inviten a hacerlo. No hay que preocuparse si en una asamblea no se ha orado así.
ALGUNAS DIFICULTADES
A veces alguno dice: “tengo miedo de que mi oración en lenguas sea algo que me hago yo mismo” Cuando cantamos en lenguas somos nosotros quienes cantamos y es natural que sea algo que hacemos nosotros. La oración en lenguas no es una fuerza que actúa contra nuestra voluntad o un gran impulso. Lo importante es que con el canto espontáneo uno ore y alabe al Señor.
Los pentecostales clásicos (no católicos) consideran el don de la oración en lenguas como el signo de que uno ha recibido el Espíritu Santo. Sin embargo, no debemos considerar este don como el único signo de la presencia del Espíritu. La historia de la Iglesia y nuestra experiencia nos muestra claramente que, a pesar de que es un don muy extendido, éste no va unido siempre e inmediatamente al bautismo del Espíritu.
Es una costumbre muy desaconsejable el pedir para otro este don con demasiada insistencia o bien invitándole a imitar los propios sonidos. Todo don del Espíritu debe recibirse en un ambiente de libertad y de gratuidad. Si el hermano se siente forzado, no podrá orar por mucho tiempo con libertad.
CONCLUSION
Concluyamos con una larga cita de las orientaciones teológicas y pastorales del Coloquio de Malinas (21-26 mayo 1974): “no se puede entender correctamente el significado del carisma de lenguas si se lo aparta del contexto de oración. El “hablar en lenguas» permite a quienes lo hacen el orar a un nivel más profundo. Este don debe comprenderse, pues, como una manifestación del Espíritu en un don de oración. Si algunas personas aprecian este carisma es porque aspiran a orar mejor. Y esto es lo que les permite el carisma de lenguas. Su función se ejerce principalmente en la oración privada.
La posibilidad de orar de una forma pre-conceptual, no-objetiva, tiene un gran valor para la vida espiritual: permite expresar de una forma pre-conceptual lo que no puede expresarse conceptualmente. La oración en lenguas es con respecto a la oración normal, lo que una pintura abstracta, no figurativa, es con respecto a la pintura ordinaria. La oración en lenguas pone en acción una forma de inteligencia capaz hasta para los niños. Bajo la acción del Espíritu, el creyente ora libremente sin expresiones conceptuales. Es una forma de oración entre otras. Pero la oración en lenguas pone en acción a toda la persona y, por lo tanto, también sus sentimientos. Pero no está unida, sin embargo, a una excitación emocional”.
LA COMUNIDAD CRISTIANA FRUTO DE LA EFUSION DEL ESPIRITU.
Por CARLOS CALVENTE
Lucas nos presenta en los Hechos de los Apóstoles la experiencia de Pentecostés como un acontecimiento perceptible no sólo por los discípulos sino también por todos los circunstantes.
La acción del Espíritu es siempre en sentido convergente: agrupa, reúne y congrega a las personas y entonces desciende abundantemente. Pretende llevarnos a Jesús, no sólo en forma personal, sino comunitariamente. Por lo que el primer fruto de la acción del Espíritu es el nacimiento de una fraternidad universal, que es comunidad de oración, comunidad de alabanza inspirada, que ofrece el mensaje evangelizador de ser todos UNO en Cristo y testigos de su Resurrección.
El Espíritu les lleva a compartir una misma experiencia en forma comunitaria. Aquellos primeros cristianos sabían qué eran y por qué. El Espíritu de Cristo vivía en ellos profundamente y nunca se trataba de “mi” Espíritu, sino de “nuestro” Espíritu.
La misma experiencia viven hoy los cristianos dentro de la Renovación Carismática. Ser bautizados por el Espíritu Santo significa recibir toda la riqueza de su gracia. En cada persona el Espíritu obra una conversión y una transformación profunda de la vida. Y como si comunicara una luz nueva para penetrar más en el misterio de Dios y llegar a un compromiso más personal con Jesús. Ceder a las mociones del Espíritu supone recibir los dones y carismas necesarios para la edificación de la Iglesia y la fuerza divina para testimoniar a Jesús Resucitado.
Los efectos más inmediatos que se pueden observar son un gran amor a la persona de Jesús, paz profunda y duradera, alegría que brota de lo íntimo del corazón. Los mismos efectos que hallamos en el Libro de los Hechos: “tomaban el alimento con alegría de corazón y alababan a Dios”. (2,46).
Esta paz y alegría hay que vivirlas en un contexto determinado de fraternidad, de experiencia compartida. La vida en el Espíritu es vida compartida y para crecer en ella resulta imprescindible “sentirse” parte de una comunidad de amor. Es bueno recordar lo que escribía Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. (Ga 5,22-23).
Pablo opone aquí el concepto “fruto del Espíritu” a las “obras de la carne”. Es la vía superior de que habla en la primera carta a los Corintios y que define con la palabra “caridad”. El amor fraternal deriva del amor divino derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5.5). En el Nuevo Testamento las palabras “amor” y “Espíritu” dicen la misma cosa. El Espíritu de Dios es amor y creador de amor. Inspirados por este amor, los carismas contribuyen eficazmente a la edificación y crecimiento del Cuerpo de Cristo.
La Renovación Carismática que hoy experimentamos en la Iglesia es principalmente renovación de amor fraterno y por lo que respecta a estos signos de amor fraterno podemos afirmar con toda certeza que viene de Dios (1 Jn 4, 1).
Por CARDENAL L. J. SUENENS
(Traducido de MAGNIFICAT, núms. 2, 1977)
En el presente año de 1977 se cumple el Décimo Aniversario de la R.C. en los Estados Unidos. ¿Cómo no glorificar al Señor por cuanto ha derivado de este despertar religioso que nació en Pittsburg en 1967 y como el fuego de un incendio se extendió rápidamente por todo el mundo?
¿Y cómo no tener una oración y un recuerdo emocionado para los pioneros, aquellos estudiantes, hoy amigos, que se atrevieron a caminar sobre las aguas y creer que el Espíritu sigue actuando hoy con toda la riqueza de sus dones y de su gracia?
MIRADA SOBRE El PASADO
Lo que me llama la atención en una mirada hacia el pasado es la continuidad de la R.C. con la renovación espiritual iniciada por el Vaticano II y su promotor, Juan XXIII, el Papa Carismático que “bajo la inspiración del Espíritu Santo”, según sus propias palabras, convocó un Concilio en el que el Espíritu obró poderosamente.
La Iglesia entera no oró en vano para que “surgiera un Nuevo Pentecostés”. La R.C. cumple por su parte esta oración y prosigue la renovación en el Espíritu tan deseada, a pesar de las tinieblas y dificultades de la hora presente y aun en medio de ellas. Nos trae una nueva toma de conciencia de nuestros tesoros espirituales y una valoración de nuestra herencia cristiana.
Me parece importante subrayar este aspecto de continuidad con el pasado en general y con el pasado inmediato que es el Vaticano II.
Uno de los líderes más calificados de la R.C. en los medios luteranos, Larry Christenson, ha escrito con acierto:
"El mismo término “Renovación” implica una valoración de lo antiguo.
Dios no destruye, sino que redime; no borra el pasado sino que lo renueva. No crea cosas nuevas, sino que hace nuevas todas las cosas. Se reconoce la madurez de un movimiento de renovación por el respeto que muestra hacia su propia herencia”.
(The Charismatic Renewal among the Lutherans., p. 125).
MIRADA SOBRE EL FUTURO
Un aniversario no es sólo invitación a la acción de gracias, sino también invitación a interrogarse sobre el futuro. ¿Qué puede esperarse mañana de la R.C. a nivel de Iglesia entera?
¿Tiene algo que dar a la Iglesia y ésta tiene algo que recibir?
Formular la pregunta en estos términos se presta a equívocos. Hablar de la Renovación como de un movimiento que tiene algo que dar a la Iglesia supone cierto dualismo entre la Renovación y la Iglesia. Si presentamos así la pregunta reducimos la Iglesia a una realidad puramente Institucional frente a una Iglesia carismática como complemento espiritual de algo que faltase, como una inyección de sangre nueva que le viniera desde fuera.
¡No! No existe una Iglesia institucional frente a una Iglesia carismática: no hay más que una sola Iglesia, en la que se dan diversas dimensiones que se compenetran.
La dimensión carismática está en el corazón mismo de la realidad institucional y la impregna en su totalidad, de la misma manera que la dimensión Institucional o sacramental está plenamente investida del Espíritu.
Hay que evitar el considerar a la Iglesia como una realidad en sí misma aparte del pueblo de Dios que somos nosotros. La Iglesia somos nosotros: la renovación debe penetrar en cada uno de nosotros en cuanto que somos miembros de nuestra comunión eclesial.
Hay que evitar el mirar a la Iglesia como algo abstracto: en la realidad concreta no existe la renovación sino en cuanto me renueva a mí como miembro de la Iglesia de Cristo.
NO HAY UNA DOBLE PERTENENCIA
No se pertenece por una parte a la Renovación y por otra a la Iglesia: no puede darse una doble pertenencia. Es en lo más profundo de mi Identidad como miembro de la Iglesia donde me toca el Espíritu; es en lo más específico mío, como católico, como hijo que soy de la Iglesia Católica Romana, donde he de vivir la lógica de mi vocación cristiana.
No soy primero cristiano y luego católico: soy a la vez un bautizado, un invitado a la mesa eucarística, un hermano llamado a vivir en comunión con mis hermanos, en activa unión con mi obispo, guardián y garantía de la autenticidad de nuestra comunión eclesial. Nada de esto resulta ser adventicio a mi ser de cristiano.
La Iglesia de la que soy miembro es a la vez una comunión bautismal que me abre a la Trinidad Santa, una comunión eucarística que me sumerge en el Misterio Pascual, una comunión con el Espíritu que actualiza el misterio de Pentecostés y una comunión orgánica que me vincula con el Obispo y por medio de él con las demás Iglesias y con la Iglesia de Roma que preside el Papa “al servicio de la unidad de las santas Iglesias de Dios”.
Me parece muy importante estar atentos al vocabulario que empleamos. Al hablar de la R.C. se tiende fácilmente a presentarla como un “movimiento”, como una “organización”, una especie de iglesia dentro de la misma Iglesia. Si no hay precaución se puede incurrir en la desviación de considerarla como un cristianismo sin Iglesia o como una superiglesia que estuviera sobre todas las Iglesias cristianas sirviéndoles de común denominador.
Esto seria la negación de nuestra identidad, el rechazo de la Iglesia tal como la ha querido el Señor, según las normas que le ha dado y según la ha guiado el Espíritu a través de los siglos.
Se podría acusar a la Renovación de ser un elitismo, una secta o un ghetto espiritual, cuando por el contrario lo que quiere el Espíritu Santo es una animación interna, con un dinamismo nuevo en todas las Iglesias que se llaman cristianas y ofrecerles una mutua acogida ecuménica.
UN CATECUMENADO PARA BAUTIZADOS ADULTOS
Liberados de ambigüedades verbales, podemos hablar con tranquilidad de lo que en el futuro pudiera aportar la Renovación a la Iglesia entera.
Creo que su aportación fundamental seria darnos a todos una nueva conciencia de lo que implica nuestro bautismo.
Desde que el bautismo ya no se administra a los convertidos adultos, como en los orígenes, y se administra en cambio a los niños, nos encontramos frente a cristianos que han recibido la fe por herencia y no frente a aquellos que se han adherido a Jesucristo por una plena y libre opción.
Esto ha creado un tipo de cristianos, tributarios del medio familiar y ambiental, tentados con frecuencia por una actividad pasiva más que corresponsable y comprometida en el servicio activo del Evangelio.
Hoy, y más aun mañana, será cristiano aquel que como adulto haya reencontrado a Jesucristo y se haya adherido a su misterio de salvación con pleno conocimiento de causa.
Esto supondrá una iniciación adecuada de nuevo tipo, una nueva toma de conciencia del compromiso bautismal, iniciación que deberá hacerse en distintos momentos de la vida según el avance espiritual de cada uno.
Seguir bautizando a los niños es algo vital, es una tradición bien establecida y plenamente válida, pero también es esencial que en adelante haya lugar para un nuevo descubrimiento de Jesucristo y para asumir voluntariamente los compromisos hechos en nombre del niño. En una palabra: hay que dar paso a un catecumenado para bautizados y confirmados.
Y aquí es donde el “bautismo en el Espíritu” o mejor dicho, “la efusión del Espíritu” que está en el corazón mismo de la Renovación se ofrece como una invitación a toda la Iglesia.
Bajo una forma u otra, sea cual fuere la pedagogía que se adopte, el cristiano, si ha de vivir como tal, debe rehacer el camino que a los carismáticos se invita a seguir bajo el nombre de “life in the Spirit Seminar” (Seminario de la vida en el Espíritu).
Estas reuniones de Iniciación, vividas en clima de oración y fraternidad, llevan normalmente a experimentar la presencia del Espíritu en una nueva profundidad.
Quisiera invitar a teólogos, pastores, pedagogos y a todos aquellos que se han beneficiado de esta “renovación en el Espíritu” a comunicar a otros esta gracia, en gran escala, más allá de la Renovación.
Que a partir de su propia experiencia puedan con la oración y el estudio ayudar a descubrir los caminos y medios prácticos con vistas a elaborar este catecumenado para adultos cristianos, bautizados y confirmados, y preparar a los cristianos de los nuevos tiempos.
En el Sínodo de Obispos de Roma, de octubre de 1974, la comisión que presidí formuló un deseo en este sentido.
¡Ojalá que este llamamiento se deje oír de un extremo al otro!
El texto aprobado fue el siguiente:
”Dado que en nuestro tiempo el cristianismo recibido por herencia es menos frecuente y cobra mayor sentido una decisión personal, sería deseable que se instaurase un rito cristiano para celebrar la adhesión cristiana al llegar al estado adulto. De este modo se ofrecerían posibilidades para asumir con una fe verdaderamente personal los sacramentos de la iniciación recibidos en la fe de la Iglesia durante la infancia.
Tal ratificación personal debería ir precedida normalmente de una preparación en una comunidad de oración y profundidad doctrinal: una especie de catecumenado de bautizados”.
EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO
A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO.
Por LUIS MARTIN
Trataré de ofrecer en forma de aproximaciones las sugerencias y reflexiones que me ofrece una lectura atenta del Nuevo Testamento a propósito de la expresión EL QUE BAUTIZA EN EL ESPIRITU SANTO.
He aquí los textos:
El os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mt 3,10 Lc 3,16),
Él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8).
Ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1,33).
Y en forma parecida:
Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5 y 11,16), en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados (1 Co 12,13).
El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas para llegar a una mejor comprensión de los mismos:
Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).
1) Pedro hace referencia a dos efusiones importantes del Espíritu: la de Pentecostés y la que sobrevino sobre Cornelio y su familia, considerada como el Pentecostés de los gentiles. En ambos casos se trata del cumplimiento de la promesa que hizo Jesús de ser bautizados en el Espíritu Santo, y que es “la Promesa del Padre” (Hch 1,4; 2,39).
2) Pentecostés es una superabundancia, una plenitud: “ser bautizados en el Espíritu Santo” es lo mismo que ser sumergidos en el mismo, del cual se nos presenta el agua como una imagen expresiva.
En el bautismo de Juan el hombre “exterior” era sumergido en el agua, como signo de penitencia. Ser bautizado en el Espíritu Santo indica que el Hombre “interior” es sumergido en el mismo Espíritu y queda inundado, empapado y transido. Cada parte del “hombre Interior” queda afectado por el poder transformador del Espíritu, “por la acción del Espíritu en el hombre Interior” (Ef 3,16), lo que explica el empleo tan reiterativo de la expresión “ser llenos” del Espíritu Santo (Hch 2.4: 4.8: 4,31: 7,55; 9,17; 13,9): es una verdadera plenitud.
3) Esta plenitud se da primordialmente en las facultades superiores del hombre, mente, voluntad, corazón, y es así como los cristianos quedan “sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef 1,13).
Pero afecta también a toda la persona y, consiguientemente, al cuerpo que es signo y expresión del espíritu y de cuanto en él sucede. Los efectos de la presencia del Espíritu se extienden también al cuerpo, originándose manifestaciones típicas como las curaciones, hablar en lenguas, don de lágrimas, la alabanza, la contemplación.
El cuerpo humano, que ya de por si es obra de belleza y expresividad, se convierte entonces “para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) y adquiere la gran categoría de “templo del Espíritu” (1 Co 6,19), como anticipo del “cuerpo espiritual” (1 Co 15.44), incorruptible e inmortal que será en la Consumación.
4) La recepción del Espíritu era algo que se experimentaba no sólo en Pentecostés, sino en cada efusión. (Hch 4,31). Era algo consciente y recognoscible.
Por esto Pablo consideraba la efusión del Espíritu como prueba de nuestra condición de hijos de Dios: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo... (Ga 4,6). Lo mismo Juan: En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. (1 Jn 4,13 y 3.24).
Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Como prenda y garantía de todo lo que esperamos “nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co 1.21; 5.5).
5) El ser bautizados en el Espíritu tal como Jesús prometió, se inaugura con la efusión de Pentecostés.
Fieles al mandato del Señor, los Apóstoles siguieron administrando después el bautismo de agua como iniciación al reino mesiánico, con el que se perdonaban los pecados y se recibía el Espíritu Santo: “Convertíos; que cada uno reciba el bautismo en nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hch 2,38; 9,17-18; 19,5-6).
En el Libro de los Hechos el Bautismo en el Espíritu se relaciona siempre con el bautismo Sacramental. Bautismo de agua y efusión del Espíritu son dos aspectos de la consagración cristiana, en la que el hombre renace “de agua y de Espíritu”(Jn 3.5) y, al mismo tiempo, una actualización del acontecimiento de Pentecostés.
Estos dos aspectos diríamos que son la dimensión sacramental y la dimensión carismática de una misma unidad, siendo siempre libre el Espíritu para derramarse carismáticamente fuera de todo esquema sacramental.
En ciertos momentos diríamos que predomina uno de estos aspectos o que coinciden ambos:
- Pentecostés de los Apóstoles (Hch 2.1-41) y oración de los Apóstoles en la persecución (Hch 4.23-31): predominio de la dimensión carismática.
- Pedro y Juan en la comunidad de Samaría (Hch 8,14•17), discípulos de Efeso (Hch 19,1-7): se da dimensión sacramental y experiencia carismática:
- Cornelio y familia (Hch 10,1-48): experiencia carismática seguida de dimensión sacramental.
No hay más que un solo bautismo (Ef 4,5).
6) La recepción del Espíritu fue para la Iglesia primitiva el acontecimiento más importante de la iniciación cristiana. Una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas obras de Dios y los prodigios del mundo futuro. (Hb 6,4•5): aquella recepción o efusión implicaba presencia y experiencia del Espíritu.
No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos de pie para pensar en una auténtica iniciación cristiana sin el Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).
7) A la vista de estos datos podemos apreciar la diferencia de perspectiva entre los cristianos primitivos y nosotros.
Ellos llegaban a la fe a partir de una conversión y una opción, muy personal y consciente, que hacían por el Señor, Cristo Jesús Resucitado tal como se lo presentaba el kerigma. Tras larga y profunda preparación de catecumenado, tal como se fue implantando posteriormente, se recibían los sacramentos de la iniciación cristiana. Aquella vivencia y presencia del Espíritu del Señor era algo inolvidable en la vida de aquellos cristianos. La experiencia del Señor resultaba por tanto algo normal para todos los cristianos.
En cambio el cristiano convencional de hoy día ha recibido los sacramentos de la iniciación en su más tierna infancia y difícilmente si llega a tomar conciencia de su compromiso bautismal, menos aun a una verdadera experiencia de la presencia del Señor en su vida, de su Espíritu. La experiencia del Espíritu no es algo común, por lo que se la ha considerado como algo que no es normal.
Esto se fue imponiendo de manera insensible a lo largo de la historia, motivado en parte por la normativa que se fue introduciendo de bautizar a los niños, y en no menor parte por la pérdida de la esperanza escatológica y las reacciones contra todos los movimientos espiritualistas que acentuaron lo carismático en contra de lo institucional en la Iglesia.
Resultado final: todos lo conocemos.
Para una gran mayoría de cristianos el Espíritu Santo no es más que un articulo de fe, es decir, una fe puramente confesional en el Espíritu Santo y en sus carismas, pero no una vivencia del Espíritu que lleve a una apertura a su acción, a sus dones, y a una relación de intimidad con el misterio trinitario.
8) La Renovación Carismática nos hace ver que la experiencia neotestamentaria del Espíritu del Señor ha de ser algo normal para cada cristiano y una experiencia común en la Iglesia: “la Promesa ?es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2,29) .
9) Esta experiencia carismática que falta en tantos cristianos, a pesar de toda la objetividad de la dimensión sacramental, es la que sería de desear para todos, experiencia que nos llevaría a descubrir y actualizar los sacramentos de la iniciación y su verdadera identidad cristiana. El cristiano es carismático por definición, lo mismo que la Iglesia.
El sacramento del bautismo se ha separado demasiado de la recepción del Espíritu Santo, quedando ésta como relegada a la Confirmación y fragmentada la iniciación cristiana en partes temporalmente separadas. Es preciso recuperar este aspecto carismático en el Sacramento del Bautismo.
10) La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu, de que tanto se habla en la Renovación Carismática, pretende darnos esto: tomar conciencia, experimentar y también abrirnos al Espíritu del Señor Resucitado, y a partir de aquí iniciar una relación de intimidad con el mismo, una liberación interior para dar paso a un proceso de transformación interior, crecer y caminar constantemente en el Espíritu.
EL BAUTISMO EN El ESPIRITU,
MANIFESTAClÓN DEL PODER DE DIOS.
Por PEDRO FERNANDEZ
¿UNA TERMINOLOGIA CONFUSA?
Algunos afirman que la expresión "bautismo en el Espíritu” en el uso que hace la R.C. es confusa, pues no existe otro bautismo fuera del sacramento del bautismo. Otros constatan que se trata, tal vez, de un vocabulario irreversible, que hay que aclararlo, pero que no se puede desterrar. Entiendo que nos hallamos ante una cuestión que corre el peligro de convertirse en un debate de palabras. Urge, pues, considerar sobre todo las realidades implicadas en este vocabulario.
En la Sagrada Biblia hallamos este modo de hablar, aunque en forma verbal (no substantivada): Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3.11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33). En los Hechos de los Apóstoles se repite: seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5; 11,16). Este vocabulario bíblico no es ambiguo; pero puede convertirse según las diversas interpretaciones que se den a esta expresión. La interpretación católica, por ejemplo, es diferente de la interpretación pentecostal.
La expresión "bautismo en el Espíritu" en el uso que hace la R.C. procede del Pentecostalismo clásico. El empleo de fórmulas idénticas en contextos eclesiales diferentes puede producir confusión. "La aceptación de un cierto vocabulario de origen no católico supone para la R.C. un riesgo en materia doctrinal. Se impone un discernimiento crítico” (Documento de Malinas). Este riesgo se convertiría en confusión si se llegara a afirmar que hay cristianos no bautizados en el Espíritu Santo, o que existen varios bautismos (cf. Ef 4.5), o si se hiciera creer que se trata de un superbautismo o de un complemento del sacramento del bautismo. Sin embargo, se puede admitir esta terminología si no se disocia el “bautismo en el Espíritu” del sacramento del bautismo y si se distingue entre el hecho fundamental (sacramento) y el hecho particular (la efusión del Espíritu como manifestación del poder de Dios).
En el fondo de la cuestión se halla la diferente concepción de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) en la teología sacramental católica y en la teología pentecostal clásica. La teología católica no separa el bautismo de agua del bautismo en el Espíritu, pues se trata del único sacramento del bautismo. En cambio, en el pentecostalismo clásico, el bautismo de agua es un hecho humano con valor simbólico, mientras que el bautismo en el Espíritu es obra de Dios y fuera de todo contexto sacramental. En consecuencia, para los católicos, lo que se llama en la R.C. “bautismo en el Espíritu” no es ni un sacramento, ni tampoco, propiamente y en sentido estricto, el bautismo. Sólo en sentido amplio se puede hablar de “bautismo en el Espíritu”, como cuando en la tradición se ha hablado del bautismo de conversión, de segundo bautismo (referido a la profesión religiosa), etc.
UN VOCABULARIO MAS ADECUADO
En el Documento de Malinas se lee: “En éste, como en otros puntos, la experiencia norteamericana de la Renovación no debe ser considerada como normativa. En otros lugares se ha considerado necesario sustituir la expresión ”bautismo en el Espíritu” por otras similares. En Francia y en Bélgica se habla a menudo de efusión del Espíritu; en Alemania de renovación de la Confirmación; en lengua inglesa se emplean a veces las expresiones liberación del Espíritu o renovación de los sacramentos de la iniciación. En esta búsqueda de un vocabulario adecuado. conviene vigilar para que los vocablos empleados no dañen en exceso lo que tiene de especifico la Renovación en cuanto a experiencia espiritual, es decir, el hecho de que la fuerza del Espíritu Santo, comunicada en la iniciación cristiana, llega a ser objeto de experiencia consciente y personal».
En estas expresiones nuevas se acentúa la acción de Dios, sin olvidar las disposiciones del cristiano y su relación con los sacramentos de la iniciación. La experiencia espiritual nacida a raíz del “bautismo en el Espíritu” es una efusión o manifestación del Espíritu a modo de reviviscencia o actualización o liberación o renovación de los dones ya recibidos en el sacramento del Bautismo.
LA REALIDAD DEL BAUTISMO EN EL ESPIRITU
La realidad del “bautismo en el Espíritu” es una experiencia espiritual: la experiencia de la presencia poderosa de Dios en el hombre, caracterizada por su acción maravillosa que transforma el corazón y le dota de un nuevo poder mediante los dones y carismas. Es una dimensión nueva. Es la fuerza o dynamis de Dios (cf. Lc 4,14; Hch 1,8; 6,8). Desaparecen las inhibiciones. Se liberan las energías. Se restaura la sinergia personal. El cuerpo se manifiesta en nuevos gestos. El espíritu adquiere la libertad al verse libre de las operaciones de los pecados y sus consecuencias. Se confirma cómo las virtudes, dones y carisma son regalos infundidos por Dios en nuestro espíritu. Este contenido es el tesoro escondido y la perla encontrada. Es la borrachera sobria del Espíritu, perfección del cristiano.
Para el cristiano que ha recibido el sacramento del bautismo, el “bautismo en el Espíritu” no es el inicio de la fe, sino una renovación en el modo de vivirla. Es vivencia y confirmación de la fe. La Renovación Carismática, por consiguiente, tiene sus fundamentos teológicos en la celebración de la iniciación (Bautismo y Confirmación) e invita a una renovación de la conciencia bautismal ampliamente concebida, es decir, "para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (1 Cor 2,12). (Documento de Grottaferrata).
Cómo explicar teológicamente este contenido fundamental del bautismo en el Espíritu? En primer lugar, quede claro que “no es un segundo bautismo, sino un acto simbólico que significa en el creyente la apertura al Espíritu recibido en su bautismo”. (Documento de los obispos canadienses.) En segundo lugar, diríamos que el bautismo en el Espíritu nos manifiesta una de las realidades fundamentales del sacramento del bautismo. Efectivamente, el sacramento del bautismo implica la recepción del Espíritu Santo (cuya plenitud será el sacramento de la Confirmación) que se manifiesta en la gracia, en las virtudes, en los dones y carismas, como obra perfecta de Dios; y, además, la experiencia personal o manifestación en la persona de la presencia del Espíritu y de su poder, que es obra de Dios aceptada por el hombre dispuesto y abierto a la gracia de Dios. Es la gracia permanente de Pentecostés. La manifestación en el cristiano de este segundo aspecto real del sacramento del bautismo es lo que, dentro de la R.C. católica, se llama “bautismo en el Espíritu”.
La R.C. es, por consiguiente, una llamada a dar más plenitud a la esperanza y confianza del cristiano en el poder de Dios, mediante la apertura y disponibilidad a los dones y carismas del Señor. El “bautismo del Espíritu” es, así, un gran enriquecimiento para nosotros, en cuanto supone la experiencia personal y la manifestación del poder de Dios, contenidos reales concedidos por el sacramento del bautismo. Con otras palabras, el bautismo en el Espíritu nos manifiesta las maravillas encerradas en la realidad del sacramento del bautismo.
Podemos explicarlo también teológicamente como una gracia actual, como un don de Dios al hombre, por el que nos comunica la salvación de Jesús, el consuelo del Espíritu, su amor. Así Santo Tomás de Aquino habla de un aumento de gracia por el cual uno puede realizar algo nuevo; por ejemplo, cuando uno recibe el don de milagros o de profecía, o también cuando, lleno de amor, se expone al martirio, renuncia a lo que posee o realiza algo difícil”. (Summa Theologica 1, q. 43, a. 6 ad 2.) Todas estas manifestaciones de Dios, dice el Santo Doctor, implican una experiencia.
El "bautismo en el Espíritu” es siempre una gracia actual del Señor, mediante la cual se renuevan los dones ya concedidos o se conceden nuevas manifestaciones de la misericordia divina. Como Jesús nos dice: si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11,13).
PUNTOS PRÁCTICOS SOBRE EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
Por la redacción de Koinonía.
El “Bautismo en el Espíritu” es como la puerta de entrada en la Renovación Carismática y al mismo tiempo el punto de partida de un proceso de conversión y transformación para seguir después caminando en la vida del Espíritu dentro de un grupo o comunidad.
No es, por tanto, un suceso aislado.
Para todo el que aspira a esta gracia no plantea más que una pregunta: ¿estoy verdaderamente dispuesto a abrirme a la gracia del Espíritu Santo? Esta pregunta puede ser una interpelación para toda una comunidad o para la Iglesia entera.
El Bautismo en el Espíritu no es una experiencia nueva. Tratándose de una efusión del Espíritu del Señor sobro el cristiano, es algo que siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, principalmente en la vida de los santos, coincidiendo con su primera o segunda conversión. Por la descripción de esta experiencia que algunos han dejado en sus escritos, vemos que para ellos fue la base de una vida de oración y testimonio.
Para algunos fue como una sorpresa que un día les vino del cielo, para otros fue la respuesta de la gracia a sus ardientes deseos de darse al Señor. Para nosotros hoy día es una gracia que tenemos a nuestro alcance. ¿Qué es lo que se requiere de nuestra parte?
UNA DISPOSICION MUY CONCRETA
Cuando un cristiano se decide a abrirse totalmente a la acción del Señor, a ponerse en las manos del Padre, ya se están dando en él las disposiciones adecuadas y en cierta manera ha empezado a operarse ya la efusión del Espíritu.
Quizás el rasgo más claro y determinante sea un ardiente deseo de Dios. Cierto que esto ya supone una verdadera conversión.
Pero si se busca el bautismo en el Espíritu sin un deseo más o menos consciente de Dios, es muy poco lo que se puede esperar: “Si conocieras el don de Dios… tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva…' (Jn 4,10).
Cuando el alma busca a Dios como busca la cierva los corrientes de agua, cuando “tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo”, (Sal 42,3) y responde con fe a la invitación del Señor “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mi” (Jn 7,37), entonces experimenta los “ríos de agua viva”.
?Esto supuesto, hay que encarecer a los que desean recibir el bautismo en el Espíritu unas actitudes que siempre serán la base de la vida cristiana:
a) Arrepentimiento: Ya en sí es don de Dios, una gracia del Espíritu, “os daré un corazón nuevo... un espíritu nuevo...” (Ez 36,25-27; 11,19-20) Y por tanto no hay que darlo fácilmente por supuesto, pues o falta o no es lo suficientemente completo y en muchos casos no es fácil llegar a él si no es con la oración sincera. Esta es la clave de muchos fallos de la vida cristiana y de la oración, el fundamento de la conversión y de la liberación interior.
b) Alma de niño y de pobre: sentirse pobre ante Dios y ante los hermanos, desembarazado de la propia autosuficiencia, como un mendigo, como pecador perdonado; sólo entonces es posible recibir el reino de Dios como niño y entrar en él (Mc 10,15).
c) Actitud de fe, confianza y abandono en el Señor: la mayoría de los cristianos lo que tienen es un temor reverencial de Dios y una idea muy legalista de la justicia de Dios, pero no tienen experiencia de la misericordia y el amor de Dios para con ellos o tan sólo un concepto vago y difuso, insuficiente para iluminar su fe.
La Palabra de Dios nos dice tanto de la ternura de Dios para los que en Él confían, de la eterna misericordia de Dios, que parece inexplicable que tantos cristianos no lleguen a una actitud de confianza y abandono en el Amor que el Señor nos tiene del que “ni la muerte ni la vida... ni otra criatura alguna podrá separarnos”. (Rm 8,38-39).
El SEMINARIO DE LAS SIETE SEMANAS
Respecto a la instrucción que hay que dar antes del Bautismo en el Espíritu, se sigue comúnmente el plan de las siete semanas. En España se utiliza el manual de Estados ? Unidos, el de Latinoamérica o el de Bélgica. Todos coinciden con ciertas acomodaciones a distintas áreas geográficas. Quizá pronto podamos preparar uno para los grupos de España.
Durante estas siete semanas, demos, sí, toda la iniciación e instrucción posible y que tomen parte en este ministerio todos los catequistas del grupo en distintos días para conseguir una mayor riqueza. Presentemos siempre la R.C. como “una corriente de gracia que pasa y que conduce a vivir una tensión mayor y consciente de la dimensión carismática inherente a la Iglesia” (Suenens), sin caer en el elitismo. Pero tengamos siempre puesta la mirada, más que en los conocimientos que se transmiten, en el clima espiritual y en las actitudes que hay que conseguir en aquellos que se preparan.
Hay que Insistir mucho en la integración en el grupo a partir del bautismo en el Espíritu y, a ser posible, asegurar una atención personalizada antes y después para con cada uno, de forma que ninguno ya se sienta solo en un caminar en la vida del Espíritu.
SOBRE EL CUANDO Y COMO
Tengamos discernimiento para no admitir a aquellos que vienen buscando sensacionalismo o experiencias nuevas, pues esto también se da.
Sea siempre dentro del grupo, de forma que sea toda la comunidad la que ore, “porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más que un cuerpo”. (1 Co 12,13). He aquí la fuerza de esta oración: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Supuestas las actitudes a que antes hemos hecho referencia, la fe y unción de los que oran por el hermano obtienen el cumplimiento de las palabras de Jesús: “... ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” (Lc 10,13).
Algunos siguen cierto esquema: el que desea recibir la efusión del Espíritu expresa primero su fe en Jesús, manifiesta después el arrepentimiento y el rechazo de sus pecados, perdonando las ofensas, y pide al Señor que le llene de su Espíritu: entonces un grupo de hermanos imponiendo sobre él las manos hacen una invocación, dirigida al Padre, o al Señor Jesús Resucitado, pidiendo en nombre de su Palabra que envíe abundantemente el Don de su Espíritu sobre este hermano, tal como lo prometió. Hay que expresar también la acción de gracias, porque si Jesús lo ha prometido, Jesús se ha comprometido y ahora cumple su palabra.
Se ore o se cante en lenguas, y también empiece el que recibe la efusión, pero si le resulta muy dificultoso no se le fuerce. Quizás algún hermano tenga una palabra de sabiduría de profecía para él.
Todo ha de ser con mucha sencillez, sin emocionalismo. Si alguna persona accede a dejarse llevar del emocionalismo, tratemos de tranquilizarla, porque la acción del Espíritu es paz, dominio, templanza y serenidad. En las catequesis hay que prevenir contra esto.
QUÉ OCURRE DESPUÉS.
Cuando el Espíritu del Señor se derrama abundantemente sobre un grupo de creyentes, la consecuencia inmediata y un indicio de su presencia en el grupo es que todos se convierten en expresión clara del Cuerpo de Cristo, es decir, cada miembro descubre su identidad porque despierta a la comunidad: empieza a funcionar como miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Aquellos que han estado viviendo un cristianismo individualista tardarán más en integrarse en la comunidad. Para esto necesitan liberación.
Para algunos el bautismo en el Espíritu es un impacto decisivo y es experimentar las palabras de Jesús: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos...” (Hch t ,8). Incluso sacerdotes y religiosos han confesado ser la experiencia religiosa más importante de su vida.
Que no se trata de un hecho de sugestión o de emoción lo demuestra el cambio decisivo y sus efectos que perduran años a pesar de las dificultades por las que se pasará después. La sugestión no cambia internamente a la persona, ni conduce hacia una mayor libertad, paz y amor profundos.
Las personas menos estructuradas mentalmente y más simples son las que más fácilmente sentirán la necesidad de orar en lenguas y durante largo tiempo. Hacerla ahora, si, pero en los días sucesivos no caer en la tentación de aferrarse al don de la oración buscando por si mismo o al intento de suscitar nuevamente aquel fruto sensible.
Habrá otras personas que dirán no haber experimentado nada en la efusión del Espíritu. La explicación de esto puede ser muy diversa, dejando siempre a salvo los caminos incomprensibles de Dios y su modo de actuar en nosotros de una forma imperceptible. Hay que mantenerse en la fe de que el Señor cumple siempre su palabra y esperar. En estos casos casi siempre se inicia una transformación lenta y progresiva que quizá no se interrumpa más.
Al Bautismo en el Espíritu siguen días o meses de una gran facilidad espiritual, de gozo, paz y amor, de sentir una gran necesidad y gozo por la oración a la que uno se da sin el menor esfuerzo. Incluso se puedo llegar a momentos de oración infusa o contemplación, en un alternar la vida purgativa con la iluminativa, fenómeno poco común para los tratadistas espirituales pero frecuente en la R.C.
Esta “luna de miel” espiritual puede durar mas o menos según la situación espiritual de cada uno, pero han de venir días de desierto, de aridez y tentación. Jesús fue tentado en el desierto después de su Bautismo en el que hubo una manifestación tan profunda de la presencia del Espíritu.
No Importan las dificultades e Incluso los retrocesos momentáneos con tal que la resultante final sea de progreso. El Señor será el que más haga por nuestra renovación y transformación.
¿QUE ES LA ORACION EN LENGUAS?
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
Una de las cosas que más choca a quienes se acercan a la renovación carismática es la oración o el canto en lenguas. Sin embargo, no es éste ni mucho menos su punto principal, por lo que conviene tener ideas muy claras para no deformar las aportaciones que trae la renovación.
LA ORACJON EN LENGUA NO ES...
El orar o cantar en lenguas no es ningún fenómeno extraordinario o milagroso. No se trata de un éxtasis ni de una pérdida del control consciente. Quien así ora no se siente violentado, como si una fuerza externa lo arrastrase. Todo es normal, todo es sencillo.
Tampoco es una manifestación de histerismo o de sentimentalismo.
El ambiente es de serenidad, de paz, de dominio de sí mismo. Quien ora así empieza y termina cuando quiere. No hay nada de patológico.
La expresión hablar (orar, cantar) en lenguas es una frase hecha: no quiere decir que se hable en un idioma extranjero o desconocido. No es ni siquiera propiamente un hablar, sino una emisión espontánea de sonidos para sostener la oración. A uno le vienen ganas de reír cuando lee que periodistas, y hasta estudiosos, se esfuerzan por identificar el idioma utilizado en la oración en lenguas: ¿será griego, será hebreo, será un idioma desaparecido? Nada de eso. Es una improvisación de sonidos, un canto espontáneo.
LA ORACION EN LENGUA ES...
San Pablo dice que nosotros no sabemos cómo alabar a Dios y qué pedirle, pero el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra pobreza y ora por nosotros con expresiones ininteligibles (cf. Rm B.26). ¿Cómo expresar con palabras nuestro amor, nuestra alabanza a Dios? ¿Cómo cantar el amor de Dios que "sobrepasa todo conocimiento”. (Ef 3.19).
La oración y el canto en lenguas no es sino un esfuerzo por expresar lo inexpresable (Kart Barth). Cuando se trata de expresar nuestros sentimientos religiosos profundos no encontramos generalmente formas para hacerlo. Nuestra oración se hace a veces cerebral o bien encuentra siempre los límites del lenguaje. Nuestra liturgia no consigue muchas veces romper los formalismos. En este ambiente, la oración y el canto en lengua es “una forma de desprendimiento de si mismo, de desbloqueo y de liberación interior ante Dios y los hombres. Si al comienzo de la experiencia se acepta este acto de humildad -con su riesgo de parecer infantil y ridículo- se probará la alegría de descubrir una manera de orar por encima de las palabras y más allá de todo cerebralismo”. [Cardenal Suenens).
El canto en lengua es como un aleluya o una meditación gregoriana. Es como el canto de un niño. Es como un rayo de luz, como una brisa de aire fresco. Es una expresión espontánea que puede ser de gran ayuda en nuestra oración personal o en algunos momentos de la oración comunitaria.
¿QUE DICE LA BIBLIA?
Hablar del canto en lenguas es hacer referencia a la primera explosión de alabanza de la comunidad cristiana: el canto del día de Pentecostés.
Nos explica San Lucas: todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. (Act 2,4). Se trata de la gran explosión carismática: un canto espontáneo de todos los discípulos impulsados por el Espíritu Santo. Todos cantaban “las maravillas de Dios" (2,11). Un canto de alabanza.
Algunos autores piensan que fue una oración o un canto colectivo. Los peregrinos de Jerusalén, a pesar de sus diversas procedencias, entienden todos que aquellos hombres están alabando a Dios, que el Espíritu Santo prometido se ha derramado sobre los hombres. No se trata de un entender palabras (algunos decían que estaban borrachos, y de un borracho no hay mucho qué entender), sino de entender el acontecimiento: se ha cumplido la promesa de Jesús de enviar su Espíritu.
La misma explosión carismática encontramos en la conversión de los primeros paganos. (Act 10.46; 11.15) Y con los discípulos de Juan Bautista en Efeso [Act 19.6).
San Pablo habla extensamente de esta forma de orar en los capítulos 12-14 de la primera carta a los Corintios. Dice claramente que no se trata de hablar en ningún idioma sino de orar (“no habla a los hombres, sino a Dios”. 14.2). Nadie puede entender, es sólo un canto, un himno espiritual.
San Pablo oraba mucho de esta forma (“hablo en lenguas más que todos vosotros”. 14,18) y deseaba que todos orasen así (14.4). Pero no quería que se le diese una importancia excesiva: las oraciones comunitarias no pueden estar hechas sólo de oración en lenguas (et. 14.15): hay que tener mucha prudencia y abstenerse cuando hay personas a las que puede chocar (cf. 14,23); lo que construye la comunidad es sobre todo la oración inteligible, la profecía, la enseñanza, el amor (cf. 13,1; 14.4. 17•19).
HISTORIA DE LA ORACION EN LENGUAS
Como hemos visto la oración en lenguas fue una característica de la comunidad cristiana desde sus comienzos (cf. también Mc 16,17). En la comunidad de Corinto (hacia el año 57) esta forma de oración estaba tan extendida que se prestaba a exageraciones.
Se continuó utilizando, sin embargo, de forma colectiva en las asambleas cristianas hasta principios del siglo III. San Ireneo escribe: "Oímos en la asamblea a muchos hermanos que por el Espíritu hablan en lenguas». (Adv. Haer. V, 6.1: PG 7. 1137). Pero por el uso que hacían algunos grupos algo heréticos (los montanistas) esta forma de orar y cantar espontáneamente desapareció de las asambleas y su uso quedó reducido a la oración personal. De ello nos dan testimonio muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, Santa Hildegarda, San Ignacio de Loyola, etc.
Sólo con la aparición del movimiento pentecostal se vuelve en este siglo a utilizar esta forma de oración y canto espontáneo. Quienes estuvieron en la fiesta de Pentecostés y el lunes siguiente en la basílica de San Pedro en Roma en el Año Santo (1975), todos recuerdan la explosión carismática de acción de gracias y adoración de los 10.000 peregrinos en el canto en lenguas que precedió a las palabras de Pablo VI recordando la frase de San Ambrosio: bebamos con alegría la sobria abundancia del Espíritu.
LA ORACION EN LAS ASAMBLEAS
En las reuniones de oración hay momentos en que la oración se hace más viva y no bastan las palabras para expresar la alabanza o la necesidad, y sobre todo para expresarla comunitariamente. Es en estos momentos en que suavemente, casi silenciosamente, algunos empiezan a orar en lenguas, pasando poco a poco al canto. El murmullo se va unificando, como "els castellers” construyen una torre humana. Cada uno, espontáneamente, va ocupando su lugar dentro de esta armonía improvisada. Es el amor que va uniendo las voces: el discernimiento de las necesidades de los hermanos, el no querer dominarlos, el animarlos, el saber esperarlos, el saber seguirlos...
Cuando hay divisiones en la comunidad, el canto en lenguas no puede elevarse o bien sale estridente. Por eso es tan importante no exagerar la importancia de este canto, pues de lo contrario no nos sentimos libres ante él y podemos tener la tentación de forzarlo. El canto en lenguas es gratuito, como todo lo que es del Espíritu. Es un don de cada momento.
En las asambleas, sin embargo, no se cantará normalmente en lenguas más que uno o dos minutos. Y esto cuando el discernimiento y la inspiración nos inviten a hacerlo. No hay que preocuparse si en una asamblea no se ha orado así.
ALGUNAS DIFICULTADES
A veces alguno dice: “tengo miedo de que mi oración en lenguas sea algo que me hago yo mismo” Cuando cantamos en lenguas somos nosotros quienes cantamos y es natural que sea algo que hacemos nosotros. La oración en lenguas no es una fuerza que actúa contra nuestra voluntad o un gran impulso. Lo importante es que con el canto espontáneo uno ore y alabe al Señor.
Los pentecostales clásicos (no católicos) consideran el don de la oración en lenguas como el signo de que uno ha recibido el Espíritu Santo. Sin embargo, no debemos considerar este don como el único signo de la presencia del Espíritu. La historia de la Iglesia y nuestra experiencia nos muestra claramente que, a pesar de que es un don muy extendido, éste no va unido siempre e inmediatamente al bautismo del Espíritu.
Es una costumbre muy desaconsejable el pedir para otro este don con demasiada insistencia o bien invitándole a imitar los propios sonidos. Todo don del Espíritu debe recibirse en un ambiente de libertad y de gratuidad. Si el hermano se siente forzado, no podrá orar por mucho tiempo con libertad.
CONCLUSION
Concluyamos con una larga cita de las orientaciones teológicas y pastorales del Coloquio de Malinas (21-26 mayo 1974): “no se puede entender correctamente el significado del carisma de lenguas si se lo aparta del contexto de oración. El “hablar en lenguas» permite a quienes lo hacen el orar a un nivel más profundo. Este don debe comprenderse, pues, como una manifestación del Espíritu en un don de oración. Si algunas personas aprecian este carisma es porque aspiran a orar mejor. Y esto es lo que les permite el carisma de lenguas. Su función se ejerce principalmente en la oración privada.
La posibilidad de orar de una forma pre-conceptual, no-objetiva, tiene un gran valor para la vida espiritual: permite expresar de una forma pre-conceptual lo que no puede expresarse conceptualmente. La oración en lenguas es con respecto a la oración normal, lo que una pintura abstracta, no figurativa, es con respecto a la pintura ordinaria. La oración en lenguas pone en acción una forma de inteligencia capaz hasta para los niños. Bajo la acción del Espíritu, el creyente ora libremente sin expresiones conceptuales. Es una forma de oración entre otras. Pero la oración en lenguas pone en acción a toda la persona y, por lo tanto, también sus sentimientos. Pero no está unida, sin embargo, a una excitación emocional”.
LA COMUNIDAD CRISTIANA FRUTO DE LA EFUSION DEL ESPIRITU.
Por CARLOS CALVENTE
Lucas nos presenta en los Hechos de los Apóstoles la experiencia de Pentecostés como un acontecimiento perceptible no sólo por los discípulos sino también por todos los circunstantes.
La acción del Espíritu es siempre en sentido convergente: agrupa, reúne y congrega a las personas y entonces desciende abundantemente. Pretende llevarnos a Jesús, no sólo en forma personal, sino comunitariamente. Por lo que el primer fruto de la acción del Espíritu es el nacimiento de una fraternidad universal, que es comunidad de oración, comunidad de alabanza inspirada, que ofrece el mensaje evangelizador de ser todos UNO en Cristo y testigos de su Resurrección.
El Espíritu les lleva a compartir una misma experiencia en forma comunitaria. Aquellos primeros cristianos sabían qué eran y por qué. El Espíritu de Cristo vivía en ellos profundamente y nunca se trataba de “mi” Espíritu, sino de “nuestro” Espíritu.
La misma experiencia viven hoy los cristianos dentro de la Renovación Carismática. Ser bautizados por el Espíritu Santo significa recibir toda la riqueza de su gracia. En cada persona el Espíritu obra una conversión y una transformación profunda de la vida. Y como si comunicara una luz nueva para penetrar más en el misterio de Dios y llegar a un compromiso más personal con Jesús. Ceder a las mociones del Espíritu supone recibir los dones y carismas necesarios para la edificación de la Iglesia y la fuerza divina para testimoniar a Jesús Resucitado.
Los efectos más inmediatos que se pueden observar son un gran amor a la persona de Jesús, paz profunda y duradera, alegría que brota de lo íntimo del corazón. Los mismos efectos que hallamos en el Libro de los Hechos: “tomaban el alimento con alegría de corazón y alababan a Dios”. (2,46).
Esta paz y alegría hay que vivirlas en un contexto determinado de fraternidad, de experiencia compartida. La vida en el Espíritu es vida compartida y para crecer en ella resulta imprescindible “sentirse” parte de una comunidad de amor. Es bueno recordar lo que escribía Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. (Ga 5,22-23).
Pablo opone aquí el concepto “fruto del Espíritu” a las “obras de la carne”. Es la vía superior de que habla en la primera carta a los Corintios y que define con la palabra “caridad”. El amor fraternal deriva del amor divino derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5.5). En el Nuevo Testamento las palabras “amor” y “Espíritu” dicen la misma cosa. El Espíritu de Dios es amor y creador de amor. Inspirados por este amor, los carismas contribuyen eficazmente a la edificación y crecimiento del Cuerpo de Cristo.
La Renovación Carismática que hoy experimentamos en la Iglesia es principalmente renovación de amor fraterno y por lo que respecta a estos signos de amor fraterno podemos afirmar con toda certeza que viene de Dios (1 Jn 4, 1).