Leyendo el Cantar
Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo
Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, obispo de Sonsón-Rionegro (Colombia) tiene un pequeño folleto titulado "Comentario al Cantar de los Cantares" que intenta ayudar al creyente a una lectura espiritual de este precioso poema hebreo. Reproducimos a continuación el capítulo introductorio.
Una gracia especial
Ningún libro de las Sagradas Escrituras nos enseña mejor que el Cantar de los Cantares la realidad del amor del Señor al hombre y sus exquisitas manifestaciones.
Cuando el Espíritu del Señor proyecta su luz encontramos en este libro "sacrosanto" riquezas que antes no habíamos siquiera imaginado.
Creo que se recibe una gracia especial cuando empezamos a leerlo con paz, limpieza, y amor, y cuando aprendemos progresivamente a descubrir allí el lenguaje del amor divino y la manera apropiada de dirigirnos al Señor que tanto nos ama.
Cuando el Señor se convierte para nosotros en el Amado y cuando nos sentimos amados por El, la vida experimenta el gran cambio y empezamos a recorrer un camino nuevo y cada vez más maravilloso cual es el de la unión con el Señor Amado.
El amor de Dios y su Pueblo
Con relación a este libro sagrado hay que tener en cuenta con el P. de Lubac "que fue admitido en el canon judío de las Escrituras porque vieron que en él se simbolizaban las relaciones de amor entre Israel y su Dios: 'como la esposa es la alegría de su esposo, tú serás la alegría de tu Dios' (ls 62, 5)"
"En segundo lugar, en el cuadro de la historia de la Salvación, después de la Encarnación del Verbo, la Iglesia ha sucedido a Israel en su misión. De ahí el carácter cristológico y eclesial de los primeros comentarios del Cantar de los Cantares". Pero además, "por otra parte lo que sucede a la Iglesia en general sucede a cada cristiano en particular. Para decirlo en otros términos, la vida espiritual reproduce en lo íntimo del alma el misterio de la misma Iglesia. Y es en ella donde en fin de cuentas se realiza este misterio y se consume interiorizándose. “Vel Eclesia, vel anima' ("Lo que se dice de la Iglesia, se puede decir del alma")", como escribió Orígenes.
El amor de Cristo a la Iglesia
Las relaciones entre Cristo y la Iglesia, simbolizadas en el Cantar, tenían que ser las relaciones del alma cristiana con el Verbo de Dios. "Cada unos de los fieles tendrá parte, en cuanto que es miembro de la Iglesia, porque si cada alma es amada con amor singular, ninguna lo es separadamente. De esta suerte, lo que en un principio se había escrito para el pueblo elegido, puede ser aplicado a cada alma que es esposa de Dios. El amor que Dios tiene a su pueblo se extiende, por la mediación de Cristo, a todas las almas" (Meditación sobre la Iglesia, p.342 ss).
Con razón escribe S. Pedro Damián que "cada alma es, en cierta manera, por el misterio del Sacramento, la Iglesia en su plenitud.
El Santo de los Santos
Rabí Aqiba dijo: "Todos los libros de la Escritura son santos, pero el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". “El mundo entero es menos hermoso que el día en que Israel recibió del Señor el Cantar de los Cantares".
Bendigamos al Señor por el regalo que nos ha hecho al inspirar este libro sagrado del Cantar de los Cantares y estudiémoslo con reverencia, gratitud y amor porque es mucho lo que el Señor puede enseñamos allí.
El más bello cantar
Por Mª Victoria Triviño, osc.
En todos los tiempos apreciado
"Toda la escritura es santa, pero el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos", así decía Rabí Aqiba a sus discípulos a comienzos de nuestra era. Y, desde Orígenes que descorrió el velo del sentido cristiano y espiritual del Cantar de los Cantares con su magisterio ungido de sabiduría y piedad, los místicos de todos los tiempos han quitado las sandalias de sus pies para entrar en ese Santuario donde el Amor de Dios se canta con acentos de alianza esponsal.
Hasta hace pocos años el único lugar de acceso al Cantar, como a los demás textos bíblicos, era la Liturgia. Los más fervorosos retenían en su memoria los textos que la Iglesia proponía en las fiestas, particularmente de la Virgen, y los meditaban largamente en su corazón. Sucedía entonces que, aquellas palabras que para Israel tenían un determinado sentido histórico, llegaban al fiel con un sentido cristiano y con el colorido mariano, eclesial, ctc. de la fiesta celebrada. Después de haber recorrido muchas veces el Año Litúrgico a lo largo de la vida, podían citar de memoria y hasta ofrecer apretadas síntesis con lenguaje del Cantar, como lo hace Santa Clara en la última carta que escribió poco antes de dormir en el Señor: "Contempla, además, sus inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos; y, suspirando de amor, y forzada por la violencia del anhelo de tu corazón, exclama en alta voz:' ¡Atráeme! ¡Corremos a tu zaga al olor de tus perfumes" (Cant 1, 3), oh Esposo celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega" (2, 4), hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me abrace (2, 6) deliciosamente, y me beses con el ósculo de tu boca (1, 2) felicísimo. Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre, pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu recuerdo en los pliegues de mi corazón..." (IV Carta de Sta. Clara de Asís a Inés de Praga).
No faltaron quienes lograron satisfacer su deseo de poseer el texto completo en un tiempo en que era imposible para la mayoría el acceso a la Biblia por ser muy elevado el precio de los libros manuscritos. No era tan imposible, por su brevedad; conseguir una copia del codiciado libro. En el Monasterio de Clarisas de Santa María de Pedralbes (Barcelona) se conserva un cuadernillo manuscrito del s. XIV con la copia del Cantar de los Cantares que debió hacer las delicias de más de una hija de Sta. Clara en la Edad Media.
Nosotros lo tenemos todo. El Año Litúrgico con la rica variedad de textos y el colorido que reciben de cada Tiempo, y también la Biblia al alcance de la mano. ¡Que esta facilidad, que nuestros antepasados hubieran soñado tener, no nos lleve a valorar menos tan gran riqueza.
¿Libro para todos?
A causa del uso frecuente que han hecho del Cantar los grandes escritores místicos como S. Juan de la Cruz, S. Pedro de Alcántara, V. Ángeles Sorazu... no faltan personas que mantienen sellado este libro bajo el prejuicio de que es doctrina reservada para almas extraordinarias; demasiado subido, si no pretencioso, para los que caminamos por vías más trilladas.
Solo la ignorancia puede avalar esta prevención. El Cantar de los Cantares es, ante todo, Palabra de Dios. Como tal, palabra inspirada cuyo mensaje se hace penetrante, vivo y eficaz por el poder del mismo Espíritu, aquí y ahora, en el corazón fiel que lo recibe en la fe de la Iglesia. Además, en su interpretación profética encierra una rica teología de conversión que, expresada en lenguaje de amor, se hace doblemente sugestiva. Desde el más empedernido pecador que por primera vez siente el toque de la gracia, hasta el alma más amorosa y fiel que ardientemente desea su Señor, pueden clamar con idéntico derecho: "¿Que me bese con los besos de su boca" (1, 2) expresando su hambre de Dios.
Uno y otra también podrán decir con verdad: "Negra soy pero graciosa" (1, 5) es decir, curtida por la adversidad y ennegrecida por todos los soles y vientos, pero estimada de Aquel a quien ... "he caído en gracia".
El acercamiento al Cantar de los Cantares puede darse por varios caminos según la vida interior y la manera de ser de cada persona. Un camino sencillo y bien trillado de siglos, es recibirlo en la Liturgia, reteniendo los textos que después se pueden releer en la Biblia.
Otro es el camino que para nosotros han dejado abierto en sus escritos los autores espirituales, si son santos ¡mejor!, donde ya nos dan la experiencia de "cómo" podemos apropiamos y vivir el bello poema.
Y por fin el laborioso camino del estudio y oración bajo la luz del Don de las Escrituras. Aquí es preciso buscar lo que la letra del Cántico significaba para el pueblo de Israel en el momento histórico en que fue escrito. Puede interpretarse desde su sentido sapiencial o también desde los paralelos proféticos que abren su perspectiva mesiánica. Luego, sin perder el hilo conductor literal-histórico, sapiencial, profético, se puede transponer al sentido cristiano y místico. Es decir: lo que Yahvéh, dice a Israel, se lee de Cristo Resucitado y la Iglesia, o de Cristo Resucitado y el alma fiel.
La flor y el fruto de este trabajo es el que los autores espirituales y la Liturgia nos ofrecen simplificado.
De la antigua a la nueva Alianza
En su sentido veterotestamentario, el Cantar de los Cantares contiene una teología de conversión que culmina en la renovación de la Alianza. La fórmula habitual: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" tiene su equivalente en términos poético-nupciales en:
"Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado".
Se evocan los Montes de la Alianza (2, 17) donde Abraham cortó las víctimas para sellar pacto con Dios; y el Monte de la Mirra y colina del incienso (4, 6) que alude al lugar de la Presencia, el Templo de Jerusalén.
Yahvéh es el Esposo, el Rey, el Pastor...
El pueblo de Israel es la Esposa...
La Esposa que tantas veces renovó la Alianza y tantas veces la quebrantó. La Esposa que ahora en el destierro, colgadas las cítaras en los sauces de Babilonia, añora la Tierra Prometida... Reconoce que solo por su pecado perdió el don de Dios: "¡Mi propia viña no guardé!" (1, 6); pero sabe que su Pastor ama con amor eterno y no vacila en clamar con toda la fuerza de su deseo: "¡Que me bese con los besos de su boca!" (1, 2), ¡que yo vuelva a experimentar la presencia de mi Dios en el lugar donde habita su Gloria!
La Esposa... que desea, que duerme y vela, que se levanta y busca a su Señor, que pasa la prueba del despojo y que al fin descansa en el abrazo nupcial con que la Misericordia la acoge.
¿Quien no puede reconocerse en esta esposa si lleva en su seno las flaquezas, los anhelos, las tribulaciones y los heroísmos de todos los hombres que buscan a Dios?
Pero aquello que Israel-Esposa vivió en Esperanza y en el Cantar hizo clamor de Encarnación.
- "Ah, si fueras tú un hermano mío amamantado en los pechos de mi madre te podría besar... “(8, 1).
La Esposa-Iglesia, lo celebra y vive realizado:
"El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14),
Porque de la Madre Israel, personificada en la más pura y santa representante de los Pobres de Yahvéh, María, se hizo "hermano" el Hijo de Dios "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo... apareciendo en su porte como un hombre cualquiera... ' (Flp 2, 7) para darnos el beso de reconciliación:
"Su izquierda bajo mi cabeza ?y con su diestra me abraza” (2, 6)
El cristiano que se apropia el Cantar de los Cantares, ya no escala los montes de la Antigua Alianza, ni el Sinaí, ni el Templo de la Jerusalén terrena; su Monte de la Mirra es el Calvario, donde se derrama la sangre de la Nueva y eterna Alianza. Su Memorial: ¡le Eucaristía! Que en el Calvario abrió el Esposo los brazos... y los soldados partieron su manto en cuatro partes revelando en figura al verdadero goel que cubría como a esposa rescatada la totalidad del Universo.
Con la Alianza Nueva recibimos una Ley Nueva. Si el israelita fiel ponía como recordatorio sobre su frente y sobre su brazo el "Shemá", el hijo de la Iglesia es verdadero testigo cuando recibe el sello del Espíritu santificador, la capacidad de amar con el amor de Dios para vivir el Mandamiento nuevo:
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros" (Jn 13, 34),
"Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo" (Cant 8, 6).
La Iglesia, huerto del resucitado
"¿Habéis visto al Amado de mi alma?" (Cant 3, 3)
Al alba del día de la Resurrección, María Magdalena, "la discípula", lloraba la ausencia de su Señor junto al sepulcro vacío:
”... se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto... si tú lo has llevado, díme donde le has puesto y yo me lo llevaré... " (Jn 20, 13.15).
Como la esposa del Cantar busca y halla:
"Apenas habíalos pasado cuando encontré al Amado de mi alma.
Le aprehendí y no soltaré... “(Cant 3, 4).
Las discípulas de Jesús realizan este anhelo de asirle. Las Mujeres que caminan con sus perfumes hacia el sepulcro:
"Jesús les salió al encuentro: " Alegraos"
Y ellas, acercándose se asieron a sus pies y le adoraron" (Mt 28, 9).
Y a Magdalena:
"Déjame, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17).
En el huerto donde el Resucitado se manifiesta, que es la Iglesia, los discípulos que buscan su Rostro lo hallan. Habrá que perseverar días y noches, inviernos y primaveras..., habrá que subir al Monte de la Mirra... Allí, en la Cruz de Cristo y en su Resurrección, sabrá que el Amor es más fuerte que la muerte (Cf. 8, 6).
Tratando de la virtud poderosa del Amor para unir y transformar, el escritor místico franciscano Fr. Diego de Estella escribe:
"Mira, pues, ahora, alma mía, en qué jardín tan lleno de flores y rosas coloradas, llenas de rocío del cielo, entras, plantado dentro de aquel huerto cerrado que es la Iglesia, el cual tanto alaba el esposo de los Cantares. Recoge un manojo y guárdalo en tu seno... " (Meditaciones del amor de Dios. Med. 68, 2)
"Manojito de mirra es mi Amado para mí" (Cant 1, 13).
Introducción al Cantar
Por Rodolfo Puigdollers
Cumbre de la lírica
El Cantar constituye la joya más preciosa de la lírica hebrea y uno de los culmines de la lírica universal. A pesar de las indudables influencias del folklore palestino, se ha de reconocer en esta colección de cantos la mano original de un autor. Este, sin embargo, permanece anónimo. Su atribución al rey Salomón es completamente pseudo epigráfica. El lenguaje empleado, con arameísmos y alguna palabra persa y griega, indica que nos encontramos ante una obra posterior al Destierro y, por lo tanto, perteneciente al siglo V -IV a. d. JC.
Cantos de amor
El Cantar es una colección de cantos de amor; y hay testimonios de que los judíos del siglo I lo cantaban durante los siete días que duraban las fiestas de bodas. Aunque se trata de una colección de cantos del novio y de la novia (cf. Jr 7, 34; 16, 9) y, por lo tanto, debían cantarse sueltos según el momento de la fiesta, no por eso hemos de dejar de ver una estructura en el conjunto de la obra
.
Estructura
Una lectura detenida nos muestra la repetición de un conjuro en tres puntos clave (1, 7; 3, 5; 8, 4). A estos indicios estructurales debemos añadir el carácter introductorio de 1, 2-4. Entre 3, 5 y 8. 4 se debe señalar igualmente la inclusión formada por dos intervenciones del poeta (3, 6; 5, 1 b). Todos estos indicios nos permiten la siguiente división del texto:
Prólogo 1, 2-4
Primera parte 1, 5-2, 7
Segunda parte 2, 8-3, 5
Tercera parte:
I 3, 6 – 5. 1
II 6. 2 – 6, 1
III 6,3 – 8, 4
Epílogo 9, 5 - 14
Dinámica
Temáticamente se presenta una progresión en las tres partes. En la primera hay una presentación de los amantes. La segunda se caracteriza por la búsqueda mutua. La tercera se subdivide en tres: I) el cortejo del amado, su canto a la amada; II) el levantarse de la amada, su canto al amado; III) el saludo del amado, la turbación de la amada, la danza. En el epílogo se consuma el amor. De ahí los subtítulos siguientes:
Inicial
Primera parte: LLAMADA
Segunda parte: SENDERO
Tercera parte: ENCUENTRO
I. Canto del amado
II. Canto de la amada
III Canto del amado y de la amada
Epílogo: POSESIÓN
El amado y la amada
A lo largo de los distintos cantos hay dos únicos personajes: la amada y el amado. Ausencia, presencia; temor, deleite; búsqueda, encuentro.
La poesía inicial, puesta en boca ?de la amada, señala la perspectiva en la que ha de colocarse el lector. Poco a poco, a medida que avanza la obra, lector y amada se irán identificando. De mano de la amada, el lector recorrerá la aventura del amor.
El amor viene descrito como plena posesión el uno del otro:
"Mi amado es mío y yo soy suya" (2, 16).
"Yo soy de mi amado) y mi amado es mío" (6, 3).
"Yo soy de mi amado, por mi suspira" (7, 11).
Toda la fuerza expresiva de la persona se unifica en esta posesión. Si los elogios -cercanos al wasf árabe- cantan al amado v a la amada es para recoger todo el ser.
La amada es una yegua, una paloma que anida en los huecos de la roca. Sus ojos son dos palomas. Su pelo un rebaño de cabras que descienden por los montes. Sus dientes un rebaño de ovejas blancas. Sus pechos dos cachorros mellizos de gacela.
La amada surge como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol. Su cabeza se yergue como el monte Carmelo. Toda ella es fuente sellada.
La amada es bella como la ciudad de Tirsá, encantadora como Jerusalén. Su rostro es hermoso como las liendas y los toldos de los beduinos. Sus piernas son como ajorca de artesanía. Su vientre un crátera llena de vino, Su cuello una torre de marfil. Sus ojos dos alberca. Su nariz la torre del Líbano.
También el amado viene descrito como jardín de perfumes, como bolsa de mirra, como racimo de alheña. Su nombre es aroma esparcido. Sus mejillas con balsameras, semilleros de perfumes. Su apariencia es como un cedro, como un manzano. Sus labios amapolas.
Sus dedos son oro, su tronco marfil, sus piernas mármol; todo con piedras preciosas, zafiros y remates de oro fino.
El amado es como una gacela, como un cervatillo. Su pelo es azabache como los cuervos. Sus ojos son dos palomas.
Él es la mina del jardín, el manantial de frescas aguas que viene del Líbano. Él es el cierzo, el austro.
Toda la naturaleza se convierte en la habitación de este amor: el lecho son las flores, las vigas los cedros, el techo los cipreses.
Alianza
Si el amor, a través de la naturaleza, alcanza su plenitud espacial, es a través de la alianza como adquiere su plenitud en profundidad:
"Ponme cual medalla en tu corazón, como anillo en tu dedo" (8, 6), en el tú amado.
Contemplación del otro
La belleza del amante -representado por el personaje de la amada- procede del amado. Hay en el amante una belleza escondida, oscurecida por trabajos que no son el amor. Una belleza no cuidada. El amor del amado sabe descubrir en la amada, sumida en la esclavitud a otros señores y el propio sueño, la belleza latente; y anuncia, como promesa, su futuro esplendor en el amado.
Ante los ojos del amado la belleza de la amada se recrea: los ojos se hacen hermosos como palomas. A partir de ahí, todo el ser del amante se ilumina: blanco como el narciso, blanco como la azucena, blanco y sonrosado. Y aparece radiante. Primero su rostro: sus ojos, su pelo, sus dientes, sus labios, su boca, sus mejillas, su cuello, sus pechos; luego, todo su cuerpo: sus pies, sus piernas, su vientre, su cintura, sus pechos, su cuello, sus ojos, su nariz, su frente, su pelo.
"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (1, 15).
Mas esta belleza no queda encerrada en la forma, crece en toda su proyección dinámica. No son ya los ojos, sino la mirada; no ya las mejillas, sino los besos; no ya los labios, sino las palabras.
Cuerpo y naturaleza
La descripción de la amada se abre en toda su amplitud con las comparaciones de la naturaleza. Así el canto adquiere cumbres de la más alta grandeza poética. Si la lectura antropomórfica de la naturaleza mitologiza al hombre, la lectura del hombre con imágenes naturales humaniza a la naturaleza.
La amada es viña, jardín, narciso, azucena. Su talle es como una palmera, sus pechos son los racimos de dátiles. Sus mejillas dos mitades de granada. Su piel es un vergel de granadas, lleno de frutos preciados, alheñas, nardos, azafrán, canela, cinamono, incienso, mirra, áloe y todos los bálsamos. Su cuerpo es un campo de azucenas. Su cintura una gavilla de trigo.
El deseo aparece insaciable, como algo que no pueden apagar grandes riadas ni extinguir los mismos rios. El amor que ha desvelado el sentido de la vida humana y de la naturaleza se alza finalmente ante todo temor y toda oscuridad.
Durante el camino ha habido el enfado de los hermanos, el dar vueltas tras rebaños de otros pastores, la servidumbre a otros señores, el invierno y las lluvias, las raposas que destrozan las viñas, la brisa y las sombras de la noche, los guardias de la ciudad, el temor de las tinieblas, el propio sueño. Aún el mismo acercarse del amado causa turbación, su rumor estremece las entrañas, su presencia deja sin aliento; su ausencia, sin embargo, es enfermedad de amor y se ansía el beso sin temor.
Encuentro
Cuando se produce el encuentro total, viene el despertar y la huida de toda tiniebla, la desaparición de todo desierto. Se alza el amor, fuerte como la muerte, como la gran victoria que abre a la trascendencia. Al fin aparece el gran misterio, la presencia presentida del gran amado. El amor es... llamarada de Dios.
A través del amor, la amada nos ha llevado a las profundidades últimas del hombre y del mundo. El amor parece avanzar, en realidad, por una atracción. Y, al final, resuena la voz del Amado invitado -suplicando- a la Amada. Es la petición del granFiat: "Date prisa, amado mío". Llegados a este punto, el cántico se inicia de nuevo; mas ahora ya, de modo directo, la amada es la persona humana -hombre o mujer- anhelante por el amado que es el Gran Otro, el Dios que se manifiesta en la criatura humana (el poeta hebreo, en compañía de Oseas, Isaías, Ezequiel, cantó durante siglos "date prisa", hasta que el rostro del amado se hizo blanco y sonrosado, y su pelo azabache como el cuervo", 51,11 Jesucristo, el "Dios con nosotros". Este cántico nos lleva de nuevo al "date prisa amado mío" paralelo del final del Apocalipsis y final de la Escritura: "el Espíritu y la Amada dicen: Ven Señor Jesús" (Ap. 22, 17-20). El es aquél "a quien amamos sin haberlo visto, en quien creemos sin verle, en quien nos alegramos ya ahora con un gozo inefable y glorioso (Cf. l P 1, 8).
Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo
Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, obispo de Sonsón-Rionegro (Colombia) tiene un pequeño folleto titulado "Comentario al Cantar de los Cantares" que intenta ayudar al creyente a una lectura espiritual de este precioso poema hebreo. Reproducimos a continuación el capítulo introductorio.
Una gracia especial
Ningún libro de las Sagradas Escrituras nos enseña mejor que el Cantar de los Cantares la realidad del amor del Señor al hombre y sus exquisitas manifestaciones.
Cuando el Espíritu del Señor proyecta su luz encontramos en este libro "sacrosanto" riquezas que antes no habíamos siquiera imaginado.
Creo que se recibe una gracia especial cuando empezamos a leerlo con paz, limpieza, y amor, y cuando aprendemos progresivamente a descubrir allí el lenguaje del amor divino y la manera apropiada de dirigirnos al Señor que tanto nos ama.
Cuando el Señor se convierte para nosotros en el Amado y cuando nos sentimos amados por El, la vida experimenta el gran cambio y empezamos a recorrer un camino nuevo y cada vez más maravilloso cual es el de la unión con el Señor Amado.
El amor de Dios y su Pueblo
Con relación a este libro sagrado hay que tener en cuenta con el P. de Lubac "que fue admitido en el canon judío de las Escrituras porque vieron que en él se simbolizaban las relaciones de amor entre Israel y su Dios: 'como la esposa es la alegría de su esposo, tú serás la alegría de tu Dios' (ls 62, 5)"
"En segundo lugar, en el cuadro de la historia de la Salvación, después de la Encarnación del Verbo, la Iglesia ha sucedido a Israel en su misión. De ahí el carácter cristológico y eclesial de los primeros comentarios del Cantar de los Cantares". Pero además, "por otra parte lo que sucede a la Iglesia en general sucede a cada cristiano en particular. Para decirlo en otros términos, la vida espiritual reproduce en lo íntimo del alma el misterio de la misma Iglesia. Y es en ella donde en fin de cuentas se realiza este misterio y se consume interiorizándose. “Vel Eclesia, vel anima' ("Lo que se dice de la Iglesia, se puede decir del alma")", como escribió Orígenes.
El amor de Cristo a la Iglesia
Las relaciones entre Cristo y la Iglesia, simbolizadas en el Cantar, tenían que ser las relaciones del alma cristiana con el Verbo de Dios. "Cada unos de los fieles tendrá parte, en cuanto que es miembro de la Iglesia, porque si cada alma es amada con amor singular, ninguna lo es separadamente. De esta suerte, lo que en un principio se había escrito para el pueblo elegido, puede ser aplicado a cada alma que es esposa de Dios. El amor que Dios tiene a su pueblo se extiende, por la mediación de Cristo, a todas las almas" (Meditación sobre la Iglesia, p.342 ss).
Con razón escribe S. Pedro Damián que "cada alma es, en cierta manera, por el misterio del Sacramento, la Iglesia en su plenitud.
El Santo de los Santos
Rabí Aqiba dijo: "Todos los libros de la Escritura son santos, pero el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". “El mundo entero es menos hermoso que el día en que Israel recibió del Señor el Cantar de los Cantares".
Bendigamos al Señor por el regalo que nos ha hecho al inspirar este libro sagrado del Cantar de los Cantares y estudiémoslo con reverencia, gratitud y amor porque es mucho lo que el Señor puede enseñamos allí.
El más bello cantar
Por Mª Victoria Triviño, osc.
En todos los tiempos apreciado
"Toda la escritura es santa, pero el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos", así decía Rabí Aqiba a sus discípulos a comienzos de nuestra era. Y, desde Orígenes que descorrió el velo del sentido cristiano y espiritual del Cantar de los Cantares con su magisterio ungido de sabiduría y piedad, los místicos de todos los tiempos han quitado las sandalias de sus pies para entrar en ese Santuario donde el Amor de Dios se canta con acentos de alianza esponsal.
Hasta hace pocos años el único lugar de acceso al Cantar, como a los demás textos bíblicos, era la Liturgia. Los más fervorosos retenían en su memoria los textos que la Iglesia proponía en las fiestas, particularmente de la Virgen, y los meditaban largamente en su corazón. Sucedía entonces que, aquellas palabras que para Israel tenían un determinado sentido histórico, llegaban al fiel con un sentido cristiano y con el colorido mariano, eclesial, ctc. de la fiesta celebrada. Después de haber recorrido muchas veces el Año Litúrgico a lo largo de la vida, podían citar de memoria y hasta ofrecer apretadas síntesis con lenguaje del Cantar, como lo hace Santa Clara en la última carta que escribió poco antes de dormir en el Señor: "Contempla, además, sus inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos; y, suspirando de amor, y forzada por la violencia del anhelo de tu corazón, exclama en alta voz:' ¡Atráeme! ¡Corremos a tu zaga al olor de tus perfumes" (Cant 1, 3), oh Esposo celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega" (2, 4), hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me abrace (2, 6) deliciosamente, y me beses con el ósculo de tu boca (1, 2) felicísimo. Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre, pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu recuerdo en los pliegues de mi corazón..." (IV Carta de Sta. Clara de Asís a Inés de Praga).
No faltaron quienes lograron satisfacer su deseo de poseer el texto completo en un tiempo en que era imposible para la mayoría el acceso a la Biblia por ser muy elevado el precio de los libros manuscritos. No era tan imposible, por su brevedad; conseguir una copia del codiciado libro. En el Monasterio de Clarisas de Santa María de Pedralbes (Barcelona) se conserva un cuadernillo manuscrito del s. XIV con la copia del Cantar de los Cantares que debió hacer las delicias de más de una hija de Sta. Clara en la Edad Media.
Nosotros lo tenemos todo. El Año Litúrgico con la rica variedad de textos y el colorido que reciben de cada Tiempo, y también la Biblia al alcance de la mano. ¡Que esta facilidad, que nuestros antepasados hubieran soñado tener, no nos lleve a valorar menos tan gran riqueza.
¿Libro para todos?
A causa del uso frecuente que han hecho del Cantar los grandes escritores místicos como S. Juan de la Cruz, S. Pedro de Alcántara, V. Ángeles Sorazu... no faltan personas que mantienen sellado este libro bajo el prejuicio de que es doctrina reservada para almas extraordinarias; demasiado subido, si no pretencioso, para los que caminamos por vías más trilladas.
Solo la ignorancia puede avalar esta prevención. El Cantar de los Cantares es, ante todo, Palabra de Dios. Como tal, palabra inspirada cuyo mensaje se hace penetrante, vivo y eficaz por el poder del mismo Espíritu, aquí y ahora, en el corazón fiel que lo recibe en la fe de la Iglesia. Además, en su interpretación profética encierra una rica teología de conversión que, expresada en lenguaje de amor, se hace doblemente sugestiva. Desde el más empedernido pecador que por primera vez siente el toque de la gracia, hasta el alma más amorosa y fiel que ardientemente desea su Señor, pueden clamar con idéntico derecho: "¿Que me bese con los besos de su boca" (1, 2) expresando su hambre de Dios.
Uno y otra también podrán decir con verdad: "Negra soy pero graciosa" (1, 5) es decir, curtida por la adversidad y ennegrecida por todos los soles y vientos, pero estimada de Aquel a quien ... "he caído en gracia".
El acercamiento al Cantar de los Cantares puede darse por varios caminos según la vida interior y la manera de ser de cada persona. Un camino sencillo y bien trillado de siglos, es recibirlo en la Liturgia, reteniendo los textos que después se pueden releer en la Biblia.
Otro es el camino que para nosotros han dejado abierto en sus escritos los autores espirituales, si son santos ¡mejor!, donde ya nos dan la experiencia de "cómo" podemos apropiamos y vivir el bello poema.
Y por fin el laborioso camino del estudio y oración bajo la luz del Don de las Escrituras. Aquí es preciso buscar lo que la letra del Cántico significaba para el pueblo de Israel en el momento histórico en que fue escrito. Puede interpretarse desde su sentido sapiencial o también desde los paralelos proféticos que abren su perspectiva mesiánica. Luego, sin perder el hilo conductor literal-histórico, sapiencial, profético, se puede transponer al sentido cristiano y místico. Es decir: lo que Yahvéh, dice a Israel, se lee de Cristo Resucitado y la Iglesia, o de Cristo Resucitado y el alma fiel.
La flor y el fruto de este trabajo es el que los autores espirituales y la Liturgia nos ofrecen simplificado.
De la antigua a la nueva Alianza
En su sentido veterotestamentario, el Cantar de los Cantares contiene una teología de conversión que culmina en la renovación de la Alianza. La fórmula habitual: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" tiene su equivalente en términos poético-nupciales en:
"Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado".
Se evocan los Montes de la Alianza (2, 17) donde Abraham cortó las víctimas para sellar pacto con Dios; y el Monte de la Mirra y colina del incienso (4, 6) que alude al lugar de la Presencia, el Templo de Jerusalén.
Yahvéh es el Esposo, el Rey, el Pastor...
El pueblo de Israel es la Esposa...
La Esposa que tantas veces renovó la Alianza y tantas veces la quebrantó. La Esposa que ahora en el destierro, colgadas las cítaras en los sauces de Babilonia, añora la Tierra Prometida... Reconoce que solo por su pecado perdió el don de Dios: "¡Mi propia viña no guardé!" (1, 6); pero sabe que su Pastor ama con amor eterno y no vacila en clamar con toda la fuerza de su deseo: "¡Que me bese con los besos de su boca!" (1, 2), ¡que yo vuelva a experimentar la presencia de mi Dios en el lugar donde habita su Gloria!
La Esposa... que desea, que duerme y vela, que se levanta y busca a su Señor, que pasa la prueba del despojo y que al fin descansa en el abrazo nupcial con que la Misericordia la acoge.
¿Quien no puede reconocerse en esta esposa si lleva en su seno las flaquezas, los anhelos, las tribulaciones y los heroísmos de todos los hombres que buscan a Dios?
Pero aquello que Israel-Esposa vivió en Esperanza y en el Cantar hizo clamor de Encarnación.
- "Ah, si fueras tú un hermano mío amamantado en los pechos de mi madre te podría besar... “(8, 1).
La Esposa-Iglesia, lo celebra y vive realizado:
"El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14),
Porque de la Madre Israel, personificada en la más pura y santa representante de los Pobres de Yahvéh, María, se hizo "hermano" el Hijo de Dios "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo... apareciendo en su porte como un hombre cualquiera... ' (Flp 2, 7) para darnos el beso de reconciliación:
"Su izquierda bajo mi cabeza ?y con su diestra me abraza” (2, 6)
El cristiano que se apropia el Cantar de los Cantares, ya no escala los montes de la Antigua Alianza, ni el Sinaí, ni el Templo de la Jerusalén terrena; su Monte de la Mirra es el Calvario, donde se derrama la sangre de la Nueva y eterna Alianza. Su Memorial: ¡le Eucaristía! Que en el Calvario abrió el Esposo los brazos... y los soldados partieron su manto en cuatro partes revelando en figura al verdadero goel que cubría como a esposa rescatada la totalidad del Universo.
Con la Alianza Nueva recibimos una Ley Nueva. Si el israelita fiel ponía como recordatorio sobre su frente y sobre su brazo el "Shemá", el hijo de la Iglesia es verdadero testigo cuando recibe el sello del Espíritu santificador, la capacidad de amar con el amor de Dios para vivir el Mandamiento nuevo:
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros" (Jn 13, 34),
"Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo" (Cant 8, 6).
La Iglesia, huerto del resucitado
"¿Habéis visto al Amado de mi alma?" (Cant 3, 3)
Al alba del día de la Resurrección, María Magdalena, "la discípula", lloraba la ausencia de su Señor junto al sepulcro vacío:
”... se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto... si tú lo has llevado, díme donde le has puesto y yo me lo llevaré... " (Jn 20, 13.15).
Como la esposa del Cantar busca y halla:
"Apenas habíalos pasado cuando encontré al Amado de mi alma.
Le aprehendí y no soltaré... “(Cant 3, 4).
Las discípulas de Jesús realizan este anhelo de asirle. Las Mujeres que caminan con sus perfumes hacia el sepulcro:
"Jesús les salió al encuentro: " Alegraos"
Y ellas, acercándose se asieron a sus pies y le adoraron" (Mt 28, 9).
Y a Magdalena:
"Déjame, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17).
En el huerto donde el Resucitado se manifiesta, que es la Iglesia, los discípulos que buscan su Rostro lo hallan. Habrá que perseverar días y noches, inviernos y primaveras..., habrá que subir al Monte de la Mirra... Allí, en la Cruz de Cristo y en su Resurrección, sabrá que el Amor es más fuerte que la muerte (Cf. 8, 6).
Tratando de la virtud poderosa del Amor para unir y transformar, el escritor místico franciscano Fr. Diego de Estella escribe:
"Mira, pues, ahora, alma mía, en qué jardín tan lleno de flores y rosas coloradas, llenas de rocío del cielo, entras, plantado dentro de aquel huerto cerrado que es la Iglesia, el cual tanto alaba el esposo de los Cantares. Recoge un manojo y guárdalo en tu seno... " (Meditaciones del amor de Dios. Med. 68, 2)
"Manojito de mirra es mi Amado para mí" (Cant 1, 13).
Introducción al Cantar
Por Rodolfo Puigdollers
Cumbre de la lírica
El Cantar constituye la joya más preciosa de la lírica hebrea y uno de los culmines de la lírica universal. A pesar de las indudables influencias del folklore palestino, se ha de reconocer en esta colección de cantos la mano original de un autor. Este, sin embargo, permanece anónimo. Su atribución al rey Salomón es completamente pseudo epigráfica. El lenguaje empleado, con arameísmos y alguna palabra persa y griega, indica que nos encontramos ante una obra posterior al Destierro y, por lo tanto, perteneciente al siglo V -IV a. d. JC.
Cantos de amor
El Cantar es una colección de cantos de amor; y hay testimonios de que los judíos del siglo I lo cantaban durante los siete días que duraban las fiestas de bodas. Aunque se trata de una colección de cantos del novio y de la novia (cf. Jr 7, 34; 16, 9) y, por lo tanto, debían cantarse sueltos según el momento de la fiesta, no por eso hemos de dejar de ver una estructura en el conjunto de la obra
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Estructura
Una lectura detenida nos muestra la repetición de un conjuro en tres puntos clave (1, 7; 3, 5; 8, 4). A estos indicios estructurales debemos añadir el carácter introductorio de 1, 2-4. Entre 3, 5 y 8. 4 se debe señalar igualmente la inclusión formada por dos intervenciones del poeta (3, 6; 5, 1 b). Todos estos indicios nos permiten la siguiente división del texto:
Prólogo 1, 2-4
Primera parte 1, 5-2, 7
Segunda parte 2, 8-3, 5
Tercera parte:
I 3, 6 – 5. 1
II 6. 2 – 6, 1
III 6,3 – 8, 4
Epílogo 9, 5 - 14
Dinámica
Temáticamente se presenta una progresión en las tres partes. En la primera hay una presentación de los amantes. La segunda se caracteriza por la búsqueda mutua. La tercera se subdivide en tres: I) el cortejo del amado, su canto a la amada; II) el levantarse de la amada, su canto al amado; III) el saludo del amado, la turbación de la amada, la danza. En el epílogo se consuma el amor. De ahí los subtítulos siguientes:
Inicial
Primera parte: LLAMADA
Segunda parte: SENDERO
Tercera parte: ENCUENTRO
I. Canto del amado
II. Canto de la amada
III Canto del amado y de la amada
Epílogo: POSESIÓN
El amado y la amada
A lo largo de los distintos cantos hay dos únicos personajes: la amada y el amado. Ausencia, presencia; temor, deleite; búsqueda, encuentro.
La poesía inicial, puesta en boca ?de la amada, señala la perspectiva en la que ha de colocarse el lector. Poco a poco, a medida que avanza la obra, lector y amada se irán identificando. De mano de la amada, el lector recorrerá la aventura del amor.
El amor viene descrito como plena posesión el uno del otro:
"Mi amado es mío y yo soy suya" (2, 16).
"Yo soy de mi amado) y mi amado es mío" (6, 3).
"Yo soy de mi amado, por mi suspira" (7, 11).
Toda la fuerza expresiva de la persona se unifica en esta posesión. Si los elogios -cercanos al wasf árabe- cantan al amado v a la amada es para recoger todo el ser.
La amada es una yegua, una paloma que anida en los huecos de la roca. Sus ojos son dos palomas. Su pelo un rebaño de cabras que descienden por los montes. Sus dientes un rebaño de ovejas blancas. Sus pechos dos cachorros mellizos de gacela.
La amada surge como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol. Su cabeza se yergue como el monte Carmelo. Toda ella es fuente sellada.
La amada es bella como la ciudad de Tirsá, encantadora como Jerusalén. Su rostro es hermoso como las liendas y los toldos de los beduinos. Sus piernas son como ajorca de artesanía. Su vientre un crátera llena de vino, Su cuello una torre de marfil. Sus ojos dos alberca. Su nariz la torre del Líbano.
También el amado viene descrito como jardín de perfumes, como bolsa de mirra, como racimo de alheña. Su nombre es aroma esparcido. Sus mejillas con balsameras, semilleros de perfumes. Su apariencia es como un cedro, como un manzano. Sus labios amapolas.
Sus dedos son oro, su tronco marfil, sus piernas mármol; todo con piedras preciosas, zafiros y remates de oro fino.
El amado es como una gacela, como un cervatillo. Su pelo es azabache como los cuervos. Sus ojos son dos palomas.
Él es la mina del jardín, el manantial de frescas aguas que viene del Líbano. Él es el cierzo, el austro.
Toda la naturaleza se convierte en la habitación de este amor: el lecho son las flores, las vigas los cedros, el techo los cipreses.
Alianza
Si el amor, a través de la naturaleza, alcanza su plenitud espacial, es a través de la alianza como adquiere su plenitud en profundidad:
"Ponme cual medalla en tu corazón, como anillo en tu dedo" (8, 6), en el tú amado.
Contemplación del otro
La belleza del amante -representado por el personaje de la amada- procede del amado. Hay en el amante una belleza escondida, oscurecida por trabajos que no son el amor. Una belleza no cuidada. El amor del amado sabe descubrir en la amada, sumida en la esclavitud a otros señores y el propio sueño, la belleza latente; y anuncia, como promesa, su futuro esplendor en el amado.
Ante los ojos del amado la belleza de la amada se recrea: los ojos se hacen hermosos como palomas. A partir de ahí, todo el ser del amante se ilumina: blanco como el narciso, blanco como la azucena, blanco y sonrosado. Y aparece radiante. Primero su rostro: sus ojos, su pelo, sus dientes, sus labios, su boca, sus mejillas, su cuello, sus pechos; luego, todo su cuerpo: sus pies, sus piernas, su vientre, su cintura, sus pechos, su cuello, sus ojos, su nariz, su frente, su pelo.
"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (1, 15).
Mas esta belleza no queda encerrada en la forma, crece en toda su proyección dinámica. No son ya los ojos, sino la mirada; no ya las mejillas, sino los besos; no ya los labios, sino las palabras.
Cuerpo y naturaleza
La descripción de la amada se abre en toda su amplitud con las comparaciones de la naturaleza. Así el canto adquiere cumbres de la más alta grandeza poética. Si la lectura antropomórfica de la naturaleza mitologiza al hombre, la lectura del hombre con imágenes naturales humaniza a la naturaleza.
La amada es viña, jardín, narciso, azucena. Su talle es como una palmera, sus pechos son los racimos de dátiles. Sus mejillas dos mitades de granada. Su piel es un vergel de granadas, lleno de frutos preciados, alheñas, nardos, azafrán, canela, cinamono, incienso, mirra, áloe y todos los bálsamos. Su cuerpo es un campo de azucenas. Su cintura una gavilla de trigo.
El deseo aparece insaciable, como algo que no pueden apagar grandes riadas ni extinguir los mismos rios. El amor que ha desvelado el sentido de la vida humana y de la naturaleza se alza finalmente ante todo temor y toda oscuridad.
Durante el camino ha habido el enfado de los hermanos, el dar vueltas tras rebaños de otros pastores, la servidumbre a otros señores, el invierno y las lluvias, las raposas que destrozan las viñas, la brisa y las sombras de la noche, los guardias de la ciudad, el temor de las tinieblas, el propio sueño. Aún el mismo acercarse del amado causa turbación, su rumor estremece las entrañas, su presencia deja sin aliento; su ausencia, sin embargo, es enfermedad de amor y se ansía el beso sin temor.
Encuentro
Cuando se produce el encuentro total, viene el despertar y la huida de toda tiniebla, la desaparición de todo desierto. Se alza el amor, fuerte como la muerte, como la gran victoria que abre a la trascendencia. Al fin aparece el gran misterio, la presencia presentida del gran amado. El amor es... llamarada de Dios.
A través del amor, la amada nos ha llevado a las profundidades últimas del hombre y del mundo. El amor parece avanzar, en realidad, por una atracción. Y, al final, resuena la voz del Amado invitado -suplicando- a la Amada. Es la petición del granFiat: "Date prisa, amado mío". Llegados a este punto, el cántico se inicia de nuevo; mas ahora ya, de modo directo, la amada es la persona humana -hombre o mujer- anhelante por el amado que es el Gran Otro, el Dios que se manifiesta en la criatura humana (el poeta hebreo, en compañía de Oseas, Isaías, Ezequiel, cantó durante siglos "date prisa", hasta que el rostro del amado se hizo blanco y sonrosado, y su pelo azabache como el cuervo", 51,11 Jesucristo, el "Dios con nosotros". Este cántico nos lleva de nuevo al "date prisa amado mío" paralelo del final del Apocalipsis y final de la Escritura: "el Espíritu y la Amada dicen: Ven Señor Jesús" (Ap. 22, 17-20). El es aquél "a quien amamos sin haberlo visto, en quien creemos sin verle, en quien nos alegramos ya ahora con un gozo inefable y glorioso (Cf. l P 1, 8).