Como todos los inmigrantes, vine a España por una vida mejor, tanto para mi familia, Andrea mi mujer, mis dos hijos Federico y Lisandro, como para mi mismo. El comienzo fue duro, pero poco a poco, fuimos reintegrándonos en este querido país y con mucho trabajo y esfuerzo, comenzamos a salir de una situación que veníamos arrastrando desde Argentina, para mejor, eso sí, trabajando mucho y casi sin parar.
Todo marchaba de maravillas, cuando de pronto un día empecé a no sentirme bien, creyendo que se trataba sólo de un resfrío; pero como no mejoraba, fui a mi médico de cabecera, el cual me medicó, como para un simple resfrío. Pasaban los días y no mejoraba y lo que es peor, perdía peso sin razón. Así la doctora, ya también un poco alarmada por la situación, me recetó unos análisis, y cual fue la sorpresa de todos, pues en esa analítica había células cancerígenas. Un estudio mas profundo y una nueva analítica me diagnosticaron cáncer, cáncer de pulmón y unas metástasis en diferentes zonas de mi cuerpo, por lo cual no había posibilidad de operación; sólo la quimioterapia podía paliar esas terribles células que me invadían y que poco a poco me iban destruyendo, a mi físicamente, y a mi familia psicológica y espiritualmente.
No lo podíamos entender. ¿Por qué? ¿Por qué? nos preguntábamos una y otra vez.
Siendo católico creyente, pero no practicante, después de haberme educado en un colegio religioso toda mi vida, era muy escéptico. Creía en Dios (entre comillas), pero sí en el fondo sabía que había un Ser superior, un Ser Divino que todo lo podía. Mi mujer, averiguó, ante la desesperación, de un sacerdote sanador, ya que habíamos escuchado hablar de ellos. Así dimos y conocimos, gracias a Dios, que nos lo puso en nuestro camino, a miembros de la Comunidad Carismática Siervos de Cristo Vivo; y digo gracias a Dios porque ellos fueron mi guía, mi luz, en este camino oscuro hacia Cristo, en donde yo, poco a poco, fui comprendiendo el Don Divino de Dios y todo su poder. Nos presentaron a la Comunidad y conocí a tanta gente, que incondicionalmente, oraban, me daban su apoyo y su cariño, sin nada a cambio. No tengo palabras de agradecimiento, no puedo nombrar a nadie, porque sería imposible y no sería justo olvidarme de alguien, quienes, como ya dije, oraban en cadena por mi sanación.
En un principio, mi tratamiento de quimio no dio los resultados esperados; el tumor avanzaba y las metástasis se extendían afectando mi cerebro, mi hígado, mis riñones y huesos.
Mi estado era cada día peor; iba a la Comunidad tomado del brazo de mi mujer; casi no podía caminar, arrastraba los pies, y lo peor de todo, era que me sentía tan mal que no podía estar ni siquiera sentado. Solo pedía a DIOS que esto pasara, porque mis fuerzas flaqueaban; al mismo tiempo sentía, de la misma manera, que mi fe iba creciendo y mi corazón estaba cada día más cerca de Cristo.
Entré en un segundo tratamiento mas largo y agresivo; y a su vez, los hermanos de la Comunidad estaban siempre a mi lado, con esa serenidad y cariño que solamente alguien como ellos, que están tan cerca de Dios, pueden dar. Me presentaron a Monseñor de la Rosa y a unos hermanos de Santo Domingo que oraron por mí. Cuando pusieron sus manos sobre mi cabeza, no puedo explicar lo que sentí en ese momento; fue algo misterioso, una mezcla de sentimientos, ganas de llorar y un calor insoportable, que inundaba mi cuerpo.
De la misma manera que tenía esas sensaciones físicas, mi amor y mi fe por Dios crecía y crecía...A tal punto que hoy por hoy, solamente puedo decir: gracias Dios mío; un sin fin de gracias, porque después de estas oraciones, los análisis y estudios que me hicieron, fueron óptimos; el tumor ha disminuido y las metástasis ya no existen. Los médicos me dicen que estoy clínicamente sano. Pero, por sobre todas las cosas, estoy sano espiritualmente y esto se lo debo a mi Dios, Todo Poderoso, que está dentro de mi, e hizo en mí, maravillas. ¡¡¡GLORIA AL SEÑOR!!!
MANUEL ESTELLER
Todo marchaba de maravillas, cuando de pronto un día empecé a no sentirme bien, creyendo que se trataba sólo de un resfrío; pero como no mejoraba, fui a mi médico de cabecera, el cual me medicó, como para un simple resfrío. Pasaban los días y no mejoraba y lo que es peor, perdía peso sin razón. Así la doctora, ya también un poco alarmada por la situación, me recetó unos análisis, y cual fue la sorpresa de todos, pues en esa analítica había células cancerígenas. Un estudio mas profundo y una nueva analítica me diagnosticaron cáncer, cáncer de pulmón y unas metástasis en diferentes zonas de mi cuerpo, por lo cual no había posibilidad de operación; sólo la quimioterapia podía paliar esas terribles células que me invadían y que poco a poco me iban destruyendo, a mi físicamente, y a mi familia psicológica y espiritualmente.
No lo podíamos entender. ¿Por qué? ¿Por qué? nos preguntábamos una y otra vez.
Siendo católico creyente, pero no practicante, después de haberme educado en un colegio religioso toda mi vida, era muy escéptico. Creía en Dios (entre comillas), pero sí en el fondo sabía que había un Ser superior, un Ser Divino que todo lo podía. Mi mujer, averiguó, ante la desesperación, de un sacerdote sanador, ya que habíamos escuchado hablar de ellos. Así dimos y conocimos, gracias a Dios, que nos lo puso en nuestro camino, a miembros de la Comunidad Carismática Siervos de Cristo Vivo; y digo gracias a Dios porque ellos fueron mi guía, mi luz, en este camino oscuro hacia Cristo, en donde yo, poco a poco, fui comprendiendo el Don Divino de Dios y todo su poder. Nos presentaron a la Comunidad y conocí a tanta gente, que incondicionalmente, oraban, me daban su apoyo y su cariño, sin nada a cambio. No tengo palabras de agradecimiento, no puedo nombrar a nadie, porque sería imposible y no sería justo olvidarme de alguien, quienes, como ya dije, oraban en cadena por mi sanación.
En un principio, mi tratamiento de quimio no dio los resultados esperados; el tumor avanzaba y las metástasis se extendían afectando mi cerebro, mi hígado, mis riñones y huesos.
Mi estado era cada día peor; iba a la Comunidad tomado del brazo de mi mujer; casi no podía caminar, arrastraba los pies, y lo peor de todo, era que me sentía tan mal que no podía estar ni siquiera sentado. Solo pedía a DIOS que esto pasara, porque mis fuerzas flaqueaban; al mismo tiempo sentía, de la misma manera, que mi fe iba creciendo y mi corazón estaba cada día más cerca de Cristo.
Entré en un segundo tratamiento mas largo y agresivo; y a su vez, los hermanos de la Comunidad estaban siempre a mi lado, con esa serenidad y cariño que solamente alguien como ellos, que están tan cerca de Dios, pueden dar. Me presentaron a Monseñor de la Rosa y a unos hermanos de Santo Domingo que oraron por mí. Cuando pusieron sus manos sobre mi cabeza, no puedo explicar lo que sentí en ese momento; fue algo misterioso, una mezcla de sentimientos, ganas de llorar y un calor insoportable, que inundaba mi cuerpo.
De la misma manera que tenía esas sensaciones físicas, mi amor y mi fe por Dios crecía y crecía...A tal punto que hoy por hoy, solamente puedo decir: gracias Dios mío; un sin fin de gracias, porque después de estas oraciones, los análisis y estudios que me hicieron, fueron óptimos; el tumor ha disminuido y las metástasis ya no existen. Los médicos me dicen que estoy clínicamente sano. Pero, por sobre todas las cosas, estoy sano espiritualmente y esto se lo debo a mi Dios, Todo Poderoso, que está dentro de mi, e hizo en mí, maravillas. ¡¡¡GLORIA AL SEÑOR!!!
MANUEL ESTELLER